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La intervención kantiana en el debate de las razas de finales del siglo XVIII

Kant's intervention in the debate about race in the late eighteenth century

Resúmenes

El presente trabajo reconstruye algunos de los momentos principales del debate acerca del concepto de "raza humana" que tuvo lugar hacia finales del siglo xviii entre Kant, Forster y Herder. El objetivo de esta reconstrucción es mostrar, en una primera instancia, que esa polémica se hallaba determinada por la necesidad de adaptar las herramientas histórico-naturales heredadas a la emergencia de una concepción irreversible de la variable temporal. En un segundo momento, es analizada la posición asumida por Kant frente a los problemas epistémicos que generaba la progresiva temporización de los fenómenos naturales. Según se demuestra a partir del presente análisis, la introducción de principios regulativos y el giro kantiano hacia el ámbito de la subjetividad se hallaban orientados a respaldar la vigencia de la comprensión clásica de las formas orgánicas naturales, de modo a garantizar el carácter sistemático del orden natural en un contexto en el cual las transformaciones histórico-naturales ya no resultaban concebibles bajo el modelo clásico de la reversibilidad temporal.

Kant; Forster; Herder; Raza humana; Historia natural; Temporalidad


This work reconstructs some key moments of the debate on the concept of "human race" that took place in the late eighteenth century among Kant, Forster and Herder. It aims to show, first, that this controversy was defined by the need to adapt the natural-historical tools inherited from the emergence of a conception of irreversible temporality. Secondly, it analyses Kant´s position regarding the epistemic problems generated by the progressive temporization of natural phenomena. Based on this analysis, it is shown that the introduction of regulative principles and the Kantian turn toward subjectivity tended to support the validity of the classic understanding of natural-organic forms, and thus, to guarantee the systematic character of natural order in a context in which historical and natural transformations could no longer be conceived under the classic model of temporal reversibility.

Kant; Forster; Herder; Human race; Natural History; Temporality


ARTIGOS

María Verónica Galfione

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Córdoba. Argentina. galfionever@hotmail.com

RESUMEN

El presente trabajo reconstruye algunos de los momentos principales del debate acerca del concepto de "raza humana" que tuvo lugar hacia finales del siglo xviii entre Kant, Forster y Herder. El objetivo de esta reconstrucción es mostrar, en una primera instancia, que esa polémica se hallaba determinada por la necesidad de adaptar las herramientas histórico-naturales heredadas a la emergencia de una concepción irreversible de la variable temporal. En un segundo momento, es analizada la posición asumida por Kant frente a los problemas epistémicos que generaba la progresiva temporización de los fenómenos naturales. Según se demuestra a partir del presente análisis, la introducción de principios regulativos y el giro kantiano hacia el ámbito de la subjetividad se hallaban orientados a respaldar la vigencia de la comprensión clásica de las formas orgánicas naturales, de modo a garantizar el carácter sistemático del orden natural en un contexto en el cual las transformaciones histórico-naturales ya no resultaban concebibles bajo el modelo clásico de la reversibilidad temporal.

Palabras-clave: Kant. Forster. Herder. Raza humana. Historia natural. Temporalidad.

ABSTRACT

This work reconstructs some key moments of the debate on the concept of "human race" that took place in the late eighteenth century among Kant, Forster and Herder. It aims to show, first, that this controversy was defined by the need to adapt the natural-historical tools inherited from the emergence of a conception of irreversible temporality. Secondly, it analyses Kant´s position regarding the epistemic problems generated by the progressive temporization of natural phenomena. Based on this analysis, it is shown that the introduction of regulative principles and the Kantian turn toward subjectivity tended to support the validity of the classic understanding of natural-organic forms, and thus, to guarantee the systematic character of natural order in a context in which historical and natural transformations could no longer be conceived under the classic model of temporal reversibility.

Keywords: Kant. Forster. Herder. Human race. Natural History. Temporality.

Introducción

A mediados de la década del 1780, se produjo en Alemania una famosa disputa que tuvo como protagonistas a Immanuel Kant y Georg Forster, y por tema central la determinación del concepto de raza. La polémica estalló en el año 1786, cuando Forster (1853, p. 280-306) respondió a las afirmaciones realizadas por Kant (1923 [1786], p. 89-106) en el opúsculo titulado "Determinación del concepto de raza humana". Kant (1923 [1788]) contestó a las críticas de Forster en "Sobre el uso de principios teleológicos en la filosofía", de 1788. Pese a la apariencia marginal de la temática y el carácter puntual de las intervenciones, ese debate tenía una historia relativamente extensa. El primero de los textos de Kant, escrito poco tiempo después de su reseña de Ideas (Kant, 1923 [1785], p. 43-66), suponía una respuesta a la negación del concepto de raza que proponía Johann G. Herder (2002, p. 157) en dicha obra, y esta última remitía, a su vez, al intento por determinar tal noción, que había realizado Kant (1912 [1775]) en las lecciones sobre geografía de 1775. Ahora bien, también ese texto tenía su historia y ella resulta de importancia a la hora de comprender algunas de las transformaciones epistémicas que se produjeron durante ese período. Reconstruir ese contexto problemático y determinar la posición kantiana en el marco de la crisis de los supuestos histórico-naturales clásicos es el objetivo de este trabajo.

1 Antecedentes del debate

En la primera edición de la Historia natural, Linneo había establecido la existencia de cuatro variedades humanas. En función de criterios morfológicos y conductuales, Linneo diferenciaba allí al hombre europeo, asiático, americano y africano (cf. Linneo, 1735, p. 12). Sin embargo, tales variedades no desempeñaban un rol importante para el taxonomista danés. Puesto que, tras afirmar el origen histórico de las mismas, Linneo sostenía que un eventual restablecimiento de las condiciones climáticas iniciales debería provocar la reaparición de la cepa humana originaria. La confianza de Linneo en la posibilidad de una reunificación de las diferenciaciones raciales resulta comprensible si se tiene en cuenta la relación de dependencia que existía entre el método taxonómico clásico y el presupuesto de la reversibilidad temporal.1 1 Una concepción "reversible" de la temporalidad no interpreta a esta última como un elemento constitutivo del universo físico sino como el resultado de las propias limitaciones de nuestras capacidades cognitivas. Dicho en otros términos, la perspectiva mencionada rechaza la existencia de transformaciones que introduzcan diferencias cualitativas entre el pasado y el futuro. Una concepción irreversible de la temporalidad, en cambio, admite la posibilidad de transformaciones que no se encuentren contenidas en las condiciones iniciales (cf. Palti, 2004, p. 69). Pues, en la medida en que aquél tomaba como punto de referencia la existencia de similitudes y diferencias visibles entre los seres naturales, era necesario excluir la posibilidad de que estos últimos incorporasen rasgos adquiridos a su fuerza generativa. Ya que entonces también se hubiese debido asumir la posibilidad de que la configuración de los rasgos específicos respondiese a la acción de factores de carácter contingente.

2 La unidad de la especie y el problema de la taxonomía

En este sentido, no puede sorprendernos el hecho de que, una vez postulado el origen histórico de las cuatro variedades, Linneo hubiese defendido la posibilidad de un restablecimiento de la cepa humana originaria. No obstante, pocos años más tarde comenzarían a emerger diversas perspectivas que intentarían dar cuenta de las variedades humanas a partir de la postulación de orígenes raciales diferenciados (cf. Kant, 1912 [1764], p. 253). Si bien en algunos casos las tesis poligenistas fueron sostenidas con intenciones heréticas, la proliferación de las mismas hacia mediados del siglo xviii respondía a motivos de orden epistemológico. Este es el caso de Voltaire, quien apelaba a la evidencia empírica de las diferenciaciones raciales a los fines de cuestionar la creencia bíblica en la unicidad de la especie humana (Voltaire, 1860, p. 120-1). Por lo demás, las tesis poligenistas habían sido declaradas heréticas por el Papa Paulo III en la bula Sublime deus de 1537. A este uso herético de las posturas poligenistas hacía mención Forster (1853, p. 289). Además, aquellos movimientos demográficos, a los que habían dado lugar los procesos europeos de colonización, habían generado situaciones que permitían comprobar el carácter problemático del concepto de temporalidad sobre el cual se asentaban las teorías monogenistas. Es que, ni en el caso de los europeos emigrados hacia zonas tropicales, ni en el de los aborígenes que habían sido trasladados al territorio europeo, era posible registrar un retroceso de las características raciales. En ese contexto, no existiendo más criterio para determinar la pertenencia de un individuo a una especie que el análisis de las diferencias y similitudes visibles, la postulación de orígenes diferenciados para las diferentes formas raciales parecía presentarse como la única salida posible a la hora de conservar el orden natural.

Sin embargo, tampoco las posturas poligenistas resultaban completamente satisfactorias desde un punto de vista epistemológico en la medida en que las mismas no se hallaban en condiciones de explicar el proceso del mestizaje racial (cf. McLaughlin, 1989, p. 22-5). Se establecía así una situación dilemática que recién sería superada con la publicación de la Historia natural de Buffon y el reemplazo de los principios taxonómicos clásicos por el entrecruzamiento fértil como criterio determinante de especificación. La utilidad del criterio - al que Kant (1923 [1788], p. 163) denominaría la ley de Buffon - se desprendía de la capacidad del mismo para relativizar la importancia que habían asumido los rasgos visibles en la antigua historia natural. Pues resultaba entonces posible admitir la existencia de un prototipo humano, concordante con la raza blanca, y remitir el surgimiento de las razas a un proceso de carácter degenerativo (cf. Buffon, 1753, p. 387; 1749, p. 529-30).

No obstante, hacia finales de los años 60, Buffon comenzó a dudar de la infertilidad de los híbridos y puso en entredicho el criterio a partir del cual había sostenido el origen común de las diferenciaciones raciales, lo que produjo un fuerte renacimiento de las tesis poligenistas. Tanto es así que Lord Kames (1807, p. 23) identificaba a las variedades humanas con especies y lo hacía sobre la base de la constancia de los rasgos y de la relación existente entre ellos y la procedencia geográfica de las formas consideradas. Desde su punto de vista, el criterio buffoniano de la procreación resultaba extremadamente artificial (cf. Hunemann, 2007, p. 8-9; Sloan, 1979, p. 124).

