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Cuerpo y sociedad en el Libro de la anathomía del hombre , de Bernardino Montaña de Monserrate: el sueño político de un anatomista

Resúmenes

El Libro de la anathomía del hombre constituye un caso ejemplar del género de obras médico-consiliares que, habiendo tenido su apogeo en la Baja Edad Media se mantuvieron vigentes durante el Renacimiento. Aunque no es un tratado original en sentido estricto goza de algunas características relevantes: es el primer tratado de anatomía escrito en lengua castellana; epistemológicamente, constituye un punto de inflexión entre las concepciones galénica y mecanicista del cuerpo; a la par que el discurso médico se configura como un verdadero tratado político destinado a legitimar el orden hegemónico; y, desde el punto de vista estilístico, el empleo de un sueño alegórico permite considerarla como una obra onirológica.


The Libro de la anathomía del hombre is an exemplary case of a genre of medico-moral works that peaked in the Early Middle Ages and were still seen during the Renaissance. Although it is not, strictly speaking, an original treatise, it presents some relevant characteristics: it was the first anatomy treatise to be written in Spanish; epistemologically, it represents a turning point between Galenist and mechanist concepts of the body; whilst the medical discourse is configured as a true political treatise intended to legitimize the hegemonic order; and, in terms of style, the use of an allegorical dream allows us to treat it as an oneirological work.


Las metáforas del cuerpo, arraigadas en la literatura jurídica y moral desde la Antigüedad, no han dejado de suscitar el interés de los historiadores de las ideas políticas y, asimismo, aunque en menor medida, de los historiadores de la ciencia. Tras un largo periodo de vacilación, donde sólo esporádicamente se pueden encontrar algunos ejemplos, tanto en la literatura canónica cristiana de la Alta Edad Media como en la filosófica árabe, reaparece con fuerza en el siglo XII en una obra eminentemente política, el Policraticus , con la que Juan de Salisbury, en una de las expresiones más clásicas del pensamiento organicista medieval, trata de legitimar y compatibilizar el poder real con el eclesiástico. A partir de ese momento, distintas formulaciones de la metáfora fueron un recurso de legitimación política frecuente en la literatura sapiencial, consiliar, en espejos de príncipes y, por supuesto, aparecen dentro del género moral y político que son las ‘utopías sociales’, tan común hasta, al menos, bien entrado el siglo XVII.

En las letras hispanas se pueden encontrar algunos ejemplos eminentes en Lucas de Tuy, en Alfonso X, en Don Juan Manuel, en García de Castrogeriz y ya, superado el límite temporal de la Edad Media, en autores como Fray Luis de Granada o Gracián en quienes la metáfora destaca por su significado moral y práctico o, asimismo, en autores como Bernardino Montaña, Jerónimo Merola o Cristóbal Pérez de Herrera – entre muchos otros médicos-humanistas – en cuyas obras la metáfora, sin perder el sentido político originario, adopta una forma decididamente naturalista.

Casi todas las versiones de la metáfora han sido objeto de análisis más o menos pormenorizados, incluida la que enuncia Bernardino Montaña de Monserrate cuyo tratado, el Libro de la anathomía del hombre , no ha sido, sin embargo, suficientemente destacado por la historiografía. Desde nuestro punto de vista, muchas son las peculiaridades de la obra – y en particular del uso metafórico del cuerpo que lleva a cabo – que la hacen merecedora de un análisis exhaustivo; un análisis del que el presente artículo sólo pretende ser un estímulo. Como avance de lo que será el eje de la exposición, señalamos aquí cuatro de esas peculiaridades: la primera, ser el primer tratado de anatomía escrito en lengua castellana; la segunda, desarrollar la metáfora no en una obra político-jurídica o moral, como era usual, sino en una obra científico-médica; la tercera, desarrollar una versión inversa del tópico organicista; y, sin embargo, como cuarta característica importante, conservar su carácter consiliar y político. Una quinta característica destacable nos parece que reside en el empleo del recurso onirológico y visionario como dispositivo de legitimación del poder.

Autor, contexto y relevancia historiográfica

La figura de Bernardino Montaña de Monserrate, médico de la corte de Carlos V, no es tan conocida como la de otros médicos humanistas del entorno de las cámaras reales de la época, tal como sucede con Luis Lobera – también médico de la misma corte –, Andrés Laguna, Alfonso Rodríguez Guevara o Juan Valverde. Según las fechas que consideran Hernández Morejón (1842-1852, p.355-356) y Anastasio Cinchilla Piqueras (1842-1846, p.253-270), habría nacido hacia 1480 en la ciudad de Barcelona; después de haber estudiado medicina en al menos dos universidades europeas – con toda probabilidad la de Montpellier y la de Boloña – ejercería como catedrático de anatomía en la Universidad de Valladolid. La publicación de su única obra conocida, justamente en esta ciudad en 1551, habría tenido lugar, por lo tanto, cuando ya contaba con setenta años de edad.

El Libro de la anathomía del hombre pertenece al extenso género de obras médico-consiliares que, a lo largo de la Edad Media, médicos y cuidadores de monarcas fueron dando forma de ‘filosofía segunda’. A este respecto, aunque está elaborado como un compendio anatomofisiológico al uso, además de la descripción de la estructura y las funciones del cuerpo humano, ofrece, a este respecto, abundantes reflexiones a propósito del comportamiento en tanto que éste, de acuerdo con la tradición hipocrática, es siempre tributario de la disposición natural o accidental de los órganos. Asimismo, haciendo uso de algunos elementos del amplio campo metafórico, que desde la antigüedad ofreció la analogía entre la sociedad y la composición y figura corporal, desarrolla una teoría política – al modo de las utopías renacentistas – centrada en el reparto de poder entre los diferentes cargos y oficiales que mantienen la ciudad.

