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Después de la pandemia: ¿antesala del socialismo o del “capitalismo recargado”?

After the pandemic: antechamber to socialism or “reloaded capitalism”?

Resumo:

Con más de un millón de muertos a causa del coronavirus a nivel mundial y casi 154.000 en Brasil, no quedan dudas que el orden mundial del pasado y, más que ello, las viejas formas de sociabilidad y organización de la vida económica han sido ya profundamente modificadas y lo serán aún más cuando la pandemia sea finalmente derrotada. Las sociedades contemporáneas se encuentran en un punto de bifurcación histórica. En las páginas que siguen, intentaremos esbozar algunas reflexiones sobre el tema.

Palabras clave:
Pandemia; Capitalismo; Protosocialismo; Asociación Digital

Abstract:

With more than a million deaths from the coronavirus worldwide and almost 154.000 in Brazil, there is no doubt that the world order of the past and, more than that, the old forms of sociability and organization of economic life have already been profoundly modified and they will be even more so when the pandemic is finally defeated. Contemporary societies are at a historical bifurcation point. In the pages that follow, we will try to outline some reflections on the subject.

Keywords:
Pandemic; Capitalism; Protosocialism; Digital Associativism

¿Una revolución viral?

¿Estamos ante el inminente derrumbe del capitalismo? El capitalismo sobrevivió a la mal llamada “gripe española” (1918-1919) y también al tremendo desplome global producido por la Gran Depresión, demostrando una inusual resiliencia - precozmente advertida por los clásicos del marxismo - para procesar las crisis e incluso salir fortalecido de ellas. Las crisis no son accidentes ni inesperados desvíos de un recorrido prolijamente establecido sino acontecimientos periódicos recurrentes en la historia del capitalismo de los cuales, a falta de una enorme acumulación de fuerzas sociales y políticas socialistas, aquél sale más concentrado y fortalecido. Pensar que, en ausencia de ese sujeto revolucionario - que, en el mundo actual, debe sintetizar la voluntad y la actividad de una miríada de movimientos sociales y fuerzas políticas de diversos tipos y con intereses muy específicos y no siempre fácilmente articulables -, se producirá el derrumbe de un sistema inmoral, injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto. Por ahora, ese sujeto revolucionario, o ese haz de sujetos, para ser más explícitos, no está a la vista en los capitalismos avanzados, salvo en algunas expresiones embrionarias y dispersas. Al fin y al cabo, es la lucha de clases y no la lucha de los virus lo que impulsa el proceso histórico. Así como el economicismo reniega de la política y obstruye la comprensión del movimiento de lo real, lo mismo hace un “determinismo viral” que soslayaría el protagonismo de los sujetos sociales que son quienes de verdad producen el cambio histórico y le imprimen una cierta dirección.

Por eso mismo, todo el marxismo clásico, desde los fundadores hasta Gramsci, pasando por supuesto por Lenin, Rosa Luxemburg, Trotsky y Mao Zedong, enseña que toda coyuntura de disolución del orden social ofrece también, in extremis, una oportunidad para intentar su restauración mediante la fundación de un renovado bloque histórico conservador. Lejano (en el tiempo solamente) del marxismo clásico, esa es también la preocupación que expresa István Mészáros (1995)MÉSZÁROS, István.Beyond Capital. Towards a theory of transition. Nova York: Monthly Review Press, 1995. a lo largo de su obra en donde nos advierte que jamás hay que menospreciar la capacidad del capitalismo (siempre entendido como un sistema global de metabolización del capital) para renacer de sus cenizas asumiendo nuevas figuras y frustrar los planes de sus inexpertos sepultureros.

La historia enseña que la resolución reaccionaria de la crisis de la primera posguerra trajo como consecuencia la aparición de los fascismos europeos; su desenlace progresivo produjo la Revolución Rusa. Y la tragedia de la Segunda Guerra Mundial dio nacimiento al “estado de bienestar keynesiano”. Seríamos necios si nos empeñásemos en desconocer que esta actual coyuntura crítica alberga en su seno otro posible desenlace aparte del “comunismo renovado”: ¿por qué no “la barbarie” capitalista, la reafirmación neofascista, racista y xenófoba de la dominación del capital recurriendo a las formas más brutales de explotación económica, coerción político-estatal y manipulación de conciencias y corazones a través de su hasta ahora intacta dictadura mediática?