2.1 Las clasificaciones lógicas

La fecha de publicación del texto de Kames, 1774, permite suponer que una de las intenciones de Kant a la hora de proponer un curso sobre el problema de las razas en 1775, habría sido discutir la reposición de las tesis poligenistas a las que había dado lugar el ensayo del filósofo escocés (cf. Sloan, 1979, p. 125; Adickes, 1925, p. 449, nota).2 2 John Zammito coloca la referencia a Kames en un contexto más amplio. El objetivo de Kant habría sido discutir ciertas tendencias filosóficas que, desde su perspectiva, hacían peligrar el "rigor académico alemán". En términos generales, estas tendencias incluían a personalidades tales como Herder, Voltaire, Hume, Ernst Platner, Johann Feder o Christoph Meiners (cf. Zammito, 2006, p. 37) y se caracterizaban por admitir como único método válido para la metafísica el punto de vista de la razón natural (cf. Kant, 1998, A855/B883). Para Zammito, podría decirse entonces, lo que era combatido por Kant en el debate acerca de las razas era más el naturalismo que se hallaba implícito en la descripción poligenista de los orígenes de la especie, que la afirmación de cepas diferenciadas. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, no resulta posible reducir la intervención kantiana a la pretensión de instituir una perspectiva filosófica de carácter apriorístico ( Schulphilosophie). Pues, como veremos más adelante, la referencia kantiana al ámbito especulativo respondía a la pretensión de asegurar aquellos presupuestos que resultaban necesarios a la hora de garantizar la existencia del conocimiento científico. De hecho, las lecciones introducían una distinción entre dos tipos de clasificaciones, que estaba destinada a mostrar el carácter inadecuado de la metodología utilizada por Kames, por una parte, y a justificar la inclusión de las diferentes variedades humanas en una misma especie, por la otra. Así, Kant atribuía a aquellas clasificaciones que se basaban en el análisis de las similitudes y diferencias visibles, un carácter meramente lógico: una clasificación de este tipo hacía posible la construcción de sistemas arbitrarios que, si bien eran capaces de organizar la información en especies, géneros, familias, órdenes y clases a los fines de su memorización, no vinculaban en términos reales a los diferentes seres naturales. A la división lógica, Kant le oponía una clasificación física de los seres naturales. Esta última procuraba determinar el lugar que ocupaba cada uno de ellos en el espacio y en el tiempo (cf. Kant, 1923 [1785], p. 160 ss.), y no en el marco de una taxonomía de carácter nominal:

podemos indicar a nuestros conocimientos de la experiencia un lugar bajo conceptos o según el tiempo y el lugar donde realmente se pueden encontrar. La división de conocimientos según conceptos es la división lógica. La división según el tiempo y el lugar es física. Por medio de la división lógica surge un sistema naturae, por ejemplo, el de Linneo (...) Digo, por ejemplo, que las vacas se pueden considerar dentro de los cuadrúpedos o de los animales con pezuñas. Entonces, esta es una clasificación que hago en mi cabeza, una clasificación lógica (Kant, 1923 [1785], p. 160).

El estudio de las relaciones espaciales era denominado por Kant "descripción de la naturaleza" o "fisiografía". Su objeto consistía en caracterizar las formas naturales según el modo en que estas existían o habían existido en un determinado momento histórico, esto es, sin referencia a procesos de carácter temporal (cf. Kant, 1923 [1785], p. 160). A diferencia del sistema natural, que se ocupaba de las similitudes formales, la descripción de la naturaleza demostraba "los lugares en los cuales se pueden encontrar las distintas cosas sobre la tierra", y determinaba la correlación existente entre las formas orgánicas y el ambiente geográfico que estas ocupaban. Este tipo de investigación permitía establecer distinciones entre los seres vivos que hubiesen pasado desapercibidas desde el punto de vista del sistema natural. Así sucedía con el lagarto y el cocodrilo, por ejemplo, ya que la diferenciación de los mismos dependía del estudio de los espacios naturales que tales especímenes ocupaban (Kant, 1923 [1785], p. 160).

Sin embargo, tampoco la descripción de la naturaleza podía trabajar sola en la construcción de un sistema de clasificación real, puesto que la misma se hallaba expuesta a situaciones en las cuales las diferencias de origen geográfico no bastaban para establecer la pertenencia a especies diferenciadas. En ese contexto, entraba en escena la "historia natural" o "fisiogonía" (Physiogonie), cuya tarea consistía en coordinar los dos tipos de clasificaciones mencionadas (Kant, 1923 [1788], p. 163). Según lo entendía Kant, la historia natural debía analizar los cambios que había sufrido la Tierra y los seres naturales a lo largo de los siglos (cf. Kant, 1980 [1783], p. 99), a los fines de determinar aquellas transformaciones a través de las cuales algunos individuos de una especie habían adquirido rasgos diferenciados y adoptado su apariencia fisonómica actual. Al respecto, señalaba Kant:

la historia de la naturaleza contiene la multiplicidad de la geografía tal como ha sido en diferentes momentos, pero no como es actualmente pues eso sería una descripción de la naturaleza. Si uno expone los acontecimientos de la naturaleza en su conjunto tal como ellos han sido proporcionados a través del tiempo, entonces se trasmite una verdadera historia de la naturaleza. Si uno considera cómo han surgido las diferentes razas de los perros a partir de un tronco, y qué cambios se han producido por medio de la diversidad de los países, del clima, de la procreación etc., a través del tiempo, esto sería una historia natural del perro (Kant, 1923 [1785], p. 162).

Como lo pone en evidencia el ejemplo del perro, el interés de Kant se hallaba orientado a incorporar al estudio de los seres naturales consideraciones relativas a la procedencia de los mismos. Al igual que Buffon, Kant entendía que la pertenencia a una especie no podía determinarse en función de las similitudes visibles, sino a partir del establecimiento de linajes y según un parentesco de carácter sanguíneo.

En el reino animal, las divisiones naturales en especies y tipos se fundan en la ley general de la procreación y la unidad de las especies no es otra cosa que la unidad de la fuerza generativa que es válida completamente para una cierta variedad de animales. Por eso, la ley de Buffon según la cual los animales que procrean descendencia fértil entre sí (con independencia de cuán diferentes pudieran ser sus figuras) pertenecen a una y la misma especie física, debería ser considerada como la definición de una especie natural de animales para diferenciarla de toda especie escolar (Kant, 1923 [1788], p. 163).

La distinción kantiana entre clasificaciones lógicas y reales (cf. Kant, 1912 [1775], p. 429; 1923 [1788], p. 163) se desprendía de su convicción con respecto a la insuficiencia de la técnica tradicional del tableau para el establecimiento de relaciones de carácter objetivo.3 3 El Tableau fue una forma de representación frecuentemente utilizada por los sistematizadores para rubricar las formas naturales. En el Tableau eran colocadas una serie de combinaciones de rasgos y, en función de estas últimas, eran ubicados los diversos seres naturales. Así, no solo se identificaba a los seres naturales sino que se establecía, además, el lugar de los mismos en el marco de un orden sistemático (cf . Breidbach & Ghiselin, 2006). Contra el método establecido, Kant no aceptaba la posibilidad de que las meras diferencias visibles bastasen para establecer la pertenencia de un individuo a una especie determinada. El problema que vislumbraba Kant en este punto remitía al hecho de que la clasificación lógica de los seres naturales, sólo podía incorporar la diversidad que introducía la descripción de la naturaleza por medio de la multiplicación de las distinciones categoriales y de una complicación innecesaria del sistema natural. En ese contexto, la utilidad de la historia natural se hallaba fundada en la capacidad de la misma para remitir formas aparentemente diversas a un tronco común:

Habitualmente tomamos las denominaciones descripción de la naturaleza e historia natural en un mismo sentido. Es claro que el conocimiento de las cosas naturales, como son ahora, permite anhelar el conocimiento de aquello que anteriormente fueron y de la serie de cambios a través de los cuales ellas fueron pasando para llegar a cada lugar en su estado actual. La historia natural, la cual nos falta aún casi en su totalidad, nos instruiría sobre los cambios de la forma de la tierra y sobre aquellas transformaciones que las criaturas de la tierra (...) han padecido a raíz de los cambios naturales y sobre las degeneraciones surgidas a partir de allí con respecto al prototipo de la especie de la que proceden. Ella transformaría una gran cantidad de tipos aparentemente diferentes en razas de una misma especie y haría del extenso sistema escolar de la descripción de la naturaleza un sistema físico para el entendimiento (Kant, 1912 [1775], p. 434).

La historia natural permitía descubrir principios unificadores tras la aparente diversidad de configuraciones naturales y cuestionar, a su vez, la pertenencia a una única especie de ejemplares aparentemente similares. En el caso del ser humano, esa distinción de niveles gozaba de una doble utilidad. Mediante la regla de Buffon era posible diferenciar al hombre de los demás mamíferos, pese a la existencia de notables similitudes morfológicas, y demostrar la pertenencia a una especie de las diversas configuraciones raciales. "Según ese concepto, todos los hombres de la tierra pertenecen a la misma especie natural, porque procrean unos con otros niños fértiles aun cuando se puedan encontrar diferencias tan grandes en cuanto a su figura" (Kant, 1912 [1775], p. 429).

Sin embargo, la articulación de las diferentes clasificaciones mencionadas traía consigo algunas dificultades que Kant no lograría resolver durante el período precrítico, y que adquirirían un peso decisivo en el desarrollo de la revisión crítica del problema de la teleología natural. Pues, con la incorporación de la regla de Buffon se respondía al problema de la especificación, pero no se daba cuenta de la configuración fisonómica de los diferentes miembros de una especie. No obstante, no era posible abandonar la apariencia de los organismos al efecto contingente de los factores ambientales, ni admitir la absoluta irrelevancia de aquella a la hora de establecer criterios adecuados de clasificación, lo que hubiese justificado las sospechas de Kames con respecto a la "artificialidad" de la regla de Buffon. De hecho, si dos especímenes dados pertenecían a una misma especie, los mismos debían hallarse dotados de un conjunto mínimo de rasgos que permitiese integrarlos bajo un denominador común. Probablemente por ese motivo, Buffon había introducido la idea de un "molde interior". Puesto que esa noción le permitía dar cuenta de la aglutinación regular de las "moléculas orgánicas" durante la configuración de individuos pertenecientes a una misma especie. En el caso del hombre, Buffon atribuía un carácter prototípico a la raza blanca e interpretaba a las demás formaciones raciales como el producto histórico de mutaciones que habían tenido su origen en el desplazamiento de la especie hacia climas y territorios menos propicios que el europeo.

Esa respuesta combinaba los momentos de continuidad y discontinuidad que resultaban necesarios para pensar la posibilidad de diferenciaciones raciales. Sin embargo, la misma no permitía explicar la trasmisión indefectible de los rasgos raciales que tenía lugar aun en aquellos casos en los cuales las condiciones externas se modificaban de manera radical. En este punto, la perspectiva buffoniana concedía a los factores ambientales un influjo sobre la configuración orgánica que resultaba problemático para el mantenimiento del orden natural. Pues, si los rasgos raciales respondían a factores contingentes, a pesar de heredarse de una manera necesaria, entonces también la configuración de las diferentes especies podía depender de transformaciones históricas que hubiesen tenido lugar en períodos que escapaban al registro de la humanidad. Esa idea, que es retomada en la Crítica de la Facultad de Juzgar (Kant, 1913 [1790], p. 420), ya aparecía en 1775, cuando Kant sostenía que: "en la fuerza generativa no debe ingresar nada que sea capaz de alejar a la creatura cada vez más de su determinación originaria y esencia y producir verdaderas degeneraciones que se perpetuasen" (1912 [1775], p. 435).

Según lo entendía Kant, tales consecuencias sólo podían ser evitadas si los caracteres raciales eran concebidos como elementos necesarios para la conservación de la especie bajo diferentes condiciones ambientales, esto es, si los mismos eran entendidos en términos teleológicos. Sin embargo, ese objetivo tensionaba los parámetros científicos establecidos. Pues la postulación de "disposiciones finales" solo resultaba compatible con el modelo explicativo mecánico-causal si se presuponía la anterioridad de aquellas con respecto al proceso evolutivo natural. De hecho, este había sido el logro del preformismo biológico del siglo xvii, en la medida en que la hipótesis de los gérmenes preformados permitía remitir la configuración orgánica a la voluntad divina y restringir, a su vez, el alcance de esta última al momento único de la creación.4 4 Estas corrientes, cuyas primeras formulaciones remitían a Marcello Malpighi o Jan Jakob Swammerdam, y cuya fundamentación filosófica puede encontrarse en Gottfried Wilhelm Leibniz, sostenían que los diferentes momentos del desarrollo de un ser vivo se hallaban prefigurados en el germen desde el momento de la fecundación. De esta manera, las concepciones preformistas podían dar cuenta del carácter teleológico de las configuraciones orgánicas sin renunciar a la posibilidad de explicar el desarrollo de las mismas en términos mecánico-causales. Ya que, aun cuando la voluntad divina dispusiese las formas originarias, el desenvolvimiento de las mismas solo podía ser explicado a partir de la acción mecánica de los diversos factores naturales (cf. Galfione, 2013). Pero la necesidad de conservar la unidad de la especie humana había conducido a Kant a localizar la emergencia de los caracteres raciales en el propio plano temporal. Y esto último obligaba a incorporar principios explicativos que debían activarse en el tiempo, en función de los espacios geográficos particulares, y que, por ello mismo, ya no podían ser articulados con un abordaje de carácter mecánico-causal.

