Resumen:
En la Poética (21 1457b6 s.), Aristóteles define la metáfora como la transferencia (epiphora) de un nombre de un dominio extraño (allotrios) a otro. Si, como en la doctrina clásica de los tropos, vemos en ella un término figurado, que sustituye al término propio, la metáfora reviste un valor puramente ornamental y el discurso podría en principio prescindir de ella. La metáfora moderna, en cambio, tiene la ambición de ofrecer una redescripción del mundo, es una metáfora viva (Paul Ricœur), y por tanto cognitiva. La cuestión es saber en qué medida esa concepción cognitiva de la metáfora puede apoyarse en el análisis de Aristóteles, como Ricœur lo hace. La respuesta es sí, pero no, dado que la cognición de la cuál Aristóteles habla con relación a la metáfora es una cognición de tipo especial, una “cuasi-cognición”.
Palabras claves:
Metáfora; analogía; similitud; cognición; cuasi-cognición; comprensión; trope; retorica; entimema; placer; Ricœur; Dumarsais
Abstract:
In the Poetics (21 1457b6 f.), Aristotle, defines metaphor as the transfer (epiphora) of a term from a given, foreign (allotrios) domain to another one. If, as does the classical doctrine of tropes, we consider that it substitutes the ‘proper’ term, the metaphor has a purely ornamental value and we can do without it. Modern theories insist, on the contrary, on the cognitive value of the metaphor: because it offers a re-description of the world, the metaphor is “alive” (Paul Ricœur). The question is to what extent this cognitive conception of metaphor, in spite of its classical reception, is already at work in Aristotle’s differentiated analysis of the phenomenon, as Ricœur claims. The answer is ‘yes but rather no’. This is because the cognition Aristotle talks about in relation to metaphor is of a special type, a “quasi-cognition”.
Keywords:
metaphor; analogy; similitude; cognition quasi-cognition; understanding; trope; rhetoric; enthymeme; pleasure; Ricœur; Dumarsais
La1 1 La idea de procurar una versión española revisada de mi contribución “Substitution et connaissance : pour une interprétation unitaire (ou presque) de la théorie aristotélicienne de la métaphore” (Laks, 1994) viene de Carmen Trueba (Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México), quien quería incluirla en un volumen sobre la Retórica de Aristóteles que desgraciadamente no pudo finalmente realizarse. La traducción de dicha versión se debe a Eréndira Cruz Galicia (Ciudad de México); el texto final se benefició de las revisiones de Carmen Trueba y Mariana Gardella (Universidad Nacional Autónoma de México). A todas les agradezco mucho por su interés y ayuda. teoría de la metáfora, cuya historia comienza con Aristóteles, puede ser objeto de dos análisis simétricos. En Po. 21 1457b6 s., Aristóteles define la metáfora como la transferencia (epiphora) de un nombre de un dominio extraño (allotrios) a otro.2 2 “La metáfora es la transferencia de un nombre extraño de género a especie, de especie a género, de especie a especie, o por analogía”. Agradezco a Pierre Destrée y Carolina Sánchez para enseñarme su traducción de la Poética (en preparación) que cito o modifico según el caso. Si, como en la doctrina clásica de los tropos, vemos en ella un término figurado, que sustituye al término propio, la metáfora reviste un valor puramente ornamental y el discurso podría en principio prescindir de ella.3 3 Para la interpretación post-aristotélica de la metáfora como ornamento, véase Doreen, 2003. Para el análisis en términos de sustitución en la tradición moderna, cf., por ejemplo, Dumarsais (1967), primera parte, Artículo 6 (“Sentido propio, sentido figurado”), p. 26 s. y segunda parte, 10 (“La metáfora”), p. 155 s. Puesto que ocupa el lugar de otro término, no comunica lo que la palabra reemplazada no comunicaría y, para ser exactos, en tanto que fenómeno simplemente léxico, el ornamento metafórico no comunica nada. 4 4 Cf. Ricœur 2001, p. 32: “es la idea de sustitución la que se presenta más cargada de consecuencias; en efecto, si, efectivamente, el término metafórico es un término sustituido, la información proporcionada por la metáfora es nula, pudiendo reponerse el término ausente, si existe”. La metáfora moderna, en cambio, se niega a ser sólo un simple “giro”, una cierta forma de decir lo que también podría decirse de otro modo. Lejos de provocar la perturbación momentánea de un orden (el del mundo y el lenguaje) que no permanecerá afectado por ella, la metáfora tiene ahora la ambición de ofrecer una redescripción del mundo.5 5 Cf. Ricœur 2001, p. 3: “Una observación de Aristóteles […] parece autorizar la audacia de nuestra hipótesis más radical […] ¿No nos hallamos aquí en el plano del descubrimiento, de esa heurística de la que decíamos que no viola un orden más que para crear otro, que no destruye sino para redescribir?” Ricœur toma prestado el término de “redescripción” (cf. p. 35) de M. B. Hesse (1965, p. 317). A este respecto, modifica y aumenta el conocimiento que tenemos de él y, por lo tanto, posee el “valor cognitivo” que le hace falta a su antecesora. Esta segunda orientación, que va de la mano con una crítica de las concepciones racionalistas del lenguaje y se origina en el romanticismo, explica el título programático del famoso libro de P. Ricœur (2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975)), La metáfora viva. La metáfora es “viva” porque es cognitiva.
La cuestión es saber en qué medida la tradición tropológica clásica se remonta a Aristóteles mismo. Aristóteles nunca define la metáfora como ornamento. La nomenclatura de la Poética incluso distingue la metáfora del epíteto ornamental (kosmos),6 6 “Todo nombre es, o bien un nombre corriente, o bien uno raro, una metáfora, un epíteto [kosmos = ornamento, AL, cf. la nota siguiente], un neologismo, una forma alargada, recortada o adaptada.” (Po. 21 1457b1-3). aunque Aristóteles no analice esta última noción.7 7 Los elementos de los que disponemos para reconstruir lo que Aristóteles entendía por kosmos los reúnen y discuten Dupont-Roc & Lallot, 1980, p. 342, quienes acertadamente relacionan el kosmos con el epíteto. No obstante, la metáfora es para él un nombre que toma el lugar de otro. Aunque este último no sea en la Poética el “nombre propio” de la doctrina clásica (pues el kurion onoma es el término en uso, por oposición a la glōtta, el préstamo dialectal),8 8 “Llamo usual al que usan todos en un lugar determinado, y palabra extraña, a la que usan otros; de suerte que, evidentemente, un mismo nombre puede ser palabra extraña y usual, mas no para los mismos; sigunon, en efecto, es usual para los chipriotas, y para nosotros palabra extraña” (Po. 21 1457b3-6). es difícil negar que la estructura que conducirá a la distinción entre nombre propio y metáfora tenga ya lugar cuando la metáfora se define como “transferencia” de un nombre a otro (citado supra, n. 2 2 “La metáfora es la transferencia de un nombre extraño de género a especie, de especie a género, de especie a especie, o por analogía”. Agradezco a Pierre Destrée y Carolina Sánchez para enseñarme su traducción de la Poética (en preparación) que cito o modifico según el caso. ). Por lo demás, Aristóteles, en la Retórica, asocia el nombre “apropiado” (to oikeion) con el “usual” (to kurion) y distingue ambos de la metáfora9 9 “La palabra usual, la apropiada y las metáforas son las únicas [palabras] adecuadas para la expresión en prosa”, Ret. 3.2, 1404b31-33. Cito la Retórica en la traducción de Alberto Bernabé (1998) con modificaciones puntuales. . Es cierto que la metáfora, que al principio se definió como un nombre simple, puede interpretarse como una actividad: la metáfora es tanto un proceso (a saber, transferencia/epiphora), como su resultado. P. Ricœur pudo jugar con este dinamismo de la epiphora para esbozar una teoría de la metáfora-enunciado, dinámica y creadora, contra las tendencias, por lo demás inherentes al enfoque aristotélico, que coinciden en una concepción sustitutiva y estática de la metáfora-lexema.10 10 El tema del dinamismo de la metáfora como epiphora es omnipresente en Ricœur, 2001 (por ej., p. 36, 398, 415, cf. p. 19, a propósito de la retórica en general). Cf. en ese mismo sentido Tamba-Mecz & Veyne, 1979, p. 84 y Petit, 1988, p. 59, 64. Kirby, 1997, p. 592, habla de “the Aristotelian semiotic approach” as “actually anticipat[ing] the new cognitive model” (in this case represented by Lakoff). Tal interpretación, que enfatiza las virtudes heurísticas e inventivas de la metáfora, puede apoyarse en el famoso pasaje de la Poética, según el que “hacer buenas metáforas es percibir lo similar” (Po. 22 1459a7 s.). Por lo tanto, uno podría verse tentado a enfrentar la teoría de Aristóteles a sí misma, o lo que es lo mismo, a distinguir en ella lo vivo (moderno) de lo muerto (clásico).11 11 Por diferentes que sean los puntos de vista, es interesante notar que el análisis de Ricœur se relaciona de cierta manera con el de G. E. R. Lloyd (1987) quién analiza la tensión que existe en la obra de Aristóteles entre la condena teórica de la metáfora en un contexto científico (cf. APo. 2.13 97b37-39; Mete. 2.3 357a26-28), y la práctica efectiva a la que este recurre abundantemente (p. 183 s.). Deliberadamente dejé de lado esta dimensión del uso de la metáfora en la obra científica de Aristóteles.
¿Tendrá fundamento esta dicotomía? Aquí quisiera sugerir que la oposición entre los valores sustitutivo y cognitivo de la metáfora no es lo suficientemente fina para dar cuenta de los datos aristotélicos, porque el reconocimiento por parte de Aristóteles de las potencialidades cognitivas de la metáfora tiene su fundamento, paradójicamente, en su concepción de la metáfora como proceso substitutivo.
I. Metáfora y similitud
Comenzaré con una observación sobre la metáfora poética (cómica, en este caso), cuya inserción en un tratado científico permite plantear netamente el problema de la relación entre metáfora y conocimiento. En Generación de los animales 5.4, Aristóteles explica el blanqueamiento del cabello como una deficiencia de calor característica de la vejez. La explicación meteorológica de la formación de la escarcha le sirve de paradigma. Cuando la exhalación seca (atmis) se enfría y se encuentra con una masa abundante de humedad, se produce una putrefacción (sēpsis) y un enmohecimiento (eurōs), llamado “escarcha” (pachnē). Lo mismo sucede con el cuerpo humano: cuando está demasiado frío, ya no realiza la cocción (pepsis) del alimento, cuya distribución en las diferentes partes del cuerpo concibe Aristóteles como una exhalación (atmis). La putrefacción (sēpsis) afecta entonces las partes que, como el cabello, son ricas en líquido. El enmohecimiento (eurōs) recibe aquí el nombre específico de “blanqueamiento” (polia, GA 5.4 784b8-23).
Aristóteles encuentra en esta explicación fisiológica la justificación de la legitimidad de la metáfora, usada por los poetas cómicos, según la que las canas serían el “enmohecimiento” y la “escarcha” de la vejez. Dada la identidad genérica entre el blanqueamiento capilar y la escarcha (ambos son exhalaciones) y la identidad específica entre el blanqueamiento capilar y el enmohecimiento (ambos son putrefacciones), los poetas cómicos producen una “buena metáfora” al sustituir “blanqueamiento” por el término “escarcha” (en la expresión “la escarcha de la vejez”) o “enmohecimiento” (en la expresión “el enmohecimiento de la vejez”).12 12 GA 5.4 784b19-24. Ambas sustituciones están basadas en la analogía: (Escarcha (o enmohecimiento) / Metabolismo atmosférico) = (blanqueamiento / vejez). La sustitución de escarcha por “blanqueamiento” es una metáfora de especie a especie; aquella de “enmohecimiento” por “blanqueamiento” es una metáfora de género a especie. Por “buena”, Aristóteles quiere decir fundada en la naturaleza de las cosas.
Podríamos preguntarnos cuál sería la acogida que le habrían dado los poetas cómicos a la observación de Aristóteles, que sugiere que ellos, creyendo que bromean, ignoran cuánta razón tienen.13 13 Aristóteles sabe bien que la metáfora cómica debe hacer reír, cf. Rh. 3.3 1406b5-7. Pero lo interesante es lo que se puede decir, en este caso, del valor cognitivo de la metáfora. En cuanto la metáfora tiene su base en un conocimiento que garantiza su legitimidad, no tiene valor cognitivo por sí misma. A lo sumo, se podía decir que, en la pluma de los poetas (cómicos), anticipa, de manera genial, un conocimiento que le compete establecer al biólogo: la metáfora poética precedió históricamente a la explicación aristotélica, que a posteriori le garantiza un fundamento. Pero incluso en este caso, ello no impediría que la metáfora obtenga su valor cognitivo únicamente de la ausencia, contingente a fin de cuentas, del conocimiento efectivo del mecanismo de la exhalación. Si insistimos en hablar del valor cognitivo de la metáfora, debe ser en un sentido derivado, que hasta se podría caracterizar como metafórico. En efecto, a falta de tal conocimiento, la metáfora corre el riesgo de no ser más que poética, y por tanto vacía, como lo testifica el ejemplo de Empédocles, criticado en Meteorológicos por haber hecho del mar el sudor de la tierra (2.3 357a24-28 = DK31 B55 = LM22 D147a).
