Open-access Orden democrático, acción y decisión: Aportes de Emilio De Ípola a la teoría sociológica

Democratic order, action and decision: Contributions of Emilio De Ípola to sociological theory

Resumen

Este trabajo estudia las contribuciones de Emilio De Ípola al área de teoría sociológica entre mediados de la década de 1980 y comienzos del siglo XXI. Durante estos años, este autor realizó algunos aportes significativos a la sociología, especialmente con relación a sus dos problemas teóricos fundamentales: el orden social y la acción social. En cuanto al primero, a partir de un trabajo poco conocido en Argentina de Émile Durkheim, De Ípola desarrolló una serie de observaciones sobre las características que el Estado y la sociedad deben adquirir para fundar un orden democrático estable. Respecto al segundo problema, llevó a cabo una articulación de diversas perspectivas teóricas, como la semántica natural de la acción de Paul Ricoeur, la etnometodología de Harold Garfinkel y los aportes desde el pragmatismo de Laurent Thévenot y Francisco Naishtat, que enriquecen las conceptualizaciones clásicas de Max Weber y Talcott Parsons, dando lugar a la incorporación de la dimensión del lenguaje como parte de la noción de acción. Finalmente, aparece el concepto de decisión como un acto fundacional que irrumpe en una dinámica preexistente creando nuevos órdenes y sujetos colectivos, redefiniendo las condiciones de lo posible.

Palabras clave:
Emilio De Ípola; sociología; teoría sociológica; orden social; acción social

Abstract

This work studies the contributions of Emilio De Ípola to the area of sociological theory between the mid-1980s and the beginning of the 21st century. During these years, this author made some significant contributions to sociology, especially in relation to its two fundamental theoretical problems: social order and social action. Regarding the first, based on a little-known work in Argentina by Émile Durkheim, De Ípola developed a series of observations on the characteristics that the State and society must acquire to found a stable democratic order. Regarding the second problem, he connected various theoretical perspectives, such as the natural semantics of action of Paul Ricoeur, the ethnomethodology of Harold Garfinkel and the contributions from Laurent Thévenot and Francisco Naishtat’s pragmatism, which enrich the classic conceptualizations of Max Weber and Talcott Parsons, leading to the incorporation of the dimension of language as part of the notion of action. Finally, the concept of decision emerges as a foundational act that bursts into a pre-existing dynamic, creating new orders and collective subjects, redefining the conditions of what is possible.

Keywords:
Emilio De Ípola; sociology; sociological theory; social order; social action

1. Introducción

Emilio De Ípola fue uno de los profesores más importantes de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires desde el retorno de Argentina al orden democrático-liberal, en 1983. Aunque con una trayectoria relativamente conocida, no cuenta con trabajos de los historiadores de la sociología que presten atención a su itinerario intelectual en relación con la disciplina. Esto quizás se deba a que sus intervenciones más relevantes estén vinculadas al análisis del discurso, por obras célebres como Ideología y discurso populista (De Ípola, 1982) o La bemba. Acerca del rumor carcelario (De Ípola, 2005a). En estos textos, y otros más recientes como Ser preso político en los años setenta (De Ípola, 2021), aunque no faltan citas de Michel Foucault o Erving Goffman,1 las referencias más abundantes corresponden a pensadores como Louis Althusser, Claude Lévi-Strauss, Jacques Rancière o Tzvetan Todorov, además de que se entablan largas discusiones con intelectuales argentinos dedicados a la comprensión del populismo y el peronismo desde el análisis discursivo, como Eliseo Verón o Ernesto Laclau.2

