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Repensando la comunidad política en momentos de incertidumbre: ideas políticas en la prensa peruana durante la ocupación chilena (1881-1884)1 1 El artículo se inscribe en el proyecto FONDECYT REGULAR 1160415.

Repensando a comunidade política em tempos de incerteza: ideias políticas na imprensa peruana durante a ocupação chilena (1881-1884)

Resumen:

A fines del siglo XIX, mientras se efectuaba la ocupación militar por las fuerzas chilenas en algunos sectores del territorio peruano, varias facciones políticas de ese país debatían en torno a la definición del camino para salir de la crisis. Para la solución de dicha crisis política y social, se presentan dos alternativas ideacionales a elegir: la “guerra a muerte” o la búsqueda de la “paz”. Esta elección forzaría a los actores a redefinir su idea de comunidad política. De ahí que este artículo busca reabrir este debate, colocando especial énfasis en las ideas políticas como mapas orientadores para los actores políticos en momentos de incertidumbre, considerando que este periodo se caracteriza por su escenario dinámico y cambiante, uno en el que los actores contaban con información parcial y contradictoria, y en el que una “estabilidad contingente” y frágil es el fundamento de su construcción. Para esta investigación se utilizaron periódicos que circularon durante este breve periodo como fuente de información. Finalmente, se concluye que la idea de búsqueda de la “paz” logró imponerse sobre la idea de “guerra a muerte”, la que se construyó sobre un pensamiento republicano.

Palabras claves:
Ideas; Guerra; Prensa; Comunidad política

Resumo:

No fim do século XIX, enquanto a ocupação militar era feita por forças chilenas em alguns setores do território peruano, várias facções políticas do país discutiam um caminho para sair da crise. Como solução dessa crise política e social, são apresentadas duas alternativas ideais: a guerra à morte ou a busca pela paz. Essa opção significaria forçar os atores a redefinirem a ideia de comunidade política. Este artigo, portanto, visa rever esse debate, dando especial ênfase às ideias políticas como mapas para os atores políticos em tempos de incerteza, considerando que o período foi caracterizado pelo cenário dinâmico e mutável, em que os atores tinham informações parciais e contraditórias, e no qual uma frágil “estabilidade contingente” fundamenta sua construção. Para esta pesquisa, foram utilizados jornais que circularam durante esse breve período como fonte de informação. Por fim, conclui-se que a ideia de buscar a paz conseguiu se impor à de guerra até a morte, construída sob um pensamento republicano.

Palavras-chave:
Ideias; Guerra; Imprensa; Comunidade política

Introducción

Mucho se ha escrito sobre el ejercicio de abstracción que la clase política y letrada peruana realizó después de la dolorosa derrota sufrida en la guerra. Sin embargo, se olvida que durante el desarrollo del mismo conflicto, mientras el Perú se fragmentaba por la ocupación chilena y disputas internas, surge un debate que invitó a reflexionar sobre dos cuestiones: patria y el significado del patriotismo.

La crisis social y política que se generó durante la ocupación chilena se convirtió en un catalizador para definir cuál era el camino para sacar al Perú de su trágico estado. El fracaso de la dictadura de Piérola en la contención del Ejército chileno provocó cuestionamientos a la legitimidad de su poder, obligando, al mismo tiempo, a redefinir la idea de república, de patria y lo que se entendía por “amor a la patria”, tal como debía ser canalizado el patriotismo en estas circunstancias de crisis institucional y incertidumbre política, forzando los actores a repensar la comunidad política.

Por esto, consideramos de importancia revisar el debate de los diferentes actores y facciones peruanos plasmados en la prensa durante la ocupación chilena de 1881-1884, en el contexto de la denominada Guerra del Pacífico. En este sentido, se propone que la ocupación en parte del territorio peruano significó la apertura de un debate público que buscó establecer los problemas políticos e institucionales que arrastraron al Perú a una crisis interna, aportando un conjunto de ideas y posibles soluciones para salir del estado de desintegración política y social originado en medio de un conflicto con una nación extranjera.

En este debate se responsabilizó a las luchas fratricidas y partidistas del desplome institucional y social del Perú, invocando un lenguaje republicano asentado en el imperio de la ley y la autoridad como camino para superar la crisis. Se ha definido esta etapa de la guerra como el “momento hobbesiano” del Perú: el encontrarse invadido con permanentes enfrentamientos al interior de su territorio, con una institucionalidad política derruida, lo que trajo consigo un desorden social. Asimismo, en este desolador panorama, luego de la caída de Lima, la élite política peruana se encuentra muy dividida internamente.

Tal vez una de las primeras voces autocríticas más recordadas posconflicto es la de Manuel González Prada y su inmortal discurso del 29 de julio de 1888, en el teatro Politeama. Como parte de una actuación, destinada a conmemorar el aniversario patrio y reunir fondos para el rescate de Tacna y Arica, fueron leídas las recordadas y siempre citadas palabras: “La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo y algo de ironía; el niño quiere rescatar con el oro lo que el hombre no supo defender con el hierro [...] ¡Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra!” (Basadre, 1983BASADRE, Jorge. Historia de la República del Perú. v. 1. Lima: Editorial Universitaria, 1983., p. 156).

Las palabras de Prada se dirigieron fundamentalmente a la clase política peruana, por no haber sido capaces de sobrellevar los embates de la guerra y por haber contribuido con su mezquindad a la descomposición social y política de la nación. En efecto, es posible constatar, posconflicto, todo un debate intelectual en torno a la idea de nación y las bases del Estado peruano, considerándose a Prada como uno de sus precursores (Chavarría, 1970CHAVARRÍA, Jesús. The Intellectuals and the Crisis of Modern Peruvian Nationalism (1870-1919). The Hispanic American Historical Review, n. 50, v. 2, p. 257, 1970. Disponível em: Disponível em: https://doi.org/10.2307/2513026 02-03-2017
https://doi.org/10.2307/2513026...
; Cosamalón-Aguilar, 2008COSAMALÓN-AGUILAR, Jesus. Identidad nacional y americanismo en el pensamiento de Manuel González Prada. In: AGUIRRE, Carlos; MCEVOY, Carmen (Eds.). Intelectuales y poder: ensayos en torno a la república de las letras en el Perú e Hispanoamérica (ss. XVI-XX). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008, p. 530.; Sanders, 1997SANDERS, Karen. Nación y Tradición: cinco discursos en torno a la nación peruana (1885-1930). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997.; Galdames, Ruz y Meza, 2014GALDAMES, Luis; RUZ, Rodrigo; MEZA, Michel. Imaginario nacional en revistas de la frontera norte de Chile post Guerra del Pacífico Ariqueña (Arica, 1923) y Torbellino (Tacna, 1924). Interciencia, n. 39, v. 7, p. 490-494, 2014.). Esta mirada que responsabiliza a la élite dirigente peruana y portadora de una concepción que manifiesta una larga “decadencia” se cristalizará en la historiografía peruana con la generación del Novecientos (Puente, 1999PUENTE, José de la. La historiografía peruana del siglo XX y su aporte a la visión mestiza de la nacionalidad. Revista Histórica, p. 103-119, 1999.; Rosario, 2008ROSARIO, E. Por el devenir de un “gran paradigma nacional”: un balance historiográfico a la guerra del Pacífico. Investigaciones Sociales, n. XII, v. 20, p. 301-334, 2008.).

Sin embargo, siete años antes del famoso discurso de Prada, en plena guerra y entre tanto la apertura de la Universidad de Arequipa, Belisario Llosa también realizó una arenga de similares características (Basadre, 1983BASADRE, Jorge. Historia de la República del Perú. v. 1. Lima: Editorial Universitaria, 1983., p. 156). La reflexión sobre por qué la nación era víctima de tan críticas circunstancias y la discusión respecto los caminos más apropiados para superar este estado fueron debates que se realizaron en plena etapa de ocupación y derrumbe social y político. Lo interesante es que, durante estos breves años (1881-1884), ya se bosquejaban los primeros elementos o artefactos discursivos o retóricos, de un debate que marcó lo que quedaba del siglo XIX y principios del XX.