Precisamente, el carácter novedoso que en las letras hispánicas supone el empleo metafórico de los oficios dentro de un texto científico es lo que confiere al tratado de Montaña una de sus más destacadas singularidades. Ello no quiere decir, ni mucho menos, que se trate de una obra original, lo que se constata no sólo por los múltiples paralelismos con obras médicas anteriores, entonces aún vigentes, como por ejemplo la Cirugía de Henry de Mondeville, donde también aparece la alegoría de los oficios para describir el cuerpo, o con la más difundida Anathomia de Mondino Luzzi, sino, asimismo, por la reproducción casi fiel de algunas de las láminas y de los diseños anatómicos con los que Vesalio ilustró el De humani corporis fabrica, su más célebre obra. Esta última, editada tan solo ocho años antes pero ya, entonces, bien conocida en los círculos médicos de la mano de los anatomistas valencianos Pedro Jimeno y Luis Collado ( Sánchez Granjel, 1980, p.156SÁNCHEZ GRANJEL, Luis. La medicina española renacentista. Salamanca: Universidad de Salamanca. 1980. ). Del mismo modo, la filiación de la obra con las de su entorno médico se constata por el uso de algunos recursos estilísticos y didácticos reconocibles en autores muy próximos a él, particularmente, por la presencia de un sueño alegórico, semejante al que Luis Lobera de Ávila incluyera en su Remedio de cuerpos humanos y silva de experiencia en 1542, cuya materia visionaria permite relacionarlo, además, con el género onirológico; un género de larga tradición en la gnoseología y, particularmente, en la filosofía natural y en la política.

Tratándose de una obra que por su contenido científico puede considerarse comparati-vamente de segunda categoría, la importancia histórica del compendio reside, como ya hemos apuntado, parafraseando a Saunders y O’Malley (1946, p.88)SAUNDERS, J.B de C.M.; O’MALLEY, Charles Donald. Bernardino Montana de Monserrate: author of the first anatomy in the Spanish language; its relationship to Mondeville, Vicary, Vesalius, the English geminus, and the history of circulation. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences , New Haven, v.1, n.1, p.87-107. 1946. , – en uno de los más completos estudios dedicados a la obra de Bernardino Montaña –, en que constituye el primer tra- tado de anatomía escrito en lengua castellana. Valga apuntar que la calificación de la obra como de segunda categoría está referida a su influencia como compendio anatómico-fisiológico y no a su valor literario ni mucho menos a su valor documental, tanto para la historia de la medicina como para la historia de las ideas políticas. En efecto, en la medida en que su contenido científico fue superado muy pronto por obras inmediatamente posteriores de médi- cos humanistas que han alcanzado mayor relieve, por ejemplo, las de Valverde de Hamusco, Andrés Laguna, etc. e incluso obras médicas inmediatamente anteriores, como la del propio Luis Lobera – las cuales son más citadas y consultadas y parecen haber ejercido mayor influencia en la Medicina –, la importancia del tratado de Montaña reside, aparte de las singularidades estilísticas y la mencionada oportunidad idiomática, sobre todo, en la lectura epistemológica que ofrece en un momento de cambio de paradigma y asimismo en la lec- tura política que desarrolla al compás del discurso científico.

A pesar de todo, y a diferencia de otros autores y tratados médicos de la época, larga e intensamente estudiados por la Historia de la Ciencia y de la Medicina, no son muchos los estudios publicados tanto del autor como de su única obra conocida. Desde que a mediados del siglo XIX fueran referidos por Chinchilla Piqueras (1842-1846)CHINCHILLA PIQUERAS, Anastasio. Anales históricos de la medicina en general y bibliográficos de la española en particular . 4 v. Valencia: López, Mateu Cervera. 1842-1846. o por Hernández Morejón (1842-1852)ESCRIBANO GARCÍA, Víctor. La anatomía y los anatomistas españoles del siglo XVI . Granada: J. López de Guevara. 1902. y, ya a principios del XX, por Escribano García (1902)ESCRIBANO GARCÍA, Víctor. La anatomía y los anatomistas españoles del siglo XVI . Granada: J. López de Guevara. 1902. – siempre en obras bibliográficas generales –, no hemos encontrado alusiones de relevancia hasta mediados del siglo XX. La primera, la consignada por Alberti López (1942)ALBERTI LÓPEZ, Luis. La anatomía y los anatomistas españoles . Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1942. en una obra general dedicada a los anatomistas españoles, y la segunda, y tal vez la más cualificada de todas, la que realizan Saunders y O’Malley (1942)SAUNDERS, J.B de C.M.; O’MALLEY, Charles Donald. Bernardino Montana de Monserrate: author of the first anatomy in the Spanish language; its relationship to Mondeville, Vicary, Vesalius, the English geminus, and the history of circulation. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences , New Haven, v.1, n.1, p.87-107. 1946. en un artículo monográfico en el Journal of the History of Medicine and Allied Sciences .

De la misma época encontramos un interesante estudio del léxico anatómico de Bernardino Montaña y Juan Valverde llevado a cabo por Valle-Inclán (1949)VALLE-INCLÁN, Carlos. El léxico anatómico de Bernardino Montaña de Montserrate y de Juan Valverde. Archivo Iberoamericano de Historia de la Medicina , Madrid, n.1, p.121-188. 1949. ; aspecto también abordado, aunque muy sucintamente, pocos años antes, por Pedro Laín Entralgo (1988)LAÍN ENTRALGO, Pedro. La antropología en la obra de Fray Luis de Granada. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1. ed. 1946. 1988. .

Tres décadas después, José María López Piñero (1976) LÓPEZ PIÑERO, José María. Medicina moderna y sociedad española : siglos XVI-XIX. Valencia: Cátedra de la Historia de la Medicina. 1976. se refiere al contenido de la obra destacando las ideas fisiológicas propiamente dichas, aunque sin entrar en el análisis del sentido político o sociológico de tales ideas. También lo refiere Sánchez Granjel (1980)SÁNCHEZ GRANJEL, Luis. La medicina española renacentista. Salamanca: Universidad de Salamanca. 1980. , quien apenas se limita a comentar la semejanza entre el referido sueño y el que empleara Luis Lobera; asimismo, al adscribir su pensamiento médico al galenismo sin mayores consideraciones sobre los matices de dicha adscripción.