De hecho, este parecía ser el mejor argumento con el que contaban las posturas poligenistas. Pues, una vez asumido el carácter exclusivo del modelo explicativo mecanicista, la "disposición a fin" de las razas solo podía sostenerse en términos científicos por medio de una multiplicación de los gérmenes prefigurados. Sin embargo, Kant encontraba inadecuada una solución semejante en la medida en que la misma violentaba la forma sistemática, por una parte, y no estaba en condiciones de dar cuenta del entrecruzamiento o del mestizaje racial, por la otra.

Ese problema llevó a Kant a ocuparse tempranamente de las teorías generativas contemporáneas y a desarrollar más tarde, en Crítica de la Facultad de Juzgar, una perspectiva capaz de superar la aparente aporía que se establecía entre la explicación mecánica y la explicación final. Pues, aun cuando esa última no fuese sostenible desde un punto de vista científico, la misma resultaba necesaria a la hora de asegurar la posibilidad de un conocimiento objetivo de las formas naturales. En lo que sigue intentaremos ver, en primer lugar, las ambigüedades que ofrecía la solución a ese problema que presentaba Kant en las lecciones sobre las razas. Posteriormente, analizaremos la reformulación de la misma que proponía Kant durante el período crítico.

2.2 El problema de la finalidad

El escepticismo de Kant con respecto a la teoría preformista se remontaba a 1762. Así, en La única fundamentación posible de una demostración de la existencia de Dios, Kant (1912 [1763], p. 114) se negaba a considerar la producción de plantas o animales como una consecuencia mecánica de leyes naturales generales; pero sostenía, a su vez, que era completamente injustificado postular el origen divino de los seres naturales, como proponían las teorías preformistas (Kant, 1912 [1763], p. 115; Bernasconi, 2006, p. 77). Kant (1913 [1790], p. 423) repetirá estas críticas al señalar que las tendencias preformistas sustraían a la naturaleza su propio el impulso de formación para hacerlo provenir directamente del creador. La desconfianza de Kant con respecto a las explicaciones preformistas se acrecentó notablemente durante la década del 1770, en la medida en que se hizo más visible la incapacidad de las mismas para explicar los procesos de mestizaje racial. En este sentido, es interesante revisar el modo en que el preformista Charles Bonnet (1782, p. 485) presentaba, hacia 1778, los problemas que enfrentaba dicha perspectiva: "si los gérmenes están contenidos originalmente en los ovarios de la hembra, y si la material seminal no es más que una especie de fluido nutriente, cuyo destino es convertirse en el principio del desarrollo, ¿de dónde salen los diversos rasgos del parecido de los hijos con quienes los trajeron al mundo? ¿Por qué existen los monstruos? ¿Cómo se forman las mulas?".

Sin embargo, Kant tampoco tenía por entonces una mirada positiva con respecto al epigenetismo de Buffon. "Las formas internas del señor Buffon, y los elementos de la materia orgánica que se agrupan según la opinión del señor Maupertuis, de acuerdo a las leyes de la atracción o el rechazo, son tan incomprensibles como la cosa misma o han sido pensadas de una manera completamente arbitraria" (Kant, 1912 [1763], p. 115). Para comprender mejor qué resultaba arbitrario o incomprensible en la noción buffoniana de las formas interiores, es importante recordar lo expresado previamente en relación al problema de las razas. Según vimos, Buffon (1778, p. 252) explicaba el surgimiento de las diferentes configuraciones raciales a partir de la variación de los factores ambientales. Desde el punto de vista de Kant, esta interpretación no sólo impedía sostener la necesidad de los rasgos raciales, sino que ponía en duda la propia necesidad de las formaciones específicas. Pues, si se admitía la posibilidad de que un organismo incorporase a su fuerza reproductora rasgos que habían sido producidos por el clima, debía ser igualmente posible derivar de este último la configuración de sus caracteres específicos. En este contexto, y teniendo en cuenta el peligro que dicho planteo suponía para el proyecto clasificatorio, la postulación buffoniana del molde interior, y su identificación del hombre blanco con el prototipo de la especie humana, parecían presentarse como meras hipótesis ad hoc. Pues, en ambos casos de lo que se trataba era de evitar las consecuencias desestabilizadoras para el pensamiento científico que introducía la concepción degenerativa de los procesos naturales.

Considerado desde esta perspectiva, se torna comprensible el hecho de que Kant no hubiese avalado la explicación mecanicista de la configuración de los fenómenos orgánicos. Pues, unido a la teoría de los gérmenes preformados, dicho modelo explicativo impedía pensar los momentos de discontinuidad que atravesaban el mundo natural; pero separado de aquella, destruía los presupuestos que habían hecho posible el proyecto moderno de clasificación. Sin embargo, la interpretación de las razas que desarrolló Kant durante su etapa precrítica tampoco ofrecía una solución adecuada para dicho problema. Sus análisis combinaban elementos del modelo preformista con aspectos de la perspectiva epigenetista, antes que introducir una concepción novedosa que permitiera explicar la compleja articulación entre continuidad y discontinuidad que tenía lugar en el caso de los organismos naturales.

Así, en "Sobre las diferentes razas", Kant intentaba distanciarse de la perspectiva de Buffon. Pues esta última explicaba el desarrollo de los rasgos raciales en función de factores ambientales y hacía peligrar, de esta forma, la estabilidad de las configuraciones orgánicas. A tal efecto, Kant postulaba la existencia de un tronco común a la especie humana, en el cual se encontrarían contenidos los gérmenes correspondientes a las diversas razas. De manera tal que, en un principio, los hombres habrían contado con las disposiciones necesarias para adaptarse a cualquiera de los climas existentes. Recién con el asentamiento de los hombres en algún territorio en particular, se habrían desarrollado los rasgos correspondientes a una raza determinada y se habría anulado el desenvolvimiento de los demás. En palabras de Kant:

el hombre fue determinado para todos los climas y configuraciones del suelo; por consiguiente, debieron existir en él varios gérmenes y disposiciones naturales, preparados para desarrollarse o retraerse ocasionalmente, para que el hombre se adaptara a su lugar en el mundo y, en el curso de la reproducción de la descendencia, pareciera ser natural del mismo y haber sido hecho para él (Kant, 1912 [1775], p. 435).

A diferencia de Buffon, Kant no remitía el surgimiento de los rasgos raciales a la acción de factores ambientales sino que lo explicaba en función de disposiciones naturales; esto es, de disposiciones que serían activadas, pero no causadas, por las condiciones ambientales. Según sostenía Kant, la necesidad de incorporar la totalidad de las disposiciones raciales a la cepa humana originaria se desprendería de la "disposición a fin" que resultaba inherente a las mismas. Sin embargo, algunos pasajes de sus lecciones evidencian que no era justamente el carácter teleológico de los rasgos raciales lo que le impedía apelar en este punto al modelo explicativo mecánico-causal, sino más bien la necesidad de que la configuración de los caracteres indefectiblemente hereditarios no respondiese a la acción de elementos climáticos circunstanciales.5 5 De hecho, los argumentos destinados a demostrar las ventajas adaptativas que ofrecía la piel negra fueron desarrollados por Kant a posteriori y no se orientaban a demostrar la existencia de una relación entre el color de la piel y el sol, como intuitivamente podría pensarse, sino más bien a refutar dicha perspectiva. Desde su punto de vista, existía una relación adaptativa entre la piel negra y el medio ambiente africano, pero la misma se hallaba ligada a la cantidad de flogisto que se hallaba disponible en dichas regiones y a las posibilidades especiales que ofrecía la piel negra para el proceso de desflogistización. De la expulsión del flogisto por medio de la piel se seguía, por otra parte, el presunto "fuerte olor de los negros" (cf . Kant, 1923 [1786], p. 103). Pues, como ya señalamos, esta hipótesis tornaba problemática la estabilidad de los propios rasgos específicos. En este sentido, la vinculación de los caracteres raciales con funciones biológicas adaptativas se presentaba como un recurso adecuado a los fines de remitirlos a la dotación originaria de la especie y de excluir así la posibilidad de una génesis temporal de los mismos:

incluso allí donde no se muestra ninguna disposición a fin, la mera capacidad para reproducir un determinado carácter, es ya prueba suficiente de que se puede encontrar un germen o una disposición natural en la creatura orgánica. Pues las cosas externas pueden ser ocasión pero no causa productiva de algo que se hereda necesariamente (Kant, 1912 [1775], p. 435).

De esta forma, Kant desarrollaba un preformismo de carácter limitado, que debía contribuir a liberarlo de la necesidad de admitir cambios irreversibles en lo que respecta a los rasgos indefectiblemente hereditarios. Sin embargo, esta estrategia argumentativa presentaba algunas dificultades. Pues aquellas disposiciones raciales que se hallaban prefiguradas en el tronco de la especie debían activarse selectivamente a través del tiempo. Es decir, mediante la hipótesis de la preformación de las disposiciones raciales, Kant lograba colocar el momento teleológico fuera de la serie temporal y garantizaba, de esta forma, la compatibilidad de la "disposición a fin" de las formas raciales y específicas con la explicación mecánico-causal. Sin embargo, Kant debía dar cuenta de la activación de tales disposiciones; y esto último obligaba a suponer la intervención de una causa inteligente en el marco de las cadenas causales, que estuviese en condiciones de identificar aquellas circunstancias que hacían necesario el desarrollo de un determinado componente racial.

No obstante, tanto si se quería preservar el carácter exclusivo de la explicación mecanicista, como si se aspiraba a garantizar la independencia del sistema natural con respecto a la voluntad divina, resultaba imposible admitir la intervención de causas finales en el ámbito temporal (cf. Blumenberg, 1976, p. 149 ss.). Probablemente por este motivo, en otros pasajes de las lecciones, Kant (1912 [1775], p. 435) se veía obligado a desechar la activación inmanente de las disposiciones raciales y a atribuirles un papel decisivo a los factores ambientales: "el aire y sol parecen ser aquellas causas que llegan internamente a la fuerza genética y producen un desarrollo permanente de los gérmenes y disposiciones".

Hasta qué punto Kant había llegado a advertir el carácter deficitario de esta respuesta, es algo que puede inferirse de las fluctuaciones que experimentaba su propia caracterización de la especie humana. Pues, si en un principio los gérmenes raciales habían sido colocados en la cepa originaria, el hombre blanco era identificado ahora con el prototipo de la especie, y las demás formaciones raciales eran presentadas como el producto degenerado del asentamiento del hombre en espacios geográficos menos favorables: "Aquí [en el clima óptimo] encontramos habitantes blancos, o castaños, y debemos admitir que su figura se corresponde con el tronco de la especie" (Kant, 1912 [1775], p. 441). De esta forma, Kant procuraba salvar la estabilidad de los rasgos específicos ante el peligro que suponía la remisión de los caracteres raciales al efecto de los factores ambientales. Sin embargo, no lo hacía sino al precio de tornar incomprensible la naturaleza indefectiblemente hereditaria de los caracteres raciales.