Por cierto, además de los estudios sobre discursos (De Ípola, 1982, 1987b, 1989, 2021; De Ípola; de Riz, 1982) que comprenden, por ejemplo, la crítica al populismo y a la teoría laclausiana del mismo (De Ípola, 1982, 1987b, 1989, 2008; Portantiero; De Ípola, 1988) así como las observaciones en torno a los “rumores carcelarios”, a partir de su propia experiencia en prisión durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983) (De Ípola, 1982, 1997, 2005a, 2021), son temas recurrentes en sus trabajos: i) el itinerario intelectual de Althusser3 –y las exégesis de discípulos como Jacques Derrida– (De Ípola, 1974b, 2007; Lezama; De Ípola, 2012); ii) los análisis en torno al socialismo y el peronismo (De Ípola, 1982, 1987a, 1989, 1990); iii) las reflexiones en relación a aspectos epistemológicos de las ciencias sociales (De Ípola, 1969; Castells; De Ípola, 1973, 1975); y iv) los estudios de algunas figuras relevantes del medio intelectual argentino, especialmente Tulio Halperín Donghi, Jorge Luis Borges y José Aricó (De Ípola, 1989, 1997, 2001).4

Para comprender las relaciones de De Ípola con la sociología, debe tenerse en cuenta que se trata de un autor que forma parte de una generación de intelectuales de izquierda que, durante las décadas de 1960 y 1970, fueron influidos por el estructuralismo althusseriano. De modo que, en esta época, pueden apreciarse sendos estudios dedicados al pensamiento de Karl Marx, como el seminario de “Sociología Sistemática” que dictó en 1972 en la sede de Santiago de Chile de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), más tarde publicado como Discusiones sobre el materialismo histórico (De Ípola, 1974a), o bien la parte teórica de los gruesos volúmenes en coautoría con la demógrafa Susana Torrado, su primera esposa, titulados Teoría y método para el estudio de la estructura de clases sociales (con un análisis concreto: Chile, 1970) (Torrado; De Ípola, 1976).5

Posteriormente, y en consonancia con la llamada “crisis del marxismo” (Anderson, 2011), De Ípola sería uno de los tantos que abandonarían sus viejas convicciones y se convertirían a la socialdemocracia durante los años ochenta. Esto significa que, con el retorno de la democracia, su itinerario seguiría en buena medida el de otros intelectuales argentinos, como Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar Terán, Carlos Altamirano, Beatriz Sarlo o Hugo Vezetti, quienes moderarían sus posturas previas (Burgos, 2004). En efecto, algunos de los nombrados pasarían a formar parte de los “asesores informales” con los que contó el presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), conformando el llamado Grupo Esmeralda. En particular, fueron De Ípola y Portantiero quienes escribieron el famoso “Discurso de Parque Norte”, pronunciado por el entonces primer mandatario (Rinesi; De Ípola, 2004; De Ípola, 1994, 2004b).6

Fue durante estos años que De Ípola estableció una relación duradera con la sociología en un sentido más estricto, ya que comenzó a trabajar como profesor del área de Teoría Sociológica de la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires en 1984. Es a partir de esta época que pueden encontrarse trabajos orientados hacia las problemáticas centrales de la teoría sociológica. En términos de Alexander (2008, p. 18), se trata del nivel de los “presupuestos” que, dentro de los “elementos apriorísticos” (la parte no empírica de la ciencia), representa el más general y con el que debe lidiar “cada sociólogo en su enfrentamiento con la realidad”. Por un lado, el orden social, aunque en De Ípola no será de cualquier tipo sino, específicamente, democrático (Portantiero; De Ípola, 1987; De Ípola, 1997), incorporando en sus análisis la teoría de Émile Durkheim. Por otro lado, la acción social, a partir de la puesta en evidencia de algunas insuficiencias en las conceptualizaciones clásicas de Max Weber y Talcott Parsons. Aquí De Ípola recuperará autores como Paul Ricoeur, Harold Garfinkel, Jacques Derrida, Niklas Luhmann y Francisco Naishtat, enlazando este concepto con los de sujeto y decisión (De Ípola, 2001, 2004c).