La dependencia de la operación metafórica con respecto a un conocimiento previo se compagina bien con el análisis de la metáfora como el “desplazamiento” de un término (un significante) de un significado a otro, puesto que la transferencia del significante parece ser un fenómeno secundario. ¿Acaso no debemos conocer ya cierta relación, ya sea de naturaleza causal o clasificatoria, para estar en condiciones de efectuar la transferencia de nombres? La fórmula de la Poética relativa a la percepción de lo similar (Po. 22 1459a7 s.; cf. supra) no contradice esta interpretación. Ricœur la lee como la transgresión, por parte de Aristóteles, de su propia teoría: la metáfora, al dejar de ser parasitaria respecto al orden previo de las especies y los géneros, se volvería “constitutiva” de este mismo orden.14 14 Con respecto a la prioridad de la metáfora sobre el orden conceptual, Ricœur, 2001 remite (p. 35, cf. p. 265) a Gadamer, 1973, p. 71 y 406 s. Pero, ¿no es esto explotar indebidamente la fórmula? Nada sugiere que Aristóteles, en el pasaje de la Poética, busque identificar totalmente el momento de la percepción de la similitud con el proceso metafórico mismo. Simplemente, para establecer que la producción de la metáfora es el signo de un “don natural” (euphyia), se focaliza en el momento extra léxico que es previo a la transferencia metafórica.15 15 Cf. Lloyd, 1987, p. 186, con la n. 50; cf. también Petit, 1988, p. 59 (“la operación metafórica está fundada en la visión de lo similar”; las cursivas son mías). En otros términos, podría decirse que eu metapherein indica ante todo la capacidad de hacer buenas metáforas.
Otras declaraciones de Aristóteles apoyan la idea de que la metáfora supone la percepción de similitudes, de las que ella sería la prolongación léxica. En el libro 2 de la Retórica, Aristóteles señala que hacer fábulas será facilitado por la filosofía porque las fábulas están basadas, al igual que las parábolas socráticas, en la percepción de las similitudes.16 16 Rh. 2.20 1394a4-6: “es muy fácil aplicar fábulas, pues solo se requiere, como en las parábolas, que se pueda advertir la semejanza, y esta es de las cosas que se logran a partir de la filosofía.” Con respecto a las parábolas socráticas, cf. 1393b3-8. Aunque Aristóteles se preocupa por distinguir al técnico del teórico en retórica,17 17 Véase el principio de 3.10 (con respecto a las “expresiones refinadas” [cf. infra, n. 49] y otros enunciados aplaudidos): “crearlas es cosa del talento y de la práctica, pero mostrar en qué consisten lo es de nuestra investigación.” (1410b6-8). esto parece implicar que, en la medida en que seamos mejores filósofos, no sólo seremos mejores “metaforólogos” (i.e. analistas de metáforas), sino también mejores creadores de metáforas. Otro pasaje de la Retórica da testimonio de esta prioridad de la filosofía, detectora de similitudes, y en este sentido, la base última del conocimiento sobre el uso la metáfora, que puede ser cognitiva sólo en un sentido derivado, al ser primariamente un fenómeno léxico. En efecto, es de Arquitas, un filósofo expresamente designado como tal por la circunstancia, el mérito de notar, gracias a la agudeza de su mente, una similitud desapercibida entre dos entidades que pertenecen a dominios de realidad no sólo diferentes, sino incluso alejados (en ese caso, la jurisdicción y la religión):
Deben construirse las metáforas, como antes se dijo, de cosas apropiadas, pero no evidentes, igual que ocurre en la filosofía, donde advertir la similitud incluso en cosas que difieren considerablemente es propio de una mente aguda. Como lo que dice Arquitas: que es lo mismo un arbitrador y un altar, pues a ambos se acoge quien es injustamente tratado. (Rh. 3.11 1412a9-14 = DK47 A12 = LM14 D2)
Aquí, el conocimiento de la similitud, que traduce la subsunción del altar y del arbitrador en el género de aquello en lo que la víctima busca refugiarse, fundamenta un juicio de identidad.18 18 Aristóteles no cita el enunciado de Arquitas, que establece una identidad, como ejemplo de enunciado metafórico. Se trata de un enunciado “teórico”. La “similitud” entre la metaforización retórica y la filosofía (cf. hoion kai) reside en que ambas suponen la percepción de similitudes y no en que ambas recurren a la metáfora. Ricœur no ve el punto: “Percibir […] lo similar es, en el poeta, pero también en el filósofo, la genialidad de la metáfora que unirá la poética con la ontología” (Ricœur, 2001, p. 40, las cursivas son mías); igualmente, Petit, 1988, p. 63, n. 12, o también Bremer, 1980, p. 358, que, a pesar de una descripción correcta (“aufgrund dieser Selbigkeit könnte metaphorisch ein Schiedsrichter als Altar bzw. ein Altar als Schiedsrichter für den Rechtsuchenden bezeichnet werden”, las cursivas son mías), habla de “die Erkenntnisleistung der Metapher in der Philosophie.”
Es posible convencerse de que la percepción de las similitudes es la especialidad del filósofo, y que incluso es la especialidad filosófica por excelencia a través de una lectura de los capítulos 17 y 18 del primer libro de los Tópicos. En el capítulo 17, Aristóteles recomienda ejercitarse en la localización de similitudes primero, puesto que quien puede lo más puede lo menos, entre entidades que pertenecen a géneros lejanos (se trata de construir proporciones del tipo: “lo que la niña es al ojo, la inteligencia es al alma”, 108a11), y, después, entre entidades que pertenecen a un solo y mismo género, pues de esta forma establecemos identidades. En la última parte del capítulo 18, Aristóteles detalla la ganancia que resulta de la “observación (theoria) de lo similar”19 19 Top. 1.18 108b7, con una fórmula prácticamente idéntica a la de Po. 22 1459a7 s. (cf. supra). Cf. también APo. 2.13 97b37 s. y explica por qué esto es así: la observación de las similitudes es útil “para hacer inducciones, para hacer razonamientos hipotéticos, para responder a las preguntas por la definición”. Aristóteles no habla aquí de la metáfora - podría haber continuado “para hacer metáforas”, o incluso “para hacer fábulas y parábolas” (cf. supra, n. 16 16 Rh. 2.20 1394a4-6: “es muy fácil aplicar fábulas, pues solo se requiere, como en las parábolas, que se pueda advertir la semejanza, y esta es de las cosas que se logran a partir de la filosofía.” Con respecto a las parábolas socráticas, cf. 1393b3-8. ) - y se entiende que no lo haga, aunque la metáfora pueda tener cierto papel en un contexto dialéctico (cf. Top. 6.2 139b34 s. y 140a8 s.). Naturalmente, es fácil pasar del fenómeno léxico de la metáfora a su fundamento cognitivo, la similitud. Son numerosos los textos en los que el término “metáfora” sustituye - metafóricamente - a “similitud” y a la inversa.20 20 Cf. Bonitz, Index Arist., 462a23 y 511b27. Pero sucede también que la terminología se ciñe más al análisis subyacente y que Aristóteles distingue claramente los dos casos: el de la semejanza (homoiotēs) y el de la metáfora (metaphora).21 21 Cf. EN 5.11 1138b5 s.; PA 3.2 622b24 s. y sobre todo Top. 6.2 140a8-11: “una metáfora da de algún modo a conocer lo que es indicado por cuenta de la similitud, por aquellos quienes usan metáforas lo hacen por cuenta de alguna similitud (hē … metaphora poiei pōs gnōrimon to sēmainomenon dia tēn homoiotēta)” (cf. infra, n. 67).
II. La pobreza de la lengua
Si bien la exposición que precede refleja la idea principal del análisis aristotélico, no da cuenta de todos los aspectos o de todos los recursos de la teoría. La metáfora aristotélica no siempre puede describirse como un proceso secundario apoyado en la percepción previa de una similitud objetiva, pues sucede, en efecto, que la metáfora se transforma ella misma en la instancia productora de tal relación. Este caso está ligado a una propiedad singular del cuarto tipo de metáfora distinguido por Aristóteles en la Poética. En efecto, al tratar la metáfora por analogía, Aristóteles señala que no siempre existe en la lengua un término propio al que el término metafórico sustituye.22 22 La metáfora proporcional posee, de manera general, un privilegio sobre las otras tres, en la medida en la que le conciernen las relaciones de equivalencia entre objetos que no pertenecen a un género determinado (lo que Brunschwig, 1967, ad Top. 1.18 108b27 s., n. 21, p. 137 s., llama un “cuasi-género”), cf. Petit, 1988, p. 63 (quien dice: “permite descubrir”) y Lallot, 1988, p. 52. Si, por ejemplo, el poeta dice “sembrado la llama divina” (Po. 21 1457b29 s.), explota una proporción en la que un término queda vacío: si “sembrar” es una especie del “arrojar” (a saber, arrojar grano), la acción de “arrojar la llama del sol” no tiene designación específica: .
Aquí, la metáfora es el único medio de “nombrar a lo desconocido”, como dice Aristóteles en la Retórica. 23 23 La fórmula se encuentra en Rh. 3.2 1405a35-37: “tampoco se deben hacer metáforas sobre cosas alejadas, sino del mismo tipo y emparentadas para denominar lo que no se nombra”. En el contexto de la Retórica, el “anónimo” no lo es por naturaleza, pues resulta de la construcción de un enigma (la fórmula enigmática “nombra sin nombrar” la aplicación de ventosas). Sin embargo, es legítimo extender la observación a las carencias del lenguaje (cf. Cope ad loc., p. 29, citando a Cic. Orat. 3.38.555). Una metáfora de este tipo será supletoria en un sentido esencial, pues permite nombrar a la cosa, y ya no contingente, como es el caso cuando sustituye un nombre ya existente. ¿No está, por consiguiente, provista de un valor verdaderamente cognitivo, pues un nombre, ya sea “propio” o metafórico, según Aristóteles, designa una cosa?24 24 Cf. Int. 1 16a19, Po. 20 1457a10 s.; Rh. 3.6 1407b31: “Expresarse por medio de metáforas y epítetos, cuidando de no caer en lo poético”. De hecho, Aristóteles reconoce en las Refutaciones sofísticas que las palabras de la lengua son finitas, mientras que las cosas que ellas nombran son infinitas (cf. SE 1.1 165a10-12). En el marco de tal concepción, la metáfora por analogía “incompleta” puede ser un recurso valioso porque indica de manera determinada, de acuerdo con ciertas reglas, el lugar de un término inexistente, tiene la capacidad de hacernos conocer aquello que de otra forma estaría condenado a seguir siendo una x.
El potencial cognitivo de la metáfora por analogía es, ante la pobreza esencial de la lengua, aún más grande si se admite que, al contrario de lo que sugiere a primera vista la clasificación de la Poética, la metáfora por analogía no sólo es un cuarto tipo de metáfora, sino la forma general de todos los tipos de metáfora, de la que los otros tres son sólo un caso particular. Vimos que la metáfora “por analogía” de la siembra de la llama se construye como una metáfora de especie a especie (siendo “arrojar” el género común a “sembrar” y a x). Más aún, se podría interpretar que toda metáfora, ya sea de especie a especie, de género a especie o de especie a género, tiene su base en la existencia de una proporción (que no necesariamente tiene que ser explícita; cf. Most, 1987MOST, G. W. (1987). Seeming and Being: Sign and Metaphor in Aristotle. In: AMSLER, M. (ed.). Creativity and the Imagination. Case Studies ftom the Classical Age to the Twentieth Century. Newark/London/Toronto, University of Delaware Press, p. 1-33., p. 19 s.). Desde tal perspectiva, la relación de géneros con especies puede no apoyarse en una nomenclatura previa; más bien, se somete constantemente a revisión, en función de similitudes nuevamente percibidas y nuevamente nombradas. La fórmula de la Poética, según la que “hacer buenas metáforas es percibir lo similar”, deja de ser “braquilógica” y toma a la metáfora por su costado verdaderamente productivo, gracias al que nombramos y aprendemos a conocer aquello que no tiene nombre.
