La catástrofe demográfica de la mortalidad infantil santiaguina, en torno al cambio de siglo XIX-XX, se expresó estadísticamente con un promedio de veinte niños muertos al día.1 De un total de 18.300 defunciones en 1901 – escribió el pediatra Luis Calvo Mackenna (1919, p.25) – 11.401 fueron niños. El fenómeno fue uno de los principales hitos de la denominada “cuestión social” chilena, producida por el crecimiento poblacional en la ciudad y la displicencia de la clase política para mejorar las condiciones de vida de los campesinos urbanizados (Salazar, 1985; Illanes, 1993; Grez Toso, 1997; Romero, 1984, 2007; Torres, 1986, 2011).
Durante este período, la elite médica elaboró un discurso científico y moral sobre la mortalidad donde los niños pobres portaban “naturalmente” los males sociales. El mismo razonamiento se aplicó al estudiar el modus vivendi de los procreadores. En el plano político, el Ministerio del Interior y el Consejo Superior de Higiene Pública adolecieron de lentitud en la acción médica, acusando deficiencias legislativas. Sin superar un enfoque preventivo, actuaron y discutieron una vez desarrolladas las desgracias sanitarias. Consecuencias de ese estilo de planificación fueron los indicadores “escandalosos” de la mortalidad infantil.
Estudiar el impacto del fenómeno en Santiago no fue una decisión azarosa. El límite inicial, la década de 1860, representa los inicios de la conformación de un conocimiento médico sobre la infancia, lo que permite comprender el trazo complejo, discontinuo, resistente y receptor de cambios culturales-higiénicos-históricos. Por otro lado, el cambio de siglo coincidió con una preocupación legislativa mayor: legislación sobre la vivienda obrera (1906) y la infancia desvalida (1912). Esto fue apoyado por la medicina con la inauguración del Hospital Infantil en 1914.
La elección de Santiago para el estudio historiográfico se basó en la elevadísima tasa de mortalidad infantil, comparada con otras ciudades;2 en su centralidad administrativa, desde donde se planificaron las políticas sanitarias para esta ciudad y el resto del país; y, por último, en la ubicación de las instituciones científicas, lugares de discusión de la elite médica de Chile.3
Los estudios europeos sobre el fenómeno se han interesado por el cuidado físico infantil durante la medicalización, iniciado en la segunda mitad del siglo XIX. La reducción de las enfermedades infecciosas y la urbanización disminuyó la mortalidad en edades tempranas (Lebrun, 1982; Masuy-Stroobant, 1983; Belletini, 1983; Apple, 1987; Ruggiero, 1992; Ballester, Balanguer, 1995; Arbaiza, Guerrero, Pareja, 1996; Apple, Golden, 1997; Fariñas, Sanz Gimeno, 1999; Sanz Gimeno, Fariñas, 2002; Morata, 2003; Ballester, 2005). La argumentación de diagnósticos y tratamientos pediátricos era dificultosa, porque esa ciencia recién comenzaba su institución. En la práctica, sus conocimientos coexistieron con otros de carácter popular (Bernabeu, López, 1987; Bernabeu, 1993; Rodríguez, 1998, 2003; Bernabeu et al., 2003; Revuelta, 2012, 2013, 2015).
En América Latina existe una producción bibliográfica considerable sobre la mortalidad infantil (García, 2016). En Colombia, la medicalización infantil se desarrolló en dos procesos simultáneos: la circulación-apropiación del conocimiento europeo, y el sustrato local de la población analizada (García, 1999; Gallo, Márquez, 2011). En Uruguay, país con la tasa de mortalidad infantil más baja de la región, esos índices se estancaron a inicios del siglo XX produciendo debates pediátricos y políticos. Décadas después, en 1930, el Estado de Bienestar priorizó la salud de los lactantes favoreciendo una nueva disminución de los índices comentados (Birn, 2003, 2007, 2008).
En Chile, Eduardo Cavieres Figueroa (2001) demostró para el caso de Valparaíso entre 1890-1950 la modificación de los sentimientos y cuidados maternos hacia los hijos en momentos de enfermedad. Demográficamente, sostuvo que los procesos económicos, culturales y médicos no disminuyeron la mortalidad elevada, situación que avanzado el siglo mejoró, reduciendo las cifras mortales. Por su parte, Gabriel Salazar (2006) investigó la precarización de las economías familiares, situación favorable al abandono. Basándose en datos cuantitativos demostró la proporción alta de niños en relación al total de habitantes del país; el aumento porcentual de niños ilegítimos respecto al número anual de nacidos entre 1848 y 1916; y la permanencia de la mortalidad infantil dentro y fuera de los recintos protectores de la infancia. Además, metodológicamente rescató las “voces” y prácticas de la niñez. En una línea similar, María Angélica Illanes (1991) y Jorge Rojas Flores (2006, 2010) aportaron una mirada histórico social a la experiencia de ser niño en los inicios del siglo pasado.