¿Protosocialismo?

Ahora bien, ¿por qué no pensar en alguna salida intermedia: ni la tan temida “barbarie” (de la cual hace tiempo se nos vienen administrando crecientes dosis en los “capitalismos realmente existentes”) ni la tan anhelada opción de un “comunismo reinventado”? Si algunos historiadores marxistas hablan de un “protocapitalismo”, ¿por qué no pensar que podríamos estar en vísperas de una fase de transición hacia el socialismo que podríamos caracterizar como “protosocialismo”? Si el propio Marx aludía a la existencia de “formas antediluvianas” del capital ¿por qué no pensar que puede haberlas también para el socialismo? Esto implica tomar conciencia de que el desmontaje del capitalismo no podrá lograrse de la noche a la mañana, que no será un relámpago fulminante que ponga fin a siglos de oscuridad. Será un proceso durísimo, de intensificación de los antagonismos de clase en donde los representantes políticos, ideológicos y armados del capital lucharán con todos los medios a su alcance y apelarán a cualquier recurso, desde la manipulación de conciencias y corazones hasta la violencia más brutal, con tal de ahogar en su cuna a la revolución en ciernes. En fin, todo el arsenal de las “guerras de quinta generación” será puesto al servicio de su sobrevivencia, dado que las clases dominantes, con certero instinto, saben que esta nueva fase pos-pandémica es tierra fértil para la maduración de los parámetros fundamentales de la sociedad post-capitalista, con avances profundos en la “desmercantilización” de algunas áreas de la vida social como la salud, por ejemplo.

En el contexto actual, signado por la presencia agobiante de la pandemia, la agenda gubernamental de un gobierno protosocialista - vale decir, de uno que se proponga iniciar y concluir una transición hacia el socialismo realizando las labores previas para garantizar el éxito de tal empresa - debería avanzar desde la atención médico-hospitalaria hasta la producción de medicamentos, que deberá estar a cargo de una empresa pública que los producirá al margen del cálculo de beneficio que hacen las grandes corporaciones de la industria farmacéutica. Por supuesto, el proyecto protosocialista deberá simultáneamente avanzar en la creación de las condiciones objetivas y subjetivas que tornen viable aquel tránsito, tema sobre el cual la dramática experiencia del gobierno de Salvador Allende en Chile tiene mucho que enseñar. Al igual que la salud, la seguridad social deberá ser otra de las áreas prioritarias a desmercantilizar (acabando con los fraudulentos sistemas de “capitalización individual”, como se comprueba en el escandaloso caso chileno). Esto no sólo en defensa de los trabajadores y sus ahorros, sino para cortar de raíz uno de los manantiales favoritos del capital para sus operaciones en el casino financiero mundial. La estatización de las industrias estratégicas y la recuperación de la soberanía sobre los bienes comunes/recursos naturales es otro de los ítems en la agenda del protosocialismo, comenzando por el agua (privatizada en innumerables países) y siguiendo por los minerales, el petróleo, el gas, los alimentos, la biodiversidad y sus códigos genéticos y, por supuesto, los servicios públicos como la electricidad, el gas, el transporte, la telefonía, la internet, etcétera, componentes irreemplazables de la vida cotidiana.

Párrafo aparte merecerá la política de desmercantilización y des-oligopolización de los medios de comunicación, cuyo altísimo grado de concentración es contradictorio con la mera existencia de una democracia. Tampoco podrían estar ausentes en esta agenda de transformaciones la fijación de fuertes controles a la especulación financiera, el combate contra los “paraísos fiscales”, en realidad guaridas de malhechores y de los tahúres del sistema financiero internacional. Esa será una prioridad en la construcción del protosocialismo. Como se desprende de la enumeración de estas tareas, la articulación internacional de las luchas y la construcción de un robusto frente anticapitalista y antiimperialista son prerrequisitos inescapables para salir por izquierda de la crisis en la cual nos hallamos inmersos.