3 La reformulación crítica

La propia función que le era atribuida a la historia natural en "Sobres las diferentes razas", esto es, relacionar la apariencia actual de las formas naturales con un presunto tronco originario, dejaba entrever el carácter problemático que había asumido a finales de siglo xviii la reconstrucción de una imagen sistemática de la naturaleza a partir del mero análisis sincrónico de los rasgos visibles de los seres naturales. Sin embargo, hasta la segunda mitad de la década del 1780 Kant no llegó a advertir la necesidad de atribuirles un sentido conjetural a aquellos principios que posibilitaban la reconfiguración de la naturaleza en términos de una totalidad. El desarrollo de esta nueva perspectiva se desprendía tanto de la necesidad de superar las aporías a las que había conducido la respuesta kantiana del período precrítico, como de la pretensión de combatir las nuevas posturas vitalistas. Según lo anticipaba Kant en su reseña de Ideas, estas perspectivas no sólo resultaban problemáticas por su tendencia a traspasar los límites de la explicación mecánica, sino también porque reinscribían el desarrollo humano en una historia de carácter natural. Esto es, el vitalismo introducía una serie de supuestos que desmentían tanto el orden y la independencia del sistema natural como la existencia de un principio moral ajeno a la legalidad natural (cf. Riedel, 1989, p. 156).

Sin embargo, antes de referirnos al debate que sostendría Kant con las posturas vitalistas, es conveniente atender a la reacción que despertaron los primeros atisbos de la nueva formulación kantiana. En este punto, resulta de interés el artículo que publicó Forster en el Teutscher Merkur con el objeto de cuestionar los planteos realizados por Kant (1923 [1785]) en "Determinación del concepto de un raza humana".6 6 Pese a sostener perspectivas diferentes en cuanto al origen de las diferencias raciales, Forster y Herder mantuvieron correspondencia durante los años en los cuales tuvo lugar la polémica con respecto a las razas. La concordancia en la oposición a la abstracción del criticismo se expresó en el apoyo mutuo que se brindaron tales autores en la polémica contra Kant. Así, Herder colaboró para la impresión inmediata del texto de Forster, mientras que este se referiría a Ideas en "Algo más sobre las razas humanas" como una muestra de aquello que la filosofía podía hacer en asuntos ligados a la investigación natural, en lugar de concentrarse en clasificaciones arbitrarias como lo hacía Kant (cf. Pietsch, 2010, p. 99). En dicha ocasión, Forster se concentraba en la explicación kantiana del origen de las razas humanas y en su distinción entre una "descripción" y una "historia natural". La respuesta de Kant a las críticas de Forster fue desarrollada en "Sobre el uso de principios teleológicos en filosofía" (Kant, 1923 [1788]) y tuvo por objeto establecer el estatus epistemológico de los principios de una "historia natural".

3.1 Georg Forster

En "Algo más sobre las razas humanas", Forster (1853) se declaraba partidario de las ecuánimes, aunque incompletas, observaciones del empírico sagaz, antes que de la fingida completitud de los sistemas naturales: "¿Quién no preferiría las pocas observaciones de un mero empírico, pero por eso mismo, sagaz y confiable, a las muchas y maquilladas de un sistemático partidista?" (Forster, 1853, p. 283) Forster aseguraba que, por lo general, el uso de principios especulativos no contribuía a prevenir un tratamiento apresurado de la experiencia sensible, como pretendía Kant, sino que se orientaba a tornarla completamente innecesaria: "Pues si hay casos en los cuales la especulación y la determinación abstracta pueden rechazar de antemano lo que la intuición apresuradamente toma como verdadero, no son raros los casos en que aquella es más importante y la experiencia es dejada de lado" (Forster, 1853, p. 282). En el prólogo a la traducción al alemán de su informe sobre el tercer viaje de Cook, en 1787, Forster se burlaba de aquellos filósofos sabelotodo que con sus hipótesis se creían por encima de las observaciones del descubridor. En una carta a Meyer en abril de 1787, el naturalista confesaba que tales alusiones se hallaban dirigidas contra Kant (cf. Pietsch, 2010, p. 98-100).

Desde la perspectiva kantiana, en cambio, la erradicación de los principios especulativos tenía consecuencias problemáticas en el marco del propio planteo de Forster. Pues, la excesiva atención que este último le otorgaba a la máxima que aconsejaba economizar el uso de principios explicativos le impedía, por una parte, dar cuenta de la organización de la información empírica (Kant se refería en ese contexto al principio linneano de la persistencia del carácter de las partes fértiles de las plantas, sin el cual no hubiese sido posible su descripción sistemática de la naturaleza) y, por otra parte, garantizar la posibilidad de la construcción de taxonomías naturales. Este último problema se desprendía del hecho de que, una vez descartado el uso de principios especulativos, el origen de los seres naturales debía ser explicado en términos mecánico-causales. En el caso de las razas, esto suponía que la configuración de los caracteres raciales debía ser remitida al efecto de factores climáticos circunstanciales. De manera tal que el grado de estabilidad de los mismos quedaba equiparado al de los rasgos secundarios tales como el color de pelo o el aspecto de los caracteres faciales.

Sin embargo, el propio Forster parece haber advertido hasta qué punto su posicionamiento con respecto al trabajo empírico se presentaba como un obstáculo para el desarrollo de una clasificación científica de las formas naturales. En este sentido, pueden ser leídos dos elementos centrales de su texto. En primer lugar, nos referimos aquí al hecho de que Forster procurara demostrar el carácter reversible de la coloración de la piel. Pues, esta afirmación le permitía evadir el problema que traía aparejada la posibilidad de que los rasgos adquiridos pudiesen ser incorporados a la fuerza reproductiva de los seres naturales. No obstante, Forster no rechazaba la existencia de diferenciaciones raciales, sino que buscaba determinar la especificidad de las mismas a partir de la identificación de algunos rasgos naturales cuya configuración ya no pudiese ser explicada por medio de la acción de factores ambientales. Por ello mismo, y siguiendo las indicaciones de Samuel Th. Sömmerring, Forster le otorgaba preeminencia a las diferenciaciones anatómicas. No obstante, a la hora de explicar el surgimiento de estas últimas Forster se veía obligado a postular la existencia de dos cepas originariamente diferenciadas. Puesto que, solo de esa manera, era posible justificar la distancia que mediaba entre los rasgos raciales y los caracteres secundarios: "Pero a partir de todo lo que Kant ha expuesto acerca de las diferencias duraderas entre el negro y el blanco (...) puedo considerar por lo menos no improbable que hayan sido producidos dos troncos diferentes y quizás un número considerable de individuos, como autóctonos, en las diferentes regiones del mundo" (Forster, 1853, p. 293). En ciertas ocasiones Forster (p. 301) parece admitir la existencia de un mayor número de cepas originarias.

3.2 La crítica de Kant al poligenismo

Si bien algunos autores han interpretado en términos ético-políticos la negativa kantiana a aceptar la postura de Forster con respecto a la existencia de dos troncos originarios (cf. Weingarten, 1982, p. 117), una afirmación semejante pierde de vista otros pasajes de la obra de Kant y desconoce, a su vez, las propias consideraciones de Forster con respecto a las implicancias del problema antropológico de las razas. Como puede inferirse del texto de Forster, el naturalista alemán advertía hasta qué punto el presupuesto cristiano de la unidad de la especie había resultado impotente a la hora de prevenir el sometimiento y la masacre de los pueblos no europeos. Desde su perspectiva, "en un mundo en el cual (...) todo está conectado a través de finos matices" (Forster, 1853, p. 305), la postulación de dos cepas originarias se presentaba, en cambio, como un mecanismo mucho más eficaz a la hora de "desarrollar pensamientos y sentimientos que son dignos de una existencia razonable en la tierra" (p. 305). Pues, la misma permitía fundamentar una perspectiva moral de carácter natural; esto es, una perspectiva que sustituyera la impotente idea cristiana del deber por la necesidad de una educación recíproca entre las dos raíces de la humanidad.

Por este motivo, no sería adecuado establecer una relación directa entre la crítica kantiana a las posturas poligenistas y determinados presupuestos de carácter ético-político. Desde nuestro punto de vista, la intervención kantiana respondía, más bien, a consideraciones de origen epistemológico. Concretamente, Kant descubría en el poligenismo de Forster un artilugio argumentativo destinado a enfrentar el peligro que suponía la adscripción unilateral a los postulados empiristas para las propias posiciones descriptivistas. La voluntad kantiana de colocar la tesis de Forster en este contexto argumentativo, resultaba evidente desde el momento en que el filósofo crítico se negaba a identificar al gran aventurero alemán con los demás naturalistas conocidos. Forster se apartaba

(...) del modo de representación común y romo que toma a todas las diferencias de nuestro género sobre un pie de igualdad, a saber, el de la casualidad, dejándoles surgir y desaparecer tal como lo fijan las circunstancias externas; considerando superficiales todas las investigaciones de esta clase y, con ello, considerando nula la misma permanencia de la especie en esa forma final (Kant, 1923 [1788], p. 168).

Aquí, la gran apuesta de Kant consistía en mostrar hasta qué punto los presupuestos epistemológicos de Forster ponían en peligro la estabilidad de las especies y amenazaban así la propia racionalidad del orden natural. De hecho, Forster no se hallaba en condiciones de garantizar tales supuestos sino a costa de introducir nuevos principios explicativos que ya no era posible derivar de la mera observación. Esto daba lugar a dos problemas, que intentarían ser solucionados por Kant en su ensayo de 1788. Pues, la tesis de Forster acerca del doble origen de la humanidad no sólo suponía la renuncia a la economía de los principios explicativos, sino que proyectaba categorías descriptivas al ámbito de la reconstrucción histórica de las formas naturales.

La inconsistencia que suponía rechazar la posibilidad de una historia de la naturaleza en función de la máxima que aconsejaba economizar los principios explicativos, para luego postular la existencia de dos cepas originarias, era señalada por Kant (1923 [1788], p. 169) en los siguientes términos: "En los seres organizados, por lo que concierne a la conservación de la especies, no hay que pensar en economizar fundamentos de explicación teleológicos para sustituirlos por fundamentos de explicación físicos". De esta forma, Kant ponía en evidencia el paradójico hecho de que era el propio celo nominalista de Forster el que lo llevaba a traicionar la máxima que aconsejaba economizar los principios explicativos. Sin embargo, no se trataba en este punto de la coherencia interna de la posición de Forster, sino de la posibilidad de una representación sistemática del orden natural. Las dificultades que enfrentaba Forster a la hora de garantizar esta última, se veían reflejadas en su propia incapacidad a la hora de dar cuenta del mestizaje racial. Desde la perspectiva de Kant, Forster había olvidado atenerse a "una máxima opuesta, que limitaba la máxima de la economía de los principios superfluos". Esta máxima recordaba, "que en toda la naturaleza orgánica, con todas las modificaciones de las criaturas individuales, la especie misma se conserva inmodificable" (Kant, 1923 [1786], p. 97). En este aspecto, Forster se acercaba demasiado a la antigua teoría de la preformación. Puesto que, pese a su énfasis en la variedad de las formas naturales, tampoco era capaz de concebir otra forma de necesidad que aquella que se desprendía de principios que precedían al propio desarrollo evolutivo.

