Open-access MUSEOS PEDAGÓGICOS UNIVERSITARIOS Y COLECCIONISMO DE PATRIMONIO ESCOLAR: LA PASIÓN POR GUARDAR DE LOS HISTORIADORES/AS DE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA

MUSEUS PEDAGÓGICOS UNIVERSITÁRIOS E COLEÇÕES DE PATRIMÔNIO ESCOLAR: A PAIXÃO POR GUARDAR DOS HISTORIADORES/AS DA EDUCAÇÃO NA ESPANHA

UNIVERSITY PEDAGOGICAL MUSEUMS AND SCHOOL HERITAGE COLLECTING: THE PASSION FOR STORAGE OF EDUCATIONAL HISTORIANS IN SPAIN

TRANSFERT DES CONNAISSANCES DU PATRIMOINE HISTORIQUE ÉDUCATIF À TRAVERS LES MUSÉES PÉDAGOGIQUES DE L'UNIVERSITÉ ESPAGNOLE

RESUMEN

Los museos pedagógicos universitarios en España vienen ejerciendo un protagonismo indiscutible en el estudio, conservación y difusión del patrimonio histórico educativo. Se trata de instituciones que tienen encomendado el reto de asumir un coleccionismo que no se limita solamente a la mera acumulación de objetos de la escuela, sino que se propone como meta la preservación de la historia y la memoria de la educación de una comunidad a través de ellos. Coleccionar materiales de la escuela del ayer es una práctica frecuente entre los historiadores/as de la educación, que viene vinculada a una destacada pasión por guardar y atesorar piezas que nos ayudan a descifrar e interpretar la historia de la educación. El trabajo se propone mostrar que la preservación de objetos ligados a recuerdos de la escuela nos ayuda a comprender y celebrar una historia compartida, así como a fortalecer nuestra identidad colectiva, contribuyendo al desarrollo de una sociedad más consciente y responsable con su memoria educativa.

Palabras-clave:
Museos pedagógicos; coleccionismo; Patrimonio Histórico-Educativo; Historia de la Educación

RESUMO

Os museus pedagógicos universitários na Espanha têm desempenhado um papel indiscutível no estudo, na conservação e na divulgação do património histórico educativo. deles. São instituições a quem foi confiado o desafio de assumir um acervo que não se limite apenas à mera acumulação de objetos escolares, mas que também proponha como meta a preservação da história e da memória da educação de uma comunidade através de doações. Recolher materiais escolares de ontem é uma prática comum entre os historiadores da educação, que está ligada a uma paixão marcante por guardar e valorizar peças que nos ajudam a decifrar e interpretar a história da educação. O trabalho pretende mostrar que a preservação de objetos ligados à memória escolar nos ajuda a compreender e celebrar uma história partilhada, bem como a fortalecer a nossa identidade coletiva, contribuindo para o desenvolvimento de uma sociedade mais consciente e responsável com a sua memória educativa.

Palavras-chave:
Museus pedagógicos; colecionismo; Patrimônio Histórico-Educativo; História da Educação

ABSTRACT

University pedagogical museums in Spain have been playing an undisputed role in the study, conservation and dissemination of educational historical heritage. These are institutions that are entrusted with the challenge of assuming a collection that is not limited only to the mere accumulation of school objects, but also proposes as a goal the preservation of the history and memory of the education of a community through from them. Collecting academic materials from the school of the past is a common practice among educational historians, which is linked to an outstanding passion for saving and treasuring pieces that help us decipher and interpret the history of education. The work aims to show that the preservation of objects linked to school memories helps us understand and celebrate a shared history, as well as strengthen our collective identity, contributing to the development of a more conscious and responsible society with its educational memory.

Keywords:
Pedagogical museums; collecting; Historical-Educational Heritage; History of Education

RÉSUMÉ

Les musées pédagogiques universitaires d’Espagne jouent un rôle incontesté dans l’étude, la conservation et la diffusion du patrimoine historique éducatif. Ce sont des institutions qui se sont vu confier le défi d'assumer une collection qui ne se limite pas seulement à la simple accumulation d'objets scolaires, mais propose également comme objectif la préservation de l'histoire et de la mémoire de l'éducation d'une communauté à travers eux. La collecte de matériel scolaire d'hier est une pratique courante parmi les historiens de l'éducation, liée à une passion exceptionnelle pour la conservation et la conservation des pièces qui nous aident à déchiffrer et à interpréter l'histoire de l'éducation. L'ouvrage vise à montrer que la préservation d'objets liés à la mémoire scolaire nous aide à comprendre et à célébrer une histoire commune, ainsi qu'à renforcer notre identité collective, contribuant au développement d'une société plus consciente et responsable avec sa mémoire éducative.

Mots-clés:
Musées Pédagogiques; collection; Patrimoine Historico-Éducatif; Histoire de l'Éducation

JUSTIFICACIÓN, OBJETO DE ESTUDIO Y PLANTEAMIENTO DE LA INVESTIGACIÓN1

Los museos son lugares para el conocimiento, la promoción y la interpretación del patrimonio cultural, del que es heredera la sociedad actual. Las colecciones conforman el elemento más diferenciador del museo, y en consecuencia, la conservación, documentación, investigación e incremento de dichas colecciones se considera imprescindible para el desarrollo de las principales funciones que tiene encomendadas. Hoy día necesitamos museos renovados, activos y preocupados por sus audiencias, que sean capaces de guiar su desarrollo y su actividad por medio de instrumentos de planificación orientados a alcanzar la mayor calidad del servicio público (Alquézar y Azor, 2007, p. 7).

Un museo pedagógico es una entidad institucional, cultural y formativa al servicio de la comunidad, que tiene como principal objeto de estudio la historia de la educación y su memoria, así como la materialidad e inmaterialidad de la cultura escolar. Se trata de un particular y desconocido espacio para la mayor parte de la sociedad, que tiene encomendadas las tareas de coleccionar, albergar, conservar, investigar, exhibir y comunicar el patrimonio histórico educativo. Es este museo un centro dinámico de interpretación de los objetos de la escuela, que se caracteriza particularmente por su apertura a la sociedad, sus planteamientos inclusivos y sus propuestas didácticas dinamizadoras para el diálogo crítico con los sistemas educativos que nos preceden (Álvarez Domínguez, 2016). Entre otras funciones, tiene encomendado el reto de favorecer e impulsar encuentros intergeneracionales alrededor de los recuerdos y vivencias escolares que todas las personas compartimos de una u otra forma. Gracias a estos museos pedagógicos, concebidos como repositorios de objetos escolares del ayer, los historiadores/as de la educación -coleccionistas de patrimonio escolar-, se han convertido en almas del tiempo histórico educativo, que han sido capaces de dotar de vida y espectro a unos espacios que estaban condenados a ser meros cementerios depositarios de esos objetos de la escuela que nos han acompañado en nuestras vidas académicas.

Precisamente, la pasión por guardar (Mignot y Cunha, 2006) objetos de la escuela de los historiadores/as de la educación se ha materializado y formalizado en un ejercicio de coleccionismo que engloba un conjunto de prácticas que tienen que ver, entre otras cosas, con la adquisición y puesta en valor de un patrimonio educativo que ha encontrado su mejor espacio expositivo en los museos pedagógicos. En este caso, entiéndase que el coleccionismo no se limita sólo a la acumulación de objetos, sino que se refiere a un acto de preservación de la historia y la memoria de una comunidad, institución o sujeto. Justamente, a través de la musealización del patrimonio escolar podemos reconocer un ejercicio público de la memoria que se mueve a caballo entre el pasado y el presente (Huyssem, 2014. p. 134). Estos museos pedagógicos, y especialmente los universitarios, están haciendo un importante esfuerzo a la hora de diseñar y ofrecer a los futuros docentes, en particular, y al resto de la sociedad, en general, un conjunto de experiencias didácticas comunitarias en las que el intercambio de conocimientos pedagógicos en perspectiva histórica y el desarrollo de un pensamiento crítico, se convierten en pilares educativos fundamentales de un deseo que tiene que ver con acercar a la comunidad un patrimonio que no le es ajeno, a pesar de no estar suficientemente valorado.