Dicho lo anterior, esbozado a grandes trazos, digamos que sería un error pensar que hay un único modelo para la construcción del pos-capitalismo o lo que hemos dado en llamar, por su carácter novedoso, el protosocialismo. A lo cual replicaríamos apelando a la atinada observación de Raymond Williams, hecha a mediados de los años ochenta del siglo pasado, cuando afirmaba la posibilidad y sobre todo la necesidad de muchos socialismos, ninguno de los cuales debería ser “calco y copia” de algún otro, tal como lo advirtiera con singular clarividencia José C. Mariátegui. Y también recurriendo a una observación de Fidel cuando dijo que “uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo”1 1 Citado en “Esta revolución no la pueden destruir ellos, pero sí nuestros defectos y nuestras desigualdades”, Rebelión, 6 dic. 2005. Discurso pronunciado el 17 de noviembre de 2005 con ocasión del 60º aniversario de su ingreso a la Universidad La Habana. . De donde se desprende una observación. Deberemos hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los “doctores de la revolución”, esos que al compás marcado por el imperialismo norteamericano han enjuiciado con feroces críticas a la Revolución Cubana, al chavismo, y a cuanto gobierno progresista haya surgido en Latinoamérica y el Caribe en nombre de la “revolución químicamente pura” que jamás existió ni existirá, pero que en sus afiebradas alucinaciones creen que sea suficiente un acto de firme voluntad de la dirigencia política para que el castillo de naipes que supuestamente es el capitalismo se venga abajo sin remedio. En 1920 Lenin tuvo que salir al cruce de esas formulaciones - objetivamente reaccionarias - en un texto clásico, de indispensable lectura en el día de hoy: La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo2 2 Ver la nueva edición publicada en país vasco por la editorial Txalaparta (Tafalla: 2020), con un estudio introductorio del autor de estas líneas. .

La problemática de la organización y el “asociativismo digital”

Como decíamos más arriba, la propuesta del protosocialismo tiene necesidad de satisfacer múltiples condiciones subjetivas. En otras palabras, identificar a los potenciales protagonistas de estas batallas y construir a los sujetos políticos que requiere un proyecto refundacional de esta naturaleza. En relación a este tema, es oportuno recordar que tanto el tamaño como la fisonomía actual de la clase obrera dista mucho de ser la que conocieran los clásicos del marxismo. Hoy el fenómeno de la subsunción formal y real de una inmensa masa de trabajadores en todo el mundo alcanza dimensiones colosales, en la medida en que un flujo constante de millones de personas debe sobrevivir vendiendo su fuerza de trabajo a los capitalistas para realizar diversos tipos de tareas. Es por eso que Giovanni Arrighi (2000, p. 4)ARRIGHI, Giovanni. Siglo xx: siglo marxista, siglo americano: la formación y la transformación del movimiento obrero mundial. New Left Review, ene.-feb. 2000. escribió que para hablar hoy del proletariado no se supone que los trabajadores deban estar empleados en determinadas ocupaciones (“obrero de fábrica”, por ejemplo) para ser calificados como miembros del proletariado. Incluso expresiones como “proletariado industrial” deben entenderse que designan al segmento normalmente empleado por las empresas capitalistas en la producción y la distribución, sin tener en cuenta el tipo de trabajo realizado o la rama de actividad en la que opera la empresa.

La fragmentación del proletariado, el empequeñecimiento del sector vinculado a la industria y su reemplazo por la robotización vinieron de la mano con la extraordinaria expansión arriba referida y que refleja la mundialización del modo de producción capitalista. Tal como lo afirma Arrighi (2000)ARRIGHI, Giovanni. Siglo xx: siglo marxista, siglo americano: la formación y la transformación del movimiento obrero mundial. New Left Review, ene.-feb. 2000., es necesario someter a una minuciosa revisión el concepto de proletariado utilizado por la tradición clásica del marxismo. Digámoslo de una vez: esa concepción ya es insuficiente para dar cuenta de las repercusiones que los grandes desarrollos tecnológicos experimentados en los últimos quince o veinte años han tenido sobre el universo asalariado. Las radicales modificaciones sufridas por el proceso productivo y las modalidades de valorización del capital nos imponen la necesidad de repensar críticamente la naturaleza de la clase obrera y, por supuesto, las nuevas estructuras del capitalismo tardío (Boron, 2003BORON, Atílio. Estado, capitalismo y democracia en América Latina. Buenos Aires: CLACSO, 2003.). De la mano de esta gran transformación del universo popular hizo su aparición una gran cantidad de sujetos sociales concretos y específicos, y no sólo integrados directamente a los procesos económicos del capitalismo. Una parte importante de estos nuevos actores ha contribuido con sus demandas e iniciativas a socavar la estabilidad de la dominación burguesa, y su concurso habrá de ser importantísimo para viabilizar la puesta en marcha del protosocialismo.