Esto último nos lleva al segundo de los problemas que detectaba Kant en el planteo de Forster, esto es, a la confusión entre el nivel de análisis descriptivo e histórico-natural. Dejando por el momento de lado la reconsideración kantiana del estatus epistemológico de la historia natural, resulta necesario recordar aquí el modo en que había sido establecida en 1775 la diferencia entre dicha disciplina y el análisis geográfico y lógico de los seres naturales. Pues, si bien durante los años 80, Kant (1923 [1788], p. 178) utilizaría el concepto general de "descripción de la naturaleza" para hacer referencia a las dos últimas perspectivas, la diferenciación entre abordajes históricos y ge-nealógicos, por un parte, y sincrónicos y morfológicos, por la otra, continuaría desempañando un papel central en el marco de su crítica al poligenismo de Forster. Como ya vimos, la tarea de la descripción de la naturaleza consistía, para Kant, en subsumir los diferentes casos empíricos a partir del establecimiento de una característica fisonómica común. Por este motivo, Kant afirmaba que la descripción de la naturaleza elaboraba clasificaciones artificiales, en la medida en que las mismas no daban cuenta de la relación real de parentesco que existía entre las diferentes entidades analizadas. La historia de la naturaleza, en cambio, procuraba reconstruir la génesis de los diferentes seres naturales y tendía a determinar los conceptos naturales de los mismos, es decir, a clasificarlos en función de relaciones efectivas de parentesco. Kant le atribuía a la "historia natural" la tarea de realizar una reconstrucción racional de la información disponible que permitiera proyectar las hechuras actuales de las formas naturales, según sus formas de comportamiento vigente, hasta donde lo permitiesen las leyes de la analogía. "Perseguir según leyes efectuales que deducimos de las fuerzas de la naturaleza tal como estas se nos presentan actualmente, la relación de ciertas características actuales de las cosas naturales con sus causas en un tiempo más antiguo tan lejos como lo permita la analogía" (1923 [1788], p. 161). Para Kant, la reconstrucción histórica que ofrecía la historia natural permitía rastrear las variaciones fisonómicas que se habían producido en los diferentes períodos de la historia de la tierra y reinterpretar, de esta forma, un gran número de tipos, aparentemente distintos, en términos de razas pertenecientes a una misma especie. Dicho en otros términos, mediante el análisis histórico era posible construir un relato del mundo natural en el cual se articulasen de manera armónica aquellos sucesos que, a los ojos del viajero, del geógrafo o del mero taxonomista, se presentaban en un estado de completa confusión. En palabras de Kant (1912 [1775], p. 434), la historia natural era capaz de "transformar el sistema actualmente tan difuso de descripción natural académica, en un sistema físico para el entendimiento (i.e., una ciencia)".

Sin embargo, lo que Kant descubría en el planteo de Forster no era la eliminación de la dimensión histórica, sino más bien el no reconocimiento explícito de la misma. Kant aludía aquí al uso que hacía Forster del concepto de origen, en la medida en que el mismo remitía a relaciones genealógicas que no se desprendían del análisis de las diferencias fisonómicas. En este punto, Forster no se atenía a sus intenciones iniciales, sino que introducía un planteo genealógico allí donde el análisis de las diferencias y similitudes sincrónicas ya no resultaba suficiente en orden a fundar una clasificación sistemática del orden natural. Sin embargo, no se trataba aquí del grado de honestidad intelectual de Forster, sino de la pregunta acerca de la legitimidad epistemológica de este tránsito desde el ámbito descriptivo al plano genealógico. Según lo entendía Kant, era el propio empirismo de Forster el que le impedía reflexionar acerca de las condiciones de posibilidad de la práctica descriptiva y el que lo obligaba a desconocer las restricciones específicas que regían en el ámbito de la "historia natural". En este sentido, la crítica de Kant no se dirigía al empirismo como principio explicativo, sino al uso incontrolado del mismo que hacía posible el naturalismo forsteriano (Riedel, 1989, p.156).7 7 Como señalábamos en el apartado 2, las tendencias naturalistas se caracterizaban, según Kant (1998, A 855/B883), por creer que "mediante la razón común, prescindiendo de la ciencia (mediante lo que llama él la sana razón), se puede conseguir más, en lo relativo a las más elevadas cuestiones de la metafísica, que mediante la especulación". A modo de ejemplo, Kant hacía referencia allí a aquellos hombres que consideraban que era posible determinar las dimensiones de los cuerpos celestes sin ayuda de las matemáticas, pero el mote también podría aplicarse a quienes descartaban el uso de principios orientadores de carácter trascendental en el ámbito de la historia natural. Como señalábamos en el apartado 2, las tendencias naturalistas se caracterizaban, según Kant (1998, A 855/B883), por creer que "mediante la razón común, prescindiendo de la ciencia (mediante lo que llama él la sana razón), se puede conseguir más, en lo relativo a las más elevadas cuestiones de la metafísica, que mediante la especulación". A modo de ejemplo, Kant hacía referencia allí a aquellos hombres que consideraban que era posible determinar las dimensiones de los cuerpos celestes sin ayuda de las matemáticas, pero el mote también podría aplicarse a quienes descartaban el uso de principios orientadores de carácter trascendental en el ámbito de la historia natural.

Pero la distinción entre Naturbeschreibung y Naturgeschichte no solo permitía poner de manifiesto la falta de claridad del planteo de Forster sino que hacía visible, a su vez, la propia confusión de niveles que se hallaba presente en los escritos precríticos de Kant. Pues, si Forster utilizaba de manera indistinta conceptos provenientes de dos ámbitos disciplinares diferentes, Kant había logrado diferenciarlos pero solo para concederles un estatuto epistemológico similar. Ya nos referimos a las aporías a las que conducía esta tendencia (ver la sección 2.2) y aquí nos referimos a la aporía que se planteaba a la hora de explicar la presencia de las disposiciones para las cuatro razas en el germen originario de la especie. Para evitar una salida poligenista, Kant debía admitir que en el germen se hallaban contenidas potencialmente las cuatro razas. Pero entonces, debía explicar también de qué manera lograban activarse dichas disposiciones en función de los diversos climas. El problema aquí era que dicha activación parecía ser impensable sin la postulación de un principio capaz de actuar en función de fines y esto, en la medida en que se reconociese el carácter objetivo de las consideraciones propias de la historia natural, debía entrar en contradicción con el tipo de explicación mecánica que suponía la ciencia natural. Como ya vimos, esto había conducido a Kant a negar finalmente la existencia de cuatro gérmenes para identificar el origen de la especie con los rasgos de la raza blanca y a presentar a las demás formas raciales como el resultado de un proceso de degradación. De manera tal que ahora debemos analizar el tipo de resolución de esas tensiones que proponía Kant durante el período crítico. Para ello resulta de particular interés el ensayo kantiano de 1788 al que hemos hecho referencia más atrás. Pues, Kant no se limitaba a constatar allí la utilización encubierta de conceptos histórico-naturales en el marco de perspectivas radicalmente descriptivistas, sino que buscaba determinar, además, aquellas condiciones bajo las cuales el uso de tales conceptos podía hallarse validado. Se trataba de establecer una distinción taxativa entre un uso legítimo y otro problemático de la historia natural, a los fines de liberar a aquella de la sospecha de ser "solo una ciencia para dioses y no para los hombres", como había señalado Forster (1853, p. 293).

Según veremos, lo que estaba en juego en este punto no era tanto la justificación de la historia natural frente a los investigadores empíricos, cuanto la defensa de una concepción histórico-natural que resultase conciliable con el uso de la razón y la conservación de las explicaciones mecánico-causales. En este sentido, la historia natural legítima debía ser diferenciada de aquellas perspectivas vitalistas que no sólo rechazaban las posturas preformistas y las explicaciones fundadas en el efecto de los factores ambientales, sino que postulaban, además, la existencia de fuerzas vitales, capaces de articular y de dotar de vida a los diversos fragmentos naturales. Pues, desde el punto de vista de Kant (1923 [1788], p. 179), semejantes tentativas apelaban a "fuerzas imaginarias de la materia, según leyes inauditas e incapaces de ninguna prueba", y abandonaban, por ende, el suelo de toda posible explicación de carácter racional.

3.3 El vitalismo

En orden a explicar la creciente atención de Kant por las perspectivas vitalistas, John Zammito (1997) ha señalado la importante difusión que alcanzaron estas últimas en algunos textos de Herder como Ideas o Dios. A partir de Herder, Kant habría descubierto que, a diferencia de lo que sugería la primera crítica, la historia natural no se debatía entre un modelo sintético, que privilegiaba el aspecto sistémico de la naturaleza por sobre la consideración de la diversidad de los seres naturales, y otro de carácter analítico o empirista, que se concentraba en la mera multiplicidad natural (cf. Kant, 1998, B 696/A 668). Por el contrario, las posturas de raigambre vitalista, marginadas hasta el momento del terreno científico en virtud de sus connotaciones místicas, habían ingresado en el mismo y amenazaban con socavar las bases sobre las cuales se asentaban tanto las posturas preformistas como las perspectivas epigenetistas, es decir, el modelo explicativo mecánico y la concepción inercial de la materia.

La progresiva aceptación de las concepciones vitalistas en el ámbito científico fue impulsada por el descubrimiento de fenómenos tales como la electricidad o el magnetismo animal. Estos descubrimientos tornaron verosímil la existencia de ciertas fuerzas que, si bien no resultaban directamente observables, actuaban en el ámbito fenoménico produciendo una multiplicidad de efectos que ya no resultaban explicables en virtud de la lógica mecánico-causal.8 8 Sobre la relación entre los nuevos desarrollos científicos y los desarrollos filosóficos de finales del siglo xviii se pueden consultar los diferentes trabajos compilados por Cunningham y Jardine (1990) o las investigaciones realizadas por Bierbrodt (2000). En el caso de Herder, la influencia de tales perspectivas puede descubrirse en su intento de configurar una historia natural que, a diferencia de las formulaciones clásicas, ya no se esforzaba por remitir la evidencia empírica a un momento previo al desarrollo temporal. Para Herder, las formas naturales debían ser admitidas en su infinita multiplicidad y explicadas por referencia a la acción productiva de una fuerza natural. De esta manera, la configuración de las formas orgánicas dejaba de ser concebida como un acontecimiento que tenía lugar fuera de la historia, según sostenía el preformismo, para presentarse como el resultado de la intervención histórica de una fuerza genética originaria. Según Herder, esta última se revelaba en infinitas imágenes vivas que se hallaban dotadas, a su vez, del poder de organizar un cúmulo de fuerzas subordinadas y de la capacidad de introducir, de esta manera, modificaciones orgánicas en el propio curso temporal. La génesis, señalaba Herder (2002, 172-4) en Ideas, era el resultado de la acción de fuerzas internas y no el producto de la acción mecánica de factores externos o del mero despliegue de formas prefiguradas.

3.4 La argumentación de Kant

Si bien Kant compartía la convicción herderiana con respecto a la necesidad de introducir una perspectiva histórica a los fines de resolver aquellos problemas que enfrentaban las concepciones naturales conocidas, el mismo no se hallaba dispuesto a admitir el modo en que aquella había sido presentada por su antiguo discípulo. Ya en su reseña de Ideas, Kant argumentaba contra la tendencia a afirmar la existencia de fuerzas invisibles que no resultaban demostrables por medio de un abordaje de naturaleza empírica. Lo postulado por Herder era, para Kant, un mero nombre mediante el cual se procuraba ocultar la ignorancia con respecto al origen de los seres naturales. Sobre este punto, señalaba Kant:

¿Qué debe uno pensar en general de la hipótesis de las fuerzas invisibles que originan la organización y, por ende, del proyecto de querer explicar lo que uno no entiende a partir de aquello que entiende menos todavía? Respecto de lo primero podemos al menos conocer las leyes gracias a la experiencia, aunque desde luego permanezcan desconocidas las causas de las mismas; acerca de lo segundo nos vemos privados de toda experiencia (Kant, 1923 [1785], p. 53-4).

