Open-access “Abrir los ojos, abrir la mente”. Feminismo campesino y reflexividad

“Open your eyes, open your mind”. Peasant feminism and reflexivity

“Abrir os olhos, abrir a mente”. Feminismo camponês e reflexividade

Resumen:

En este trabajo exponemos el proceso de reflexividad involucrado en una investigación cualitativa que tiene por objeto analizar las trayectorias laborales y migratorias de mujeres campesinas de origen boliviano que trabajan en el cinturón hortícola del Gran La Plata, Buenos Aires, Argentina. Nos preguntamos particularmente por cómo ellas construyen, en la narración de sus historias de vida, su autopercepción respecto de ser mujer, ser campesina y migrante boliviana, y sus transformaciones a partir de la experiencia migratoria y la participación en una organización feminista. Realizamos una reflexión desde la perspectiva de la colonialidad del poder y la epistemología feminista, entendiendo que las relaciones sociales en América Latina se encuentran fuertemente atravesadas por la condición colonial, con la raza y el género como factores determinantes en la construcción de la subjetividad.

Palabras clave:
mujeres campesinas; interseccionalidad; conocimientos situados; perspectiva decolonial; reflexividad

Abstract:

This paper outlines the process of reflexivity involved in the construction of a qualitative research project that aims to explore the labor and migratory trajectories of peasant women of Bolivian origin, who work in the horticultural belt of Greater La Plata, Buenos Aires, Argentina. We particularly examine how they construct, through the narration of their life stories, their self-perception as a woman, a peasant, and a Bolivian migrant, as well as their transformations resulting from the migratory experience and participation in a feminist organization. We reflect on the coloniality of power and feminist epistemology from a perspective that understands social relations in Latin America are strongly influenced by the colonial condition, with race and gender as determining factors in the construction of subjectivity.

Keywords:
Peasant women; Intersectionality; Situated knowledge; Decolonial perspective; Reflexivity

Resumo:

Neste artigo expomos o processo de reflexividade envolvido na construção de um projeto de pesquisa qualitativa que visa conhecer as trajetórias laborais e migratórias de mulheres camponesas de origem boliviana que trabalham no cinturão hortícola do Grande La Plata, Buenos Aires, Argentina. Interrogamo-nos particularmente como elas constroem, na narração de suas histórias de vida, a sua auto-percepção sobre ser mulher, ser camponesa e ser migrante boliviana, e suas transformações a partir da experiência migratória e da participação numa organização feminista. Refletimos a partir da perspectiva da colonialidade do poder e da epistemologia feminista, entendendo que as relações sociais na América Latina são fortemente influenciadas pela condição colonial, com raça e gênero como fatores determinantes na construção da subjetividade.

Palavras-chave:
mulheres camponesas; interseccionalidade; conhecimentos situados; perspectiva decolonial; reflexividade

Introducción

En este trabajo nos proponemos explorar el proceso de reflexividad involucrado en una investigación cualitativa que tiene por objeto conocer las trayectorias laborales y migratorias de mujeres campesinas de origen boliviano que trabajan en el cinturón hortícola del Gran La Plata, Buenos Aires, Argentina. En ese proyecto nos preguntamos particularmente por cómo ellas construyen, en la narración de sus historias de vida, su autopercepción respecto del ser mujer, ser campesina y ser migrante boliviana, y sus transformaciones a partir de la experiencia migratoria y de la participación en una organización feminista (María Eugenia AMBORT, 2019b). La intención es realizar un aporte en el sentido de visibilizar el rol de las mujeres en la producción familiar y de comprender sus roles productivos y reproductivos en el hogar.

El trabajo de campo de la investigación consistió en la reconstrucción de 25 historias de vida, a través de entrevistas biográficas realizadas entre los años 2018 y 2019; y en registros de observación y participación en distintas instancias de encuentro y organización de mujeres agricultoras (al menos 30 Rondas, talleres y asambleas) entre 2017 y 2021. Ubicadas desde una mirada interseccional y procurando generar conocimientos situados, acompañamos el texto del artículo con una serie de fotografías que fueron tomadas en el transcurso de dicho trabajo de campo, y que buscan ilustrar esta realidad social y a sus protagonistas.

En primer lugar, realizamos una exposición teórica sobre la perspectiva de la colonialidad del poder y de la epistemología feminista, entendiendo que las relaciones sociales en América Latina se encuentran fuertemente atravesadas por la condición colonial, con la raza y el género como factores determinantes en la construcción de la subjetividad.

A continuación, presentamos el contexto socio-productivo de la horticultura platense, donde se inscriben las trayectorias de estas mujeres, y que se caracteriza por una fuerte tradición de trabajo migrante de origen boliviano.

Dedicamos un tercer apartado a problematizar las precarias y vulnerables condiciones de vida y de trabajo en la horticultura, destacando la particular situación de las mujeres, y de las diferentes violencias incrustadas en sus cuerpos y en sus vidas, atravesadas por sus experiencias de género, de raza y de clase.

En el siguiente apartado realizamos un ejercicio de reflexividad respecto del camino que nos llevó a realizarnos estas preguntas, del contexto que permitió abrir canales de comunicación y de confianza con estas mujeres campesinas, y de cómo la perspectiva de la colonialidad del poder nos permite generar procesos de investigación localmente situados y socialmente comprometidos. Lo ilustramos con el análisis de algunos fragmentos de entrevistas biográficas donde aparece el proceso de reflexividad propia de las campesinas sobre su condición femenina.

Para finalizar, presentamos algunas reflexiones sobre las contribuciones que esperamos realizar con este proyecto al campo académico en materia de género y sociología rural desde una perspectiva feminista y decolonial.

