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La pampa y el chat. Aphrodisia, imagen e identidad entre hombres de Buenos Aires que se buscan y encuentran mediante Internet

RESENHAS

Ernesto Meccia

Lic. en Sociología, Magister en Investigación en Cs. Sociales (UBA), Profesor Adjunto - Universidad de Buenos Aires, Profesor Adjunto Ordinario - Universidad Nacional del Litoral (UNL), Santa Fe, Argentina > ernesto.meccia@gmail.com

LEAL GUERRERO, Sigifredo. 2011. La pampa y el chat. Aphrodisia, imagen e identidad entre hombres de Buenos Aires que se buscan y encuentran mediante Internet. Buenos Aires: Antropofagia. 140 p.

Ciertas posiciones intelectuales a veces semejan auténticas poses para la representación de un drama académico ante un auditorio del cual los propios académicos forman parte. Ameritan un estudio encuadrable en una sociología de los campos disciplinares. Ese drama encuentra en los denominados "congresos" o "jornadas" su escenario institucional natural: los ponentes exponen y luego se convierten en público; el público escucha y luego se convierte en ponente. Un mismo conjunto de personas (reversibles, desde la perspectiva del rol) produce, circula y consume (sus) saberes. Esta circunstancia es particularmente inquietante cuando los actores académicos del drama dicen ser portavoces de los actores comunes a quienes, destacan además, habría que prestar atención por cuestiones políticas. Si pensamos en el campo de los estudios sociales de las sexualidades no-heterosexuales, tal vez pueda pensarse que la lógica de representación por delegación que acabamos de esbozar puede producir confusiones y, lo que es peor, silenciamiento de sentidos sociales, ya que en la representación del drama académico los actores comunes estarían más "representados" que "expresados". Esto es de suma importancia, ya que semejante desplante no puede figurar entre las cláusulas de ningún contrato cualitativo de investigación.

El libro de Sigifredo Leal Guerrero aquí reseñado es, en principio, una profunda y bella exhortación a restituir la subjetividad de los actores en los escritos académicos. El autor apuesta a una ciencia social "expresiva" capaz de separar los tantos: muy pocos estudios invitan desde el comienzo y se hacen cargo de separar, durante el desarrollo de sus argumentos, los intereses (de conocimiento y/o políticos) de los académicos de los intereses prácticos de los actores. La recaída permanente en la tentación "intelectualocéntrica", dice Leal Guerrero abrevando en Pierre Bourdieu (:31) ha venido dañando muchas reflexiones en torno de la homosexualidad.

Para comenzar su estudio "La pampa y el chat", que trata sobre el repertorio de prácticas tendientes al logro de imagen e identidad que desarrollan en Buenos Aires hombres que buscan sexo con hombres usando los recursos de Internet, el autor tiene que deshacerse de una serie de conceptos gravosos heredados de formas de investigación social de filiación "intelectualocéntrica" sobre la homosexualidad. Así, con buena escritura (no exenta de sentido del humor) el autor arremete contra los conceptos de "identidad sexual", "cultura gay", e "interacción sexual", y desarrolla desde la perspectiva del actor (desde su "sentido práctico", diría -nuevamente- Bourdieu) una original reflexión en torno del estatus de la "histeria" y del "histeriqueo", práctica ausente o minusvalorada en los informes académicos y que Leal Guerrero reinserta con todos los honores dentro del repertorio de las prácticas sexuales cotidianas.

El trabajo de campo fue desarrollado entre 2004 y 2007. Se observaron las dinámicas relacionales en dos portales gays en Internet, prestando especial atención a la condensación informativa que poseen las fotografías, técnica completada con el análisis de los textos con los que los usuarios se describen y con la realización de entrevistas etnográficas.

Los portales gays de Internet son sitios por los que transitan personas del más diverso tipo que desean encontrar un/os compañero/s para concretar deseos también de todo tipo, que no necesariamente deben (remarco el sentido de deber) culminar en un encuentro face to face. A esta diversidad inclasificable debe sumarse una constatación: lo que las personas ponen en juego en esos particulares espacios de estricta contemporaneidad no puede ser tomado como "síntoma" de algo mayor, no formaría parte del "síndrome" del ser gay del siglo XXI, un ser imaginario que habría cambiado de locus para su búsqueda de encuentro sexuales (de la calle y los baños públicos a Internet y los establecimientos temáticos) pero que seguiría siendo una "especie" distinguible en el mapa social. No: para Leal Guerrero los portales gays son instrumentos de procuración erótica y/o sexual utilizados por sujetos que -según todo indicaría- durante el resto de las horas interaccionan con el entorno social con alta independencia de lo escenificado. En este punto, el autor exhorta a dejar a un lado el pesado y totalizante concepto de "cultura gay" o "subcultura gay". Advierte también sobre el riesgo de "sobredimensionar de facto el complejo de dimensiones compartido por sus integrantes respecto de terrenos extra-sexuales que podría denominarse "universo homosexual de significaciones", universo que "oculta, por omisión, la diversidad característica de los hombres que confluyen en esos lugares" (:28); para concluir que los estudios que abrevan aún hoy en ese concepto en verdad realizan una operación metonímica con los sujetos que lo ocupan.

