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La actualidad de la Teoría Marxista de la Dependencia* * Transcrição de Pedro Martinez.

The relevance of the Marxist Theory of Dependency

En este número de la Revista Serviço Social & Sociedade, dedicado a la Teoría Marxista de la Dependencia (TMD), tenemos el agrado de entrevistar al Profesor Doctor Adrián Sotelo Valencia. Valencia se encuentra entre los pensadores más destacados de la Teoría Marxista de la Dependencia. Nacido en México, Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma institución. En esta conversación, el profesor, autor de varios libros, recuerda el surgimiento de la TMD, su relevancia y los desafíos para trascender el capitalismo. ¡Buena lectura!

Joana das Flores Duarte: La Teoría Marxista de la Dependencia fue fundada en Brasil en los años 1960. Alcanzó otro nivel de desarrollo en el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular (UP), y llegó a México en un nuevo exilio. ¿Cómo fue el proceso de la Teoría Marxista de la Dependencia en México? ¿Cómo te articulaste con ella?

Adrián Sotelo Valencia: Bueno, yo creo que esa génesis es correcta. La TMD surge en Brasil, se desarrolla en Chile y se consolida en México. Sobre todo, particularmente, creo yo, con la llegada de Marini del exilio de Brasil después de la dictadura militar que se instauró en el año 1964, en la cual Marini fue objeto de prisión, de represión por parte de los militares y logró una amnistía que le permitió salir de su país en esa época y llegar a México. Aquí considero que tuvo un papel muy personal, protagónico. Lo conocí siendo estudiante de la materia de historia mundial, económica y social en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando por primera vez Marini impartió la clase. Éramos muchísimos alumnos y un salón de clase muy grande. Sin exagerar, éramos casi doscientos alumnos. Marini llamaba la atención; primero, por su llegada como un extranjero en aquella época y segundo, por su sabiduría y su expresión de las enseñanzas de alguien que manejaba en esa época una visión holística del capitalismo mundial y, dentro de esa perspectiva total, ubicaba a Nuestra América y a los países de esta región (VALENCIA, 2022VALENCIA, A. S. A Superexploração do trabalho na Era da Turbulência Global: perspectivas do Capital no século XXI. São Paulo: Praxis, 2022.).

Entonces, ese fue mi primer contacto como alumno y junto con otros compañeros que después nos volveríamos asistentes para atender a esa cantidad de alumnos y ahí empezamos a tener, primero, una relación alumno-maestro y, después, una relación ya más académica que evolucionó a una relación más teórica. Al final trascendimos la relación académica para establecer una relación militante que llegó a consolidarse con la iniciativa de Marini de formar el Centro de Investigación, Documentación y Análisis del Movimiento Obrero Latinoamericano (CIDAMO) fuera de la universidad. Allí concurrieron muchísimos compañeros mexicanos y del exilio latinoamericano de aquella época, particularmente de Brasil, de Argentina, de Uruguay, de Guatemala e de El Salvador. La mayoría militantes revolucionarios que venían huyendo de las dictaduras de sus países.

Por ejemplo, después conocí a otro pilar formador de la Teoría Marxista de la Dependencia, el profesor Theotônio dos Santos. Luego, a la marxista brasileña Vânia Bambirra, al chileno Orlando Caputo, que venía desde Chile también del exilio, y una serie de compañeros que formaban equipos de investigación y análisis dentro del CIDAMO, que empezó a trabajar por áreas, como la de Sudamérica, el área de América Central, el área Andina y el área de México. Dentro de estos espacios se desarrollaba la actividad de investigación desde una perspectiva creativa, no dogmática, basada en el método de la Teoría Marxista de la Dependencia que está expuesto de manera embrionaria en Dialéctica de la dependencia.

Claudia Mazzei: ¿Cuál es la importancia de tu conexión con diversos intelectuales brasileños y brasileñas para tus análisis de la realidad latinoamericana sobre el trabajo y la clase trabajadora en las transformaciones sociales?

Adrián Sotelo Valencia: Bueno, es fundamental, porque yo personalmente creo que debo mi formación primero marxista-leninista global y luego dentro de la dependencia marxista, por un lado, a la enseñanza y a las aulas que impartió Marini en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Pero, mucho más profunda fue mi imbricación, mi internación en el CIDAMO, porque ese centro se formó fuera de la UNAM, fuera de la universidad, y allí se homogeneizó más el grupo dependentista.

Por ejemplo, había un equipo de compañeros y compañeras argentinos y argentinas. Alberto Spagnolo era uno de ellos, pero había también, por ejemplo, el equipo que estudiaba Centroamérica. Entonces, abordaban problemas específicos de El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá, Costa Rica, etc. Lo mismo hacía el grupo andino con Perú, Ecuador, Bolivia. Eso permitió homogeneizar un poco el grupo, no tanto dentro de la clase, porque allí había de todo: estudiantes y maestros, sino especialmente en el CIDAMO.