Colonialidad del poder y epistemología feminista

Desde finales del siglo XX, un sector de la academia latinoamericana ha comenzado a repensar el marco en el cual se analiza el desarrollo del capitalismo periférico, a partir de la idea de “giro decolonial”. Esta línea de pensamiento -entre cuyos principales exponentes encontramos a Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Enrique Dussel, Catherine Walsh, entre otros- propone, diferenciándose de las miradas culturalistas poscoloniales, que la colonialidad no terminó con los procesos independentistas y la formación de los Estados-nación, sino que asistimos a una colonialidad global en la cual las relaciones de dominación entre centro y periferia persisten, transformadas. Se refieren así al proyecto modernidad/colonialidad como un sistema articulado de poder que opera hasta la actualidad, en el cual la invasión colonial y sus consecuencias son constitutivas de los procesos de modernización y dominación eurocéntrica que han caracterizado al capitalismo en sus últimos 500 años (Santiago CASTRO-GÓMEZ; Ramón GROSFOGUEL, 2007).

Una de las tesis centrales de la perspectiva radica en el postulado de la invención de la raza como justificación biológica de la dominación colonial/moderna (Aníbal QUIJANO, 2000). La raza como instrumento de división jerárquica de la humanidad, que ubica al hombre blanco europeo en posición de superioridad frente a los “otros” (negros, indígenas, mestizos, etc.), fue el hito fundante de la explotación como fuerza de trabajo bajo condiciones infrahumanas de los pueblos colonizados tras la conquista de América. Así la clasificación racial configura el nuevo patrón de poder mundial, que articula “todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y productos, en torno del capital y el mercado mundial” (QUIJANO, 2000, p. 247).

Capitalismo y racismo se asocian y refuerzan mutuamente en este sistema, conformando una división racial del trabajo, que se expande a nivel mundial creando nuevas identidades históricas, y que se mantiene a través de la construcción de hegemonía y la imposición del eurocentrismo como racionalidad predominante. Esto implica la constitución de una nueva subjetividad, de un nuevo espacio/tiempo, en el cual América se constituye como la otredad y Europa como el punto de llegada de la historia de la civilización humana. En esta perspectiva evolucionista, todo aquello que es diferente de la civilización europea occidental es considerado primitivo, atrasado y por lo tanto inferior. Este pensamiento eurocéntrico universaliza las instituciones hegemónicas de la existencia social (como el Estado-nación, la familia burguesa, la empresa y la racionalidad científica), a la vez que instala una lectura binaria de la realidad asociada a la dominación colonial.

Repensando género y colonialidad desde la epistemología feminista

La perspectiva decolonial se ha nutrido de múltiples aportes desde la crítica feminista (Silvana SCIORTINO, 2012), que señala la necesidad de incorporar el género como dimensión constitutiva de la dominación colonial y de la construcción de la raza como vector de división jerárquica de la humanidad (María LUGONES, 2008). Los estudios de género latinoamericanos vienen hace décadas realizando reflexiones que aportan a la construcción de la mirada decolonial, al pensar el género en intersección con otras categorías como la cultura, la etnia, la clase, la raza o la orientación sexual. Diferenciándose del feminismo occidental hegemónico, estos estudios contemplan tanto la subordinación de las mujeres respecto de los varones, como también las jerarquías entre mujeres, dependiendo de los orígenes y recorrido de cada una. Entre las principales exponentes, encontramos a Silvia Hirsch (2008) (Argentina), Rita Segato (2013, 2016) (Brasil), Silvia Rivera Cusicanqui (2010) (Bolivia), Ochy Curiel (2007) y Yuderkys Espinosa Miñoso et al. (2014) (República Dominicana), Marisol de la Cadena (1997) (Perú), Sonia Montecino (2017) (Chile), Gloria Anzaldúa (2021) y Marcela Lagarde (1996) (México).

La mirada interseccional (Kimberle CRENSHAW, 1991; Patricia HILL COLLINS, 2015; María José MAGLIANO, 2015) nos muestra que la categoría mujer abstracta, universal, esconde múltiples formas de opresión que se alejan de la experiencia de mujer blanca, de clase media, occidental. Distintas formas de “ser mujer” se hacen visibles y toman voz propia, dando cuenta de cómo las intersecciones entre género, raza, clase, orientación sexual, u otras, conforman nuevas formas de dominación que no pueden reducirse a la sumatoria de sus partes, ni a una única manera de vivenciar o narrar la opresión.

Además, las feministas han construido una epistemología, una forma de analizar y comprender la realidad social, en la cual el cientificismo racional no nos contiene. El compromiso por establecer relaciones más igualitarias entre las personas se traduce también en la manera en que miramos el mundo y construimos conocimiento (Carmen GREGORIO GIL; Ana ALCÁZAR CAMPOS, 2014). Es en este sentido que Donna Haraway (1995) reivindica la mirada parcial, un conocimiento situado en el cual la investigadora no es externa ni omnisciente, sino que se involucra y vincula con las personas que integran la investigación. Para Rita Segato (2013), toda la imposición de la dominación colonial/moderna hasta la actualidad se encuentra atravesada por el patriarcado como forma de imponer la superioridad masculina en la sociedad, impidiendo la participación política y en la toma de decisiones de las mujeres. La política centrada en la administración estatal burocrática es sumamente masculina (y masculinizante), y en la medida en que las luchas feministas avanzan en la conquista de derechos por la igualdad, el patriarcado adopta la forma de una verdadera “guerra contra las mujeres” (SEGATO, 2016) expresada en los altos índices de feminicidios, la feminización de la pobreza, las ablaciones y demás hechos aberrantes para la sociedad de los derechos humanos del siglo XXI. Las alternativas surgirán, entonces, de visibilizar estas desigualdades naturalizadas por el pensamiento binario, desnaturalizarlas e interpelar a varones y mujeres en pos de construir un mundo más plural. Como dice la autora “(…) vivir de forma descolonial es intentar abrir brechas en un territorio totalizado por el esquema binario, que es posiblemente el instrumento más eficiente del poder” (SEGATO, 2013, p. 94). Resulta necesario entretejer otras relaciones, revitalizar los lazos comunitarios, repolitizar lo doméstico, para crear formas de ejercer el poder en el cual haya lugar para la pluralidad.

Es desde esta perspectiva feminista y situada que nos embarcamos a realizar nuestro estudio, procurando comprender a través de una mirada longitudinal cómo se transforman a lo largo del tiempo las formas del “ser mujer” en el hogar y en el trabajo, en un contexto como es la agricultura familiar, en el cual ambas esferas se encuentran profundamente imbricadas.