Cabe destacar, de la misma época, algunos breves estudios como los de Ivonne David-Peyre (1974-1975DAVID-PEYRE, Ivonne. La alegoría del cuerpo humano en El Criticón de Baltasar Gracián. Asclepio , Madrid, n.26-27, p.141-156. 1974-1975. , 1976DAVID-PEYRE, Ivonne. La alegoría del cuerpo humano en el prólogo al memorial de Cristóbal Pérez de Herrera (1610). In: Congreso Internacional de Hispanistas, 5., 1974, Bordeaux. Actas… , Burdeos: Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos, Université de Bordeaux III, v.1, p.311-317. 1977. , 1977) quien, dentro de los muy estudiados usos alegóricos del cuerpo humano en la literatura de la época, dedica alguna sustancial referencia a la obra que comentamos.

Más recientes, y sin duda también más interesantes, coincidiendo con Alberti y con Saunders y O’Malley en el grado de relevancia que atribuyen al Libro de la anathomía del hombre , son los estudios de Josep Lluis Barona Vilar (1991BARONA VILAR, Josep Lluis. Cos humà i ordre social en la cultura Reinaxentista. Llull , Zaragoza, v.14, n.27, p.479-494. 1991. , 1993aBARONA VILAR, Josep Lluis. El cuerpo alegórico: claves renacentistas para una interpretación de la naturaleza humana. Medicina e Historia , Barcelona, n.47, p.1-16. 1993a. , 1993bBARONA VILAR, Josep Lluis. Bernardino Montaña de Monserrate: el galenismo y la tradición alquímica. In: Sobre medicina y filosofía natural en el Renacimiento . Valencia: Seminari d’estudis sobre la ciencia. p.47-76. 1993b. ) en Cos humà i ordre social en la cultura Reinaxentista , El cuerpo alegórico: claves renacentistas para una interpretación de la naturaleza humana y, sobre todo, en Bernardino Montaña de Monserrate : ‘el galenismo y la tradición alquímica, respectivamente’. En los dos primeros, si bien no están dedicados monográficamente al tratado de Monserrate, el autor sugiere algunas claves interpretativas del imaginario político contenido en el discurso anatómico coincidente con otros autores de su entorno como Miguel Sabuco, Jerónimo Merola o el propio Luis Lobera. En el último, por el contrario, aun estando dedicado por entero a la obra que traemos a colación, se trata de un estudio del contenido desde la óptica médica pero que en lo relativo a dicho imaginario se aparta del problema que aquí nos interesa, especialmente prescinde de cualquier referencia a la materia onirológica como dispositivo de legitimación política.

Estructura y significado del tratado

En la materia médica, el tratado es una amalgama de conocimientos anatómicos y fisiológicos con pretensiones mecanicistas pero teñidos de un galenismo arabizado, vivamente medieval. Está precedido de una cédula firmada por Juan Vázquez, supuestamente por mandato de su alteza imperial, Carlos V, a través de la que se otorgan al autor las correspondientes licencias y derechos de impresión así como las penas pecuniarias a quien contraviniere tales resoluciones. Aparte de dicha cédula, la tabla de materias, una carta dedicatoria y un proemio en el que básicamente explica qué es anatomía y cuáles son sus maneras de aprenderla, el libro consta de dos partes y un coloquio entre el médico y su paciente; además de todo ello, recoge doce figuras finales.

La primera parte es una amplia y detallada descripción anatómica a través de doce capítulos con una extensión de cincuenta y ocho folios.

La segunda, mucho más breve, y que de alguna manera sirve de introducción al mencionado coloquio, consta de tan sólo dos capítulos con una extensión total de catorce y seis folios respectivamente: el primero está dedicado a la generación y nacimiento del hombre y el segundo, a la muerte y sus causas.

El coloquio, que ocupa un total de cincuenta y cuatro folios, se puede calificar en sí mismo como un tratado de fisiología humana en el que de manera dispersa pero abundante se intercalan motivos y enseñanzas destinados al buen gobierno del cuerpo; un buen gobierno que, como no podía ser de otro modo aún en esta época, puede considerarse como el envés y, a la vez, el necesario efecto del recto ordenamiento moral. Justamente, lo que nos permite considerar la obra como propia del género consiliar.

Comienza el coloquio con la narración del sueño, soñado por Luis Hurtado de Mendoza, Marqués de Mondéjar, – a quien, por otra parte, está dedicada toda la obra según reza en el post-título y en la epístola dedicatoria 1 – a su médico – el propio autor, Bernardino Montaña – para que éste le diera cuenta de las figuras e imágenes que, en palabras del personaje, con ‘muy gran misterio’ en él se le ‘apareció’. Y lo que con tan gran misterio se le muestra al marqués, es, según declara, la magnífica arquitectura de una casa pulida y graciosa en cuyo interior ve construir una fortaleza:

Ante todas las cosas me pareció que veía una casa tan pulida, tan graciosa, tan bien labrada que daba a entender claramente ser casa real o de persona de muy grande cuenta: bien sé que holgaréis extremadamente de verla, pues holgáis tanto de ver los edificios primos, mas aunque así sea no quiero detenerme en contaros el edificio de esta casa, porque todo mi juicio estuvo puesto en contemplar una fortaleza que vi hacer en esta casa desde la primera piedra hasta la postrera ( Montaña de Monserrate, 1997, f.83rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Muy poco es, en realidad, el misterio que alberga la descripción arquitectónica de esta hermosa casa y la de la propia fortaleza que el marqués ve construir en su interior con los materiales que ‘había menester para la obra’. Y si escaso es el misterio del sueño como tal, mucho menor el efecto que causa en el lector; en primer lugar, por el contexto y los antecedentes con los que éste ya cuenta en el momento en que comienza a narrarse el sueño y, en segundo lugar, porque, mediante escolios, el propio autor va revelando la correspondencia de las imágenes de la arquitectura que describe con las diferentes partes de la anatomía humana. Y es que la casa pulida que describe no es otra cosa que el cuerpo de una mujer gestante con sus respectivas regiones, órganos y sustancias así como las funciones de cada una de ellas en el proceso generativo; la fortaleza, evidentemente, el embrión en curso.