La creciente complejidad de los capitalismos contemporáneos ha creado nuevas líneas de conflicto, que coexisten articuladamente con el antagonismo de clases. Y éste sigue siendo, tanto en los capitalismos centrales como en la periferia del sistema, la “falla geológica” fundamental de nuestras sociedades. En relación a esto, conviene recordar las palabras de Ralph Miliband (1985)MILIBAND, Ralph. El nuevo revisionismo en Gran Bretaña. Cuadernos Políticos, México, n. 44, jul.-dic. 1985. cuando, a propósito de esta problemática, escribió que:

de ninguna manera quiere esto decir que los movimientos de mujeres, negros, pacifistas, ecologistas, homosexuales y otros no sean importantes, o no puedan tener efecto, o que deban renunciar a su identidad. De ninguna manera. Sólo significa que el principal (pero no el único) sepulturero del capitalismo sigue siendo la clase obrera organizada. Esta es el necesario e indispensable “instrumento de cambio histórico”. Y si, como se dice constantemente, la clase obrera organizada se rehúsa a encargarse de la tarea, entonces la tarea no se hará [...], pero nada ha sucedido en el mundo del capitalismo avanzado y en el mundo de la clase trabajadora que autorice a sostener tal visión del futuro. (Miliband, 1985MILIBAND, Ralph. El nuevo revisionismo en Gran Bretaña. Cuadernos Políticos, México, n. 44, jul.-dic. 1985., p. 26)

Ahora bien, para que el proyecto de transformación pueda comenzar a andar se requiere satisfacer cuatro requisitos, que apenas si enunciaremos aquí. En primer lugar, la movilización de los múltiples y variados sujetos sociales, venciendo la prédica de la “antipolítica” que el neoliberalismo ha cultivado con mucho éxito durante tanto tiempo y que los ha conducido al individualismo, el quietismo y la resignación. En otras palabras, a la renuncia de toda estrategia de acción colectiva para superar las condiciones que los oprimen y explotan. Se trata de contrarrestar un sentido común mediante el cual se propaga la idea de que la política es irremediablemente corrupta, perversa y que lo mejor que puede hacer una sociedad es desentenderse de ella, no interesarse en obtener información sobre la vida pública ni participar en las elecciones. El resultado: el triunfo arrasador de la derecha que se apoya en la generalización de tales creencias y actitudes.

En segundo lugar, los sectores movilizados tendrán a su vez que organizarse. El impulso inicial hacia la protesta y el protagonismo se esfumará de la noche a la mañana si no va acompañado por la creación de distintos tipos de estructuras organizativas. No sólo las tradicionales, como partidos y sindicatos, sino también otros formatos desarrollados por los nuevos actores sociales de las luchas ecologistas, feministas y de género, organizaciones de derechos humanos, territoriales, de la juventud, etcétera. No existe un formato único, sino que será necesario admitir la variedad de modelos organizativos teniendo siempre en cuenta que lo importante es la unidad de acción en la lucha contra el capital.

Tercero, avanzar en la concientización, en la formación política de esas masas puestas en disponibilidad por la pinza traumática de la pandemia y la crisis económica. Este fue un terreno en donde las experiencias progresistas de inicios del siglo veintiuno demostraron no estar a la altura de las circunstancias. Se pensó, erróneamente, que bastaba con una activa política de combate a la pobreza, con sacar de la miseria a millones de personas para que éstas comprendieran cual era el origen de su desgraciada situación. El resultado fue, como lo recuerda a menudo Frei Betto, que en vez de crear ciudadanas y ciudadanos conscientes esos gobiernos crearon consumidores, y confiaron en que con eso sería suficiente. Tiempos después, esos sectores social y económicamente promovidos les dieron la espalda a las fuerzas políticas que los habían beneficiado y votaron por sus enemigos, caso de Jair Bolsonaro en Brasil, o no se movilizaron para defender a los gobiernos que los habían rescatado de la pobreza, sea con sus votos, como en Uruguay, o con su pasividad ante el golpe, como en Bolivia.