La historia de la educación, la museología de la educación (Ruiz Berrio, 2013) y el coleccionismo apasionado (Blom, 2013), se dan cita en este estudio ligado al augurio de poner de manifiesto la necesidad de salvaguardar un patrimonio escolar (Menezes, 2016), que de no llevarse a cabo, nos privaría en un futuro del privilegio de hacer y narrar la historia utilizando fuentes materiales. El presente estudio se concibe con la pretensión de explorar y poner de manifiesto las principales conexiones existentes entre el acto de coleccionar, el valor pedagógico de la memoria y los recuerdos escolares, y el papel del patrimonio histórico educativo y los museos pedagógicos universitarios en el desarrollo de nuestra identidad cultural y educativa, aspectos que se irán abordando a lo largo y ancho de este trabajo.

El objetivo principal del trabajo, partiendo del interés por conocer los motivos por los que se guardan y atesoran objetos de la escuela, se centra en fomentar el debate y la reflexión sobre el significado y el sentido de coleccionar y preservar el patrimonio educativo para su estudio y deleite de la sociedad. Así mismo, otros objetivos específicos se concretan en: a) Poner de manifiesto la tendencia generalizada en los últimos veinte años de los historiadores/as de la educación españoles, a ocuparse de guardar, coleccionar y conservar dignamente una muestra de objetos patrimoniales de carácter histórico educativo, intentando conocer las características e intereses personales que comparten estos coleccionistas; y b) Tomar consciencia y reconocer el papel que están ejerciendo los museos pedagógicos universitarios, gestionados por historiadores/as de la educación, como depositarios formales, conservadores y difusores del patrimonio escolar. De esta forma, nos hemos planteado en esta investigación tres interrogantes básicos: a) ¿De dónde parte el deseo de los historiadores/as de la educación -gestores de museos pedagógicos universitarios- de coleccionar patrimonio educativo, y cómo comenzaron esa aventura?; b) ¿Qué les movió a hacerlo y cómo llegaron a desarrollar una pasión por guardar y coleccionar objetos de la escuela, que terminaron siendo expuestos en un museo pedagógico?; y c) ¿Qué perfil profesional/personal y qué características tienen en común los historiadores/as de la educación que se dedican a estudiar, coleccionar y divulgar el patrimonio histórico educativo a través de museos pedagógicos universitarios?

El enfoque metodológico del estudio que presentamos es básicamente de corte teórico-descriptivo, no experimental. Nuestra intención, de acuerdo con los planteamientos de la investigación descriptivo-analítica, reside precisamente en poner de manifiesto lo que ocurre en relación con el tema que nos ocupa, sin tratar de dar explicaciones profundas a los fenómenos abordados (Sánchez, Blas y Tujague, 2010). En este caso, somos conscientes de que la perspectiva de la investigación puede verse influenciada por la percepción del propio investigador, en tanto en cuanto formamos parte de la plantilla de profesorado de historia de la educación encargado de la gestión de las colecciones de los diferentes museos pedagógicos universitarios españoles. El universo de estos museos asciende a un total de 11, repartidos por todo el país (Imagen 1): a) Museo Complutense de Educación de la Universidad Complutense de Madrid; b) Centro Museo Pedagógico de la Universidad de Salamanca; c) Centro de Estudios sobre la Memoria Educativa de la Universidad de Murcia; d) Museo Pedagógico de la Universidad de Huelva; e) Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla; f) Aula Cultural Museo de la Educación de la Universidad de la Laguna; g) Museo de la Educación de la Universidad del País Vasco; h) Museo de la Educación Antonio Molero de la Universidad de Alcalá de Henares; i) Museo de Historia de la Escuela de la Universidad de Valencia; j) Museo Pedagógico de Castellón de la Universidad Jaume I; k) Museo Pedagógico Jesús Asensi de la Universidad Autónoma de Madrid.

Imagen 1 -
Localización de los Museos Pedagógicos universitarios españoles.

La recogida de datos para responder a los tres interrogantes planteados en la investigación se ha llevado a cabo a través de: a) Entrevistas abiertas estructuradas y orientadas en torno a tales interrogantes y realizadas a través de recursos tecnológicos diversos a un total de 14 profesores/as de Historia de la Educación (7 mujeres y 7 hombres) (N1-N14), que ocupan actualmente o han ocupado cargos directivos en la gestión de los museos pedagógicos universitarios señalados; b) Información histórica sobre los museos, incluida en sus propias páginas web; c) Compendio de capítulos del libro Los Museos Pedagógicos en España: entre la memoria y la creatividad (2016), dedicados particularmente a dar a conocer la idiosincrasia de los diferentes museos pedagógicos; y d) Parte de información vertida en cuestionarios semiestructurados administrados a directores/as de museos pedagógicos universitarios españoles, con motivo de otro estudio anterior relacionado con la temática (Rebollo y Álvarez, 2022). Recogidos los datos de la investigación, incidiéndose especialmente en las entrevistas realizadas, se procede a realizar el respectivo análisis de contenido, del que se dará cuenta posteriormente, una vez tratemos de dar respuesta a la pregunta planteada en el apartado siguiente.

¿PARA QUÉ COLECCIONAMOS PATRIMONIO ESCOLAR? MOTIVOS PARA SU PUESTA EN VALOR

“A los 6 años descubrí mi pasión por coleccionar, a través de esos cromos adhesivos tan bonitos que tan poco gustaban a los jesuitas de mi escuela, y luego con los carteles cinematográficos y los cómics. Me convertí en un maniático del coleccionismo”. Rafael Tous (coleccionista de arte contemporáneo) (En Levinas, 2023, 141).

Según el diccionario de la Real Academia Española, “coleccionar” del latín collectio, collectionis, hace referencia en su primera acepción a un conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor. Coleccionar es recopilar, compilar, reunir, juntar, seleccionar. El coleccionismo en la actualidad, generalmente, hace referencia a una práctica ampliamente aceptada por toda la sociedad. Incluye a cualquier estrato social, y en ningún caso está limitado a un sector concreto. Las personas podemos coleccionar objetos de alto, bajo o nulo valor económico, en función en cierto sentido del prestigio social esperado por el propio propietario (Rodríguez Acero, 2010).

No podemos negar que el hecho en sí mismo de coleccionar lleva consigo una casuística ilimitada. No obstante, quizás pocas cosas puedan resultar tan prácticas y útiles, a pesar de la inversión económica, como rodearse de aquellos objetos que nos ayudan a alcanzar la felicidad. Desde la infancia permanecemos rodeados de infinidad de elementos que se convierten en potenciales objetivos ideales para poderlos coleccionar. Podemos recordar, por ejemplo, el intercambio de cromos, pegatinas, chapas, canicas, pins, pulseras o calcomanías en el patio del colegio o en la plaza pública. Todo comienza con guardados de pequeños objetos que captan nuestra atención desde pronta edad, y que al cabo de poco tiempo acaban formando parte de una pequeña y personal colección. Si bien nos cuesta interiorizar los motivos por los que decidimos iniciar una, lo cierto es que tenemos una necesidad innata de ir sumando piezas.

Nuestros cerebros necesitan marcarse unos objetivos a conseguir. Precisamente, los pueblos nómadas de la antigüedad permanecían en un incesante proceso de búsqueda ligado a continuos retos de supervivencia que debían ir superando. Esto ha quedado grabado en nuestra herencia genética, y a ese respecto, el cerebro precisa experimentar la sensación de indagar y hallar, lo que nos aporta un golpe de dopamina, el neurotransmisor responsable de nuestro júbilo, placer y bienestar. Así puede llegar a ocurrir que, aunque muchas personas sean particularmente sensatas en el modo de dirigir sus vidas personales y profesionales, no todo llega a ser sensatez en este mundo de la efusión por coleccionar objetos.

