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CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN LA CULTURA MATERIAL COTIDIANA NO PRIVILEGIADA: UN MUNDO COMPLEJO. CASTILLA (Y PORTUGAL) A FINALES DEL ANTIGUO RÉGIMEN* * Proyecto investigador: Civilización, juventud y cultura material e inmaterial. Familia e identidad social. Demandas y apariencias en la Castilla interior. 1500-1850; Mineco, 2014-17, HAR2013-48901-C6-3-R.

CHANGES AND CONTINUITIES IN NOT PRIVILEGED EVERYDAY MATERIAL CULTURE: A COMPLEX WORLD. CASTILE (AND PORTUGAL) DURING THE LAST ANCIEN RÉGIME

Resumen

Lentamente, entre los siglos XVI al XIX, los grupos intermedios se afirmaron en el universo urbano castellano y portugués, adquiriendo protagonismo efectivo en los procesos de transformación social. Trataremos de comprender mejor su ascenso a partir de la visualización pública de su cultura material cotidiana y relacionando la posesión y el valor cultural de ciertos enseres con prácticas rupturistas y modernizadoras (o de imitación aristocrática).

Palabras-clave
Grupos intermedios; consumo; apariencias

Abstract

Between the 16th and the 19th centuries, intermediate groups affirmed themselves little by little among Castilian and Portuguese urban areas, thus acquiring an important role in the processes of social transformation. This evolution lacks precise spatial or chronological limits. Nevertheless, we will try to understand it better by looking at the public display of these groups’ material day-to-day culture, and by putting into relation ownership and the cultural values of certain goods, and their disruptive or modernizing uses (or of aristocratic imitation - trickle-down).

Keywords
Middle class; consumption; appearances

1. Planteamientos y propuesta de trabajo

Los límites de la pobre clase media van perdiéndose y desvaneciéndose cada vez más, por arriba en la alta sociedad, en que hay de ella no pocos intrusos, y por abajo en la capa inferior del pueblo, que va conquistando sus usos.

LARRA, Mariano José de. La fonda nueva. In: Artículos de costumbres, 1833.

Entre el siglo XVI y el XVIII unos imprecisos grupos intermedios se reafirmarían en el universo urbano peninsular, vinculados a un incremento de la demanda de servicios especializados que garantizasen la ampliación de las funciones de representación de la Corona o de la Iglesia. Aunque resultasen poco visibles en términos normativo-jurídicos en un mundo estamental, muchos de aquellos personajes fueron ascendiendo, se constituyeron y eran reconocidos ya como un denso, vigoroso y activo estrato de poder, tal y como reflejan no pocas fuentes de archivo, los testimonios documentales españoles y extranjeros y también algunos recientes planteamientos historiográficos. Desde este enfoque se comprenderá mejor sus especificidades y protagonismo efectivo en los procesos de transformación social, aunque tanto sus mecanismos públicos como su evolución presenten ámbitos geográficos y cronológicos poco precisos.

En todo caso, más individualidades que clases sociales; unos grupos intermedios heterogéneos y de muy difícil delimitación: ni cortesanos ni privilegiados (ni desde perspectivas sociales o económicas); unos sectores en ascenso (en continuo proceso de movilidad ascendente); siempre grupos urbanos emergentes, tratando de diferenciarse de los todavía más amplios y desconocidos colectivos populares.

Desde la comparación del mundo ibérico con otros espacios iberoamericanos y europeos, el punto neurálgico aborda las claves de la cultura material cotidiana (pasando “de la circunferencia al centro” de los objetos) presentes entre aquellos colectivos. Una novedosa línea de investigación que relaciona la posesión y el valor cultural de ciertos enseres con prácticas rupturistas-modernizadoras básicas para la redefinición de la estratificación social (o de imitación aristocrática). Vestuarios, mobiliario del hogar y piezas de plata, en los que nos centramos, cumplían funciones no meramente de uso, añadiendo valor de apariencia y poder, real y/o imaginario-inmaterial, a sus propietarios.

Las elites siempre consumían mucho y de calidad. La mayoría apenas disponía de cuatro harapos y enseres domésticos mínimos (únicamente una minoría rural accedía al mercado de forma habitual). Las transformaciones deben vincularse a grupos cada vez más numerosos: la existencia o no de revoluciones aparece ligada a los crecientes sectores formados y en ascenso (¿burgueses?) residentes en los espacios urbanos durante los más dinámicos siglos XVI y XVIII. Las capitales y las ciudades portuarias actuarían de puntos de referencia claves en aquel proceso, y sólo muy lenta y tardíamente - al menos en Castilla y en el norte portugués - fueron introduciéndose hacia el interior peninsular y sus amplias áreas rurales circundantes.

Las trabas eran francamente notables; de ahí las diferencias y el retraso secular y de mentalidad respecto al progreso experimentado en el norte de Europa. Igual de ciertas que los avances, sobresalientes también, aunque casi nunca se hayan puesto de relieve; trataremos de revalorizarlos. En todo caso, muy crítico, Larra certificaba la inexistencia de clases medias aún en el Madrid de 1830.

Conceptos equívocos, máxime en el transcurso temporal y a medida que las sociedades pretéritas se acercaban a modelos actuales. Precisamente, la carencia de grupos fuertes, numerosos y con capacidad financiera y adquisitiva que tirasen de la demanda para necesitar una transformación del sistema productivo se aduce como causa del atraso español y de la inexistencia de una industrialización del país. Se insiste, con razón, en la ausencia, ligada a múltiples motivaciones y rémoras, de un mercado nacional. Y hasta se critica la falta de una verdadera revolución industriosa basada en un moderno incremento de las economías familiares ligadas al intercambio de géneros.1 1 RINGROSE, David R. España, 1700-1900: el mito del fracaso. Madrid: Alianza, 1996. MARCOS MARTÍN, Alberto. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad. Barcelona: Crítica, 2000. GARCÍA FERNÁNDEZ, Máximo. El comercio interior y exterior de España en la Edad Moderna. In: VVAA. La economía en la España Moderna. Madrid: Istmo, 2006, p. 81-210. VRIES, Jan de. La revolución industriosa: consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente. Barcelona: Crítica, 2009.

Es cierto que las limitaciones entonces eran numerosas y de enorme calado. Y, sin embargo, también cabe apreciar bastantes progresos y evoluciones en positivo de diferentes magnitudes micro que obligan a replantear la existencia de movimientos en línea con lo que estaba ocurriendo en la Europa occidental. Con otro aspecto notable a tener en cuenta: la pujanza de las sociedades ibéricas debe colocarse a mediados del siglo XVI y no, precisamente cuando no pocas de las teorías al respecto se plantean, en la segunda mitad del Setecientos. Así, en contraposición a los avances de la hora navarra,2 2 IMÍZCOZ BEUNZA, José María. La “hora del XVIII”. Cambios sociales y contrastes culturales en la modernidad política española. Príncipe de Viana, 254, 2011, p. 37-64. tradicionalismo, lento desarrollo del atuendo, regusto por vestir a la antigua y crítica a las novedades (¿no existía una práctica de vasos comunicantes entre Madrid, familias notables y comunidades de origen en clave de notoriedad pública?) son rasgos culturalmente válidos para argumentar que durante el periodo ilustrado la Castilla interior se encontraba en una deshora meseteña tras su auge previo.

No obstante, la reinversión de los capitales del comercio americano también permitió a ciertas oligarquías norteñas la acumulación de objetos durante el siglo XVIII: “vuelven cargados de oro a perpetuar el mal con el funesto ejemplo de su fortuna. Su vajilla, sus alhajas y regalos a la parentela, su ostentación, el crédito de su opulencia, siempre aumentado y difundido por la opinión (…) un espectáculo que deslumbra, y cuya triste influencia no puede esconder la reflexión”.3 3 JOVELLANOS, Gaspar Mechor de. Cartas del viaje a Asturias (cartas a Ponz). Oviedo: Ediciones KRK, 2003, p. 105. En buena medida, el endeudamiento nobiliario precedente (era frecuente el empeño de sus piezas de plata) se vincula a gastos de un obligado boato para manifestar honor y preeminencia a través de viviendas palaciegas blasonadas (más su mobiliario, joyas y vestidos) como imagen pública.4 4 THOMPSON, E. P. Costumbres en común. Barcelona: Crítica, 1995.

Los contrastes regionales y las diferentes etapas del auge urbano tampoco deben despreciarse. Los centros litorales, siempre, pero todavía más durante el Setecientos, adquirieron un protagonismo capital, a veces parece que único. Como determinante fue también por entonces el crecimiento madrileño, al igual que las diásporas catalanas desde sus botigas.5 5 TORRAS, Jaume. Fabricants sense fábrica: els Torelló, d’Igualada (1691-1794). Vic: Eumo, 2007. Es decir, que, con el oasis de Madrid, en la periferia peninsular, siempre con Lisboa-Porto y Sevilla-Cádiz a la cabeza, se vendría produciendo un proceso de incremento de las demandas ligado a los ascensos de no pocos grupos de tratantes, intermediarios, mercaderes y tenderos que, económica y socialmente, hacían efectivo el auge de sus negocios con demostraciones y comportamientos que trataban de definir formas de vida y sociabilidad alejadas de sus orígenes y más o menos próximas o diferenciadas de las de sus convecinos privilegiados, tomando hábitos de distinción y lujo que los acercasen en escalafón y estatus a los de la antigua nobleza con la que ya convivían puerta con puerta y que hasta ese momento venía imprimiendo el fasto sobresaliente, en línea con lo que McKendrick y Roche definieron como revolución del consumo, trickle-down y revolución de las apariencias.6 6 McKENDRICK, Neil. Commercialization and the economy. In: McKENDRICK, N.; BREWER, J.; PLUMB, J. H. The birth of a consumer society. The commercialization of Eighteenth century England. Bloomington: Indiana University Press, 1982, p. 9-194. ROCHE, Daniel. Histoire des choses banales. Naissance de la consommation dans les sociétés traditionnelles (XVIIe-XIXe siècles). Paris: Fayard, 1997. También: BERG, Maxine & EGER, E. (ed.). Luxury in the Eighteenth century. Debates, desires and detectable goods. Nueva York: Palgrave, 2003. BLONDÉ, Bruno et al. (ed.). Fashioning old and new. Changing consumer preferences in Europe (Seventeenth-Nineteenth centuries). Turnhout: Brepols, 2009.