Por si fuera esto poco, inmediatamente terminado el relato y dentro del cuerpo narrativo, no ya como nota al margen, se desvela el posible misterio de la alegoría, tal vez para suscitar una mayor atención del lector hacia el contenido que se propone:

Pues viniendo a mi propósito, digo que la casa real que Vuestra Señoría vio era el cuerpo de una mujer muy hermosa, muy proporcionada en sus miembros, y bien complexionada y compuesta la cual no sin causa juzgo. Vuestra Señoría que era casa real, porque considerando su fábrica de tanto primor y excelencia, y tanta proporción como sus partes tenían entre sí, y con todo el cuerpo, no se podía pensar que aquella casa pudiese ser hecha si no para aposento de algún alma que tuviese excelencia sobre las otras almas ( Montaña de Monserrate, 1997, f.87rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Los materiales ideológicos parecen estar, en este punto, bien dispuestos: una casa cuya belleza y buenas proporciones representan el orden y unos órganos que, además de asegurar el funcionamiento armónico y permanente del conjunto, tienen la virtualidad de reproducirse a sí mismos.

El sueño alegórico

Aparte del interés socio-histórico que supone la obra de Bernardino Montaña por tratarse del primer libro de anatomía escrito en lengua castellana, una de las singularidades más destacables desde el punto de vista literario es el desarrollo del discurso científico mediante el largo coloquio y, particularmente, la presentación del discurso a través del mencionado del sueño alegórico. Una singularidad, a la que se une cierto valor literario escasamente reconocido hasta la fecha, puede que por la percepción generalizada de que el mencionado sueño no es sino una copia del que Luis Lobera incluyera en su Remedio de cuerpos humanos y silva de experiencia, publicado nueve años antes. Y, en efecto, un análisis pormenorizado de ambos sueños pone de relieve ciertas concomitancias que permiten asegurar que Bernardino Montaña no sólo había leído el relato del sueño de Lobera como recurso didáctico, sino que muy probablemente lo tenía presente en la memoria cuando escribió el coloquio entre el Marqués de Mondéjar y su médico. Parecen avalar esta tesis, la representación del cuerpo como estructura arquitectónica – en el primer caso una torre y en el segundo una casa real –, cierta similitud en el uso alegórico de los oficios, algunas coincidencias en la nomenclatura, la selección de los temas y el orden expositivo, etc., incluso, la extensión de la narración.

Sin embargo, este mismo análisis arroja suficientes diferencias en cuanto a elementos formales de contenido y, sobre todo, respecto del uso novedoso de algunos recursos retóricos y de oportunidad didáctica, por parte del segundo, que ponen de relieve su singularidad.

En primer lugar, habría que destacar el contexto en el que aparece. Si bien en ambos casos se trata de obras de temática médica y, más propiamente, de anatomía, la primera se encuadra en el género de los remedios y cuidados, con un antidotario divulgativo, con algunas partes en latín y otras en castellano, mientras que la segunda, toda ella en la lengua vernácula, adopta un sentido más académico y científico: se trata de una extensa y minuciosa descripción anatómofisiológica de acuerdo con los principios galénicos.

Por lo que se refiere al sueño propiamente dicho, la diferencia fundamental estriba en el objeto de la discusión: si para Lobera de Ávila se trataba de describir el cuerpo humano, a Bernardino Montaña le interesa describir la reproducción y sus procesos: la fortaleza que dentro de la real casa se construye con parte de sus materiales. De este modo, donde Lobera se detiene en la descripción de los procesos humorales, en el transcurso de la vida, con especial énfasis en la decrepitud de la vejez, Montaña emplea la mayor parte del relato para dar cuenta de la teoría generativa, siendo que la descripción de la vejez y la muerte apenas constituye un corolario de la narración. En cierto modo, se podría decir, a este respecto, que el de Monserrate continúa, más que copia, el sueño que relatara su predecesor. Aborda asuntos y temas contiguos a los que tratara Luis Lobera pero, aunque emplea algunos de los materiales estilísticos y figurativos de éste, lo hace desde una perspectiva diferente y aplicando, asimismo, materiales nuevos.

Más allá de la alegoría

En este sentido, aunque, como hemos señalado, la intención explícita del coloquio entre el paciente y su médico es que este interprete y explique el significado de lo soñado como si de una revelación hermética se tratara; no hay imágenes enigmáticas ni figuras oraculares que hagan del sueño algo más que un recurso narrativo; ni siquiera, se puede decir que haya elementos oscuros que exijan un don o una capacidad de deducción y sagacidad especiales para comprender su contenido. Al revés, todos los elementos de la interpretación parecen estar deliberadamente presentes en la misma narración; de donde, el coloquio se parece más a un diálogo medieval, plano en lo dialéctico, sin discusiones ni refutaciones importantes, que a un diálogo renacentista, a diferencia de lo que pensaban Saunders y O’Malley (1946, p.95)SAUNDERS, J.B de C.M.; O’MALLEY, Charles Donald. Bernardino Montana de Monserrate: author of the first anatomy in the Spanish language; its relationship to Mondeville, Vicary, Vesalius, the English geminus, and the history of circulation. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences , New Haven, v.1, n.1, p.87-107. 1946. . También se separa en lo formal del diálogo socrático en el que el maestro había de convencer a su discípulo de aquello de lo que dudaba o dar pruebas racionales de lo que éste desconocía.

De hecho, es notorio que el propio médico, al término de la declaración del sueño, reproche al marqués – no tanto por el tono, que es amable, como por las palabras que emplea – que entienda perfectamente el sueño del que solicita averiguaciones porque, según dice, de no entenderlo perfectamente no lo hubiera podido contar:

Bien conozco que Vuestra Señoría tiene entendido este sueño, porque sin entenderlo era imposible contarlo por la orden que Vuestra Señoría lo ha dicho, pienso que quiere probarme si lo entiendo, o por ventura querrá Vuestra Señoría llegar al cabo de algunas dudas que se le ofrecen acerca del sueño: mas como quiera que ello sea, haré lo que Vuestra Señoría me manda, y diré lo que entiendo de ello, y si algo erraré, suplico a Vuestra Señoría me perdone ( Montaña de Monserrate, 1997, f.87rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Si acaso, la buena interpretación de la verdad, revelada mediante el sueño, exigiría la posesión de unos conocimientos científicos específicos, de los médicos, y particularmente de los anatómicos, estaba fuera del alcance de la mayoría, incluso si se era, como Don Luis Hurtado de Mendoza, marqués y letrado.