Este artículo se enfoca entonces en indagar especialmente en estos últimos trabajos, con el objetivo de dar cuenta de las principales contribuciones de Emilio De Ípola a la teoría sociológica. Esto significa prescindir en buena medida de su obra, aunque no desconocer su trayectoria, ya que es a partir de ella que puede explicarse tanto el porqué de la selección de problemas teóricos como el modo de abordarlos, es decir, la elección de autores, de perspectivas, la formulación de hipótesis, etc. Con estos propósitos, el texto se divide en tres partes: en la primera, se reconstruye el devenir de la vida del autor, rastreando sus orígenes sociales y espacios de socialización política e intelectual, cómo se vinculó con la sociología, qué autores llamaron su atención, etc.; en la segunda parte, se abordan los principales trabajos de teoría sociológica de De Ípola, dando cuenta de sus conceptualizaciones en torno al orden social y la acción social; por último, las conclusiones retoman y sintetizan los aspectos más relevantes del escrito.

2. La trayectoria social de Emilio De Ípola7

Emilio Rafael De Ípola nació el 1 de febrero de 1939 en la ciudad de Buenos Aires en una familia “imperfectamente católica”8 del barrio de Belgrano. Cursó estudios secundarios entre 1952 y 1956 en el Colegio Nacional N° 8 “Julio A. Roca”, cuando sus “lecturas desordenadas” desencadenaron el surgimiento de “ciertas inquietudes culturales o, más específicamente, filosóficas” (De Ípola, 2009). Esto lo llevo a inscribirse, al año siguiente, en la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, de la cual egresaría en 1964. De Ípola tuvo una importante actividad política durante estos años en la Federación Juvenil Comunista (FJC), llegando a ser Consejero Estudiantil, Presidente del Centro de Estudiantes de la facultad y Presidente la Federación Universitaria de Buenos Aires, aunque se desafiliaría de la FJC antes de concluir sus estudios.

Gracias a una beca de posgrado pudo radicarse en Francia en 1965, donde realizaría el doctorado de Estado en la Faculté des Lettres et Sciences Humaines de Nanterre, defendiendo su tesis en 1969, la cual estuvo bajo dirección de Henri Lefebvre.9 De Ípola comenta que se vio desilusionado por varios de los cursos que se dictaban en París, como el de Claude Lévi-Strauss y el de Lucien Goldmann, aunque hubo otros que atrajeron poderosamente su atención como, por ejemplo, el de Roland Barthes. Sin embargo, fue Louis Althusser quien lo influyó al punto de afirmar que “fue mi Gramsci, [ya que] me sirvió –como a mis amigos gramscianos– para salir del marxismo dogmático”10 (De Ípola, 1991, p. 22). De hecho, De Ípola formaría parte de un grupo de estudiantes latinoamericanos y franceses que se reunían periódicamente para leer su obra (De Ípola, 1994, 2007).

En cuanto al ámbito docente, De Ípola ya había trabajado como ayudante en la cátedra de Ética de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires entre 1962 y 1964, es decir, antes de radicarse en París. Hacia 1967, frente a la imposibilidad de retornar a Argentina debido al golpe de Estado de 1966,11 y gracias a la recomendación de Goldmann, conseguiría un puesto como profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Montreal, Canadá. No obstante, por intermedio de su amigo Manuel Castells, se le ofrecería ser Coordinador Docente de la Escuela Latinoamericana de Sociología de FLACSO, en la sede de Santiago de Chile, por lo que abandonaría Québec en 1972. La estadía en Santiago duró poco tiempo, debido al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, aunque De Ípola seguiría siendo profesor-investigador de FLACSO hasta 1984 (con intermitencias), en las sedes de Buenos Aires y México.

Como comentó en varias oportunidades (De Ípola, 1982, 1994, 2005a, 2021), estando en la capital argentina, en abril de 1976, sufrió el secuestro y las torturas por parte de un grupo de tareas de la última dictadura, de modo que debió permanecer durante casi dos años como preso político hasta que le fue otorgada la posibilidad de exiliarse en Francia, aunque al poco tiempo decidió radicarse en México, donde se encontraban la mayor parte de los exiliados argentinos (Yankelevich, 2010). Allí tomaría contacto con el grupo de la revista Controversia12 donde, en línea con la revisión de las viejas tesis marxistas, daría a conocer sus primeros trabajos sobre el peronismo y el populismo (De Ípola, 1979), iniciando una línea de investigación sobre la política que continuaría en Buenos Aires (De Ípola, 1989). Con el retorno de la democracia a Argentina en 1983, como se ha dicho, De Ípola y otros destacados intelectuales de izquierda convertidos a la socialdemocracia, pasarían a formar parte del Grupo Esmeralda, el cual fue impulsado por el empresario Meyer Goodbar, dueño de la firma Executives, para asesorar al presidente Alfonsín.13