Así como se homogeneizó el grupo en torno al pensamiento marxista de la dependencia, la corriente de la dependencia marxista en América Latina se diferenciaba de manera abismal de la corriente burguesa y conservadora de Fernando Henrique Cardoso y la escuela de São Paulo. Acá la propaganda era que el padre de la Teoría de la Dependencia era Cardoso. Incluso el otro día, la semana pasada estuve en el congreso internacional de sociología y en la mesa estaban varias personas: Ricardo Antunes, Carlos Eduardo Martins, un amigo mío, Ricardo Dello Buono, etc. Antunes hizo una buena intervención, donde él decía que “en aquella época, en los años 70, yo no conocía a Marini. Marini estaba fuera de Brasil. El padre de la dependencia era Cardoso”. Para Ricardo Antunes y otros, incluso Giovanni Alves, esa es una corriente burguesa. Por eso ellos no estudiaron nada, absolutamente nada de la dependencia. Más bien, se orientaron en la línea de Lukács, de Mészáros y en toda esa corriente de pensamiento.

Esto es importante porque aquí en México ocurría lo mismo. O sea, la dependencia en la época que llegó Marini también estaba en pañales, nadie tenía una visión de qué se trataba. Yo tenía un grupo de amigos de la preparatoria y por primera vez leímos Dialéctica de la dependencia, pero en el salón de clase de la licenciatura de sociología. Todavía conservo mi libro de aquella época. Leíamos y no entendíamos nada porque no había una visión, un soporte teórico antecedente sobre la temática de la dependencia. Siempre insistí que para comprender Dialéctica de la dependencia, como otras obras de Marini, hay que conocer y estudiar El capital de Marx, porque es muy complejo y Marini se ubica en un nivel más abstracto de lo que resulta ser una investigación teórica o empírica. Si tú no conoces el piso, por ejemplo, la teoría de la plusvalía, la cuestión de la tasa de ganancia, la plusvalía relativa, la ganancia extraordinaria, las transferencias de valor, no se entiende Dialéctica de la dependencia. En el fondo, en esta insuficiencia o incomprensión radica el origen de muchas de las críticas infundadas y algunas hasta absurdas que se han hecho a las tesis marinistas. Por ejemplo, en muchas de las críticas injustas que hicieron a Marini y a la Teoría de la Dependencia, intelectuales de peso completo, como es el caso de Cardoso, confundieron el valor con el precio de producción en sus ensayos o la plusvalía absoluta con la relativa y la superexplotación de la fuerza de trabajo. Ese señorón que es casi un Dios, ¿no? un deus ex machina, confundía como un estudiante de primaria el valor con el precio.

Por otra parte, coincidí con Ricardo Antunes, más tarde con Giovanni Alves y antes con Carlos Eduardo Martins porque el eje, el núcleo duro de Dialéctica de la dependencia es el trabajo, el mundo del trabajo. Cuando Marini escribe Dialéctica de la dependencia, ese pequeño libro que se publicó en México en castellano en 1973, plantea que el eje del ciclo del capital de las economías dependientes es justamente la superexplotación de la fuerza de trabajo. Por ende, el sujeto activo, el motor del análisis es la explotación y la superexplotación del trabajo. Coetáneamente, hay una corriente burguesa, eurocéntrica, que, a mi modo de ver, nace con Jürgen Habermas cuando, en 1966, si no mal recuerdo, escribe un denso ensayo que intitula: Ciencia y técnica como ideología,” donde el autor alemán deshecha por “inservible”, a su criterio, la teoría del valor-trabajo de Marx. Una serie de autores como, por ejemplo, Claus Offe, o más contemporáneos como Stiglitz, premio Nobel de Economía, Dominique Méda, entre otros, después van a seguir esta corriente.

En mis escritos, reparo que Marini conocía a esa corriente de pensamiento que denomino del “fin del trabajo”, aunque no dialoga con ella ni la cita en sus obras. A pesar de en clases Marini mencionar a muchos de sus autores como Weber, no hay una organicidad en la epistemología de la Dialéctica de la dependencia en la discusión con Habermas y otros autores del fin del trabajo. Incluso con marxistas que negaron al proletariado y al trabajo, como André Gorz en su Adiós al proletariado, publicado en 1980. Esa corriente es coetánea a Marini, pero no se articula con su teoría. Es muy curioso que, mientras estos autores son casi unos semidioses predicando el “fin del trabajo”, el fin del proletariado, el fin de la lucha de clases y el fin del marxismo, Marini estaba cimentando una corriente nueva, marxista, distinta de los partidos comunistas, de las corrientes burguesas de la CEPAL, del dualismo estructural, de las teorías de la modernización y del cambio social, aflorando una nueva concepción basada en un constructo de un esbozo teórico hacia una teoría de la dependencia.

Junto con esta corriente del fin del trabajo, hay otra corriente que encabezan, de manera muy importante, Fernando Henrique Cardoso, el chileno Enzo Faletto, Paul Singer, el venezolano de origen alemán Heinz Sonntag, Francisco Weffort, Helio Jaguaribe, también brasileño, entre otros. Esa corriente va a negar, teóricamente, la necesidad de construir una teoría (con mayúscula) de la dependencia. Todos ellos se van a hermanar como en una iglesia, en una sola religión, para pontificar que no es posible construir una teoría de la dependencia, enfilando su crítica principalmente contra Marini. Claro, Marini no se defiende, porque está fuera de Brasil, luchando contra las autoridades y contra la represión. Todo su arsenal se quedó en Brasil. Después, cuando se va a Chile, viene el golpe de Estado militar en ese país y él tiene que salir solo, sin libros, sin dinero, sin nada, para llegar a México.