El colecionismo, históricamente hablando, está ligado a las ansias del ser humano por tener en su poder objetos valiosos. Actualmente, aunque goza de una determinada e importante función social, cierto es que quien colecciona lleva a cabo una serie de funciones ligadas a seleccionar, reunir y conservar un objeto por encima de su valor original. El coleccionista a la hora de valorar y decidir si una pieza forma o no parte de su colección, lo hace tratando de tener en cuenta tanto su exclusividad, como su singularidad y originalidad. Si bien en nuestros días se dan distintos tipos de coleccionistas, colecciones y materiales coleccionables, lo cierto es que el acto de coleccionar viene motivado en la mayor parte de los casos por el valor del objeto, sus funciones, su representatividad, e incluso por el instinto de posesión de quien colecciona. Son tantas y tan variadas las cosas que se pueden coleccionar (obras de arte, libros, monedas, sellos, juguetes, tazas, postales, películas, fotografías, piedras preciosas, cómics, posters, discos de vinilo, camisetas con nombres de sitios, imanes para neveras, etc.), que tal vez no deba extrañar a estas alturas que existen personas que se sienten especialmente seducidas por aquellos objetos que forman parte del universo de la escuela (cuadernos, mapas, pizarrines, globos terráqueos, ábacos, plumas, tinteros, etc.).

Un recorrido por la historia del coleccionismo nos obliga a remontarnos a la Prehistoria, para tomar consciencia de que los objetos se guardaban en función de su extrañeza con respecto a otros. Hay que remontarse a las culturas teocráticas para reconocer la colección de objetos santuarios provenientes de templos, tumbas o palacios. Será en el período helenístico cuando el objeto adquiera un valor en sí mismo, mayormente artístico. Con el Imperio Romano se acrecentará el sentido del coleccionismo y con la Edad Media los objetos comenzarán a apreciarse fundamentalmente por sus características, más que por sus funciones. Habrá que esperar al Renacimiento para observar cómo los objetos antiguos adquieren un especial protagonismo, convirtiéndose en expresión de poder, cultura y riqueza.

Ya en los siglos XVII y XVIII el coleccionismo francés se entiende como expresión de la monarquía. Justamente, las vitrinas de los coleccionistas del Renacimiento estaban llenas de cuernos de rinoceronte con incrustaciones de rubíes, mandíbulas de peces gigantes, aves embalsamadas de colores insólitos y espléndidas conchas marinas de todas las formas posibles. En la actualidad, los coleccionistas lo acumulan todo. Philipp Blom investiga en El coleccionista apasionado la historia de esa pasión por coleccionar desde el Renacimiento hasta nuestros días. Todo objeto de colección, ya sea una caja de cerillas o la uña de un mártir, tiene un significado que trasciende al objeto mismo; es un tótem. Y el afán incesante por poseerlo -y clasificarlo- convierte al coleccionista en un antropólogo cultural (Blom, 2015). Ya durante los siglos XIX y XX, con el Romanticismo, nuevamente se ponen en valor los objetos de la Edad Media, el cristianismo y el arte oriental.

Al margen de este fugaz recorrido, podemos preguntarnos qué lleva a la gente a acumular objetos de diversa índole en sus hogares. Coleccionar objetos patrimoniales en este caso, no deja de ser un juego de conquista y de posesión, de búsqueda y de encuentros, de curiosidad y de erudición, de parsimonia y de paciencia, de aventura y de intriga, de pasión y de entrega, de acumulación y provisión, de acaparamiento y monopolio, de misterio y de encrucijada, de descubrimientos y de curiosidades, de conmoción y de incertidumbre, de desafíos y de satisfacciones, y también de frustración y de impotencia. Pero como nos recuerda Walter Benjamin, toda pasión bordea el caos; y como no puede ser de otra forma, la del coleccionista, el caos de los recuerdos (Benjamin, 2015).

Dani Levinas, coleccionista de coleccionistas, reúne en su obra Los guardianes del arte. Conversaciones con grandes coleccionistas, treinta y cuatro entrevistas a grandes y brillantes figuras del coleccionismo contemporáneo, que expresan sus motivaciones para coleccionar y sus maneras de compartir generosamente con el público esta pasión y sus maneras de ver el mundo. El autor a través de estas entrevistas intenta conocer por qué coleccionan, qué les motivó originalmente y qué les continúa motivando, poniendo de manifiesto que cualquiera puede comenzar a coleccionar, aunque el camino no sea fácil (Levinas, 2023). De estas interesantes conversaciones interdisciplinares, perfectamente transferibles a diferentes áreas de conocimiento, podemos entrever que la conjugación del verbo coleccionar, en este caso en relación con el patrimonio educativo, tal vez se ha transformado en una constante en la vida personal y profesional de muchos historiadores/as de la educación, en cuanto coleccionistas y protectores temporales de objetos escolares que hablan de la educación del ayer.

Una buena colección ha de inspirar y provocar a la humanidad. En cierto sentido, las colecciones reflejan las ideas de los coleccionistas, sus pensamientos, contradicciones, utopías, encuentros y desencuentros. Al coleccionista en este caso, le corresponde pensar con amplitud de miras y percatarse de que cuando llega el momento de encontrarse con un gran número de objetos apilados sin mayores criterios, lo lógico es comenzar a preocuparse por su catalogación, tasación, ordenamiento y visibilización (Fernández Paradas, 2020), intentando despertar sensibilidades y curiosidades en relación con los demás. Como señala José Darío Gutiérrez, coleccionista de arte moderno y contemporáneo colombiano,

“la tendencia a coleccionar responde a una condición mental o psiquiátrica, que se traduce en un deseo de control por parte del coleccionista y/o en el placer de verse rodeado de cosas que invitan a pensar. En principio, la opción de coleccionar no responde a una actitud muy generosa, sino más bien al deseo de acaparar. Pero lo que ha demostrado la historia es que el coleccionista es un tenedor temporal que conforma una colección a veces tan valiosa que no es posible venderla y termina convirtiéndose en patrimonio de los países” (Levinas, 2023, 79).

Si bien el concepto de coleccionar tiene un ánimo recolector y apropiador, también apela a lo emocional y conlleva cierta preocupación alrededor de nuestra identidad personal y colectiva. El coleccionismo de patrimonio educativo, obviamente y en contradicción con el mundo del arte, no interesa a los historiadores/as de la educación por inversión y mera ortodoxia, sino especialmente por efusión y entusiasmo con la cultura material de la escuela. Los historiadores/as de la educación, más que recopiladores de patrimonio escolar, son editores que contribuyen a identificar características de la historicidad del hecho educativo mediante un conjunto de objetos del mundo de la escuela que alcanzan un determinado valor antropológico y cultural.

Al historiador/a de la educación, parafraseando a Rybczynski (1989), le interesa a través de los objetos de la escuela, ayudar a rememorar una determinada época histórico educativa, evocando tradiciones, formas de ser y de estar, maneras de enseñar y de aprender, recuerdos, emociones, sentimientos y vivencias escolares. La colección y exposición de patrimonio educativo es también un acto cívico en sí mismo, y a la vez privado y público, pues se busca generar a través de él, conciencia y criterio en las personas para que actúen como ciudadanos en el sentido griego del término. Los historiadores/as de la educación, con su vocación y trabajo coleccionista, aspiran a que la sociedad reconozca y revalorice un patrimonio desconocido al que hasta el momento no se la había otorgado el valor que escondía y merecía. El coleccionismo en cierta forma responde a una manera de ver el mundo, de habitarlo y de interpretarlo (Romero, 2020).