Andrés Estefane (2004, 2012, 2016), al estudiar la conformación del sistema estadístico chileno, reflexionó sobre la instalación de las redes estatales en el territorio a través de la Oficina de Estadística. Dio cuenta de las dificultades de los párrocos para efectuar registros demográficos confiables. Entre esas señaló las omisiones de datos por creencias religiosas; la exclusión en los registros de los neonatos nacidos muertos por no estar bautizados; y los envíos a instituciones erróneas de los padrones demográficos. Estefane destacó las dificultades y los engranajes en la construcción estatal de las cifras: la delimitación de las provincias, el entramado entre las regiones estatales y las circunscripciones parroquiales, la preparación de funcionarios para recolección de padrones fiables y la uniformidad de criterios para establecer causas de muertes. Dichos procesos tardaron décadas en materializarse y dimensionar cuantitativamente el problema de la mortalidad infantil en el país.
La reconstrucción histórica de los infantes está abordada por la constitución familiar, las características de las viviendas urbanas y rurales, los ambientes propicios para la enfermedad y las circunstancias que incidieron en sus abandonos (Salinas, Delgado, 1990; Salinas, 1991; Delgado, 2001; Goicovic, 2005). De esa manera, la mortalidad infantil estuvo anclada en las experiencias de niños huérfanos y su tránsito en instituciones benéficas. Las elevadas cifras de niños muertos generaron discusiones entre los médicos, sobre las condiciones de los ingresados y los cuidados que demostraban los antecedentes de una medicina enfocada en la infancia (Milanich, 1998, 2001, 2004, 2009, 2011; Palma, 2009; Osta, 2016).
El poder político, mediante leyes, normativas y ordenanzas construyó una visión de la enfermedad a través de clasificaciones, diagnósticos y tratamientos médicos (Sater, 2003). Ante la visión clásica sobre tal extensión del ámbito sanitario, la historiografía ha colocado la mirada en las resistencias cotidianas de los pacientes y los procesos que destacan la aplicación de estos proyectos (Armus, 2001, 2002, 2009). Esta perspectiva se extiende hacia las condiciones de la ciudad que albergó a los infantes, a inicios del siglo XX: acequias, hacinamiento, viviendas precarias, todas causales de la alta mortalidad (Moreno, 2000).4
Varios estudios han elaborado la temática de las modificaciones en la alimentación infantil y los significados de la maternidad (Zárate, 2005, 2007, 2010, 2011; Ehrick, 2001; Pita, 2004; Rustoyburu, 2012, 2015, 2016). La preocupación de los facultativos por los altos índices de mortalidad infantil promovió los debates sobre la nutrición de los párvulos, ya que una alta proporción de las muertes fue atribuido a la mala calidad de la leche (descomposición, sobre todo en verano), la ausencia de higiene en la manipulación, carencia de regulación sanitaria en la venta de lácteos y despreocupación porque a los recién nacidos les suministraban comidas que no correspondían a su edad (carne, ulpo, pescados, caldos, entre otros). En ese contexto, los médicos establecieron fórmulas científicas legitimando su labor disciplinaria, disminuyendo las cifras de fallecimiento por esta causa. En Brasil, María Martha de Luna Freire (2008, 2010) discute el cuerpo femenino como una construcción cultural con significados de amor, enfermedad y maternidad.
De acuerdo con las tesis anteriores, esta investigación pretende responder cuestiones que requieren argumentarse con mayores evidencias históricas: ¿Cuáles fueron las causas de la alta mortalidad infantil? ¿Qué factores explican la mirada hacia el problema y la relación entre los médicos y los sectores populares? ¿La tasa de mortalidad disminuyó a causa de las prescripciones médicas?
Por eso, el ejercicio heurístico consideró tres tipos de registros. Por un lado, las revistas médicas donde se discutió científicamente sobre la mortalidad infantil: Médico Práctico, Médica de Chile, Chilena de Higiene y Beneficencia Pública. Por otro, se revisaron memorias, actas de congresos y otros estudios ocupados de la temática. Finalmente se recogieron datos y opiniones publicadas por periódicos santiaguinos, los que frecuentemente reprodujeron las fuentes señaladas (El Mercurio, Las Últimas Noticias, El Ferrocarril, La Época, Diario Popular y El Chileno). Cada uno de los periódicos nombrados tuvo una singularidad ideológica que determinó sus sesgos editoriales.
La muerte desde las cifras
Durante el siglo XIX y parte del XX, las estadísticas de la mortalidad infantil causaron problemas en las instituciones responsables de establecerlas: la Iglesia católica y, desde 1884, el Registro Civil.5 En efecto, su disparidad provocó diferentes interpretaciones sobre el fenómeno y cómo solucionarlo.6 Médicos, políticos y periodistas reconocieron la gravedad del hecho en el país que lo situaba entre uno de los más afectados en el mundo.