Esta corriente, que llamo del “enfoque” de la dependencia, ya se extinguió, desapareció desde el momento en que su principal teórico del enfoque de la dependencia (Cardoso), que utilizó el método del análisis integrado de “situaciones concretas de dependencia”, se convirtió en presidente de Brasil, por lo que se produce una crisis de esa corriente burguesa y socialdemócrata del enfoque de la dependencia. ¿Qué es lo que queda en pie? En su lugar, la Teoría Marxista de la Dependencia reemerge como una importante y vigente corriente de pensamiento para el siglo XXI (VALENCIA, 2023cVALENCIA, A. S; ALVES, G. (Org). Trabalho, crise capitalista e geopolítica global. São Paulo: Projeto Editorial Praxis-RET, 2023c.).

En base a este recorrido, considero que la contradicción dentro del capitalismo o, como le llama István Mészáros, dentro del metabolismo social del capital, la contradicción fundamental es entre trabajo y capital, tanto en los años 70 como en la actualidad. Por esta vía es que me identifiqué con Ricardo Antunes y con otros compañeros hermanados en esa perspectiva metodológica y teórica de análisis, que tiene como eje central el mundo del trabajo y el proletariado como el sujeto principal de la historia en su contradicción estratégica con el capital.

Maria Liduina de Oliveira e Silva: En su opinión, como un importante intelectual marxista latinoamericano, ¿cuáles son las experiencias más relevantes que destacarías de las luchas revolucionarias en América Latina?

Adrián Sotelo Valencia: Bueno, las históricas, obviamente la revolución cubana, y la revolución nicaragüense que sucede veinte años después de la cubana. Dos décadas después se consolida la revolución nicaragüense. Por supuesto, anteriormente la revolución soviética, en Rusia; en 1949, la revolución china. En el siglo XIX, por supuesto, la comuna de París. Yo creo que hay una continuidad-discontinuidad de las revoluciones proletarias, digamos, porque sus irrupciones y ritmos son distintos a las revoluciones burguesas en el devenir histórico-social. Sin embargo, creo que hay en América Latina un ciclo de la revolución proletaria socialista, que se abre con la revolución cubana y que se mantiene todavía hasta la fecha de alguna manera vigente. Ese ciclo tiene un ascenso hasta la caída electoral del sandinismo en Nicaragua en el año 1989. Pero viene un proceso también muy fuerte, que es el de las dictaduras, que, a mi modo de ver, no nace en Brasil, sino con el golpe de Estado militar contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y, después, con la dictadura de Betancourt en Venezuela. Pero la dictadura por excelencia que Marini califica de corte prusiano, en América Latina, es la brasileña, que se instala en 1964, cuyo ciclo va a durar prácticamente hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado (1985), con las llamadas transiciones “a la democracia”.

Ahí tenemos un intervalo muy fatalista, porque el punto de la retomada del proceso revolucionario, también denominado progresista, aunque no necesariamente socialista, desde mi perspectiva, es a finales de la década de los noventa y principios de dos mil, con el triunfo electoral de Hugo Rafael Chávez Frías en Venezuela el 6 de diciembre de 1998. A partir de aquí surgió un proceso que podemos denominar “rupturista postneoliberal” - que en realidad es la primera era progresista en América Latina después de la imposición del neoliberalismo ortodoxo y salvaje a partir de la década de los ochenta del siglo pasado -, que continuó con el gobierno de Néstor Kirchner (25 de mayo de 2003 al 10 de diciembre de 2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (10 de diciembre de 2007 al 9 de diciembre de 2015); del PT brasileño (1 de enero de 2003 al 31 de agosto de 2016); de Tabaré Vázquez (1 de marzo de 2005 al 1 de marzo de 2010; y a partir del 1 de marzo de 2015), y José Mujica (1 de marzo de 2010 al 1 de marzo de 2015) en Uruguay; de Evo Morales y el MAS en Bolivia (a partir del 22 de enero de 2006…); de Manuel Zelaya (27 de enero de 2006 al 28 de junio de 2009 ); de Rafael Correa (15 de enero de 2007 al 24 de mayo de 2017) en Ecuador y de posteriores experiencias como la de El Salvador bajo el gobierno de Mauricio Funes (1 de junio de 2009 al 1 de junio de 2014) y de Salvador Sánchez Cerén (1 de junio de 2014 al 1 de junio de 2019), ambos del FMLN, entre otros.

Allí comienza un ciclo que es el primero de las revoluciones, pero de corte distinto, porque tanto la cubana (1959) como la nicaragüense (1979), veinte años después, fueron revoluciones armadas de orientación socialista. Antes también se efectuaron ensayos de guerrillas, en Centroamérica, incluso en Brasil. En México, conducido por Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas como cabezas muy importantes, ambos maestros rurales, se llevó a cabo un movimiento guerrillero, que también cubrió otras organizaciones revolucionarias, como el ejército de los pobres en la Sierra de Guerrero, pero fueron sofocadas, a sangre y fuego, por los gobiernos fascistas de la dictadura priista que bombardearon con napalm a los combatientes, al igual como ocurrió en la guerra de Vietnam, contra la gente, los militantes y los pobladores.