Pero la intención es explícitamente didáctica. En un ambiente académico, aún muy condicionado por la tradición escolástica bajomedieval, el uso del latín como lengua universitaria predominante podía constituir, junto con el desdén hacia el estudio experimental, una de las mayores limitaciones para cuantos tuvieran en el ánimo comprender, a través del estudio libresco, las inextricables maravillas del cuerpo humano. Y de hecho, el propósito declarado del autor a la hora de escribir el libro en lengua castellana no era otro que acercar los conocimientos anatómicos a un gremio cada vez menos avezado en el dominio del latín, cuyo aprendizaje podía distraerles en demasía del conocimiento de la ‘doctrina’:

Y holgado de escribir este libro en romance, porque muchos cirujanos y otros hombres discretos que no saben latín, se querrán aprovechar de leerlo y también porque hallo que en este tiempo los médicos están tan aficionados al latín, que todo su pensamiento emplean en la lengua: y lo que hace al caso, que es la doctrina, no tienen más pensamiento de ello que sino la leyesen. Y esta es una de las causas potísima, por la cual el día de hoy se hallan pocos médicos que sepan medicina, y muchos que la escriban. Y pues el sueño de Vuestra Señoría da ser y perfección a la obra ( Montaña de Monserrate, 1997, f.10rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

No cabe duda, en este sentido, de que el empleo del sueño alegórico tiene como propósito, antes que la preservación del saber entre los iniciados, ser un estímulo al estudio. En todo caso, y puesto que el elemento onírico no deja de ser un recurso figurativo clásico y culto, por más que en esta ocasión aparezca en una de sus formas más vulgares, no puede descartarse que el autor busque con ello cierto grado de legitimación de los saberes que propone. Este es el sentido que parece deducirse de las palabras del marqués calificando el contenido de su propio sueño como algo extraño e inimaginable: “No es nada de lo que habéis dicho (el dicho sueño) ni es cosa, señor doctor, que podríais caer en la cuenta si no lo oís, porque parece imposible haber soñado hombre nacido tal sueño” ( Montaña de Monserrate, 1997, f.82vMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. )

Desde luego, a ese efecto legitimador concurre necesariamente la personalidad y la ilustre categoría nobiliaria del soñador, un marqués. Se trata de un recurso aristocratizante que, como lo ha indicado Marta Fattori (1985)FATTORI, Marta. Il sogno nel Medioevo . Roma: Edit dell’Ateneo. 1985. , y de acuerdo con las jerarquías de Macrobio (2006)MACROBIO. Comentario al sueño de Escipión de Cicerón . Madrid: Gredos. 2006. , constituiría un elemento de primordial importancia en la doctrina onirológica medieval.

La incertidumbre y la desconfianza que envuelve a los sueños y que como recurso interpretativo lo situaron a lo largo de la Edad Media en los márgenes del discurso culto más conservador no parece, en este caso, constituir un inconveniente retórico. Las razones, talvez tengan que ver, en primer lugar, con el horizonte ideológico de un siglo, el XVI, en el que ya parece consolidada la nueva corriente de pensamiento en torno a los sueños: la de que al lado del sueño como ilusión demoníaca otorga validez cultural a los buenos sueños y a los sueños profanos; eso sí, siempre que estuvieran al servicio del orden ideológico dominante como, sin duda, es el caso del sueño de la generación, haciendo bueno el aserto de Jacques Le Goff (1983, p.288)LE GOFF, Jacques. Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval . Madrid: Taurus. 1983. cuando señalaba que ‘el sueño extiende su función al terreno cultural y político’. En segundo lugar, e íntimamente relacionado con lo anterior, porque a pesar de configurarse narrativamente como un sueño, sustancialmente el sueño del Marqués de Mondéjar, se acerca más a la imagen visionaria acaecida durante la vigilia; un tipo de imagen que, por ser tradicionalmente menos enigmática, pasó más desapercibida al recelo clerical, cobrando a lo largo de la Edad Media las funciones legitimadoras que la ensoñación, propiamente dicha, había ido perdiendo desde tiempo atrás en el decidido intento de erradicación de las creencias paganas.

En todo caso, es interesante señalar, de acuerdo con Acebrón Ruiz (2004, p.41)ACEBRÓN RUIZ, Julián. Sueño y ensueños en la literatura castellana medieval y del siglo XV . Cáceres: Universidad de Extremadura. 2004. , cómo la vacilación que en la literatura medieval se constata en el uso de los términos visión y sueño (ensueño) procederían de dos géneros oníricos adivinatorios de la antigüedad: el primero, aquel en el que los sueños presentaban un mensaje claro, directo, y que se comprendían en el momento mismo de la ensoñación y, el segundo, el de los que por ser de contenido oscuro o enigmático requerían de una interpretación ulterior mediante la aplicación de claves simbólicas. El sueño del marqués de Mondéjar parece, en este sentido, a caballo entre ambos géneros: si bien es un ‘ensueño’ soñado para ser interpretado, no es tan enigmático como para exigir de dotes adivinatorias ni tan oscuro como para precisar de la aplicación de claves simbólicas por parte de un iniciado en el lenguaje onírico; de acuerdo con el sentido más propio de la visión, el mensaje resalta sobre los signos para gloria del saber que anuncia. En este sentido, lejos de plantear la vieja dicotomía virgiliana entre visión verdadera y visión falsa ( Le Goff, 1983, p.286LE GOFF, Jacques. Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval . Madrid: Taurus. 1983. ), la correcta interpretación requiere de un experto en la materia soñada, la materia médico-anatómica, no tanto para expurgar de la visión lo erróneo, que no ha lugar, como para ampliar y apuntalar ese saber verdadero revelado mediante la ensoñación.

