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Resignificando los conceptos de la higiene: el surgimiento de una autoridad sanitaria en el Buenos Aires de los años 80

Resignifying hygienic concepts: the establishment of a sanitation authority in Buenos Aires in the 1880s

Resúmenes

El trabajo aborda la emergencia de una autoridad sanitaria en la ciudad de Buenos Aires a fines del siglo XIX sobre la base de las ideas del higienismo decimonónico. Se enfocan las innovaciones de tipo científico-técnicas y políticas que se introdujeron y el rol que ejerció el proceso de profesionalización de la medicina en esta institución. La fisonomía que adquirió la política sanitaria en la ciudad de Buenos Aires, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, sirvió para configurar un sistema de normas y arquetipos del cuerpo humano y su bienestar físico y mental.

higiene; Buenos Aires; Asistencia Pública


The late nineteenth century saw the establishment of a sanitation authority in Buenos Aires, grounded on the ideas of nineteenth century hygienics. The article focuses on the scientific technical and political innovations that were introduced and on the role that the process of medical professionalization played within this institution. The features of sanitation policy that came to prevail in Buenos Aires at the turn on this century helped shape a system of standards and archetypes regarding the human body and its physical and mental well-being.

hygiene; Buenos Aires; Public Assistance


Resignificando los conceptos de la higiene: el surgimiento de una autoridad sanitaria en el Buenos Aires de los años 80

Resignifying hygienic concepts: the establishment of a sanitation authority in Buenos Aires in the 1880s

Adriana Alvarez

Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata,

Buenos Aires, Argentina

e-mail: darac@statics.com.ar

Alvarez, A: ‘Resignificando los conceptos de la higiene: el surgimiento de una autoridad sanitaria en el Buenos Aires de los años 80’. História, Ciências, Saúde — Manguinhos, VI(2): 293-314, jul.-out. 1999.

El trabajo aborda la emergencia de una autoridad sanitaria en la ciudad de Buenos Aires a fines del siglo XIX sobre la base de las ideas del higienismo decimonónico. Se enfocan las innovaciones de tipo científico-técnicas y políticas que se introdujeron y el rol que ejerció el proceso de profesionalización de la medicina en esta institución. La fisonomía que adquirió la política sanitaria en la ciudad de Buenos Aires, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, sirvió para configurar un sistema de normas y arquetipos del cuerpo humano y su bienestar físico y mental.

PALABRAS CLAVES: higiene, Buenos Aires, Asistencia Pública.

Alvarez, A: ‘Resignifying hygienic concepts: the establishment of a sanitation authority in Buenos Aires in the 1880s’.História, Ciências, Saúde — Manguinhos, VI(2): 293-314, July-Oct. 1999.

The late nineteenth century saw the establishment of a sanitation authority in Buenos Aires, grounded on the ideas of nineteenth century hygienics. The article focuses on the scientific technical and political innovations that were introduced and on the role that the process of medical professionalization played within this institution. The features of sanitation policy that came to prevail in Buenos Aires at the turn on this century helped shape a system of standards and archetypes regarding the human body and its physical and mental well-being.

KEYWORDS: hygiene, Buenos Aires, Public Assistance.

El objetivo del presente trabajo es abordar la emergencia de una autoridad sanitaria organizada sobre la base de las ideas del higienismo del siglo XIX. La emergencia de estas organizaciones en las naciones modernas tiene significativa importancia, puesto que en general fueron concebidas como importantes instrumentos en el desarrollo de sus sistemas políticos, económicos y sociales. Por otro lado no funcionan en el vacío, sino que influyen en el cambio social general y, a su vez, pueden ser agentes de cambio potencialmente benéficos o nocivos (Hall, 1981, p. 4).

En una primera instancia, se aborda el surgimiento de la Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires enfocando cuáles fueron las innovaciones de tipo científico-técnico y político que se introdujeron y el rol que ejerció el proceso de profesionalización de la medicina en esta institución con la aparición de áreas específicas y de profesionales diplomados.

En una segunda etapa, el eje está puesto en los elementos que le permitieron consolidarse y demostrar su eficiencia e importancia transformándose en una de las instituciones sanitarias destinadas a perdurar.

De esta manera, se esbozará una primera imagen de la fisonomía que adquirió entre fines del siglo XIX y 1920 la política sanitaria en Buenos Aires, la que sirvió para configurar un sistema de normas, de imágenes; hechos que abren la posibilidad de examinar la relación existente entre los discursos, las instituciones y la política.

En este sentido, se ha tomado como referencia la obra de Mary Douglas (1992) puesto que establece las bases de una teoría de las instituciones donde muestra cómo las sociedades informan y socializan a sus miembros en ciertos arquetipos ideales del cuerpo, del bienestar físico y mental, de patrones de conducta higiénica y no higiénica y de estigmas asociados a ciertas enfermedades.

Los servicios públicos de salud en los umbrales de los 80

En el Buenos Aires de mediados del siglo XIX, los servicios de asistencia pública, salubridad e higiene descansaban sobre la base de la comuna, que fue capital de la provincia de Buenos Aires y que luego pasó a ser la capital de la nación argentina. Las leyes que se habían dictado en 1821 por el gobierno de la comuna subsistieron hasta el 3 de abril de 1856, fecha en que ésta se inauguró como municipalidad de la capital de la república. Entonces se crearon las Comisiones de Higiene, Educación y Obras Públicas (Moyano Carranza, 1982). En 1852 se habían creado la Facultad y la Academia de Medicina y el Consejo de Higiene Pública que tenían por fin reemplazar a los organismos rivadavianos.1 1 Registro Oficial Decreto del 29 de octubre de 1852 (Buenos Aires, 1853).

El Consejo de Higiene Pública estaba constituido por un presidente, el cirujano mayor del ejército, el administrador general de la vacuna, los médicos de policía y del puerto y de un secretario. Funcionó hasta la federalización de Buenos Aires. Tenía a su cargo todo lo relacionado a la salubridad pública en general, la inspección de la vacuna, de los puertos, la vigilancia sobre la venta de medicamentos y las substancias medicinales, la policía sanitaria y las visitas sanitarias. En 1857, al organizarse la Municipalidad, se crearon las Comisiones de Educación, Obras Públicas y de Higiene. A esta última competían el alumbrado público, limpieza de las calles y lugares públicos, desinfección del aire, propagación de vacunas, conservación de hospitales etc.

Esta organización generó algunos inconvenientes. Uno de ellos se originaba en el hecho de que al convertirse Buenos Aires en capital de la república algunos servicios fueron a depender del gobierno del municipio, mientras que el régimen policial y político quedó dependiendo del gobierno federal. "Por esta sucesión y concurrencia de poderes resultaron obligadas duplicidades" (idem, ibidem) hecho que no fue lo más preocupante sino que las obligaciones, que hasta entonces dependían del Consejo de Higiene, como limpieza de calles y de todos los lugares públicos, el alumbrado público, la desinfección del aire y de las aguas, la propagación de la vacuna, el régimen y conservación de los hospitales, el aseo y mantenimiento de los mataderos, la inspección de la calidad de los medicamentos y los comestibles puestos en venta, la conservación de los cementerios, las precauciones para evitar las pestes, las inundaciones y los incendios. Esas obligaciones pasaron a depender una parte del municipio, quedando bajo la órbita de la Comisión de Higiene y el resto siguió dependiendo del Consejo de Higiene Pública en la sección Servicios de Higiene Urbana.