“Chile un cementerio”, “Estadística desconsoladora” o “La India en Chile” fueron algunos titulares grandilocuentes que reprodujeron la magnitud de la mortalidad infantil. Otras noticias, como la titulada “Ocupamos un lugar muy superior de las ciudades que tienen mayor mortalidad en el orbe entero” (Mortalidad, 7 ene. 1905, p.8), estaban respaldadas con datos de la Oficina Central de Estadísticas y comparaba los indicadores capitalinos con los de otras metrópolis.7
El doctor Adolfo Murillo miró con recelo las ciudades transformadas, metafóricamente, en cementerios. Era partidario de utilizar “el grueso escalpelo del anatomista, ya que no se necesitan disecciones prolijas, porque la llaga es grande y asquerosa” (Murillo, 1896, p.9). Heredero del paradigma “atmosférico”, no comprendía cómo Santiago, con su buen clima y ubicación, compartía cifras con ciudades africanas y asiáticas.8 En el mismo sentido, la médica Eloísa Díaz (1906) comparaba la mortalidad chilena con la de los países epidémicos y más insalubres del planeta.
La mortalidad infantil en proporción a la mortalidad general en el decenio 1858-1868 fue de 57,6% ascendiendo entre 1869-1879 a un 62,5% (La mortalidad…, mar. 1875, p.340). Con posterioridad, el médico Carlos Sommers (1896, p.373) publicó los porcentajes de párvulos muertos en 1892, 1893, 1894 y 1895 que fueron, respectivamente, 52, 53, 54 y 49 por ciento.
Otros datos mostraron un porcentaje también alto de la mortalidad infantil en relación a la mortalidad general (entre un 65 y 70%), es decir, siete de cada diez muertos fueron niños entre 1860-1863 (Tabla 1). Durante esos años la población santiaguina aumentó continuamente y con eso la mortalidad. El crecimiento natural poblacional se detuvo, comportamiento típico de los regímenes demográficos tradicionales (Chaunu, 1982; Lindón, Hiernaux, 2006; Sánchez, 2008).
Tabla 1 : Relación entre mortalidad general e infantil (menores de 7 años) en la Provincia de Santiago (1860-1883)9
Año | Población general | Población menor de 7 años | Mortalidad general | Mortalidad infantil | Proporción |
---|---|---|---|---|---|
1860 | 159.968 | 27.514 | 6.452 | 4.822 | 75% |
1861 | 161.908 | 27.848 | 6.793 | 4.357 | 64% |
1862 | 163.300 | 28.187 | 5.680 | 4.393 | 77% |
1863 | 165.312 | 28.433 | 6.581 | 5.153 | 78% |
1864 | 166.571 | 28.650 | 6.828 | 5.245 | 77% |
1865 | 168.462 | 28.975 | 6.452 | 4.974 | 77% |
1866 | 170.247 | 29.282 | 5.852 | 4.513 | 77% |
1867 | 173.093 | 29.772 | 5.702 | 4.395 | 77% |
1868 | 175.916 | 30.257 | 5.262 | 3.832 | 73% |
1869 | 179.562 | 30.884 | 7.438 | 5.872 | 79% |
1870 | 180.992 | 31.130 | 5.724 | 3.972 | 69% |
1871 | 184.753 | 31.777 | 6.201 | 4.531 | 73% |
1872 | 188.062 | 32.346 | 7.339 | 5.186 | 71% |
1873 | 190.086 | 32.694 | 6.943 | 5.027 | 72% |
1874 | 193.197 | 33.230 | 6.658 | 4.450 | 67% |
1875 | 195.967 | 33.706 | 7.324 | 5.151 | 70% |
1876 | 198.014 | 34.058 | 8.316 | 5.731 | 69% |
1877 | 199.215 | 34.265 | 6.822 | 4.803 | 70% |
1878 | 201.592 | 34.674 | 7.709 | 5.163 | 67% |
1879 | 203.073 | 34.928 | 7.299 | 4.987 | 68% |
1880 | 205.498 | 35.345 | 8.601 | 6.273 | 73% |
1881 | 206.512 | 35.520 | 6.744 | 4.777 | 71% |
1882 | 210.115 | 36.140 | 7.314 | 5.150 | 70% |
1883 | 212.829 | 36.606 | 7.256 | 5.739 | 79% |
Fuente: tabla elaborada a partir de los registros parroquiales sistematizados por el doctor Ricardo Dávila Boza (1899, p.277-294).