El paisaje de la horticultura platense

Argentina es un país ubicado en el extremo sur de América Latina, con una gran diversidad de climas y paisajes, pero que se ha caracterizado históricamente por sus regiones templadas (las pampas) sumamente favorables para la producción de alimentos. Más de un tercio de su población total se localiza en el conglomerado urbano que rodea a la capital nacional, el Área Metropolitana de la ciudad de Buenos Aires (AMBA).

Al sur del AMBA se encuentra nuestra área de estudio, el Cinturón Hortícola de La Plata (CHP), que es en la actualidad una de las regiones productoras de hortalizas más competitivas y dinámicas del país, ya que abastece de alimentos frescos no sólo a esta gran aglomeración próxima a Buenos Aires, sino también a otros centros urbanos a nivel nacional.

Se trata de una de las áreas hortícolas más densas del país, tanto por la cantidad de establecimientos productivos existentes como por la cantidad de mano de obra empleada. Si bien no existen datos oficiales al respecto (el último censo corresponde al año 2005), los técnicos de terreno estiman que el CHP se extiende alrededor de 5000 ha en el periurbano platense. Casi un tercio de esta superficie está cubierta con invernáculos (ver Fotografía 1) (Carolina BALDINI et al., 2022), con más de 4000 establecimientos en actividad, empleando a más de 10000 personas (Ramón CIEZA et al., 2015).

Fotografía 1
Trabajo de la tierra en invernáculos en el CHP

Este cinturón hortícola que rodea a la ciudad ha sido históricamente ocupado por familias agricultoras de origen extranjero, que se fueron asentando en la periferia urbana para producir los alimentos de abastecimiento local. Las primeras fueron de origen europeo (italianas, españolas, portuguesas), quienes llegaron a la región con las oleadas inmigratorias de comienzos del siglo XX. Desde 1970 aproximadamente, se da en todo el país un proceso de recambio, en el cual cobran cada vez mayor centralidad las familias de origen boliviano (ver Fotografía 2) (Matías GARCÍA, 2010; GARCÍA; Soledad LEMMI, 2011). Esta “bolivianización de la horticultura” (Roberto BENENCIA, 2006, s.p.) cristaliza y reproduce una segmentación étnica del mercado de trabajo en Argentina (Cynthia PIZARRO, 2007), en la cual los trabajos peor remunerados, más esforzados y más precarios son protagonizados por trabajadores y trabajadoras provenientes del norte del país y fundamentalmente de países limítrofes, donde la mayoría de la población es descendiente de pueblos originarios incaicos o guaraníes.

Fotografía 2
Productor de origen boliviano en el CHP

El proceso de inserción de las familias bolivianas en la horticultura ha sido analizado por (BENENCIA, 1997; BENENCIA, Germán QUARANTA, 2006) a través de la metáfora de la “escalera boliviana”. Los autores describen el proceso de movilidad social en horticultura replicando el modelo “farmer” de Estados Unidos, explicado por Lynn Smith como “agricultural ladder”. Los agricultores bolivianos ingresan en la actividad como peones, insertándose como empleados de otros productores (en un comienzo, los patrones italianos o españoles, posteriormente otros bolivianos), de manera temporaria e intercalando temporadas en Argentina con el regreso a Bolivia, hasta finalmente asentarse en el país. Logran ascender económicamente, acumulando cierto capital y conocimientos para comenzar a dedicarse a la producción, en un principio asociándose con otros/as a través de la mediería, y finalmente produciendo de manera autónoma a través del arrendamiento o la compra de tierras, e inclusive incursionando en las cadenas mayoristas y minoristas de comercialización (ver Figura 1).

Figura 1
La escalera boliviana

Este proceso, con diferentes matices, se replica en la mayoría de las áreas hortícolas de Argentina y efectivamente se observa un proceso de movilidad social en el cual consiguen acumular capital y ganar autonomía para desenvolverse en la producción y arraigarse en las localidades donde se instalan. No obstante, dicha movilidad social no se traduce necesariamente en mejoras sustanciales de las condiciones de vida y de trabajo, y a lo largo de toda la cadena productiva y comercial de la horticultura se suceden extensas jornadas laborales, remuneraciones por debajo de los costos de producción o del salario mínimo establecido, y prácticamente nulo acceso a derechos laborales consagrados como ser: aportes previsionales, obra social, vacaciones, paritarias, organización gremial, etc.

Vulnerabilidad de las familias bolivianas en la horticultura y en particular de las mujeres

La situación de vulnerabilidad en la que se encuentran las familias de origen boliviano se relaciona con algunas circunstancias intrínsecas -como la condición migrante, la pobreza material (expresada, por ejemplo, en la capacidad de consumo y la condición de las viviendas) o el bajo capital cultural (asociado al analfabetismo o la poca familiaridad con las instituciones locales)- , y con algunas condiciones estructurales, en la cual intervienen distintos actores que componen la cadena productiva frente a los cuales los horticultores y horticultoras se encuentran en una posición subordinada (ver Figura 2). Frente al mercado inmobiliario, ya que las tierras son arrendadas a valores altísimos y por cortos períodos de tiempo, por lo tanto resulta difícil arraigarse; frente al mercado financiero y de agroinsumos, dado que para el cultivo intensivo son necesarios muchos insumos externos y los mismos son comprados mediante la toma de créditos privados, con altas tasas de interés; y el mercado de hortalizas, frente al cual los productores son tomadores de precios y no tienen control, frente a los intermediarios, sobre la venta de su propia producción.

Figura 2
Vulnerabilidad de las familias bolivianas en la cadena hortícola

A pesar de todas estas dificultades (y frente a las cuales las familias bolivianas adoptan diversas estrategias de resistencias), observamos que las mujeres se encuentran en una posición de aun mayor desigualdad y subordinación, tanto en el lugar que ocupan en la producción, como al interior del hogar.