La sociología contemporánea, en un intento de poner de manifiesto la pauta que motiva la práctica del coleccionismo, establece cuatro lógicas vinculadas a la conducta del coleccionista. En primer lugar, la “lógica funcional del valor de uso”, que hace referencia a la utilidad práctica que se le otorga al objeto. En segundo lugar, la “lógica del valor de cambio o lógica del mercado”, que se refiere a las características de la propia pieza de cara a una posible inversión. En tercer lugar, la “lógica del valor simbólico”, que se relaciona con el grado de afectividad hacia el objeto, comprometiendo personalmente al coleccionista con la posesión del mismo. Y finalmente, la “lógica del valor de signo”, por el cual nos definimos al mundo a través de nuestra colección, sobre la base de nuestros gustos, estilo, valores, etc. (Rodríguez Acero, 2010, p. 3-4). Una colección, al fin y al cabo, no es una experiencia que se diluye en el tiempo; es un acto personal que algunas personas necesitan incluso para vivir hasta el final de sus días. A lo largo de nuestra existencia coleccionamos momentos, objetos, ideas a las que les dedicamos tiempo, dinero, esfuerzo e investigación. En nuestro caso concreto, cuando coleccionamos objetos de la escuela, nos interesa crear un legado y conocer el efecto que provoca este patrimonio histórico educativo en la sociedad. En cualquier caso, lo extraordinario de las colecciones, a pesar de lo adictivo que se le llega a reconocer, es que podemos establecer a través de ellas los criterios que identifican a un determinado grupo de objetos que llegan a dar sentido a nuestras vidas enriqueciendo también a la comunidad.

Los coleccionistas de patrimonio educativo quizás ni se hayan ajustado, ni se ajusten demasiado a un coleccionismo convencional, en tanto en cuanto intentan buscar piezas que los interpelen histórica y educativamente hablando, con la mirada puesta en la necesidad de que las mismas nos ayuden a entender e interpretar mejor la memoria de la escuela y su identidad narrativa. Argumenta Umberto Eco (2005), que los objetos son contenedores semánticos “semioforos”, es decir, portadores de señales, que pueden ser reaprendidos desde la amnesia sobrevenida o descodificados mediante la sospecha por necesidad. En palabras de Escolano Benito,

“Nacemos, como advirtió el poeta Rainer María Rilke, en un mundo interpretado, pero tenemos al tiempo necesidad de liberarnos de los corsés con que se nos quiere hacer inteligible, y en consecuencia hemos de construir con nuestro esfuerzo, personal o compartido, una nueva lectura de las cosas, de las palabras y de nosotros mismos. Esta es seguramente la clave de la “condena hermenéutica” a que estamos inexorablemente abocados” (Escolano Benito, 2010, p.103).

El acto de coleccionar en la comunidad de historiadores/as de la educación, más allá de llevar a término una devoción intimista y ritual por los objetos de la escuela, también conlleva en la mayor parte de los casos una declaración de principios éticos alejados de la especulación, de tal forma que cada pieza, y el modo en el que se relaciona con lo que se colecciona, resulta estar inmersa en esa importante declaración. La práctica de coleccionar por coleccionar quizás no tenga mucho sentido en el ámbito histórico educativo, sino que más allá de eso, lo realmente interesante se circunscribe a coleccionar experiencias y testimonios escolares ligados a los objetos de la escuela, con la intención de compartirlos y comunicarlos. Los historiadores/as de la educación, interesados en el estudio y colección del patrimonio educativo, se han dejado seducir por la oportunidad de -a través de objetos escolares-, intentar conocer mejor “la escuela por dentro” (López Martín, 2001). El deseo de reconstruir la vida de la institución escolar nos abre las puertas a futuras investigaciones en la perspectiva de una historiografía educativa más atenta a las prácticas y a la realidad cotidiana de nuestras escuelas, en la que adquiere un protagonismo indiscutible el uso e interpretación de fuentes materiales escolares de carácter coleccionable, que nos están permitiendo que la memoria de la escuela siga viva.

LA PASIÓN POR GUARDAR OBJETOS DE LA ESCUELA DE LOS HISTORIADORES/AS DE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA

“Mi escritorio está lleno de muchos recuerdos personales, fotografías y objetos -recuerdos de parientes, amigos y mi vida profesional-. Una pequeña guacha de un joven -que soy yo- sentado en un portal de Formentera. Una fotografía de color sepia de un zepelín alemán que sobrevuela Boston camino de Lakehurst (…). Un tablero de corcho con mensajes, número de teléfono, tarjetas de visita, cartas amarillentas sin contestar y facturas olvidadas. En la cama turca, al otro lado del escritorio, hay un jersey negro, unos libros y una cartera de cuero. La mesa en la que escribo es vieja. Aunque no se trata de una antigüedad especialmente valiosa, su elegancia recuerda una época en que la epistemología era un arte que se cultivaba con calma y se realizaba cuidadosamente con pluma, tinta y secante. Me siento un tanto avergonzado al garabatear notas desordenadas en grandes cuadernos de papel amarillo y barato. En la mesa, además de la confusión de libros y periódicos, hay un candado pesado de bronce utilizado como pisapapeles, una lata llena de lápices, una cantonera sioux de hierro forjado y una tabaquera de plata con la cara de Jorge II en la tapa” (Rybczynski, 1989, 29-30).

El Diccionario de la Real Academia Española señala que guardar hace referencia a: poner, introducir, colocar, archivar o conservar algo donde esté seguro; preservar algo del daño que le puede sobrevenir. En esta ocasión, nos interesa poner de manifiesto cómo la acción de guardar patrimonio escolar por parte de los historiadores/as de la educación, especialmente en las últimas dos/tres décadas, nos ha permitido preservarlo para revalorizar la cultura material de la escuela, y con ella poder legarlo a las generaciones venideras. Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha acumulado y recopilado objetos de interés. Se trata de una actividad innata a la naturaleza humana (Pinillos Costa, 2007). Los mecanismos mentales por los que una persona pueda sentir la necesidad de guardar, acaparar e incluso atesorar todo tipo de objetos, en aras de que el conjunto de los mismos llegue a constituir un reflejo e imagen de una parte del mundo, sigue siendo un tema de especial interés para quienes nos sentimos atraídos por lo histórico (Morán y Checa, 1985).

Actualmente, parece existir un consenso en que la práctica del coleccionismo contribuye a satisfacer las necesidades personales del individuo (apego, pertenencia a un grupo, autoestima, etc.) en algún momento de su vida. Haciendo un ejercicio retrospectivo, podemos recordar que Cicerón llegó a recomendar el coleccionismo a los altos cargos militares como una acción relajante que permitía que la mente se calmara antes de iniciar una batalla. Sin embargo, Marx lo entendió como una actividad para la burguesía, precisamente no muy positiva porque llevaba a la mercantilización de las obras de arte. Freud llegó a ver en el coleccionista una personalidad con falta de cariño, que necesitaba ordenar el mundo que le rodeaba. Ese mundo era la colección que tenía que ordenar. Walter Benjamín lo llegó a entender como una vía personal de escape. Y Vallejo Nájera, por ejemplo, lo consideró como una patología sana para el ser humano porque fomenta el conocimiento propio y el del mundo que le rodea (Rosado de Rueda, 2017).

