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Introducción a la antropología histórica

RESENHAS

Diego Villar

Licenciado en Antropología Social Universidad de Buenos Aires CONICET

Viazzo, Pier Paolo. Introducción a la antropología histórica, Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Italiano de Cultura, Lima, 2003, 338 pp.

Tal vez el aspecto más interesante de este libro de Pier Paolo Viazzo es que no contiene una introducción a la "antropología histórica" sino, sencillamente, una invitación a la buena antropología. El lector a quien la delimitación de un confín estricto entre la historia y la antropología le parezca un pseudoproblema, o en el mejor de los casos una puerta abierta hace rato, puede sin embargo estar seguro de que a las pocas páginas quedará atrapado por una argumentación tan agradable como docta. La genealogía de las cambiantes relaciones entre la antropología y la historia – la meta explícita del autor – parece ser lo menos interesante del volumen, que en cambio regala en cada página una cantidad más que apreciable de intuiciones iluminadoras, contextualizaciones vívidas y discusiones hábilmente construidas. Tan pleno de sentidos pero no tan elusivo como los símbolos arquetípicos de Ricoeur, este libro de Viazzo "da que pensar".

Pese a que nuestro autor se mueve como pez en el agua a través de los años, las décadas y los siglos, sugiere con tino comenzar a examinar el connubium – a veces interruptus – de la antropología y la historia en 1922. En esa fecha crítica, como la hubiera calificado Henri Hubert, comienza los "años de la separación". Se publican dos hitos disciplinares, Argonauts of the Western Pacific y The Andaman Islanders; ese mismo año, marcando dramáticamente la sincronía entre el ocaso de una etnología libresca, tan amateur como especulativa, y el nacimiento de otra, profesional y munida de pretensiones científicas, muere William H. Rivers. Viazzo demuestra cómo Rivers había prefigurado ya aquella "magia del etnógrafo" que la mitografía prefirió luego atribuir a Malinowski. Al mismo tiempo que el polaco sentaba los cimientos metodológicos de la disciplina, Radcliffe-Brown postulaba una tesis no menos importante: la interpretación de una costumbre no consiste en descubrir su origen, sino su significado. La conjugación de ambos hechos se combina con una rebelión contra la reconstrucción especulativa de los evolucionistas y los difusionistas; con la carencia de documentación histórica para las sociedades no-occidentales; con la delimitación de una identidad específica de la antropología articulada en torno del fieldwork intensivo; y, en suma, con toda una serie de factores que alimentaron el desinterés o aun la hostilidad de los antropólogos respecto de la diacronía.

Por el lado de los historiadores, Viazzo recuerda el vínculo estrecho que a fines del siglo XIX y principios del XX existió entre la antropología y los estudios clásicos. Hubo un Louis Gernet, quien combinó la erudición helenista con una perspicacia sociológica envidiable, lo cual le permitió anticipar buena parte de las ideas más modernas de Jean-Pierre Vernant y Marcel Detienne; hubo la discutidísima "Escuela de Cambridge" de Jane Harrison, Gilbert Murray y Francis Cornford, en cuyas obras pululaban las tesis durkheimianas, pero también los fantasmas de Lévy-Brühl y Frazer; hubo la influencia más tímida del mismo Frazer en Les Rois thaumaturges de Bloch, o el influjo más osado del sabio escocés en el joven Dumézil; hubo también, en Alemania, un interés por la etnología por parte de Erwin Rohde, de Usener – a quien los antropólogos solemos conocer sólo a partir de las reseñas de Mauss –, y posteriormente por parte de Adolf Jensen, Walter Otto o el mismo Leo Frobenius. Viazzo no olvida registrar las voces discordantes de un Werner Jaeger o un Wilamowitz, que (indignadas) se oponen a la "primitivización" del llamado "milagro griego".