Cuarto y último, estas tareas requieren de una articulación internacional porque el capitalismo es un sistema global y su “estado mayor”, reunido periódicamente en Davos, despliega una estrategia global de lucha contras las clases explotadas. Por eso, la política que se deberá implementar en la construcción del protosocialismo tiene un necesario componente internacionalista. Será preciso coordinar las batallas contra un actor altamente unificado como la “burguesía imperial”, presente en las más diversas latitudes, y que cuenta con un impresionante poderío económico, político, y mediático que no puede ser enfrentado aisladamente a escala solamente nacional.

De ahí la importancia del “asociativismo digital”, o sea, la potenciación de las estrategias y tácticas de acción colectiva apelando a las nuevas tecnologías de información y comunicación. Estas fueron desarrolladas pensando en su utilización financiera y militar pero la pandemia las ha “socializado” en una extensión inimaginable hace apenas unos pocos meses. Grandes sectores de las clases y capas populares se han familiarizado con las potencialidades de los smartphones e infinidad de organizaciones apelan a plataformas como el Zoom, Jitsi, Streamyard, Meet y otras por el estilo para reunirse, intercambiar informaciones y acordar planes de acción. Gracias a estas tecnologías, lo que antes requería costosos y trabajosos desplazamientos a lo largo de dilatados espacios geográficos para que los líderes y militantes sociales se encontraran y elaborasen sus planes de acción hoy se puede lograr en tiempo real, a un costo mínimo y facilitando nuestros esfuerzos para coordinar la ofensiva contra el capital en el plano local, nacional e internacional. Esta es una nueva arma que los teóricos y los estrategas del imperio siempre trataron de que no cayera en nuestras manos. Y la podemos utilizar durante el confinamiento y también, con gran provecho, después del confinamiento para llevar a cabo las acciones colectivas imprescindibles para las tareas de reconstrucción integral de nuestras sociedades. Cuando se pueda salir a la calle, estas tecnologías serán aún de extrema utilidad para mejorar la organización de las actividades de los sujetos portadores del embrión de la nueva sociedad. ¿Podría hablarse de sujetos revolucionarios? No hay que jugar con expresiones como esa. Tal vez es un tanto apresurado, pero sin dudas serán sujetos que deberán acometer la empresa histórica de comenzar a dar los primeros pasos en el desmontaje de la economía capitalista. Si eso termina o no en una revolución el tiempo lo dirá. La intención es esa, pero los resultados nunca están garantizados de antemano.

¿Y si el capitalismo se reinventa?

Ante la perspectiva de un “comunismo reinventado” o de cualquier otro proyecto anticapitalista, Byung-Chul Han, el filósofo sur-coreano/alemán saltó al ruedo para sentenciar que “tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza”. Es una afirmación temeraria de este académico que lleva unos treinta y cinco años enseñando en Berlín y que parece poco conectado con lo que ocurre en el resto del mundo. Además, no ofrece evidencia alguna que sustente esa afirmación. En realidad, si algo se dibuja en el horizonte es la desilusión de crecientes segmentos de la opinión pública con el capitalismo, algo que los grandes periódicos del sistema, desde el New York Times hasta el Wall Street Journal y el Financial Times, no dejan de constatar en sus páginas. Tómese nota de la opinión del economista Lawrence Summers, ex Secretario del Tesoro (1999-2001) durante la Administración Clinton, que ya en enero del 2012 daba la voz de alarma y se preguntaba en su blog “Why isn’t capitalism working?”. Su respuesta es la siguiente:

tradicionalmente los estadounidenses han sido los más entusiastas campeones del capitalismo. Sin embargo, una encuesta reciente de opinión encontró que apenas un 50 por ciento de la gente tiene una valoración positiva del capitalismo mientras que 40 por ciento no lo tiene. La desilusión es particularmente fuerte entre la gente joven de 18-29 años, los afroamericanos, los hispanos, y entre aquellos cuyos ingresos son menores a los $30,000 por año e identificados con los Demócratas.