La vulnerabilidad de ser mujer, campesina e inmigrante

En este entramado, atravesado por las estructuras colonial/modernas que mencionamos en el primer apartado (que configuran la segmentación étnica del mercado de trabajo en la cual los trabajos manuales -y particularmente la producción de alimentos- son desvalorizados material y simbólicamente), las mujeres horticultoras sufren aun más que los varones esta vulnerabilidad.

En primer lugar, porque su lugar en la producción (realizando a la par de los hombres todas las tareas involucradas en el trabajo de la tierra, ver Fotografía 3) es invisibilizado, construyéndose un imaginario en el cual “los productores” (varones) son quienes realizan los trabajos más importantes y que generan ingresos monetarios al hogar. El control por parte de los hombres de la esfera productiva (pública) en la economía familiar determina que sean ellos quienes controlan el dinero (fruto del trabajo colectivo de toda la familia, incluso les hijes1), generando una dependencia económica por parte de las mujeres, quienes prácticamente no manejan dinero en efectivo y deben pedirle permiso a sus maridos cuando quieren realizar algún gasto. A esto se suma la doble jornada laboral que ellas realizan, dado que además de trabajar “en la quinta”, son las responsables de realizar todas las tareas domésticas y de cuidados (cocinar, lavar, atender a les hijes, etc). La naturalización del rol de madre y esposa hace que se considere normal (o hasta “natural”, biológicamente hablando) que todas estas tareas reproductivas sean realizadas por las mujeres del hogar, en su rol de cuidadoras de sus esposos y de la prole.

Fotografía 3
Trabajos pesados realizados por mujeres

La pobreza material que atraviesan las familias campesinas (tanto en Bolivia como en Argentina) supone que en la mayoría de los casos les jóvenes comiencen a trabajar desde una temprana edad y vean truncadas sus trayectorias en el sistema educativo. Así, muchas parejas conforman nuevos núcleos familiares muy jóvenes, y las mujeres son madres desde la adolescencia. Esta maternidad temprana, en la cual las mujeres pasan rápidamente de ser niñas a “adultas” (o madres y esposas), limita su desarrollo personal y la posibilidad de vivir distintas experiencias en la creación de amistades, en la sexualidad, la creatividad y la definición de los propios intereses que vayan formando una personalidad autónoma. Ser madre y esposa -en un contexto de pobreza y precariedad, en el cual se procura ahorrar lo más posible (ver Fotografías 4y5)- les atribuye a las mujeres una cantidad de tareas y responsabilidades tal, que se ven confinadas al ámbito doméstico. Así se van limitando los momentos de ocio o cuidado personal, e inclusive las instancias para relacionarse y compartir con otres.

Fotografía 4
Precariedad y pobreza en las condiciones de vida en el CHP

Fotografía 5
Precariedad y pobreza en las condiciones de vida en el CHP.

Esta asociación cuasi biológica de las mujeres-hembras con el ámbito doméstico-privado-reproductivo genera, por un lado, que los trabajos de cuidado realizados por las mujeres sean poco o prácticamente nada reconocidos y valorados por sus compañeros varones, y asumido (incluso por ellas mismas) como una función natural femenina. Pero por otro lado, la asimilación de las mujeres a su función de “hembras” genera una apropiación por parte de los hombres de la sexualidad de “sus” mujeres, que se traduce en sentimientos de posesión, hostigamiento por celos, control y restricción de la vida social, e incluso reacciones que trascienden la manipulación psicológica, económica o emocional y pasan al plano de la violencia física y sexual. La responsabilidad como madres (ver Fotografía 6), la baja autoestima, la culpa, el miedo a cómo reaccionarán y el “qué dirán” los demás, la dependencia económica y la falta de condiciones materiales para separarse, la ausencia de redes que las puedan contener y la poca efectividad de la asistencia estatal a los casos de violencia cuando estos son efectivamente denunciados, hace con que las mujeres vean muy lejana la posibilidad de transformar sus condiciones de existencia, y aprendan a convivir con estas situaciones de opresión a lo largo de sus vidas, generando estrategias para mitigar la violencia.

Fotografía 6
Productora con sus hijes

Reflexividad en el proceso de investigación: la antesala de la perspectiva parcial

En este último apartado realizamos un ejercicio de reflexividad respecto del camino que nos llevó a realizarnos estas preguntas, del contexto que permitió abrir canales de comunicación y de confianza con las mujeres campesinas, y de cómo la perspectiva decolonial y la epistemología feminista nos permiten generar procesos de investigación localmente situados y socialmente comprometidos.

Repensar la investigación desde los vínculos en el campo

La reflexividad es una práctica que tiene muchas acepciones y vertientes en las ciencias sociales, pero siguiendo a Pierre Bourdieu (2005; 2003), consideramos que se trata de un proceso de objetivación, individual y colectiva, de los sujetos involucrados en un proceso de investigación. La explicitación de la manera en que se realizan las investigaciones, las decisiones que se toman, las relaciones de poder y cada uno de los contextos que hacen a ese proceso particular, forman parte desde esta perspectiva de una actividad crucial para la construcción de una objetividad en las ciencias sociales.

Es interesante resaltar entonces que la definición del “punto de partida” teórico y metodológico de la investigación ha sido más bien un “punto de llegada” después de un largo proceso de involucramiento en territorio y con los actores sociales. El recorte del objeto de estudio y la definición de cómo abordar el problema surge de la reflexión y el intercambio con las mujeres campesinas sobre las problemáticas que más las afectan y de la construcción de vínculos de confianza con ellas.

Es importante resaltar que nuestro primer objetivo de investigación estaba centrado en los procesos de movilidad social de las familias productoras como un todo, desde una mirada cualitativa y biográfica. No obstante, al entrar en contacto con las mujeres y la forma particular en que se desarrollaban las relaciones de género al interior de las familias y en el trabajo, definimos recortar y profundizar el estudio focalizándonos en las trayectorias femeninas.