La historiografía chilena y peruana ha dedicado gran atención a la Guerra del Pacífico, subrayando lo fundamental de este hecho en torno a la construcción de la idea de nación y la formación del Estado. En el caso peruano, Emilio Rosario realiza un amplio balance historiográfico y plantea que la Guerra del Pacífico se ha convertido en un “gran paradigma nacional” o un “punto de quiebre” en su memoria histórica (2008, p. 302). En el balance de Rosario se plantea el rescate de las ideas que circulan durante el conflicto. Particularmente, en tanto que la ocupación chilena, se señala que no solo fue un momento que se caracterizó por el desmoronamiento institucional, sino también como una instancia de reflexión y debate sobre las causas explicativas del trágico momento y la solución al fraccionamiento político y social.

Específicamente, la historiografía ha prestado especial atención a revisar los problemas político-institucionales y sociales, junto a las estrategias de resistencia de algunos actores que emergieron a partir del conflicto en la etapa de la ocupación chilena. Si bien existen interesantes estudios sobre el Perú que ya han explorado los discursos de los diversos actores durante la guerra, estos trabajos, por lo general, examinan el periodo previo a la ocupación (Arellano, 2014ARELLANO, Juan Carlos. La Guerra del Pacífico y el americanismo republicano en el discurso bélico peruano. História Unisinos, n. 18, p. 392-402, 2014.; Chaupis, 2007CHAUPIS, José. El proyecto político de Nicolás Piérola. Historias, v. 2, 2007.; Klaiber, 1978KLAIBER, Jeffrey. Los “cholos” y los “rotos”: actitudes raciales durante la guerra del Pacífico. Histórica, n. 2, p. 27-37, 1978.; McEvoy, 2007MCEVOY, Carmen. ¿República nacional o república continental? El discurso republicano durante la Guerra del Pacífico (1879-1884). In: MCEVOY, Carmen STUVEN, Ana María (Eds.). La república peregrina: hombres de armas y letras en América del Sur (1800-1884). Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Instituto Francés de Estudios Andinos, 2007, p. 531-562.; Rubilar, 2015RUBILAR, Mauricio. Prensa e imaginario nacional: la misión social de los actores subalternos regionales durante la guerra del Pacífico. Diálogo Andino, n. 48, p. 41-53, 2015.: Ibarra, 2015IBARRA, Patricio. El Perú y Bolivia ante el general Pililo: los enemigos de Chile en las caricaturas de la guerra del Pacífico (1879-1883). Diálogo Andino, n. 48, p. 85-95, 2015.).

No obstante, se han realizado en las últimas décadas importantes aportes que abordaron el periodo que nos permiten comprender problemas y desafíos políticos, administrativos y económicos acontecidos en estos años en cuestión, apoyados en una rigurosa revisión documental (Flores, 2004FLORES, Enrique. Génesis de la campaña de Lima durante la Guerra del Pacífico (1879-1883). Boletín del Instituto Riva Agüero, n. 31, p. 195-222, 2004.; Guerra, 1991GUERRA, Margarita. La ocupación de Lima (1881-1883). v. 1-2. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú , 1991.; Huamán, 2013HUAMÁN, R. La ciudad silenciosa: algunos aspectos de la vida en Lima durante la ocupación chilena (1881-1883). Nueva crónica, n. 2, p. 395-404, jul. 2013.; McEvoy, 2006MCEVOY, Carmen. Chile en el Perú: guerra y construcción estatal en Sudamérica (1881-1884). Revista de Indias, n. LXVI, v. 236, p. 195-216, 2006.; Rivera-Serna, 1984RIVERA-SERNA, Raúl. La ocupación de Lima: aspectos políticos-administrativos. In: RIVERA-SERNA, Raúl et al. (Eds.). La guerra del Pacifico. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1984.).

Por otro lado, también se han ejecutado contribuciones desde una perspectiva de “la historia política desde abajo”, observando más bien a los sectores sociales bajos y campesinos, identificando la formación de los nacionalismos unificadores, en respuesta a la clásica tesis de Heraclio Bonilla, que más bien acentúa la idea de una fragmentación económica y social en esta época (Mallon, 2003MALLON, Florencia. Campesino y nación: la construcción de México y Perú poscoloniales. Cidade do México: Ciesas, 2003.; Manrique, 1981MANRIQUE, Nelson. Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile. Lima: Editora Ital, 1981.; Pereyra, 2007PEREYRA, Hugo. La guerra mediática: en torno a la campaña de la Breña. In CHAUPIS, José; ROSARIO, Emilio (Eds.). La guerra del Pacífico: aportes para repensar su historia. v. I. Lima: Editorial Línea Andina, 2007.).

Este debate, por cierto, permanece con la respuesta de Bonilla señalando que el nacionalismo campesino “careció de todo fundamento sólido y su emergencia como sentimiento, aunque, rápidamente disipado, obedeció al acicate de la guerra y a las extorsiones del Ejército chileno”, diluyéndose una vez finalizado el conflicto (1994BONILLA, Heráclito. Guano y burguesía en el Perú: el contraste de la experiencia peruana con las economías de exportación del Ecuador y de Bolivia. Quito: Flacso, 1994., p. 273).

De este modo, en estos trabajos se coloca especial énfasis en la cultura popular y en los discursos de los sujetos subalternos o, como en el caso de Bonilla, en la debilidad de una clase burguesa incapaz de elaborar un programa nacional burgués, desentrañando cómo los diferentes actores, en un contexto de crisis social y política, administraron la incertidumbre desde una perspectiva institucional e ideológica.

El periodo en cuestión representa un espacio temporal dominado por la más absoluta incertidumbre. Ninguno de los actores políticos o subalternos, peruanos y chilenos, contaban con parámetros o equilibrios que les permitiera predecir con certeza las consecuencias de sus actos. En este sentido, el momento de la ocupación chilena es un espacio temporal que se asimila bastante a la idea de la incertidumbre planteada por Mark Blyth (2011BLYTH, Mark. Ideas, Uncertainty, and Evolution. In: BELÁND, Daniel; COX, Robert Henry (Eds.). Ideas and Politics in Social Sciencie Research. Oxford: Oxford University Press, 2011, p. 83-104.), señalando que la estabilidad y el equilibrio no es la regla, y el cambio no es lo excepcional.

En lo que a esta línea interpretativa refiere, este es un mundo incierto, en el cual es imposible determinar el riesgo, porque los actores enfrentan un estado dinámico y cambiante, con información parcial y a veces confusa, en virtud del cual se hace complejo establecer la probabilidad, es decir, al existir este espacio de extrema incertidumbre, una “estabilidad contingente” (Ídem, p. 94-97), en la que los equilibrios y las instituciones son frágiles, las ideas se convierten en los “mapas orientadores” (Schmidt, 2011SCHMIDT, Vivien. Reconciling Ideas and Institutions through Discursive Institutionalism. In: BÉLAND, Daniel; COX, Robert Henry(Eds.). Ideas and Politics in Social Sciencie Research. Oxford: Edição dos Autores, 2011., p. 52) para enfrentar un escenario incierto.

De esta forma, las ideas son el medio sobre el cual los actores se ordenan y actúan para rediseñar el orden político con el objeto de establecer una nueva estabilidad.

A partir de esta premisa, esta investigación busca rescatar el conjunto de ideas que circularon durante el periodo, en particular a aquellas que establecen diagnóstico y solución a la crisis política y social que afectaban a la nación en aquel momento de vacilación. En tal sentido, para este estudio son fundamentales las ideas que establecen las opciones posibles para la vida política (Mehta, 2011MEHTA, Jal. The Varied Rol of Ideas in Politics: from “Whether” to “How”. In: BÉLAND, Daniel; COX, Robert Henry (Eds.). Ideas and Politics in Social Science Research. Oxford: Oxford University Press , 2011, p. 23-46., p. 33), es decir, aquellas ideas que establecen una solución al problema que aqueja a una sociedad.