¿Deben considerarse grupos intermedios a esa burguesía comercial ibérica más que industrial? De ser así, incluso en sus niveles menos encumbrados, deben remarcarse algunas de sus pautas de comportamiento y niveles de gasto - o del stock de sus inversiones domésticas - para valorar sus trayectorias, en Madrid7 7 CRUZ VALENCIANO, Jesús. Los notables de Madrid. Madrid: Alianza, 2000; y La construcción de una nueva identidad liberal en el Madrid del XIX: el papel de la cultura material del hogar. Revista de Historia Económica, XXI, 2003, extraordinario: “El consumo en la España preindustrial”, p. 181-206. GIORGI, Arianna. De la vanidad y de la ostentación. Imagen y representación del vestido masculino y el cambio social en España, siglos XVII-XIX. Tesis doctoral, 2013. En la incorporación española a la modernidad, el ejemplo de Madrid muestra el inicio (a lo largo de los siglos XVIII y XIX) de la adopción de sus clases medias (y altas) de nuevos parámetros de consumo y cómo esa cultura material les fue identificando culturalmente. o en Lisboa.8 8 MADUREIRA, Nuno Luis. Lisboa. Luxo e distinção, 1750-1830. Lisboa: Fragmentos, 1990. Lo mismo que conviene hacerlo con otro notable y nutrido colectivo: los licenciados y profesores universitarios, la cúpula artesanal y todo tipo de profesionales liberales, hombres de letras, literatos, ilustrados, miembros de la burocracia o artistas ligados al creciente protagonismo de la administración estatal. En sus casas y familias una sensibilidad aburguesada, amparada en sus medios monetarios más o menos estables, unas formas de sociabilidad modernas, unos hábitos de recibir y de ser vistos y una nueva etiqueta empujarían y dinamizarían los consumos de todo tipo de productos semi-perecederos hacia cotas de cantidad, calidad y variedad sin parangón (en la España borbónica y carolina) respecto a épocas precedentes. Ya en el siglo XIX algunos grandes propietarios rurales y los administradores de rentas serían, junto a las clásicas jerarquías de Antiguo Régimen, quienes mostrasen unos mobiliarios y guardarropas ciertamente espectaculares en comparación con el resto del vecindario; únicos, hasta pretender asemejarse y confundirse - limando distancias de apariencia - con la elite urbana más próxima, acceder a las novedades extranjeras portuarias o equipararse a los privilegiados madrileños. ¿También éstos pueden contemplarse como clases medias?

Y eso que, como señalaba anteriormente, el Siglo de Oro castellano se centra en el XVI. Sevilla era entonces la única puerta hacia el tráfico americano y el centro de la meseta norte, con Valladolid a la cabeza, constituía uno de los hinterlands productivo, urbano y de servicios más relevante de Europa. Es bien conocida y reconocida la tesis que certificaba la existencia de muchos lujos en aquella ciudad.9 9 BENNASSAR, Bartolomé. Valladolid en el Siglo de Oro. Valladolid: Ayuntamiento de Valladolid, 1983.

Desde Cataluña se aportan valiosas coordenadas comparativas.10 10 MORENO CLAVERÍAS, Belén. Pautas de consumo y diferenciación social en el Penedés a fin del siglo XVII. Una propuesta metodológica a partir de los inventarios sin valoraciones económicas. Revista de Historia Económica, XXI, 2003, p. 207-245; o Mito y realidad de la “feminización del consumo” en la Europa moderna: las pautas de consumo de las mujeres en el Penedés preindustrial. Arenal: Revista de Historia de Mujeres, 11, 1, 2004, p. 119-152. También: TORRAS, J. & YUN, B. (ed.). Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVIII-XIX. Ávila: Junta de Castilla y León, 1999. Acertadamente, también la historiografía portuguesa y brasileña se interesa por estos planteamientos.11 11 MONTEIRO, Nuno Gonçalo (coord.) & MATTOSO, José (dir.). História da vida privada em Portugal. A Idade Moderna. Maia: Círculo de Leitores, 2011. DURÃES, Margarida. A casa rural minhota: papel e significado no contexto hereditário (séculos XVIII e XIX). Cadernos do Noroeste, I, 1, 1987, p. 81-96. BRAGA, Isabel Drumond. Bens de hereges. Inquisição e cultura material. Portugal e Brasil (séculos XVII-XVIII). Coimbra: Universidade de Coimbra, 2012. BARREIROS, Helena. “Casa em cima de casas”: apontamentos sobre o espaço doméstico da Baixa Pombalina. Monumentos, 21, 2004, p. 88-97. CALDAS, João Vieira. A casa rural dos arredores de Lisboa no século XVIII. Porto: Faup, 1999. CHANTAL, Suzanne. A vida quotidiana em Portugal ao tempo do terramoto. Lisboa: Livros do Brasil, s. d. COSTIGAN, Arthur. Retratos de Portugal: sociedade e costumes. Casal de Cambra: Caleidoscópio, 2007. TRINDADE, Luísa. A casa corrente em Coimbra: dos finais da Idade Média aos inícios da Época Moderna. Coimbra: Câmara Municipal de Coimbra, 2002. VIEIRA, Alberto. O público e o privado na história da Madeira. Funchal: CEHA, 1996. Y teniendo presentes las nuevas miradas metodológicas de una economía mundo y transnacional, las tesis de Madureira resultan muy a propósito para este enfoque,12 12 MADUREIRA, N. L. Cidade: espaço e quotidiano (Lisboa 1740-1830). Lisboa: Livros Horizonte, 1992. cuando concluye que “la especialización era un lujo”.13 13 SILVA, José Veríssimo Álvares da. Memórias das verdadeiras cauzas porque o luxo tem sido nocivo aos portugueses, 1789.

Así, aunque la representatividad de los inventarios portugueses se reduce en función del nivel de riqueza, los enseres corporales y de uso doméstico (el patrimonio mueble), respondiendo a necesidades y distinciones, definían relaciones de poder al construir jerarquías familiares, permitiendo diferenciar banalidades de ostentaciones, objetos cotidianos de los festivos, los constructivos de una intimidad estática frente a mudanzas de comportamientos y actitudes, en un “lenguaje silencioso de símbolos”.

2. Cultura material en clave social en Portugal

El conocimiento de la casa lisboeta proporciona claves sobre la evolución de las sensibilidades privadas de sus comerciantes, la emergencia de una civilización de confort y el culto por los objetos y los espacios individualizados, dentro de una visión más cosmopolita y moderna. Debían fijarse y ajustarse los recintos a los nuevos hábitos sociales, cuando la especialización de unos arrastraba al resto; los lugares se volvían más selectivos, tomando una connotación negativa la no diferenciación funcional de cada sala, pues sin la necesaria jerarquía doméstica el individuo mediano o en ascenso no podía desarrollarse dentro de normas mundanas: mejoraba la cámara principal, íntima y zona exclusiva, asegurando un territorio vital, frente al extendido “igualitarismo de la pobreza que impedía el lujo de la diferencia”. Así, las pautas de la cultura material se desarrollaban a partir de una valoración de la vivienda como otro índice de reputación social (confortabilidad, ostentación interior y exterior y escala de comodidades), de la tendencia hacia ambientes especializados funcionalmente, más el mobiliario, la noción de intimidad, la incorporación de normas reguladas de convivencia cotidiana con ruptura de fronteras entre el dominio público y el particular y cambios en la organización de los ámbitos privativos (percepción de universos personales) y sus consecuencias para la dinámica del consumo al alterar las relaciones afectivas con las cosas (con revalorización de las lozas para exposición en las bien equipadas vitrinas en salones apropiados para recibir). Nacían las ideas de libertad, privacidad y ciudadanía: una nueva sociabilidad burguesa con otras reglas.14 14 MADUREIRA, N. L. Cidade… op. cit., p. 291-298. Analiza 328 inventarios post-mortem de las generaciones 1740-50, 1780-86 y 1821-27 para apreciar la evolución de las infraestructuras de la vida cotidiana urbana, valorando todos los bienes de vestuario y mobiliario de la casa. Palabras clave: “nunca” (menos del 5% de los casos), “raro” (5%-25%), “frecuente” (25%-60%), “domina” (60%-90%) y “casi todos” (en más del 90%). Igual que en Valladolid, generando serios problemas de interpretación, las tasaciones lisboetas contienen listas de enseres pero casi nunca la habitación de la casa donde se ubicaban.

En paralelo, en el Bajo Miño rural, un mobiliario de casa macizo para durar toda la vida representaba estabilidad y perpetuidad frente a la novedad y contrapunto a lo nuevo (guardar como función básica; sólo unos pocos para mostrar), definiendo estilos de vida clásicos frente a gustos y futilidades.15 15 VILAÇA, Olanda Barbosa. Cultura material e património móvel no mundo rural do Baixo Minho em finais do Antigo Regime. Tesis doctoral, 2013. Allí, la loza de Viana o la fina de la India también indicaban cierta civilidad, higiene y sociabilidad, pero primaba la modestia generalizada cuando para el 70% de las casas no superaban los mil reis (quinientos de media; hasta faltaban las cucharas; y apenas un 5% de las familias tenían cuberterías o candeleros de oro - sólo siempre en Póvoa de Lanhoso -, a excepción de las veinte calderas de cobre, sesenta cubiertos de plata y platos de estaño del gran propietario hidalgo Manuel de Sousa Machado; y escaseaba el vidrio como frágil materia prima moderna). Aunque el común pudiese adoptar nuevos hábitos, lo arraigado de las tradiciones provocaba que las modas se alterasen muy lentamente: el algodón tardó todavía mucho en introducirse popularmente y en su ropa blanca apenas había lujos, y eso que dentro del cuantioso patrimonio de Lourenço da Costa sobresalían una cubierta de damasco valorada en seis mil reis y otra de seda de la India, otorgando gran importancia familiar a sus lienzos de alcoba, muchos simples sí, pero también suntuosos y ornamentales en el contexto de aquellas haciendas rurales, demostrando sus buenas maneras a la mesa o su significado simbólico y constructor de jerarquía social por encima de su mera utilidad práctica. Las telas de origen extranjero sólo eran accesibles a una minoría con elevado nivel de riqueza… únicamente el boticario de São Paio podía mudar de camisa, puesto que tenía ocho de buen lino y adornadas con randas… y aunque solían andar descalzos, en la tienda de Isabel Fernandes se inventariaron ochenta pares de medias gallegas.