Entre 1856 y 1904 el alto índice de niños nacidos y muertos fue una tendencia. Los fallecidos superaron a hombres y mujeres siendo casi la mitad del total de las muertes mensuales (Gráfico 1). La serie muestra cotas bianuales altas seguidas por descensos. Algunas de esas cotas se explican por la ocurrencia de brotes epidemiológicos violentos, por ejemplo, alfombrilla (1866), cólera (1866) y peste bubónica (1904-1907), todas ocurridas en medio de las enfermedades endémicas (viruela, tisis, fiebres). Entre abril y septiembre la mortalidad infantil tendió a disminuir; entre octubre y marzo mostró signos de aumento, según los médicos, a causa de las enfermedades estomacales estivales. Éstas, a diferencia de las respiratorias invernales, cobraron mayor número de víctimas. Es probable que la cota de noviembre de 1900, superior a los 1.800 fallecimientos, a pesar de un brote de alfombrilla, fuese producida por un error tipográfico del Registro Civil.

Fuente: elaboración de los autores basada en los cuadros mensuales publicados en la prensa de la época (principalmente El Ferrocarril) con datos de las parroquias (hasta 1883) y del Registro Civil (desde 1884).
Gráfico 1 : Mortalidad mensual en el Departamento de Santiago (hombres, mujeres y niños, ene. 1856-nov. 1904)
El Boletín de Higiene y Demografía fue una publicación médica que entregaba una estadística mensual sobre causas de la mortalidad, su impacto etario diferencial y el origen legítimo o ilegítimo del nacimiento de los difuntos. De acuerdo con el Boletín se puede sostener que la mortalidad de niños menores de un año en relación al total fue constante durante los primeros años del siglo veinte, bordeando siempre el tercio (Tabla 2). Hipotéticamente, sumadas a esas cifras los muertos entre uno y siete años, el resultado sería similar al expuesto en la tabla anterior con porcentajes de muerte cercanos al 70%.
Tabla 2 : Relación entre la mortalidad general y defunciones de menores de un año
Año | Mortalidad general | Mortalidad hasta 1 año | Porcentaje |
---|---|---|---|
1898 | 11.639 | 3.818 | 33% |
1899 | 11.551 | 3.969 | 34% |
1900 | 15.950 | 6.087 | 38% |
1901 | 11.534 | 3.978 | 35% |
1902 | 10.358 | 3.492 | 34% |
1903 | 10.035 | 3.536 | 35% |
1904 | 10.965 | 3.562 | 33% |
1905 | 13.751 | 4.425 | 32% |
1906 | 12.142 | 3.746 | 31% |
1907 | 11.285 | 3.936 | 35% |
1908 | 13.074 | 4.902 | 38% |
1909 | 17.773 | 4.636 | 26% |
1910 | 16.262 | 4.528 | 28% |
1911 | 13.551 | 4.452 | 33% |
Fuente: elaboración de los autores a partir de los datos mensuales entregados en Del Río (1898-1911).
Hasta la creación del Registro Civil, los párrocos enviaban mensualmente a las intendencias un informe demográfico que el oficial de estadística trasladaba a la Oficina Central de Estadística. En ocasiones lo olvidaban impidiendo “formar un cómputo exacto del movimiento de población en nuestro departamento” (Movimiento…, 7 jul. 1856, p.3), produciendo una discontinuidad numérica de los fallecidos. Las publicaciones evidenciaron esas faltas dificultando una panorámica del fenómeno, máxime porque en los curatos “la estadística deja mucho que desear” (Mortalidad…, 18 dic. 1882, p.2). Los curas – sobre todo rurales – debido a sus múltiples obligaciones administrativas descuidaban las anotaciones de los nacimientos y muertes. A ello se sumó la práctica del abandono del cuerpo muerto impidiendo la producción de documentación válida sobre el difunto.
El Registro Civil no superó esos problemas, debido a que un porcentaje importante de nacidos no fue inscrito en la institución (Chile…, 18 sep. 1908, p.7). Otra cosa sucedió con las muertes, que necesariamente debían inscribirse para inhumar los cuerpos. De ese modo, el número de defunciones tuvo una cierta correlación con la realidad. El doctor Adolfo Murillo (1896, p.7) señaló: “las cifras de mortalidad tan desconsoladoras, no están distantes de la verdad; porque recurriendo a los antiguos anuarios, cuando el registro se llevaba por parroquias y no por circunscripciones, siempre la mortalidad urbana fue considerable”.
Los trámites de las sepultaciones infantiles en el Registro Civil debían contar con dos testigos de la muerte (Anguita, 1913; Chile, 16 jul. 1884). La ausencia, entre éstos, de un médico que comprobase la defunción suscitó críticas. El médico Emilio Croizet (1913, p.5) juzgó: “no podemos establecer un tanto por ciento más o menos preciso, por cuanto los informes obtenidos por nuestra Oficina Central de Estadística son sumamente incompletos, ya que en miles de casos viene la declaración de muerte sin informe médico y solamente con dos testigos tal como lo permite la ley”.
Por esas razones, la estadística padeció errores que desconocían científicamente las causas de las muertes. Para mejorarla, el médico Alejandro del Río propuso la institución de médicos comprobadores de defunciones en Santiago y Valparaíso con lo cual posibilitaba “no solo precisar las causas de muerte y edad de los fallecidos bajo un criterio fijo y uniforme, sino hacer caer la sanción de la lei sobre las personas que no hubieran cumplido, respecto de los fallecidos, la obligación de inscribir los nacimientos dentro de los treinta días siguientes a su ocurrencia” (La mortandad…, 29 dic. 1902, p.6).