Sueño científico y el sueño político de un anatomista

Pero el saber que anuncia y que trata de legitimar mediante la figuración onírica o visionaria es un saber, a todas luces, en tránsito epistemológico. En el año de la publicación del Libro de la anathomía del hombre , en 1551, el mundo del saber está aún inmaduro para adoptar los principios de la ciencia moderna y rechazar abiertamente la física y la filosofía natural de Aristóteles, así como, en el caso de la medicina, los postulados galénicos en cualquiera de sus vertientes. La fabrica de Vesalio, publicada sólo nueve años antes, aún en la lengua culta, es bien conocida en los círculos más exquisitos y aunque desde el punto de vista científico es ya una obra moderna, no constituye una verdadera alternativa al saber heredado: tan sólo anuncia un cambio que quizás sus propios protagonistas no perciben. Pues bien, Bernardino Montaña es uno de esos protagonistas que no parece percatarse de la mutación que se avecinaba y que inequívocamente revela la lectura actual de su tratado, precisamente, por la vacilación que muestra entre la defensa de la materia vieja y los innegables atisbos de la materia nueva; preocupado más por la labor didáctica que por la científica, se apresura a encajar, a través del sueño que relata y de la interpretación subsiguiente, toda la sustancia de la vieja medicina en un armazón conceptual – tal vez, únicamente, terminológico – sólo superficialmente moderno, pero ya esencialmente distinto: se aplica a armonizar la noción del cuerpo y de la medicina galénica – la única medicina posible en occidente hasta ese momento – en las estructuras del pensamiento mecanicista.

Esto es lo que nos sugiere cierta oscilación en el desarrollo de su imaginería anatómica; esa que, por un lado y de modo explícito, se acoge al mecanicismo y su terminología, visible especialmente en los aspectos más genéricos del tratado como es el caso del post-título: “En el cual libro se trata de la fábrica y compostura del hombre” ( Montaña de Monserrate, 1997, f.IMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ), así como en la alegoría arquitectónica del cuerpo soñado, “Estuve muy gran rato embebecido mirando esta casa parte por parte, porque había cierto bien que mirar en ella … Y andaba dentro de ella, al lado derecho, un arquitecto, el cual, según que sus obras dieron testimonio, era muy diligente, ingenioso, de gran entendimiento” ( Montaña de Monserrate, 1997, f.83rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ) pero que en los detalles de la materia anatómica no puede desprenderse, ni de la teoría humoral, ni de la causación y finalismo aristotélicos, ni, mucho menos, de los principios hylemórficos y generativos del estagirita o de la simbología cosmogónica y microcósmica del organismo; tampoco, ya en la representación fisiológica, es capaz de superar la división orgánica mediante la simbología de las tres cavidades galénicas (natural, sensitiva y animal) con sus correspondientes espíritus, aunque en ocasiones muestre dudas – casi siempre retóricas – acerca de sus fundamentos:

Así que digo, que según mi parecer, el espíritu vital es substancia corpórea compuesta de materia y forma: y no solamente tiene esta composición, pero digo que es compuesta de cuatro elementos, es a saber, de fuego, aire, agua, y tierra, en la cual composición vienen los elementos a tanta igualdad que resulta en ellos una templanza tan igual que el calor, y el frio, la humedad, y la sequedad tienen un mismo peso y medida. El espíritu vital es substancia compuesta de cuatro elementos igualmente mezclados. Y en cuanto a esto tiene el espíritu muy gran semejanza con los cuerpos celestiales, porque así como ellos no tienen contrario, así también los espíritus no tienen contrario, porque siendo medio participan de todos extremos, y así a ninguno tiene por contrario, y por esta razón, así como los cuerpos celestiales cada uno de ellos tiene su inteligencia, diputada para que asista con ellos y los mueva: así mismo el espíritu vital tiene consigo diputada una inteligencia práctica que asiste con él, la cual inteligencia hace mediante el espíritu las obras naturales ( Montaña de Monserrate, 1997, f.91vMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

En un momento en el que, según García Ballester (1976, p.88)GARCÍA BALLESTER, Luis. Historia social de la medicina en la España de los siglos XIII al XVI . Madrid: Akal. 1976. , en las universidades españolas – especialmente en las de Valladolid, Alcalá, Valencia y Salamanca – hay una pugna abierta entre la tradición y la novedad, se podría decir que el tratado de Bernardino Montaña es, en su conjunto, la expresión del sueño mecanicista de un galénico que no renuncia ni reniega de serlo. Prueba de ello es que, junto a Aristóteles, Galeno es una de las escasas autoridades que Bernardino Montaña cita en su tratado al que no duda en aplicar el conocido apodo de príncipe de los anatomistas: “Y no embargante que en esta doctrina de anatomía, Galeno, que con razón se dice príncipe de los anatomistas, y otros que después de él han escrito, tratan muy delicadamente de todas las partes del cuerpo y de sus obras y beneficios y de su templanza y compostura” ( Montaña de Monserrate, 1997, f.11rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Es bien conocido cómo las transformaciones culturales acaecidas en las últimas etapas de la Edad Media supusieron también una nueva consideración de los sueños; especialmente, se ha estudiado cómo la secularización del saber, experimentada desde del siglo XII, imprimió un gran impulso, también literario, a los buenos sueños y a los sueños profanos, aunque sólo en la medida en que unos y otros podían servir al mantenimiento del orden ideológico dominante; es decir, sólo en la medida en que la función cultural y política, a la que hacía referencia Le Goff, fueran las funciones predeterminadas por un sistema de pensamiento que, si bien empezaba a reconocer y recuperar la cultura antigua en la materia onírica, aún no podía tolerar una visión del mundo terrestre cuya estructura no fuera la réplica del mundo celeste.

La disertación a través de la que Bernardino Montaña describe la arquitectura corporal parece inscribirse justamente en este patrón; un patrón en el que la materia anatómica – inequívocamente el núcleo argumental de la obra – sirve, como también lo había hecho toda la ‘somatología’ medieval y acaso la antigua, para dar coherencia al modelo cultural y político vigente. En este sentido, resulta llamativo cómo dicha argumentación parece más atenta a mantener la coherencia jerárquica en la cadena de atribuciones y de poderes paulatinamente decrecientes en los trabajos arquitectónicos, así como a expresar la separación de las funciones de mando y obediencia de los distintos órganos, que en la precisión descriptiva de dichos órganos tanto cuantitativa como cualitativamente.