Por esto, consideramos importante recoger el debate generado sobre la definición de amor a la patria y patriotismo, desplegado entre las diferentes facciones peruanas que operaban en la ocupación. La polémica en esos años se concentró en el reclamo tocante a quién era la persona o grupo indicado para dirigir a los peruanos en esta nueva etapa de la guerra. Dicha búsqueda de legitimidad obligó a los tribunos de la opinión pública a manifestar el sentido de lo que significaba el amor a la patria.

En concreto, el fundamento principal para recabar las ideas que circularon durante este periodo será la prensa de la época, siendo esta una fuente tradicional de investigación que aún permite, a partir de nuevos enfoques teóricos y metodológicos, reconstruir el contexto histórico y las ideas que circulan en el sistema político, ya que se presentan como instrumentos de propaganda, formación de opinión y contestación (Morán y Aguirre, 2008MORÁN, Daniel; AGUIRRE, María Isabel. La prensa y el discurso político en la historia peruana: algunas consideraciones teóricas y metodológicas. Investigaciones Sociales, n. XII, v. 20, p. 229-248, 2008., p. 237).

Consideramos que, a través de la prensa escrita, es posible recoger argumentos y opiniones de los principales actores o facciones peruanas en su fin de establecer las causas y las posibles salidas a la crisis. Los principios para investigar este período no son abundantes, ya que la ciudad de Lima, donde se concentraba el mayor número de la prensa peruana, se encontraba sujeta a las restricciones de la administración chilena y a la escasez de papel (Varillas, 1979VARILLAS, Alberto. Diarios y revistas y la ocupación de Lima. Revista de la Universidad Católica, v. 6, p. 107-120, 1979.).

No obstante, la opinión pública tuvo algunas voces, de las cuales es posible pesquisar la discusión a lo largo de este período (1881-1884), principalmente de las facciones civilistas de García Calderón y partidarios o adherentes pierolistas. Es posible rescatar importantes aportes en este campo, como el de Hugo Pereyra Plasencia, quien plantea la existencia de una “guerra mediática”, en su análisis a la campaña de Breña (2007). En este caso, los periódicos utilizados recogen las voces de las principales facciones políticas que disputaban el poder arguyendo su legitimidad, con el fin de liderar la salida al conflicto bélico y la disgregación política y social.

Desde este panorama, este artículo se divide en tres partes. La primera examina la polémica entre las fuerzas pierolistas y civilistas, la que se centró en definir cuál era la estrategia más adecuada para sacar al Perú del estado de desintegración generado por la ocupación. En la segunda, continuando con el debate, se advierte el intento de los actores por dilucidar el significado de patria, patriotismo y república, con el fin de definir lo que se entiende por comunidad política, en la búsqueda por despersonalizar el conflicto. En la tercera, se examinan retóricas que establecen, como mecanismo de salida, la necesidad de la regeneración de la clase política, respondiendo al diagnóstico que responsabiliza a las disputas partidarias, como causantes del caos imperante. Finalmente, se contempla una conclusión en la que se busca distinguir el lenguaje político utilizado para legitimar una salida al conflicto político.

La salvación de la patria: la guerra a muerte o la paz

Con la caída de Lima en enero de 1881, comenzó de inmediato a surgir el disenso dentro de la clase política peruana. Esto se plasmó en una guerra de palabras, en la que se realizaron acusaciones cruzadas respecto a las responsabilidades de la derrota. El primero en arrojar la piedra fue el pierolista Carlos Enrique Allende, a través de las columnas de El Eco del Misti, donde, al explicar el porqué del descalabro de Lima, declaró con furia que se había levantado el puñal de la traición. Allende relata que, en el momento en que la victoria se asomaba para las fuerzas peruanas, se proclama la caída de la Dictadura y la vuelta del orden Constitucional.

Según esta narración, la derrota había sido causada por la mezquindad de los intereses políticos y por la disputa interna, no por la fuerza del enemigo. Así, negó todo mérito a las tropas chilenas y manifestó su indignación y vergüenza: “¿Qué dirán de nosotros la América y el mundo?” (Arequipa, 26 de enero de 1881, p. 1). Finalmente, invitó a continuar con la batalla argumentando que Lima no era Perú. Más allá de ser ciertas o no sus palabras, reflejan el disenso y las desconfianzas que dominaban a la clase política peruana. A sólo días de la derrota, y antes de que comenzara la ocupación, las diferencias emergieron a la superficie, poniendo en tela de juicio la legitimidad del poder de la dictadura pierolista.2 2 Independiente de las razones que la prensa esgrimió para explicar las derrotas en las diferentes campañas a lo largo de la guerra, lo cierto es que, en las circunstancias en que se dio la campaña de Lima, le era muy difícil que el Perú saliera victorioso.

Un mes más tarde, salió a la luz el periódico El Orden, vinculado a las facciones limeñas que apoyaban a Francisco García Calderón en la presidencia, en el gobierno denominado Magdalena.3 3 Los redactores de El Orden fueron el presbítero Manuel González de la Rosa y Germán Fuentes Chávez. La palabra “orden” representaba el programa y el anhelo de este periódico en respuesta a los convulsionados y caóticos momentos por los que atravesaba la nación. En su editorial, planteó el dolor que significaba ver a millares de víctimas y la destrucción de casas y poblaciones, más allá de atribuir la culpa de este desastre a las “vergonzosas reyertas de partidos, causa verdadera de nuestra ruina”.

A su vez, El Orden diagnosticó la acefalía política y la necesidad de una “regeneración de la patria [la cual no tiene] más tabla de salvación” que en la simbólica palabra “orden”. Sólo a través del orden el Perú recuperaría su “libertad, el progreso, la independencia y la restauración de las glorias” (Lima, 26 de febrero de 1881, p. 1).

Para alcanzar dicho objetivo era necesario dejar de lado los intereses de los partidos que bloqueaban la unidad nacional. Sin embargo, este llamado a la unidad no abandonó la crítica a la dictadura de Piérola. En el número tres de El Orden se planteó como básico, para salvar a las naciones en momentos de conflictos, el respeto del principio de autoridad y de sumisión a la ley. Se trataba de restaurar el sistema republicano representativo instalado desde la época de la independencia. Así, el llamado fue volver al “imperio de la Constitución”, después de haber sido conculcados los derechos por un caudillo en circunstancias apremiantes.

El argumento planteó que la dictadura de Piérola, emergida para responder una situación de crisis y con la derrota de Lima a cuestas, había perdido toda legitimidad y caducado su propia naturaleza. La dictadura surgió por la guerra y para la guerra, con el fin de detener al invasor. Dado el fracaso, el pueblo recobraría sus derechos para definir su destino. De esta forma, el conflicto se convirtió en un momento crucial para redefinir la orientación de la nación: “La presente guerra debe ser para nosotros un crisol del que salgamos purificados de nuestros pasados extravíos” (Lima, 3 de marzo de 1881, p. 1).

La línea argumental de dicho periódico, representante de las facciones cercanas a García Calderón, respondió en cierta manera a la ingobernabilidad, que se percibía en el centro después de la derrota sufrida en Chorrillos y Miraflores. Por su parte, Piérola se vio obligado a replegarse a la sierra, dejando abandonada a su suerte a la capital limeña, que terminó siendo administrada por una fuerza extranjera.

Frente a las críticas circunstancias, la posición pierolista era la guerra a muerte. Pero esta postura era muy difícil de mantener para los limeños, ya que debían convivir y someterse a las reglas del enemigo. La necesidad de buscar una salida honrosa, que significara la expulsión definitiva, de las fuerzas chilenas del territorio peruano, obligó a los civilistas a desconocer la legitimidad de la dictadura pierolista y proponer la restitución del orden constitucional. En una situación como esta, cualquier desafección interna podría ser vista como síntoma de antipatriotismo o traición.

Por ende, la tarea pasaba por definir el significado del patriotismo. El Orden tituló una de sus columnas con el peyorativo título de “patrioterismo”, buscando negar todo espíritu patriótico a la idea de continuar la lucha por parte de los pierolistas. Los acusó de cerebros fosfóricos, alegando que había algunos que mal entendían el conflicto bélico. “Los pueblos civilizados deben diferenciarse de la de dos fieras, que se lanzan ciegamente la una contra la otra.”