La joyería popular, cotidiana a la par que evidencia de estatus, visualizaba los patrimonios femeninos, presentando una enorme carga afectiva y simbólica más que adorno corporal-doméstico. El valor de pendientes y collares no era insignificante para las jóvenes los días de fiesta o en sus ritos de paso. En esa tierra de filigrana en oro donde su uso fue constante común los atesoraban, siendo vergüenza pública el empeño de aquellos tesoros familiares. Aunque fuesen ellas quienes más los luciesen, “botones a la moda” y hebillas masculinos también eran indicadores de distinción.16 16 La mayoría de las piezas se tasaron en menos de cinco mil reis. Sólo en un único inventario (el del capitán Manuel Gomes Ferreira y su esposa, Antonia da Costa Vilas Boas, en 1784) la estimación de sus joyas fue de 140.000 reis (un cordón 48.000); otro alcanzó los 225.000 (sus diamantes valían 62.000); y en un tercero superaban los 450.000: el comerciante de Póvoa de Lanhoso, Manuel José Lopes de Carvalho, convivía con piedras preciosas, relojes, cuberterías finas, relicarios y rosarios de plata. Ibídem.

Ese mundo material rural portugués puede compararse con otros espacios.17 17 DURÃES, M. Herança e sucessão. Leis, práticas e costumes no termo de Braga (séculos XVIII-XIX). Tesis doctoral, 2000. SANTOS, Carlota (coord.). Família, espaço e património. Porto: Citcem, 2011. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Delfina. Desigualdades sociales y criterios de consumo diferenciados. Cultura material y nivel de vida en la Galicia interior, Celanova (1630-1850). Cuadernos Feijonianos de Historia Moderna, 1, 1999, p. 193-231. Por ejemplo, resulta interesante su contraste con la relevancia del protagonismo femenino brasileño en el estímulo de la demanda textil.18 18 LIMA, Igor Renato Machado de. “Habitus” no sertão. Gênero, economia e cultura indumentária na vila de São Paulo (1554-1650). Tesis doctoral, 2011. Índice: 1. Modernidad en el arte de vestirse (El lenguaje de los ropajes y la moda; Metamorfosis renacentistas). 2. Espíritu de la moda cortesana: la indumentaria cotidiana en São Paulo (Oficios mecánicos: satisfaciendo necesidades y demandas; Distribución de vestidos y tejidos: familias, legados y partijas; Género, jerarquías sociales y costumbres). Véase al respecto a modo de marco general: NOVAIS, Fernando A. (dir.). & SOUZA, Laura de Mello e (org.). História da vida privada no Brasil, vol. 1. São Paulo: Companhia das Letras, 1997. Los hábitos indumentarios coloniales del hinterland de São Paulo entre 1550 y 1650 muestran las transformaciones y permanencias del atuendo y la moda y el nexo entre economía doméstica y cultura algodonera, precisando consumos lujosos de joyas y ropajes - de distinción - frente a los populares - indígenas -, desde una perspectiva de género y considerando al vestido una preocupación capital en el cuidado de los huérfanos.

Tal y como ocurriría también, aunque vinculado a cuestiones civilizatorias diferentes, con los géneros regalados a los indios de las Provincias Internas de Nueva España en 1785 - significativamente, y frente a sus habituales plumajes, una decena de casacas galonadas y otros tantos pares de calzones y 240 camisas llanas y guarnecidas, con 100 varas de indiana ordinaria de Provenza y 230 de paño azul y encarnado de Limburg19 19 Archivo General de Indias, SGU, 7031, 9, bloque 2, anexo nº 3. Efectos que el gobernador de Texas, Domingo Cabello, pide para regalar a los capitanes comanches, en consecuencia de las paces firmadas. - prendas de vestuario occidentales que se repetían en cada firma de paz a finales del XVIII.

3. Realidades cotidianas castellanas

La visión festiva y las pícaras vivencias descritas por un caballero portugués durante el breve periodo en que la Corte retornó a Valladolid a comienzos del siglo XVII (en 1605), muestran que en todo acto público se veía “a las damas vestidas todas riquísimamente (…) [que] circulan más de trescientos coches, dando vueltas sin otro intento que ver y ser vistos para distraerse”. “Venían muy galanes”, pues todas las prendas eran “muy vistosas, a gusto de cada uno, que parecen muy bien”.20 20 VEIGA, Tomé Pinheiro da. Fastiginia o fastos geniales. Valladolid. [1605] 1973, p. 54-57; “Venían vestidas con la mayor riqueza que se puede imaginar (…) y parecen así mucho mejor”, p. 90-95. Por eso, incidía en que las castellanas no quieren ropas largas, sino plumas, regalos, paseos y galas”. En ese sentido, allí se concentraban

los más y mejores almacenes de todas las sedas y brocados que puede haber en parte alguna (…) Concluyo con lo mejor, que son las tiendas de guantes, brincos, guarniciones, aderezos de mujeres, cadenas, plumas, medias y otras cosas, que son muchas y de grandísima comodidad y no hay cosa que no se halle (…) Con toda esta buhonería sale cada una el día de fiesta, que son para ellas trescientos sesenta y cinco y más seis horas, porque ninguna pierden, ni dejan cosa en el arca que no lleven sobre sí: viva la industria de la persona 21 21 Ibídem, p. 299-310.

resume aquel clima de consumo colectivo que la cercanía del poder, con sus necesidades de imitación, irradiaba.

Se reiteraban entonces los signos externos de la riqueza material como algo cotidiano. Todas las vallisoletanas, porque en las mujeres se centran las muestras del lujo y de la necesidad de aparentar - tanto crítica como laudatoriamente - sólo querían; parecer “de lejos tan bien como de cerca”, paseando muy galanas con buhonería de brillante apariencia. Sin duda, no se fijaba en la multitud de pobres, mendigos y lisiados que pintara Velázquez y retratara Cervantes, o que, en tropel, pedían a la puerta de las iglesias o se apiñaban en el “mercado de la Pulga” burgalés. Sin descender a niveles sociales tan bajos, por esas mismas fechas, la gran mayoría de la población urbana vivía al filo de la miseria y rodeados de pestes y de crisis de subsistencias que difícilmente incitarían a la adquisición de nuevos productos. Por eso, siempre resulta complicada cualquier consideración poco contrastada sobre el consumo textil preindustrial.

En el mundo rural castellano (también en el urbano) existe una nítida presencia diferenciada de enseres del hogar y de productos textiles en función de la estructura patrimonial y de la valoración de las dotes femeninas. Aun así, los complementos y vestidos de las dotaciones tasadas entre cinco y diez mil reales constituían porcentajes mucho más importantes que los del resto de las piezas recibidas al inicio del ciclo doméstico en relación, incluso, con familias con aportes muy superiores22 22 GARCÍA, Máximo & DÁVILA CORONA, Rosa María. Vestirse y vestir la casa. El consumo de productos textiles en Valladolid (1700-1860). Obradoiro de Historia Moderna, 14, 2005, p. 141-174. DÁVILA, Rosa Mª. Los patrimonios de la burguesía comercial vallisoletana, 1760-1860. In: GARCÍA, Máximo (dir.). Cultura material y vida cotidiana moderna: escenarios. Madrid; Sílex, 2013, p. 91-110. BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, Juan Manuel & GARCÍA, M. (dir.). Apariencias contrastadas: contraste de apariencia. Cultura material y consumos de Antiguo Régimen. León: Universidad de León, 2012. RAMOS PALENCIA, Fernando. Pautas de consumo y mercado en Castilla, 1750-1850. Economía familiar en Palencia al final del Antiguo Régimen. Madrid: Sílex, 2010. (Tabla nº 1).

Tabla nº
1. DIFERENCIAS PATRIMONIALES EM LA CASTILLA RURAL. Olmedo, Peñafiel y Nava del Rey. 1700-1860. Valores dotales a precios constantes. Prcentajes

Por su parte, en la periferia peninsular valenciana, la elite de la Sueca rural no se distinguió por incorporar elementos novedosos en su atuendo. Sus hábitos de consumo continuaron sujetos a preceptos conservadores y a formas de vida tradicionales. Primaba el lucimiento dentro de la comunidad, donde la indumentaria adquiría una dimensión fundamentalmente ornamental y que confería estatus y la ostentación por el adorno. Sólo con signos de cambio tardíos, iniciados entre hacendados y rentistas, utilizaron las innovaciones en prendas y tejidos (mejor si eran de importación) como capital simbólico. Pretendían destacar, si bien sus rasgos de apariencia externa no se vinculaban exclusivamente ni eran directamente proporcionales al nivel económico, de la mano del protagonismo de unos pocos ricos labradores, mercaderes y profesionales liberales.23 23 ROSADO, Luis Miguel. Sociedad, cultura material y consumo en la Valencia de finales del Antiguo Régimen: Análisis comparativo entre el medio rural y el urbano (1700–1824). Tesis doctoral, 2014.

Al contrario, la vecina Xátiva fue mucho más permeable a las innovaciones, al introducir objetos singulares y enseres de prestigio tanto para el confort de los hogares como a partir de las nuevas prácticas de sociabilidad. Ese extremo favorecía la exhibición, especialmente femenina, mediante modernas faldas, complementos y una cantidad y variedad de prendas muy superior. Por encima de las posibilidades dinerarias, su condición de centro urbano provocó una incidencia mayor y temprana de las novedades: en materia de vestir entre los sectores sociales intermedios más que en exclusiva sus minoritarias rectoras; los comerciantes y profesionales allí asentados, más que de arriba-abajo, actuarían como difusores, al ser muy receptivos a los cambios.