El retorno a Argentina también significó, en el plano académico, que De Ípola se integrara a instituciones como el Centro Latinoamericano para el Análisis de la Democracia (CLADE), el Comité Editorial de la revista La Ciudad Futura del Club de Cultura Socialista14 y el Consejo de Dirección de la revista Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, institución de la que sería uno de sus fundadores. En esta facultad sería profesor, desde 1984, del área de Teoría Sociológica en las asignaturas “Introducción a la Sociología”, “Sociología Sistemática” y “La naturaleza del lazo social: de Durkheim a Touraine”. Además, en 1988, fue Directeur d'Etudes Associé de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, donde dictó varios seminarios sobre la situación sociopolítica argentina y sobre problemas de cultura e ideología.

De Ípola también estuvo a cargo de varios cursos de posgrado, no sólo en instituciones de Argentina (maestrías en Ciencias Sociales de FLACSO; en Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires; y en Sociosemiótica del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba; doctorado en Ciencias sociales FLACSO / Universidad Nacional de Rosario; también en el Instituto de Desarrollo Económico y Social; en el Centro de Estudios del Estado y la Sociedad; y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Santiago del Estero), sino también de Brasil (doctorado de FLACSO / Universidad Nacional de Brasilia), Bolivia (maestría en Ciencias Sociales de FLACSO), México (maestrías en Sociología de la Universidad Iberoamericana; en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma y de la Universidad Autónoma Metropolitana de México; y el doctorado en Lingüística de El Colegio de México), y Venezuela (maestría en Sociología de la Universidad del Zulía, Maracaibo).

Además, De Ípola llegó a ser Investigador Principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, Miembro de la Comisión Asesora de Economía, Sociología, Ciencia Política y Derecho de la misma institución (1985-1986 y 2000-2001) y del Comité de Evaluadores de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau). A su vez, en términos de gestión, cabe mencionar que formó parte del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires entre 1994 y 1998, de la Comisión de Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comité Asesor y del cuerpo profesoral del doctorado en Análisis del Discurso del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba y ejerció la dirección del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires entre 1990 y 1993. Por último, recibió varios reconocimientos y distinciones, como las becas Thalmann y Guggenheim en 1996 y 2004, respectivamente, el Premio Konex en Sociología en 2006, y el Premio Houssay a la trayectoria en 2009, otorgado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación Argentina (De Ípola, 2010).

En síntesis, puede apreciarse una trayectoria sumamente exitosa, tanto en términos de docencia como de producción intelectual. Con profundos lazos con el pensamiento francés, particularmente el estructuralismo de Lévi-Strauss y Althusser, se observa en De Ípola un marcado interés por las cuestiones vinculadas al análisis del discurso. En este derrotero, si bien la sociología ingresa más o menos tempranamente, a partir del cargo docente en el Departamento de Sociología de la Universidad de Montreal y, poco después, en FLACSO, lo cierto es que el clima de la década de 1960, ligado a la radicalización política, impactó claramente en las primeras intervenciones del autor, las cuales fueron realizadas desde y sobre el marxismo. Teniendo en cuenta el objetivo del presente artículo, se abordarán entonces los textos de teoría sociológica producidos por De Ípola desde su retorno del exilio mexicano.