Esta medida tuvo gran importancia. En el plano jurídico permitió iniciar investigaciones para descubrir homicidios e infanticidios, así mismo permitió la constitución de la medicina legal. En lo político, la demografía facilitó la adopción de medidas contra epidemias. En lo médico, el conocimiento de enfermedades recurrentes y mortales mejoró los tratamientos y, por último, el estudio de los cuerpos inertes mejoró la comprensión de las causas de la muerte.
Las causas materiales de la mortalidad infantil
Variadas conjeturas fueron establecidas para explicar las cifras altas de la mortalidad infantil en Santiago. La referida a los aspectos materiales de la sociedad se centró en la insalubridad urbana, en general, y en la insalubridad de las viviendas y el estado de los hospitales, en particular.
Los nacimientos en los conventillos, conjuntos habitacionales pobres pensados como “inmundas mazmorras” (Mortandad…, 2 dic. 1904, p.1), determinaban toda la trayectoria de la vida. El médico Enrique Deformes (30 nov. 1911, p.5) criticó la pésima calidad de esas construcciones sin ventilación, luminosidad, agua potable y alcantarillado. En esas “pocilgas” – escribió – “se siente el olor infecto producido por la acumulación de las inmundicias, por el desprendimiento de los vapores que brotan del suelo”.
Juicios médicos similares catalogaron los conventillos de indignos incluso para comunidades salvajes (Sierra, Moore, 1895, p.9), al paso responsabilizaron al aire de las numerosas muertes de niños quienes eran los más perjudicados por ese “bárbaro sistema de habitación” (p.11). El médico Ángel Sanhueza sostuvo la necesidad de vivir en un medio con aire puro y fresco, disponiendo durante las noches, por lo menos, de veinticinco metros cúbicos para una buena oxigenación sanguínea. Atacaba, además, la “acción perniciosa de la habitación insalubre [que] se hace sentir especialmente en los niños” (Sanhueza, 24 feb. 1917, p.13).
Para el ingeniero Ismael Valdés Valdés (1918, p.269) apremiaba higienizarlos puesto que estaba demostrada su influencia en la salud y moral de los niños. Se debía optar por un modelo habitacional que tuviese amplitud “en vez de acumularse en una sola pieza [con los] animales”. El temor de la elite a estas formas de vida guardaba relación con la alta tasa de fallecimientos prematuros, pero también con la promiscuidad entre humanos y animales “en medio de una contaminación total, aniquiladora del cuerpo” (Faltan…, 2 nov. 1906, p.5). De modo similar, la médica Cristina Aburto (1914, p.40) describió la convivencia de grupos familiares numerosos donde las enfermedades se reproducían rápidamente, como la viruela, perjudicando a los niños quienes “por su delicada constitución son incapaces de resistir”. Esa enfermedad no se declaraba en las actas de defunción para evitar la desinfección de las habitaciones.
El aumento de la población inmigrante hacia Santiago demostró la precaria infraestructura habitacional y con ello la improvisación de medidas al tiempo que la mortalidad infantil ascendía (Altamirano, 1895; Urmeneta, 1984; De Ramón, 1990). Uno de los factores eran las acequias – conocidas localmente como “Ganges” en alusión al río de la India – para arrojar desechos orgánicos. Durante las epidemias, se rebasaban inundando calles y habitaciones con “desperdicios asquerosos” (Las acequias…, 29 sept. 1900, p.1). En los conventillos, “el agua cenagosa entra a las habitaciones o se empoza en los patios mal conformados” (p.1).
Ante estos hechos, en 1902, el Consejo Superior de Higiene Pública envió al Ministerio del Interior una nota describiendo los problemas de la red de acequias. La obra presentaba paredes defectuosas que permitían la filtración de excremento “que infesta el suelo de la ciudad” (Alcantarillado…, 30 dic. 1902, p.1). A ese problema se agregaba una corriente fluvial lenta que favorecía el depósito de “légamo putrescible” (p.1). Los médicos Sierra y Moore (1895, p.8) notaron la urgencia de sustituir el sistema de acequias por un moderno servicio de alcantarillas el que disminuiría el número de muertos y el deterioro de la salud infantil.
Los hospitales también presentaron problemas. En la mayoría de los casos, esos lugares atendieron a enfermos agonizantes. Los tratamientos y operaciones, debido a la aparición de infecciones, en casi la generalidad de los casos, concluían en la muerte. Los establecimientos médicos de beneficencia adolecían de materiales y especialistas para la atención de enfermos. La deficiencia económica de esos centros obligaba enviar a las comisarías de policía a quienes buscaban asistencia médica pública pues allí recibían “los más elementales cuidados” (La mortalidad…, 15 sept. 1916, p.10).