En conclusión: suntuosidad (tasación superior y calidad tradicional de ostentación) frente a la variedad de las innovaciones. En Sueca, la demanda de ropa blanca marcaba las diferencias. Por el contrario, en Xátiva, de manera estable, aunque mucho más destacable entre su burguesía mercantil, la indumentaria personal duplicaba las cantidades acumuladas. Lujo y ornamentos (vistosas randas, puntillas y galones) frente a moda y gusto en las prendas. El aspecto externo de la exhibición o una aparición más temprana de los complementos diferenciadores. La presencia de los tejidos de algodón es altamente significativa: hacia 1780 consta el primero en Sueca, pero se extendería más ampliamente y en un plazo más corto en Xátiva; allí los sectores intermedios incorporarían los zagalejos de indiana o muselina (el 96% de las dotes constituidas en el siglo XIX contaban al menos con uno). Los ejemplos de los ajuares de Dominga Cervera y Teresa Sebastiá lo ratifica: primaba la apariencia externa entre el vértice superior de una jerarquía social ascendente que emulaba el modelo cortesano capitalino y que también sería objeto de imitación entre sus convecinos. En suma, el lugar de residencia definía los comportamientos: medio siglo antes las innovaciones llegaron a la ciudad; sin un determinismo entre patrimonio y mayor posesión de ciertos enseres de uso exclusivo en materia de decoración, confort hogareño o para vestir el cuerpo; incorporándose primero a los dictados de la moda, de la mano de sus vecinos medianos con rentas más elevadas. Precisamente en la indumentaria del atuendo externo se produjeron las mayores mutaciones en número, variedad y composición, concentrando la adquisición y difusión de las renovaciones (telas más ligeras y coloridas, por ejemplo). El lujo como motor productivo y resultado civilizador y cultural. En aquella lucha simbólica entre el ser y el parecer se definían las pertenencias (mediante cuberterías de plata o vestidos de espolín de la China), satisfaciendo sus necesidades de disponer de las mismas en exclusividad, transfiriendo emociones, conceptos y opiniones. Unos sujetos reformadores que aunque siempre partiesen de los ámbitos urbanos no marcaban una transmisión meramente vertical, puesto que no se aprecia un modelo claro de trickle-down (tampoco en Lisboa o en Cartagena-Murcia)24 24 PÉREZ-GARCÍA, Manuel. Vicarius consumers. Trans-national meetings between the West and East in the Mediterranean world (1730-1808). Farnham: Ashgate, 2013. cuando, por encima de las elites nobiliarias y la clase rentista acomodada - con un papel bastante secundario -, los niveles intermedios profesionales, comerciales y artesanos actuarían como protagonistas destacados en aquel complejo proceso, generalizándose después sus pautas de consumo al resto del espectro metropolitano y rural circundante.

Ya en Madrid, la cultura burguesa se fue convirtiendo en hegemónica tras madurar a lo largo del siglo XIX, asimilando, adaptando y adoptando las prácticas desarrolladas previamente en el occidente-norte europeo, en su objetivo de consolidarse como una nueva y fuerte clase media. En ese proyecto debían aprender y divulgar códigos de conducta con la finalidad de establecer una forma de comportamiento dominante en la que la promoción del consumo fuese dispositivo eficaz para lograr la felicidad colectiva y donde el asentamiento de una cultura material proporcionara el simbolismo distintivo necesario para fraguar una identidad moderna. Fue aquel un proceso pausado y nada revolucionario que finalmente acabaría transformando los admirados hábitos estamentales; aunque insuficiente, tardío y débil numéricamente, consustancial a su discurso sobre una modernidad civilizatoria basada en la libertad individual y el orden y en la que el bienestar debía extenderse a la mayor parte posible de ciudadanos en virtud de la promoción de los medianos; asentada en sus actitudes y rituales sociales, sus gustos, normas de sociabilidad y símbolos.25 25 CRUZ VALENCIANO, Jesús. El surgimiento de la cultura burguesa. Personas, hogares y ciudades en la España del siglo XIX. Madrid: Siglo XXI, 2014, p. 10-27 y 41-89.

En la construcción de un mundo de buen tono, y atentos al rango, los manuales de cortesía fijaron las normas de comportamiento. Urbanidad se oponía a rusticidad.26 26 FEIJOÓ, Benito Jerónimo. Teatro crítico universal. Verdadera y falsa urbanidad, 1736. “Responderán que es preciso ir decente y que el oponerse a tal es rusticidad (…) en estos tiempos no sólo se entiende por decencia aquel adorno que corresponde a cada uno según su estado, edad, condición y sexo, sino a cuantos caprichos y extravagancias se inventan y practican”. CLAVIJO Y FAJARDO, José. El pensador, nº 53, 1763. Véase: CLAVIJO, J. Libro de modas. Ensayo de currutacos, pirracas y madamitas del nuevo año. 1795. La sátira frente al fenómeno de los petimetres (mundanos, esclavos de las modas, viviendo siempre en el espacio íntimo de su tocador rodeados de una dudosa cultura material, afeminados, dispendiosos, frívolos, insaciables consumidores de productos importados del extranjero, distinguidos por su exagerado vestuario, transgresores del orden) trataba de promover una finura civilizadora mediante la educación cívica y/o como instrumento de distinción social. Así, Mariano de Rementería y Fica publicaría en 1829 el primer tratado de urbanidad (El hombre fino al gusto del día), usando el término etiqueta como lenguaje simbólico de barrera diferenciadora sociocultural de la esfera pública burguesa al propugnar la emulación de lo francés y europeo; la elegancia y la galantería como capitales adquiridos y no desde la cuna o comprados.

Beneficioso, un lujo sin afectación ni exageraciones traería consigo una reputación que proporcionaría porte y singularidad. Trajes angostos para los menestrales frente a corbatas anudadas con buen gusto, como contraponía el Fígaro de Larra en El castellano viejo (1835); o la modesta y decorosa mujer fina, practicando la economía doméstica pero atenta - siguiendo las modas. Con una más o menos perceptible apertura social, el cuidado de la apariencia (elegante) remarcaría las diferenciaciones.

Así, en la percepción del buen tono y expansión de una moderna cultura del consumo de modas por emulación entre las minoritarias clases medias, una minoría de los interiores de los hogares diferenciaban la parte delantera y social, de la trasera dedicada a la vida familiar.27 27 CRUZ, J. El surgimiento de la cultura burguesa… op. cit., p. 150-212. La distinción entre los espacios privados (expresión de respeto hacia un individualismo ordenado), públicos (lugar necesario para una cordial interacción cívica) y semipúblicos (de transición y conexión), junto a los avances del confort, fue uno de los componentes destacables en aquella progresiva racionalización doméstica. Más que por su funcionalidad, en la sala de estar de cualquier familia burguesa sobresaldría la calidad y comodidad del mobiliario y la decoración; y combinando modernidad y tradición, el gabinete, repleto de recuerdos, fotografías y retratos (a veces también tocador), se orientó hacia la actividad costurera femenina.28 28 Véanse: FROST, D. Cultivating Madrid: public space and middle-class culture in the Spanish capital, 1833-1890. Lewisburg: Bucknell University Press, 2008. HAIDT, R. Women, work and clothing in Eighteenth-century Spain. Oxford: Voltaire Foundation, 2011. VALIS, N. M. The culture of cursilería: bad taste, kitsch and class in modern Spain. Durham: Duke University Press, 2002.

El novedoso ascenso de las aspiraciones domésticas desarrolló el apego hacia el mundo de las mercancías. Los guardarropas de las familias pudientes estaban mejor abastecidos y con tejidos de mayor calidad y variedad, en una clara diferenciación entre los patrones de demanda de los agricultores (austeros) de los más conspicuos, y denotando distinción social los miembros de los sectores comerciales y profesionales, en un proceso de democratización de la moda que partía de la obsesión por el algodón. Básicamente, a partir de 1830, con incrementos mayores en la ciudad que en el campo, sobre todo en el número de piezas del vestuario y de las prendas interiores femeninas (seguido de la ropa de cama y de mesa), hasta que el conjunto de esos enseres, convertido en prioridad, supuso un auténtico cambio en la gestión presupuestaria familiar. Chaquetas, pantalones y chalecos eran habituales en los armarios burgueses y ya entre campesinos bien establecidos desde 1820: los inventarios de los madrileños de clase media y alta entraban en la esfera de la difusión de una cultura de la domesticidad. En los hogares ricos del Madrid decimonónico predominaban los textiles de uso doméstico (cortinas y mantelerías), mientras que dentro de los patrimonios menores primaba el valor de la vestimenta personal. Vajillas y ajuar eran las categorías en las que mejor se evidencia el aumento del consumo del hogar, clasificadas ya de acuerdo con su calidad, funcionalidad y uso diario, para privacidad, decoración y confort de sus viviendas. Los patrones vestimentarios masculinos se uniformizaron (siempre, aunque ausentes en los estratos más pobres) y se estandarizaban sus colores: casacas, chupas y calzones, los chalecos, fracs y levitas después, marcadores del rango - como los relojes y guantes. Ellas con camisas, enaguas, mantillas y pañuelos de muselina o percal (fibras también de los nuevos artículos de la casa). Siguiendo las pautas difundidas desde La moda elegante ilustrada; periódico de las familias (Cádiz, 1842) o El correo de la moda; periódico del bello sexo (Madrid, 1851) y “adquiriendo a la moderna” (aunque Ramón de la Cruz parodiase la falta de educación de la clientela capitalina en su sainete Las escofieteras - 1773 -, poniendo en escena el interior de una tienda de telas y representando las rutinas de los compradores de aquellas cofias) y tras el incremento de las ofertas de la sastrería de confección elegante en diferentes tallas y precios.

Contrapunto igual de restrictivo que el suntuario, el ahorro burgués (clamando por decoro, contención y decencia, a la par que promocionaba revistas que incluían figurines y patrones - El periódico de las damas, El tocador o La luna)29 29 En Portugal: Correio das modas; Gazeta das damas; Recreio das damas; o Jornal das senhoras. para frenar y desterrar una generalización hacia abajo de coquetería, capricho, gastos superfluos, ruinas, despilfarros, libertinajes, influjos extraños, fruslerías ridículas y la “farsa que representa” denunciaba los peligros a combatir, luchando denodadamente contra tanta demasía, que sólo generaría envidias y, tras ellas, conflictividad colectiva. Superado el estamentalismo, y después de que en 1793 la Revolución Francesa proclamara la “libertad de vestimenta en el exterior” como un derecho fundamental, se reafirmaba la confección de un modelo clásico de conducta y comportamiento, en clave femenina, para conseguir el estatismo de los roles tradicionales, censurando la profusión en vestidos y adornos, y escenificándolo, por lo estético y llamativo, en el petimetre. La práctica de la ostentación, al fijar la identidad a través de una exagerada y recargada representación, ofrecía una imagen condenatoria, también desde el punto de vista de la inmoralidad vanidosa, preocupados por la confusión social que podían ocasionar sus atuendos: aparentar lo que no se es provocaría desorden y rebeliones, al desgastar las bases teóricas y los propios pilares que sustentaban el modelo organizativo vigente. Y entre los defectos de la imitación también estaba un egoísta culto al cuerpo: un vicio tan tangible como peligroso durante los siglos XVIII y XIX. La moda era ladina y falaz, al esconderse como normalidad (“la pompa en que se recrea la vista con el exceso de trajes siempre ha sido engañoso lucimiento en que se disfraza la costumbre (…) porque como se usa no causa novedad”).30 30 Diario de Madrid, nº 135, 1797. Un completo discurso pecaminoso: “fecundo manantial de la molicie, los placeres y la disipación” el invertir tanto tiempo y dedicación en arreglarse delante del espejo.31 31 Atalaya de La Mancha en Madrid, nº 18, 1815. Al ser indicador privilegiado de estatus, se trabajaría más para obtener mayores recursos, pero no para mantener mejor a su familia sino para tratar de emular los modos de vida superiores y una misma apariencia que el vecino, provocando tal enorme confusión de prioridades que se dilapidarían los capitales.32 32 CRESPO SÁNCHEZ, Francisco J. Creadores de opinión pública, diseñadores de comportamientos: sociedad, familia y religión en la prensa ibérica (siglos XVIII-XIX). Tesis doctoral, 2014.