Es decir, el Consejo de Higiene Pública estaba bajo la órbita del gobierno federal y bajo la órbita de la municipalidad de Buenos Aires, la Comisión de Higiene. No existiendo una división clara de atribuciones y deberes.

Esta organización, que de alguna manera le restaba autonomía a la comuna porteña en materia sanitaria, en parte tenía que ver con el diagnóstico que en la época se tenía de este proceso de federalización. A este respecto Valentín Alsina afirmaba que:

Treinta y cinco años hace que las funciones municipales fueron absorbidas y reconcentradas en el poder administrativo y desde entonces, han ido ellas mezclándose de tal modo entre las funciones y atribuciones del poder ejecutivo que hoy viene a ser peligrosa su expansión si no se procede con la precisión y cautela que demandan las grandes innovaciones.2 2 Discurso pronunciado por el ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, dr. Valentín Alsina, al hacer entrega de la Comuna a la Primera Municipalidad de Buenos Aires (Buenos Aires, 1856). En 1852, el gobernador de Buenos Aires, Vicente Fidel López, designó como ministro de gobierno a Valentín Alsina (Caldas Villar, 1966).

Por lo tanto, el traspaso de poderes en materia sanitaria sería paulatino y carente de una orientación que respondiera a algún principio científico o a alguna corriente higiénica en boga. Fue recién hacia finales del siglo XIX, cuando esas acciones aisladas destinadas a atender necesidades puntuales, fueron dando lugar a una intervención estatal más orgánica. Ese pasaje se expresó en la sustitución de organismos de carácter básicamente consultivo por otros con capacidad ejecutiva. El Consejo de Higiene Pública dio lugar al Departamento Nacional de Higiene, creado en 1880 y la Comisión de Higiene de la Comuna, a la Asistencia Pública Porteña, creada en 1883.

La organización previa a 1880 careció de contenidos técnico-científicos y sólo estuvo en correspondencia con las circunstancias políticas de la época, no logrando responder a las necesidades que planteaba la transformación urbano-demográfica de Buenos Aires.

En este período, es decir desde mediados del siglo hasta los años 80, la capital de la república experimentó importantes cambios. A mediados del siglo XIX, Buenos Aires tenía entre 75 mil y cien mil habitantes. La apertura de la Argentina a la inmigración y a la economía primaria de exportación le otorgaron otras dimensiones. El censo de 1869 registró 177.787 habitantes, 18 años más tarde la población creció más del doble (Moreno, 1936).

La capital aumentó su peso demográfico con referencia al resto del país, concentrando en 1869 el 10% de la población argentina. Buenos Aires y su hinterland, es decir la región del litoral, concentraba el 48% en 1889. Este aumento demográfico se vio acompañado por un incremento en la tasa de mortalidad. Los decesos, que oscilaban alrededor de seis mil por los años 60, aumentaron bruscamente a veinte mil en 1871 por causa de la epidemia de fiebre amarilla. Posteriormente, los decesos aumentaron regularmente de seis mil en los años 70 a 16 mil en los 80, siendo su movimiento paralelo al de los nacimientos (Lattes, 1969).

POBLACIÓN DE BUENOS AIRES

Año

Población estimada

Nacimientos

Decesos

1869

187.126

6.994

5.982

1870

200.807

7.561

5.886

1871

214.448

7.542

20.748

1872

228.169

8.078

5.671

1873

241.850

8.559

5.891

1874

255.531

8.864

7.190

1875

269.121

9.202

6.751

1876

282.893

8.967

5.277

1877

296.574

8.833

5.538

1878

310.255

8.993

5.550

1879

323.936

9.878

6.794

1880

337.617

9.401

7.073

Fuente: Cuadro elaborado por Guy Bourdé (1977, p. 144), sobre la base de los datos del censo nacional de 1914 (tomo IV, pp. 505-511) y N. Bessio Moreno. op.cit., anexos VII y VIII.

En consecuencia, por 1860 las tasas de mortalidad alcanzaban entre un 30 y un 35%. La suciedad de las calles, la despreocupación por el aprovisionamiento del agua, la falta de hospitales determinaban una tasa de mortalidad comparables con las de Europa del siglo XVIII (Bourdé, 1977, p. 148). Si bien se experimentó un descenso al iniciarse la década del 80, las epidemias siguieron apareciendo regularmente en 1869, 1871, 1874, 1879. Hecho que significó que en los años 80 la mortalidad rondara entre un 22 y un 30%. Esta tendencia recién comenzó a revertirse en los años 90, momento que coincide, como veremos más adelante, con las grandes obras de saneamiento y la puesta en funcionamiento de los hospitales.

El inicio del proceso de cambios se remonta a la intendencia de Torcuato de Alvear que estuvo en funciones entre 1879 a 1887. Torcuato de Alvear se rodeó de un equipo de médicos (Guillermo Rawson, Emilio Coni, Antonio Crespo, José María Ramos Mejía) quienes concibieron un vasto plan de saneamiento y equipamiento hospitalario. El gobierno nacional y la municipalidad se hicieron cargo del saneamiento de la ciudad financiando las grandes obras de extracción de agua, de cloacas, de pavimentación y de vías públicas. Crearon una administración de la salud, el Departamento Nacional de Higiene (1880) y la Asistencia Pública (1883), para administrar los hospitales, los dispensarios, los asilos nocturnos y para controlar las medidas de desinfección, de aislamiento, de inspección de los domicilios y de vacunación. La primera estaba bajo la órbita nacional y la segunda, municipal.

El higienismo motor de los cambios sanitarios

Los cambios ideológicos que el positivismo introdujo en la sociedad argentina otorgaron sentido y coherencia a varias concepciones sobre los ‘males’ de la época, permitiéndose, al igual que en el resto de América Latina, la superposición de ideologías en cuyo seno convivían tendencias tan variadas como el vitalismo, el decadentismo o el espiritualismo modernista. Así, el ensayo positivista construyó su intervención discursiva más exitosa cuando trató de plantear soluciones a los efectos no deseados del proceso de modernización y en la invención del estado-nación (Terán, 1987, p. 12). La sociología abría un nuevo camino a los estudios: la medicina social, que permitía tratar de corregir no sólo los viejos males sino aún los creados por las nuevas condiciones de vida; la higiene que combatía ‘los males’ de la desordenada urbanización y la epidemiología para prevenir enfermedades transmisibles cuya etimología comenzaba a develarse por la bacteriología y cuyo contagio era favorecido por el hacinamiento y las comunicaciones (Kohn y Agüero, 1985, p. 12).

José María Ramos Mejía era uno de estos médicos higienista que más cabalmente encarnaba el pensamiento de la medicina positiva. Con él las tesis positivistas parecían adquirir la necesaria grandilocuencia como para proyectarse a un diagnóstico y tratamiento de la nación. Con él se condensaba el propósito de dar a luz una raza y un carácter nacional (Vezzetti, 1985, p. 364).