Los argumentos esgrimidos buscaron restarle toda concepción civilizadora a la actitud de Piérola, denominando a sus partidarios como los “nuevos quijotes”, señalando nuevamente con desenfado: “Ya no es materia discutible que los pueblos no se hacen, como los salvajes, guerra de exterminio”, señalando que esa estrategia sólo conduce al suicido individual y social (Lima, 30 de marzo de 1881, p. 1). Según El Orden, el patrioterismo había sido encapsulado en una posición intransigente, ajena a todo espíritu civilizado, que sólo terminaría hundiendo y llevando a la tumba al Perú.

En El Porvenir de Junín, publicado en Lampa en abril de 1881, el publicista M. P. Portugal realizó un llamado a terminar con los continuos trastornos que azotaban al Perú, los que sólo menguaban los escasos elementos de vitalidad. Asimismo, invocó a la unidad política como elemento fundamental para que el Perú sobreviviera y disintió de lo planteado por El Orden al señalar que “la creación de nuevas entidades políticas significa la división del pensamiento y de la acción, es decir, la muerte de la patria”.

En las palabras de Portugal, se observa un desacuerdo en la estrategia política que debían adoptar, pero no existen diferencias en la idea de patria, pues en ambas concepciones se enfatiza como elemento fundamental la institucionalidad política. Así, Piérola se transformó en el indicado para salir del desastre en que se encontraban la patria y la unidad política (Lampa, 20 de abril de 1881, p. 2).

La polémica se instaló luego de que El Orden publicara un particular artículo titulado “Qué es patriotismo y qué es traición”, en respuesta a lo mucho que se hablaba de estos conceptos. El periódico definió al patriotismo, que se exaltaba entonces, como un romanticismo delirante, que no es sino una locura a la moda. Asimismo, afirmó que la patria éramos “nosotros mismos, los que habitan este pedazo de tierra”.

A través de estas afirmaciones, marcadas por un lenguaje político de corte más liberal, precisó que esta era representada por todos los títulos de propiedad individual y colectiva y que se anclaba sobre la base del individuo, distanciándose de la concepción más republicana, que apela al amor, a la libertad y a las leyes como clave en el significado de patriotismo (Viroli, 1999VIROLI, Maurizio. El significado del patriotismo. Revista de Ciencia Política, n. 20, p. 165-179, 1999.). Con esto, le restó todo sentido sagrado y divino, y le dio uno donde se recapitulaban todos los derechos individuales y sociales (Lima, 26 de abril de 1881, p. 1).

En otras palabras, el patriotismo se definió entonces como la conciencia del derecho por excelencia. Su noción quedó condicionada a la idea de defensa de la propiedad individual, que en su conjunto era entendida por patria. Esta era una idea racional, que invitaba a alejarse de toda irracionalidad que arrastrara sólo al aniquilamiento y el suicidio. Con la idea de patria y patriotismo, El Orden buscó arrancar toda abstracción irracional y divina que empujara a sostener el discurso que proponía la guerra a muerte.

Sus argumentos se sustentaron sobre elementos concretos, como la propiedad, para eliminar cualquier inspiración ciega y romántica que siguiera arrastrando al Perú al precipicio. Así, se destacó a la conservación como el origen de los derechos individuales, como la verdad, fuente del patriotismo que se fundaba en la justicia y el derecho, distanciado de todo fanatismo:

El patriotismo ilustrado aconseja aceptar el único medio salvador, que es la paz, y no proseguir una resistencia ilusoria, que no tendría más resultados que el final aniquilamiento de esa misma patria, cuya existencia nos preocupa en nuestro delirio de patriotismo romántico. En tales circunstancias, la razón y el patriotismo bien entendido aconsejan sacrificar el modo de ser para salvar el ser, la existencia de la Nación peruana (Lima, 26 de abril de 1881, p. 1).

El patriotismo y la idea de patria estuvieron marcados por un fuerte liberalismo, al poner su énfasis en la propiedad individual. Sin embargo, el contexto político fue mucho más decidor a la hora de explicar los argumentos esgrimidos por El Orden. Por esta fecha, Carlos Augusto Salaverry escribió una canción que manifestaba la urgente necesidad de terminar la guerra y acogerse a los dictámenes de la ley como fuente fundamental generadora de orden: “Me llamas pusilánime patriota/ Y la paz que yo invoco te avergüenza/ Porque imaginas que mi Patria venza/ Rodilla en tierra y con la espada rota” (Lima, 24 de mayo de 1881, p 1). En efecto, las facciones políticas lideras por Calderón buscaron el camino constitucional, rechazando la cesión territorial.

La disputa por la legitimidad política se sustentaba, a su vez, por la noción de patriotismo, en un contexto en que las fuerzas invasoras tenían el control de una parte del territorio nacional. Las voces pierolistas, siempre dirigidas a relacionarse con los sectores populares, publicaron en Huaraz el pasquín El Obrero de Ancash, a partir de la simbólica fecha del 2 de mayo. El artículo fue signado con el nombre de Arturo Vidal, y en él se reflexiona sobre la actual situación, además de exclamar con melancolía: “¡Extraño destino del Perú!” Asimismo, culpó a la administración de Manuel Pardo de la calamidad por la que estaban atravesando y lo acusó de haber reemplazado a la aristocracia del sable por “la del dinero, que es mil veces peor todavía”.

El Obrero de Ancash deslegitimó a la facción civilista por ser la representante de la aristocracia capitalista, acusándola de ser culpable del estado en que se encontraba el Perú. Finalmente, insistió en un discurso de unidad para enfrentar al enemigo exterior, presentado como la única salida para luego destruir la aristocracia del dinero e instituir la verdadera democracia, único orden político capaz de darle vigor a las repúblicas (Huaraz, 4 de mayo de 1881, p. 1).

La estrategia retórica y bélica a la vez para enfrentar la crisis fue apuntar a los sectores populares, construyendo un discurso clasista que instalara como antagonistas a las facciones civilistas limeñas (Ídem). En el número siguiente, El Obrero de Ancash revalidó este discurso bélico declarando: “Perdamos todo, menos el honor.” En el artículo, insistió en la idea de la culpabilidad de las facciones civilistas, pero agregó un elemento nostálgico al mencionar: “Perú, antiguo y opulento imperio de los Incas, hoy república, desfalleciente, acosada de grandes males.”

El discurso bélico pierolista, dirigido a las masas, planteaba la idea de una asamblea nacional que le diera la legitimidad necesaria para seguir actuando sobre la base del amor patrio: “Los que sean llamados a incorporarse en su seno, después que el voto espontáneo y legítimo de los pueblos haya lleno uno de sus más sagrados deberes, deben inspirarse de los verdaderos sentimientos de amor patrio” (Ídem). La unidad nacional se establecía sólo con el apoyo de los sectores sociales populares, considerados como la única fuente de legitimidad para reconstruir el orden.

Esta estrategia discursiva fue denunciada por las facciones civilistas. A través del periódico El Orden, desestimaron estas prácticas al señalar que “las masas populares se dejan seducir sin gran esfuerzo, obedecen a sus impresiones, no conocen los verdaderos intereses nacionales”. Estos intereses nacionales, explica El Orden, se concebían principalmente como el cumplimiento de las leyes y de los derechos individuales, así como la pureza en el manejo de la administración pública. Los civilistas manifestaron su desconfianza a los sectores populares por considerarlos volubles, dado su “ignorancia [que los pone a] merced de los ambiciosos”.

En este argumento, el periódico planteó que la prensa pierolista, en sus ansias de poder personales, pretendía nivelar lo que la naturaleza ha separado y destruir la jerarquía que existe. Entonces, se mencionó el temor del trastorno social, que sólo contribuiría a profundizar la crisis. El diagnóstico realizado por El Orden manifestó un dejo clasista al señalar que las clases ilustradas rechazaban el antagonismo social, que presentaba la estrategia discursiva de los pasquines pierolistas. Se develó entonces que los sectores sociales populares debían ser excluidos del nuevo orden social, porque los únicos indicados para rescatar a la patria y su orden político eran las clases ilustradas (Lima, 22 de abril de 1881, p. 1).