4. Confusión de estados: modas de apariencia como símbolos de movilidad

La polémica social sobre las apariencias (interdependencia creciente y cambio de comportamiento igual a civilización) resultó capital,33 33 GARCÍA, M. Individuo y consumo de apariencia: replanteamientos ilustrados en clave social. In: GARCÍA, M. & CHACÓN, Francisco (dir.). Ciudadanos y familias. Individuo e identidad sociocultural hispana (siglos XVII-XIX). Valladolid: Universidad de Valladolid, 2014, p. 337-356. ratificando el calado hacia abajo de las nuevas modas junto a la crítica desde las elites rectoras a dicho proceso.

“Sale por conclusión ser la profusión una farsa en la que un hombre de la clase más inferior hace papel de grande, y éste se confunde con él”.34 34 ROMERO DEL ÁLAMO, Manuel. Memorial literario. Excesos perniciosos del lujo, 1789. “Epidemia de imitación social”, “carrera del gasto” y mero “consumo simbólico de demostración de estatus” por deseo de distinguirse o igualarse y rompiendo el sistema tradicional heredado, subiendo en el escalafón. Certificando que el resquebrajamiento del modelo tradicional y la confusión estamental eran irresistibles: “una sociedad equívoca”.

“Anhelan vestir el traje de caballero; éste solicita igualarse al título; y el paisano al militar”.35 35 La pensadora gaditana, nº 27, 1764. Trataban de usar estilos, portes y apariencias como cauce de afirmación, aunque también, y frente a la emulación, se inculcara un conformismo social que evitara aumentar tal caos: que “no hace el traje persona / recelad de sus engaños”.

“Extravagancia del adorno femenino”: una censurable vanidad para desmarcarse del grupo de pertenencia y no comodidad estamental y seña de identidad elitista. Frente a la ostentación escandalosa sólo era aconsejable una honrada condición: un lujo burgués personal basado en un dispendio moderado como vehículo de expresión de su nuevo estatus. Un boato dirigido a adquirir objetos cuyo valor socio-simbólico residiese en representar inmediatamente la uniformidad visual de cada colectivo, cuando todavía “el rango se deducía de la forma”. Para evitar transgresiones y la usurpación plebeya de los signos privilegiados se dictaron no pocas leyes suntuarias sobre unas demandas ostentosas que permitieron mantener cierto control, aunque en la práctica la reiteración de tales disposiciones evidenciara el fracaso de la nobleza por detentar el monopolio exhibicionista;36 36 SEMPERE Y GUARINOS, José. Historia del lujo y de las suntuarias de España. 1788. “¡con qué empeño desea una mujer, cuyo caudal llega a mediano, el igualarse y exceder en galas, modas y diversiones a las más ricas!”.37 37 La pensadora gaditana. Sobre el exceso de los gastos, 1763. Diario de Valencia (1790-1835). Males que causa el lujo, 1798. Todo se basaba en “parecer lo que no somos y ser lo que no parecemos, tomando su asiento en gasas, blondas & sombrerillos”, 1792.

Las transgresiones en el vestuario suponían una fisura en el orden estamental. Así, la moda contribuía a agudizar el temor a que se desmoronasen las representaciones simbólicas de Antiguo Régimen, donde el vestido lujoso era utilizado por la elite como manifestación de poder y exclusividad. Una familia feliz se basaría en “vivir conforme al estado o ramo que ocupan en la sociedad”. De ahí que surgiese, aunque frustrado, un proyecto de traje nacional,38 38 ANÓNIMO. Discurso sobre el lujo de las señoras y proyecto de un traje nacional. 1788. con el que cada mujer tendría una divisa y vestuario tipo nivelador para que “se sepa quién es cada una, y se la respete”: ostentando su mayor aseo seguirían distinguiéndose “los diversos órdenes de las jerarquías en concurrencias y paseos (…) ocupando el lugar que les corresponde”. Las discusiones sobre moda se convertían así en reflexión sobre el cambio social que simbolizaba: “con la costumbre de vestir a la antigua vendría el pensar a la antigua, y con el pensar el obrar”.39 39 PÉREZ GALDÓS, Benito. Episodios nacionales, Cádiz. 1872.

Con independencia de su situación estamental, en un hombre ideal integrado en la buena sociedad no cabrían los excesos; no se reconocería ni legitimaría por rango ni nacimiento, sino por su cultura civilizada, creando nuevas dependencias sociales.

A fines de la centuria ilustrada la línea entre las jerarquías tradicionales cada vez era más imprecisa ante el deseo de ascenso social a superiores rangos:40 40 “Confundidos los individuos hijos del lujo, no advierten ya distinción de clases [desterrado el respeto a que cada uno por su nacimiento es acreedor] (…) así en la corte como en las ciudades la profusión ocasiona que se equivoque la gente vulgar con la distinguida, el artista con el título; ¿cuántas veces sucede que una mujer común, por su adorno y la vanidad del traje que usa se conceptúa de principal y gana obsequios, y ésta por su moderación es el desprecio de todos?”; ROMERO DEL ÁLAMO, op. cit. “ricos y pobres, rudos y hábiles, todos son mis vasallos [de la moda]; y hasta los hidalgos del lugar, que son lo más vano y cerril que sufre el universo, cumplen a su modo y con envidia mis órdenes”.41 41 CAÑUELO, Luis. El censor (1781-87), nº 83. GÁLVEZ, Mª Rosa de. La familia a la moda. 1805. “El consumo de los menestrales es más útil a la sociedad; la parte sobrante o producto neto que se consume por una clase industriosa presenta un valor que vuelve a resucitar los frutos que ha gastado y no los hace desaparecer, pues se conservan vivos y en disposición de socorrer a nuevas necesidades”.42 42 POLO Y CATALINA, Juan. Informe sobre las fábricas e industrias de España. 1804. Planteamientos ya clásicos, cuando las Cortes de Valladolid (1537) o Covarrubias criticaban la demasía del atuendo: “en vestidos de personas de rentas tolerable cosa sea, pero no queda escudero, ni mercader que no usen tales ropas”; “ha muchos años la confusión en la república por no distinguirse el oficial mecánico del caballero”; máxime entre las esposas de artesanos “notorio es su exceso en el vestir, cuando un día de fiesta no se diferencian del noble”.

Aquella cuestión de clase también implicaba el cambio de las coordenadas que enfatizaban el temor al afrancesamiento y a la pérdida de valores castizos. Y eso que la elegancia ya no dependía únicamente de la suntuosidad y la riqueza. Todo ello al compás del deseo aristocrático de mantener su liderazgo y la revaloración burguesa de ciertas conductas, reaccionando todos frente al acceso creciente de los grupos populares imitadores a la extensión del interés por las novedades transformadoras.43 43 ISLA, padre José de. Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. 1758-59, II. Madrid, 1978, p. 794; “no me opongo a que se engalane cada una según sus posibles (…) pues para ellas los tres enemigos son: el demonio, el mundo, la carne y el deseo de parecer bien”. Cualquier “joven de calidad puede presentarse en medio del buen mundo”. Especialmente en ámbitos urbanos tendentes a la movilidad, pero ampliando su base social popular.44 44 EIJOECENTE, Luis de. Libro del agrado. 1785. Al menos según los sainetes satíricos con el vestir de las criadas: ridiculizando las ansias de petimetrería de Mariquita Estropajo, convertida en señora de la casa tras su boda.45 45 DE LA CRUZ, Ramón. La presumida burlada. 1768; también: El petimetre. 1764, y La plaza mayor. 1765.

Sólo una minoría: “por cada petimetre que se vea mudar de modas siempre que se lo mande su peluquero habrá cien mil españoles que no han reformado un ápice su traje antiguo”.46 46 CADALSO, José. Cartas marruecas. 1789. Símbolos de un gusto artificioso: jóvenes de familias acomodadas junto a artesanos enriquecidos (currutacos) que tras su estancia en el epicentro madrileño regresaban a sus lugares de origen menos rústicos, pulidos sus gestos y civilizados (“hechos unos petimetres”). El refinamiento aristocratizante o la virilidad plebeya del majo; afectados todos en su artificio, reverso caricaturizado de cada exceso. Un afrancesamiento y un casticismo (en disfraz de torero o comediante), también copiado por las elites, igual de criticados ante la confusión y desorden generados. Estilos y lujos opuestos entre lo cortesano y lo vulgar, lo castizo y extranjero, lo ocurrido en Madrid o en provincias: tradición periférica frente a la modernidad del contagio galo. Peligrosas novedades urbanas. Únicamente minoritarios, cuando se comparan tales testimonios textiles con los recopilados entre los pobres ingresados en el vallisoletano Hospital de la Resurrección; allí no se encuentran lujos ni problemas de apariencias o de demostración de ascensos, sino todo lo contrario: necesidades y carencias perentorias.47 47 Archivo Histórico Provincial de Valladolid. Fondo Hospital de la Resurrección de Valladolid. Libros de Entradas. Hombres (1701-05): caja 103; (1786-90): 109. Mujeres (1701): 102; y (1786): 108.

Aun así, aquella modernidad se relacionaba con la aparición de una sociedad de clase sustituta de la antigua división estamental, identificándose con el avance de la burguesía urbana consumista. El desmoronamiento antiguorregimental y su sustitución se encuentra en la misma base de los vaivenes decimonónicos y las distintas velocidades de difusión de las modas entre cada grupo. La propia identidad burguesa descansaría en ciertas posesiones de referencia imprescindibles para vivir una existencia diferenciada, de tal forma que su consumo se convertía en sello de pertenencia a un determinado nivel social, definiendo un estilo de vida y hasta su misma esencia, parte de una nueva cultura material compartida que unía a la gente bien, en un mundo donde la idea del ser empezaba a reemplazarse por el tener. El atuendo de los notables se popularizaba, encarnándose aquel progreso de las clases medias en la imagen del imperio de la casaca y después de la levita. Su desarrollo (criticado como impostura y mero plagio de la elite) empezaba a simbolizar el ideal de la distinción pública.