Estos cambios en el mundo de las ideas fueron sustentados por el genio de Pasteur quien inauguró la era microbiana y logró sentar los principios científicos que permitieron la obtención de nuevas vacunas. Lister llevó los descubrimientos de Pasteur al campo de la cirugía y nacieron la asepsia y la antisepsia. Es decir, la técnica que permite eliminar todo microbio del material quirúrgico, en el caso de la primera; o bien la técnica que permite eliminar los microbios patógenos, capaces de producir enfermedades en los quirófanos, salas de hospital o en las heridas, en el caso de la antisepsia. Estos conocimientos nuevos, más los aportes de Koch y de Von Behring, cambiaron radicalmente las posibilidades de la medicina y la salud pública (Rosen, 1993; Temkin, 1953).

Este era el marco ideológico y científico-técnico en el cual se operaron una serie de transformaciones de tipo institucional conducentes a obtener logros muy concretos como fueron: control de las enfermedades, infecciosas y morales; resignificación de los pobres y la pobreza; creación de una autoridad sanitaria encargada de velar y de regenerar los males físicos y morales de la población; por último y fundamental, la ‘regeneración’ de la raza considerada en riesgo. En función de ello se elaboraron una batería de leyes, ordenanzas e instituciones tendientes a poner en condiciones sanitarias a la ciudad y a su población para evitar que la misma se convirtiera en un freno del acelerado proceso de modernización y ‘progreso’ de la Argentina moderna.

Regenerar, curar y asilar: resignificando la higiene pública

Con ese afán de hacer curables los ‘males’ que habían hecho conocer la muerte por contagio, las pestes, las epidemias y que eran en cierta medida mirados con los miedos que encarna todo mal no dominado, la elite médica, y sobre todo los higienistas, emprendieron la tarea de institucionalizar las ideas que consideraban como viables para resolver esta situación.

En este contexto, el 7 de agosto de 1883, la Comisión Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, presidida por don Torcuato de Alvear, consideró y aprobó el proyecto del dr. Ramos Mejía creando la Asistencia Pública (Obarrio, 1934, p. 919) con el fin de centralizar la dirección científica de todos los hospitales y demás servicios de beneficencia del municipio. Este nuevo organismo municipal tenía bajo su dirección todos los establecimientos hospitalarios y de beneficencia de la capital federal e instaló su dirección en una dependencia de la administración del Hospital San Roque. Los establecimientos que ésta comprendía eran: Hospital General de Hombres, Hospital Buenos Aires (hoy Clínicas), Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía), Hospicio de las Mercedes, Casa de Aislamiento (hoy Muñiz). Pero, ese mismo año el Hospital Buenos Aires fue entregado al gobierno de la nación y el Hospital General de Hombres fue clausurado. Estas bajas fueron en parte compensadas con la inauguración, el 12 de agosto de 1883, del nuevo Hospital San Roque.

En la primera memoria Ramos Mejía trazó un programa para la nueva repartición donde, entre las ventajas de su creación, resaltaba que permitía centralizar, reorganizar y fiscalizar, mediante un plan armónico, todos los establecimientos de asistencia que antes marchaban sin orden ni concierto.

Inspirado en pensadores franceses, tenía como modelo la organización de la asistencia pública francesa, la que había logrado un espíritu de unidad y de centralización a la que él también aspiraba. Era dificultosa la tarea puesto que lo único legalmente vigente eran los lineamientos generales del plan esbozado por Ramos Mejía, ya que no existía una reglamentación que definiera las atribuciones y desglosara responsabilidades.

La primera fase organizativa se basó en instaurar una centralización cuya cabeza era el director de la Asistencia Pública. Esto implicaba cambios en la orientación política vigente que establecía que cada director de hospital dependía de la Comisión de Higiene. La acción centralizante comenzó por la información. Así fue que, para que los establecimientos hospitalarios mantuvieran una íntima y frecuente relación con la oficina central, se colocaron teléfonos directos para comunicarse rápidamente; se dispuso que cada hospital pasara un parte diario de su movimiento; que los pedidos de artículos de consumo, de farmacia, ropería, se hicieran con regularidad periódica cada mes; que los balances de consumo se regularizaran, previa formación de un libro de inventario.3 3 Estas innovaciones de tipo administrativo, que marcan cierto grado de complejidad con relación a la estructura anterior, fueron consignadas en la Memoria de la ciudad de Buenos Aires (Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo 1, correspondiente a 1884, 1885).

Estaban dispuestos los engranajes necesarios como para emprender una centralización hospitalaria concebida como una integración de los mismos en la figura de la Asistencia Pública, pero que a la vez rompía con el aislamiento de cada institución para totalizarlas mediante la homogeneización de problemáticas comunes que irían desde los gastos hasta las perspectivas de crecimiento de cada establecimiento. Esta nueva estrategia habla a las claras de una nueva concepción en lo que respecta a la higiene. José María Ramos Mejía (Memória de la Intendencia municipal de la ciudade de Buenos Aires, 1885, pp. 119-21) la definía de la siguiente manera:

...La higiene pública encierra en sí todo lo que tiende a la conservación de la salud: comprende por consiguiente los medios preventivos, aquello que puede impedir el mal nacer, como también los medios curativos que tienen propiedad de hacerlos desaparecer. Se la considera como una agrupación de la ciencia, que apoya una parte sobre la medicina y otra sobre disposiciones administrativas inspiradas en la experiencia...

La autoridad municipal tenía como función "... mantener la sanidad, la salubridad e impedir que nazcan y se multipliquen las causas mórbidas que la perjudican...".

Como parte de esta lógica de control mediante la centralización de la información y de la ejecución de una política global hospitalaria, se dividió a la ciudad en veinte partes y se formaron las Comisiones de Higiene, las que debían preocuparse de la higiene de sus respectivas secciones, de la vigilancia de las casas de inquilinato, entre otras funciones.

Estas comisiones tenían la particularidad de estar formadas en su mayoría por vecinos. Su fin último era el de mantener informada a las autoridades sobre los problemas o ciertos males, como era la "vigilancia de las casas de inquilinato en cuanto a su aseo y población que ocupa" o con el control en la proliferación de prostíbulos o la denuncia de algún enfermo infeccioso amparado en alguna casa ante la resistencia a ir a un hospital o el de velar por el ejercicio de charlatanes y curanderos presentes en estos barrios prácticamente desde siempre. En situaciones como estas tenía más valor un "viejo y buen vecino" que un médico, puesto que lo que se necesitaba era conocer de la circunscripción sus mañas, sus prácticas cotidianas y hasta sus secretos, cosa que por lo general los ‘doctores’ no conocían.

Algunos vecinos se convirtieron en el principal nexo con la autoridad sanitaria. La autoridad sanitaria entendió que para combatir ciertos males, no bastaba con conocerlos o enunciarlos, había que estar en contacto con ellos: saber cómo, cuándo y dónde se desarrollaban. A la vez, para poder combatirlos, eran necesarios agentes capaces de hacer permeables las medidas sanitarias tomadas, de manera que penetrar en los hogares, en donde por mucho tiempo el arte de curar había estado reservado al curandero del barrio o bien a la terapia familiar, no era tarea fácil. Mucho menos para los médicos que no eran personajes cotidianos del barrio y su palabra de apoyo científico no resultaba convincente para estos sectores populares. Por lo tanto, un vecino, que por lo general era un "viejo y respetado vecino", era el mejor vínculo que la autoridad podía entablar con la gente (idem, ibidem, p. 124).