Los vínculos con les hoticultores se desarrollan en el marco de una organización social en la cual participamos (Movimiento de Trabajadores Excluidos - Rama Rural), y donde compartimos el proyecto colectivo de transformación de la realidad en la cual vivimos (ver Fotografías 7 y 8). Esta experiencia nos “afecta” (Jeanne FAVRET-SAADA, 2005, p. 159) “être affecté”) -en el sentido de transformarnos subjetivamente y en las relaciones con las otras- de diferentes maneras, pero coloca fuertemente la cuestión de la desigualdad de género, la violencia, la discriminación y xenofobia como temas relevantes y constitutivos de sus trayectorias.

Fotografía 7
Campesinas preparándose para una actividad de protesta contra la violencia hacia las mujeres

Fotografía 8
Campesinas preparándose para una actividad de protesta contra la violencia hacia las mujeres

Nuestras diferencias de género, raza y clase no pasan inadvertidas más allá de que compartamos espacios de militancia y objetivos de lucha. Mi condición de mujer racializada como blanca, con formación universitaria y un origen de clase media-alta me ha proporcionado experiencias vitales totalmente diferentes a las que tuvieron mis interlocutoras, y me ubica en muchas ocasiones en un lugar de poder, de mayor autoridad al hablar, de canon de belleza hegemónica. Procurar romper con esos “privilegios”, buscando establecer un diálogo que no los oculte sino que los ponga sobre la mesa como punto de partida para comprender las desigualdades, y destacando también aquellos elementos que sí tenemos en común y podemos compartir, a través de la confianza y el afecto, fue uno de los desafíos antes de comenzar el proceso de investigación.

El contexto: la organización y las Rondas de mujeres

En el marco de esta organización gremial que busca defender los derechos de les trabajadores excluidos/informales del campo y la ciudad, las mujeres fuimos creando espacios propios donde encontrarnos, dedicarnos tiempo a nosotras mismas, conocernos entre nosotras, hacer cosas que nos gustan, y también reflexionar respecto de nuestras experiencias de vida como mujeres desde una perspectiva de género. Estas “Rondas de mujeres” fueron inicialmente propuestas por las “militantes”, quienes tenemos una trayectoria más larga de participación en organizaciones de mujeres y también acceso a herramientas propias de la educación universitaria, con la idea de acercar las reflexiones acerca del feminismo y la igualdad de género a las campesinas.

Sus primeras reacciones frente a la invitación fueron más que nada las dudas: ¿qué pasará en una reunión “sólo de mujeres”? ¿mi marido me dará permiso para ir? ¿qué hacer con los hijos mientras tanto? Vimos que convocar a una reunión sólo para las mujeres implicaba, entonces, no sólo que las mujeres quisieran participar, sino considerar y garantizar una serie de cuestiones logísticas, para que este espacio no interfiriera con su rol de madres y esposas. Los sábados por la tarde es el único día libre de la semana en las quintas hortícolas, en el cual en general los varones juegan al futbol, se reúnen con amigos y toman cerveza, mientras las mujeres cuidan a les hijes y aprovechan para adelantar tareas del hogar. Para asistir a las Rondas, ellas deben realizar estas tareas en otro momento, y contar con que pueden llevar a les niñes a la reunión. Así, las Rondas suelen incluir también la preparación de una merienda y algún juego para entretenerles.

Los encuentros, que suceden los fines de semana cada quince días, se fueron convirtiendo con el paso del tiempo en espacios de confianza donde “contarnos nuestras cosas”, permitirnos el lugar para jugar, bailar, reír, expresarnos, conocernos. La dinámica consiste en la realización de un taller, propuesto por las militantes, con el objetivo de abordar alguna temática de género específica, y luego la realización de alguna actividad recreativa consensuada por el grupo (baile, juegos de mesa, partido de fútbol, manualidades, cocina, etc.). Algunos de los temas de los talleres son: Autobiografía; Sexo y género; Infancia y educación; Sexualidad; Educación sexual y reproductiva; el Deseo; Migración y Discriminación; Género y Trabajo; Género y política.

A través de estas actividades, en un marco de escucha, de confianza y de respeto se le empieza a poner nombre a situaciones que hasta entonces eran vividas en la más profunda soledad. Comienza a aflorar no sólo la expresión de los propios deseos, el sentido del humor, la creatividad y la complicidad; sino también las tensiones propias de la violencia doméstica: el maltrato, el acoso, el abandono, la desvalorización, los celos, el control, la manipulación, la dependencia. El momento de la enunciación le da otra entidad a la experiencia vivida: ya no puede ser conservada como un secreto, y éste se constituye en un primer acto fundante de la posibilidad de transformación. Por otro lado, la construcción de vínculos de confianza entre las mujeres supone la creación de una red de apoyo y contención, como primera medida de prevención frente a situaciones de violencia (ver Fotografía 9).

Fotografía 9
Ronda de mujeres. Dinámica de presentación "tejiendo una red"

La perspectiva decolonial y feminista: por una domesticación de la política

En su libro “La guerra contra las mujeres”, Rita Segato (2016) plantea que ya no podemos pensar la historia como un proyecto a ser ejecutado desde el Estado. Esto ha venido fracasando históricamente en las tentativas de construir proyectos emancipatorios. Así, propone como consigna “retejer comunidad a partir de los fragmentos existentes” (p. 27). Esto significa recuperar una politicidad que no forma parte de la burocracia y el racionalismo modernos, sino que se encuentra “en la razón doméstica, con sus tecnologías propias de sociabilidad y de gestión” (ibídem). Una gestión vincular, de cercanía, y basada en la permanente obligación de la reciprocidad, anclada en la memoria histórica de la forma de hacer política de los pueblos pre-coloniales.

En esta experiencia de formación de un feminismo descolonizado y popular, basado en el auto-reconocimiento y en la construcción de redes de amor-propio y con-otras por parte de las mujeres, identificamos un gran potencial político en la negociación de nuevos roles al interior de la familia campesina y de la organización (AMBORT, 2019a, 2019b, 2022)2. Este conocimiento situado busca comprender las trayectorias de estas mujeres migrantes, pobres, trabajadoras rurales en el marco de la situación de comunicación que les da lugar, histórica y contextualmente situada.