Este proceso va a tener un punto de inflexión a partir de 2009, cuando se inaugura, en contrapunto del ascenso del ciclo progresista, el “ciclo de golpes suaves” perpetrados por las derechas y ultraderechas con el apoyo incondicional del gobierno de Washington. Comenzó con la destitución del presidente hondureño, Manuel Zelaya, en 2009 y del presidente paraguayo, Fernando Lugo, tres años después. La asonada continuó el 6 de diciembre de 2015, cuando la ultraderecha venezolana ganó la Asamblea Nacional donde se atrincheró para intentar, infructuosamente y bajo la conducción del gobierno norteamericano, derrocar al gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro. Luego siguió el triunfo electoral, en segunda vuelta y por un estrecho margen de no más de 3 puntos, del empresario Mauricio Macri (el 22 de noviembre de 2015) en Argentina y la destitución de la presidenta constitucional brasileña, Dilma Rousseff, mediante “impeachment” (impedimento), el 31 de agosto de 2016, con el arribo del presidente de facto, Michel Temer, que cimentó la llegada electoral posterior, en segunda vuelta, del filofascista Jair Bolsonaro, el 28 de octubre de 2018.

2015 es un año clave en este proceso porque fue la oportunidad de la ultraderecha fascista venezolana para ganar las elecciones y apoderarse de la Asamblea Nacional. Desde ahí empiezan a fraguar el golpe de Estado que va a culminar, en la primera etapa, con el autonombrado señor apátrida, Juan Guaidó, que se autoproclama “presidente interino” de Venezuela nombrado por el presidente estadounidense Donald Trump, por la Casa Blanca. Así la banda de facinerosos que se hace del poder de la Asamblea la utilizará, por ejemplo, para robar y despojar al pueblo venezolano de la empresa CITGO, que comprende un grupo de refinadoras de petróleo y comercializadora de gasolina, lubricantes y petroquímicos venezolana ubicada en Estados Unidos. Después roban la empresa petroquímica de propiedad de Venezuela, Monómeros, situada en Colombia. El gobierno imperialista del Reino Unido secuestra y Guaidó retiene hasta ahora 31 toneladas de oro venezolano que pretenden entregar a la derecha para sufragar sus actividades contrarrevolucionarias en Venezuela.

A partir de 2005, sucede una serie de retrocesos y avances. Por ejemplo, en el caso de Argentina, pierde el peronismo y gana el empresario Macri. Después pierde Macri y gana el actual presidente Fernández, pero, a mi modo de ver, no pueden ser catalogadas como revoluciones ni socialistas, ni proletarias. Son procesos nacionalistas, hasta cierto punto socialdemócratas, que no se atreven a radicalizar para instaurar economías y sociedades socialistas. Hay un peligro permanente, a mi modo de ver, de América Latina y de esos países que se mueven en la arena exclusivamente electoral, de que tarde o temprano pierdan la presidencia y se instaure nuevamente el fascismo y las ultraderechas, como fueron los casos del Chile de la Unidad Popular en 1973, de Honduras en 2009, de la Argentina con el triunfo de Macri o del Brasil de Bolsonaro. Todo esto está presente y en tensión, incluso con los “golpes parlamentarios” como en Paraguay contra el presidente Lugo o el reciente golpe ocurrido en Perú que destituyó y encarceló al presidente constitucional Pedro Castillo e, incluso, bajo el gobierno golpista de Dina Boluarte, el parlamento recientemente autorizó el ingreso de tropas norteamericanas a su territorio para cubrir, supuestamente, “operaciones de seguridad”.

Pero no siempre los “progresismos” son, por decirlo irónicamente: “progresistas”, y allí está el caso del presidente actual de Chile, Gabriel Boric, que está siguiendo toda la línea pinochetista de su antecesor contra el pueblo Mapuche y utilizando a carabineros para reprimir al pueblo, a los estudiantes rebeldes. O está el caso de México, donde el gobierno autodenominado de la “Cuarta Transformación” está militarizando el país como nunca en su historia, en el que, desde la revolución mexicana de 1910-1917, los militares no habían tenido tanto protagonismo en los asuntos del gobierno.

Creo que no hay mucha claridad, tanto entre los sectores intelectuales como gubernamentales, de la diferencia entre lo que es el gobierno y el Estado. Lenin definió el Estado, junto con Marx, como un instrumento de la clase dominante, burguesa. Decía Lenin, “la columna vertebral del Estado capitalista son las fuerzas armadas”. Por ejemplo, el presidente mexicano cree que el ejército es “popular”, cuando en realidad históricamente es un ejército represor, como ocurrió en la Noche de Tlatelolco con la matanza de estudiantes en 1968. Ha ensangrentado nuestra nación con la represión que ha ejercido, no los militares particulares, sino el ejército como institución. Y aun así el gobierno mexicano actual está impulsando a la casta militar con la creación de una Guardia Nacional que deja mucho que desear en cuestiones de seguridad.

En México, no ha habido una reforma que emane, como en Venezuela o Bolivia, de un proceso o Asamblea Constituyente. Sigue vigente la Constitución Política de 1917 con múltiples reformas efectuadas. El presidente y su grupo Morena se negaron rotundamente en campaña, en 2017 y 2018, a implementar una demanda que venía de sectores de izquierda y de agrupaciones como los zapatistas mexicanos para realizar una Asamblea Constituyente del pueblo mexicano que hubiera posibilitado verdaderamente la Cuarta Transformación, que al final quedó en un simple eslogan.