No obstante, es llamativo que Leal Guerrero haga una advertencia respecto del uso del concepto "cultura gay" tomando como ejemplo el clásico libro de Horacio Sívori "Locas, chongos y gays" (2005). Esta instructiva obra comunica los resultados de una etnografía realizada en la ciudad argentina de Rosario en 1992, años en los que en efecto existía la "cultura gay", existencia que bien se cuestiona en esta otra etnografía, realizada en la ciudad de Buenos Aires más de una década después. En este sentido, el razonamiento del autor hubiera sido correcto de haber polemizado con una obra que afirmara la existencia de aquella cultura, unitaria y monolítica, en la actualidad, signada por múltiples lógicas de desregulaciones que la han vuelto inexistente.

Para continuar acercándose a la sociabilidad con fines sexuales y/o eróticos vía Internet, el autor sostiene que también valdría la pena cuestionar un concepto que los estudios intelectocentrados derivan del de "cultura gay": el de "identidad" como una consecuencia indisociable y contigua de una orientación sexual.

Disiento de la lectura de la homosexualidad como una consecuencia identitaria indisociable de la inclinación a intercambiar placeres eróticos. (...) Atiendo a mis observaciones y a investigaciones que han revelado una escisión comúnmente establecida por los sujetos entre su identidad sexual y sus prácticas sexuales. Unas y otras merecen ser consideradas a fin de "empirizar" un área de indagación en la que, bajo la hegemonía de los discursos sobre la otredad y las minorías subordinadas, a veces resulta difícil diferenciar cuáles son las preocupaciones de los sujetos de estudio y cuáles tópicos de la reflexión corresponden a las propias inquietudes intelectuales y políticas del investigador (:30).

Los motivos para cuestionar ambos conceptos se comprenden mejor cuando Leal Guerrero presenta la noción de aphrodisia, extraída de la obra de Michel Foucault, para caracterizar prácticas de los usuarios de Internet. En mucha literatura, nos dice el autor, "cultura gay" no solamente iba ligada a "identidad sexual": también aparecía de inmediato la idea de "intercambio sexual", referida a encuentros concretos y reales (remarco la redundancia) que los sujetos tenían cara a cara, cuerpo a cuerpo. Aquí comienzan las reflexiones más agudas del autor: pensar en prácticas erótico-sexuales que finalmente (y mil veces, de manera declarada) no llevan a ese corolario (destaco el sentido deductivo y necesario del sustantivo) implicaría hablar de prácticas sexuales 'de segunda', por decirlo así: amenazas de sexo real, de sexo devaluado o, como dicen los sujetos que utilizan el chat -aunque veremos que en un sentido exactamente inverso- hablar simplemente de "histeria".

De esta forma, Leal Guerrero nos advierte primero sobre los encasillamientos fáciles (en "cultura gay" e "identidad sexual") de lo inclasificable (las prácticas ordinarias de los sujetos), y luego pide cuidado con el uso de una noción genitalizante de la sexualidad, como la de "intercambio sexual". A la hora de procurarse estremecimientos eróticos y/o sexuales, los sujetos apelan de común a un repertorio de prácticas mucho más extenso que el encuentro cara a cara, genitalizado. Uno de esos recursos es, precisamente, sentarse de manera expresa ante la pantalla a "histeriquear", a mirar, a mentir, a permanecer allí para que no pase nada: miles de cosas valen en el juego sexual del cyber espacio. Quitar a estas prácticas de los sujetos en una investigación académica el estatus de prácticas, además de una operación de silenciamiento de lo que la investigación debiera expresar, tiene un tufo de moralina y de (des)clasificación psicoanalítica vulgar a la que remite la denominación misma de esas prácticas. Resulta inconcebible que si la mayoría de las prácticas de los sujetos no culminan en encuentros cara a cara -aunque éstos igualmente se estremezcan- un informe académico afirme que allí se realizan prácticas sustitutivas decadentes, no pudiendo ver en cambio prácticas sociales emergentes.