Así, el periódico El censor editaría notables discursos tocantes a trajes (el 56 proponía sacar la nueva gaceta El correo de las damas),48 48 “Las modas de la corte llegan con tanto retraso que por lo regular están anticuadas cuando allá todavía empiezan a conocerse (…) de manera que si [las petimetras de provincias] se ponen alguna cosa nueva, ya aquí suele estar entregada a las cocineras; y si tal vez se ven precisadas a venir, de ordinario tienen que estar dos o tres días encerradas en casa sin salir a la calle ni mostrarse para no ser risa y escarnio de cuantos las ven. Las mismas madrileñas usan esta precaución cuando vuelven después de alguna ausencia, tanta era ya la antigüedad del traje que traía”; El censor, nº 1. mezclando la idea del omnipresente poder del imperio de la ley de la moda y el generalizado gasto femenino en adornos y maquinaciones (la ilusión de las novedades),49 49 Ibídem, nº 26 y 73. los perversos estilos juveniles,50 50 Ibídem, nº 95. las críticas populares al petimetre,51 51 Ibídem, nº 121. los excesos socieconómicos del lujo,52 52 Ibídem, nº 125-127 y 166. el desprecio a lo foráneo o comparando los hábitos del Madrid cortesano con el enorme retraso de las costumbres provincianas en cuanto al uso de atavíos modernos.53 53 Ibídem, nº 29.

En conclusión, la demostración de estatus pasaba por sobresalir con buen gusto: frente al tocador la mujer componía su nueva imagen, unificándola y distinguiéndose; marcando - y/o diluyendo - fronteras de apariencia. Por eso, al ser adoptada por los estratos inferiores se vulgarizaba. En todo caso, cada vez más vestimentas apropiadas a la clase social y al sexo o la edad: una estrategia de poder acotada por un estilo y porte como fórmula de autoafirmación individual y colectiva.54 54 “Los días de fiesta vienen a observarse, a medirse y a ver las respectivas distancias que hay entre cada una, para asaltarse… Como cada cual tiene ganas rabiosas de alcanzar una posición superior, principia por aparentarla”; GALDÓS. La desheredada. 1881.

No ser menos y no dar qué murmurar como máximas de civilización, horrorizando a las mujeres de calidad ver a las esposas e hijas de los artesanos vestidas como ellas. Evidenciando todos los desórdenes sociales urbanos de la época:

cuando no se conoce a la gente se la honra según sus ropas y los demás atavíos que llevan sobre su persona; por la riqueza juzgamos su posición económica y por su manera de coordinarlas suponemos su inteligencia; esto invita a todo el que tiene conciencia de su poca valía a procurarse los medios necesarios para usar ropas de una elegancia superior a su categoría, especialmente en las ciudades grandes y populosas.55 55 MANDEVILLE, Bernard. La fábula de las abejas. 1729; “todos aspiramos a ser más de lo que somos, y tan rápidamente como podemos procuramos imitar a aquellos que de alguna manera son superiores”.

En el siglo XIX, Larra ironizaba: “¿cómo se puede vivir haciendo menos papel que el vecino?”.56 56 LARRA, op. cit. “La vanidad ha sorprendido por donde ha sorprendido casi siempre a toda o a la mayor parte de nuestra clase media, y a toda la clase baja”. El castellano viejo. 1835. Era el arte de aparentar valiéndose de todo tipo de vajillas finas, vestidos, mobiliario de lujo o cuberterías de plata. En función de sus posibles, artesanos y campesinos imitaban ciertos lujos simbólicos en lo que mejor podía ser mostrado públicamente y atesorando piezas en sus ajuares: “el gusto por hacer ostentación ante los demás de sus espléndidas vestimentas”.57 57 Al portugués Tomé Pinheiro da Veiga le sorprendía el gusto femenino castellano por el lucimiento: “si la mujer tiene buenos bajos bien puede ir vestida como guste”. Fastiginia… op. cit. En todo caso, ¿había que recluir y curar - y hasta qué nivel social - aquel elegante boato que parecía conferir tanto poder?:58 58 DE LA CRUZ. sainete El hospital de la moda. 1762.

Desengaño: [Sale vestido rigurosamente a la española antigua… figura de cuadro viejo]

Porque médico soy de las costumbres

[curo] males de petimetrería.

Hidalgo: Os conozco por vuestros atavíos

apestado de la moda.

Petimetra: Pues ¿por qué he de ser yo menos

que las demás que lo llevan?”

5. Conclusiones

A pesar del desarrollo de las posibilidades consumistas del siglo XVI, la segunda mitad del XVIII marcó el inicio de una nueva fase de dinamización material urbana (y rural), caracterizada por una mejor difusión de ciertos enseres de demanda minoritaria y, sobre todo, por la introducción en un reducido número de hogares de un importante conjunto de novedades. En clave cultural, sin embargo, se produjeron no pocas anomalías a la hora de correlacionar una supuesta riqueza familiar deducible de un índice de nivel de vida con informaciones cuantitativas relativas a la cantidad de enseres de civilización disponibles.59 59 ELÍAS, Norbert. El proceso de la civilización. México: FCE, 1988. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, D. art. cit., p. 217-226. Las casas populares eran fundamentalmente un lugar de abrigo y no un reducto de intimidad, donde los grupos intermedios empezaron a vivir más de puertas hacia adentro (aunque sin quitar sus miradas de las ventanas) y disfrutando de mayor libertad de movimientos en una enconada pugna entre lo ilícito y lo privado, cuando en la calle se seguía haciendo de todo con absoluta normalidad.60 60 BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz (dir.). La casa. Evolución del espacio doméstico en España. Madrid: E Viso, 2006. MANZANOS ARREAL, Paloma. La casa y la vida material en el hogar en la Vitoria del siglo XVIII. In: IMÍZCOZ BEUNZA, José Mª (dir.). La vida cotidiana en Vitoria en la Edad Moderna y Contemporánea. San Sebastián: Txertoa, 1995, p. 199-236.

Diversas tensiones fueron identificando el espacio doméstico con la privacidad. En ese sentido, los patrones de comportamiento de las noblezas ibéricas presentaban muchos contrastes con las centroeuropeas, no tanto en clave de atraso como de diferenciación, pues no debe tachárselas de periféricas cuando ocuparon una posición centrípeta durante todo el siglo XVI. Aun así, sus mudanzas en la esfera de lo privado y en las áreas de las vivencias públicas y de la intimidad informal tampoco fueron menores, en contraposición a la fortaleza de lo comunitario y de las actitudes populares. La interacción social permitió una mayor visibilidad individual: desde la Corte emergió un modelo de conducta, una civilización (hábitos ejemplares interiorizados), que posteriormente se difundieron gradualmente hacia abajo, si bien con interdependencias, competencias y controles familiares mutuos, revalorizando sus espacios protegidos, gestos cotidianos, vestidos externos y cortesías, hasta adquirir una dimensión de notoriedad universal burguesa dentro de aquella clara lógica de la distinción.61 61 MONTEIRO, Nuno G., op. cit., p. 130, 160 y 198.

Para que fuera notoria su calidad, una vecina portuguesa podía prestar su criada a otra para salir a la calle con dos. La razón, según Thomas Cox en 1701, radicaba en la fuerza de la apariencia, todos pendientes del escrutinio público mientras la percepción de los espacios de recato estaba peor definida, al estar poco valorada la intimidad.62 62 OLIVAL, Fernanda. Os lugares e espaços do privado nos grupos populares e intermédios. In: MONTEIRO, N. G., op. cit., p. 244-275. Realidades muy poco homogéneas, donde los comerciantes y diversos sectores intermedios (letrados, juristas, hombres ligados a la administración central y notables locales) imitaban en función de sus posibles, tratando de copiar y asumir el estilo de vida de hidalgos y nobles. Por debajo de esa amalgama, los ámbitos vitales privados de los grupos populares apenas eran “tópicos visibles en aquel cotidiano comunitario”.

Junto a esa miseria popular (nada se tiraba; todo se reutilizaba hasta perder su utilidad práctica),63 63 BRAUDEL, Fernand. Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XVI-XVIII, vol. I. Madrid: Alianza, 1984. GONZALBO AIZPURU, Pilar (dir.). Historia de la vida cotidiana en México. México: FCE, 2005. en Portugal los recursos definían patrones de consumo y niveles de vida mientras los objetos conferían estatus a la par que transmitían valores simbólicos; y eso que la burguesía todavía contaba con pocos libros, la falta de higiene era universal y sus salas de tocador o los guardarropas urbanos aún estaban poco divulgados.64 64 PEDREIRA, Jorge Miguel V. Os homens de negócio da praça de Lisboa de Pombal ao Vintismo (1755-1822): diferenciação, reprodução e identificação de um grupo social. Lisboa: FCSH, 1995, p. 307-310, ofrece la jerarquía del consumo de ochenta negociantes de Lisboa entre 1759-1827. FRANCO, Carlos. O mobiliário das elites de Lisboa na segunda metade do século XVIII. Lisboa: Livros Horizonte, 2007. PIRES, Antonio Thomaz. Materiaes para a historia da vida urbana portuguesa: a mobilia, o vestuário e a sumptuosidade nos séculos XVI a XVIII. Lisboa: Imprensa Nacional, 1899.

El ordenamiento de los agregados domésticos mostraba enormes carencias. Las viviendas presentaban muy pocos signos de confort y privacidad. Pese a las celosías y algunos vidrios ventaneros, las puertas abiertas y hasta su mismo vacío delimitador reflejan poco recato y alta sensación de promiscuidad, al igual que el uso polivalente y multifuncional de cocinas, cámaras y salas o los escasos metros cuadrados disponibles -moradinhas - entre los escuderos y artesanos que las arrendaban y compartían (cuartos más pequeños que los dedicados al ganado en Minho; en Lisboa o Évora predominio de una o dos estancias; casas terreras en el sur portugués). En su interior, junto a un siempre reducido mobiliario, arcas, baúles y cajones desmontables consagraban el utilitarismo (para ropa o guardar plata o simientes y también utilizados como banco o mesa). Aquellos populares muebles “de contener” se diferenciaban de los modernos enseres de lujo de “asiento y reposo” propios de las familias aristocráticas. Primaba la ausencia de cortinas y corredores, de intimidad y comodidades, la escasez de vanos separadores, la no coincidencia de moradores y catres (aunque abundasen los colchones, jergones y tablas de cama) y todavía muchos artesanos convertían la calle en su cocina.