¿Qué fue lo que hizo Chávez? Justamente convocó un proceso constitucional que originó la Quinta República Bolivariana, que ha sido muy consistente hace más de veinte años. De ahí la fortaleza de Venezuela. Las simples reformas dejan intacta la Constitución que es la columna del Estado capitalista dependiente. Lula, por ejemplo, pertenece a un partido, implementa reformas, ahora está muy activo en el mundo multipolar, acaba de ser nombrado pro tempore en el Mercosur. Hay cosas interesantes, pero de raíz no veo cambios sustanciales. Por el lado de los gobiernos y los procesos electorales, no veo la emergencia de movimientos revolucionarios y, sobre todo, radicales en el sentido de ir a la raíz de los problemas y los conflictos sociales estructurales como la pobreza, la explotación, el desempleo, la precariedad laboral, la violencia e inseguridad, etcétera. Como dice Marx en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, la raíz está en el mismo ser humano, en el hombre y la mujer. Hay que ir a esa raíz para, como dice Mészáros, romper las tres columnas del capitalismo: el Estado, el trabajo asalariado y la propiedad privada, cruzados por el mercado mundial. Entonces, creo que todo esto califica la situación como de tensión político-social. Llegaron los procesos de negociación “de paz” en Colombia con las ex-FARC-EP y, en estos momentos, el gobierno de Gustavo Petro está en negociaciones con la otra guerrilla del ELN. Lo mismo ocurrió antes en El Salvador y en Guatemala, pero los problemas siguen sin solución, y la economía dependiente sigue existiendo. El metabolismo social del capital continúa siendo una realidad donde participan las burguesías, las oligarquías y se enriquecen los grandes capitalistas.

Esta ambigüedad en no diferenciar entre el Estado y el gobierno lleva a reducir la política a la figura presidencial. Por ejemplo, en las negociaciones recientes que está haciendo el Mercosur con representantes del occidente colectivo de la Unión Europea pareciera que lo importante es el activismo de Lula. No entiendo por qué este está tan empeñado en negociar con los gobiernos colonialistas que hoy están alineados en la OTAN al servicio del militarismo de Estados Unidos contra Rusia en Ucrania. No entiendo. Se lo dijo un derechista, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, cuyo país atraviesa una gravísima crisis hídrica. Le dijo “tenemos veinte años negociando, y estos señores europeos nos vienen a tratar como si fuéramos indios” o negros en un sentido peyorativo. No entiendo cómo se sientan con estos señores europeos, que solo vienen a apropiarse de nuestros recursos naturales y a presionar a los gobiernos latinoamericanos para apoyar su causa imperialista contra Rusia, a favor del imperialismo de la OTAN, encabezada por Estados Unidos. En fin, es otro tema, pero quiero decir que llegamos al siglo XXI y yo creo que estas son algunas de las limitaciones que presentan los llamados gobiernos progresistas de la región.

Tengo el convencimiento de que los gobiernos progresistas, tanto los menos radicales como los más radicales, no toman el poder del Estado, sino el poder del gobierno que gestiona al Estado capitalista dependiente. Por más voluntad que tengan los funcionarios que lo conforman de resolver los grandes problemas nacionales y sociales, su margen de maniobra es muy limitada. No es una cuestión de voluntad o de individualismo. Por más que esos gobiernos se empeñen en realizar cambios radicales, no los pueden implementar porque no atacan de raíz las estructuras del Estado en el estrecho margen que posibilitan las estructuras del capitalismo dependiente, que permanece intacto.

Joana das Flores Duarte: ¿Cuál es la pertinencia de las categorías “superexplotación del trabajo” y “subimperialismo”, centrales en la obra de Ruy Mauro Marini, para pensar el mundo contemporáneo?

Adrián Sotelo Valencia: Bueno, sobre el tema superexplotación de la fuerza de trabajo. Aquí hay una gran polémica entre los marxistas y dentro de la escuela de la dependencia. Hay dos corrientes: quienes definen la superexplotación del trabajo como una violación de la ley del valor y la que afirma que ese fenómeno ocurre, pero como consecuencia, y no como causa, de un proceso de expropiación de parte del valor de la fuerza de trabajo y del fondo de consumo de los trabajadores.

¿Qué diferencia existe, y qué implicaciones tiene, definir la superexplotación como “violación de la ley del valor”, en lugar de entenderla como “expropiación” que, como consecuencia, conduce a ese resultado?

La primera cuestión, definir la superexplotación como violación de la ley del valor, conduce a debilitar la tesis al creer que, con solo aumentar los salarios de los trabajadores a un nivel que corresponda al valor de la fuerza de trabajo, ya no habría superexplotación. Recordemos cómo define Marx lo que es el valor: la determinación del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías y, en particular, de la mercancía fuerza de trabajo.

En Dialéctica de la dependencia Marini define la superexplotación por la convergencia de tres mecanismos: primero, la prolongación de la jornada de trabajo, que constituye la plusvalía absoluta y que no requiere, per se, desarrollo científico-tecnológico, y que implica que la trabajadora y el trabajador extiendan su actividad laboral más allá del término formal del contrato de trabajo. Si tú estás contratada, por ejemplo, por ocho horas y el patrón te obliga a trabajar dos más, la jornada de ocho se convierte en diez, y eso implica una prolongación de la jornada de trabajo en el espacio-tiempo sociolaboral (VALENCIA, 2023aVALENCIA, A. S. La humanidad disminuida: capitalismo y plataformas digitales. México: Gedisa, 2023a.).