Al respecto, un artículo titulado “El espejo del Perú” realizó un diagnóstico de la situación y propuso una salida, planteando que era necesario aprender de las experiencias para comenzar a ser conducidos por el camino de la prosperidad (Lima, 2 de julio de 1881, p. 2). Dicha mirada autocrítica hizo un llamado a no esconderse del espejo que reflejaba la ruina y la calamidad en que se encontraba la nación, y acusó la situación de egoísmo que desunía a los pueblos, apuntando principalmente a las esferas políticas como las responsables de este desencuentro.

Por otro lado, El Orden denunció que la crisis del Perú era producto de la clase política, por ello se dirigió a sus dirigentes para alcanzar la tan anhelada alianza, que, mientras no se concretara, los tendría sumidos en el vacío. Asimismo, rechazó de plano la continuidad de la guerra promovida por los llamados partidarios de la guerra, cuyo único objeto era imponer un caudillo.

Por tales razones argüía que “no nos hablen de patriotismo los que, con apariencias belicosas y escaramuzas aisladas, no hacen sino prolongar una situación que cada día se empeora, que provoca represalias y aumenta las exigencias del vencedor”. Continúa su argumento agregando que era necesario aprender de la escuela de los enemigos: “Ellos nos han vencido, más que todo, por su unión y su paz interna, y ahora nosotros nos desgarramos en medio de la derrota” (Lima, 2 de julio de 1881, 2). El diagnóstico apuntó entonces a reconocer la enfermedad para cerrar pronto esta etapa de crisis y comenzar el renacer de la nación. Concluyó su artículo con las siguientes preguntas:

¿No es vergonzoso que, por no ceder en nuestras pretensiones personales, prolonguemos desde hace medio año un statu quo que no es paz ni guerra, pero sí es ruina y humillación de cada instante? Volveremos a preguntar: ¿pueblo peruano, adónde vas? El abismo está en torno tuyo: si te detienes a tiempo, salvarás a la patria sacrificando a un hombre; si continúas tu marcha vertiginosa, salvarás al hombre, quizá, pero sin duda la patria sucumbe. La elección no es dudosa, si nos queda átomo de buen sentido patriótico (Lima, 2 de julio de 1881, p. 2).

El patriotismo, según este periódico, alude al reconocimiento del desastre. Además, planteó como solución que la clase política tuviera la grandeza de olvidar los intereses personales y egoístas para destrabar a la nación de la desventura en que estaba sumida. En definitiva, el patriotismo significaba el cese de las disputas entre las facciones políticas, lo que debería redundar en la paz y en el reconocimiento del orden institucional que había prevalecido hasta la irrupción de Piérola en medio de la guerra.

La propuesta evidenció su carácter político al argumentar que el fundamento del orden se sostenía sobre la base del respeto irrestricto a las leyes y a la Constitución. En este escenario, cualquier acción que promoviera la guerra era calificada como quijotismo político o un romanticismo loco, fruto de la insensatez y de miradas utópicas. Es aquí donde se incluyó la concepción civilizadora: “Dado el grado de cultura a que el mundo ha llegado, no se concibe que pueblos que se llamen civilizados se dejen arrastrar por esas exageraciones fantasiosas” (Lima, 25 de julio de 1881, p. 1).

La idea era romper con ese quijotismo utópico, que alejaba al Perú del mundo civilizado, arrastrándolo al abismo. La salida política propuesta por esta facción quedó inserta en el discurso civilizador que había sido hegemónico y transversal dentro de la clase política peruana, como una arquitectura discursiva dirigida a negar toda racionalidad a la retórica bélica pierolista.

La guerra no es un hombre: la despersonalización de la guerra

El pasquín titulado La Bandera del Norte, publicado en Huamachuco, en el norte del Perú,4 4 De este pasquín solo logramos pesquisar dos números. hizo eco sobre el discurso que buscaba la paz, de modo tal que desde su editorial se desprende una crítica al egoísmo y al partidismo que habían dividido a la nación. Asimismo, en sus columnas, se plantea que “el egoísmo y las pasiones de partido dieron laureles baratos” en Pisagua, Tarapacá, Tacna y Lima. Además, invocó a no elevar más reproches, ya que el “perdón está listo para todo peruano que vuelva por sus pasos en el camino de la santa regeneración de su patria”.

La unidad fue clave para iniciar la regeneración. En ese sentido, era imprescindible olvidar a los hombres enarbolando un discurso contrario a la personalización. Dirigiendo su crítica a Piérola, dijo: “La guerra no es un hombre, es un principio, y los principios existen independientes de los hombres” (Huamachuco, 20 de agosto de 1881, p. 1). Esta afirmación apuntó a exacerbar los valores que arrancaran al Perú de la crisis moral por la que atravesaba.

Así, la guerra no debía ser atribuida a un caudillo, sino a algo más transcendente, en donde se comprometiera, decía el pasquín, “nuestra honra, el legado de nuestros hijos, la defensa de nuestra autonomía, y perezcan todos los hombres antes que todo esto que es la vida de la República”. Este sería el verdadero sentido del conflicto que se había viciado, según la editorial, por intereses mezquinos y personalistas. Dada la crítica situación, la guerra se convirtió a su vez en un conflicto moral y social, ya que para vencer “no faltan hombres ni elementos; lo que faltan son virtudes republicanas”, junto con hombres públicos que fueran “el ejemplo de rectitud frente a las miserias” (Huamachuco, 20 de agosto de 1881, 1).

El patriotismo, entonces, fue definido sobre la base de virtudes políticas, apelando a valores abstractos que debían ser representados principalmente por la clase dirigente, obligada a dar el ejemplo. A la guerra, con una nación exterior se sumó un diagnóstico interno, que señaló la existencia de una crisis moral y social a la cual también había que hacerle frente para salir del estado en que se encontraban:

Esta lucha, esta guerra, es el del bueno contra el malo en el exterior y del patriota contra el pícaro en el país. Es una guerra doble la que tienen que sostener los primeros soldados de la Patria, guerra tremenda y sin cuartel contra el logrero, el pervertido, el indigno republicano; guerra contra el chileno, el incendiario, el violador, el asesino (Huamachuco, 20 de agosto de 1881, p. 1).

Lo planteado por el pasquín sitúa el discurso nuevamente dentro de lo definido como lenguaje patriótico. La república como entidad política, forjadora del bien común y el orden en base al respeto a las leyes, fue el argumento para desvincular a la política de todo personalismo. Asimismo, la invocación de la institucionalidad política como símbolo de la restitución del orden y de las virtudes cívicas se transformó en el medio para poder deslegitimar a la política peruana de todo personalismo, en la búsqueda de la erradicación de las facciones.

La crisis moral, producto de la falta de virtudes en la clase política y en la sociedad, hizo afirmar el periódico: “Más que cartuchos, más que rifles, tenemos necesidad de moral” (Huamachuco, 20 de agosto de 1881, p. 1). Así, el lenguaje político liberal utilizado por los publicistas limeños a través de las columnas de El Orden se complementó con una mirada de carácter más republicana al invocar una moralidad cívica.

El reconocido partidario de Piérola, Carlos Allende, en Arequipa, no tardó en responder a lo planteado por El Orden y a los adeptos al civilismo, liderados por Francisco García Calderón. En un artículo escrito en el mes de julio, desestimó las propuestas de sus opositores políticos, denominándolos peyorativamente como los partidarios de la paz: “Piden la paz, firmada sobre el desmembramiento de nuestro saneado territorio.” Planteó además que también anhelaba la paz, pero se resistía a ceder parte de su territorio: “¡Que se hunda el Perú primero! Llevar el seno de la deshonra en la frente”.