En los "años de acercamiento" la fecha crítica es – qué duda cabe – la célebre Marett lecture de Edward Evans-Pritchard en 1950. El galés sostuvo, primero, que la comprensión de una sociedad implica conocer su historia; segundo, que la antropología no debía ser pensada como una ciencia natural de la sociedad, sino como una disciplina humanista e interpretativa, próxima a la historiografía. Las exégesis del giro "de la función al significado" han sido muchas y variadas: las peores han visto en él una excusa que libera de cualquier rigor metodológico; las mejores han preferido proyectar las preocupaciones de Evans-Pritchard hacia el futuro, o bien por remontarlas hacia el pasado. Por ejemplo, Louis Dumont o David Pocock han visto en esta conferencia la prefiguración de ciertas tesis estructuralistas – cómo el autor de The Nuer se volvió el más francés de los antropólogos ingleses –; y la misma Mary Douglas ha leído en ella una suerte de clarividencia profética que anticipaba la hermenéutica, el textualismo, la antropología simbólica y otras hierbas contemporáneas. Otros exégetas, en cambio, prefieren remontarse hacia el pasado, hasta el mismo "contexto de enunciación" de Evans-Pritchard. Así, Kuper y Goody recuerdan el background idealista y fuertemente católico de Oxford; y Viazzo, mediante el análisis del olvidado The Sanusi of Cirenaica, relaciona las tesis de Evans-Pritchard con el tenaz historicismo de Alfred Kroeber y con la epistemología neokantiana de Dilthey, Windelband y Rickert, que tanta influencia había tenido en Max Weber. (Aquí Viazzo simplifica, pues anota que los tres pensadores distinguieron las "ciencias de la naturaleza" de las "ciencias del espíritu" contrastando sus respectivos "objetos", cuando en realidad sólo el primero de ellos lo hizo; los otros prefirieron enfatizar, más que una diferencia en el objeto, una distinción en la forma o el metódo de acercarse al mismo. Anticipando el animado debate sobre la "explicación" y la "comprensión", Windelband contraponía las "ciencias nomotéticas" con las "ciencias ideográficas", y Rickert las "ciencias generalizadoras" con las "individualizadoras".) Viazzo revela con lucidez distintas líneas de continuidad entre antropología e historia: desde las versiones más holistas, que desde Braudel a Dumézil o el mismo Lévi-Strauss enfatizan el estudio de los "sistemas", las "mentalidades" o las "estructuras"; hasta las más tendencias "estratégicas" o "interaccionistas", que defendidas por Firth o Fredrik Barth rescataron la racionalidad de un homo strategicus.

Uno de los momentos más atrapantes de Introducción a la antropología histórica analiza las relaciones entre la historia y la antropología en un caso concreto: la brujería. No caben dudas de que uno de los libros más resumidos de la historia disciplinar es Witchcraft, Oracles and Magic among the Azande; pues bien, el resumen de Viazzo no sólo es uno de los más completos, sino que también permite al lector comprender las razones por las cuales esta obra ha influido e influye en cualquier estudio sobre brujería y temas afines. Por otro lado, en la tradición propiamente histórica autores como Michelet o Soldan comienzan con el tiempo a dejar paso a la fantasiosa Margaret Murray, al incansable Julio Caro Baroja o al indefinible pero sugerente Ernesto de Martino; autores, todos, que interactúan de forma cada vez más fluida con la antropología, abriendo el camino para enfoques como los de Thomas, MacFarlane o el mismo Carlo Ginzburg. Viazzo también se ocupa del influjo historicista en la "descripción densa" de Clifford Geertz; del neomarxismo de Gunder Frank, Immanuel Wallerstein o Eric Wolf; y no ignora tampoco la controversia bizantina (o hawaiana) entre Sahlins y Obeyesekere en torno de la occisión del capitán Cook.

Pero el libro presenta un interés ulterior. Más que las discusiones sobre Geertz o Sahlins que los journals y los programas de estudio suelen imponer al lector de antropología, Introducción a la antropología histórica permite respirar el aire grato y refrescante de autores menos conocidos que citados, como Sol Tax, Fred Eggan y Lloyd Warner entre los antropólogos; o Arnaldo Momigliano o Jan Vansina en el bando de los historiadores. Por ejemplo, discutiendo el problema de la "etnohistoria", Viazzo analiza las investigaciones de este último, quien al estudiar la tradición oral de los bakuba elaboró una estricta metodología de crítica de las fuentes orales. Considerado como un historiador por los antropólogos y como un antropólogo por los historiadores, el estudioso belga advirtió la dificultad de comprender cualquier historia si no se ha adquirido antes una familiaridad con la lengua y la cultura de la población de la cual ésta (se supone) representa el pasado. Para los americanistas, el rigor de las preocupaciones de Vansina no puede menos que ruborizar a quienes critican la competencia lingüística de Mauss o Frazer, hablantes fluidos de una decena de idiomas, o de un Evans-Pritchard que estuvo dos años aprendiendo los vericuetos del zande, sólo para esgrimir con ligereza pasmosa "interpretaciones" de instituciones incaicas – o aún más remotas – sin siquiera sospechar la gramática del qechua, o hermenéuticas de las reducciones jesuíticas que no parecen requerir un atisbo de la lengua guaraní.

Volviendo al principio, al cerrar el libro no sabemos si la antropología debe historificarse, o la historia antropologizarse; tampoco si vale la pena optar por alguna de las alternativas. Sí se advierte que, si bien la traducción parece por momentos un tanto literal, la calidad de la escritura y la cuidada prolijidad de la edición, sumadas a los contenidos de las argumentaciones – de las cuales aquí hemos reflejado sólo algunos puntos – conspiran felizmente para que este nuevo libro de Pier Paolo Viazzo amerite una calurosa recomendación.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    30 Nov 2004
  • Fecha del número
    2004
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