El sueño de Bernardino Montaña no es, no cabe duda, un sueño deliberadamente político; tampoco la arquitectura anatómica que pergeña a lo largo de la interpretación subsiguiente se configura abiertamente como un tratado en el que lo político se haga presente de manera reiterativa a través, por ejemplo, de la metáfora organicista que tantos episodios proporcionó a la literatura política y didáctica medieval; pero no es político, sólo en la medida en que puede dejar de ser política una construcción teórica en la que están pugnando dos modelos de comprensión de la realidad anatómica en el seno de una tradición literaria, científica y didáctica en la que el cuerpo y su representación siempre operaron como metáfora de la sociedad. Bastan algunos pequeños pero determinantes párrafos estratégicamente traídos a colación por el autor a propósito del libre albedrío, la finalidad de la inteligencia práctica o los instrumentos de los que se sirven los espíritus animales para el cumplimiento de sus obras, para que no quepa duda de la necesaria concurrencia, así como entre macrocosmos y microcosmos, también entre el orden natural, el orden creado y el orden político:

porque considerando su fábrica de tanto primor y excelencia, y tanta proporción como sus partes tenían entre sí, y con todo el cuerpo no se podía pensar que aquella casa pudiese ser hecha si no para aposento de alguna alma que tuviese excelencia sobre las otras almas, porque, como dice el príncipe, a ver así la vida y la perfección, y todo bien lo distribuye el criador según la disposición del sujeto a quien lo da, porque en la tal distribución no es nada parcial antes da a cada uno según su merecimiento, por manera que en el cuerpo compuesto por gran primor y destreza y sabiduría no se puede pensar sino que ha de posar en la forma de grandísima perfección: y así en aquella casa que Vuestra Señoría vio, que es como hemos dicho el cuerpo de la mujer, si bien lo miró Vuestra Señoría aposentada estaba el alma intelectiva que es la más excelente forma de todas las formas, porque es trasunto y figura de su criador: así que con razón juzgó. Vuestra Señoría que esta casa era aposento real pues posaba en ella la dicha alma reina y señora de todas las otras ( Montaña de Monserrate, 1997, f.87rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Una concurrencia de órdenes que, en todo caso, condice con los dictados de la doctrina y de la fe cristianas, aunque para ello tenga que apelar a lo que dicten los ‘doctores sagrados’:

Marqués. Según eso que decís dos principios hay en nuestro cuerpo de donde nacen todas las obras, ¿es a saber esa inteligencia práctica que dais por acompañada al espíritu y el ánima intelectiva que es forma del cuerpo?

Doctor. Así es como Vuestra Señoría dice y aún según algunos son tres, los principios, es a saber naturaleza y anima sensitiva e intelectiva.

Marqués. Muy bien me parece esa doctrina porque con ella se desatan muchas dudas que sin ellas son dificultosas o imposibles de desatarse, además de esto parece que es una filosofía muy allegada a nuestra fe, porque parece que esa inteligencia que ponéis en el cuerpo, allende del ánima intelectiva, es el ángel custodio que, según nuestra fe, tiene cada uno de nosotros diputado para nuestra guarda.

Doctor. No sé yo si esta inteligencia sea el mismo ángel custodio que tenemos, antes pienso que son muy distintos porque esta inteligencia práctica que está en nuestro cuerpo tiene a cargo de hacer dos géneros de obras: las unas son obras naturales necesarias a la formación del hombre o a la conservación de la vida: otras son obras de movimiento voluntario que no es necesario a la conservación de la vida ni de la especie, y todas estas obras la inteligencia las entiende muy bien y sabe cómo se han de hacer, mas para hacerlas o dejarlas de hacer no tiene libre albedrío, porque para las obras naturales que son necesarias a la conservación de la vida o de la especie la necesidad de la obra la lleva y la tiene ligada, y en las obras voluntarias obedece al imperio de nuestra voluntad, de suerte que para ninguna cosa de ellas tiene libero albedrío. El ángel custodio, pienso yo que tiene libero albedrío, que puede ayudarnos y guardarnos, y también puede dejar de hacerlo si quiere, y esta es la causa porque le hacemos oración para que tenga cuidado de guardarnos, y así pienso que es cosa diferente de la dicha inteligencia: y además de esto, según tengo entendido, cada uno de nosotros tiene un ángel custodio proprio, y la inteligencia del espíritu es una para todos los espíritus, y para todos los hombres, y porque esto es materia de teología yo me remito a lo que determinan sobre ello los doctores sagrados ( Montaña de Monserrate, 1997, f.101r-101vMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

En este sentido, la tradición galénica medieval, a cuyos fundamentos en decadencia se aferra necesariamente Bernardino Montaña, representa una comprensión mitológica pero, a la vez, holística del organismo. Es, no cabe duda, el resultado de una mirada más racional y especulativa que experimental, aunque imprecisa, que sólo puede ver lo que la teoría madre, tamizada por la medicina árabe y el pensamiento cristiano, le permite articular racionalmente en el mundo imaginable. En todo caso, se trata de una visión anatómica que, sin ser, como ya hemos señalado, una alegoría política propiamente dicha, remite a una concepción de la sociedad del mismo modo unitaria, aunque estratificada en su condición y estructura; una concepción bien representada en el sueño alegórico por la casa y por la fortaleza cuya construcción recuerda las metáforas organicistas que con tanta profusión han empleado siempre ideólogos y legisladores para legitimar el orden establecido: desde Juan de Salisbury a Santo Tomás, desde Alfonso X hasta Gracián.