Esta línea de argumentación parecería, por naturaleza, zanjar la cuestión del alcance de la metáfora aristotélica. La teoría de Aristóteles está preñada de lo que la tradición clásica terminó haciendo de ella, a saber, una figura ornamental, pero al mismo tiempo de lo que Aristóteles tal vez no supo valorar suficientemente: un mecanismo esencial de la vida del lenguaje que, por medio de las extensiones que posibilita, está dotado de un cierto tipo de alcance cognitivo. Ricœur encuentra una confirmación de esto en la declaración de la Retórica según la cual la metáfora “produce en nosotros un aprendizaje y un conocimiento por medio del género”.25 25 epoiēsen mathēsin kai gnōsin dia tou genous, Rh. 3.10 1410b14 s. (citado por Ricœur, 2001, p. 34).
Sin embargo, la interpretación de la frase es más delicada de lo que parece a primera vista. El término “conocimiento”, en efecto, se toma aquí en un sentido particular que no abarca a aquél que supone las interpretaciones cognitivas de las metáforas anteriormente evocadas.26 26 Eso vale también para los enigmas, cf. Rh. 3.11 1412a23-25: “Por el mismo motivo son agradables los enigmas bien planteados, pues comportan una enseñanza y contienen una metáfora”. Sobre el enigma en Aristóteles véase Gardella, Aristotle on Riddle (en curso de publicación). No es casualidad que Aristóteles tematice el aspecto cognitivo de la metáfora en la Retórica, es decir, en un contexto esencialmente determinado por una lógica de la recepción. 27 27 Véase, por ejemplo al principio de Rh. 1.3, la “deducción” de los tres tipos de discurso, judicial, deliberativo y epidítico, a partir del tercer elemento implicado por todo logos, a saber, el oyente al que se dirige (pros on, 1358b1). ¿En quién se produce el conocimiento y en qué condiciones? Me parece posible criticar, a partir de una respuesta a esta pregunta, el cuadro interpretativo que implementa Ricœur, mostrando que las potencialidades cognitivas de la metáfora, tal como Aristóteles las explica en la Retórica, no se sitúan más allá de la teoría sustitutiva, sino que, al contrario, esta misma teoría las hace posible.
III. El espacio de la retórica
Antes de abordar los pasajes del libro 3 de la Retórica dedicados a la metáfora, es conveniente decir algo sobre la relación entre los dos tratamientos de la metáfora en la Poética y la Retórica. Sólo la Poética ofrece un análisis sistemático, y como ex professo, de la metáfora, con su inserción entre las diferentes especies de “nombres” y la distinción de los cuatro tipos de metáfora. La Retórica, en cambio, presupone este análisis; no lo retoma ni lo modifica.28 28 “En la Poética, como decíamos, se habla acerca de qué es cada uno de estos tipos de palabras, de cuántos tipos de metáforas hay, y de que éstas tienen la máxima eficacia tanto en prosa como en poesía” (Rh. 3.2 1405a3-6). En todo caso, para saber qué se puede decir de la metáfora aristotélica, habitualmente se lee la Poética antes que la Retórica. 29 29 Los intérpretes están de acuerdo en que las dos obras (incluso el tercer libro de la Retórica) se concibieron en la misma época (relativamente al principio en la carrera de Aristóteles). Para un resumen de las hipótesis cronológicas, cf. Flashar, 1983, p. 252-254. Pero con tal orden de lectura se corre el riesgo de olvidar que el segundo tratado no es una prolongación del primero. Para empezar, la Retórica desarrolla un punto de vista autónomo respecto al de la Poética, o más exactamente, complementario: la Retórica y la Poética representan dos tratamientos específicos de una teoría general de la metáfora que ni una ni otra abarcan totalmente.30 30 La recopilación del rico material de la Retórica proporcionada por Kirby, 1997, p. 541-547, pasa por alto ese importante punto. Un indicio de ello es que la Retórica, en la medida en que se apoya explícitamente en una especie de metáfora, la metáfora retórica,31 31 Se sabe que en Metaph. 1.9 991a210 s., se le reprocha a Platón haber hecho metáforas poéticas, al igual que a Empédocles en Mete. 2.3 357a26 s. revela la existencia de una laguna importante en la Poética, donde jamás se indica en qué consiste el carácter específicamente poético de la metáfora (cf. Laks, 1992LAKS, A. (1992). Zeitgewinn. Bemerkungen zum Unterschied zwischen Metapher und Vergleich in Aristoteles Rhetorik. In: RUDOLPH, E.; WISMANN, H. (eds.). Sagen, was die Zeit ist. Analysen zur Zeitlichkeit der Sprache. Stuttgart, Metzler, p. 11-19., p. 11 s.). Entonces, hay buenas razones para pensar, como se demostrará a continuación, que si hubiera que concederle a alguno de los dos tratados una preeminencia desde el punto de vista de la metáfora, ésta le correspondería más a la Retórica que a la Poética, pese al carácter sistemático de la nomenclatura que sólo proporciona esta última.
El análisis de la metáfora, en la Retórica, tiene como marco una teoría general de la excelencia de la expresión (lexis) propia del discurso retórico, que es un discurso “prosaico”.32 32 La prosa es un discurso ‘desnudos’ (psiloi logoi, Rh. 3.2 1404b14). Esta teoría general, desarrollada en la primera parte del capítulo 2 del libro 3, se especifica después con referencia a tres dominios: las palabras (punto de vista “léxico”), el apropiado (punto de vista “analógico”) y la estructuración de la frase (punto de vista “esquemático”).33 33 “Léxico” se refiere, según una sugerencia de J. Lallot, a lo que concierne las palabras, mientras que “lexicológico” cubre todo el dominio de la lexis (i.e. lo “léxico”, lo “analógico” y lo “esquemático”). Con respecto a lo “analógico”, cf. 3.7 1408a10 s. (“La expresión será apropiada si expresa sentimientos y modos de ser y si se corresponde (analogon) con los temas; con respecto a lo “esquemático”, cf. 3.8, 1408b21 (to schēma tēs lexeōs). Los desarrollos dedicados al léxico son, por mucho, los más extensos y el análisis de la metáfora tiene, una vez más, el papel más importante.34 34 El estudio “léxico” ocupa los capítulos 2b, 3, 4, 5, 6, a los que se incorporan el 10 y el 11; los capítulos 7 y 12 se inscriben en la perspectiva “analógica”; los capítulos 8 y 9 están dedicados a los “esquemas de la expresión”, es decir, al ritmo y a la estructura de las proposiciones.
Se le exige a la expresión retórica que sea, por una parte, “clara” y por otra “ni ramplona ni excesivamente elevada, sino la adecuada” (Rh. 3.2 1404b1-4). A pesar de que esta definición se acerca a aquélla que abre el capítulo paralelo de la Poética dedicado a la excelencia de la expresión poética (debe ser “clara, pero no trivial”),35 35 “Lo que hace que una expresión sea excelente es que sea clara sin ser trivial” (Po. 22 1458a18). es singular. “Adecuada” (prepousa) significa aquí, efectivamente, “adaptada al discurso en prosa”36 36 “Consideremos, pues, tratadas estas últimas cuestiones y definamos la claridad como una virtud de la forma de hablar (buena señal de ello es que si un discurso no hace patente algo, no logrará su objetivo), que no debe ser ni ramplona ni excesivamente elevada, sino la adecuada. Pues el lenguaje poético seguramente no es ramplón, pero tampoco es apropiado para el discurso. De los nombres y verbos hacen clara la expresión los que tienen un sentido propio, mientras que los demás nombres de los que se ha hablado en la Poética no la hacen ramplona, pero sí adornada.” (Rh. 3.2 1404b4 s.). . Puesto que la lexis poética se caracteriza, al igual que la lexis retórica, por una combinación de claridad y elevación, lo que distingue a la segunda de la primera es la eliminación de cierto exceso en esta misma elevación. Dicho de otra forma, en la definición de la Retórica, la precisión “ni excesivamente elevada” (mēte hyper to axiōma) aspira a restarle lo poético a lo retórico. A diferencia de la expresión retórica, la expresión poética debe ser verdaderamente “elevada” o “noble”.37 37 Es la razón por la que las metáforas “poéticas” de Gorgias se adaptaron al estilo de la retórica: 3.3 1406b7-11.
De esta forma, se abre un espacio propio para la lexis retórica, que se define por una doble limitación. La primera es común a la lexis poética; la segunda es distinta a ella, en el sentido de una reducción de amplitud.38 38 “En cambio en la prosa hay muchas menos, pues el tema es también de menor porte.” (3.2 1404b14 s.). Este espacio también está reducido con respecto a la de la dialéctica (cf. Rh. 1.2 1357a3 s., 16 s.). De ahí una serie de restricciones que pesan sobre la expresión retórica: por ejemplo, la sorpresa, que persiguen tanto el discurso retórico como el discurso poético, sólo será retóricamente “persuasiva” si se combina con una cierta “banalidad”. Al igual que el buen actor, que es aquél que logra que el público se olvide de él qua actor,39 39 En este contexto interviene el elogio de la buena declamación, que encarna Teodoro. Aristóteles hace aquí un paralelo entre la lexis con la hypocrisis, a saber, un aspecto de la teoría de la lexis que estrictamente hablando no es parte del arte (cf. 3.1 1404a15 s.). la señal del éxito retórico será que el oyente no perciba la distancia entre el lenguaje retórico y el lenguaje común, como si el discurso no fuera producto del arte del que es en realidad producto.40 40 “Por ello no conviene que se note la elaboración ni dar la impresión de que se habla de un modo artificioso, sino natural (esto último es lo persuasivo […])” (Rh. 3.2 1404b18-20).
El espacio de la retórica se ve reducido si se observa desde la Poética. Por otro lado, podría considerarse como el medio normal o natural del discurso,41 41 Desde luego, este discurso es distinto del discurso ordinario, incluso si se le aproxima más que el discurso poético. que la expresión poética aumentaría, con ciertos límites desde luego, pues la exigencia de la claridad, que vale para uno y otro dominio, funciona necesariamente como un principio limitativo y previene que el exceso poético se vuelva él mismo excesivo. El límite asignado a la extrañeza poética es un signo de la dependencia relativa de la Poética con respecto a la Retórica (cf. Laks, 1992LAKS, A. (1992). Zeitgewinn. Bemerkungen zum Unterschied zwischen Metapher und Vergleich in Aristoteles Rhetorik. In: RUDOLPH, E.; WISMANN, H. (eds.). Sagen, was die Zeit ist. Analysen zur Zeitlichkeit der Sprache. Stuttgart, Metzler, p. 11-19., p. 11 s.). Éste también permite comprender que Aristóteles analice la poesía en términos retóricos, como constantemente lo hace.42 42 Cf., por ej., la utilización de un verso del Télefo de Eurípides en 3.2 1405a28-30, para ilustrar la necesidad de respetar en retórica el “valor” de los elementos que unen la operación metafórica. Cf. igualmente, infra, n. 53.
Las consecuencias del principio de la “conveniencia” retórica en el léxico son dos. Por una parte, de los diferentes tipos de nombres que se presentan en la Poética (21 1457b1-3, citado supra, n. 6 6 “Todo nombre es, o bien un nombre corriente, o bien uno raro, una metáfora, un epíteto [kosmos = ornamento, AL, cf. la nota siguiente], un neologismo, una forma alargada, recortada o adaptada.” (Po. 21 1457b1-3). ), la retórica pasará por alto los que le competen a aquélla por ser demasiado insólitos. Se limitará esencialmente al nombre usual (to kurion) y a la metáfora. Esta última es objeto de una atención muy particular:43 43 “Pero en la prosa hay que esmerarse tanto más en ellas cuanto menores son los recursos de la prosa frente a los de la poesía. La claridad, el encanto y la singularidad las aporta especialmente la metáfora. Y no es posible tomarlas de otro” (3.2 1405a6-9). primero, de manera negativa, porque la prosa retórica, por estar privada de los recursos de la poesía, encuentra en la metáfora un elemento para diferenciarse del discurso de la conversación ordinaria;44 44 Si bien la abundancia de las metáforas en el lenguaje común (cf. Rh. 3.2 1404b33-35) marca la proximidad entre el discurso cotidiano y el del orador. después, positivamente, porque la metáfora, en virtud de su estructura sustitutiva, tiene la capacidad de combinar las dos virtudes, la de la claridad y la de la sorpresa.45 45 “no es posible tomarlas de otro” (3.2 1405a9 s.). Al reemplazar un término usual por un término que viene de otra parte (allotrios, cf. supra, n. 2 2 “La metáfora es la transferencia de un nombre extraño de género a especie, de especie a género, de especie a especie, o por analogía”. Agradezco a Pierre Destrée y Carolina Sánchez para enseñarme su traducción de la Poética (en preparación) que cito o modifico según el caso. ), la metáfora posee, de entrada, una propiedad de alienación. Pero como el término “extraño” mantiene un vínculo regulado con aquello que sustituye (según los cuatro tipos de metáfora que se distinguen en Po. 21 1457b7-9), garantiza también un cierto grado de claridad, de acuerdo con el deslizamiento operado. Asimismo, la metáfora, al poder jugar con la distancia o la proximidad de los términos que involucra, vierte la expresión, por turnos y según el caso, en la poética o en la retórica. Ésta es precisamente la razón por la que el orador deberá velar cuidadosamente que la metáfora no exceda los límites del espacio retórico.