Nos planteamos en ese proceso, como desafío, y con las herramientas de la “escucha etnográfica” (SEGATO, 2013, p. 70), generar instancias de conocimiento situado o de una “antropología por demanda” mediante la cual abonar a comprender las formas actuales en las que se entrelazan patriarcado, colonialidad y racismo, y también cómo se articulan las resistencias desde diferentes planos.

A continuación, presentamos un análisis de fragmentos de entrevistas biográficas, donde se plasma la reflexividad propia de las mujeres quinteras en el proceso de empoderamiento, toma de posición y desnaturalización de la violencia machista que transitaron en el marco de las Rondas de mujeres.

Las Rondas fueron, para la mayoría de las mujeres quinteras que participaron, el ámbito en el cual romper con el aislamiento propio de la vida rural, generando una instancia exclusivamente para ellas por fuera de los roles establecidos de madre y de esposa. La posibilidad de tener amigas y de tejer una red entre ellas. La mayoría de las mujeres con las que conversamos señalaron que consideran que “no tuvieron infancia”, ya que muy tempranamente comenzaron a trabajar (entre los 7 y los 12 años), y prácticamente todas fueron madres en sus primeras relaciones sexuales entre los 14 y los 20 años. Así, sus espacios de sociabilidad y de recreación se vieron sumamente restringidos por las obligaciones del trabajo y la reproducción familiar. Josefa tiene 29 años, llegó a La Plata desde Camargo (Bolivia) hace 7, con su marido y sus cuatro hijes. En su relato señala la apertura hacia nuevos horizontes que le abrió la participación en las Rondas de mujeres, y en particular la problematización del matrimonio como una relación de “propiedad” del hombre hacia la mujer:

“Nos fuimos soltando, hablando, conociéndonos más que todo. Porque antes no conocíamos a nadie. Yo paraba dentro de la quinta y no conocía a nadie. Al patrón y nada más. Nada más. Y después ya yendo a las Rondas de las mujeres ya venían unas de aquí, otras de allá... ya nos íbamos conociendo, jugábamos pelota, hablábamos de todo, el tema de género. Y muchas como dicen, viste, lo que nos preguntaban ellas eran: “Cuando ustedes se casan ¿qué creen que es el matrimonio? cuando se casan, ¿creen que ese papel que firman el hombre es dueño de ustedes ya o no?”, dice. Y casi todas decíamos “sí, pues. Es nuestro dueño”. Pero no era así. Después nos explicaban ellas que no es así. Claro, viste, todas esas cosas hemos ido aprendiendo. Para nosotras la firma del matrimonio era el título del hombre que le pertenecíamos, pues. ¡Nos cagábamos de risa después de enterarnos que no! Por eso, cada cosas... que a veces hace falta gente que salga al campo, que nos pregunten, que nos enseñen, porque sí, del campo... o sea, lo que falta es que nos enseñen, nos comuniquen las cosas. Porque burros no somos, entendemos.” (Josefa, Entrevista personal, 18/11/2019).

Esta asociación del campesinado con la ignorancia y con “ser burro” que señala Josefa, forma parte de los estigmas racializantes que constituyen, tanto en Bolivia como en Argentina, las tramas coloniales del poder. Estas construyen un sentido común que señala lo blanco, europeo e ilustrado como el ideal a seguir, frente a lo negro, indio, mestizo, lo campesino y popular como indeseable, sucio y atrasado. Esta discriminación, que ya es vivida por las campesinas en Bolivia, se refuerza cuando se constituyen como migrantas a partir de la doble alteridad de ser no-blanca y no-nacional.

Lidia tiene 52 años. Nació en Potosí, Bolivia, y desde los 13 años fue trabajadora temporaria junto a su papá. Lleva más de 30 siendo agricultora en Argentina. Actualmente participa en el MTE Rural junto a sus hijas. En su relato, destaca un elemento que es recurrente en las entrevistas y en las reflexiones sobre la condición migrante: la timidez. Esa mirada baja, que entre vergüenza e indiferencia, es también una de las estrategias de resistencia frente a la alteridad racializante. No es de cualquier manera que se da ese paso para perder el miedo, levantar cabeza y hablar alto, y los espacios de confianza en los cuales politizar las existencias y pensarse en términos de derechos resultan fundamentales. Así lo explica Lidia:

“A mí me gustaría que salga esa timidez de las mujeres, más que todo. Cuando hay reunión no opinan nada, se callan. Pero eso era antes, yo también fui así, no podía ni decir mi nombre, porque lo que hizo la Ronda... (…) estábamos presentándonos la primera vez, de dónde somos, dónde trabajamos y quiénes somos. Y me quedaba pero callada... ¡¡10 minutos para decir mi nombre y dónde vivía!! Y va pasando los miedos, pero de unos, de otros no, siguen. Sigue la timidez que tienen todavía, y no salen. Pero esperemos que con el tiempo, que salgan, que pierdan esa timidez (…). Pero lo que pasa, hay muchas a la orden del marido, hay muchos todavía que te dominan, (…) no entienden que puedes ir, que puedes participar... no, ellos te dominan si podés ir, o no podés ir, esas cosas también. Y yo creo que eso hay todavía en el matrimonio, en la pareja de las agricultoras. (…) Pero eso tiene que ser, de ellas mismas tiene que salir, y decir: “Mirá, por qué no puedo, si yo estoy trabajando a la par de vos, y vos sí podés ir a jugar y perder unas horas” y la mujer siempre lavando, cuidando a los mismos, o sino antes del marido yéndose a la quinta a trabajar, y ellos se van a jugar y llegan a la hora que quieren. Entonces nadie no dicen nada. Algunas capaz levantan la voz, o algunas no pueden decir nada porque sino capaz les golpean. Mucho hay todavía de eso.” (Lidia, Entrevista personal, 15/11/2019).