Bien es cierto que si en todos ellos la sociedad es imaginada como un cuerpo, en Montaña, al contrario, aunque con el mismo efecto, es el cuerpo anatómico el que se representa como un conjunto social bien articulado y armónico que se reproduce a sí mismo. Pero la alegoría política en cuestión no parece limitarse a legitimar el inveterado orden político sino que tal vez participe, además, del sentido que en pleno siglo XVI empezaban a tener las denominadas ‘utopías urbanas’, como denominaba Eugenio Garin (1975)GARIN, Eugenio. Scienza e vita civile nel Rinascimento italiano . Bari: Laterza. 1975. a las ilusiones humanistas por reformar la ciudad bajo el modelo organicista. Como, al respecto, ha apuntado Josep Lluis Barona (1993a)BARONA VILAR, Josep Lluis. El cuerpo alegórico: claves renacentistas para una interpretación de la naturaleza humana. Medicina e Historia , Barcelona, n.47, p.1-16. 1993a. , los reformadores humanistas podían encontrar en el cuerpo humano el modelo de estructura, a la vez racional y natural, construida a la medida de la naturaleza humana, sobre el que reformar la ciudad medieval, aglomerada y carente de todo orden. Tal vez por eso y por puro mimetismo con la sociedad de su tiempo, el cuerpo social y urbano que Montaña describe sobre el cuerpo anatómico, obedece claramente a una representación multifuncional de oficios y de posiciones sociales, desde el arquitecto hasta los mozos pasando por los reposteros, despenseros, cocineros, artesanos, barrenderos, botigueros, caballeros, gobernadores, el maestro oficial etc., una representación que, según correspondía a una sociedad como la española del siglo XVI, ya estaba ampliamente diversificada pero aún sin el orden unitario, ni la coherencia, ni la solidaridad jerárquica que los utopistas de todos los tiempos habían imaginado. Una sociedad, en todo caso, en la que todavía pervivían algunas de las viejas disputas acerca de la primacía del poder: si papal o imperial, si religioso o laico, que se vulgarizó, sobre todo, a través del imaginario cabeza-corazón ( Le Goff, 1992, p.14LE GOFF, Jacques. ¿La cabeza o el corazón? El uso político de las metáforas corporales durante la Edad Media. In: Feher, Michel et al. Fragmentos para una historia del cuerpo humano . Madrid: Taurus. p.13-26. 1992. ) y que se presenta con toda rotundidad en uno de los modelos que Bernardino Montaña toma para su composición: la mencionada Cirugía en la que Henri de Mondeville, médico de Felipe IV el Hermoso, abogaba sin dudas por el poder laico; es decir, el rey, bien representado, en su centralidad, por el corazón.

Dada la importancia, y a la vez extensión, que asigna a la descripción anatómica y funcional del corazón, Bernardino Montaña parece decantarse también por el poder monárquico. Dicho órgano, como miembro principal de la región espiritual, es la sede del espíritu vital desde donde irradia mediante las arterias por todos los miembros del cuerpo: “Por esta razon llamamos esta region natural, como quien dize dedicada para las obras naturales. Ansi mismo llamamos al pecho la region espiritual, porque el principal miembro para cuyo aposento fue hecha esta region, es el coraçon, el qual es fuente donde se halla el espiritu vital, y donde nasce y de donde se reparte para todos los miembros del cuerpo” ( Montaña de Monserrate, 1997, f.88rMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Sin embargo, no seguro de esta afirmación – como para dar a entender que, si bien el poder emana del rey, la última palabra ha de tenerla el sumo pontífice –, el espíritu vital que nace del corazón debe ser purificado en el cerebro, órgano principal de la región animal y más templada que aquél:

el espíritu vital en su primera generación que se hace en el corazón no queda limpio de todo punto … a veces se halla superfluidad muy caliente, encerrada entre sus partes, pues si esto es así también puede entre las partes verdaderas del espíritu estar encerrado aquel fuego que le hace muy caliente. Y tenga entendido, Vuestra Señoría, que el espíritu animal es el mismo espíritu vital depurado de la dicha superfluidad de fuego: y por esta razón queda como hemos dicho en medio de todas las calidades templado y luminoso como los cuerpos celestiales … y paréceme que el celebro en respecto de los espíritus vitales tiene su complexión muy templada, y por razón de ella templa los espíritus vitales de tal manera que la parte ígnea, que es muy ligera, exhala del espíritu, y se resuelve y queda en el celebro la substancia del espíritu pura y templada en todas las cuatro calidades ( Montaña de Monserrate, 1997, f.92r, 92vMONTAÑA DE MONSERRATE, Bernardino. Libro de la anathomía del hombre. Edición facsímil: Montaña de Monserrate, Bernardino. Biblioteca Nacional: R-3398. Trascripción BETA CNUM-7965. Edición electrónica de la transcripción: Mirta-Alejandra Balestra y Patricia Gubitosi. In: Herrera, Maria Teres; González de Fauve, Maria Estela. Textos y concordancias electrónicos del corpus médico español . Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, n.4. CD-ROM series. 1997. ).

Por su parte, la representación mecanicista que tímidamente anuncia entre líneas representa la nueva mirada de la ciencia; la mirada que sustituye el mito clásico por una racionalidad científica supuestamente atenta a los datos de la experiencia pero cuya primera consecuencia fue el desmembramiento del cuerpo humano así como la visión cadavérica y estática del organismo. La ciencia anatómica que empezaba a rebelarse contra el galenismo parece víctima de su propia etimología: no sólo corta el cadáver sobre el que estudia sino que disecciona el concepto de cuerpo sobre el que construye la nueva racionalidad del organismo; lo divide en partes, lo descompone en trozos tan disociados entre sí como lo estarían los súbditos de su soberano en la propia estructura social que emerge.

Llama la atención, a este respecto, que de todas las láminas y figuras que Bernardino Montaña copia de Andrés Vesalio, ninguna de ellas represente, como tantas en el médico flamenco, un órgano, una parte o un miembro desgajado del conjunto corporal. Como si quisiera resistirse a la nueva ciencia que disecciona y disgrega aquel cuerpo unitario de la medicina antigua, el sueño de la generación de Bernardino Montaña constituye, a la vez que el primer tratado de anatomía en castellano, el último gran tratado galénico. Un tratado en el que, a la par que se vislumbra el sueño mecanicista de la ciencia, acorde también con el modelo de pensamiento emergente, expresa la ensoñadora nostalgia de un modelo político y científico cuya decadencia empezaba a mostrarse irreversible.

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Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    30 Nov 2013

Histórico

  • Recibido
    Set 2011
  • Acepto
    Mar 2012
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