España no se erigió en una sociedad de clases hasta los tardíos años sesenta del siglo XIX y la burguesía de buen tono fue aquí más reducida y menos influyente pero también anhelaba la modernidad y no permaneció subordinada a los principios y estilos de vida de la vieja aristocracia aunque admirase su suntuosidad y elegancia, fascinada por las prósperas clases medias británica y francesa.65 65 SEIGEL, J. E. Modernity and bourgeois life: society, politics and culture in England, France and Germany since 1750. Cambridge: Cambridge University Press, 2012. Abierta hacia amplios segmentos sociales difundió hacia abajo las normas de urbanidad y refinamiento, traduciendo manuales de conducta occidentales, transfiriendo moldes extranjeros y adaptando sus comportamientos en una amalgama entre antiguos ideales y prácticas y nuevas normas. A pesar de las limitaciones de la demanda española sus clases medias urbanas adoptaron una vigorosa cultura de consumo desde finales del XVIII: en una trayectoria similar a la noreuropea asumieron el modelo de la domesticidad, con una expansión material lenta pero constante dentro de unos hogares más funcionales y confortables.66 66 CRUZ, J. El surgimiento de la cultura burguesa… op. cit., p. 380-385. En Madrid y Barcelona la cultura material (objetos diversos y refinados) cada vez era más variada. En un proceso tardío, homogeneizándose con Europa, la transformación de las ventas al por menor y la difusión de la prensa de modas evidenció el desarrollo del ocio y el progreso de la modernización, convirtiendo en atractivos para todos el sentido de pertenencia y la identidad burguesa.

“Todo reciente, de ayer, para vestirlo hoy y arrojarlo mañana”.67 67 DE LEÓN, fray Luis. La perfecta casada. 1584. “Qué mayor vanidad y liviandad puede haber en el mundo sino que las ropas de la madre no aprovechen a la hija, diciendo que aquellas son viejas; están limpias, desapolilladas y bien tratadas, y piden para casarse otras nuevas: la nueva locura siempre pide nueva ropa”; GUEVARA, Antonio de. Aviso de privados y doctrina de cortesanos. 1539. “No se vive en los tiempos en que los vestidos pasaban de una generación a otra”.68 68 LARRUGA, Eugenio. Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España. 1787-1800. Zaragoza, 1995-97. “Ya no tratan de comprar aquellas ropas sólidas que heredaban los biznietos”.69 69 ROMÁ Y ROSELL, Francesc. Señales de la felicidad de España y medios de hacerlas eficaces. 1768. “Venden por nada los muebles antiguos a los prenderos y destierran lo que tenga el más leve resabio de añejo; las galas regaladas a los criados”.70 70 NIPHO, Francisco Mariano. Caxón de sastre. 1781. “No agrada la moda por mejor, sino por nueva”:71 71 FEIJOÓ, op. cit. Las modas, 1728. monos imitadores.72 72 ISLA, op. cit., II, p. 626 y 794. Frente a criterios tradicionales, la capacidad de renovación y de elección de innovaciones en el atuendo también se incrementaría si al mejorar el poder adquisitivo sus compras estaban motivadas por distinción social y gustos cosmopolitas y modernizadores. Entonces, gentes con rentas similares tendrían hábitos contrastados o con disponibilidades heterogéneas buscarían imitar estilos de vida superiores.73 73 MARTÍNEZ RUIZ, Enrique (coord.). Vínculos y sociabilidades en España e Iberoamérica: siglos XVI-XX. Ciudad Real: Puertollano, 2005. MORALES MOYA, Antonio (coord.). 1802. España entre dos siglos. III, Sociedad y cultura. Madrid : SECC, 2003.

Una burguesía ávida de ascenso, tomando las costumbres privilegiadas como modelo, junto a otros sectores intermedios, elites modernizadoras minoritarias, al ostentar cada vez mayor poder, adoptarían aquellos hábitos promoviendo la difusión de reglas de cortesía y usos indumentarios. Un fenómeno ligado al escaparate del mundo urbano, a sociedades con cierta movilidad y a la relevancia de los grupos emergentes que utilizaron su apariencia personal y un estilo vital más confortable como fórmulas de distinción y símbolos de diferenciación identitarios, y no meramente económicos.

¿El atuendo minimizaba las barreras jerárquicas para las familias en ascenso?74 74 FIGEAC, Michel (dir.). L’ancienne France au quotidien. La vie et les choses de la vie sous l’Ancien Régime. París: Armand Colin, 2014. En aquel proceso de cambio mental, la progresiva generalización de nuevos hábitos exhibiría formas de sociabilidad modernas, situándose las burguesías a la cabeza de tales demandas (“la jerarquía del consumo no era igual que la social”), extendiéndose también entre las clases medias y otros grupos populares. No obstante, el paso de una “hegemonía unitaria de la moda de la elite” hacia “múltiples expresiones en el vestido sin variar los niveles estamentales” no se explica a través de un simple principio de emulación, puesto que el desarrollo de la indumentaria personal y la ropa blanca de casa se basaban en alteraciones mucho más complejas. Un planteamiento avalado por los conflictos y resistencias que dicha democratización generó entre los más acomodados. La teoría del consumo ostentoso entre sectores intermedios (para quienes el avance de los gustos novedosos y sus actividades más individualistas acabarían quebrando las estructuras tradicionales) tampoco es por sí sola suficiente para comprender toda la compleja evolución europea, también producida en la península Ibérica del Setecientos.