Las condiciones que garantizan la retoricidad de la metáfora se enumeran en una sección difícil del capítulo 3.2 de la Retórica. Podemos distinguir cuatro de ellas. La metáfora retórica debe: 1) estar basada en la existencia de una relación proporcional (1405a10 s.); 2) respetar la dignidad propia de los elementos implicados en la transferencia metafórica (a14 s.); 3) saber escoger las sonoridades (a31 s.); 4) mantener el desplazamiento metafórico en los límites de cierta proximidad (a35-37).
De estos cuatro principios, aquí sólo tomaré en cuenta el primero y el último, cuyas implicancias para el problema del valor cognitivo de la metáfora son claras.46 46 Con respecto a las indicaciones que, por contraste, se pueden obtener de este pasaje para una teoría de la metáfora poética, cf. Laks, 1992. Consideremos el primer principio. Lo que distingue a la metáfora por analogía de las tres primeras especies de metáfora enumeradas en la Poética es que la naturaleza del vínculo existente entre el término desplazado y su sustituto es fácilmente legible o descifrable, gracias a la regla segura que facilita la implementación de una relación definida entre cuatro términos: la estructura proporcional sirve, a la vez, al oyente de tabla de inteligibilidad y al autor, de salvaguarda contra el peligro de las relaciones más caprichosas y, por tanto, incongruentes. La “proximidad” exigida por el cuarto requisito tiene el mismo sentido. Garantiza que la metáfora sea comprendida, razón por la que el ejemplo escogido para ilustrarla es un enigma “aclamado” y transparente.47 47 Con respecto al problema que implican las indicaciones en apariencia contradictorias de la Poética y la Retórica con respecto al enigma, cf. Lallot, 1988, p. 56; Gardella, Aristotle on Riddle (en curso de publicación).
Se puede precisar aún más la razón por la que el espacio retórico está ceñido en límites estrechos que permiten identificar, en el plano léxico, nociones tales como la proporcionalidad o la proximidad de la transferencia metafórica. Para ello, conviene ir más allá de los criterios de claridad y elevación limitada, hasta el principio de placer que los engloba y que Aristóteles establece como el fundamento de la excelencia retórica. Si el oyente debe experimentar cierta sorpresa, lo insólito, como todo lo que sorprende, causa placer.48 48 “Por eso conviene dar al lenguaje un tono algo fuera de lo común, pues se admira lo fuera de lo común, y lo admirable resulta placentero” (Rh. 3.2 1404b12 s.; cf. 1405a8 s.). Y si la expresión debe ser clara, la comprensión de los términos, o más exactamente, la posibilidad de comprender cuál es el referente de cada uno de ellos, procura la satisfacción cognitiva que es para el orador la herramienta principal de la persuasión.49 49 Esta es la razón por la que la exigencia de claridad, simplemente formulada en la Poética, se justifica en la Retórica con el carácter significante del discurso (Po. 22 1458a18, citado supra, n. 35). Cuando el signo muestra, desempeña su papel de “clarificación”.
IV. El placer de la rapidez
La naturaleza de la relación que el placer retórico guarda con las propiedades del espacio retórico se establece en el capítulo 3.10, dedicado a las “expresiones refinadas” (ta asteia)50 50 Las expresiones refinadas (ta asteia) son las que se usan en la ciudad (las “urbanidades”), en oposición al campo. y, más generalmente, a las “expresiones aclamadas” (ta eudokimounta). Los enunciados de este tipo presentan afinidades con la retórica, dado que esta última aspira precisamente a obtener la mayor adhesión posible y, potencialmente, la de todos.51 51 Ello es evidente con respecto al éxito popular, que es la expresión misma de esta adhesión; en cuanto a las “urbanidades”, éstas están predestinadas, como lo indica su nombre, a repercutir en el espacio de la ciudad, simultáneamente como testigos y como germen del consenso social. La tesis de Aristóteles es que la retoricidad de estos dos “retoremas” por excelencia, que son las “expresiones refinadas” y las “aclamadas”, reside en que explotan sus efectos cognitivos a partir del uso de la metáfora.52 52 Rh. 3.10 1410b9-15: “Sea nuestro punto de partida el siguiente: que aprender con facilidad es algo naturalmente agradable para todos y que, por otra parte, las palabras tienen un significado determinado, así que los nombres que nos enseñan algo son los más agradables. En consecuencia, las palabras raras nos son desconocidas; las precisas ya las conocemos, así que es la metáfora la que consigue mejor lo que buscamos. En efecto, cuando el poeta llama a la vejez ‘rastrojo’ produce en nosotros un aprendizaje y el conocimiento a través de un género, pues ambas cosas implican que algo se ha marchitado.” La referencia es a Hom. Od. 14.214.
Hay dos elementos fundamentales para comprender la naturaleza de la relación que Aristóteles establece entre “metáfora” retórica53 53 Un caso más de análisis de un texto poético - Homero - en términos retóricos. y “conocimiento”:
1) Primero, el pasaje de la Retórica presenta una diferencia esencial con respecto a las famosas líneas que dan inicio a la Metafísica,54 54 “Todos los seres humanos desean por naturaleza saber. Así lo indica el apego a las sensaciones” (Metaph. 1.1 980a1 s.); cf. también Po. 4 1448b12-14: “La razón es que comprender procura un gran placer, no sólo a los filósofos, sino también a los hombres” (la diferencia es de grado: “incluso si sólo tienen una capacidad limitada para la comprensión”). a las que los intérpretes lo han acercado, pero sin señalar las consecuencias que se deducen de esa comparación. La Metafísica plantea un deseo universal de los seres humanos (pantes anthrōpoi) por el saber. El apego (agapēsis) que se tiene a la sensación es un “indicador” (sēmeion) de este deseo universal porque la sensación es una instancia de conocimiento55 55 En particular, la vista nos ayuda a conocer más que los otros sentidos: Metaph. 1.1 980a25 s. y es común a todos los hombres. La Retórica, en cambio, aclara que el placer experimentado resulta de cierto tipo de conocimiento, a saber, el conocimiento “fácil” (raidiōs). El tema de la “facilidad” es recurrente en todo el capítulo, junto con el de la “rapidez” con la que está asociada: lo propio de las expresiones refinadas es “producir en nosotros un conocimiento rápido”.56 56 “Es forzoso, pues, que sean ingeniosos los entimemas y la expresión que producen en nosotros un aprendizaje rápido. Por eso no resultan logrados ni los entimemas banales (llamamos «banales» a aquellos evidentes para todo el mundo y en los que no hay nada que indagar) ni aquellos que no entendemos lo que son cuando nos los dicen” (Rh. 3.11 1410b20-24). Con respecto al movimiento rápido del pensamiento que provoca la metáfora, cf. también Cic. Orat. 39.134. El éxito de los entimemas, puestos aquí en paralelo con la metáfora,57 57 Con respecto a este paralelo, cf. más adelante. depende de que la distancia temporal entre el momento de la emisión verbal y el del “conocimiento” se reduzca lo más posible, siendo lo mejor que ambos eventos acontezcan simultáneamente. 58 58 “[…] sino sólo aquellos [entimemas] que comprendemos al tiempo en que se dicen, aunque no los conociéramos antes, o que tardamos poco en entender. Y es que se produce una especie de aprendizaje que no se produce ni en los banales ni en los oscuros” (Rh. 3.11 1410b24-26). De igual manera, el éxito de las expresiones refinadas se debe, cuando no es a su estructura antitética, a la brevedad de su forma (cf. supra, n. 55 55 En particular, la vista nos ayuda a conocer más que los otros sentidos: Metaph. 1.1 980a25 s. ). Por esta misma razón, la metáfora se distingue del simíl (eikōn).59 59 El pasaje es de gran importancia para la cuestión de la diferencia entre metáfora retórica y metáfora poética, cf. Laks, 1992, p. 15. En efecto, la comparación es “menos agradable” que la metáfora porque su extensión (makroterōs) retrasa el momento de la comprensión o del conocimiento (Rh. 3.10 1410b17-19). Si, como es de suponer, Aristóteles tiene en mente los poemas homéricos, donde las comparaciones pueden extenderse en varios versos, generando así un efecto de suspensión (cf. Tamba-Mecz & Veyne, 1979TAMBA-MECZ, I.; VEYNE, P. (1979). Metaphora et comparaison chez Aristote. Revue des Études Grecques 92, p. 77-98., p. 87 s.), es llamativo que considere que la “extensión” comparativa se pueda reducir a la inserción del término comparativo “como” (hōs), del que, desde un punto de vista estrictamente temporal, no puede decirse que esté muy por detrás del enunciado metafórico. El carácter mínimo de esta añadidura60 60 “El símil (hē eikōn) es también una metáfora, pues se diferencia poco de ella (Rh. 3.4 1406b20), con el famoso ejemplo (21 s.): “Pues cuando se dice ‘se lanzó como un león’ es un símil, pero cuando se dice ‘se lanzó el león’, es una metáfora. Como los dos son valerosos, transfiere el nombre del león a Aquiles”. bastaría para tratar la comparación como un instrumento cognitivo. De hecho, si se tiene la sensación de que el enunciado comparativo es “largo”, es porque el conocimiento que Aristóteles asocia a la metáfora tiene la forma de un juicio del tipo “x es y”.61 61 La explicación de la razón por la que sentimos placer al ver la representación de objetos desagradables, en el libro 1.11 1410b17 s., muestra que la fórmula “esto es aquello” es la forma general del juicio de identidad, y no la forma específica del juicio metafórico (“llamar una cosa con el nombre de otra”, Tamba-Mecz & Veyne, 1979, p. 88). La fórmula es idéntica en Po. 4 1448a15-17. Por consiguiente, toda distancia introducida ente el sujeto y el predicado, por más mínima que sea, conlleva un fallo cognitivo. Más allá del retraso temporal, que es potencialmente insignificante (el tiempo de pronunciar el monosílabo hōs), la pérdida estructural es irrecuperable y condena a la comparación a permanecer siempre, desde un punto de vista cognitivo, detrás de la metáfora.62 62 Ésta es la razón por la que el intento de Tamba-Mecz/Veyne 1979, p. 87s. por interpretar el término (prothesis), que marca la diferencia específica de la comparación (metaphora diapherousa prothesei, 3.10 1410b17 s.), no como la “añadidura” (del término comparativo), sino como el “comparante” mismo, es decir, el conjunto del primer miembro de la comparación (que puede ser más fuerte, es decir, el conjunto del primer miembro de la comparación (que puede ser muy desarrollado, como en el caso de la comparación homérica), no convence. Naturalmente, puede haber otras razones para apreciar una comparación literaria, por ejemplo, el placer simplemente “estético” que ciertamente nos proporciona, al igual que su contraparte pictórica (cf. Po. 4 1448b18 s.). Pero, para retomar la potente fórmula de Aristóteles, lo que el “alma” no encuentra en la comparación es lo que “investiga” en la metáfora, a saber, una identificación (3.10 1412b19).63 63 La expresión reiterada (zetei touto hē archē) muestra que lo que está en juego en la teoría de la metáfora es algo esencial para el hombre. Cf. también la prosopopeya del alma, 3.11 1412a20 s. Lo más extraordinario de la metáfora es que aquello a lo que el alma aspira en el camino de su realización lo encuentra fácilmente por medio de ella. La facilidad de la conquista explica el placer experimentado: un placer de segundo grado, por así decirlo. La rapidez añade placer al placer del conocimiento.