Pero hubo que ir estableciendo criterios de manera que estas comisiones, que "estaban compuestas por personas muy honorables por cierto" (idem, ibidem, p. 61-2), no estuvieran por sus atribuciones por encima de los médicos seccionales puesto que "esas personas no estaban habilitadas por su falta de conocimiento científico a probar o desaprobar la conducta de un hombre de ciencia en tal materia". Para lo cual, una vez creada la figura de los médicos seccionales, los inspectores de higiene municipales, que eran los encargados de hacer cumplir las multas que fundamentalmente se realizaban en la inspección de conventillos y casas de inquilinato, pasaron a estar bajo la responsabilidad de los médicos municipales.

Serían los médicos quienes sancionarían y controlarían la higiene del barrio. La comisión, en ese sentido, fue exenta de la tarea de sancionar o fijar multas. Esto en principio tiene dos elementos: el primero tiene que ver con la profesionalización de la medicina y la figura del profesional sanitario que fue cobrando cuerpo y ganando terreno donde antes no estaba, ya que los objetivos de los higienistas en este terreno tenían que ver, fundamentalmente, con la jerarquización de la profesión médica, con el liderazgo médico en el campo del progreso social y la promoción de un tipo específico de control social dentro del cual el enfoque preventivo de la medicina jugó un papel preponderante (Gonzáles, 1984). Por otro lado, la figura del vecino podía, en parte, conspirar contra el objetivo último de su función que era la de informar y no sería insensato pensar que por los códigos de "buena vecindad" muchas veces "olvidaran" comunicar a la autoridad sanitaria algunos aspectos del barrio. O por el contrario, que se transformara en un desertor y por ende dejara de ser tan "respetado y querido" por sus vecinos. Razón por la cual no había que dejar librado al azar el control que por conocimientos y formación debía ser ejercido por los "médicos". También esa era una de las formas en que esta elite de médicos diplomados ligaron sus destinos a los del estado, a la vez que paralelamente iban consolidándose a sí mismos4 4 Entre los autores que han trabajado la injerencia de la profesión médica en la esfera estatal se encuentra Ricardo Leandri González (1996) quien posee una serie de artículos sobre el tema. en la medida que lograban prevenir, prescribiendo formas generales de comportamiento y de existencia en terrenos tan variados como la vivienda, la alimentación, la bebida, la sexualidad, la higiene personal etc. (Armus, 1983, p. 18).

Con estas nuevas atribuciones se convirtieron en agentes claves de la renovada cuadrícula social puesto que en gran medida se vieron como los responsables del "progreso moral". Pero a la vez, por los "bienes" que cuidaban, los que tenían que ver con la fuerza de trabajo, se transformaron casi en indispensables elementos del progreso. Esta idea de volverse irremplazables, que fue la forma como estos profesionales fueron cubriendo mayores terrenos, se vio acompañada por una resignificación de la higiene, la salud, la asistencia, a través de lo cual plantearon las interrogantes de a quién le corresponde el cuidado de la salud pública, cómo debía ser ejercida, cuestión que se relacionaba con las nuevas funciones y atribuciones del estado. En tal sentido con referencia a la Asistencia Pública se sostenía que "es una institución eminentemente práctica, ... está encargada de velar por la salud del municipio, es un instrumento de preservación..." (Memoria de la Intendencia de la Capital de la República Argentina, correspondiente a 1886, 1887, p. 441.)

Dotar de nuevos contenidos y significados más abarcadores a problemáticas relacionadas con la salud, no fue un hecho privativo de los higienistas, sino que fue un elemento más de lo que Armus (1995, p. 235) ha dado en llamar "ideología urbana" que ganó terreno en la Argentina de mitad del siglo XIX y se basó en buscar fórmulas políticas y sociales para encontrar formas de convivencia dentro de un sistema institucional donde progreso, multitud, orden, higiene y bienestar formaron algunos de los elementos constitutivos de esa ideología urbana.

Resignificando las funciones de las instituciones

Sin duda que no bastaba con que la elite médico-higienista se considerase como un engranaje importante dentro del nuevo esquema, en este caso municipal, sino que esto fue acompañado por una serie de iniciativas todas debidamente fundamentadas, como fue la de los médicos seccionales. Ramos Mejía obtuvo la creación de un cuerpo médico destinado exclusivamente a la asistencia a domicilio. Este servicio médico, denominado también seccional, estaba compuesto por veinte facultativos los cuales fueron nombrados el 11 de agosto de 1883.5 5 La nómina de médicos de asistencia a domicilio era: Sección 1ª dr. Miguel Murphy Sección 2ª dr. Félix Pineda Sección 3ª dr. Carlos Rojo Sección 4ª dr. Lorenzo Martínez Sección 5ª dr. Atilio Boratti Sección 6ª Juan Arini Sección 7ª Manuel de la Cárcova Sección 8ª Antonio Gandolfo Sección 9ª Manuel Agueló Sección 10ª Laureano Rufino Sección 11ª Rafael Peña Sección 12ª José Olivero Sección 13ª Carlos Villar Sección 14ª Abraham Zenavillas Sección 15ª Pablo Santillán Sección 16ª Agustín Batilana Sección 17ª Marcelino Aravena Sección 18ª J. V. González Sección 19ª Federico de la Serna Sección 20ª Lucas Vosdanovick Estos médicos fueron vistos como otra vía de penetración de la autoridad sanitaria en todos los rincones y su función no era menos importante ya que se afirmaba que: "son los que en realidad tienen en sus manos la salud pública, desde el momento que por sus condiciones de médicos de los indigentes son los primeros llamados a diagnosticar un caso de cualquiera de las enfermedades exóticas que con tan justa razón nos aterran..." (Memoria de la Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884. tomo II, 1885, p. 64).

Posteriormente, el dr. Pedro Antonio Pardo, presidente del Departamento Nacional de Higiene, le propuso al intendente de la ciudad de Buenos Aires adscribir a cada una de las circunscripciones un servicio de inspección bajo dirección de un médico domiciliado en la respectiva circunscripción cuyas atribuciones debían ser, a partir de entonces, la inspección frecuente de los conventillos, caballerizas, establos, mercados, establecimientos de educación, hoteles, plazas, calles etc. Puesto que "los médicos municipales prestarían mejor servicio dirigiendo la inspección de la circunscripción que le corresponde, que atendiendo a los enfermos pobres".6 6 Carta del 17 de julio de 1884, del presidente del Departamento Nacional de Higiene, dr. Pedro Antonio Pardo, a José María Ramos Mejía (En Memoria de la Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884, Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo II , 1885, p. 131).

El director de la Asistencia Pública, José María Ramos Mejía, convencido de que los servicios de la misma debían concentrarse en los pobres, entre otras muchas razones porque eran considerados como los principales portadores de enfermedades infecciosas, propuso y realizó otro cambio; serían los inspectores municipales los que velarían por el cumplimiento de las ordenanzas sobre higiene bajo la inmediata dirección de los médicos de sección (Memoria de la Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884, Buenos Aires, 1985, p. 139).