La pediatría tenía un escaso desarrollo, con lo cual las enfermedades infantiles no podían ser comprendidas en su complejidad. A esto se sumó la resistencia a la visita médica que ponían padres y menores. Una observación recurrente en los registros consideró “el pequeño número de niños que concurre a los hospitales, a causa, probablemente de no haber en estos establecimientos departamentos especiales para su asistencia” (Anuario…, 30 oct. 1874, p.1).
Las situaciones descritas impusieron la reorganización de las instituciones de saber médico. De ese modo se tuvo una mayor recepción de los avances médicos en un campo científico en conformación (La mortalidad…, 6 ene. 1908, p.3). En 1917, la Facultad de Medicina y Farmacia envió una carta al Ministerio del Interior proponiendo mejoras en el servicio de hospitales y la sustitución del reglamento orgánico que regía desde 1886. La facultad sugirió que “uno de los dos administradores del establecimiento fuese médico [ya que] los múltiples servicios necesitan ser organizados y vigilados por una persona que tenga la suficiente preparación técnica” (Organización…, 8 ago. 1917, p.12). Tales progresos dieron cuenta cómo desde la comunidad médica se estaba modificando la finalidad de los hospitales que, aparte de asilar, debían sanar a los pacientes para regresarlos sanos a la sociedad.
Las causas morales de la mortalidad infantil
Las conjeturas de orden moral para explicar la mortalidad infantil tuvieron una presencia importante en el discurso médico. Una primera característica de éstas fue su relación con la legitimidad o ilegitimidad al nacer. En rigor, desde 1884, el requisito para ser hijo legítimo era haber nacido dentro de un matrimonio civil y eclesiástico. En los hechos, el 50% de los casos de mortalidad infantil correspondían a la categoría ilegítimo,10 situación que permitió al médico Federico Puga (1 feb. 1909, p.1) opinar en los siguientes términos: “si hubiera de juzgarse … la inmoralidad de un país por la cantidad de sus hijos ilegítimos, ningún país habría más inmoral que Chile”.
Durante el Congreso de Protección a la Infancia de 1912, el médico Víctor Körner (1913, p.138) comentó la diferencia de mortalidad entre niños legítimos e ilegítimos, la que en el caso de los últimos era “mucho mayor”. Aburto (1914, p.13) iba más allá: “el niño ilegítimo que en nuestra clase baja es un ser generalmente engendrado bajo la influencia del alcohol, al nacer, desde luego, carece de padre, y la madre, que tampoco ha cedido por amor, en muchísimos casos abandona este hijo que para ella representa una pesada carga”.11 Para la médica, además, la pertenencia al pueblo era sinónimo de ignorancia, alcoholismo, degradación física y criminalidad.
Una segunda característica de las causas morales fue su asociación – sobre todo en la prensa – con el alcoholismo. Por ejemplo una nota aseveró: “se sabe que la embriaguez se desarrolla i crece en proporción aterradora i es un hecho que la mortalidad de niños pobres es una de las mayores del mundo” (La enseñanza…, 22 feb. 1895, p.1). Para los medios, los padres alcohólicos tenían niños raquíticos y débiles o, dicho de otro modo, los vicios hacia esas bebidas causaban “los partos prematuros … de estos niños débiles” (Melfi Demarco, 1907, p.39). Otro articulista enfatizó la diferencia entre los niños pobres y ricos (Mortalidad…, 13 nov. 1862, p.3). Por último, el alcohólico era pensado desde la elite periodística como un dilapidador de recursos, destructor de la familia, delincuente potencial y culpable de la degeneración racial. En síntesis, la mortalidad infantil fue pensada en términos de enfermedad social vinculada a otra de carácter epidemiológico. Prensa, médicos y políticos estigmatizaron a los pobres atacando el campo sexual. Los segundos intentaron explicar la baja tasa de muertes de niños causadas por la sífilis debido al ocultamiento de la “deshonrosa” enfermedad realizada por las madres. Se cerraba así el círculo de la culpabilidad: el ethos de hombres y mujeres populares sostenía la alta mortalidad infantil santiaguina.
Las causas culturales de la mortalidad infantil
Algunos especialistas criticaron con dureza las prácticas culturales maternas relacionadas con la alimentación y la higiene infantil. En el esquema patriarcal dominante en el Santiago del cambio de siglo, la vigilancia de los niños era tarea de mujeres, puesto que los padres pensaban que ello era actividad femenina (Sierra, Moore, 1895, p.18). La médica Aburto (1914, p.18) se oponía, por ejemplo, a la sustitución de la leche materna por otros alimentos que dañaban los órganos intestinales de los neonatos, “por la absoluta ignorancia de las madres”. Por entonces era costumbre reemplazar la leche materna por alimentos sustanciosos como los caldos, ulpo y legumbres que, supuestamente, “fortificarían el organismo” (Algunas…, 1867, p.20).