2) El tema de la facilidad cognitiva permite comprender el papel que el nombre metafórico está llamado a tener en la retórica. Es esencial notar que la función referencial de los términos usuales, recordada por la premisa menor del silogismo “los nombres significan algo”, no se considera aquí como portadora de una función cognitiva que únicamente se atribuye a los nombres metafóricos. Entonces, ¿qué es lo “más” cognitivo que la metáfora le añade a la designación del referente? No es en absoluto el conocimiento de una “cosa”, sino la relación entre la cosa y la manera de referirse ella, una vez más en segundo grado. Cuando Aristóteles sostiene que los términos dialectales (glōttai) son “desconocidos” (hai men oun glōttai agnōtes), mientras que los nombres usuales son “conocidos” (ta de kuria ismen), no sólo quiere decir que conocemos qué significan estos últimos.64 64 De hecho, un griego comprende en general las glōttai. ¿De qué otra forma podrían ser uno de los términos privilegiados por el discurso poético? La idea es que ni los unos ni los otros dan un lugar a un proceso cognitivo del tipo del introducido por la metáfora. Este proceso cognitivo no es, por ejemplo, el proceso primario de la subsunción bajo un género de especies distinguidas por sus diferencias; consiste más bien en anular el desplazamiento metafórico, que es propio de toda metáfora, para encontrar la identidad específica o genérica que ésta propone sobre la base de una operación léxica (y no de una investigación de la naturaleza de las cosas).65 65 Los análisis de Petit (1988) sobre el papel del “hogar”, o “punto de unificación metafórica” (p. 60, 62), por definición ausente en la expresión metafórica (el término “innominado”, p. 63), sino al que remite como su condición de inteligibilidad, son esclarecedores. Situándose en el camino de Ricœur, me parece, sin embargo, que Petit subestima el hecho de que el proceso cognitivo es aquí un proceso retóricamente inducido. La ventaja de la que goza la metáfora con respecto a las glōttai y los nombres usuales reside en la distancia que el desplazamiento metafórico abre entre el nombre y la cosa. Si bien esta distancia es lo suficientemente grande para sorprender, también es lo suficientemente acotada para ser fácilmente eliminada. Es lo que Aristóteles quiere decir cuando afirma que la metáfora “produce el conocimiento y el saber a través del género” (Rh. 3.10 1410b14 s.; cf. supra, n. 25 25 epoiēsen mathēsin kai gnōsin dia tou genous, Rh. 3.10 1410b14 s. (citado por Ricœur, 2001, p. 34). ): el receptor encuentra el género común a la vejez y la paja para comprender la metáfora. Desde este punto de vista, es notable que la metáfora retórica por excelencia, que es la metáfora por analogía (3.10 1410b36 s.), sea la más aclamada. Además de la inteligibilidad que le es propia, ésta presenta efectivamente la ventaja “económica” de provocar el máximo efecto con un mínimo de recursos.66 66 Cf. supra, n. 60.
El análisis desarrollado hasta aquí sugiere que la función de la metáfora en la Retórica no es tanto generar conocimiento, sino generar lo que podría llamarse un efecto de conocimiento.67 67 Petit (1988, p. 61) también habla de “efecto cognitivo”. El pasaje de los Tópicos (140a8-10) citado supra, n. 21, también apunta en este sentido (cf. el empleo de pōs). Por otra parte, confirma que la cognitividad de la metáfora aristotélica debe entenderse desde el punto de vista de la recepción-se trata en este caso, de la recepción dialéctica. Rapp (2002), cuyo comentario a 1410b10-b15 (vol. 2, p. 885-888) coincide en lo esencial con mi análisis (cf. p. 887), sin embargo duda que la formula ‘cuasi-cognitivo’ sea del todo adecuada, dado que la comprensión de la metáfora, si evidentemente no proporciona el conocimiento científico del objeto en cuestión, por lo menos enseña que una cosa A está en una relación de especie a género (por ejemplo) con otra cosa B (p. 886, 2.1). Me parece que es demasiado decir (género y especie son términos técnicos), pero sí se podría decir que la comprensión de una metáfora produce en quien la escucha el reconocimiento de una similitud (cf. vol. 1, p. 369, en el parágrafo titulado “Die kognitive Wert der Metaphern”). El punto principal es que quien produce la metáfora la produce con base en un conocimiento previo de una relación de similitud. Rapp mismo titula un apartado de su sinopsis de los capítulos 3.10 y 11 de la Retórica “Die sogennante ‘kognitive Leistung’ der Metapher” (p. 926). Por esta razón, sería mejor adjudicarle un valor cuasi cognitivo, en lugar de un valor cognitivo. Aristóteles mismo nos invita a hacerlo porque, en el contexto en que se refiere a la función cognitiva de los entimemas, utiliza una fórmula que nos autoriza a hablar de “cuasi cognición”: en ellos se produce “una especie de aprendizaje” (hoion mathēsis, Rh. 3.10 1410b26).
V. De la metáfora al entimema
Para finalizar, quisiera desarrollar un poco este paralelo indicando cómo la noción de valor cuasi cognitivo de la metáfora retórica es parte integrante del dispositivo conceptual general puesto en marcha en la Retórica. Más allá de cómo haya sido la evolución de la retórica hacia una retórica “restringida”,68 68 La expresión es de Gérard Genette, cf. Ricœur, 2001, p. 15. no hay dudas de que la teoría de la lexis, cuyo elemento principal es la teoría de la metáfora, se ancla sólidamente en los dos primeros libros de la Retórica. En general, se admite que el libro 3 constituía originalmente un tratado independiente y que los editores lo añadieron posteriormente a los dos libros que componían la Retórica. 69 69 Cf. Marx, 1900, p. 244, 246 s.; cf. Rapp, 2002, vol. 1, p. 172. Diels incluso tuvo que establecer que el libro sí era auténtico. Tal hipótesis es perfectamente plausible. Pero, naturalmente, no implica que los análisis del tercer libro sean independientes del punto de vista desarrollado en los dos primeros. Esto se aplica en particular a la teoría de la metáfora retórica, cuyos rasgos esenciales sólo pueden ser comprendidos con referencia a los principios fundamentales de la retórica aristotélica.
Se sabe que la gran novedad de la Retórica, reivindicada como tal por Aristóteles, es desarrollar una teoría de la retórica, cuyo núcleo duro es el análisis propiamente retórico de la argumentación. El “cuerpo” de la prueba retórica es el entimema70 70 1.1 1354a14 s. (crítica de los autores de tratados de retórica): “El caso es que los que han escrito tratados acerca de los discursos se han ocupado sólo de una mínima parte de la cuestión, pues sólo los argumentos son propios de la disciplina, mientras que lo demás es accesorio. En cambio no dicen nada de los entimemas, que son el cuerpo de la persuasión y se ocupan de temas que en su mayoría quedan fuera de la cuestión.” y el entimema es una forma de demostración, en un cierto sentido de la palabra “demostración” (apodeixis tis, 1.1 1355a3-8). La especificidad de la argumentación retórica puede ser definida por medio de una analogía,71 71 Una analogía potencialmente retórica. cuyo principio se enuncia desde la primera frase del tratado: “la retórica es la contraparte de la dialéctica”. Esto se apoya en la localización de dos procedimientos complementarios en cada una de las dos áreas, según el argumento proceda a partir de lo universal o de lo particular. La deducción retórica, o “entimema”, y la deducción “lógica” (o deducción a secas) tienen en común la siguiente característica: a partir de premisas dotadas de generalidad (absoluta o relativa), concluyen una proposición distinta (heteron ti). El ejemplo (o paradigma) y la inducción (o epagogē) aseguran el paso de instancias particulares a una regla general. En ambos casos, hay que enfrentarse a un proceso que se puede calificar de “cognitivo”, en la medida en que permite alcanzar de manera reglada ciertas proposiciones a partir de otras. De esta similitud resulta la analogía en virtud de la que el entimema es a la deducción lo que el ejemplo es a la inducción (1.2 1356b10-17).
En cuanto a la diferencia entre la deducción dialéctica y el entimema de un lado, y la inducción y el ejemplo del otro, aquélla reside en una serie de factores heterogéneos, cuya articulación exigiría ser profundizada. Aristóteles menciona que las proposiciones que están en juego tratan sobre lo contingente (o la práctica), no sobre lo necesario (1.2 1357a13-15; cf. 2.21 1394a26 s.), y que las premisas deben ser, si no “opiniones reputadas” (endoxa), al menos proposiciones capaces de lograr el consentimiento (1.2 1357a12 s.). No obstante, ninguna de estas dos características permite trazar una línea divisoria nítida entre la deducción retórica y otros tipos de deducción, como la dialéctica o práctica, por ejemplo. Por lo tanto, la diferencia esencial debe residir en la forma misma de la deducción retórica.
Como M. Burnyeat (1994BURNYEAT, M. F. (1994). Enthymeme: Aristotle on the Logic of Persuasion. In: NEHAMAS, A.; FURLEY, D. (eds.). Aristotle’s Rhetoric: Philosophical Essays. Princeton, Princeton University Press, p. 3-55.) ha demostrado, la idea tradicional de que el entimema es un silogismo recortado, que reposa en la elipsis de una proposición, debe abandonarse. Sin embargo, la brevedad es una determinación esencial de la argumentación retórica, en la medida en que, al dirigirse por definición al oyente no especializado, que es el ciudadano, el entimema debe cuidarse de no extender muy lejos la cadena deductiva, ya que sería para aquél difícil de seguir.72 72 “Su objeto son por lo tanto las cuestiones acerca de las que deliberamos y para las que no contamos con disciplinas específicas, y su ámbito, los oyentes que no son capaces de hacerse una visión de conjunto a partir de muchos datos ni reflexionar durante mucho tiempo.” (Rh. 1.2 1357a1-4; cf. 10-14). Un buen entimema, dotado de una virtud particularmente persuasiva y que, en este respecto, juega a favor del público, se caracterizará por cierta concisión.
Para comprender lo que hace a la retoricidad de un entimema, hay que partir de la jerarquía existente entre la deducción y el entimema de un lado, y la inducción y el ejemplo, por otro. Desde el punto de vista de la dignidad epistemológica, la deducción tiene “por naturaleza” preeminencia sobre la inducción, como el entimema la tiene sobre el ejemplo, porque los primeros requieren el poder explicativo del universal: sólo “para nosotros” la inducción y el ejemplo son un punto de partida (Rh. 2.20 1393a25-27; cf. APr. 2.23 68b35-37; Top. 1.12 105a16-19). Dado el carácter “más claro” y “más convincente” de la inducción, se podría esperar que su contraparte retórica, a saber, el ejemplo, y no el entimema, tenga el favor del público. Ahora bien, aunque esta idea aparece en ciertos textos peripatéticos,73 73 Es el caso de los Problemas 18.3, 916b26-35. es llamativo que la perspectiva de la Retórica sea exactamente la inversa. En 1.2 1356b22 s., habiendo observado que ciertos oradores tienden a ejemplificar, mientras que otros tienden a proponer un entimema, Aristóteles nota que los discursos “entimemáticos” son los más aclamados.74 74 “Entre los discursos de escuela predominan en unos los ejemplos y en otros los entimemas y, de modo semejante, entre los rectores, unos son más propensos a los ejemplos y otros a los entimemas. Ahora bien, convincentes no lo son menos los discursos que utilizan ejemplos, pero son más aclamados los que utilizan entimemas” (1.2 1356b20-24).
¿Por qué esto es así? Pese a la promesa de 1356b25, Aristóteles nunca vuelve a considerar la cuestión en la Retórica. No obstante, de 2.20 y 23 surgen algunos elementos para elaborar una respuesta.
En el primer pasaje, dedicado al uso de los ejemplos, Aristóteles contempla dos posibilidades: o bien el orador tiene entimemas a su disposición y el ejemplo sirve simplemente para confirmar una argumentación independiente (tiene entonces un papel análogo al del testigo, de ahí su lugar al final y no al principio del desarrollo), o bien el orador no tiene entimemas para ofrecer y el ejemplo hace las veces de sustituto. Sin embargo, Aristóteles indica claramente que este último caso puede considerarse un último recurso, e incluso una perversión de la función propia del ejemplo. Lo propio de la retórica y lo que se espera de un orador no es el ejemplo (no demostrativo), sino el entimema (demostrativo, 2.20 1394a9-14). Según 1.2, la preferencia que el público tiene por el entimema sobre el ejemplo es la manifestación objetiva del hecho de que la retórica tiene una forma de argumentación propia.