Es decir, la pirámide se conformaba de la siguiente forma:

1) Médicos seccionales: atención domiciliaria, vacunación, control de casos sospechosos.

2) Inspectores municipales: empleados municipales que estaban bajo la dirección de los médicos seccionales y se encargaban de sancionar lo denunciado por las comisiones de higiene.

3) Comisiones de higiene: formadas por vecinos que vigilaban los

barrios y denunciaban los casos sospechosos.

Por otro lado, varios de estos médicos seccionales (o por lo menos de los que se ha podido constatar ya que de otros no hay noticias en los diccionarios biográficos) compartieron con el grupo de médicos que llevó adelante la Asistencia Pública la creencia en el método positivo y en la experiencia de formar una nueva clase médica a través de la fundación del Círculo Médico, como Félix Pineda, Carlos Rojo, Carlos L. Villar, entre otros. Ellos fueron pioneros en muchos aspectos que iban, desde lo científico como el caso de Villar que fue el descubridor del suero que lleva su nombre y que por aquella época curó a centenares de tuberculosos; o como Pablo María Santillán (1856) que, ya por 1877, se convirtió en el primer médico de la penitenciaría de Buenos Aires inaugurando el servicio médico en un área no contemplada hasta entonces, pero que por sus características de hacinamiento y falta de control era potencialmente un foco de infección. No fue casual que este primer médico carcelario fuera el autor de la tesis Del cólera Morbus, puesto que de ella se desprende que uno de los mayores factores de propagación de enfermedades era "la pobreza", una creencia compartida no sólo por los médicos argentinos, sino también latinoamericanos (Barrán, 1994).

Estos médicos tenían la particularidad de haber compartido las nuevas tensiones que comenzaron a registrarse hacia fines de 1871 cuando un grupo de estudiantes impugnó a la elite médica con el fin de inducir, no sólo a la organización de sus compañeros, sino también de otros miembros del cuerpo médico. Crearon la sociedad Estímulo Médico Argentino y, años más tarde, el Círculo Médico Argentino (González Leandri, 1996, pp. 31-5, 37). Dicho impulso, sostiene González Leandri, se entroncó, a su vez, con un movimiento juvenil de características poco precisas que, si bien nació dentro del ámbito universitario, aspiró a ejercer su influencia en escenas más amplias.

Ramos Mejía fue uno de los principales líderes de ese movimiento de médicos que cuestionaba, como se mencionaba anteriormente, no sólo la organización sanitaria de la ciudad de Buenos Aires, sino y básicamente la de la Facultad de Medicina. Su acción fue resistirse a formar parte de lo establecido por las viejas generaciones de médicos y fundar el Círculo Médico como expresión de una visión joven y renovada que cuestionaba a la vieja elite médica y a las instituciones sanitarias vigentes como inoperantes. Para ello se basaba en la poca habilidad para controlar las epidemias, puesto que ni la facultad ni el Consejo de Higiene estaban a la altura de las circunstancias y eran vistas como retrógradas por estos jóvenes doctores. Por lo tanto, el movimiento juvenil de la década de 1860 engendró en su seno una nueva elite cuyos miembros, que mantenían sólidos lazos con el mundo político y la prensa, tenían la plena confianza en que tarde o temprano se incorporarían al seno de los "distinguidos". Al inicio de los 80, estos médicos que habían compartido la experiencia de imponer cambios en autoridades, que habían incursionado en el periodismo como forma de difundir sus ideas, fueron quienes rompieron con la inercia que había caracterizado a la política sanitaria de las etapas anteriores siendo algunos de ellos los primeros médicos seccionales.

Marchas y contramarchas de proyectos repujados

En 1885 José María Ramos Mejía terminaba su primer mandato. Entonces, redactó una extensa memoria donde dejó plasmados sus proyectos y los principios con la esperanza que sobre ellos no se avanzara destructivamente, sino que se profundizara en los marcos de esa "ideología higiénica" que, sin ninguna duda, él había contribuido a gestar. Los cambios de opinión y las diferencias políticas, como veremos más adelante, jugaron un papel central a la hora de iniciar o poner fin a la vida pública de estos médicos. Sin duda, José María Ramos Mejía fue uno de ellos. Puesto que en el curso del año 1886, cuando se abatió sobre Buenos Aires una seria epidemia de fiebre amarilla y cólera, el poder ejecutivo, al margen de la actuación del intendente Torcuato de Alvear, invistió por decreto, el 16 de noviembre, de amplias facultades a Ramos Mejía para llevar a cabo la campaña profiláctica. Alvear se sintió desplazado y reaccionó en consecuencia.

...El rechazo de un enfermo, que era en realidad un mendigo simulador de dolencias, dio origen a una violenta nota de Alvear al director de la Asistencia Pública; nota cargada de animosidad y con un propósito hiriente, según el comentario del diario La Prensa y dio origen a una respuesta de Ramos Mejía (1988, p. 215) cáustica y agresiva, que puso al descubierto el enojo contenido... En carta abierta, que publica pocos días después Ramos Mejía (1959) en La Nación, le reconoce a don Torcuato "el honor de haberlo destituido por el simpático delito de no consentir sus manoseos depresivos a su dignidad de hombre y de funcionario..."

Por decreto del 2 de marzo de 1887 se separó al dr. Ramos Mejía del puesto de director general de la Asistencia Pública nombrándose en su reemplazo al dr. José María Astiagueta. Esta administración fue muy breve y transitoria, puesto que a tres meses de ser nombrado cesaba en su cargo conjuntamente con el intendente Torcuato de Alvear por haber éste terminado su período administrativo. Le sucedió el dr. Antonio Crespo quien volvió a restablecer en su puesto al dr. José María Ramos Mejía, el 1º de junio de 1887, cesando en sus funciones un año más tarde.

Entre las innovaciones introducidas por esos años, debemos señalar la implementación obligatoria de los concursos7 7 Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear ( Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885, presentado al honorable consejo deliberante, Buenos Aires, Kraft, 1886, p. 20). en virtud de lo cual todo el personal técnico, sin excepción, debía en lo sucesivo rendir ante un tribunal las pruebas de competencia que la Dirección General estableciera.

Ese nuevo sistema de proveer los puestos requirió de la confección de programas, constitución de los jurados y organización regular del procedimiento a fin de brindar la garantía de equidad, como también la búsqueda de idoneidad.