Carola tiene 30 años y llegó desde Potosí (Bolivia) a los 17. También destaca de las Rondas el hecho de ir quitándose el miedo o la vergüenza (que según ella muchas mujeres bolivianas comparten) al encontrarse con otras para contar su historia y compartir un rato. Adjudica algo de la personalidad tímida o cerrada, precisamente, a todo lo que vivieron por el hecho de ser mujeres, y estos encuentros son para ella la posibilidad de desahogarse. Contar “sus cosas” y poder empezar a expresarse mejor, a dar su opinión, le genera una sensación de liberación y bienestar:

“Las compañeras vinieron, y ahí empezaron a hacer con las madres aparte una rondita, y dijeron que podían contar las historias, cómo tiene que ser una mujer y… que el hombre no puede tomar decisión de vos, vos sola tienes que tomar decisión. Viste como que capaz muchas mujeres en la quinta, todos se dedicaban a trabajar, trabajar, y no sabíamos esas cosas. A veces los hombres, viste… todos iban a la cancha, todos podía ir a tomar, y la mujer siempre estaba en la casa. Y así. Y todas esas cosas yo creo que nos hace bien, a muchas mujeres yo creo que le ha hecho bien, preguntar… aunque sea por más miedosa sacas lo que tienes guardado, te desahogas. (…) Yo creo que por todo lo que una mujer pasa… capaz no puedes… no contás nunca, o nunca te desahogás lo que te pasó o eso. Y en eso, entre mujeres charlamos, hacen preguntas o te desahogás, como que te liberás de algo. (…) A veces muchas tenemos timidez. Muchas mujeres bolivianas no somos de hablar así de frente, directo, viste. Siempre estamos dando vueltas y… ya, después de a poco poquito vos te das cuenta que ya sacás más tu expresión, tu pensamiento, das más opinión. Sí, poco a poquito.” (Carola, Entrevista personal, 13/6/2018).

Para Antonia, que tiene 43 años y estuvo desde los 14 a los 28 en pareja con un agricultor boliviano con quien tuvo dos hijos y atravesó sucesivos episodios de violencia en los que llegó a peligrar su vida, estos espacios de diálogo en confianza significaron, precisamente, la posibilidad de nombrar y desnaturalizar esa situación que había vivido en la intimidad y que se encontraba vedada, normalizada:

“Un día acá en una charla entre las chicas así, pero eso fue con… a través del tiempo, una confianza que me logró, es decir, que me… dije. Porque eso es muy dentro mío. Dije que fui una persona golpeada, digamos. Sí. Y cuando dije esa palabra como que yo asumí que fui, porque antes lo… como te dije, lo naturalizaba porque mi papá, mi abuelo eran así, es como que eso no era… era normal para mí. Y cuando lo asumí, me largué a llorar, porque ahí me di cuenta que no era como yo pensaba, sino que era algo malo. Que yo de un principio no debí permitir eso. Pero yo lo permitía porque para mí era natural. Entonces ahí me di cuenta que yo no me valoré como mujer y no debí haber permitido eso.” (Antonia, Entrevista personal, 1/11/2019).

Además de abrir la mente a través del encuentro con otras, el proceso de llamar a las cosas por su nombre, de nombrar a las violencias, es uno de los pasos fundamentales para entender que estas situaciones no son “naturales”, sino que forman parte de un sistema patriarcal, basado en relaciones de poder, que cosifica y deshumaniza a las mujeres. Hacer ese click, como dice Antonia, y reinterpretar la propia historia desde otro punto de vista, forma parte del proceso de empoderamiento en el cual las mujeres consiguen posicionarse desde otro lugar en sus relaciones cotidianas, en la pareja, la familia y el trabajo.

Las reflexiones sobre las relaciones de género llevan a desnaturalizar no sólo la violencia física, sino también otras formas de desigualdad más sutiles, como por ejemplo, la autonomía para realizar actividades fuera del hogar, o la independencia económica. Rilma, por ejemplo, nació en Jujuy (Argentina) es hija de campesinos bolivianos y tiene 21 años. Está casada con un joven de su edad, de origen boliviano, y tienen una hija de 3 años. Destaca, al igual que otras mujeres entrevistadas, que en las Rondas de mujeres pudo “abrir su mente”, para permitirse hacer cosas que le gustan y le hacen sentir bien, pero antes no se atrevía o no la dejaban, como hacer deporte:

“Y ahí nos orientaron un poco más, que el hombre no tenía que decidir por nosotras, y como que ya me abrí mi mente. Así que decidí hacer lo que me gusta y que eran decisiones de nosotras, y que nadie tenía que decidir por nosotras, y que lo que hacemos no es malo. Y bueno, nada, lo que estoy haciendo ahora es un deporte. Jugar a la pelota. Y lo sigo haciendo.” (Rilma, Entrevista personal, 13/06/2018).

Rilma también pudo, a partir de estos encuentros, reescribir la relación con su madre, comprenderla, y nombrar como “violencia de género” los episodios de abuso que ella había presenciado -y normalizado- cuando era pequeña. Esto le permite decidir, además, que ella tomará otro rumbo en su vida. Va identificando diferentes formas de maltrato, e inclusive da un paso adelante planteando que le está enseñando a su marido “a no ser tan machista”:

“Como dije antes, abrí mi mente, y decidí que levantarle la mano a una mujer no es lo correcto, donde yo antes no entendía eso. Porque mi mamá sufrió violencia de género, y entonces lo veía algo normal. (…) Lo único que me decían qué era… que un hombre no le puede pegar a una mujer. Nada más. No me decían por qué. Y en estas Rondas entendimos que no es bueno maltratar a una mujer, que… o si no… cómo se dice… meter cosas en la cabeza diciendo que ‘Vos sos para la casa’, ‘No tenés que hacer las cosas que te gustan’. No lo dicen de esa manera, pero lo dicen.” (Rilma, Entrevista personal, 13/06/2018).

Estas experiencias colectivas no solo habilitan la reflexión sobre las propias experiencias en torno a la violencia de género, sino que despiertan la sensibilidad, la empatía -podemos llamarla sororidad-, en el sentido de que situaciones de injusticia y maltrato hacia las mujeres ya no son toleradas, y las campesinas también empiezan a tender redes para colaborar entre ellas.