Si bien nos interesa en esta ocasión reconocer, visibilizar y rendir a la vez un merecido reconocimiento a aquellos historiadores/as de la educación que han dedicado su tiempo y su vida -a pesar de dificultades y circunstancias adversas-, a reunir, guardar y proteger objetos de la escuela, nos gustaría también llevar a cabo un intento de poner de manifiesto en lo esencial algunas de las motivaciones y rasgos de personalidad que comparten estos coleccionistas de patrimonio educativo. Los coleccionistas, en general, son personas ordenadas, cuidadosas, curiosas, más bien sociables, algo competitivas, obsesivas en relación con las cosas que colecciona, le motiva la búsqueda, la selección y les gusta mostrar lo que poseen. La pasión por guardar y por coleccionar satisface los momentos de ocio, produce distracción, relajación, atracción hacia lo bello, satisfacción anímica, deseo de valorar y de cuidar los objetos de la colección, desarrollo de las capacidades intelectuales, deleite y disfrute, fomento de la sociabilidad, etc.

Guardar y coleccionar en cierto sentido es una manera de aprender con paciencia a gestionar la frustración, es un modo de autoafirmarse en el cotidiano, de llevar a cabo un ejercicio de expresión de libertad, es una lucha constante con uno mismo y con el deseo de autosuperarse. Son los coleccionistas personas constantes, decididas, apasionadas, entusiastas, metódicas, y tienen la capacidad de sentirte afortunados cuando alcanzan piezas exclusivas e irrepetibles. Están bien considerados socialmente hablando, y cuanto más aumentan sus colecciones, más lo hace la autoestima. Y más allá de acumular por acumular, el buen coleccionista cuando se encuentra con sus piezas, plantea relatos y narrativas, establece hipótesis e interrogantes, resuelve dudas y enigmas, descifra mensajes y pone voz a los silencios, y a veces, hasta se aventura a sacar conclusiones.

Cuando las personas llegan a guardar con la intención de coleccionar un amplio número de objetos ligados a una misma temática, lo pueden hacer por varios motivos: a) Valor científico: se relaciona con el deseo de conformar una colección ligada a un particular ámbito de estudio e interés, con idea de ponerla al servicio de la ciencia y la comunidad; b) Valor histórico y conservador: se corresponde con el deseo de traer el pasado al presente, esto es, se le da importancia a atesorar todo aquello que tiene que ver con las tradición y la cultura popular; c) Valor de pertenencia: hace referencia al deseo de coleccionar cosas por sentirse parte de un colectivo o comunidad específica; d) Valor nostálgico: hace referencia a la adquisición de objetos, no por su valor, sino por la capacidad para transportarnos a momentos o situaciones importantes de nuestras vidas; e) Valor estético: relacionado con el deseo de coleccionar simplemente porque algo te gusta o te resulta atractivo y agradable; f) Valor filosófico: tiene que ver con lo que te aporta de manera personal existencialmente hablando; g) Valor ególatra: se refiere al deseo de coleccionar porque sí, por presumir de colección, por puro ego personal, por deseos exhibicionistas, por demostrar el potencial de mi colección; h) Valor económico: se refiere a la compra de piezas de alta valor a un precio más barato para poder especular y venderlas después más caras; i) Valor social: hace referencia a la adquisición de objetos debido a la apreciación y estima que la sociedad le tiene (Pinillos Costa, 2007; Romero, 2020). En el caso de los historiadores/as de la educación, tal vez predominen los motivos que tienen que ver con el valor científico, histórico, conservador, de pertenencia, ególatra en cierto sentido, y social.

La pasión por coleccionar es algo inherente a la naturaleza humana. El coleccionismo es un fenómeno antropológico, sociobiológico y psicodinámico, que se da más entre hombres que entre mujeres. Aunque históricamente han existido mujeres coleccionistas como Catalina II de Rusia o Peggy Guggenheim como casos más célebres, hay que señalar que el coleccionismo histórico se ha desarrollado, lamentablemente, en el seno de una sociedad dominada económicamente por los hombres. La independencia de la mujer, en este sentido y en otros tantos, era muy limitada, lo que no le ha permitido desarrollar el coleccionismo de igual forma (Guzmán, 2020). DesdeeBay2, plataforma pionera de comercio electrónico global, al analizar las tendencias y hábitos de consumo en España de los objetos de coleccionista, apuntan que el perfil del coleccionista actual es el de un hombre de entre 35-44 años (34,58%). Mientras el 52,2% de los coleccionistas en España son hombres, el 47,35% son mujeres.

En lo que respecta al coleccionismo de patrimonio educativo, los historiadores/as de la educación -junto a otros actores de la escuela-, han encontrado en él y a través de él una excelente oportunidad para la búsqueda y reconstrucción de la materialidad de los objetos escolares. En España, un nutrido grupo de profesorado de Historia de la Educación (más hombres que mujeres, inicialmente), distribuido por todo el país, ha dedicado una parte importante de sus vidas a coleccionar ajuar escolar. En este sentido, es justo en primer lugar, ceder un protagonismo especial a los profesores fallecidos Antonio Molero (UAH), León Esteban (UV) o Anastasio Martínez (UCM), cuyo afán por alimentar sus colecciones personales sobre objetos de la escuela, fueron ejemplo de saber hacer en este encargo. La colección de Molero dio lugar al Museo Pedagógico de la U. de Alcalá de Henares; y la que comenzó a gestionar Martínez, acompañado después por Julio Ruíz Berrio (UCM), dio lugar al actual Museo Complutense de Educación. A él le debemos el haber tomado las riendas de la fundación de la Sociedad Española para el Estudio del Patrimonio Histórico Educativo (SEPHE)3, de la que fue su primer presidente. A estos nombres, hay que añadir el del fallecido Jesús Asensi (UAM), y el del jubilado Manuel Reyes (UHU), ambos profesores de Didáctica y Organización Educativa, cuyos esfuerzos a la hora de coleccionar culminaron con la creación del Museo Pedagógico de la U. Autónoma de Madrid y del Museo de la Educación de Alhaurín de la Torre (Málaga), en lo que atañe al primer caso, y con la fundación del Museo Pedagógico de la U. de Huelva, en relación con el segundo. Destáquese además el nombre del inspector de educación jubilado Juan González, cuya dedicación a la actividad coleccionadora dio lugar a la creación del Centro de Recursos, Interpretación y Estudios de la Escuela (CRIEME) de Polanco (Santander). Especialmente significativos resultan los casos de los maestros coleccionistas Rafael Peralta y Rafael Jiménez, cuyos esfuerzos culminaron con la fundación, respectivamente, del Museo del Niño de Albacete y del Museo Pedagógico de Aragón. Los historiadores de la educación Agustín Escolano (UVA) -pionero en este campo-, Bienvenido Martín (USAL) y Juan Francisco Cerezo (USAL), gestores de importantes colecciones de patrimonio educativo en España, han posibilitado la creación respectivamente del reconocido Centro Internacional de la Cultura Escolar (CEINCE), del Centro Museo Pedagógico de la U. de Salamanca (CEMUPE) y del Museo Pedagógico de Otones de Benjumea (Segovia). Destáquese también el trabajo de los historiadores de la educación Antonio Viñao (UMU) y Pedro Luís Moreno (UMU); Alejandro Mayordomo (UV); y Paulí Dávila (UPV) y Luis Mª Naya (UPV), cuyos esfuerzos favorecieron la apertura del Centro de Estudios sobre la Memoria Educativa de la U. de Murcia, del Museo de Historia de la Escuela de la U. de Valencia y del Museo de la Educación de la U. del País Vasco, respectivamente. Muy significativo también es el caso del historiador de la educación jubilado Vicente Peña (USC) y del profesor Emilio Castro, que fueron coordinadores científicos del Museo Pedagógico de Galicia. Añádase el nombre de Bernat Sureda (UIB), que ha liderado la recuperación del patrimonio escolar en las Islas Baleares. Al historiador de la educación Víctor Juan, se le debe su trabajo en la de dinamización de la vida del Museo Pedagógico de Aragón. Por otra parte, es necesario reconocer su labor al maestro Fernando García Fontanet, fundador del Museo Escolar de Pusol (Elche-Alicante). Y junto a ello, señalar con el inevitable riesgo de haber obviado el trabajo de otros historiadores de la educación y de otros profesionales ligados a este ámbito, a los profesores de Teoría e Historia de la Educación Joan A. Traver, Tomás Segarra, Manuel Martí y Miquel Ortells, encargados de la gestión del Museo Pedagógico de Castellón de la Universidad Jaume I.