3. Emilio De Ípola y la teoría sociológica I: el orden social democrático

En el contexto de la “crisis del marxismo” de la segunda mitad de la década de 1970, los intelectuales argentinos exiliados en México comenzaron a pensar los procesos de transición a la democracia. Esto implicó que incorporaran a sus reflexiones buena parte de la cosmovisión de la tradición política liberal, adoptando así una posición con relación a la democracia que posteriormente sería criticada por “procedimental”.15 Esto quiere decir que la democracia presupone, en principio, una serie de “reglas de juego” que deberían ser respetadas. En este sentido, se trata de un pacto social para la construcción de un determinado orden social (democrático), cuya violación supondría indefectiblemente el retorno del autoritarismo. Va de suyo entonces que los filósofos contractualistas comenzaron a formar parte insoslayable del itinerario de lecturas de los sociólogos argentinos miembros de la “transitología” que se consagraron en el espacio público durante la época posdictatorial (Lesgart, 2003).

Esto puede apreciarse con toda claridad en la Introducción de Portantiero y De Ípola a la antología Estado y Sociedad en el Pensamiento Clásico (1987). Allí, los autores señalan que los conceptos de Estado y sociedad son recíprocos y complementarios en el pensamiento moderno de Occidente, en tanto resultan “lo opuesto al estado de naturaleza” (Portantiero; De Ípola, 1987, p. 7). En este sentido, el pacto social fue una argumentación que sirvió tanto al absolutismo de Thomas Hobbes y al liberalismo de John Locke como a la democracia, de acuerdo a la propuesta de Jean-Jacques Rousseau. Así,

Rousseau es el primer pensador moderno que plantea a la democracia directa como forma de articulación entre sociedad y Estado, abriendo una tradición que el socialismo recuperará en el siglo XIX y que se desarrollará en los planteos políticos del “consejismo” de Lenin y Gramsci a principios de este siglo (Portantiero; De Ípola, 1987, p.10).

Sin embargo, como la versión “marxista-leninista” del socialismo había sido dejada de lado por tratarse de una cosmovisión autoritaria de la política, se optará por la tradición sociológica que nació, precisamente, a partir de la preocupación por la recomposición del orden social luego del “desorden” provocado por la Revolución Francesa. Así, primero expresada en la filosofía positivista de Auguste Comte, y reformulada más tarde bajo el prisma durkheimiano, la indagación sobre la naturaleza y el papel del lazo social (acompañada de toda una batería de conceptos bien conocidos por los sociólogos, como conciencia colectiva, solidaridad, división del trabajo social, etc.), pero también, en una línea no tan célebre pero no por ello menos importante, sobre el Estado como “órgano” responsable de la creación de las “representaciones colectivas”, serán algunas de las problemáticas más importantes de la época.

De este modo, Portantiero y De Ípola recuperan el proyecto de Durkheim que, enraizado en el contexto de la Tercera República Francesa, se proponía la construcción de una república liberal, laica y respetuosa de los derechos individuales. Cabe entonces preguntarse, desde la perspectiva durkheimiana, ¿cuándo el Estado y la sociedad son democráticos? Aquí la respuesta no da lugar a dobles interpretaciones. Si, como se dijo, Durkheim entiende al Estado como “el órgano del pensamiento social” encargado de producir las “representaciones colectivas”, entonces éste será más democrático cuanto más estrecha sea su comunicación con las “conciencias individuales”.

Democracia, pues, significa la posibilidad de comunicación entre esas dos esferas del saber y del sentir: el especializado y el difuso. No se trata de que todo el mundo gobierne o que se llegue a una sociedad política sin Estado para hablar de democracia. Se trata de que el poder gubernamental, en lugar de replegarse sobre sí mismo, esté en permanente contacto con las capas profundas de la sociedad, reciba respuestas y reelabore así sus decisiones. Cuanto más sólida y fluida sea la comunicación entre esos dos registros del Estado y la conciencia colectiva y, por lo tanto, cuanto más central sea el papel de la reflexión crítica en la gestión de los asuntos públicos, más democrática será la sociedad (Portantiero; De Ípola, 1987, p. 19).