Asimismo, respondió a los cuestionamientos sobre el sentido patriótico de su causa, sosteniendo la poca autoridad moral que tendrían las palabras de sus opositores: “Hoy vienen a pregonar su amor a la patria, cuando ayer no concurrieron a defenderla de los bandoleros que la asaltaron en su pacífico hogar” (El Eco de Arequipa, 6 de julio de 1881, p. 1).

La patria, en el discurso bélico pierolista, adquirió un fuerte sentido emotivo, que vinculaba el territorio como elemento consustancial de ese ideal. De esta forma, era inconcebible la declaración de paz, ya que significaba no sólo una deshonra, sino también la segmentación de lo que se consideraba como patria. El sentido de soberanía popular, como elemento legitimador del poder político, y el territorio como parte constitutiva de la idea de patria fueron partes claves del discurso bélico peruano, que se antepuso al discurso regenerativo de carácter político, propuesto por los partidarios civilistas en Lima.

La preocupación por arrogarse el ser los representantes de la patria era tal que Rubén Bustamante, partidario de Piérola, a través de las páginas de El Eco de Arequipa, publicó un artículo titulado “La patria”, en el cual recalcó la necesidad de continuar con la guerra hasta sus últimas consecuencias y agregó que las “felicidades de la patria o sus desgracias [eran] provenientes solo del cumplimiento de los deberes”.

Para finalizar la guerra “con el triunfo espléndido y completo de nuestras armas”, era necesario procurar “ahora más que nunca cumplir nuestros deberes patrios, pero con fe y entusiasmo” (Arequipa, 7 de septiembre de 1881, p. 1). La felicidad y el bien público del pueblo quedaron entonces condicionados al cumplimiento del deber. Si bien la patria no fue definida, el sentido del deber y su relación con el bien común se invocaron al reflejar los residuos de un lenguaje de tipo republicano, pero dirigido a legitimar un proyecto de carácter más bien caudillesco, muy parecido a lo acontecido en la guerra civil de 1834-36.5 5 Las palabras del Eco de Arequipa cambiaran rotundamente dado los acontecimientos que ocurrieron a partir de la muerte del presidente James Garfield, de Estados Unidos, en septiembre de 1881, que implicó un cambio de la política norteamericana en relación al conflicto, manifestando su apoyo a la paz propuesta por el gobierno de La Magdalena. Con la asunción del presidente Chester Arthur, en octubre de 1881, los representantes norteamericanos en Perú se decidieron a reconocer el gobierno de La Magdalena, liderado por García Calderón, quien mantenía su posición de no ceder territorio, manifestándose sólo dispuesto a pagar una indemnización al gobierno de Chile. Ante la intransable posición de Calderón, el gobierno chileno decide arrestarlo, en noviembre de 1881, y recluirlo en Chile. Estos acontecimientos tuvieron como consecuencia que la presidencia del Perú quedara en manos del vicepresidente, Lizardo Montero Flores, miembro del Partido Civil, quien replegó sus fuerzas y finalmente instaló el gobierno provisorio en la ciudad de Arequipa. Esto repercutió en la prensa de la ciudad, que de inmediato resaltó la necesidad de promover las “virtudes republicanas” y dejar de lado el “interés individual”. En el periódico del Eco de Arequipa se denuncia que la guerra que se estaba desarrollando no era una guerra contra el enemigo, sino una “guerra a las fortunas públicas y privada; guerra a los derechos de los ciudadanos; guerra a las instituciones y a las garantías nacionales e individuales”, lenguaje y conceptos esgrimidos en un comienzo de la guerra por las facciones civilistas que apoyaban a Calderón a través de su periódico El Orden.

Hacia fines de 1881, no se manifestaban acercamientos en el discurso de las facciones políticas peruanas civilistas y pierolistas. Piérola y sus seguidores mantenían su posición, declarando que la expulsión de los chilenos y, por consecuencia, la continuidad de la guerra era la única salida honrosa que podía esperar un pueblo como el Perú. Sin embargo, para que esta posición se mantuviera en el tiempo, claramente exigía un mínimo de consenso político, el cual Piérola no logró alcanzar.

La posición más conciliadora de Piérola se pudo sondear a través de una carta privada que se filtró a la prensa y fue publicada por el periódico oficial de la administración chilena, La Situación, con fecha del 25 de enero de 1882, y por un pasquín titulado simbólicamente como La Reacción, divulgado en la localidad norteña de Cajamarca y cuya línea editorial se oponía a la facción pierolista apoyando la posición del general Miguel Iglesias, quien procuraba la paz.

Iglesias, al comienzo de este conflicto, era partidario de Piérola y miembro del Partido Nacional, asumiendo una posicion más proclive a la paz cuando ya Piérola se separa del gobierno. En dicha carta, Piérola planteó que la “situación del Perú aterra al patriotismo”, agregando la necesaria “acción nacional y colectiva de los partidos” y asegurando, con tono esperanzador, que “hoy no queda otro medio de reconstrucción nacional” (La Reacción, Cajamarca, sin fecha, 1882).

Sin embargo, lo dicho por Piérola no causó el efecto que se esperaba, ya que fue interpretado como una nueva artimaña del caudillo para afianzar su poder. El Eco de Arequipa replicó y calificó este manifiesto como una traición, ya que tendría un “fin perverso y criminal”, tendiente a “dividir al país cuando está unificado”. La carta sería sólo una nueva estrategia de este caudillo y de “cuatro desventurados en Lima” para afianzar su poder, solamente consiguiendo “mutilar nuestro territorio y anarquizar perpetuamente a la Nación”. Por ende, se declaró al pierolismo como un “elemento de corrupción, un cadáver pestilente que envenena la atmosfera de la patria” (Arequipa, 27 de febrero de 1882, p. 1).

La superación de los odios mezquinos: la necesidad de la regeneración

La Reacción, pasquín escrito por Maximiliano Frías y Julio Hernández, hizo una crítica a Piérola, manifestando una profunda decepción por la revolución que había liderado y que prometía un verdadero cambio en la nación: “La revolución estaba ya hecha; la revolución estaba viva en los anhelos patrióticos de los pueblos; usted pidió su dirección y le fue concedida: ¿cómo cumplió el dictador las promesas del caudillo?”

Ante tal desilusión, planteó la necesidad de hacer renacer el Perú, pero con una remozada y joven clase política, ajena a los intereses y vicios que la habían llevado a la triste destrucción actual: “El edificio social se ha derrumbado bajo el influjo de los vicios de la generación que se va, de los vicios de ese elevado viejo, gastado, que durante media centuria ha venido desempeñando todos los papeles de la ruin farsea de nuestra administración pública” (Cajamarca, 13 de marzo de 1882, p. 1).

Sus palabras se dirigieron a discutir sobre esta imperiosa necesidad de regeneración política y social, aludiendo a que esta nueva etapa debía ser liderada por nuevos hombres. Entre líneas, se manifestó que el general Montero era la persona indicada para sacar al Perú de su estado, arguyendo que para ellos no importaba el nombre del caudillo, pero “si el principio político, si el credo social es el nuestro, invariable, arraigado, que profesamos la revolución social interna”.

Señaló además que resultaba imperioso decir la verdad, puesto que el pueblo peruano quería la paz, ya que “continuar la guerra con vislumbre de buen éxito es de todo punto imposible”. Sólo con esta paz la obra redentora quedaría inconclusa. Así, el discurso regenerador se transformó en un arma potente para purificar a la nación de la clase política de antaño, planteando la necesidad de que una “nueva generación tome su lugar y pueda reedificar sobre bases sólidas de justicia, de la moralidad y de progreso, el derrumbado edificio nacional”, con el fin de “sacudirnos vigorosamente de la ominosa carga de vergüenza y corrupción que sobre nuestras espaldas pesa, como legado nefando de cincuenta años de orgía política y de relajación social” (Cajamarca, 13 de marzo de 1882, p. 1).

El edificio social necesitaba nuevos líderes y leyes; había que romper con la inercia del pasado, considerada la culpable de la tragedia bélica y la crisis social. Era la juventud peruana la llamada a cumplir con esta tarea.