Por otro lado, las vestimentas infantiles de invierno eran insuficientes. Desde la cultura se mantuvo la idea que a los niños era mejor acostumbrarlos desde pequeños al frío (Sierra, Moore, 1895, p.14).12 ¿Conviene abrigar a los niños? se preguntó un periódico a finales de los años 1880 reafirmando la popular idea que el poco abrigo fortalece a los niños porque disminuía los catarros y las pulmonías (Higiene…, 23 mar. 1889, p.1).
Ante ambas situaciones relacionales entre padres y niños – alimentación y cuidados – el médico Enrique Deformes (30 nov. 1911, p.5) acusó el desconocimiento sobre higiene en las madres, especialmente en las relacionadas con la crianza “causa esencial de un gran número de afecciones graves que producen la muerte del recién nacido”. Esta ignorancia, agregó, originaba otros hechos que ponían en riesgo a los menores: entrega a nodrizas, alimentación artificial, resistencia a las vacunas, descuido ante afecciones contagiosas e indiferencia de los padres ante la enfermedad. Ricardo Dávila (1899, p.345), por su parte, cuestionó la pobre atención dedicada por aquellos a los niños, recordando que “nunca se les ocurre siquiera echarlos a la cama”.
Los curanderos y sus remedios también fueron responsabilizados de la alta mortalidad infantil. Los modos de pensar la enfermedad y la salud se demorarían décadas en modificarse culturalmente. El pueblo santiaguino prefirió asistir donde esos especialistas antes que visitar médicos profesionales. Cuando las enfermedades eran demasiado persistentes y arriesgaban la vida de la persona se acudía a los hospitales.
La curandería fue ejercida por conocedores de las tradiciones atávicas y de la magia, y contó con la reprobación de los médicos quienes se opusieron a ese conocimiento seudocientífico. Además, los acusados de “hechicería” – personas ignorantes, inhumanas y aprovechadoras del pueblo – disputaban a los científicos su campo profesional. A esto se sumó un desconocimiento y miedo de la población hacia los tratamientos médicos para niños, relacionado con las dificultades para “acertar con el diagnóstico en las enfermedades de los párvulos; pues se opone a ello la imposibilidad de hacer un examen prolijo, por el miedo que ellos tienen al galeno, [a quien] le falta poder informarse por boca del mismo del lugar de las dolencias” (Algunas…, 1867, p.22). Algunos padres no llevaban sus niños a las consultas médicas, diagnosticando el especialista en base a lo descrito por los adultos.
Construir y legislar para la salud infantil
La élite médica, política y periodística señalaba que el estancamiento demográfico de la ciudad tenía sus causas en la mortalidad infantil. Por ello comenzó a desarrollarse un discurso razonado sobre la necesidad de un hospital exclusivamente para niño, pues el Hospital San Juan de Dios solo contaba con setenta camas para este tipo de pacientes. Una experiencia pionera había sido efectuada por la Sociedad Protectora de la Infancia, la cual permitió que en 1899 las muertes infantiles disminuyesen en trescientas. Esa cifra era “un poderoso argumento a favor del hospital de niños” (Hospital…, 13 sept. 1900, p.2). Para los médicos “la única manera real y eficaz de combatir la horrenda mortalidad de párvulos … es la fundación de ese hospital” (Dávila, 7 oct. 1900, p.1).
Seis años después un comité de señoras planteó el objetivo de construir el primer hospital de niños del país. Su tarea inicial fue constituir una comisión para colectar fondos entre la clase alta y el comercio. Además solicitaron apoyo parlamentario para obtener respaldo del gobierno. De gran necesidad fue conseguir la concesión de un terreno donde instalar el recinto, así como más recursos (El hospital…, 13 mayo 1905, p.5). Paralelamente, se pensó que el traslado del manicomio a un edificio nuevo solucionaría la falta de espacio para la atención infantil. El lugar tenía ventilación y se vería favorecido por “grandes patios, buen aire y mucho sol” (Hospital…, 13 sept. 1900, p.2).
Finalmente, en 1912 se construyó un hospital de niños, con los fondos legados por Manuel Arriarán, en la calle Santa Rosa sobre una antigua propiedad de Eduardo Matte adquirida por la Junta de Beneficencia de Santiago. Fue administrado por el expresidente Germán Riesco, secundado por los médicos jefes Alejandro del Río y Alfredo Commentz. La especialización en Europa de los últimos hizo pensar que el centro médico sería “uno de los mejores de la capital [y llenaría] una necesidad … reclamada en Santiago” (El nuevo…, 13 nov. 1912, p.1). Como lo describió un diario de esa capital, el hospital de niños era de material sólido con “salas amplias, bien ventiladas y con bastante luz” (p.1), incluyendo parques y jardines que atraerían a los niños que ingresasen para tratarse (Commentz, 1918).13
Los proyectos y discusiones legislativas para disminuir las causas individuales de la mortalidad se extendieron por décadas, acusando la esterilidad de la clase política en la materia. Solo en 1904 comenzaron los debates de una ley que salvaguardase la niñez. El tema de la infancia se había transformado en materia política. Las posiciones giraron en torno al castigo con penas de cárcel por el abuso de niños, la obligación al trabajo forzado, la inducción a la mendicidad y la explotación. Los niños, como sujeto social, gozarían en teoría de la protección legal del Estado. No obstante, se debe destacar que la discusión se centró en el trabajo infantil, no considerando la mortalidad de los menores de un año. Todo esto demostró una valorización hacia la vida infantil, su educación formal y una protección para, como se intituló la ley, la infancia desvalida (Chile, 1912).