Pero el proyecto herderiano no sólo presuponía aquello que ninguna investigación podía llegar a indagar. Según lo entendía Kant, Ideas no era una mera fantasía inofensiva. Por el contrario, la tentativa de trazar, en función de las semejanzas observadas, una historia de la naturaleza que llegase a postular una fuerza genética originaria, tenían consecuencias que ponían en peligro la racionalidad misma del mundo natural. Al respecto, sostenía Kant:

la insignificancia de las diferencias, cuando se ajustan las especies unas a otras según su semejanza, es dentro una diversidad tan grande una consecuencia necesaria. Solo un aire de familia entre las especies, en virtud del cual una procedería de otra y todas de una única especie originaria o de algo parecido a un seno materno único que hubiera procreado todo, nos conduciría a ideas, pero estas son tan espantosas que la razón retrocede estremecida ante ellas, algo que no se puede imputar a nuestro autor sin ser injustos (...) Pero la unidad de la fuerza orgánica... es una idea que se halla completamente al margen de la teoría natural basada en la observación y pertenece a una filosofía meramente especulativa en la que, si se le diese cabida, socavaría enormemente los conceptos establecidos (Kant, 1923 [1785], p. 54).

Según Zammito (1992, p. 189 ss.), aquellos "conceptos establecidos" a los que hacía referencia Kant, remitían a la concepción newtoniana de la materia y a la noción de explicación científica que se desprendía de aquella. Como muestra Zammito, Newton se había negado a interpretar las fuerzas de atracción o repulsión como propiedades inherentes a los cuerpos, reservando este privilegio para la velocidad inercial y asumiendo así la exclusividad de la explicación mecánico-causal. Sin embargo, este planteo solo podía ser aplicado en el ámbito de las configuraciones orgánicas en la medida en que fuese posible presuponer una concepción "reversible" de los procesos temporales; esto es, en la medida en que el desarrollo de los organismos naturales pudiese ser concebido de tal forma que el mismo excluyese por principio toda posible asimetría entre el pasado y el futuro. Pero Herder no se hallaba dispuesto a asumir dicho presupuesto temporal puesto que el mismo obligaba a elegir entre la conservación de la unidad de la especie, por una parte, y el reconocimiento de la necesidad de las diversas configuraciones raciales, por la otra. No obstante, tampoco el rechazo de la reversibilidad temporal bastaba para explicar el origen de las formas orgánicas naturales. Pues, una vez aceptada la posibilidad de que los diversos estadios del proceso evolutivo, no se hallasen contenidos en las condiciones iniciales, resultaba necesario dar cuenta del modo en que estos se hallaban articulados.

En este contexto cobra sentido el postulado herderiano de la fuerza genética originaria, en la medida en que este se encontraba orientado a concebir de manera simultánea la novedad y la articulación interna de las transformaciones históricas que tenían lugar tanto en el plano histórico-natural como en el ámbito del desarrollo cultural. Se trataba de una fuerza que no se limitaba a poner en movimiento el proceso evolutivo de las formaciones germinales, sino que producía configuraciones orgánicas que eran capaces de modificarse a sí mismas a los fines de adecuarse a las exigencias ambientales. En clara contradicción con el principio newtoniano, según el cual todo cuerpo permanecía en su estado o movimiento uniforme y rectilíneo a menos que fuese obligado por fuerzas impresas a cambiar su situación, Herder (2002, p. 249) afirmaba en Ideas que las mutaciones "solo podían producirse desde dentro para fuera".

Desde el punto de vista de Kant, este planteo resultaba problemático en la medida en que introducía una fuerza que debía hallarse dotada de una plasticidad de carácter ilimitado. Pues, aun cuando Herder no contase con mejores alternativas a la hora de garantizar de manera simultánea el cambio y el orden de las formas naturales,9 9 Desde nuestro punto de vista, Herder se encontraba en una situación aporética. Puesto que solo contaba con dos opciones igualmente problemáticas. Esto es, podía restringir la flexibilidad de la fuerza, pero a costas de renunciar al propio transformismo, o explicar la conformación de los seres vivos en términos meramente mecánicos, pero asumiendo la contingencia de las configuraciones orgánicas. la postulación de una fuerza semejante lo obligaba a renunciar a la posibilidad de construir una clasificación científica de los seres naturales y a la expectativa de asegurar la racionalidad intrínseca del mundo natural. En este punto, la desconfianza de Herder frente a los postulados preformistas y su decisión de reconstruir los orígenes naturales de las formas orgánicas parecía reproducir la situación a la que había conducido el absolutismo teológico tardío-medioeval (Blumenberg, 1966, p. 121). Nos referimos aquí a la representación de un Dios todopoderoso que fue desarrollada hacia finales de la edad media por la teología nominalista. Esta concepción radicalizaba hasta tal punto la potentia absoluta Dei que acababa por hacer depender de la misma a la propia conservación del mundo. Eso acabó tornando insostenible la concepción teológica mencionada. Pues, al colocar a Dios más allá de todo límite racional, lo convertía en un principio insuficiente a la hora de brindarle al hombre algún tipo de seguridad. Según lo entiende Blumenberg (1966, p. 120 ss.), la necesidad de superar el problema que introducía el absolutismo teológico es lo que explica el surgimiento del mundo moderno. Pues, dada la total plasticidad de la fuerza genética originaria, resultaba necesario asumir el carácter absolutamente imprevisible del desarrollo ontogenético y filogenético de las formas organizadas. En este registro sería posible leer, desde nuestra perspectiva, la exigencia kantiana con respecto a la necesidad de limitar el poder creativo de la fuerza genética originaria. Al respecto, Kant se expresaba en los siguientes términos:

si la causa que organiza desde dentro estuviera limitada por su naturaleza a un cier-to número y grado de diferencias en el desarrollo de su criatura (organización según la cual dicha causa no sería libre para modelar conforme a otro patrón en caso de modificarse las circunstancias), podría denominarse a esta determinación natural de la naturaleza configuradora de "gérmenes" o "disposiciones originarias", sin considerar por ello a los primeros como dispositivos colocados en un principio que solo se despliegan por casualidad y aisladamente cual capullos (como en el sistema de la evolución), sino como meras limitaciones inexplicables de una facultad autoconfiguradora que tampoco podríamos explicar o hacer comprensible (Kant, 1923 [1785], p.62-3).

También en "Sobre el uso de principios teleológicos", Kant criticaba esta tendencia a unificar aquellas fuerzas que gozaban de algún tipo de correlato empírico en una fuerza general: "Algunos han creído que tenía que suponerse una única fuerza fundamental para explicar la unidad de la sustancia e incluso han pretendido conocerla tan solo con nombrarla con el título común de diversas fuerzas fundamentales" (1923 [1788], p. 180).

3.5 El concepto crítico de historia natural

Retomando lo analizado hasta aquí, podríamos afirmar que el punto de partida de la noción kantiana de historia natural lo constituía su convencimiento con respecto a la inviabilidad de aquellas perspectivas que, en su afán de economizar principios explicativos, acababan renunciando a la estabilidad de las especies naturales. Según advertía Kant en las lecciones de 1775, esta renuncia no solo podía observarse en aquellas concepciones empiristas que explicaban el origen de los seres organizados a partir del efecto de factores ambientales, sino que se registraba en el propio planteo de Buffon. Pues al explicar el surgimiento de los rasgos raciales en términos degenerativos, también el naturalista francés hacía peligrar la estabilidad de la especie que había asegurado previamente por medio de la postulación de una cepa humana originaria. Como ya vimos, lo que resultaba problemático en este punto era el hecho de que Buffon se encontrase dispuesto a dar cuenta de la configuración de rasgos indefectiblemente hereditarios (como los rasgos raciales) a partir de la acción de fenómenos ambientales. Puesto que, si se reconocía esto último, entonces también resultaba necesario admitir la posibilidad de que los propios rasgos específicos se encontrasen determinados por factores de carácter circunstancial.

Sin embargo, tampoco los esfuerzos que había realizado Kant en sus lecciones sobre las razas habían conducido a conclusiones satisfactorias. Intentando rebatir las consecuencias perniciosas de la postura de Buffon, Kant había postulado allí la existencia de cuatro disposiciones raciales. Estas disposiciones se hallaban situadas en el tronco de la especie, pero se activaban de manera selectiva en función de las necesidades que imponían las diferentes condiciones climáticas. Esta hipótesis lograba asegurar la necesidad de las características raciales. No obstante, el planto de Kant dejaba abierta una pequeña brecha entre dichas disposiciones y el efectivo desenvolvimiento de las mismas que obligaba a pensar en la intervención temporal de alguna causa ajena a la lógica mecanicista. Como ya mencionamos, esta dificultad no pasó completamente desapercibida para el propio Kant, quien intentó superarla por medio de la referencia a postulados provenientes de la perspectiva buffoniana de la degeneración. De esta manera, Kant abandonaba de manera implícita su teoría de las cuatro disposiciones raciales, para identificar al prototipo de la especie humana con la raza blanca y asumir el carácter degenerativo de las demás configuraciones raciales.

Si bien el Kant precrítico parecía vislumbrar, como decíamos, las aporías a las que conducía su teoría acerca del origen de las razas, recién emprendería la tarea de realizar una verdadera reformulación de la misma con el avance de las posturas vitalistas y la aparición de Ideas. Tales perspectivas reproducían argumentos similares a los que había esgrimido el propio Kant en contra las concepciones preformistas, pero extraían de ellos conclusiones que tendían cuestionar la reversibilidad de las transformaciones naturales. En este sentido, no es casual que el opúsculo kantiano "Determinación del concepto de raza humana" apareciese un año después de la publicación de la primera parte de Ideas. Pues, la historia natural herderiana tensaba el hiato entre el pasado y el presente, que había introducido Kant por medio de la hipótesis de las disposiciones originales, y acababa afirmando la absoluta irreductibilidad de las formaciones naturales a sus condiciones iniciales. No obstante, si tomamos en consideración la presentación del problema que aparece en las lecciones de 1775, resulta evidente que Kant no se hallaba en condiciones de evitar tales conclusiones sino por medio del retorno a las propias perspectivas preformistas. Esto es, asumiendo que los rasgos raciales se hallaban contenidos desde siempre en cepas diferenciadas o atribuyéndoles a aquellos un carácter absolutamente insustancial. El problema aquí era que resultaba necesario optar entre la sujeción a la máxima que aconsejaba evitar la postulación de principios innecesarios y aquella que recordaba que "con todas las modificaciones de las criaturas individuales, la especie misma se conserva inmodificable" (Kant, 1923 [1786], p. 97). En el primer caso, se superaba la tendencia a afirmar la existencia de disposiciones increadas, pero al precio de renunciar a toda clasificación certera, mientras que en el otro, es decir, en el de Forster, se acababa desconociendo la primera máxima - aun cuando en un comienzo se la proclamara - a los fines de explicar la misteriosa necesidad del fenómeno de la herencia.

Sin embargo, Kant advertía que si la postura herderiana conducía a negar la inteligibilidad del mundo natural, las concepciones reversibles de la temporalidad impedían interpretar fenómenos tales como el mestizaje o la herencia necesaria de los caracteres raciales. La respuesta del Kant crítico frente a este problema consistió en cuestionar de manera radical el status epistemológico de la historia natural. Desde su perspectiva, la "descripción de la naturaleza" y la "historia de la naturaleza" no solo se diferenciaban en virtud de sus respectivos objetos de estudio - species artificiales y naturalis respectivamente (Kant, 1923 [1788], p.178) - ,10 10 Como vimos en el apartado 3.2, la caracterización que realiza Kant de los objetos de estas disciplinas durante el período no coincide plenamente con aquella que es presentada en las lecciones de 1775. Pues, si en 1775, Kant atribuía al sistema naturae la tarea de establecer relaciones de carácter lógico y reservaba a la descripción y a la historia de la naturaleza el descubrimiento de relacione reales (ya sean espaciales o temporales), durante los años 80 el filósofo crítico privilegiará la distinción entre abordajes históricos y genealógicos, por un parte, y sincrónicos y morfológicos, por la otra. Los primeros tendrán como objeto la especie natural [Naturgattung o species naturalis], "en la medida en que están enlazadas por medio de su facultad de reproducción y pueden haber brotado de un mismo tronco", mientras que los segundo se abocaran al estudio de la especie escolar [Schulgattung o species artificiales], "en la medida en que ellas se hallan subsumidas bajo un rasgo común destinado a la mera comparación" (Kant, 1923 [1788], p. 178). sino también del alcance de las pretensiones epistemológicas de sus conceptos fundamentales. Pues, si la descripción de la naturaleza podía asegurar el carácter constitutivo de sus herramientas conceptuales, la historia natural debía conformarse con el uso regulativo de las suyas. Sería conveniente advertir aquí que, si bien para Kant la descripción de la naturaleza no puede deducir sus objetos sino más bien construir conceptos empíricos de los mismos y no podía ser considerada, por ello mismo, una ciencia verdaderamente estricta, sus conceptos (por ejemplo, el de perro) tenían pretensiones constitutivas y encontraban su origen en la propia información empírica. No sucederá lo mismo, como veremos, con la "historia natural".