Por estas fechas, La Voz de Ica también salió al ruedo y manifestó su independencia tanto de las fuerzas pierolistas como de las civilistas limeñas. Según McEvoy, este periódico sería vocero oficial de las fuerzas de ocupación, destacando en este sentido que “la violencia no fue el camino exclusivo del control político” (2006, p. 212). Sin embargo, siguiendo su línea editorial, observamos que coincidió en términos discursivos con la retórica regeneradora que invoca al patriotismo como la forma para rescatar al Perú de su derrumbe.

Efectivamente, de acuerdo a lo planteado por McEvoy (Ídem, p. 212-213), revisando la línea editorial de este periódico, existiría cierta condescendencia con los intereses de las fuerzas de ocupación chilena, que contaban con un fuerte contingente en la jefatura de Ica, pero se ha incluido en esta revisión porque, a diferencia de otros periódicos, como La Actualidad y La Situación, era administrada por peruanos y extranjeros, buscando insertarse en el debate público peruano de aquella época.6 6 El periódico La Voz de Ica se encuentra en la Biblioteca Nacional de Chile — sala de microformatos — y es el único que se pesquisó por esta fecha en el Perú, existiendo nueve números para el año 1882. Este periódico aparece publicado nuevamente en marzo de 1883, con el número 50. Figura como editor y redactor Roberto Venegas Díaz, hasta el 11 de abril 1883.

Es el caso del colombiano Benito Neto, antiguo colaborador de La Patria de Lima, quien figura como autor del artículo “Nuestra situación”, en el que señaló que no era momento para recriminaciones, pero al mismo tiempo hizo un llamado para que se dejaran “las ambiciones bastardas, a los intereses mezquinos y al egoísmo desalmado que realicen sus evoluciones en tal o cual sentido criminal u odioso; pero reunamos los elementos sanos que le dan todavía al país y apresuremos la solución de la cuestión principal” (Ica, 13 de marzo de 1882, p. 1). Lo que necesita la nación, continua La Voz de Ica en este artículo, era “severa virtud, de levantado patriotismo y de fraternal resolución”.

En un número posterior, mencionó la necesidad de una buena administración para mejorar el destino de los pueblos: “La buena voluntad en los gobernantes y el noble afán por el trabajo son los poderosos elementos que mueven la palanca del progreso, que es la vida, el bienestar, el enaltecimiento social.” Sus palabras nacieron luego de observar la desolación en que se encontraban: “La localidad estaba abandonada y por sobre todo esto reinaba la anarquía, la desmoralización social, los mezquinos odios entre hermanos, la intriga y el completo desacuerdo de aquellos que más necesitaban la unión que es la fuerza y el poder” (Ica, 16 de abril de 1882, p. 1).

Este testimonio no se aleja del diagnóstico anteriormente señalado y también considera que la derrota era culpa del egoísmo y la mezquindad de la clase política. Invoca de paso la urgente paz, planteando el requerimiento de una clase dirigente acorde a las circunstancias por las que atravesaba la patria. El patriotismo entonces era el sentimiento exigido para superar los egoísmos de la clase política peruana, teniendo como norte el bien común.

Con el sentido localista que siempre manifestó, el periódico estampó el orgullo por su ciudad, la que había “sabido siempre colocarse a la altura de las exigencias de su patriotismo, que ha consultado, no con el oído del personalismo o del caudillaje, sino con el propósito recto del bien común y del interés colectivo” (Ica, 26 de abril de 1882, p. 1). En resumen, el amor a la patria se ubicaba por sobre el interés individual para entregarse al bien común, cuyo lenguaje político manifestaba en su espíritu una concepción republicana del patriotismo.

Más tarde, el rector de la Universidad de Arequipa Belisario Llosa, a través de un pasquín titulado El Álbum, reflexionó acerca de la situación de la nación y sugirió también al patriotismo como el sentimiento apropiado para salir de este desventurado estado. En sus palabras, este era un sentimiento de “sociabilidad universal” que encarnaba sus más bellas “manifestaciones en el amor a la patria”. Agregó que su nacimiento era propio de todos los pueblos, pues se originaría, en primera instancia, en la familia y el entorno en que se vivía, sentimiento confortado y perfeccionado en “la sociedad que unifica, ordena y garantiza todos los vínculos individuales en el anchuroso espacio cerrado por ríos, montañas, desiertos o líneas convencionales que se denominan nación” (Arequipa, mayo de 1882).

La ley sería entonces, agrega Llosa, la conciencia escrita de cada pueblo, que tendría por objetivo vigilar el amor patrio, en definitiva, la suma de las virtudes cívicas y los deberes, distantes de todo egoísmo y personalismo. Así, el patriotismo sería el remedio para recomponer a la sociedad peruana, víctima de una clase política fracturada por mezquindades e individualismos que habían hecho olvidar el bien común y colectivo.

El lenguaje republicano terminó imponiéndose como pensamiento y sentimiento vital para reconstruir la nación. Ya en medio de la guerra, se había reflexionado respecto a las causas de las derrotas y de la disgregación social, planteando como principal culpable a la clase política peruana. Llosa compartió esta mirada al señalar que las naciones eran, “en general, lo que son los hombres que las componen, luego es inútil empeñarse en reformar y salvar a aquellas, si primero no se piensa en reformar y salvar a estos”.

Sus duras palabras y repetidas después de la guerra por González Prada fueron parte de un debate que se originó dentro de las mismas facciones políticas, pero que, gradualmente, se fue posicionado por las voces independientes que planteaban la necesidad de una regeneración política para salvar al Perú: “Ha de emprenderse - dice Llosa - la regeneración singular para producir la colectiva” (Arequipa, mayo de 1882).

Tal fue la fuerza del debate sobre el patriotismo que, cuando se volvió a publicar El Comercio - luego de firmada la paz con Chile, en el mes de octubre, y con el gobierno interino del general Iglesias -, el tradicional periódico peruano publicó un artículo para tratar el significado del amor a la patria. En éste planteaba claramente que existía un sentido conciliador para la sociedad peruana, sosteniendo que era imposible realizar una sola definición sobre el significado de este concepto.

Para algunos, dice El Comercio, este sentimiento significaba la intransigencia y el mutismo ante la triste situación que enfrentaba la patria; otros, ante el resultado negativo de los esfuerzos, “se sacrificaron resignados en aras del deber”, demostrando “intemperancia frente a las calamidades públicas”. Asimismo, agregó que ambos se alejaban del camino a seguir. El verdadero patriotismo sería entonces aquel que se dedicaba por “completo a estudiar los males y defectos del país”, así como su administración.

A esto agregó la idea de que “uno solo el pensamiento, uno solo su deseo, una sola su aspiración: la paz, la concordia, el trabajo y la unión”. Por tanto, invitó a dejar atrás a “los instigadores de las luchas de partido”, que a esas alturas ya eran una frase añeja. El partidismo, el culpable de la devastación y el amor patrio debían ser el antídoto para esta enfermedad. Finalmente, señaló que, en esta época de regeneración, el amor a la patria debía convertirse en apoyo al nuevo gobierno que se elevaba, ya que sólo así se afianzaría la paz (Lima, 30 de octubre de 1883, p. 3).

El patriotismo republicano (Viroli, 1999VIROLI, Maurizio. El significado del patriotismo. Revista de Ciencia Política, n. 20, p. 165-179, 1999.), entendido como el amor a las instituciones políticas, fue el lenguaje utilizado para comenzar la reconstrucción del Perú, y el amor a la patria, el discurso invocado para legitimar la regeneración, tan anhelada luego de la devastación. En una proclama a los habitantes de la nación, explicando las razones que lo empujaron a firmar la paz con Chile, Iglesias señaló que, más importante aún que la firma de este tratado que aseguraba la paz internacional y liberaba el territorio nacional, era desterrar “el odio ciego de los partidos que iba a ensangrentar nuevamente el suelo de la patria”.