El final del capítulo 2.23 permite precisar aún más las cosas, al ligar el éxito de cierto tipo de entimemas con la naturaleza del placer que producen.75 75 “Entre los entimemas los refutativos resultan más logrados que los demostrativos, habida cuenta de que el entimema refutativo significa una síntesis de contrarios de forma breve y porque al aparecer uno frente a otro se hacen más claros para el oyente. Pero de todos los razonamientos, tanto los refutativos como los demostrativos, los más aplaudidos son aquellos que, aun no siendo obvios a primera vista, permiten prever la conclusión una vez que se han iniciado (pues los oyentes se sienten a la vez muy gratificados consigo mismos por haberse dado cuenta de antemano), así como aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiempo que se tarda en decirlos” (Rh. 2.23 1400b25-33). Aristóteles distingue aquí dos casos: 1) el éxito relativo de los entimemas refutativos con respecto a los entimemas demostrativos;76 76 El demostrativo (tōn apodeiktikōn = tōn deiktikōn) aquí tiene el sentido estrecho de “lo que establece una conclusión positiva”; en otro sentido, los entimemas refutativos son también “demostraciones”, en tanto que entimemas a secas. 2) el éxito absoluto de entimemas refutativos o demostrativos, que pueden llamarse, como veremos inmediatamente, “cognitivos”.
En el primer caso, el éxito viene de la claridad particular que la yuxtaposición de los contrarios le procura al enunciado entimemático (2.23 1400b26-29).77 77 La determinación “de forma breve” (en mikrō) retoma el principio del capítulo 22, en donde Aristóteles recuerda (con referencia a 1.2 1357a3-5) que el entimema no puede basarse en una larga cadena de deducciones, que comenzaría “muy” por debajo de la proposición por establecer. Es por lo tanto el equivalente positivo de ou … porrōthen. Aristóteles no proporciona aquí las razones de esta transparencia propia de los contrarios, sino que éstas surgen del análisis de la antítesis, que es, en el nivel lexeológico (i.e. relativo a la lexis), la contraparte de la refutación en el nivel argumentativo. En 3.9, Aristóteles esboza los trazos de una estilística normativa que se apoya en una serie de divisiones en las que el término ubicado a la derecha representa la mejor opción desde el punto de vista retórico (Figura 1):
La primacía de la antítesis se justifica en el placer que produce.78 78 “Todos estos ejemplos forman la antítesis que he dicho. Es una expresión agradable, porque los contrarios resultan muy familiares y, opuestos entre sí, más familiares aún, y porque parecen un razonamiento, pues la refutación es una reunión de premisas contrarias. Tal es la naturaleza de la antítesis” (Rh. 3.10 1410a19-22). Éste, a su vez, se funda en las potencialidades cognitivas de la antítesis, que son tres:
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Por una parte, a la antítesis le concierne un tipo de objeto cuyo conocimiento es particularmente fácil, a saber, los contrarios (ésta es la justificación objetiva).
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Por otra parte, la antítesis hace que los contrarios, que son cognoscibles por excelencia, sean aún más cognoscibles, instaurando entre ellos una confrontación directa que permite aprehenderlos simultáneamente (justificación subjetiva).
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Finalmente, la antítesis puede considerarse por sí misma punto de vista de su estructura formal, por así decirlo, independientemente de su fundamento objetivo y de su efecto subjetivo. Desde esta perspectiva, puede decirse que “se asemeja” a una deducción (eoiken syllogismōi) y particularmente a este tipo particular de deducción que es la refutación.79 79 La refutación es la deducción de la contradicción, cf. SE 1 165a2 s.
La analogía entre análisis lógico y análisis lexeológico, marcada en el texto de la Retórica en el caso del par refutación/antítesis, es importante para situar en su justo nivel el estatus cognitivo de la metáfora. En virtud de una segunda analogía entre lógica y lexeología, pero en esta ocasión considerada en su parte léxica, la teoría de la metáfora puede relacionarse con lo que debemos llamar “potencialidades cognitivas” del entimema. El principio del éxito del entimema en general, más allá del caso particular del entimema refutativo, es efectivamente idéntico al que define a la buena metáfora. Es lo que se obtiene claramente del final de 2.23: para que aplauda el entimema, el oyente tiene que poder anticipar una conclusión que no sea demasiado banal (1400b25-33, citado supra, n. 75 75 “Entre los entimemas los refutativos resultan más logrados que los demostrativos, habida cuenta de que el entimema refutativo significa una síntesis de contrarios de forma breve y porque al aparecer uno frente a otro se hacen más claros para el oyente. Pero de todos los razonamientos, tanto los refutativos como los demostrativos, los más aplaudidos son aquellos que, aun no siendo obvios a primera vista, permiten prever la conclusión una vez que se han iniciado (pues los oyentes se sienten a la vez muy gratificados consigo mismos por haberse dado cuenta de antemano), así como aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiempo que se tarda en decirlos” (Rh. 2.23 1400b25-33). ). Su aprobación pasa por la satisfacción de ambiciones cognitivas que, aunque son modestas, no son menos fundamentales. En vista de la autosatisfacción que cada uno trata de alcanzar a través del ejercicio de su propia inteligencia, la tensión intelectual que provoca un buen entimema constituye una forma particular de este placer que todos los hombres experimentan al conocer. El entimema se une aquí a la metáfora. Sería absurdo adjudicarle al entimema aristotélico, que sólo es una especie de deducción, el poder de ampliar el campo de nuestro conocimiento. Asimismo, la metáfora, medio de activación de nuestras facultades cognitivas, no es en Aristóteles un instrumento de conocimiento, estrictamente hablando. La paradoja radica en que, al operar en el nivel léxico y no en el argumentativo, la metáfora, por tener la forma de un juicio de identidad, parece ser más cercana a un conocimiento auténtico que el entimema. Como dice Aristóteles, retomando en el primer libro de la Retórica la paradoja de la Poética, donde se dice que obtenemos placer con la representación de objetos repugnantes,80 80 “Prueba de ello es lo que ocurre en la realidad: nos complacemos en contemplar las reproducciones más exactas de aquellas cosas que, por ellas mismas, son dolorosas de ver, como es el caso del apariencia exterior de los animales repugnantes o de los cadáveres. La razón es que comprender procura un gran placer, no sólo a los filósofos, sino también a los demás hombres, incluso si sólo tienen una capacidad limitada para la comprensión. En efecto, ver reproducciones produce placer porque, al contemplarlas, se comprende por inferencia qué es cada elemento, por ejemplo, que este personaje es tal índole” (Po. 4 1448b12-18); cf. Rh. 1.11 1371b9 s.: “[…] pues no es con esto con lo que se goza, sino que hay una deducción del tipo ‘esto es aquello’, y en consecuencia resulta que se aprende” (ou gar epi toutō chairei, alla syllogismos estin hoti touto ekeino, hōste manthanein ti symbainei). la metáfora retórica es la forma más breve, y por tanto, de cierta manera la más consumada, de tal deducción.
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1
La idea de procurar una versión española revisada de mi contribución “Substitution et connaissance : pour une interprétation unitaire (ou presque) de la théorie aristotélicienne de la métaphore” (Laks, 1994LAKS, A. (1994). Substitution et connaissance : pour une interprétation unitaire (ou presque) de la théorie aristotélicienne de la métaphore. In: FURLEY, D.; NEHAMAS, A. (eds.). Aristotle’s Rhetoric. Philosophical Essays. Princeton, Princeton University Press, p. 283-305.) viene de Carmen Trueba (Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México), quien quería incluirla en un volumen sobre la Retórica de Aristóteles que desgraciadamente no pudo finalmente realizarse. La traducción de dicha versión se debe a Eréndira Cruz Galicia (Ciudad de México); el texto final se benefició de las revisiones de Carmen Trueba y Mariana Gardella (Universidad Nacional Autónoma de México). A todas les agradezco mucho por su interés y ayuda.
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2
“La metáfora es la transferencia de un nombre extraño de género a especie, de especie a género, de especie a especie, o por analogía”. Agradezco a Pierre Destrée y Carolina Sánchez para enseñarme su traducción de la Poética (en preparación) que cito o modifico según el caso.
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3
Para la interpretación post-aristotélica de la metáfora como ornamento, véase Doreen, 2003DOREEN, I. (2003). Metaphor, Simile, and Allegory as Ornaments of Style. In: BOYS-STONES, G. R. (ed.). Metaphor, allegory, and the classical tradition: ancient thought and modern revisions. Oxford/New York, Oxford University Press, p. 7-30.. Para el análisis en términos de sustitución en la tradición moderna, cf., por ejemplo, Dumarsais (1967DUMARSAIS, C. C. (1967). Les Tropes (1730). Con el comentario de M. Fontanier. Reimpreso con una introducción de G. Genette. Genève, Slatkine reprints. (Pub. orig. 1818)), primera parte, Artículo 6 (“Sentido propio, sentido figurado”), p. 26 s. y segunda parte, 10 (“La metáfora”), p. 155 s.
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4
Cf. Ricœur 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975), p. 32: “es la idea de sustitución la que se presenta más cargada de consecuencias; en efecto, si, efectivamente, el término metafórico es un término sustituido, la información proporcionada por la metáfora es nula, pudiendo reponerse el término ausente, si existe”.
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5
Cf. Ricœur 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975), p. 3: “Una observación de Aristóteles […] parece autorizar la audacia de nuestra hipótesis más radical […] ¿No nos hallamos aquí en el plano del descubrimiento, de esa heurística de la que decíamos que no viola un orden más que para crear otro, que no destruye sino para redescribir?” Ricœur toma prestado el término de “redescripción” (cf. p. 35) de M. B. Hesse (1965HESSE, M. B. (1965). The Explanatory Function of Metaphor. In: BAR-HILLEL, Y. (ed.). Logic, Methodology and Philosophy of Science. Proceedings of the 1964 International Congress. Amsterdam, North-Holland Publishing, p. 249-259., p. 317).
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6
“Todo nombre es, o bien un nombre corriente, o bien uno raro, una metáfora, un epíteto [kosmos = ornamento, AL, cf. la nota siguiente], un neologismo, una forma alargada, recortada o adaptada.” (Po. 21 1457b1-3).
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7
Los elementos de los que disponemos para reconstruir lo que Aristóteles entendía por kosmos los reúnen y discuten Dupont-Roc & Lallot, 1980DUPONT ROC, R.; LALLOT, J. (eds.) (1980). Aristote. La Poétique. Paris, Seuil., p. 342, quienes acertadamente relacionan el kosmos con el epíteto.
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8
“Llamo usual al que usan todos en un lugar determinado, y palabra extraña, a la que usan otros; de suerte que, evidentemente, un mismo nombre puede ser palabra extraña y usual, mas no para los mismos; sigunon, en efecto, es usual para los chipriotas, y para nosotros palabra extraña” (Po. 21 1457b3-6).
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9
“La palabra usual, la apropiada y las metáforas son las únicas [palabras] adecuadas para la expresión en prosa”, Ret. 3.2, 1404b31-33. Cito la Retórica en la traducción de Alberto Bernabé (1998BERNABÉ, A. (trad.) (1998). Aristóteles. Retórica. Madrid, Alianza Editorial.) con modificaciones puntuales.
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10
El tema del dinamismo de la metáfora como epiphora es omnipresente en Ricœur, 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975) (por ej., p. 36, 398, 415, cf. p. 19, a propósito de la retórica en general). Cf. en ese mismo sentido Tamba-Mecz & Veyne, 1979TAMBA-MECZ, I.; VEYNE, P. (1979). Metaphora et comparaison chez Aristote. Revue des Études Grecques 92, p. 77-98., p. 84 y Petit, 1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71., p. 59, 64. Kirby, 1997KIRBY, J. T. (1997). Aristotle on Metaphor. American Journal of Philology 118, p. 517-554., p. 592, habla de “the Aristotelian semiotic approach” as “actually anticipat[ing] the new cognitive model” (in this case represented by Lakoff).
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11
Por diferentes que sean los puntos de vista, es interesante notar que el análisis de Ricœur se relaciona de cierta manera con el de G. E. R. Lloyd (1987LLOYD, G. E. R. (1987). The Revolutions of Wisdom. Berkeley/Los Angeles/London, University of California Press.) quién analiza la tensión que existe en la obra de Aristóteles entre la condena teórica de la metáfora en un contexto científico (cf. APo. 2.13 97b37-39; Mete. 2.3 357a26-28), y la práctica efectiva a la que este recurre abundantemente (p. 183 s.). Deliberadamente dejé de lado esta dimensión del uso de la metáfora en la obra científica de Aristóteles.
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12
GA 5.4 784b19-24. Ambas sustituciones están basadas en la analogía: (Escarcha (o enmohecimiento) / Metabolismo atmosférico) = (blanqueamiento / vejez). La sustitución de escarcha por “blanqueamiento” es una metáfora de especie a especie; aquella de “enmohecimiento” por “blanqueamiento” es una metáfora de género a especie.
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13
Aristóteles sabe bien que la metáfora cómica debe hacer reír, cf. Rh. 3.3 1406b5-7.
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14
Con respecto a la prioridad de la metáfora sobre el orden conceptual, Ricœur, 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975) remite (p. 35, cf. p. 265) a Gadamer, 1973GADAMER, H.-G. (1973). Wahrheit und Methode. 3ed. Tübingen, Mohr., p. 71 y 406 s.