El segundo mecanismo de la superexplotación concierne al incremento de la intensidad de la fuerza de trabajo. ¿Qué es la intensidad del trabajo? Es el proceso a través del cual la trabajadora o el trabajador, en el mismo espacio y en el mismo tiempo del proceso de trabajo, despliega un desgaste mayor, físico, psíquico y emocional, de su humanidad, de sus energías cerebro-intelectuales y físico-musculares. Esa es la intensidad del trabajo, o la intensificación de la fuerza de trabajo. Marx y Marini establecen una diferencia cuando se preguntan: ¿cuándo la intensidad es un mecanismo de plusvalía relativa? y, ¿cuándo se convierte en un procedimiento que aumenta la ganancia extraordinaria del capital?

Si aumenta la intensidad de trabajo en una sola rama de la producción, incluso en una empresa, por ejemplo, en una empresa textil de prendas de vestir de mujeres obreras, o de empacadores de atún, de productos del mar, etcétera. Si aumenta la intensidad del trabajo el valor no se modifica porque no es individual, sino es social. Pero, si se generaliza a todo el sistema, al influjo de la competencia intercapitalista, entonces el efecto multiplicador resulta en la reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo. Entonces, tenemos dos definiciones teóricas de lo que es la intensidad: cuando produce plusvalía relativa por el procedimiento identificado anteriormente, y cuando no lo hace, pero intensifica la explotación de la fuerza de trabajo que, aunque no produce más valor ni plusvalía, sin embargo aumenta el volumen de creación de valores de uso, de la riqueza social (VALENCIA, 2023dVALENCIA, A. S. A nova morfologia do capitalismo global: a era da superexploração do trabalho. São Paulo: Projeto Editorial Praxis-RET, 2023d.).

Marini identifica un tercer procedimiento, que consiste en la expropiación (de parte) del fondo de consumo de los trabajadores y de las trabajadoras, que se convierte en parte de la acumulación del capital. Fíjate que los tres mecanismos, prolongación, intensidad y expropiación articulados, configuran un modo o régimen específico de explotación de la fuerza de trabajo que tiene como consecuencia que, en la vida diaria, el obrero, la obrera, son remunerados por debajo de su valor. ¿En función de qué? De la ley del valor. Justamente porque esta opera en las economías dependientes, es que la superexplotación ocurre en función de la ley del valor.

Esa es mi posición. No es la de otros especialistas, por ejemplo, Claudio Katz, que de plano descarta la superexplotación como base de la Teoría Marxista de la Dependencia (TMD) y en su lugar coloca la estructura jerárquica salarial y las transferencias de valor como las bases de la dependencia. Entonces, yo hablo de un régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo que, como resultado, no como causa, viola la ley del valor. Según Marini, para que esto ocurra en la sociedad capitalista dependiente, se requiere que opere un salario medio, que resulta de la mediana de todas las medias de la sociedad, por ejemplo, brasileña, mexicana, argentina, guatemalteca, y que esté por debajo de un “modelo ideal” representativo del valor medio de la fuerza de trabajo. Ese modelo ideal, que se construye a través de la investigación sociológica, se puede conceptualizar en dinero, salario y tiempo.

Recuerdo que, en su réplica a Cardoso y José Serra, Marini responde a la crítica que estos le hacen respecto a este tema de la posibilidad de determinación del valor de la fuerza de trabajo. Marini propone una especie de modelo metodológico ideal en el que el valor de la fuerza de trabajo, por ejemplo, es igual a 100; el salario medio de la sociedad, digamos, es igual a 80 y el salario mínimo a 50. Esto ejemplifica que el salario medio es el que rige en la sociedad y regula y presiona las escalas salariales siempre a la baja para mantener la superexplotación. Por ejemplo, los salarios superiores que ganan los trabajadores automotrices o telefonistas se ven constantemente presionados a la baja al influjo del funcionamiento del salario medio y de los salarios mínimos: el salario medio presiona a los de arriba para que bajen los salarios, mientras que presiona a los de abajo para que bajen aún más. Ese salario medio necesariamente opera con la intervención del Estado capitalista dependiente y de las legislaciones laborales y las instituciones. Con esto, yo rebato, rechazo, las críticas que se han hecho contra Marini y la Teoría Marxista de la Dependencia, en el sentido de que es una corriente “economicista”. No lo es.

Creo que el subimperialismo tiene un nivel y lugar teórico en el pensamiento de Marini distinto al de la superexplotación. En lo esencial, la definición que hace Marini en un texto intitulado: “La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo” y, después, en Subdesarrollo y revolución caracteriza el momento de arribo de un país como Brasil al estatus de “subpotencia” porque no rompe con el esquema imperialista de dominación comandado por Estados Unidos. ¿Por qué Marini habla de subimperialismo? Él está pensando en los años sesenta y, sobre todo, a la luz de los golpes de Estado militar anteriores que ocurren en Guatemala, en Venezuela, pero sobre todo en Brasil en 1964.