Kant fundamentaba las limitaciones de la historia natural en la propia tendencia de la misma a proyectarse hacia acontecimientos que habían tendido lugar en épocas remotas y que, entonces, resultaban inaccesibles para nosotros. Sin embargo, Kant no hacía referencia aquí a una ignorancia de carácter contingente, que pudiese ser reparada por medio de nuevos descubrimientos, sino más bien al hecho de que el objeto mismo de la historia de la naturaleza, esto es, el origen de las formas orgánicas, resultaba incomprensible a partir del análisis mecánico-causal. No obstante, la historia natural no se convertía por ello en una disciplina desechable. Pues, aun cuando no ofreciese información objetiva acerca de las formas naturales, brindaba un servicio indispensable en relación a nuestros propios supuestos cognitivos.

Ahora bien: ¿en qué consistía exactamente la contribución epistemológica de la historia natural?; y ¿en qué sentido dicha contribución podía oficiar como un argumento adecuado a los fines de justificar el carácter racional de aquella disciplina? Según sostenía Kant en 1788, existían ciertos fenómenos, tales como las razas, que no podían ser concebidos por medio de nuestras facultades sino en virtud de la postulación de una teleología de carácter natural. Sin embargo, Kant (1923 [1788], p.182) se hallaba convencido de la insuficiencia de nuestro entendimiento para determinar a priori la existencia de fines naturales. Puesto que, para ello, hubiese sido necesario demostrar que aquellos fenómenos, cuya representación nos exigía la postulación de fines, solo habían podido ser producidos por intermedio de tales fines. En este punto, las razas resultaban análogas a los organismos (cf. Ginsborg, 2004, p. 33-9; Foster, 2002, p. 169-90). Ya que al presentarse como entidades "conforme a fin", sin que pudiésemos establecer el concepto a partir del cual se deducía su existencia, su comprensión solo resultaba posible en la medida en que se introdujese una dimensión teleológica de carácter regulativo.

Este cambio de perspectiva había sido delineado por Kant (1998, A680/B708) en la Crítica de la razón pura, pero adquiriría características más radicales en el marco del debate acerca de las razas. Pues, si bien los principios teleológicos desempeñan un papel orientador ya en la primera crítica (Kant, 1998, B695, A667-696, A668), con la rediscusión del problema de las razas llevaría a ser evidente hasta qué punto aquellos resultaban imprescindibles a los fines de asegurar la reversibilidad de las transformaciones naturales. Sin embargo, existen diferentes posiciones con respecto a la relación entre el apéndice a la dialéctica transcendental y el principio trascendental de finalidad, tal como es presentado en la Crítica de la facultad de juzgar. Algunos autores descubren en el segundo una elaboración ulterior del primero (Allison, 2000, p. 82; Mertens, 1975, p. 17) mientras que otros le atribuyen a los principios regulativos de la primera crítica un carácter meramente lógico, para descubrir en la tercera crítica principios de orden trascendental (Horstmann, 1989, p. 170).

No podemos analizar aquí la concepción kantiana de la teleología en toda su complejidad. Sin embargo, nos interesa llamar la atención acerca del modo en que Kant daba por sentado el carácter final de los rasgos raciales y fundamentaba sobre dicha base la necesidad de desarrollar una nueva disciplina. En este sentido, puede ser interpretada la cita que trascribimos a continuación, en la cual Kant procuraba refutar la desconfianza de Forster frente a la "historia natural":

ambos estamos de acuerdo en que en una ciencia de la naturaleza todo tiene que explicarse naturalmente, porque de otro modo no formaría parte de esta ciencia (...) Sin embargo, precisamente el mismo principio, según el cual todo en la ciencia de la naturaleza tiene que explicarse naturalmente, designa al mismo tiempo los límites de la misma. Pues se ha logrado alcanzar su límite cuando se utiliza el último de los fundamentos de explicación que aún puede ser mantenido mediante la experiencia (...) Puesto que el concepto de un ser organizado ya implica que es una materia en la que todo está en relación recíproca, como medio y como fin a la vez, y esto solo puede pensarse a partir de las causas finales, con lo que la posibilidad del mismo solo deja disponible, al menos para la Razón humana, una clase de explicación teleológica, de ningún modo, físico-mecánica. Pues, no puede indagarse en la física de dónde proviene originariamente toda organización (Kant, 1923 [1788], p. 178-9).

Kant (1913 [1790], p.428) también se refería a la posibilidad de una historia natural en la Crítica de la facultad de Juzgar. Sin embargo, su valoración de la misma no resultaba idéntica en los dos casos mencionados, sino que, tras haberla fundamentado en el texto de 1788, tendía a descalificarla en la tercera crítica. En este punto, probablemente pesaba el hecho de que las elucubraciones acerca del origen de las razas contaban con un contrapeso empírico en la ley de Buffon, que permitía comprobar hasta qué punto era posible considerar emparentados a dos individuos con carácter morfológicos diferenciados. El proyecto de una arqueología de la naturaleza en su totalidad llevaba a postular, en cambio, un origen común para todas las formas orgánicas y no contaba, en tal sentido, con ningún reaseguro empírico que pudiese limitar el poder fantasioso de la razón. Sin embargo, también se podría pensar en el hecho de que en el caso de las razas nos encontrábamos con una situación que socavaba de una manera evidente el uso coherente de las facultades cognoscitivas. Pues la existencia de las mismas inducía a pensar en la posibilidad de que la naturaleza tuviese una historia en un sentido verdaderamente temporal.

Sin embargo, esta vía argumentativa no se desprendía con claridad de la presentación del concepto de raza humana que Kant había realizado en el texto criticado por Forster. Si recordamos lo expresado por Kant en "Determinación del concepto de raza humana" y en las lecciones sobre las razas, veremos que la "disposición a fin" de los rasgos raciales no se presentaba como una evidencia empírica sino que se deducía más bien, como una exigencia, del carácter indefectiblemente hereditario de los mismos. De hecho, Kant había llegado a sostener la necesidad de admitir de antemano la "disposición a fin" de todos aquellos caracteres que se heredaban de un modo necesario. Pues, solo de este modo era posible remitir las características raciales a un momento originario y evitar, de esta forma, la temporalización de las especies naturales.

Desde nuestra perspectiva, esta tensión en torno al carácter manifiesto o deducido de la "disposición a fin" de las configuraciones raciales resulta sumamente significativa puesto que torna visible aquellos motivos estructurales que impulsaban a Kant a sostener la necesidad de la nueva disciplina. Ciertamente, no se trataba de construir teorías fantasiosas acerca del origen histórico de las especies naturales. En este sentido, la crítica de Forster resultaba injustificada, puesto que la historia natural kantiana no aportaba contenidos cognoscitivos. Sin embargo, tampoco era posible admitir que la historia natural kantiana condicionase el uso de los principios teleológicos a la propia evidencia empírica, como había afirmado Kant (1913 [1790], p. 360) en la Crítica de la Facultad de Juzgar; esto es, en el caso de las razas, no se podía afirmar que la introducción de una perspectiva teleológica respondiese a la imposibilidad de explicar dicho fenómeno en términos exclusivamente mecánico-causales. Por el contrario, de lo que se trataba aquí era del uso de las propias facultades cognitivas.11 11 Esta última observación pone en evidencia hasta qué punto la postulación de principios teleológicos de carácter regulativo se hallaba fundada en la necesidad de garantizar la posibilidad de una aplicación práctica de aquellas facultades cognitivas que habían sido descriptas por Kant en la Crítica de la razón pura. Esto es, desde nuestra perspectiva, el objetivo de Kant habría sido asegurar la posible coordinación de la sensibilidad con el entendimiento y no dar cuenta de fenómenos cuya existencia no resultaba explicable en términos mecánico-causales, como él mismo sostenía. Sin embargo, por motivos de espacio, no podemos detenernos aquí sobre este aspecto del concepto kantiano de teleología (cf. Longuenesse, 2000, p. 163 ss.) Pues, la aplicación de las mismas en un sentido descriptivo y el desarrollo de la actividad conceptualizadora solo resultaba concebible en la medida en que fuese posible sostener la "disposición a fin" de los caracteres raciales y, con ella, la reversibilidad absoluta de las transformaciones naturales (cf. Ginsborg, 1997; Zuckert, 2007, p. 5-7; Longuenesse, 2000, p. 163 ss.).

Consideraciones finales

Según anticipamos, la afirmación kantiana de la "disposición a fin" de los rasgos raciales no se desprendía de la pretensión de garantizar una representación coherente de los mismos, sino de la necesidad de asegurar aquellas condiciones que hacían posible la construcción de los conceptos empíricos de las especies naturales. Pues, dicha construcción y, con ella, la posibilidad de un uso coherente de nuestras facultades cognitivas, tenía como presupuesto la persistencia de las formas naturales. Esto último no suponía la proscripción del cambio en general, pero obligaba a descartar la posibilidad de procesos evolutivos de carácter irreversible, es decir, de aquel tipo de variaciones que parecía suponer la existencia de las razas. Ya que, como veíamos, la constitución de las razas combinaba la posibilidad del mestizaje fértil con la posesión de rasgos indefectiblemente hereditarios. De manera tal que si, por una parte, resultaba necesario concebirlas como derivaciones de una misma especie, por la otra, no resultaba posible remitirlas a un único tronco originario. En los textos procedentes de la década del 1780, Kant definía el concepto de raza en término de una "peculiaridad radical que apunta hacia una linaje común y que, al mismo tiempo, admite múltiples caracteres permanentemente hereditarios, no solamente del mismo género animal, sino también del mismo tronco" (1923 [1788], p. 163). Las razas se presentan así como el resultado de la activación "disposiciones naturales" que "deben haber sido puestas [en el germen de la especie], para la conservación de la especie, al menos en la primera época de su propagación" (Kant, 1923 [1786], p. 98). En este sentido, las razas eran consideradas como condiciones específicas de la existencia de los individuos en los diferentes climas y no como meros productos casuales que surgían del roce entre el tipo originario y el ambiente, como pretendía Buffon.

Probablemente por este motivo la historia de la naturaleza kantiana se concentraría de una manera particular en el fenómeno de las razas. No porque esta disciplina fuese capaz de explicar el surgimiento de las mismas - como afirmaba Forster y parecía sostener el propio Kant en las lecciones sobre las razas - , sino porque el uso constitutivo de nuestras facultades cognoscitivas dependía de la posibilidad de garantizar el carácter reversible de las transformaciones naturales. En términos más concretos, esto último suponía que el uso determinante de las facultades subjetivas se encontraba supeditado a la posibilidad de interpretar la peculiar constitución de las razas - a medio camino entre la continuidad de los gérmenes y la discontinuidad de las variedades - de tal manera que el surgimiento de las mismas ya no debiese ser interpretado en términos temporales.