Junto a este listado de nombres masculinos, hay que considerar en particular el trabajo de dos mujeres. Por un lado, el de la profesora de didáctica Ana Vega, cuya labor de colección al lado de José Santos, dio lugar al Museo de Educación de la U. de La Laguna. Y por otro, el de la historiadora de la educación María del Mar del Pozo, que cuenta con una importancia colección de grabados de escenas educativas, además de haberse encargado de contribuir a musealizar la colección del profesor Molero, referido con anterioridad. Amén de lo anterior, un nutrido, potente y dedicado grupo de historiadoras de la educación españolas se han encargado de dinamizar colecciones de patrimonio escolar a través de museos pedagógicos universitarios. Entre ellas se encuentran Mª Nieves Gómez (US), Marina Núñez (US) y Mª José Rebollo (US), vinculadas al Museo Pedagógico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla; Teresa Rabazas (UCM) y Sara Ramos (UCM), ligadas al Museo Complutense de Educación; Isabel Ramos (USAL), unida al CEMUPE; Dolores Carrillo (UMU), Ana Sebastián (UMU), Encarna Sánchez (UMU) y Mª José Martínez (UMU), vinculadas al CEME; y Eulàlia Collelldemont (UVIC) y Nùria Padròs (UVIC), ligadas al MUVIP. También reconocemos la labor de Carmen Sanchidrián (UMA) e Isabel Grana (UMA) adscritas al Museo Andaluz de la Educación de Alhaurín de la Torre (Málaga), de Carmen Agulló (UV), ligada al Aula Museo de la República de Ontinyent (Valencia) y de Francesca Comas, relacionada con el Archivo y Museo de la Educación de las Islas Baleares de Inca, Mallorca. Súmese a este listado también el nombre de la didacta Inmaculada González, que ha contribuido a poner en valor la colección del Museo Pedagógico de la U. de Huelva. Actualmente, la mayor parte de todas estas personas canalizan sus esfuerzos e intereses en torno al patrimonio escolar a través de su implicación con la SEPHE.

Gracias al análisis de las entrevistas realizadas al hilo de esta investigación, intentamos a continuación apuntar algunas coordenadas que nos ayudarán a responder a los tres interrogantes que nos hemos planteado. Si nos preguntamos, en primer lugar, por los motivos por los que los historiadores/as de la educación se iniciaron en la aventura de coleccionar patrimonio educativo, hay que señalar en primer lugar que una gran parte de ellos comparten sus inicios en la tarea del coleccionismo durante la infancia: “De pequeño coleccionaba sellos, monedas. Tenía vocación desde pronta edad por atesorar cosas que estaban a mi alcance” (N1); “Esta vocación era algo a nivel familiar. Mi abuela me transmitió con pasión el darle valor y significado a las cosas que me rodeaban” (N2); “Por cuestiones afectivo sentimentales, llegue a hacerme con una colección propia de objetos de la escuela. Era algo pequeña, pero válida para mí” (N10). Una cuestión transcendental ligada a la motivación por coleccionar objetos escolares, está muy relacionada con la seducción que por estos materiales han sentido desde bien pronto y a través de diferentes vías y circunstancias los historiadores/as de la educación: “Esta aventura viene de mi etapa escolar. Fui alumno de la escuela franquista y cuando me introduje en el estudio, me gustaba mucho el material escolar. Tras ejercer como maestro me interesé por coleccionar materiales escolares, e incluso me los llevaba a la clase para mostrarlos al alumnado. Es ya en la Universidad cuando se me despierta totalmente el interés para enseñar a los futuros maestros los diferentes modelos educativos a través de los objetos coleccionados” (N3); “Siendo directora de un centro educativo, comencé a poner en marcha exposiciones-museo en el propio colegio. Con el tiempo me fui percatando de la importancia de empezar a conservar libros y otros materiales de la escuela. Tanto Giner de los Ríos, como Bartolomé Cossío, influyeron en mis acciones relacionadas con el coleccionismo de piezas de la escuela” (N5); “El profesor Molero, coleccionaba desde bien pronto manuales antiguos de historia de la educación y libros de pedagogía. Los intereses historiográficos fueron cambiando, y eso le llevó a acaparar manuales escolares, cuadernos, mapas y otros materiales didácticos. Con dinero propio y a través de anticuarios, disfrutaba viendo aumentar su colección. Fue un adelantado de su tiempo en este sentido, e incluso llegó a comprar por internet. Los materiales de la escuela conformaban su vida” (N6); “El profesor León Esteban llegó a coleccionar unos 5000 libros. Compraba hasta en el rastro con sus propios recursos económicos. Dedicó tiempo a recuperar bibliotecas escolares de maestros que fallecían, y siempre tuvo la idea de fundar un museo biblioteca escolar, influido por los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza. Pensaba que la mejor formación para los maestros del futuro en la Universidad pasaba por la creación de bibliotecas museos escolares” (N8); “Antes de ser historiador ya me interesaba coleccionar libros escolares. Cuando a principios de los años 60 se suprimían escuelas y se equipaban las nuevas, los materiales se destruían, y llegué pensar en la importancia y el sentido de conservarlos. Guardaba piezas pensando en el sentido de legarlas a generaciones venideras. En este momento el CEINCE cuenta con unos 60.000 libros escolares” (N9). La seducción que por el patrimonio educativo ha llegado a sentir el historiador/a de la educación, ha alcanzado límites convencionales y nuevas posibilidades: “Me impactó la idea de que aquellos espacios de memoria y las múltiples huellas del pasado pudieran ser tan informadoras y evocadoras” (N14).

En segundo lugar, al preguntar a las personas entrevistadas por lo que les movió en sus vidas a desarrollar esta pasión por guardar objetos de la escuela, es necesario hacer constar que una parte de ellas se iniciaron en el tema por interés personal y profesional, y a medio plazo con la intención de conformar un museo pedagógico. Así los principales motivos expuestos hacen referencia a aspectos como los siguientes: “Mi principal interés estaba centrado en recoger piezas de la escuela que fueran capaces de conectar con las vidas de las personas, pensando en la posibilidad de crear un museo. Con el tiempo he visto que el museo pedagógico ayuda a la sociedad” (N1); “Es el amor por la escuela lo que me ha llevado siempre a coleccionar objetos. Estos objetos fueron después a parar al museo” (N3); “Es de vital importancia preservar la memoria de la escuela para que esta no desaparezca. Coleccionar objetos escolares es fundamental de cara a poder musealizarlos para que los estudiantes puedan conocerlos e investigar con ellos” (N7); “Muchos de los historiadores de la educación que coleccionamos procedemos del magisterio. A nivel personal me interesaba la colección de materiales de la escuela y el uso de la memoria como instrumentos que nos ayudan a conocer mejor identidad del profesor” (N8); “Lo que me llevó a coleccionar tiene que ver con el deseo de preservar los elementos que han constituido en una época determinada las herramientas del maestro” (N9); “El coleccionar patrimonio histórico educativo nos ilustra sobre la historia, nos explica algunos aspectos del presente, y también nos permite interpretar determinados cambios de política educativa. A la vez, nos ayuda a conocer los grandes cambios que se han producido a nivel didáctico, nos permite interpretar corrientes contemporáneas de la educación y recuperarlas en su momento histórico” (N10). Llámese la atención en este sentido, que algunos de los historiadores/as de la educación vinculados al estudio y recuperación del patrimonio educativo en este momento, se iniciaron en el asunto en torno al año 2003, coincidiendo con la fundación de la SEPHE, al entender que con ello se abría una nueva y prometedora línea de investigación en Historia de la Educación: “La vida está llena de casualidades, En este caso, me provocaba curiosidad conocer todo lo material de la escuela que repercute en la Historia de la Educación. Llegué a pensar que estábamos ante una nueva línea de investigación que podía ayudar a enriquecer el conocimiento histórico educativo. Fue todo un descubrimiento. Pensaba que ayudaba a enriquecer y a sumar” (N4). “Se trataba de una laguna de investigación. Un tema puntero. Un filón en Historia de la Educación. Y había que aprovechar la coyuntura. Yo no era precisamente una apasionada del coleccionismo, peor em embarqué en la aventura de fundar con mi grupo de investigación un museo pedagógico” (N5).