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15
Cf. Lloyd, 1987LLOYD, G. E. R. (1987). The Revolutions of Wisdom. Berkeley/Los Angeles/London, University of California Press., p. 186, con la n. 50; cf. también Petit, 1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71., p. 59 (“la operación metafórica está fundada en la visión de lo similar”; las cursivas son mías). En otros términos, podría decirse que eu metapherein indica ante todo la capacidad de hacer buenas metáforas.
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Rh. 2.20 1394a4-6: “es muy fácil aplicar fábulas, pues solo se requiere, como en las parábolas, que se pueda advertir la semejanza, y esta es de las cosas que se logran a partir de la filosofía.” Con respecto a las parábolas socráticas, cf. 1393b3-8.
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Véase el principio de 3.10 (con respecto a las “expresiones refinadas” [cf. infra, n. 49 49 Esta es la razón por la que la exigencia de claridad, simplemente formulada en la Poética, se justifica en la Retórica con el carácter significante del discurso (Po. 22 1458a18, citado supra, n. 35). Cuando el signo muestra, desempeña su papel de “clarificación”. ] y otros enunciados aplaudidos): “crearlas es cosa del talento y de la práctica, pero mostrar en qué consisten lo es de nuestra investigación.” (1410b6-8).
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18
Aristóteles no cita el enunciado de Arquitas, que establece una identidad, como ejemplo de enunciado metafórico. Se trata de un enunciado “teórico”. La “similitud” entre la metaforización retórica y la filosofía (cf. hoion kai) reside en que ambas suponen la percepción de similitudes y no en que ambas recurren a la metáfora. Ricœur no ve el punto: “Percibir […] lo similar es, en el poeta, pero también en el filósofo, la genialidad de la metáfora que unirá la poética con la ontología” (Ricœur, 2001, p. 40, las cursivas son mías); igualmente, Petit, 1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71., p. 63, n. 12, o también Bremer, 1980BREMER, D. (1980). Aristoteles, Empedokles und die Erkenntnisleistung der Metapher. Poetica 12, p. 350-376., p. 358, que, a pesar de una descripción correcta (“aufgrund dieser Selbigkeit könnte metaphorisch ein Schiedsrichter als Altar bzw. ein Altar als Schiedsrichter für den Rechtsuchenden bezeichnet werden”, las cursivas son mías), habla de “die Erkenntnisleistung der Metapher in der Philosophie.”
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19
Top. 1.18 108b7, con una fórmula prácticamente idéntica a la de Po. 22 1459a7 s. (cf. supra). Cf. también APo. 2.13 97b37 s.
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20
Cf. Bonitz, Index Arist., 462a23 y 511b27.
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21
Cf. EN 5.11 1138b5 s.; PA 3.2 622b24 s. y sobre todo Top. 6.2 140a8-11: “una metáfora da de algún modo a conocer lo que es indicado por cuenta de la similitud, por aquellos quienes usan metáforas lo hacen por cuenta de alguna similitud (hē … metaphora poiei pōs gnōrimon to sēmainomenon dia tēn homoiotēta)” (cf. infra, n. 67 67 Petit (1988, p. 61) también habla de “efecto cognitivo”. El pasaje de los Tópicos (140a8-10) citado supra, n. 21, también apunta en este sentido (cf. el empleo de pōs). Por otra parte, confirma que la cognitividad de la metáfora aristotélica debe entenderse desde el punto de vista de la recepción-se trata en este caso, de la recepción dialéctica. Rapp (2002), cuyo comentario a 1410b10-b15 (vol. 2, p. 885-888) coincide en lo esencial con mi análisis (cf. p. 887), sin embargo duda que la formula ‘cuasi-cognitivo’ sea del todo adecuada, dado que la comprensión de la metáfora, si evidentemente no proporciona el conocimiento científico del objeto en cuestión, por lo menos enseña que una cosa A está en una relación de especie a género (por ejemplo) con otra cosa B (p. 886, 2.1). Me parece que es demasiado decir (género y especie son términos técnicos), pero sí se podría decir que la comprensión de una metáfora produce en quien la escucha el reconocimiento de una similitud (cf. vol. 1, p. 369, en el parágrafo titulado “Die kognitive Wert der Metaphern”). El punto principal es que quien produce la metáfora la produce con base en un conocimiento previo de una relación de similitud. Rapp mismo titula un apartado de su sinopsis de los capítulos 3.10 y 11 de la Retórica “Die sogennante ‘kognitive Leistung’ der Metapher” (p. 926). ).
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22
La metáfora proporcional posee, de manera general, un privilegio sobre las otras tres, en la medida en la que le conciernen las relaciones de equivalencia entre objetos que no pertenecen a un género determinado (lo que Brunschwig, 1967BRUNSCHWIG, J. (1967). Aristote. Topiques (1-4). Paris, Les Belles-Lettres., ad Top. 1.18 108b27 s., n. 21, p. 137 s., llama un “cuasi-género”), cf. Petit, 1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71., p. 63 (quien dice: “permite descubrir”) y Lallot, 1988LALLOT, J. (1988). Le fonctionnement sémiotique de la métaphore selon Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 47-58., p. 52.
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23
La fórmula se encuentra en Rh. 3.2 1405a35-37: “tampoco se deben hacer metáforas sobre cosas alejadas, sino del mismo tipo y emparentadas para denominar lo que no se nombra”. En el contexto de la Retórica, el “anónimo” no lo es por naturaleza, pues resulta de la construcción de un enigma (la fórmula enigmática “nombra sin nombrar” la aplicación de ventosas). Sin embargo, es legítimo extender la observación a las carencias del lenguaje (cf. Cope ad loc., p. 29, citando a Cic. Orat. 3.38.555).
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24
Cf. Int. 1 16a19, Po. 20 1457a10 s.; Rh. 3.6 1407b31: “Expresarse por medio de metáforas y epítetos, cuidando de no caer en lo poético”.
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25
epoiēsen mathēsin kai gnōsin dia tou genous, Rh. 3.10 1410b14 s. (citado por Ricœur, 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975), p. 34).
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26
Eso vale también para los enigmas, cf. Rh. 3.11 1412a23-25: “Por el mismo motivo son agradables los enigmas bien planteados, pues comportan una enseñanza y contienen una metáfora”. Sobre el enigma en Aristóteles véase Gardella, Aristotle on Riddle (en curso de publicación).
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27
Véase, por ejemplo al principio de Rh. 1.3, la “deducción” de los tres tipos de discurso, judicial, deliberativo y epidítico, a partir del tercer elemento implicado por todo logos, a saber, el oyente al que se dirige (pros on, 1358b1).
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28
“En la Poética, como decíamos, se habla acerca de qué es cada uno de estos tipos de palabras, de cuántos tipos de metáforas hay, y de que éstas tienen la máxima eficacia tanto en prosa como en poesía” (Rh. 3.2 1405a3-6).
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29
Los intérpretes están de acuerdo en que las dos obras (incluso el tercer libro de la Retórica) se concibieron en la misma época (relativamente al principio en la carrera de Aristóteles). Para un resumen de las hipótesis cronológicas, cf. Flashar, 1983FLASHAR, H. (1983). Aristoteles. In: FLASHAR, H. (ed.). Grundriss der Geschichte der Philosophie. Die Philosophie der Antike 3. Altere Akademie. Aristoteles. Peripatos. Basel, Schwabe, p. 175-457., p. 252-254.
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30
La recopilación del rico material de la Retórica proporcionada por Kirby, 1997KIRBY, J. T. (1997). Aristotle on Metaphor. American Journal of Philology 118, p. 517-554., p. 541-547, pasa por alto ese importante punto.
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31
Se sabe que en Metaph. 1.9 991a210 s., se le reprocha a Platón haber hecho metáforas poéticas, al igual que a Empédocles en Mete. 2.3 357a26 s.
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32
La prosa es un discurso ‘desnudos’ (psiloi logoi, Rh. 3.2 1404b14).
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33
“Léxico” se refiere, según una sugerencia de J. Lallot, a lo que concierne las palabras, mientras que “lexicológico” cubre todo el dominio de la lexis (i.e. lo “léxico”, lo “analógico” y lo “esquemático”). Con respecto a lo “analógico”, cf. 3.7 1408a10 s. (“La expresión será apropiada si expresa sentimientos y modos de ser y si se corresponde (analogon) con los temas; con respecto a lo “esquemático”, cf. 3.8, 1408b21 (to schēma tēs lexeōs).
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34
El estudio “léxico” ocupa los capítulos 2b, 3, 4, 5, 6, a los que se incorporan el 10 y el 11; los capítulos 7 y 12 se inscriben en la perspectiva “analógica”; los capítulos 8 y 9 están dedicados a los “esquemas de la expresión”, es decir, al ritmo y a la estructura de las proposiciones.
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35
“Lo que hace que una expresión sea excelente es que sea clara sin ser trivial” (Po. 22 1458a18).
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36
“Consideremos, pues, tratadas estas últimas cuestiones y definamos la claridad como una virtud de la forma de hablar (buena señal de ello es que si un discurso no hace patente algo, no logrará su objetivo), que no debe ser ni ramplona ni excesivamente elevada, sino la adecuada. Pues el lenguaje poético seguramente no es ramplón, pero tampoco es apropiado para el discurso. De los nombres y verbos hacen clara la expresión los que tienen un sentido propio, mientras que los demás nombres de los que se ha hablado en la Poética no la hacen ramplona, pero sí adornada.” (Rh. 3.2 1404b4 s.).
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37
Es la razón por la que las metáforas “poéticas” de Gorgias se adaptaron al estilo de la retórica: 3.3 1406b7-11.
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38
“En cambio en la prosa hay muchas menos, pues el tema es también de menor porte.” (3.2 1404b14 s.). Este espacio también está reducido con respecto a la de la dialéctica (cf. Rh. 1.2 1357a3 s., 16 s.).
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39
En este contexto interviene el elogio de la buena declamación, que encarna Teodoro. Aristóteles hace aquí un paralelo entre la lexis con la hypocrisis, a saber, un aspecto de la teoría de la lexis que estrictamente hablando no es parte del arte (cf. 3.1 1404a15 s.).
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40
“Por ello no conviene que se note la elaboración ni dar la impresión de que se habla de un modo artificioso, sino natural (esto último es lo persuasivo […])” (Rh. 3.2 1404b18-20).
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41
Desde luego, este discurso es distinto del discurso ordinario, incluso si se le aproxima más que el discurso poético.
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42
Cf., por ej., la utilización de un verso del Télefo de Eurípides en 3.2 1405a28-30, para ilustrar la necesidad de respetar en retórica el “valor” de los elementos que unen la operación metafórica. Cf. igualmente, infra, n. 53 53 Un caso más de análisis de un texto poético - Homero - en términos retóricos. .
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43
“Pero en la prosa hay que esmerarse tanto más en ellas cuanto menores son los recursos de la prosa frente a los de la poesía. La claridad, el encanto y la singularidad las aporta especialmente la metáfora. Y no es posible tomarlas de otro” (3.2 1405a6-9).
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44
Si bien la abundancia de las metáforas en el lenguaje común (cf. Rh. 3.2 1404b33-35) marca la proximidad entre el discurso cotidiano y el del orador.
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45
“no es posible tomarlas de otro” (3.2 1405a9 s.).
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46
Con respecto a las indicaciones que, por contraste, se pueden obtener de este pasaje para una teoría de la metáfora poética, cf. Laks, 1992LAKS, A. (1992). Zeitgewinn. Bemerkungen zum Unterschied zwischen Metapher und Vergleich in Aristoteles Rhetorik. In: RUDOLPH, E.; WISMANN, H. (eds.). Sagen, was die Zeit ist. Analysen zur Zeitlichkeit der Sprache. Stuttgart, Metzler, p. 11-19..
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47
Con respecto al problema que implican las indicaciones en apariencia contradictorias de la Poética y la Retórica con respecto al enigma, cf. Lallot, 1988LALLOT, J. (1988). Le fonctionnement sémiotique de la métaphore selon Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 47-58., p. 56; Gardella, Aristotle on Riddle (en curso de publicación).
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48
“Por eso conviene dar al lenguaje un tono algo fuera de lo común, pues se admira lo fuera de lo común, y lo admirable resulta placentero” (Rh. 3.2 1404b12 s.; cf. 1405a8 s.).
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49
Esta es la razón por la que la exigencia de claridad, simplemente formulada en la Poética, se justifica en la Retórica con el carácter significante del discurso (Po. 22 1458a18, citado supra, n. 35 35 “Lo que hace que una expresión sea excelente es que sea clara sin ser trivial” (Po. 22 1458a18). ). Cuando el signo muestra, desempeña su papel de “clarificación”.