Sonia tiene 31 años, nació en Tarija, es hija de campesinos y vive en Argentina desde los 14 años. Trabajó como empleada doméstica cama adentro y también como agricultora. Está casada con otro agricultor boliviano y tienen dos hijas y un hijo. A partir de participar en las Rondas de mujeres destaca, además de la posibilidad de expresarse mejor y contar lo que le sucede, la voluntad de generar acciones para seguir desnaturalizando la violencia contra las mujeres, ayudando a otras:

Yo por lo menos aprendí muchas cosas, a expresarme más, a contar lo que en algún momento te pasó. Sí, muchas cosas. (…) Nunca había participado de un grupo de mujeres. Y sí, me gusta, si voy a Bolivia a vivir, me gustaría hacerlo allá. Compartir ese momento con otras mujeres. Porque sé que allá si tu marido te golpea no van a contarle a cualquiera. Se cierran y siguen viviendo con eso. Y no me gustaría que eso pase. No exactamente hacerlas separar, pero hacerlas ver que no las pueden golpear. Sí, me gustaría. (…) ¿Qué me aporta eso para mi vida? Si en algún momento alguien me llegaría a poner la mano, no lo permitiría. En sí ya nunca lo permití. O hablarlo con esa persona. Y por ahí tener más comunicación con los vecinos, que eso me cuesta más.” (Sonia, entrevista personal, 6/6/2018).

En el mismo sentido que Sonia, otra de las entrevistadas, Gabriela, que es de origen paraguayo pero se casó con un agricultor boliviano y se encuentra integrada a esta realidad hortícola, hace hincapié en cómo los encuentros con otras mujeres le aportaron la capacidad de “abrir los ojos”, empezar a conocer los derechos de las mujeres y también a ponerse en el lugar de otra mujer antes de criticarla. El momento crucial para ella fue la discusión pública por la despenalización del aborto en Argentina:

“Fuimos aprendiendo, a conocer el cuerpo de la mujer, o hacerse valer sus derechos. Antes como que yo no le daba mucha bolilla a los derechos de la mujer, estaba todo en contra, como que estaba en un mundo diferente, como dicen. Y cuando empecé a participar en las Rondas empecé a abrir un poco los ojos. Un poquito. (…) Cambié en muchas cosas. Por ejemplo (…) Yo empecé más con el tema del aborto. Empecé a abrir más los ojos y eso. Es lo que más me tocó, porque no comprendía (risas) lo que era. Antes yo parecía que me creía dueña de los cuerpos de todo el mundo. Decía ‘No, cómo van a hacer eso’. Y después empecé a pensar ‘Bueno, si yo pienso eso es un criterio mío, pero no por eso voy a decidir por el cuerpo de la otra persona’.” (Gabriela, Entrevista personal, 2/9/2018).

Reflexiones finales

En este trabajo procuramos dar cuenta de los procesos de reflexividad involucrados en una investigación con mujeres campesinas en la horticultura de Argentina, haciendo énfasis en cómo el involucramiento, las relaciones de confianza y la “mirada parcial” permiten construir un conocimiento situado y comprometido socialmente. El objetivo de la investigación es comprender las transformaciones en los roles productivos y reproductivos de las mujeres a lo largo de sus vidas, y fundamentalmente a partir de la migración desde Bolivia y de la participación en una organización feminista.

Las mujeres campesinas y su trabajo han sido históricamente invisibilizados, tanto por sus propias familias, como en los trabajos académicos sobre este tipo de producción. En ese sentido, consideramos que esta investigación realiza un aporte tanto para comprender cómo se configuran las relaciones de género, raza y clase en el campo, como para visibilizar y revalorizar el lugar de las mujeres. Por otro lado, el propio desarrollo de la investigación en el marco de un proyecto socio-comunitario y feminista aporta a la propia reflexividad de las campesinas como mujeres trabajadoras transformando su mundo de representaciones y su manera de pararse en el mundo.

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  • 1
     Los avances del movimiento feminista alertan sobre cómo el binarismo (masculino-femenino) en el lenguaje también construye realidades, consolidando al dimorfismo sexual como el eje a partir del cual entendemos el mundo. En nuestro quehacer científico, buscamos avanzar hacia usos no sexistas del lenguaje, y para ello, utilizamos la letra “e” para referirnos a los sujetos sociales cuando las diferencias sexuales no son significativas (por ejemplo, preferimos usar hijes, en vez de hijos e hijas). A sabiendas de que se trata de un uso no convencional del lenguaje, advertimos a quien lee que uno de los principales objetivos es incomodar, recordarnos que la forma en que nombramos no es neutral ni meramente instrumental, que construye realidades (y oculta otras), constituyéndose como una forma de poder; por lo tanto desnaturalizarla es el primer paso para permitir que otras voces y otras formas de nombrar puedan emerger.
  • 2
    En estas publicaciones pueden consultarse algunos de los resultados de la investigación relativos a las transformaciones de los roles de género en la agricultura familiar realizados en el Gran La Plata.
  • Como citar este artículo de acuerdo con las normas de la revista:
    AMBORT, Maria Eugenia. “‘Abrir los ojos, abrir la mente’. Feminismo campesino y reflexividad”. Revista Estudos Feministas, Florianópolis, v. 33, n. 3, e91235, 2025.
  • Financiación:
    Esta investigación fue financiada por una beca doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) entre 2016 y 2021. Parte del artículo ha sido elaborado en el contexto de INCASI (International Network for Comparative Analysis of Social Inequalities), Marie Słodowska-Curie, GA No.691004, coordinado por Pedro López-Roldán (https://incasi.uab.cat/). El artículo refleja los puntos de vista de la autora. Las agencias no son responsables por el uso de la información que contiene.
  • Consentimiento de uso de imagen:
    Todas las fotografías fueron sacadas por la autora con el consentimiento de las personas fotografiadas, quienes también brindaron su consentimiento para el uso de las imágenes
  • Aprobación de un comité de ética en investigación:
    No se aplica

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    22 Set 2025
  • Fecha del número
    2025

Histórico

  • Recibido
    03 Oct 2022
  • Revisado
    09 Jul 2024
  • Acepto
    12 Jul 2024
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