Lejos de ello, Leal Guerrero sostiene que la histeria contribuye de manera superlativa al logro del estremecimiento y que puede ser un fin en sí misma, haciendo un elogio de la histeria y de los histéricos. Lo cito en extenso:

Propongo leer esa ausencia de contacto corporal, y en especial el histeriqueo, recurrentes en el campo pero a su vez rara vez mencionados en la literatura especializada, de manera positiva, como elementos insoslayables del sentido práctico propio de los hombres (...). Esta lectura exige sortear el escollo que supone proponerse reflexionar sobre la interacción sexual en ausencia del contacto cuerpo a cuerpo de los participantes. Con ese propósito empleo la noción de aphrodisia -proveniente de la obra de Michel Foucault- para denominar las actividades a través de las cuales éstos persiguen el intercambio de placeres eróticos entre sí. Hablar de ejercicio de las aphrodisia permite evitar expresiones como "interacción sexual", dada la carga genitalizadora que tienen en las sociedades contemporáneas y hacer referencia, en virtud de la vaguedad de la noción misma, a la amplia variedad de ejercicios no exclusivamente genitales que comparten los sujetos de mi reflexión (:33).

Los hombres de Leal Guerrero son fanáticos de las fotografías. Es más: en esa lógica de interacción las fotografías son un pre-requisito ineludible. Los usuarios forman parte de los elencos globalizados de personas que hacen uso de regímenes de "economía visual" virtual (:71) para hacerse ver y para hacerse valer. Por supuesto, reconoce que estos regímenes favorecen la promoción y reproducción de estereotipos bastante inflexibles de belleza masculina que el mercado global gay de bienes y servicios ha instalado, hasta el momento, sin competidores. A propósito, sería revelador pensar que los portales son un locus de análisis privilegiado de una tensión característica de la relación contemporánea entre los medios masivos de comunicación y sus usuarios: si, por un lado, se tienen posibilidades inéditas de manipulación, producción y gestión de contenidos de forma desregulada, por otro, es igual de cierto que hay una estandarización en las formas de representación visual, especialmente cuando se pone en juego la reputación masculina.

Sea que culmine en un encuentro cara a cara genitalizado o en una dilatada y placentera sesión de histeria, los sujetos de este libro aparecen casi siempre en fotografías que no tienen rostro. Comprender esta forma de presentación tiene que hacerse -otra vez- desde la perspectiva del actor. Leal Guerrero sabe que no es fácil, ya que debe lidiar con toda la artillería del pensamiento que ve en el rostro la "última trinchera" de la identidad individual (:78), y que sin ésta última, pareciera que el psicoanálisis quedara sin unidad de análisis o que -según cierta sociología apocalíptica- se cayera en la más profunda alienación. Aquí aparece nuevamente el autor -casi un justiciero- siempre del lado del sentido práctico del actor, diciéndonos que "se trata de un desplazamiento relacionado con la lógica de los modelos expresivos que ordenan la acción social de quienes producen, intercambian y se apropian de fotografías personales con arreglo a fines eróticos. (...). La belleza corporal es más importante que los atributos subjetivos" (p. 78). Si los portales de Internet constituyen "comunidades de ocasión" efímeras y siempre renovables (inteligente expresión de Zygmunt Bauman), lo lógico sería que no prime tanto la identidad personal como la identidad de rol. La identidad personal aludiría a las características generales de los sujetos que, en las formas de presentación cotidianas, refieren a su situación ocupacional, familiar, educativa, sentimental, económica y una larga lista de etcéteras. A través de todos esos atributos, quien interactúa podrá tener una idea de quién tiene delante suyo. Nada más ineficiente -piensa Leal Guerrero- si pensamos lo que está en juego en el juego de las aphrodisia por Internet, donde lo que principalmente se quiere saber de la persona con la que se interactúa es: qué es capaz de hacer y con qué lo hará. Si se interactúa en busca de estremecimientos eróticos y/o sexuales, es evidente que las fotografías tendrían que mostrar algo de la identidad de rol (de la capacidad) de las personas: en términos canónicos, si es "activo" o "pasivo" y las partes del cuerpo con que lo sería.

A modo de cierre, quisiera expresar que el trabajo de Sigifredo Leal Guerrero reúne tres grandes méritos: es una interesante herramienta para pensar las subjetividades contemporáneas; es un ácido artefacto para revisar muchas zonas de las teorías sociológicas de la homosexualidad y, sobre todo, de las altisonantes teorías queer; y es, por fin, una bella etnografía, útil para quienes enseñan metodología de la investigación social. Termino con esto porque en un buen curso de metodología hay que hablar tanto de quienes se investiga como de quienes investigamos; es preciso objetivar al sujeto que objetiva -como decía Bourdieu- para controlar los propios sesgos. Y el autor de este libro ha realizado ambos cometidos con un equilibrio impar.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    13 Ago 2012
  • Fecha del número
    Ago 2012
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