Pienso que la teoría de Marini, tanto en relación con el subimperialismo, como con otra categoría muy importante que es el Estado del cuarto poder, son dos categorías explicativas del acontecer estratégico y geopolítico en América Latina. Entonces, es muy interesante, porque Marini recurre a la economía política marxista y define el subimperialismo, pensando en Brasil para el caso de América Latina, pero también se podría pensar, por ejemplo, en Irán o Egipto; incluso, la India. Marini define el subimperialismo como el momento en que un país como Brasil alcanza la etapa de los monopolios y del capital financiero, siguiendo la definición de imperialismo de Lenin, pero sin superar la dependencia. La visión de Lenin es muy rica porque, como sabemos, sintetizó lo mejor de la teoría del imperialismo de su época retomando y resumiendo a autores como Hobson, Hilferding y Bujarin, que publicó su obra: La economía mundial y el imperialismo en 1917, para forjar el concepto geopolítico de imperialismo. Marini lo retoma y aplica al caso particular de Brasil y tiene como resultado observar como este país, estructuralmente hablando, es una “subpotencia”, pero dependiente del imperialismo norteamericano. Es un país que, a diferencia de otros, además de ser dependiente, mantiene una suerte de “cooperación antagónica” con un estatus de ser un “satélite privilegiado” de Estados Unidos: una subpotencia que se expande en su propia región.

¿Por qué Brasil tiene 8,5 millones de kilómetros cuadrados? Porque tomó territorio de muchas partes ¿no? Tomó territorio, por ejemplo, de Bolivia, de Paraguay. Yo no soy historiador, pero creo que la historia de Brasil es un poco parecida, mutatis mutandis, a la de Estados Unidos. Este nos amputó la mitad del territorio mexicano, se anexó cerca de dos millones de kilómetros cuadrados en el tratado de Guadalupe de 1848. Luego nos metió en el tratado de la Mesilla y adquirió otros cien mil kilómetros cuadrados, que es casi la extensión territorial que tiene Cuba. Luego se apropia de Alaska. Por eso Estados Unidos llegó a adquirir la dimensión que tiene en el mundo.

Eso no lo hizo, por ejemplo, Paraguay o el país más pequeño que es Uruguay. México sí tenía, incluso lo dijo Marini, características subimperialistas, pero hay por lo menos dos razones por las cuales no nos constituimos en un país subimperialista cuando supuestamente nuestra extensión natural era hacia Centroamérica y parte del Caribe, obviamente no hacia los Estados Unidos. Primero, porque hubo esa delimitación de la frontera norte de Estados Unidos con México y, en segundo lugar, porque nos convertimos en un país exportador de fuerza de trabajo supernumeraria y barata a ese país y hasta la fecha mantenemos ese estatus. Ha cambiado un poco, pero las remesas mexicanas son de las más altas del planeta, que envían las trabajadoras y trabajadores que laboran en Estados Unidos a sus familias pobres en varios estados de la República Mexicana.

Hay posturas teóricas que piensan que, porque llegó el primer gobierno de los trabajadores, encabezado por Lula, ya no hay subimperialismo en Brasil, pero no es así. Casi todas las dictaduras militares fueron auspiciadas por Brasil. La deposición del gobierno boliviano de Torres el 1972. Brasil comandó a las tropas de ocupación en Haití. Hay un protagonismo militar a nivel de la expansión de las fronteras. El subimperialismo es un concepto, a mi modo de ver, que no depende de quién esté gobernando el país. Por muy “progresista” que sea, llámese Lula, o por muy derechista que sea, llámese Bolsonaro, ellos se mueven en el espacio geopolítico de la territorialidad subimperialista que sobredetermina el muy limitado espacio electoral, del poder judicial, para revertir ese espacio geopolítico.

El arribo de la “democracia” no anula la existencia del subimperialismo, aunque si hay una diferencia con las dictaduras; en ambos aquél puede subsistir. En la dictadura, no hay parlamento, como ahora en Ecuador que, por mandato del presidente derechista Guillermo Lasso, el empresario, abolió el parlamento. Esto es dictadura, la llamada “muerte cruzada”. O lo que hace Macron en Francia para imponer medidas extraparlamentarias. Como él no podía tener mayoría en la cámara para pasar la reforma previsional y de las jubilaciones, lo hizo por decreto. Esto explica la casi insurrección de la clase obrera y del pueblo francés.

Claudia Mazzei: ¿Consideras que es posible relacionar el pensamiento de Marini con el de Mészáros?

Adrián Sotelo Valencia: Esa es una muy buena pregunta, muy atinada, porque justamente es en lo que estoy trabajando. En lo que he leído de Marini, y considero que conozco suficientemente su obra, no veo relación con el pensador húngaro, no está citado en ninguna parte. Creo que porque Mészáros pertenece a otra corriente teórica y filosófica de la izquierda marxista, ¿no? Es otra problemática. Hace tiempo, Ricardo Antunes me regaló el libro más importante de Mészáros: Más allá del capital, Más allá del capital, durante una estadía que tuve en Brasil. El libro está publicado afortunadamente en castellano por la editorial Vandell Hermanos de Venezuela. Hay también una edición de este libro en Bolivia. Entonces leí esa “biblia” de 1154 páginas. Antes había leído a Lukács, de quien fue discípulo Mészáros, pero a este no lo conocía. Junto a este material, leí del mismo autor su libro Socialismo o barbarie y otro, estupendo, anterior a Más allá del capital, titulado: La teoría de alienación de Marx, publicado en 1970.