El generalizado reclamo que se percibe en las generaciones más jóvenes, súbitamente despabiladas del sopor al que fueran inducidas por los medios de “confusión” de masas, a favor de una mucho más activa intervención del estado para controlar los efectos desquiciantes de los mercados en la salud, el medio ambiente, la justicia social y los derechos de las minorías, no parece alinearse demasiado con las previsiones del académico surcoreano. La provisión de servicios básicos de salud, vivienda, seguridad social, transporte, etcétera y la imperiosa necesidad de poner fin al escándalo de la hiperconcentración de la mitad de toda la riqueza del planeta en manos del 1 por ciento más rico de la población mundial remiten mucho más al protosocialismo arriba mencionado que al necrocapitalismo de nuestros días. Es que, a resultas de las dolorosas enseñanzas de la pandemia, las poblaciones “concientizadas” y politizadas por el flagelo están más propensas a recurrir a soluciones solidarias, colectivas, inclusive “socialistas” (como las que por necesidad se tuvieron que adoptar durante los interminables meses de lucha contra el covid-19) que a confiar en el desenfreno individualista y privatista propio del neoliberalismo y que condujo a la trágica situación actual y que, según Judith Butler, “ha revitalizado el imaginario socialista en Estados Unidos” (Butler, 2020BUTLER, Judith. El capitalismo tiene sus límites. In: VV.AA. Sopa de Wuhan: Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020., p. 65).

Este descrédito de la cosmovisión no sólo neoliberal sino capitalista, con su desaforada exaltación del individualismo y el darwinismo social de mercado, es a su vez alimentado por la adopción de nuevos hábitos impuestos por los gobiernos para combatir la pandemia: la cuarentena, el aislamiento preventivo y la distancia social que establece límites estrictos al contacto de los cuerpos. Estas disposiciones emanadas de los estudios epidemiológicos son objeto de crítica cada vez más vociferante por parte del empresariado y los políticos de derecha que exigen que “la gente vuelva al trabajo” y que “no se puede interrumpir la vida económica por tanto tiempo”. Puestos a elegir, estos personajes no dudarán un instante en preferir salvar sus empresas y preservar sus ganancias aún a costa de condenar a muerte a decenas de miles de personas en cada país. Al momento de poner fin a estas líneas, el 8 de Octubre del 2020, 217.817 personas murieron en Estados Unidos por el covid-19 y 149.034 en Brasil, pese a lo cual prosiguen con fuerza en sus políticas de “abrir la economía” y “normalizar la vida social”, algo que difícilmente podrá ser logrado, sobre todo si se piensa que “normalizar” quiere decir volver exactamente al modo de vida y de sociabilidad existentes antes del estallido de la pandemia. Podría resquebrajarse para siempre la rutina social que hacía que cada día la gente concurriese con ovejuna mansedumbre a su lugar de trabajo (fábrica, oficina, comercio, banco, etcétera) y aceptase como algo natural, indiscutible, el autoritarismo de la disciplina laboral, la explotación, el desgaste físico del viaje desde su hogar hasta su lugar de trabajo, respirar un aire cada vez más contaminado, asimilar el bombardeo constante del consumismo, endeudarse para adquirir lo que muchas veces ni siquiera necesita y ser manipulado con las modernas técnicas del neuromarketing por los grandes poderes económicos y sus mercenarios mediáticos.

Para resumir, las previsiones conservadoras de Byung-Chul Han no tienen más asidero que su firme adhesión ideológica al capitalismo como sistema. La salida de esta crisis tendrá como uno de sus signos distintivos la bancarrota de la irracional -“quimérica”, según el New York Times - confianza en la “magia de los mercados”, en las virtudes de las privatizaciones y desregulaciones, y en la presunta capacidad de las fuerzas del mercado para asignar justa y racionalmente las recompensas y las sanciones a clases y grupos sociales. Es a causa de ello que los tecnócratas y asesores del Foro Económico Mundial de Davos hablan de que “el gran reinicio” del capitalismo, o “el capitalismo recargado”, estará caracterizado por la fuerte presencia de un estado que asume la rectoría del proceso de acumulación capitalista en reemplazo de los mercados. Es más, hablan de un “State led capitalism” pautado según el modelo fuertemente estatista de los “tigres del sudeste asiático”, pero con un novedoso énfasis en el cuidado del medio ambiente (amenaza a la continuidad del predominio del capital), recelo en relación a los combustibles fósiles y el “fracking” y una decidida corrección de las “fallas del mercado” que produjeron una exorbitante concentración del ingreso en el 1% más rico de la población mundial (aunque no hubo “falla” alguna sino el funcionamiento normal de los mercados). El diagnóstico que realizan Klaus Schwab, Director Ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos, y Thierry Malleret es que el pronunciado bajó económico que ya ha comenzado podría culminar en una depresión peor aún que la de los años treinta y que “el reinicio” del capitalismo no será un retorno al pasado que afectará “todos los aspectos de nuestras sociedades y economías, desde la educación a los contratos sociales y las condiciones de trabajo”3 3 Disponible en: https://es.weforum.org/agenda/2020/07/el-legado-de-la-covid-19-asi-debemos-enfrentarnos-al-gran-reinicio/. Aceso en: 8 oct. 2020. . Tres grandes tareas se imponen según este diagnóstico: primero, hacer que los mercados produzcan resultados más justos y equitativos (cambios en los impuestos a la riqueza, abandonar los combustibles fósiles, nuevas reglas en materia de propiedad intelectual, comercio y competencia). Segundo, crear mejores condiciones para el avance de la igualdad y sustentabilidad. Tercero, avanzar a fondo en la Cuarta Revolución Industrial y su aplicación en campos como la ingeniería genética y la biotecnología, la tecnología del 5G, la Inteligencia Artificial y temas afines.