En tercer lugar, en el intento de conocer el perfil personal/profesional y las características que tienen en común los historiadores/as de la educación que se dedican a estudiar, coleccionar y divulgar el patrimonio histórico educativo a través de museos pedagógicos universitarios, tomamos en consideración las aportaciones más significativas de las personas entrevistadas. Primeramente, hay que señalar que en la actualidad, los historiadores de la educación que se encargan de estudiar y comunicar el patrimonio educativo en España son de sexo indistinto. Tanto hombres como mujeres, de edades bien diferentes, se encargan de aumentar estas colecciones y de poner en valor este patrimonio a través de los museos pedagógicos que gestionan en sus respectivas universidades. No obstante, no ocurría lo mismo al principio, pues lo primeros coleccionadores fueron hombres, como se ha dejado entrever. Ahora, unos y otras comparten el mismo interés, curiosidad y pasión por lo que hacen. Precisamente, llama la atención cómo la pasión por guardar objetos de la escuela es una constante que se repite en la cotidianeidad de este colectivo: “La pasión por el trabajo que hacemos, quizás no sea tan apreciable en otros campos o áreas de la Historia de la Educación. Es esto lo que identifica más a este colectivo por encima del trabajo que realizan otros historiadores de la educación” (N4). Los intereses del colectivo por guardar objetos de la escuela responden a necesidades e inquietudes muy variadas. En este sentido, “Resulta especialmente interesante valerse del patrimonio escolar para acercar a la comunidad a la Historia de la Educación” (N1); “Recrearnos en esos objetos es una muestra de que amamos lo que hacemos. Hemos descubierto que es necesario mantener en actividad ese patrimonio para que la memoria de la escuela siga viva” (N3); “El interés investigador por el patrimonio escolar está en este momento en auge. Se trata de la última tendencia investigadora en Historia de la Educación. Tenemos que seguir creyendo em el valor de la historia para hacer cosas que nos ayuden a reconocer su importancia y a no separar nunca el pasado del presente” (N5); “Es cierto que nos interesa la cultura escolar. Saber que sucedía dentro de la escuela. Y eso hay que buscarlo en otras fuentes que no son las tradicionales. Se trata de reconstruir la vida de la escuela” (N6).

Entre las características personales que comparten los historiadores/as de la educación -coleccionistas de ajuar escolar-, según las personas entrevistadas en este estudio, se encuentran las siguientes: están preocupados por conocer la escuela por dentro, son empáticas con las vidas de los objetos escolares, sensibles al archivo de afectos e intimidades de la escuela, confiadas en que se puede dar a conocer la historia de la educación con ayuda de los objetos de la escuela, se dejan seducir fácilmente por todo lo que tiene que ver con la estética objetual, comprometidas con la educación, satisfechas con su trabajo ligado a la guarda y custodia de objetos de la escuela, se sienten útiles prestando una labor de conservación que repercutirá en un futuro en la sociedad, en su mayoría tienen antecedentes familiares que se han dedicado al magisterio y parejas que han contribuido a alimentar la vocación patrimonial histórico educativa, entienden la recuperación de la memoria escolar como instrumento que contribuye a la construcción de la identidad docente, han conseguido placer y ser felices acumulando instrumentos de la escuela del ayer, y suelen tener una visión realista de la práctica escolar. A este respecto, hágase notar que los pioneros del coleccionismo de patrimonio escolar, en contra de las personas que se han sumado en los últimos años, han tenido relación directa con la práctica de la enseñanza. La pasión por guardar objetos de la escuela “no puede desligarse de quien ejerció como maestro en la escuela real, de quien se detuvo en la escuela deseada como investigador universitario, o de quien ejerció como inspector de la normativa de la escuela ordenada” (N13).

Cuando nos referimos a estos coleccionistas, narradores de historias educativas, lo hacemos desde el convencimiento de que nos encontramos con personas entusiastas con el mundo de la escuela, implicadas y comprometidas con el presente y el futuro de la educación, sensibles, intuitivas, comunicativas, transmisoras, expresivas, detallistas, creadoras, creativas, con dotes divulgadoras y con capacidad notable para la transferencia del conocimiento patrimonial histórico educativo a la sociedad. Y junto a ello, lo que parece claro es que más allá de meros coleccionistas, estos historiadores/as de la educación han mostrado una especial preocupación didáctica ligada a enseñar una historia de la educación más social, dinámica, activa, pública y participativa: “Si bien somos investigadores, nos une el afán de poder preservar la cultura escolar, el deseo de poder darlo a conocer, y de poder difundir y contar a la sociedad cómo era la escuela de nuestro pasado. Compartimos el reto de hacer a través del patrimonio educativo una historia más aplicada” (N7); “Nuestra preocupación y empatía con el visitante del museo pedagógico y nuestro deseo por comunicarle bien la historia, nos lleva a plantearnos nuevas formas de enseñar y comunicar la Historia de la Educación y el patrimonio escolar” (N5); “El afrontar la docencia de una nueva materia para la formación en los grados de Magisterio (Historia de la Escuela) me suscitó la necesidad y me alentó en el trabajo de recuperar, preservar y utilizar materiales del patrimonio histórico-educativo como significativos recursos para la enseñanza y el aprendizaje” (N14).

A MODO DE CONCLUSIÓN. LOS MUSEOS PEDAGÓGICOS UNIVERSITARIOS COMO GUARDIANES Y DIFUSORES DEL PATRIMONIO HISTÓRICO EDUCATIVO

“Sabemos que en cuanto señalemos el momento más feliz hará mucho que este habrá quedado en el pasado, que no volverá nunca más y que, precisamente por eso, nos producirá dolor. Y lo único que puede hacernos soportable dicho dolor es poseer algún objeto perteneciente a ese instante dorado. Los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales” (Pamuk, 2011).

El Museo de la Inocencia4 no es solamente una institución cultural que se encuentra en el barrio de Çukurcuma, en el distrito Beyoğlu de la ciudad de Estambul (Turquía), sino que también es el título de una interesante novela en la que la pasión se encuentra con la obsesión. Museo y novela fueron creados por el escritor premio Nobel turco Orhan Pamuk. La obra nos narra la historia de amor de Kemal, un joven miembro de la burguesía de Estambul, y su pariente lejana Füsun. Todo comienza como una aventura inocente y desinhibida, para evolucionar posteriormente hacia un amor ilimitado. Al desaparecer Füsun, la novela se vuelve un tanto melancólica. Kemal atrapado por sus sentimientos, tarda poco en descubrir el efecto calmante que sobre él tienen los objetos que alguna vez pasaron por las manos de su amada, y poco a poco se va haciendo con ellos hasta acapararlos por completo.