Sin embargo, queda por dilucidar el concepto de sociedad y responder, desde la óptica de Durkheim, bajo qué condiciones es democrática. Al respecto, De Ípola (1997, p. 21) ensaya una reconstrucción de tres perspectivas posibles sobre el objeto de la sociología, entendiendo que esta disciplina nace “a la vez como teoría del lazo social y como comentario desolado por su disolución”.16 La primera es la de Louis de Bonald quien, desde el conservadurismo, denuncia su desaparición y reclama un retorno a las viejas sociedades del Ancien Régime. La segunda, de Gustav Le Bon, se denomina “autoritaria y policial” en tanto llama la atención por la peligrosidad de los agregados sociales compuestos de “masas y cabecillas”. Por último, la apuesta de Durkheim es “posrevolucionaria y republicana”, ya que aborda “la problemática relación entre la ‘cuestión social’ y la ‘cuestión democrática’” (De Ípola, 1997, p. 36).

Como se sabe, Durkheim fue un autor preocupado por el incremento de la tasa de suicidios, por el auge de los conflictos laborales, el antisemitismo y la intolerancia religiosa, es decir, “problemas que hacen a la construcción de un orden en una sociedad –Durkheim no lo ignora– irreversiblemente moderna” (De Ípola, 1997, p. 36). Frente a esta creciente conflictualidad social, los liberales, los marxistas y los conservadores plantean soluciones de diversa índole que son desechadas por Durkheim, quien contrapone mayores niveles de reglamentación de la vida social, elevando así los niveles de regulación de la sociedad sobre los conflictos, con el objetivo de evitar la tan temida anomia, patología del mundo moderno.

En este punto, De Ípola reconoce que hay dos posiciones que, sin llegar a enfrentarse, conviven en las conceptualizaciones durkheimianas con relación a lo social. Por un lado, la que se manifiesta en sus dos primeras obras, La división del trabajo social (1893) y Las reglas del método sociológico (1895), donde el autor retoma de forma intermitente una polémica con Auguste Comte y Herbert Spencer sobre los rasgos que permitirían pensar a la sociedad como un organismo, poniendo énfasis en el carácter exterior y objetivo del hecho social. Por otro lado, frente al Durkheim objetivista, aparece una segunda cosmovisión en El Suicidio (1897) y Las formas elementales de la vida religiosa (1912), donde postula la naturaleza psíquica de lo social.17 Es entonces el movimiento “entre la estructura y la representación, lo objetivo y lo subjetivo” lo que marca “silenciosamente su obra” (De Ípola, 1997, p. 44).18

Ahora bien, más allá de los desplazamientos internos de la obra con relación a “lo social”, interesa resaltar que, para Durkheim,

hasta tanto los valores de la ciencia y los de la democracia liberal se enraizaran en configuraciones sociales tan sólidas y cohesionantes como aquellas de antaño fundadas en los pilares de la religión y la familia, y estuvieran imbuidos del respeto moral de que esas instituciones gozaron entonces, Francia y Europa persistirían en su actual situación de crisis, sepultando una a una todas las soluciones políticas que los reformadores propusieran (De Ípola, 1997, p. 46).

De modo que, para construir un orden social democrático, no sólo se debe contar con un Estado con elevados niveles de comunicación con los individuos para la reelaboración de sus decisiones, sino que también es necesaria la difusión y consolidación de valores democráticos entre los últimos. Por cierto, lo que resulta meridianamente claro es que ambas cuestiones son de interés primordial para De Ípola en el contexto de la transición argentina a la democracia. Además, es interesante señalar que en Argentina es la primera vez que se recupera esta versión de Durkheim, cuyas consideraciones son tomadas del curso póstumo Lecciones de Sociología. Física de las costumbres y del derecho.19

4. Emilio De Ípola y la teoría sociológica II: acción y decisión

Una vez planteadas las cuestiones con relación al orden social, no se observa que De Ípola se haya mostrado interesado en la teoría durkheimiana para pensar la acción social.20 En este aspecto, los puntos de partida son las obras de Max Weber y Talcott Parsons, siendo Metáforas de la política (De Ípola, 2001) no sólo su aporte más importante a la teoría de la acción sino a la teoría sociológica en su conjunto. El título del trabajo remite a dos metáforas “fundantes” de la política que, en alguna medida, atraviesan los capítulos que componen el libro. En un sentido débil, la política puede ser entendida como “subsistema” (en la semántica de Luhmann) o “superestructura” (en la de Marx) pero, en cualquier de los dos casos, con sus causas y efectos predeterminados. En un sentido fuerte, que es el que más interesa al autor, y el que mejor se explota en relación con la noción de decisión, aparece una dimensión de contingencia en la política que posibilita la intervención (individual o colectiva) y, por lo tanto, la modificación del mundo social.