Final: una exhortación para desarmar el rompecabezas del capitalismo

Estamos pisando los umbrales de una nueva era. Como decía José Martí, “es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”. En este tiempo que se aproxima velozmente será preciso llevar a cabo una profunda revisión del paradigma de las políticas públicas, comenzando por la sanidad e inmediatamente después por la seguridad social como preludio necesario a la batalla decisiva: avanzar en la desmercantilización de todo lo que el neoliberalismo convirtió en mercancías y poner bajo control al capital financiero y su red global que asfixia a la economía mundial, provocando recesiones, aumentando el desempleo y disparando a niveles extravagantes la desigualdad económica. Un capital financiero ultra-parasitario que financia y protege a las mafias de “guante blanco” y que, con la complacencia o complicidad de los gobiernos de los capitalismos centrales y las instituciones económicas internacionales, crea las “guaridas fiscales” que facilitan el ocultamiento de sus delitos y la evasión tributaria que empobrece a los estados, debilita a sus gobiernos y los priva de los recursos indispensables para garantizar una vida digna a sus poblaciones.

Va de suyo que para llegar a la reconstrucción de ese nuevo orden social primero habrá que derrotar a la pandemia. El problema es que, en Latinoamérica y el Caribe, hay la persistencia de una estructura tributaria tremendamente regresiva, digna heredera de la colonia, merced a la cual los más pobres contribuyen con sus impuestos mucho más que los más ricos al sostenimiento del erario público. Esta inequidad estructural se potencia por problemas como la evasión y la elusión fiscales o la corrupción administrativa y por eso los gobiernos de la región carecen de los recursos financieros que necesitan para hacer frente a tan inédito desafío.

De ahí que se engañen quienes piensan que la lucha contra la pandemia podrá librarse con los recursos financieros ordinarios del estado. Contrariamente a un dogma fuertemente defendido por los economistas neoliberales, será necesario lograr un enorme aumento del gasto público. Ese gasto acrecentado será necesario para hacer frente al pago del personal que garantiza la atención médica y la adquisición masiva de insumos y medicamentos, sino también para remunerar a los agentes de la seguridad pública que controlan el cumplimiento de la cuarentena o las medidas de aislamiento social y los demás gastos de adquisición de bienes esenciales y toda la logística de la distribución de alimentos y medicamentos. Pero, además, grandes sumas de dinero serán necesarias para asistir aunque sea parcialmente a las clases y capas populares más explotadas y estigmatizadas, las que habitan en “villas”, “favelas” o asentamientos irregulares, y viven al día con lo que obtienen de “changas” o trabajando informalmente sin registro y beneficios sociales. Si la mano del estado no llega a auxiliarlos, esa gente va a ser carne de cañón del virus asesino y también del hambre, y hay que extremar todos los recursos para salvar esas vidas.

Sin recursos financieros, ¿qué pueden hacer los gobiernos? ¿Cruzarse de brazos y ver como el coronavirus arrasa los barrios y asentamientos populares? Tal cosa no sólo sería un crimen imperdonable, sino que, además, tendría un negativo impacto económico a futuro, algo que se les escapa a los charlatanes que noche a noche en la televisión, inspirados por Donald Trump y Jair Bolsonaro, urgen poner fin ya a la cuarentena y que la gente “vuelva al trabajo”. Afortunadamente esa opción, al menos en su formulación radical, no figura entre las opciones que maneja Alberto Fernández. Por eso, la iniciativa de un impuesto a la riqueza es absolutamente razonable, imprescindible e impostergable para hacer frente a gastos extraordinarios durante los próximos meses cuando, al mismo tiempo, la recaudación fiscal ha caído en picada.