Thimothy Lenoir sostiene que es posible identificar en la tradición alemana un programa de investigación al que denomina teleomecanicismo o materialismo vitalista. Este programa tendría su origen en las formulaciones kantianas acerca del estudio de los organismos y habría sido desarrollado en Göttingen por renombrados investigadores entre los que se encontraría Blumenbach. Lo que identificaría a este programa sería su capacidad para limitar el alcance de la explicación mecanicista, dando lugar a la especificidad de los fenómenos vivos, pero sin verse obligado por ello a exceder los límites de la razón pura (Lenoir, 1981). Richards discutirá esta lectura e intentará poner en evidencia las diferencias existentes entre la perspectiva kantiana y la concepción del Bildungstrieb desarrollada por Blumenbach. Para Richards este último autor atribuiría a la naturaleza un sentido transformista que anticiparía, de cierta manera, la postura de Darwin (Richards, 2000). Desde nuestra perspectiva, sería posible adscribir a la postura de Lenoir en la medida en que la misma separa a Kant de todo transformismo. Sin embargo, también sería necesario agregar que antes que limitar el alcance de la explicación mecánica, las operaciones conceptuales realizadas por Kant se dirigían a conservar su inteligibilidad en el marco del proceso de temporalización.

Como puede inferirse a partir de lo expuesto, la solución que ofrecería Kant a este problema durante la década de 1780 consistiría en la postulación de disposiciones finales, que se hallaban situadas en el tronco de la especie y que se activaban de forma selectiva en función de las condiciones climáticas (Kant, 1923 [1786], p. 93, 100). Ciertamente se trataba del mismo modelo que había presentado Kant en sus lecciones de 1775. No obstante, Kant se encontraba ahora en condiciones de resolver de manera teleológica el problema que suponía la activación histórica de los gérmenes y de las disposiciones raciales. Puesto que, una vez discutido el alcance epistemológico de la historia natural, la misma dejaba de hacer referencia al desarrollo efectivo de los procesos naturales, para concentrarse en el modo en que debía ser interpretada la experiencia disponible.

En este sentido, sería posible sostener que la apelación kantiana a una dimensión teleológica adquiría en el texto de 1788 una doble utilidad. Pues, la misma no solo permitía afirmar la "conformidad a fin" de las disposiciones raciales para la adaptación de la especie a diferentes climas, sino que tornaba comprensible, además, el hecho de que las mismas reaccionasen de manera autoactiva ante las circunstancias externas que las tornaban necesarias. Lo primero constituía el núcleo del preformismo, en la medida en que este sostenía el carácter final de los gérmenes creados por dios. Lo segundo se presentaba, en cambio, como el logro específico de la historia natural kantiana. Sin embargo, se trataba de un logro que, en tanto se orientaba a garantizar la reversibilidad temporal, contribuía a asegurar la supervivencia de los supuestos preformistas y no a tornar inteligibles las nuevas perspectivas científicas acerca de la organización de los fenómenos naturales.

En este punto resulta evidente el papel central que desempeñó el pensamiento de Herder en el desarrollo del concepto kantiano de historia natural en la medida en que puso en evidencia los peligros que se hallaban contenidos en una concepción no reversible de la variable temporal. De hecho, desde mediados de los años 1780, la "historia natural" kantiana ya no se presentaría como un intento de flexibilización de las tesis preformistas, sino como un recurso destinado a negar la existencia de procesos evolutivos de carácter irreversible. Dicho en pocas palabras, la reconstrucción heurística que ofrecía la historia natural debía remitir a un momento previo al desarrollo temporal aquellos rasgos morfológicos cuya emergencia se presentaba en principio como un acontecimiento de naturaleza temporal. En este sentido, sería posible sostener que la historia natural kantiana se hallaba orientada a confirmar el presupuesto básico de la antigua historia naturalis. Puesto que solo una concepción reversible de los procesos filogenéticos y ontogenéticos, podía hallarse en condiciones de asegurar la actividad conceptualizadora de nuestras facultades cognitivas.

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  • La intervención kantiana en el debate de las razas de finales del siglo XVIII

    Kant's intervention in the debate about race in the late eighteenth century
  • 1
    Una concepción "reversible" de la temporalidad no interpreta a esta última como un elemento constitutivo del universo físico sino como el resultado de las propias limitaciones de nuestras capacidades cognitivas. Dicho en otros términos, la perspectiva mencionada rechaza la existencia de transformaciones que introduzcan diferencias cualitativas entre el pasado y el futuro. Una concepción irreversible de la temporalidad, en cambio, admite la posibilidad de transformaciones que no se encuentren contenidas en las condiciones iniciales (cf. Palti, 2004, p. 69).
  • 2
    John Zammito coloca la referencia a Kames en un contexto más amplio. El objetivo de Kant habría sido discutir ciertas tendencias filosóficas que, desde su perspectiva, hacían peligrar el "rigor académico alemán". En términos generales, estas tendencias incluían a personalidades tales como Herder, Voltaire, Hume, Ernst Platner, Johann Feder o Christoph Meiners (cf. Zammito, 2006, p. 37) y se caracterizaban por admitir como único método válido para la metafísica el punto de vista de la razón natural (cf. Kant, 1998, A855/B883). Para Zammito, podría decirse entonces, lo que era combatido por Kant en el debate acerca de las razas era más el naturalismo que se hallaba implícito en la descripción poligenista de los orígenes de la especie, que la afirmación de cepas diferenciadas. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, no resulta posible reducir la intervención kantiana a la pretensión de instituir una perspectiva filosófica de carácter apriorístico (
    Schulphilosophie). Pues, como veremos más adelante, la referencia kantiana al ámbito especulativo respondía a la pretensión de asegurar aquellos presupuestos que resultaban necesarios a la hora de garantizar la existencia del conocimiento científico.
  • 3
    El
    Tableau fue una forma de representación frecuentemente utilizada por los sistematizadores para rubricar las formas naturales. En el
    Tableau eran colocadas una serie de combinaciones de rasgos y, en función de estas últimas, eran ubicados los diversos seres naturales. Así, no solo se identificaba a los seres naturales sino que se establecía, además, el lugar de los mismos en el marco de un orden sistemático (cf
    . Breidbach & Ghiselin, 2006).
  • 4
    Estas corrientes, cuyas primeras formulaciones remitían a Marcello Malpighi o Jan Jakob Swammerdam, y cuya fundamentación filosófica puede encontrarse en Gottfried Wilhelm Leibniz, sostenían que los diferentes momentos del desarrollo de un ser vivo se hallaban prefigurados en el germen desde el momento de la fecundación. De esta manera, las concepciones preformistas podían dar cuenta del carácter teleológico de las configuraciones orgánicas sin renunciar a la posibilidad de explicar el desarrollo de las mismas en términos mecánico-causales. Ya que, aun cuando la voluntad divina dispusiese las formas originarias, el desenvolvimiento de las mismas solo podía ser explicado a partir de la acción mecánica de los diversos factores naturales (cf. Galfione, 2013).
  • 5
    De hecho, los argumentos destinados a demostrar las ventajas adaptativas que ofrecía la piel negra fueron desarrollados por Kant
    a posteriori y no se orientaban a demostrar la existencia de una relación entre el color de la piel y el sol, como intuitivamente podría pensarse, sino más bien a refutar dicha perspectiva. Desde su punto de vista, existía una relación
    adaptativa entre la piel negra y el medio ambiente africano, pero la misma se hallaba ligada a la cantidad de flogisto que se hallaba disponible en dichas regiones y a las posibilidades especiales que ofrecía la piel negra para el proceso de desflogistización. De la expulsión del flogisto por medio de la piel se seguía, por otra parte, el presunto "fuerte olor de los negros" (cf
    . Kant, 1923 [1786], p. 103).
  • 6
    Pese a sostener perspectivas diferentes en cuanto al origen de las diferencias raciales, Forster y Herder mantuvieron correspondencia durante los años en los cuales tuvo lugar la polémica con respecto a las razas. La concordancia en la oposición a la abstracción del criticismo se expresó en el apoyo mutuo que se brindaron tales autores en la polémica contra Kant. Así, Herder colaboró para la impresión inmediata del texto de Forster, mientras que este se referiría a
    Ideas en "Algo más sobre las razas humanas" como una muestra de aquello que la filosofía podía hacer en asuntos ligados a la investigación natural, en lugar de concentrarse en clasificaciones arbitrarias como lo hacía Kant (cf. Pietsch, 2010, p. 99).
  • 7
    Como señalábamos en el apartado 2, las tendencias naturalistas se caracterizaban, según Kant (1998, A 855/B883), por creer que "mediante la razón común, prescindiendo de la ciencia (mediante lo que llama él la sana razón), se puede conseguir más, en lo relativo a las más elevadas cuestiones de la metafísica, que mediante la especulación". A modo de ejemplo, Kant hacía referencia allí a aquellos hombres que consideraban que era posible determinar las dimensiones de los cuerpos celestes sin ayuda de las matemáticas, pero el mote también podría aplicarse a quienes descartaban el uso de principios orientadores de carácter trascendental en el ámbito de la historia natural.
  • 8
    Sobre la relación entre los nuevos desarrollos científicos y los desarrollos filosóficos de finales del siglo xviii se pueden consultar los diferentes trabajos compilados por Cunningham y Jardine (1990) o las investigaciones realizadas por Bierbrodt (2000).
  • 9
    Desde nuestro punto de vista, Herder se encontraba en una situación aporética. Puesto que solo contaba con dos opciones igualmente problemáticas. Esto es, podía restringir la flexibilidad de la fuerza, pero a costas de renunciar al propio transformismo, o explicar la conformación de los seres vivos en términos meramente mecánicos, pero asumiendo la contingencia de las configuraciones orgánicas.
  • 10
    Como vimos en el apartado 3.2, la caracterización que realiza Kant de los objetos de estas disciplinas durante el período no coincide plenamente con aquella que es presentada en las lecciones de 1775. Pues, si en 1775, Kant atribuía al
    sistema naturae la tarea de establecer relaciones de carácter lógico y reservaba a la descripción y a la historia de la naturaleza el descubrimiento de relacione reales (ya sean espaciales o temporales), durante los años 80 el filósofo crítico privilegiará la distinción entre abordajes históricos y genealógicos, por un parte, y sincrónicos y morfológicos, por la otra. Los primeros tendrán como objeto la
    especie natural [Naturgattung o
    species naturalis], "en la medida en que están enlazadas por medio de su facultad de reproducción y pueden haber brotado de un mismo tronco", mientras que los segundo se abocaran al estudio de la
    especie escolar [Schulgattung o
    species artificiales], "en la medida en que ellas se hallan subsumidas bajo un rasgo común destinado a la mera comparación" (Kant, 1923 [1788], p. 178).
  • 11
    Esta última observación pone en evidencia hasta qué punto la postulación de principios teleológicos de carácter regulativo se hallaba fundada en la necesidad de garantizar la posibilidad de una aplicación práctica de aquellas facultades cognitivas que habían sido descriptas por Kant en la
    Crítica de la razón pura. Esto es, desde nuestra perspectiva, el objetivo de Kant habría sido asegurar la posible coordinación de la sensibilidad con el entendimiento y no dar cuenta de fenómenos cuya existencia no resultaba explicable en términos mecánico-causales, como él mismo sostenía. Sin embargo, por motivos de espacio, no podemos detenernos aquí sobre este aspecto del concepto kantiano de teleología (cf. Longuenesse, 2000, p. 163 ss.)
  • Fechas de Publicación

    • Publicación en esta colección
      11 Ago 2014
    • Fecha del número
      Mar 2014
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