Esta búsqueda de probos profesionales sentó un precedente importante. Por lo general, hasta entonces, los cargos dependientes de la administración pública, sobre todo en profesiones como la médica donde por el origen de sus miembros se prestaba a esa práctica, había sido cubierta teniendo en cuenta otros requisitos, entre los cuales sin duda estaba el de la capacidad, pero compartiendo el escalafón con el del clientelismo político, redes familiares etc. Los concursos, que con el tiempo sufrieron modificaciones, dejaron de ser orales y se sustituyeron por el promedio obtenido durante la carrera y luego por otros méritos, basándose en concursos por antecedente. Sentaron, decíamos, un precedente novísimo a la hora de ocupar cargos que era la instancia de la evaluación. Fuera como fuere, esto era radicalmente distinto a la época donde a los grandes doctores no se les discutía nada. Sin duda que tenía que ver con la profesionalización de la medicina, pero también con las imágenes que se deseaba crear. Puesto que si bien se resignificó a la higiene y a la salud pública, también el médico debía dar testimonio de cambios. Ya no se trataba del tradicional médico de familia recluido en su consultorio. Eran médicos que tenían sobre sus espaldas la idea de prevenir y luego curar, que prevenir era curar los focos infecciosos que provocan las enfermedades y para quienes muchos de esos focos no tenían una raíz biológica, sino más bien moral o, mejor dicho, de usos y costumbres. Por lo tanto, el largo brazo del médico abrazaba un abanico tan amplio de problemas que a veces los mayores escollos no fueron los sectores populares, a quienes les fue inculcada una conducta higiénica acorde a los principios higiénico-morales del momento, sino también los miembros de su clase que muchas veces veían con desconfianza la arrolladora acción que estos profesionales llevaban a cabo.

Será por eso que la demora y lentitud legislativa fue una característica en esta época. En 1885 Ramos Mejía había presentado 11 proyectos, la mayoría de los cuales fueron sancionados hacia finales de la década. Tenían que ver con: creación de la escuela municipal de enfermeros y desinfectadores; desinfección a domicilio cuyos aparatos habría que encargar a Europa; repatriación de ancianos incurables o impedidos que no tuvieran familia; organización de un servicio médico a domicilio; despacho de recetas para los pobres asistidos a domicilio; panadería central; droguería central; arancel de hospitalización; impuesto de pobre (gravamen a los teatros y diversiones públicas para arbitrar fondos permanentes a la Asistencia Pública); cremación de cadáveres en los hospitales cuando los fallecidos no tuviesen familia; reglamentación de la prostitución.8 8 Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear (En Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885 ... , 1886, p. 22).

Con referencia a la escuela de enfermería, la misma se creó el 2 de diciembre de 1887 con el propósito de reaccionar frente a lo habitual, que era habilitar como enfermeras a un personal analfabeto, ignorante, puesto que:

...El personal subalterno empleado en los hospitales municipales hasta poco tiempo después de hacerme cargo de la Asistencia, estaba muy lejos de responder a sus necesidades, especialmente el de enfermeros. Fue entonces que se decretó la fundación de una escuela destinada expresamente a formar enfermeros que, antes de desempeñar las funciones de tales, hubieran adquirido los conocimientos necesarios y rendido las pruebas de competencia. También asisten por turno a esta escuela, los cabos de sala al servicio de los diversos hospitales9 9 Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1887 (Buenos Aires, Ed. La Universidad, tomo 1, 1888, pp. 250, 252). .

Entre las condiciones exigidas a los candidatos, estaba el saber leer y escribir medianamente, justificar el goce de completa salud, estar vacunado, tener veinte años cumplidos, hablar bien español y "comprobar por uno ó más certificados expedidos por personas respetables, reunir condiciones morales intachables. Las alumnas mujeres llenarán las mismas condiciones requeridas a los hombres exceptuando lo que se refiere a la edad, para lo que se les exige tener 33 años cumplidos o el asentimiento de sus padres o tutores10 10 Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a 1887 Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1988, p. 254. ".

Con estos elementos, más el extenso reglamento donde se organizaba desde las obligaciones de profesores y alumnos hasta los títulos a obtener en función de los contenidos a abordar, comenzó a funcionar esta escuela que ya conocía un antecedente puesto que Cecilia Grierson había sido pionera en este aspecto. Había establecido una escuela de este tipo en el Círculo Médico durante la presidencia de José María Ramos Mejía, donde funcionó unos meses entre 1885 a 1886 y por "disensiones entre la comisión directiva resolví llevarla a mi casa, donde funcionó durante cuatro años. El alumnado practicó en los hospitales valiéndome de la amistad de varios directores de esos establecimientos."11 11 Nota dirigida en 1891 por la dra. Cecilia Grierson al dr. Emilio Coni, recientemente nombrado director de la Asistencia Pública (Taboada, 1993, p. 102).

Este hecho lleva a suponer la coexistencia de dos establecimientos de los cuales los documentos encontrados no hacen referencia a ello, sino a que la escuela de la Asistencia Pública no funcionó plenamente siendo rehabilitada nuevamente durante la gestión de Emilio Coni, bajo la dirección de la dra. Cecilia Grierson.

Más allá de estos datos se pueden plantear algunos interrogantes (que superan a esta investigación) como puede ser la posible existencia de dificultades para aceptar a una mujer en un lugar que era por tradición ocupado por hombres. Lo importante es la base que sentó, puesto que la profesionalización de la medicina implicaba también la de las ramas auxiliares, como era la enfermería. Por lo tanto, los agentes transformadores ya no sólo serían los médicos sino también el personal hospitalario. Ellos debían estar en consonancia con la nueva partitura y por ende, se convertirían en agentes difusores de la higiene, de las consecuencias de la mugre y de lo importante de asumir pautas urbanas que garantizarían el "buen vivir".

Otra de las iniciativas de Ramos Mejía fue organizar por 1888 un servicio de desinfección, entendida la práctica de la desinfección como un sistema coadyuvante de profilaxis, aplicada de una manera regular a los domicilios contaminados.

Antes de esa fecha los medios defensivos, a parte del aislamiento de los enfermos que generalmente se hacía en lazaretos improvisados, consistían en procedimientos empíricos que se habían transmitido de generación en generación (Penna y Madero, 1910, pp. 142-3). Se pensaba que los miasmas, los efluvios, las emanaciones descompuestas resultantes de la fermentación o de la putrefacción de la materia orgánica desempeñaron el principal papel en el origen y en la transmisión del contagio. Las fumigaciones se hacían con las más variadas sustancias resinosas, irritantes y hasta con grandes hogueras, utilizándose ciertos desinfectantes como el azufre, el cloro, los vapores nitrosos. Estos, por su forma rudimentaria de aplicación entre otras cosas, no alcanzaban a sanear los lugares infectados.

Es decir que recién en 1888 empezó a funcionar en Buenos Aires un servicio de desinfección compuesto de seis cuadrillas, constituidas cada una de ellas por un capataz, tres peones y un cochero, dirigidas todas ellas por un mayordomo. Este personal dependía de la Dirección General de la Asistencia Pública. Los vehículos que se destinaron se componían de dos ambulancias cerradas y de una chata. La desinfección se realizaba en la Casa de Aislamiento con una estufa Schimmel. Las desinfecciones a domicilio se hacían fundamentalmente con fumigaciones de azufre, no empleándose aparatos especiales.

Lo significativo de la desinfección era que trascendió las barreras de la enfermedad e invadió ampliamente las culturales. Con el dispositivo montado, no sólo apuntaban a sanear los ámbitos de "virus patógenos" sino que dejaban una impronta de desazón en la población frente a la impotencia de los métodos tradicionalmente aplicados por ellos en el seno familiar y abría esa instancia, que siempre estuvo reservada a la acción privada, de "fumigar" o "blanquear", a la autoridad sanitaria. La autoridad sanitaria, no sólo tenía por meta velar por la salud de la población, sino que buscaba también que estas acciones quedaran marcadas, repujadas en la memoria pública.12 12 Memoria pública entendida como sistema de almacenamiento del orden social, puesto que en ella se almacenan determinados modelos de acontecimientos públicos y se rechazan otros (Douglas, 1996, p. 104). Esto no significa, como veremos más adelante, la ausencia de resistencias sociales a estos cambios que trastocaban hasta los hábitos más cotidianos del mundo de la época.