La necesidad de una reforma tributaria integral que afecte no sólo la fortuna de las personas sino también de las más grandes empresas se torna impostergable. Dos de los más acaudalados multimillonarios de Estados Unidos, Bill Gates y Warren Buffett, vienen diciendo hace tiempo que ellos deberían pagar más impuestos que los que les exige la legislación de ese país. A Gates y Buffett se sumaron recientemente Jerry Greenfield, confundador de los helados Ben and Jerry, Abigail Disney, heredera del imperio Disney, y Stephen Tindall, el segundo hombre más rico de Nueva Zelanda. Nunca escuchamos nada ni remotamente parecido entre los avaros y sórdidos multimillonarios argentinos o latinoamericanos, pese a que en nuestros países la inequidad y regresividad tributarias son aún mayores que las que existen en Estados Unidos o Europa.

La propuesta que hoy está en el Congreso argentino será un impuesto que alcanzará a una ínfima parte de la población económicamente activa, pero que es dueña de inmensas fortunas y que en circunstancias excepcionales como las actuales no puede estar exenta de tributación. Para ni hablar de los gigantescos patrimonios de sus empresas. No sólo para financiar la lucha contra la pandemia, que no puede ser efectiva sin el equipamiento necesario; también para lo que se va a necesitar una vez que aquella sea un doloroso recuerdo y se deba poner en marcha a la economía. En ese momento, el estado no sólo va a tener que continuar asistiendo a los más débiles que viven de lo que ganan día a día (técnicamente: sostener la demanda agregada), sino que habrá que contar con mucho dinero para que muchísimas pequeñas y medianas empresas puedan reiniciar sus actividades. Esto exigirá un esfuerzo a dos puntas: por el lado de la demanda, facilitar que los más pobres puedan adquirir los bienes necesarios para su subsistencia; por el lado de la oferta, incentivar los negocios auxiliando, aunque sea transitoriamente, a las pymes para que vuelvan a producir y trabajar. Y ofreciendo los bienes y servicios que la sociedad demandará con creces luego de un largo período de virtual congelamiento de la economía.

Cierro estas notas con una cita de Dante Alighieri que se adapta muy bien a la situación actual. En La Divina Comedia, describe el gran portal que daba paso al Infierno en donde estaba esculpida la siguiente inscripción: “Abandónese aquí todo recelo. Mátese aquí cualquier vileza”. Un sabio consejo para los multimillonarios que, en los países latinoamericanos, están infectados por el virus del recelo y la vileza y que pugnan por negarle al estado los recursos necesarios para preservar las vidas de millones de compatriotas en riesgo.

  • 1
    Citado en “Esta revolución no la pueden destruir ellos, pero sí nuestros defectos y nuestras desigualdades”, Rebelión, 6 dic. 2005. Discurso pronunciado el 17 de noviembre de 2005 con ocasión del 60º aniversario de su ingreso a la Universidad La Habana.
  • 2
    Ver la nueva edición publicada en país vasco por la editorial Txalaparta (Tafalla: 2020), con un estudio introductorio del autor de estas líneas.
  • 3

Referencias

  • ARRIGHI, Giovanni. Siglo xx: siglo marxista, siglo americano: la formación y la transformación del movimiento obrero mundial. New Left Review, ene.-feb. 2000.
  • BORON, Atílio. Estado, capitalismo y democracia en América Latina Buenos Aires: CLACSO, 2003.
  • BUTLER, Judith. El capitalismo tiene sus límites. In: VV.AA. Sopa de Wuhan: Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias. ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), 2020.
  • MÉSZÁROS, István.Beyond Capital Towards a theory of transition. Nova York: Monthly Review Press, 1995.
  • MILIBAND, Ralph. El nuevo revisionismo en Gran Bretaña. Cuadernos Políticos, México, n. 44, jul.-dic. 1985.

Datas de Publicação

  • Publicação nesta coleção
    22 Fev 2021
  • Data do Fascículo
    Jan-Apr 2021

Histórico

  • Recebido
    19 Out 2020
  • Aceito
    05 Nov 2020
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