En plena pandemia del coronavirus, pronuncié una conferencia, por invitación de la Universidad Autónoma Metropolitana, con el título: “Las mediaciones de la superexplotación”, que fue el material que expuse posteriormente, este año, en la Conferencia de Melbourne, porque tenía la inquietud de investigar y profundizar por qué se caracteriza a la Teoría Marxista de la Dependencia y al pensamiento de Marini como una corriente “economicista”, “circulacionista”. Al respecto recuerdo que, en clase, en alguna ocasión, Marini definió qué entendía por “economicismo” y decía que es cuando tú extrapolas categorías propias de la economía, por ejemplo, el valor, la renta de la tierra, el usufructo, etcétera, y con esas categorías pretendes explicar los fenómenos sociológicos, la filosofía, la ética o la cultura. Eso es economicismo: la traslación mecánica de una esfera del conocimiento a otra sin sus respectivas mediaciones, que niega que, por ejemplo, la cultura o la filosofía posean sus propias categorías y conceptos.

Entonces, hice mi conferencia y después escribí un pequeño ensayo que ahora he convertido en un futuro libro con el siguiente título: Las mediaciones de la superexplotación. Una propuesta metodológica para el análisis de la Nueva Dependencia (VALENCIA, no preloVALENCIA, A. S. Las mediaciones de la superexplotación: una propuesta metodológica para el análisis de la Nueva Dependencia. México: Gedisa-CLACSO. No prelo.), donde establezco la relación entre la epistemología de István Mészáros sobre la dialéctica de las mediaciones de primer y segundo orden, que son el conjunto de relaciones y determinaciones que operan entre el sujeto y el objeto, para lo que también retomé a autores marxistas como Karel Kosik en Dialéctica de lo concreto, el Anti-Dühring de Engels, el Postfacio a la segunda edición alemana de El capital de Marx, donde Marx distingue lo que es la investigación y la exposición, y por supuesto los Grundrisse, además de la obra de Lenin: Materialismo y empiriocriticismo.

Todo eso me llevó a construir una hipótesis de trabajo: la superexplotación del trabajo, como categoría, además de concepto y de teoría, sólo existe en un todo global articulado. No existe de manera aislada. Por ejemplo, si no hay mediaciones políticas como el Estado, la legislación laboral, la represión, no puede existir la superexplotación. ¿Por qué Marini trabaja la categoría dialéctica como una categoría “económica”? Porque hizo una abstracción en ese todo articulado para analizar el tema de la explotación y la superexplotación como objeto de estudio, tal y como procedió Marx con una abstracción para estudiar como un brujo, un biólogo, la mercancía en tanto cédula de la sociedad burguesa, lo que no significa de ningún modo que toda la concepción de Marx sea reducida al primer capítulo de El capital, que es “La mercancía”. La prueba es que, en el último capítulo, el 52 del tercer volumen, está dedicado a las clases sociales. ¿Qué significa esto? Que, dentro de la totalidad dialéctica, la superexplotación de la fuerza de trabajo, categoría constituyente de las formaciones capitalistas dependientes, no puede existir sin Estado, sin poder, sin clases sociales antagónicas, sin cultura, sin mediaciones de segundo orden. Ahí es donde, entonces, retomo a los dos pensadores marxistas: a Marini y a Mészáros, y los relaciono. Trato de construir, como objeto de estudio, la categoría superexplotación como un todo para contestar a los teóricos que consideran que es una categoría solamente economicista, que no tiene ningún valor epistémico, metodológico, teórico, político e ideológico (VALENCIA, 2023bVALENCIA, A. S. Global Labour in the fourth industrial revolution: how covid-19 accelerated humanity’s degradation. Boston: Brill, 2023b.).

Ese es el esquema que yo planteo utilizando Marini y articulándolo con la teoría de las mediaciones de Mészáros. Creo que esto es lo que va a ayudar a actualizar la vigencia de la teoría de la dependencia y a demostrar que el capitalismo no tiene ya más salida, además de la guerra, que superexplotar el trabajo humano. Puede ser muy pesimista mi posición, pero el capitalismo es y funciona así, ¿no?

La solución, la alternativa histórica, está en la acción y lucha de las clases trabajadoras, proletarias, populares por transcender el capitalismo como modo de producción, de vida y de trabajo para construir otro sistema no capitalista, humano, solidario, social, no destructor, fincado en relaciones de armonía entre los seres humanos y la naturaleza. Es básicamente esto, pero tenemos que reflexionar mucho…

Referências

  • VALENCIA, A. S. A Superexploração do trabalho na Era da Turbulência Global: perspectivas do Capital no século XXI. São Paulo: Praxis, 2022.
  • VALENCIA, A. S. La humanidad disminuida: capitalismo y plataformas digitales. México: Gedisa, 2023a.
  • VALENCIA, A. S. Global Labour in the fourth industrial revolution: how covid-19 accelerated humanity’s degradation. Boston: Brill, 2023b.
  • VALENCIA, A. S; ALVES, G. (Org). Trabalho, crise capitalista e geopolítica global São Paulo: Projeto Editorial Praxis-RET, 2023c.
  • VALENCIA, A. S. A nova morfologia do capitalismo global: a era da superexploração do trabalho. São Paulo: Projeto Editorial Praxis-RET, 2023d.
  • VALENCIA, A. S. Las mediaciones de la superexplotación: una propuesta metodológica para el análisis de la Nueva Dependencia. México: Gedisa-CLACSO. No prelo.
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    Transcrição de Pedro Martinez.
  • 2
    Por Adrián Sotelo Valencia

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    11 Dic 2023
  • Fecha del número
    2023

Histórico

  • Recibido
    14 Ago 2023
  • Acepto
    19 Set 2023
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