Agregó que la pugna entre partidos era la causante de que se alejara el porvenir y el progreso, aunque su llamado era más bien a realizar la concordia de la familia peruana para que diera muestras de desprendimiento y abnegación política. En momentos de reconstrucción nacional, la frágil institucionalidad política fue considerada el centro de la cohesión y responsable del progreso de los pueblos, por lo que el llamado de Iglesias es claro:

Pueblos del Perú, no olvidéis jamás que el respeto a la ley y la autoridad es la base primordial del engrandecimiento de los pueblos. Divididos ayer, no pudimos obtener la victoria en los campos de batalla. Entregados hoy a las luchas fratricidas, derramando sangre preciosa que no alcanzó a verter el enemigo extranjero, debilitados cada vez más, veremos mañana a la República humillada por la odiosa tiranía del desorden y fácil presa de extrañas ambiciones. Impedir la realización de este cuadro de aniquilamiento y de vergüenza es lo que me ha obligado a dar el paso de que os doy cuenta. Espero al concurso de todos para hacer práctica la unificación que es la salvación del Perú (El Peruano, Lima, 12 de julio de 1884, p. 26).

El lenguaje republicano reflejó su efectividad para actuar ante la crisis interna. El énfasis en la unificación nacional sobre la base de la institucionalidad permitió hacer un discurso bastante aséptico que facilitó la formación de consenso político al crear los puentes necesarios para cohesionar una clase gobernante fracturada. La defensa de la república, definida sólo como una entidad política que resguardaba la libertad y velaba por la prosperidad de su pueblo, era la clave para fijar un consenso mínimo. En momentos de crisis, el viejo lenguaje republicano renació como un lenguaje compartido y consensuado por toda la clase política en el Perú.

Conclusión

La ocupación por parte del Ejército chileno de la ciudad de Lima y algunos departamentos del Perú se convirtió en un punto de inflexión en la retórica bélica producida por oradores y publicistas de esta nación. La invasión profundizó las fracturas al interior de la clase política peruana, algunas incluso irreconciliables, abriendo paso a la incertidumbre de los actores. Si bien es cierto que las fuerzas chilenas nunca tuvieron el control de esta vasta nación, la caída de Lima fue una derrota simbólica que erosionó el poder del dictador Piérola. Con ello, la institucionalidad peruana gradualmente se fue derrumbando, trayendo consigo el caos y el desorden social.

A su vez, las derrotas de Chorrillos y Miraflores significaron de inmediato, para las facciones civilistas acantonadas en Lima, el desahucio de la administración pierolista. Luego del traslado del centro de mando de Piérola a la sierra, se inició un proceso de derrumbe institucional y político que terminó derivando en anarquía y caos social. La aguda crisis que azotó a la nación peruana generó movimientos centrífugos al interior de la clase política, los que comenzaron a disputarse el poder político y declararse como los salvadores de la patria.

En este escenario, se puede observar cómo los partidos peruanos construyeron toda una narrativa que los obligó a definir el sentido de patria y patriotismo. La estrategia de los actores se enfocó en la construcción de un conjunto de ideas en función de establecer definición y solución al problema que enfrentaba Perú ante la ocupación chilena. El disenso existente respecto a cuál era el camino más indicado por salvar al Perú de la vorágine - si una paz honrosa o la guerra hasta sus últimas consecuencias - estableció las polaridades sobre las que se definieron los conceptos.

El discurso más liberal, propuesto por los escritores de La Magdalena - frente a la retórica popular y con un fuerte componente de clase sugerido por los partidarios a Piérola -, fue, en términos narrativos, la guerra de palabras que sostuvieron en el primer año de ocupación extranjera. El discurso de la guerra a muerte promovido por las facciones que apoyaban a Piérola se fue debilitando ante un contexto político que lo golpeaba constantemente, ya que no pudo conseguir el consenso necesario dentro de la clase política debido a que dicha salida se centraba en su persona, es decir, un actor político perteneciente a las facciones que se consideraban responsables del caos que azotaba al Perú.

Sin embargo, gradualmente comenzó a instalarse un discurso regenerador que invitaba a la refundación del Perú. La superación del fraccionamiento político, la reinvención de la clase política - calificada como responsable de la desintegración - y la necesidad de establecer unidad y paz que resguardara la alicaída institucionalidad política fueron la opción que se impuso para encontrar una salida al conflicto interno. Una de sus principales características fue su rechazo al partidismo de la clase política, calificado de mezquino y egoísta, más allá de acusado de ser el responsable del desastre en que se encontraba la patria.

La reflexión sobre el nuevo destino que debía seguir el pueblo peruano y los puentes para generar la cohesión política necesaria para legitimar la débil institucionalidad, que se comenzaba a armar después de terminada la guerra, fue tejida sobre la base de un lenguaje republicano que abogaba por un amor a la patria en base al amparo de las instituciones republicanas (Viroli, 1999VIROLI, Maurizio. El significado del patriotismo. Revista de Ciencia Política, n. 20, p. 165-179, 1999.).

El patriotismo se concibió como el amor a las instituciones y el desapego al interés individual para abocarse a la defensa del bien común, que comenzó a ser entendido como cuidado y protección de la institucionalidad política, considerado como el elemento clave en la cohesión interna del Perú. Lo anterior dejaba claro que, después de vivir en un momento hobbesiano o de incertidumbre política, se debía dar paso al momento en el cual la república se transformó en el eje del sentido de patria, en la búsqueda desesperada de construir una estabilidad contingente.

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  • 1
    El artículo se inscribe en el proyecto FONDECYT REGULAR 1160415.
  • 2
    Independiente de las razones que la prensa esgrimió para explicar las derrotas en las diferentes campañas a lo largo de la guerra, lo cierto es que, en las circunstancias en que se dio la campaña de Lima, le era muy difícil que el Perú saliera victorioso.
  • 3
    Los redactores de El Orden fueron el presbítero Manuel González de la Rosa y Germán Fuentes Chávez.
  • 4
    De este pasquín solo logramos pesquisar dos números.
  • 5
    Las palabras del Eco de Arequipa cambiaran rotundamente dado los acontecimientos que ocurrieron a partir de la muerte del presidente James Garfield, de Estados Unidos, en septiembre de 1881, que implicó un cambio de la política norteamericana en relación al conflicto, manifestando su apoyo a la paz propuesta por el gobierno de La Magdalena. Con la asunción del presidente Chester Arthur, en octubre de 1881, los representantes norteamericanos en Perú se decidieron a reconocer el gobierno de La Magdalena, liderado por García Calderón, quien mantenía su posición de no ceder territorio, manifestándose sólo dispuesto a pagar una indemnización al gobierno de Chile. Ante la intransable posición de Calderón, el gobierno chileno decide arrestarlo, en noviembre de 1881, y recluirlo en Chile. Estos acontecimientos tuvieron como consecuencia que la presidencia del Perú quedara en manos del vicepresidente, Lizardo Montero Flores, miembro del Partido Civil, quien replegó sus fuerzas y finalmente instaló el gobierno provisorio en la ciudad de Arequipa. Esto repercutió en la prensa de la ciudad, que de inmediato resaltó la necesidad de promover las “virtudes republicanas” y dejar de lado el “interés individual”. En el periódico del Eco de Arequipa se denuncia que la guerra que se estaba desarrollando no era una guerra contra el enemigo, sino una “guerra a las fortunas públicas y privada; guerra a los derechos de los ciudadanos; guerra a las instituciones y a las garantías nacionales e individuales”, lenguaje y conceptos esgrimidos en un comienzo de la guerra por las facciones civilistas que apoyaban a Calderón a través de su periódico El Orden.
  • 6
    El periódico La Voz de Ica se encuentra en la Biblioteca Nacional de Chile — sala de microformatos — y es el único que se pesquisó por esta fecha en el Perú, existiendo nueve números para el año 1882. Este periódico aparece publicado nuevamente en marzo de 1883, con el número 50. Figura como editor y redactor Roberto Venegas Díaz, hasta el 11 de abril 1883.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jan-Apr 2019

Histórico

  • Recibido
    14 Dic 2017
  • Acepto
    20 Ago 2018
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