Consideraciones finales
Esta investigación analizó históricamente la mortalidad infantil, fenómeno inscrito en la denominada “cuestión social” chilena y que para superarla, durante 1860 y 1914, produjo una serie de discursos sociales sobre sus causas y estrategias.
El proceso de construcción de una medicina dedicada a la infancia se ha explicado como parte de la elaboración de conocimientos, entre los que participaron múltiples figuras, por ejemplo, los médicos, los curanderos, las mujeres y los infantes, así como un amplio espectro de argumentos que circularon sobre estos saberes. De ese modo, los fundamentos históricos de la pediatría no se pueden explicar solo por una visión de los doctores, sino que adquiere un significado más extenso; expresa las discusiones y los intercambios de argumentos sobre los tratamientos a los pequeños pacientes.
En el caso de la mortalidad infantil, la finalidad de esta investigación no pretende agotar un espacio de trabajo en el país, más bien trata de instalar nuevas interrogantes sobre esta temática, entre ellas: la constitución de una estadística uniforme y una nomenclatura sobre la niñez, los vínculos entre la maternidad-infancia y las transformaciones urbanas que mejoraron las condiciones materiales, entre otras temáticas. Nuestro análisis estuvo centrado en el conocimiento médico y su proyección a través de la prensa. El estudio se propuso describir detalladamente el fenómeno en base a publicaciones periódicas que observaron la mortalidad infantil con criterios moralistas. La elite productora de esas ideas se asignó la tarea de modificar las costumbres populares que en su lectura de los hechos fueron principales causantes de la catástrofe demográfica.
Las estadísticas, tanto eclesiásticas como civiles, a lo largo del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, atraviesan un proceso de mejoramiento en la recolección de los registros, procesamiento de la información y clasificación de los datos. A pesar de los errores, las críticas y las omisiones en las cifras, los argumentos de los facultativos, los médicos y publicaciones en la prensa coinciden en que Chile presenta una situación desconsoladora, siendo uno de los países con las más elevadas tasas de mortalidad a nivel mundial. Esta situación se modifica a inicios del siglo XX, con la aplicación de la clasificación de Bertillón; su contribución permite clarificar las causas de muerte, por lo tanto, mejorar los tratamientos y legitimar la instalación de una nueva especialidad médica dedicada a la infancia.
La medicina moderna, sostenida en los principios binarios de las costumbres civilizadas o barbáricas, construyó un discurso científico sesgado contra el pueblo. Según su argumentación, los menores fallecían por su condición de niños ilegítimos, por el alcoholismo de sus padres y por los malos cuidados de sus madres, entre otros problemas relacionados con la alimentación y el cuidado en general durante los primeros años de vida. Con este saber se reafirmaba un tipo de familia tradicional, pero no se disminuía el indicador de mortalidad.
La mortalidad infantil dio cuenta de los conocimientos médicos de la época, dominados por el paradigma “atmosférico” que explicó comportamientos de la salud en función del clima. Otra característica de aquellos fue la disputa con los curanderos, la inexistencia de médicos especialistas en la salud de los niños y los temores populares hacia los tratamientos científicos.
La complejidad de la situación demográfica infantil hizo que las autoridades políticas debiesen encarar el problema con nuevas fórmulas. De ese modo se pensó que la educación de los niños del pueblo, a través de la escuela, sería una alternativa viable. Lo mismo con el apoyo de la prensa, medio de comunicación proclive a formar opiniones públicas referidas al cuidado de la salud de los más pequeños. Dos grandes avances se lograron al finalizar la etapa de estudio: la creación de la ley sobre protección a la infancia desvalida (1912) y la inauguración del Hospital Manuel Arriarán (1913).
Para finalizar, se debe considerar que la construcción de un problema historiográfico se encuentra en configuración permanente, por lo que la búsqueda de nuevas interrogantes y líneas de análisis resultan fundamentales. Esto conlleva que las propuestas de trabajo debiesen tener en cuenta las discusiones y las definiciones sobre lo que se requiere para visualizar las situaciones que incidieron en la infancia en el cambio de siglo XIX-XX, lo que abriría campos de estudio y vinculaciones con otras disciplinas, tanto a escala local como regional.