Estas no habían sido las únicas acciones en pro de consagrar la "acción pública de curar" (esta idea prevalecía sobre la de prevenir, puesto que era como más potente en el imaginario que se buscaba construir). Hacia 1888, final de la gestión de José María Ramos Mejía, la Asistencia Pública contaba entre sus servicios con un laboratorio de bacteriología, un laboratorio de preparación y conservación de vacuna antirrábica, una administración general de vacuna antivariólica, una sección de higiene que debía cuidar especialmente de la higiene de las habitaciones, establecimientos incómodos, insalubres y peligrosos, para los cuales tenía a sus órdenes un cuerpo de desinfectadores.13 13 Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a 1888 (Buenos Aires, Imprenta Sudamérica, 1889, pp. 38-39).

La prostitución y el tratamiento de las enfermedades venéreas estaban también incluidos entre los servicios de la Asistencia Pública. Respondiendo a este objeto se creó el Dispensario de Salubridad y se adquirió un edificio para construir allí un sifilicomio. A estos servicios debe agregarse el establecimiento de una Droguería Central destinada a las farmacias de los hospitales.

Pero, si bien la inspiración o el modelo teórico de estas iniciativas estaba en Europa, la razón que las impulsaba era el espectáculo desbordante de gente que presentaban los nuevos núcleos urbanos donde preferentemente se asentaron la mayor parte de los inmigrantes. Este hecho planteaba que, por la acción en pro de la salud, la Asistencia Pública fuera vista, o silenciosamente concebida, como el medio de velar por el devenir de la raza.

La idea de una raza fuerte y la preocupación por la herencia biológica fue un tema común en el pensamiento latinoamericano.14 14 La problemática ha sido tratada para América Latina (Hale, 1986). En este sentido, Eduardo Zimmermann (1993, p. 580) ya ha explicado cómo la idea de raza dio una fundamentación científica a la discusión de una amplia variedad de temas conectados con la cuestión social como la salud pública, la criminalidad, el anarquismo etc. En este sentido, la idea de raza trascendía toda división ideológica y fue adoptada como un instrumento clave para entender el desarrollo de sus sociedades por intelectuales y políticos de las más diversas tendencias. La idea de preservar científicamente la pureza racial de una población era, a comienzos de siglo, nociones compartidas por los grupos más progresivos del espectro político, aceptadas tanto por socialistas como por liberales reformistas en la Argentina y en los países donde muchas de esas doctrinas se originaron.

Así, los sucesores de los primeros directores de la Asistencia Pública ponían de relieve la necesidad de establecer algunos cambios y marcaron algunas de las limitaciones que padecía la institución, como era la necesidad de que el poder deliberativo del gobierno municipal dictara una ley que definiera los deberes y atribuciones con el fin de administrar los nuevos servicios. Sin embargo, era innegable que si se podía transformar algo de esta emergente autoridad sanitaria, se debía a que existía ya una institución. Y esto, aunque obvio, es de sustancial importancia. Pensar que una institución de estas características pudiera buenamente surgir a partir del impulso creciente de una convergencia de intereses y de una mezcla no especificada de coerción y convención es para algunos autores, como Mary Douglas, improbable. Por lo que hemos tratado de enfocar, los motores que provocaron su aparición, así como también, los elementos por los cuales comenzó a estabilizarse, asentarse en una forma reconocible, fueron los medios que le permitieron legitimarse mediante una fundamentación específica de su acción, por lo menos dentro del sector dominante. Esos mismos medios le permitieron a continuación fijar categorías, establecer identidades y resignificar la actividad médica y su injerencia. A partir de este punto se continuó, como en toda o casi toda institución sucede, con una serie de cambios con el fin de no dejar de responder a esas categorías, a esas identidades y rumbos antes mencionados.

Una cuestión de identidad en la Asistencia Pública bonaerense

En los años 80, cuando ya por las razones señaladas, se pensó en generar una autoridad sanitaria, se adaptó un corpus de ideas (entre las que sobresalían las de origen higiénico) en una forma común que respondía a lo que se ha dado en llamar la "ideología de la higiene". A partir de allí se trató de demostrar su legitimidad mediante una acción sistemática en el campo de la salud pública.

Los años posteriores, como veremos a continuación, marcaron cambios y se dinamizó aún más su acción. En la década transcurrida, se había generado una ‘identidad’ de esta institución con el progreso, puesto que se identificaba progreso con salud, atraso con enfermedad. Estas ideas no eran nuevas. La variante era que en los años 90 se las había incorporado a la cultura política como meta insoslayable del ‘progreso’. La institución había dado muestras de su eficiencia y de su necesidad. Por lo tanto, la esencia sanitaria no estaba en discusión hacia el centenario, sino las formas por las cuales seguir adaptando la institución a las necesidades de un sector urbano tan cambiante y dinámico como el de Buenos Aires a principios de siglo sin modificar la esencia que es lo que le otorgó identidad y razón de existir a la Asistencia.

Tal era el estado de la Asistencia Pública cuando se hizo cargo de la dirección el dr. José María Astiagueta (1888-90) que tendió a incrementar sus funciones puesto que durante este período se logró establecer un nuevo hospital denominado en un primer tiempo de Inválidos, Mixtos Inválidos y después, Rawson. También se concretó una vieja aspiración de Ramos Mejía que era la inspección médica de la prostitución, que luego se denominó dispensario de salubridad. Este contaba con un médico director, diez médicos inspectores, un tenedor de libros, dos agentes de control, un auxiliar y un ayudante y un hospital denominado sifilicomio.

Además se estableció el laboratorio de vacuna antirrábica; la inspección de higiene con un médico director y cincuenta enfermeros encargados de la desinfección; la Droguería y Farmacia Central y la inspección del Mercado de Abasto. En este período, como vemos, la Asistencia Pública no avanzó en el sentido de aumentar sus servicios. En cambio, se consolidó como autoridad técnica y administrativa.

La complejización administrativa-institucional, reflejo de un mayor dinamismo de la entidad, se dio durante la dirección de Emilio Coni (1892-93). Pasó a denominarse Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la Capital. Estaba dividida en tres ramas: la administración sanitaria, encargada de todos los asuntos relativos al municipio; la asistencia pública, a la que estaría confiada la asistencia domiciliaria, hospitalaria y protección de la clase menesterosa etc.; y el patronato y asistencia a la infancia. Concordando con estas medidas se instaló la Estación de Desinfección del Norte (1892) y se proyectaron dos nuevas estaciones.