El Museo de la Inocencia es un catálogo novelado en el que cada objeto representa un instante de esa gran historia de amor. El propósito de Pamuk al crear su museo reside precisamente en transmitir las experiencias relatadas, las cuales se esconden y entretejen en los objetos. Por ello, en lugar de propiciar que nos mostremos ajenos a los objetos expuestos, se empeña en edificar un lugar dedicado al ser humano y a su experiencia particular, un museo de experiencias vivenciales. En este caso, y como Kemal, en el estudio del patrimonio educativo y a través de los museos pedagógicos universitarios, estamos haciendo grandes esfuerzos para dar voz a múltiples objetos de la escuela de antaño que durante tiempo han permanecido guardados y olvidados en almacenes, desvanes, armarios y cajones.

Estos museos pedagógicos son universos narrativos y literarios que nos permiten estudiar, pensar y proyectar una mirada social y pública a la historia de la escuela desde el presente. Trabajos de colegas brasileños/as resultan de especial interés en esta línea (De Souza, 2013; Oliveira y Chaloba, 2023; Telles y Almeida, 2024). Acudir a visitarlos supone una buena ocasión para interactuar con nuevas narrativas literarias y digitales adaptadas, que nos van a ayudar a responder a las necesidades, inquietudes y preguntas que se plantea la ciudadanía. El gran interés por los objetos materiales e inmateriales de la escuela como objetos de memoria, han promovido la creación de una cultura museística extendida por todo el país y la creación de numerosos Museos de la Educación como centros de memoria educativa. Entre sus retos se encuentra, precisamente, el de recrear la memoria escolar de su territorio o región, recuperando su patrimonio histórico-educativo, que le otorga una identidad o especificidad (Ramos y Rabazas, 2024, p. 17). El hábito de coleccionar para los historiadores/as de la educación, activa la conservación escrupulosa de pequeñas reliquias escolares. Se trata de objetos que envuelven una delicada relación entre el tener y el conservar, e implican diferentes formas de almacenar y de exponer. El coleccionista en este caso, y al hilo del primero de los interrogantes planteados, saca de su entorno los objetos escolares recolectados, para posteriormente exhibirlos mediante recreaciones pedagógicas lo más fidedignas posible, en los museos pedagógicos que entendemos como catedrales por excelencia del patrimonio educativo.

Los museos pedagógicos universitarios del tiempo presente, se convierten en hogares pensados mayormente por historiadores/as de la educación, y como argumentaba Rybczynski (2009), se van llenando de las cosas y objetos escolares que necesitan, desean y aman en honor a su quehacer docente, investigador y de transferencia del conocimiento. Nuestros museos “se convierten en reactores donde aumenta la probabilidad de colisión de: docentes con discentes, objetos con objetos, ideas con objetos, ideas con ideas, objetos con visitantes, ideas con visitantes, visitantes consigo mismos, visitantes con visitantes…” (Wagensberg, 2006, p. 712). Conviene tener presente que dos objetos escolares no deben ignorarse nunca en una misma vitrina. La invitación al diálogo es requisito imprescindible en estos espacios que se encargan de colecionar, guardar y difundir para educar el gusto por la historia de la escuela.

Quizás en cierto sentido, y tratando de responder al segundo de los interrogantes planteados en este trabajo, los historiadores/as de la educación, más que en coleccionistas, y parafraseando a Giorgio Spanu, nos hemos convertido en una especie de protectores humanistas temporales de aquellos objetos de la escuela que reposan en las vitrinas de los museos pedagógicos. A la par, sentimos un fuerte sentido de la responsabilidad al tener el privilegio de poder trabajar no solo para protegerlos, sino para asegurarnos de que estén disponibles en el futuro para que todas las personas puedan disfrutarlos mientras aprenden historia de la educación (Levinas, 2023, p. 34). De esta manera, si bien los historiadores/as de la educación del ayer y de hoy han podido intentar e incluso estén intentando a través de sus colecciones histórico educativas conocerse mejor a sí mismos, no deja de ser menos cierto que las colecciones de patrimonio educativo contienen parte de lo que son estos historiadores/as y de su amor por la escuela.

Llegados a este punto, y en consonancia con el tercero de los interrogantes señalados, tal vez estemos en disposición de señalar que estos historiadores/as son mucho más que meros “coleccionistas vitrina”, pues sus principales retos en este momento no residen simplemente en el acumular por acumular ajuar escolar, sino en ofrecer a la sociedad un recurso de extensión cultural, docente e investigador, que contribuya a dar a conocer de una manera dinámica y más disruptiva la Historia de la Educación y la cultura escolar a través del patrimonio educativo y la memoria intangible (Aguilar Orellana, 2019). Podemos decir que a los historiadores/as de la educación -coleccionistas por excelencia de patrimonio educativo-, les ha correspondido desarrollar junto a su labor investigadora, el poder de la imaginación para poder plasmar de la mejor forma posible y a través de objetos expuestos en museos pedagógicos, la realidad educativa en perspectiva histórica. En esta línea,

“Las razones por las que los historiadores de la educación han coleccionado patrimonio histórico educativo radican fundamentalmente en cómo entienden su compromiso con la misión educativa y su trabajo como historiadores y formadores. Parten de una premisa fundamental: ser conscientes del valor que tiene para el hecho educativo conocer nuestra propia historia para leer el presente y preparar un futuro más justo, solidario y sensato. El patrimonio histórico educativo nos brinda la oportunidad de realizar estas lecturas de manera situada contextual e históricamente. Los objetos que conforman este patrimonio llegan, de alguna forma, a impregnarse del espíritu de ese tiempo y espacio. Su colección, análisis y exposición, inspiran en las personas visitantes de los museos dicho espíritu, les interpelan sobre su propia realidad” (N13).

Las colecciones de objetos de la escuela con las que cuentan nuestros museos pedagógicos universitarios, quizás no sean las mejores en comparación con otra tipología de museos pedagógicos, sencillamente porque hemos contado y contamos con muy pocos recursos económicos, material y humanos, pero sí que son las que son gracias al trabajo que han realizado en este sentido los historiadores/as de la educación en España, especialmente a lo largo de las dos últimas décadas.

En la novela La liebre con ojos de ámbar: una herencia oculta (Waal, 2012), más de doscientas figuritas de madera y marfil, ninguna de ellas mayor que una caja de cerillas, son el origen de una historia que describe el viaje que han hecho a lo largo de los años. Un viaje lleno de aventuras, de guerra, de amor y de pérdida, que resume, en la historia de una familia, la historia de Europa en los siglos XIX y XX. Se trata de un texto evocativo y de gran belleza que comienza con una pequeña liebre de ojos de ámbar que se mezcla en un bolsillo con las monedas, y que termina, como todo auténtico viaje, con el descubrimiento de uno mismo. Y así, con palabras de Edmund Waal, cerramos este estudio con la esperanza de que haya podido contribuir a que historiadores/as de la educación, guardianes del patrimonio escolar, se hayan mirado y contemplado para conocerse un poco mejor a sí mismos en relación con los objetos de la escuela. Nuestra principal pretensión radicaba, sobre todo, en hacer justicia y poner en valor el trabajo que este colectivo ha realizado en torno al estudio, conservación y divulgación del patrimonio educativo. Se trata de un noble ejercicio de memoria democrática, crítica, social e identitaria.

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  • WAGENSBERG, Jorge. A más cómo, menos por qué. 747 reflexiones con la intención de comprender lo fundamental, lo natural y lo cultural. Barcelona: Tusquets, 2006
  • 1
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  • 2
  • 3
    Cfr. Página web de la SEPHE: https://sephe.org/ Red Mein-PHE, donde se puede consultar información sobre los diferentes museos pedagógicos existentes en España: https://sephe.org/red-mein-phe/
  • 4
    Visítese la página web de este particular museo: https://www.masumiyetmuzesi.org/

Editado por

  • Editor responsável:
    Eduardo Cristiano Hass da Silva

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    11 Jul 2025
  • Fecha del número
    2025

Histórico

  • Recibido
    19 Mayo 2024
  • Acepto
    29 Ene 2025
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