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50
Las expresiones refinadas (ta asteia) son las que se usan en la ciudad (las “urbanidades”), en oposición al campo.
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51
Ello es evidente con respecto al éxito popular, que es la expresión misma de esta adhesión; en cuanto a las “urbanidades”, éstas están predestinadas, como lo indica su nombre, a repercutir en el espacio de la ciudad, simultáneamente como testigos y como germen del consenso social.
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52
Rh. 3.10 1410b9-15: “Sea nuestro punto de partida el siguiente: que aprender con facilidad es algo naturalmente agradable para todos y que, por otra parte, las palabras tienen un significado determinado, así que los nombres que nos enseñan algo son los más agradables. En consecuencia, las palabras raras nos son desconocidas; las precisas ya las conocemos, así que es la metáfora la que consigue mejor lo que buscamos. En efecto, cuando el poeta llama a la vejez ‘rastrojo’ produce en nosotros un aprendizaje y el conocimiento a través de un género, pues ambas cosas implican que algo se ha marchitado.” La referencia es a Hom. Od. 14.214.
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53
Un caso más de análisis de un texto poético - Homero - en términos retóricos.
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54
“Todos los seres humanos desean por naturaleza saber. Así lo indica el apego a las sensaciones” (Metaph. 1.1 980a1 s.); cf. también Po. 4 1448b12-14: “La razón es que comprender procura un gran placer, no sólo a los filósofos, sino también a los hombres” (la diferencia es de grado: “incluso si sólo tienen una capacidad limitada para la comprensión”).
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55
En particular, la vista nos ayuda a conocer más que los otros sentidos: Metaph. 1.1 980a25 s.
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56
“Es forzoso, pues, que sean ingeniosos los entimemas y la expresión que producen en nosotros un aprendizaje rápido. Por eso no resultan logrados ni los entimemas banales (llamamos «banales» a aquellos evidentes para todo el mundo y en los que no hay nada que indagar) ni aquellos que no entendemos lo que son cuando nos los dicen” (Rh. 3.11 1410b20-24). Con respecto al movimiento rápido del pensamiento que provoca la metáfora, cf. también Cic. Orat. 39.134.
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57
Con respecto a este paralelo, cf. más adelante.
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58
“[…] sino sólo aquellos [entimemas] que comprendemos al tiempo en que se dicen, aunque no los conociéramos antes, o que tardamos poco en entender. Y es que se produce una especie de aprendizaje que no se produce ni en los banales ni en los oscuros” (Rh. 3.11 1410b24-26).
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59
El pasaje es de gran importancia para la cuestión de la diferencia entre metáfora retórica y metáfora poética, cf. Laks, 1992LAKS, A. (1992). Zeitgewinn. Bemerkungen zum Unterschied zwischen Metapher und Vergleich in Aristoteles Rhetorik. In: RUDOLPH, E.; WISMANN, H. (eds.). Sagen, was die Zeit ist. Analysen zur Zeitlichkeit der Sprache. Stuttgart, Metzler, p. 11-19., p. 15.
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60
“El símil (hē eikōn) es también una metáfora, pues se diferencia poco de ella (Rh. 3.4 1406b20), con el famoso ejemplo (21 s.): “Pues cuando se dice ‘se lanzó como un león’ es un símil, pero cuando se dice ‘se lanzó el león’, es una metáfora. Como los dos son valerosos, transfiere el nombre del león a Aquiles”.
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61
La explicación de la razón por la que sentimos placer al ver la representación de objetos desagradables, en el libro 1.11 1410b17 s., muestra que la fórmula “esto es aquello” es la forma general del juicio de identidad, y no la forma específica del juicio metafórico (“llamar una cosa con el nombre de otra”, Tamba-Mecz & Veyne, 1979TAMBA-MECZ, I.; VEYNE, P. (1979). Metaphora et comparaison chez Aristote. Revue des Études Grecques 92, p. 77-98., p. 88). La fórmula es idéntica en Po. 4 1448a15-17.
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62
Ésta es la razón por la que el intento de Tamba-Mecz/Veyne 1979TAMBA-MECZ, I.; VEYNE, P. (1979). Metaphora et comparaison chez Aristote. Revue des Études Grecques 92, p. 77-98., p. 87s. por interpretar el término (prothesis), que marca la diferencia específica de la comparación (metaphora diapherousa prothesei, 3.10 1410b17 s.), no como la “añadidura” (del término comparativo), sino como el “comparante” mismo, es decir, el conjunto del primer miembro de la comparación (que puede ser más fuerte, es decir, el conjunto del primer miembro de la comparación (que puede ser muy desarrollado, como en el caso de la comparación homérica), no convence.
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63
La expresión reiterada (zetei touto hē archē) muestra que lo que está en juego en la teoría de la metáfora es algo esencial para el hombre. Cf. también la prosopopeya del alma, 3.11 1412a20 s.
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64
De hecho, un griego comprende en general las glōttai. ¿De qué otra forma podrían ser uno de los términos privilegiados por el discurso poético?
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65
Los análisis de Petit (1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71.) sobre el papel del “hogar”, o “punto de unificación metafórica” (p. 60, 62), por definición ausente en la expresión metafórica (el término “innominado”, p. 63), sino al que remite como su condición de inteligibilidad, son esclarecedores. Situándose en el camino de Ricœur, me parece, sin embargo, que Petit subestima el hecho de que el proceso cognitivo es aquí un proceso retóricamente inducido.
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Cf. supra, n. 60 60 “El símil (hē eikōn) es también una metáfora, pues se diferencia poco de ella (Rh. 3.4 1406b20), con el famoso ejemplo (21 s.): “Pues cuando se dice ‘se lanzó como un león’ es un símil, pero cuando se dice ‘se lanzó el león’, es una metáfora. Como los dos son valerosos, transfiere el nombre del león a Aquiles”. .
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67
Petit (1988PETIT, A. (1988). Métaphore et mathésis dans la Rhétorique d’Aristote. Recherches sur la philosophie et le langage 9, p. 59-71., p. 61) también habla de “efecto cognitivo”. El pasaje de los Tópicos (140a8-10) citado supra, n. 21 21 Cf. EN 5.11 1138b5 s.; PA 3.2 622b24 s. y sobre todo Top. 6.2 140a8-11: “una metáfora da de algún modo a conocer lo que es indicado por cuenta de la similitud, por aquellos quienes usan metáforas lo hacen por cuenta de alguna similitud (hē … metaphora poiei pōs gnōrimon to sēmainomenon dia tēn homoiotēta)” (cf. infra, n. 67). , también apunta en este sentido (cf. el empleo de pōs). Por otra parte, confirma que la cognitividad de la metáfora aristotélica debe entenderse desde el punto de vista de la recepción-se trata en este caso, de la recepción dialéctica. Rapp (2002)RAPP, C. (2002). Aristoteles. Rhetorik. Übersetzt und erläutert. 2 vols. Berlin, Akademie Verlag., cuyo comentario a 1410b10-b15 (vol. 2, p. 885-888) coincide en lo esencial con mi análisis (cf. p. 887), sin embargo duda que la formula ‘cuasi-cognitivo’ sea del todo adecuada, dado que la comprensión de la metáfora, si evidentemente no proporciona el conocimiento científico del objeto en cuestión, por lo menos enseña que una cosa A está en una relación de especie a género (por ejemplo) con otra cosa B (p. 886, 2.1). Me parece que es demasiado decir (género y especie son términos técnicos), pero sí se podría decir que la comprensión de una metáfora produce en quien la escucha el reconocimiento de una similitud (cf. vol. 1, p. 369, en el parágrafo titulado “Die kognitive Wert der Metaphern”). El punto principal es que quien produce la metáfora la produce con base en un conocimiento previo de una relación de similitud. Rapp mismo titula un apartado de su sinopsis de los capítulos 3.10 y 11 de la Retórica “Die sogennante ‘kognitive Leistung’ der Metapher” (p. 926).
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68
La expresión es de Gérard Genette, cf. Ricœur, 2001RICŒUR, P. (2001). La Metáfora viva. Trad. A. Neira. 2ed. Madrid, Cristiandad/Trotta. (Pub. orig. FR 1975), p. 15.
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69
Cf. Marx, 1900MARX, F. (1900). Aristoteles Rhetorik. Berichte d. kgl. sächsischen Gesellschaft d. Wiss. z. Leipzig 52, p. 241-328., p. 244, 246 s.; cf. Rapp, 2002RAPP, C. (2002). Aristoteles. Rhetorik. Übersetzt und erläutert. 2 vols. Berlin, Akademie Verlag., vol. 1, p. 172. Diels incluso tuvo que establecer que el libro sí era auténtico.
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1.1 1354a14 s. (crítica de los autores de tratados de retórica): “El caso es que los que han escrito tratados acerca de los discursos se han ocupado sólo de una mínima parte de la cuestión, pues sólo los argumentos son propios de la disciplina, mientras que lo demás es accesorio. En cambio no dicen nada de los entimemas, que son el cuerpo de la persuasión y se ocupan de temas que en su mayoría quedan fuera de la cuestión.”
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71
Una analogía potencialmente retórica.
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“Su objeto son por lo tanto las cuestiones acerca de las que deliberamos y para las que no contamos con disciplinas específicas, y su ámbito, los oyentes que no son capaces de hacerse una visión de conjunto a partir de muchos datos ni reflexionar durante mucho tiempo.” (Rh. 1.2 1357a1-4; cf. 10-14).
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73
Es el caso de los Problemas 18.3, 916b26-35.
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“Entre los discursos de escuela predominan en unos los ejemplos y en otros los entimemas y, de modo semejante, entre los rectores, unos son más propensos a los ejemplos y otros a los entimemas. Ahora bien, convincentes no lo son menos los discursos que utilizan ejemplos, pero son más aclamados los que utilizan entimemas” (1.2 1356b20-24).
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“Entre los entimemas los refutativos resultan más logrados que los demostrativos, habida cuenta de que el entimema refutativo significa una síntesis de contrarios de forma breve y porque al aparecer uno frente a otro se hacen más claros para el oyente. Pero de todos los razonamientos, tanto los refutativos como los demostrativos, los más aplaudidos son aquellos que, aun no siendo obvios a primera vista, permiten prever la conclusión una vez que se han iniciado (pues los oyentes se sienten a la vez muy gratificados consigo mismos por haberse dado cuenta de antemano), así como aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiempo que se tarda en decirlos” (Rh. 2.23 1400b25-33).
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76
El demostrativo (tōn apodeiktikōn = tōn deiktikōn) aquí tiene el sentido estrecho de “lo que establece una conclusión positiva”; en otro sentido, los entimemas refutativos son también “demostraciones”, en tanto que entimemas a secas.
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77
La determinación “de forma breve” (en mikrō) retoma el principio del capítulo 22, en donde Aristóteles recuerda (con referencia a 1.2 1357a3-5) que el entimema no puede basarse en una larga cadena de deducciones, que comenzaría “muy” por debajo de la proposición por establecer. Es por lo tanto el equivalente positivo de ou … porrōthen.
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78
“Todos estos ejemplos forman la antítesis que he dicho. Es una expresión agradable, porque los contrarios resultan muy familiares y, opuestos entre sí, más familiares aún, y porque parecen un razonamiento, pues la refutación es una reunión de premisas contrarias. Tal es la naturaleza de la antítesis” (Rh. 3.10 1410a19-22).
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79
La refutación es la deducción de la contradicción, cf. SE 1 165a2 s.
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80
“Prueba de ello es lo que ocurre en la realidad: nos complacemos en contemplar las reproducciones más exactas de aquellas cosas que, por ellas mismas, son dolorosas de ver, como es el caso del apariencia exterior de los animales repugnantes o de los cadáveres. La razón es que comprender procura un gran placer, no sólo a los filósofos, sino también a los demás hombres, incluso si sólo tienen una capacidad limitada para la comprensión. En efecto, ver reproducciones produce placer porque, al contemplarlas, se comprende por inferencia qué es cada elemento, por ejemplo, que este personaje es tal índole” (Po. 4 1448b12-18); cf. Rh. 1.11 1371b9 s.: “[…] pues no es con esto con lo que se goza, sino que hay una deducción del tipo ‘esto es aquello’, y en consecuencia resulta que se aprende” (ou gar epi toutō chairei, alla syllogismos estin hoti touto ekeino, hōste manthanein ti symbainei).
Fechas de Publicación
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Publicación en esta colección
09 Nov 2020 -
Fecha del número
2020
Histórico
-
Recibido
21 Set 2020 -
Acepto
27 Set 2020