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  • 8
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  • 12
    MADUREIRA, N. L. Cidade: espaço e quotidiano (Lisboa 1740-1830). Lisboa: Livros Horizonte, 1992.
  • 13
    SILVA, José Veríssimo Álvares da. Memórias das verdadeiras cauzas porque o luxo tem sido nocivo aos portugueses, 1789.
  • 14
    MADUREIRA, N. L. Cidade… op. cit., p. 291-298. Analiza 328 inventarios post-mortem de las generaciones 1740-50, 1780-86 y 1821-27 para apreciar la evolución de las infraestructuras de la vida cotidiana urbana, valorando todos los bienes de vestuario y mobiliario de la casa. Palabras clave: “nunca” (menos del 5% de los casos), “raro” (5%-25%), “frecuente” (25%-60%), “domina” (60%-90%) y “casi todos” (en más del 90%). Igual que en Valladolid, generando serios problemas de interpretación, las tasaciones lisboetas contienen listas de enseres pero casi nunca la habitación de la casa donde se ubicaban.
  • 15
    VILAÇA, Olanda Barbosa. Cultura material e património móvel no mundo rural do Baixo Minho em finais do Antigo Regime. Tesis doctoral, 2013.
  • 16
    La mayoría de las piezas se tasaron en menos de cinco mil reis. Sólo en un único inventario (el del capitán Manuel Gomes Ferreira y su esposa, Antonia da Costa Vilas Boas, en 1784) la estimación de sus joyas fue de 140.000 reis (un cordón 48.000); otro alcanzó los 225.000 (sus diamantes valían 62.000); y en un tercero superaban los 450.000: el comerciante de Póvoa de Lanhoso, Manuel José Lopes de Carvalho, convivía con piedras preciosas, relojes, cuberterías finas, relicarios y rosarios de plata. Ibídem.
  • 17
    DURÃES, M. Herança e sucessão. Leis, práticas e costumes no termo de Braga (séculos XVIII-XIX). Tesis doctoral, 2000. SANTOS, Carlota (coord.). Família, espaço e património. Porto: Citcem, 2011. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Delfina. Desigualdades sociales y criterios de consumo diferenciados. Cultura material y nivel de vida en la Galicia interior, Celanova (1630-1850). Cuadernos Feijonianos de Historia Moderna, 1, 1999, p. 193-231.
  • 18
    LIMA, Igor Renato Machado de. “Habitus” no sertão. Gênero, economia e cultura indumentária na vila de São Paulo (1554-1650). Tesis doctoral, 2011. Índice: 1. Modernidad en el arte de vestirse (El lenguaje de los ropajes y la moda; Metamorfosis renacentistas). 2. Espíritu de la moda cortesana: la indumentaria cotidiana en São Paulo (Oficios mecánicos: satisfaciendo necesidades y demandas; Distribución de vestidos y tejidos: familias, legados y partijas; Género, jerarquías sociales y costumbres). Véase al respecto a modo de marco general: NOVAIS, Fernando A. (dir.). & SOUZA, Laura de Mello e (org.). História da vida privada no Brasil, vol. 1. São Paulo: Companhia das Letras, 1997.
  • 19
    Archivo General de Indias, SGU, 7031, 9, bloque 2, anexo nº 3. Efectos que el gobernador de Texas, Domingo Cabello, pide para regalar a los capitanes comanches, en consecuencia de las paces firmadas.
  • 20
    VEIGA, Tomé Pinheiro da. Fastiginia o fastos geniales. Valladolid. [1605] 1973, p. 54-57; “Venían vestidas con la mayor riqueza que se puede imaginar (…) y parecen así mucho mejor”, p. 90-95.
  • 21
    Ibídem, p. 299-310.
  • 22
    GARCÍA, Máximo & DÁVILA CORONA, Rosa María. Vestirse y vestir la casa. El consumo de productos textiles en Valladolid (1700-1860). Obradoiro de Historia Moderna, 14, 2005, p. 141-174. DÁVILA, Rosa Mª. Los patrimonios de la burguesía comercial vallisoletana, 1760-1860. In: GARCÍA, Máximo (dir.). Cultura material y vida cotidiana moderna: escenarios. Madrid; Sílex, 2013, p. 91-110. BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, Juan Manuel & GARCÍA, M. (dir.). Apariencias contrastadas: contraste de apariencia. Cultura material y consumos de Antiguo Régimen. León: Universidad de León, 2012. RAMOS PALENCIA, Fernando. Pautas de consumo y mercado en Castilla, 1750-1850. Economía familiar en Palencia al final del Antiguo Régimen. Madrid: Sílex, 2010.
  • 23
    ROSADO, Luis Miguel. Sociedad, cultura material y consumo en la Valencia de finales del Antiguo Régimen: Análisis comparativo entre el medio rural y el urbano (1700–1824). Tesis doctoral, 2014.
  • 24
    PÉREZ-GARCÍA, Manuel. Vicarius consumers. Trans-national meetings between the West and East in the Mediterranean world (1730-1808). Farnham: Ashgate, 2013.
  • 25
    CRUZ VALENCIANO, Jesús. El surgimiento de la cultura burguesa. Personas, hogares y ciudades en la España del siglo XIX. Madrid: Siglo XXI, 2014, p. 10-27 y 41-89.
  • 26
    FEIJOÓ, Benito Jerónimo. Teatro crítico universal. Verdadera y falsa urbanidad, 1736. “Responderán que es preciso ir decente y que el oponerse a tal es rusticidad (…) en estos tiempos no sólo se entiende por decencia aquel adorno que corresponde a cada uno según su estado, edad, condición y sexo, sino a cuantos caprichos y extravagancias se inventan y practican”. CLAVIJO Y FAJARDO, José. El pensador, nº 53, 1763. Véase: CLAVIJO, J. Libro de modas. Ensayo de currutacos, pirracas y madamitas del nuevo año. 1795.
  • 27
    CRUZ, J. El surgimiento de la cultura burguesa… op. cit., p. 150-212.
  • 28
    Véanse: FROST, D. Cultivating Madrid: public space and middle-class culture in the Spanish capital, 1833-1890. Lewisburg: Bucknell University Press, 2008. HAIDT, R. Women, work and clothing in Eighteenth-century Spain. Oxford: Voltaire Foundation, 2011. VALIS, N. M. The culture of cursilería: bad taste, kitsch and class in modern Spain. Durham: Duke University Press, 2002.
  • 29
    En Portugal: Correio das modas; Gazeta das damas; Recreio das damas; o Jornal das senhoras.
  • 30
    Diario de Madrid, nº 135, 1797.
  • 31
    Atalaya de La Mancha en Madrid, nº 18, 1815.
  • 32
    CRESPO SÁNCHEZ, Francisco J. Creadores de opinión pública, diseñadores de comportamientos: sociedad, familia y religión en la prensa ibérica (siglos XVIII-XIX). Tesis doctoral, 2014.
  • 33
    GARCÍA, M. Individuo y consumo de apariencia: replanteamientos ilustrados en clave social. In: GARCÍA, M. & CHACÓN, Francisco (dir.). Ciudadanos y familias. Individuo e identidad sociocultural hispana (siglos XVII-XIX). Valladolid: Universidad de Valladolid, 2014, p. 337-356.
  • 34
    ROMERO DEL ÁLAMO, Manuel. Memorial literario. Excesos perniciosos del lujo, 1789.
  • 35
    La pensadora gaditana, nº 27, 1764.
  • 36
    SEMPERE Y GUARINOS, José. Historia del lujo y de las suntuarias de España. 1788.
  • 37
    La pensadora gaditana. Sobre el exceso de los gastos, 1763. Diario de Valencia (1790-1835). Males que causa el lujo, 1798. Todo se basaba en “parecer lo que no somos y ser lo que no parecemos, tomando su asiento en gasas, blondas & sombrerillos”, 1792.
  • 38
    ANÓNIMO. Discurso sobre el lujo de las señoras y proyecto de un traje nacional. 1788.
  • 39
    PÉREZ GALDÓS, Benito. Episodios nacionales, Cádiz. 1872.
  • 40
    “Confundidos los individuos hijos del lujo, no advierten ya distinción de clases [desterrado el respeto a que cada uno por su nacimiento es acreedor] (…) así en la corte como en las ciudades la profusión ocasiona que se equivoque la gente vulgar con la distinguida, el artista con el título; ¿cuántas veces sucede que una mujer común, por su adorno y la vanidad del traje que usa se conceptúa de principal y gana obsequios, y ésta por su moderación es el desprecio de todos?”; ROMERO DEL ÁLAMO, op. cit.
  • 41
    CAÑUELO, Luis. El censor (1781-87), nº 83. GÁLVEZ, Mª Rosa de. La familia a la moda. 1805.
  • 42
    POLO Y CATALINA, Juan. Informe sobre las fábricas e industrias de España. 1804.
  • 43
    ISLA, padre José de. Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. 1758-59, II. Madrid, 1978, p. 794; “no me opongo a que se engalane cada una según sus posibles (…) pues para ellas los tres enemigos son: el demonio, el mundo, la carne y el deseo de parecer bien”.
  • 44
    EIJOECENTE, Luis de. Libro del agrado. 1785.
  • 45
    DE LA CRUZ, Ramón. La presumida burlada. 1768; también: El petimetre. 1764, y La plaza mayor. 1765.
  • 46
    CADALSO, José. Cartas marruecas. 1789.
  • 47
    Archivo Histórico Provincial de Valladolid. Fondo Hospital de la Resurrección de Valladolid. Libros de Entradas. Hombres (1701-05): caja 103; (1786-90): 109. Mujeres (1701): 102; y (1786): 108.
  • 48
    “Las modas de la corte llegan con tanto retraso que por lo regular están anticuadas cuando allá todavía empiezan a conocerse (…) de manera que si [las petimetras de provincias] se ponen alguna cosa nueva, ya aquí suele estar entregada a las cocineras; y si tal vez se ven precisadas a venir, de ordinario tienen que estar dos o tres días encerradas en casa sin salir a la calle ni mostrarse para no ser risa y escarnio de cuantos las ven. Las mismas madrileñas usan esta precaución cuando vuelven después de alguna ausencia, tanta era ya la antigüedad del traje que traía”; El censor, nº 1.
  • 49
    Ibídem, nº 26 y 73.
  • 50
    Ibídem, nº 95.
  • 51
    Ibídem, nº 121.
  • 52
    Ibídem, nº 125-127 y 166.
  • 53
    Ibídem, nº 29.
  • 54
    “Los días de fiesta vienen a observarse, a medirse y a ver las respectivas distancias que hay entre cada una, para asaltarse… Como cada cual tiene ganas rabiosas de alcanzar una posición superior, principia por aparentarla”; GALDÓS. La desheredada. 1881.
  • 55
    MANDEVILLE, Bernard. La fábula de las abejas. 1729; “todos aspiramos a ser más de lo que somos, y tan rápidamente como podemos procuramos imitar a aquellos que de alguna manera son superiores”.
  • 56
    LARRA, op. cit. “La vanidad ha sorprendido por donde ha sorprendido casi siempre a toda o a la mayor parte de nuestra clase media, y a toda la clase baja”. El castellano viejo. 1835.
  • 57
    Al portugués Tomé Pinheiro da Veiga le sorprendía el gusto femenino castellano por el lucimiento: “si la mujer tiene buenos bajos bien puede ir vestida como guste”. Fastiginia… op. cit.
  • 58
    DE LA CRUZ. sainete El hospital de la moda. 1762.
  • 59
    ELÍAS, Norbert. El proceso de la civilización. México: FCE, 1988. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, D. art. cit., p. 217-226.
  • 60
    BLASCO ESQUIVIAS, Beatriz (dir.). La casa. Evolución del espacio doméstico en España. Madrid: E Viso, 2006. MANZANOS ARREAL, Paloma. La casa y la vida material en el hogar en la Vitoria del siglo XVIII. In: IMÍZCOZ BEUNZA, José Mª (dir.). La vida cotidiana en Vitoria en la Edad Moderna y Contemporánea. San Sebastián: Txertoa, 1995, p. 199-236.
  • 61
    MONTEIRO, Nuno G., op. cit., p. 130, 160 y 198.
  • 62
    OLIVAL, Fernanda. Os lugares e espaços do privado nos grupos populares e intermédios. In: MONTEIRO, N. G., op. cit., p. 244-275.
  • 63
    BRAUDEL, Fernand. Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XVI-XVIII, vol. I. Madrid: Alianza, 1984. GONZALBO AIZPURU, Pilar (dir.). Historia de la vida cotidiana en México. México: FCE, 2005.
  • 64
    PEDREIRA, Jorge Miguel V. Os homens de negócio da praça de Lisboa de Pombal ao Vintismo (1755-1822): diferenciação, reprodução e identificação de um grupo social. Lisboa: FCSH, 1995, p. 307-310, ofrece la jerarquía del consumo de ochenta negociantes de Lisboa entre 1759-1827. FRANCO, Carlos. O mobiliário das elites de Lisboa na segunda metade do século XVIII. Lisboa: Livros Horizonte, 2007. PIRES, Antonio Thomaz. Materiaes para a historia da vida urbana portuguesa: a mobilia, o vestuário e a sumptuosidade nos séculos XVI a XVIII. Lisboa: Imprensa Nacional, 1899.
  • 65
    SEIGEL, J. E. Modernity and bourgeois life: society, politics and culture in England, France and Germany since 1750. Cambridge: Cambridge University Press, 2012.
  • 66
    CRUZ, J. El surgimiento de la cultura burguesa… op. cit., p. 380-385.
  • 67
    DE LEÓN, fray Luis. La perfecta casada. 1584. “Qué mayor vanidad y liviandad puede haber en el mundo sino que las ropas de la madre no aprovechen a la hija, diciendo que aquellas son viejas; están limpias, desapolilladas y bien tratadas, y piden para casarse otras nuevas: la nueva locura siempre pide nueva ropa”; GUEVARA, Antonio de. Aviso de privados y doctrina de cortesanos. 1539.
  • 68
    LARRUGA, Eugenio. Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España. 1787-1800. Zaragoza, 1995-97.
  • 69
    ROMÁ Y ROSELL, Francesc. Señales de la felicidad de España y medios de hacerlas eficaces. 1768.
  • 70
    NIPHO, Francisco Mariano. Caxón de sastre. 1781.
  • 71
    FEIJOÓ, op. cit. Las modas, 1728.
  • 72
    ISLA, op. cit., II, p. 626 y 794.
  • 73
    MARTÍNEZ RUIZ, Enrique (coord.). Vínculos y sociabilidades en España e Iberoamérica: siglos XVI-XX. Ciudad Real: Puertollano, 2005. MORALES MOYA, Antonio (coord.). 1802. España entre dos siglos. III, Sociedad y cultura. Madrid : SECC, 2003.
  • 74
    FIGEAC, Michel (dir.). L’ancienne France au quotidien. La vie et les choses de la vie sous l’Ancien Régime. París: Armand Colin, 2014.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jul-Dec 2016

Histórico

  • Recibido
    22 Dic 2015
  • Acepto
    19 Oct 2016
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