Estos avances, a los que habría que sumarles también otros como la construcción de la primera sección del edificio de la casa central de la Asistencia Pública, previa demolición del viejo hospital de mujeres, la construcción del Hospital de Flores (actualmente Dr. Alvarez), la del pabellón de cirugía y obstetricia del Hospital San Roque, dos nuevos pabellones del Hospital Norte, las modificaciones del servicio médico a domicilio por la asistencia en los consultorios oficiales de la oficina central o de los hospitales vecinales (casas de socorros) y el servicio de urgencia eran el fiel reflejo de un entramado sanitario en expansión. No sólo denotaban una política sanitaria específica, sino cambios en los hábitos de los sectores populares que habían incorporado, hacia las primeras décadas de este siglo, algunas de las pautas higiénicas y de prevención como era la vacunación, la visita a la ‘salita’ y la imagen del médico que se había hecho más cotidiana. Se estaba derrotando la preeminencia que en el "arte de curar" tenían los boticarios y curanderos.

Conclusión

Hacia las primeras décadas del siglo XX, la Asistencia Pública en la ciudad de Buenos Aires se había convertido en uno de los pilares sobre los que reposaba la reforma sanitaria que se había iniciado en la década del 80 y se acentuaría hacia el centenario.

Entre los factores que permitieron su emergencia se encontraba, en primer lugar, la ausencia de una autoridad que resultara eficiente para encarar los problemas asistenciales. En segundo lugar, la presencia de un grupo de médicos con una perspectiva renovada del rol del médico y de la medicina. Por último, la difusión en una creencia del método positivo donde la ciencia y sus avances eran vistos como la salida a los "males no deseados" que planteaba una urbanización desordenaba. Estos aspectos formalizaron las razones más poderosas de los cambios experimentados.

Entre los elementos que permitieron la consolidación y permanencia de la Asistencia Pública, se encuentra un dispositivo de medidas tendientes a repujar nociones y creencias, algunas de ellas de tipo moralizante en pro de una higiene pública que garantizara el "buen vivir". En función de ello se llegó a establecer desde un calendario de vacunación hasta "normas de comportamientos", que iban desde la higiene personal hasta la necesidad de profundizar la movilidad social en pro de cercar uno de los males más mentados como era la ‘pobreza’.

Este objetivo, de establecer nuevas imágenes sobre la importancia de la salud y la necesidad de que el estado, de mano de los médicos, se encargara de ella, traspasaba las fronteras sanitarias y se involucraba con otras problemáticas como era la de crear un ideal del cuerpo, de la sexualidad vigilada y de un tipo de ciudadano integrado a una cuadrícula donde las directrices políticas estaban orientadas a no dejar librada la modernización al comportamiento exclusivo y espontáneo de los individuos y grupos sociales. La modernización era concebida como la necesaria consecuencia de la acción política y legislativa (Botana y Gallo, 1997, p. 121).

En tal sentido había que montar una política sanitaria donde mediante la centralización, el control, la incorporación de recursos técnico-científicos y de médicos, se garantizara que las pestes y sus consecuencias no se transformaran en un freno del crecimiento.

La Asistencia Pública, los médicos que trabajaron en ella, sus directores, como Ramos Mejía y Emilio Coni, estaban conscientes de la importancia que revestía la institución que dirigían. Esto los llevó a que durante los primeros años, sobre todo durante la gestión de Ramos Mejía, se centraran en demostrar su eficiencia y en sentar cimientos lo suficientemente fuertes como para garantizar su permanencia. Unos estarían en la clase dirigente, otros en el cambio de creencias y costumbres higiénicas de los sectores populares con el fin de hacerlos formar parte de la ‘modernidad’ y de que su marginalidad no fuera razón de malestares sociales.

NOTAS

Recebido para publicação em outubro de 1998.

Aprovado em maio de 1999.

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  • 1
    Registro Oficial Decreto del 29 de octubre de 1852 (Buenos Aires, 1853).
  • 2
    Discurso pronunciado por el ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, dr. Valentín Alsina, al hacer entrega de la Comuna a la Primera Municipalidad de Buenos Aires (Buenos Aires, 1856). En 1852, el gobernador de Buenos Aires, Vicente Fidel López, designó como ministro de gobierno a Valentín Alsina (Caldas Villar, 1966).
  • 3
    Estas innovaciones de tipo administrativo, que marcan cierto grado de complejidad con relación a la estructura anterior, fueron consignadas en la
    Memoria de la ciudad de Buenos Aires (Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo 1, correspondiente a 1884, 1885).
  • 4
    Entre los autores que han trabajado la injerencia de la profesión médica en la esfera estatal se encuentra Ricardo Leandri González (1996) quien posee una serie de artículos sobre el tema.
  • 5
    La nómina de médicos de asistencia a domicilio era:
    Sección 1ª dr. Miguel Murphy
    Sección 2ª dr. Félix Pineda
    Sección 3ª dr. Carlos Rojo
    Sección 4ª dr. Lorenzo Martínez
    Sección 5ª dr. Atilio Boratti
    Sección 6ª Juan Arini
    Sección 7ª Manuel de la Cárcova
    Sección 8ª Antonio Gandolfo
    Sección 9ª Manuel Agueló
    Sección 10ª Laureano Rufino
    Sección 11ª Rafael Peña
    Sección 12ª José Olivero
    Sección 13ª Carlos Villar
    Sección 14ª Abraham Zenavillas
    Sección 15ª Pablo Santillán
    Sección 16ª Agustín Batilana
    Sección 17ª Marcelino Aravena
    Sección 18ª J. V. González
    Sección 19ª Federico de la Serna
    Sección 20ª Lucas Vosdanovick
  • 6
    Carta del 17 de julio de 1884, del presidente del Departamento Nacional de Higiene, dr. Pedro Antonio Pardo, a José María Ramos Mejía (En
    Memoria de la Intendencia Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, correspondiente a 1884, Buenos Aires, Imprenta Biedma, tomo II
    , 1885, p. 131).
  • 7
    Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear (
    Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885, presentado al honorable consejo deliberante, Buenos Aires, Kraft, 1886, p. 20).
  • 8
    Decreto del 10 de marzo de 1885, firmado por el intendente Torcuato de Alvear (En
    Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1885 ... , 1886, p. 22).
  • 9
    Memoria de la Intendencia de Buenos Aires, correspondiente a 1887 (Buenos Aires, Ed. La Universidad, tomo 1, 1888, pp. 250, 252).
  • 10
    Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a 1887 Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1988, p. 254.
  • 11
    Nota dirigida en 1891 por la dra. Cecilia Grierson al dr. Emilio Coni, recientemente nombrado director de la Asistencia Pública (Taboada, 1993, p. 102).
  • 12
    12 Memoria pública entendida como sistema de almacenamiento del orden social, puesto que en ella se almacenan determinados modelos de acontecimientos públicos y se rechazan otros (Douglas, 1996, p. 104). Memoria pública entendida como sistema de almacenamiento del orden social, puesto que en ella se almacenan determinados modelos de acontecimientos públicos y se rechazan otros (Douglas, 1996, p. 104).
  • 13
    Memoria de la Intendencia Municipal de la Capital de la República, correspondiente a 1888 (Buenos Aires, Imprenta Sudamérica, 1889, pp. 38-39).
  • 14
    La problemática ha sido tratada para América Latina (Hale, 1986).
  • Fechas de Publicación

    • Publicación en esta colección
      19 Mayo 2006
    • Fecha del número
      Oct 1999

    Histórico

    • Acepto
      Mayo 1999
    • Recibido
      Oct 1998
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