En el primer capítulo se comienza señalando que la acción social fue una preocupación de primer orden para la teoría sociológica, pero, paulatinamente, fue quedando al margen de las inquietudes de las ciencias sociales. Recién hacia mediados de la década de 1980 volvió a adquirir un papel significativo, que se manifestó con toda claridad durante el decenio siguiente, en consonancia con la llamada “crisis de los grandes relatos”. Para llegar a este momento, se empieza por reconocer los méritos y falencias de los aportes seminales de Weber y Parsons en Economía y Sociedad (1922) y La estructura de la acción social (1937), respectivamente. Entre los primeros se encuentra la “indeterminación situacional”, es decir, el rechazo a los esquemas estímulo-respuesta conductistas o, en otras palabras, la apertura a la relación de incertidumbre entre la acción y su entorno. Entre las segundas, aparece la ligazón de la acción al “sentido” o “significado” de la misma, ya que los motivos, intenciones, deseos, disposiciones, fines, etc., de los actores, como tantas veces se ha señalado, remiten a “estados internos” no observables empíricamente. Como se sabe, fue el método de la Verstehen, del cual Parsons se desembarazó rápidamente, la solución planteada a esta cuestión.

En el segundo capítulo, De Ípola comenta que entre las teorizaciones posteriores sobre la acción social persistieron una serie de problemas sin resolver, que clasifica en tres registros: el problema (epistemológico) del punto de vista; el problema (metodológico) del acceso a los estados internos; y el problema (ontológico) de la incidencia de los objetos en el curso de la acción. Respecto al primero, a partir de los aportes de Paul Ricoeur y Harold Garfinkel, se recuperan las dimensiones discursivas y representacionales como partes integrantes de la acción. Según el filósofo francés, existe un lenguaje específico de la acción, es decir, una semántica natural de la acción que da sentido y, por lo tanto, contribuye a constituir la acción como tal. Este lenguaje se compone de una serie de nociones como motivos, intenciones, deseos, deliberaciones, etc., y, a su vez, está organizado en redes semánticamente conectadas.

Todo ello habilita a dicho lenguaje para: a) describir, interpretar y explicar acciones individuales y –eventualmente – colectivas; b) permitir al observador de la acción plantear un conjunto de preguntas a los actores: quién ha hecho qué cosa, bajo qué circunstancias actuó, qué resultados esperaba obtener, etc. […] Por último (c), […] proporciona instrumentos para construir teorías generales de la acción […][a] las ciencias sociales […] (De Ípola, 2001, p. 35).

Por su parte, la etnometología de Garfinkel aborda la relación entre el lenguaje y la acción cuestionando, a través de diversos experimentos sociales, el mundo de sentido común de los actores. Al igual que para Ricoeur, la relación lenguaje-acción resulta aquí constitutiva. De modo que un enunciado no sólo vehiculiza cierta información, sino que además genera un contexto a través del cual ésta puede adquirir un sentido determinado. Para Garfinkel, “esta dimensión reflexiva de las prácticas cotidianas configura uno de los aspectos de mayor relevancia del conocimiento de sentido común” (De Ípola, 2001, p. 41). Más allá de las diferencias entre ambos autores, lo importante para De Ípola es subrayar el papel excluyente que desempeñan las creencias de los actores en sus acciones.21

Para ilustrar este punto, De Ípola recurre a los ejemplos provistos por los mencionados experimentos en los cuales se entablan conversaciones que se interrumpen de forma abrupta, o donde se dan respuestas inesperadas que, no obstante, buscan ser reencauzadas hacia el orden y la coherencia por parte de las “víctimas” (como Garfinkel suele llamar a los sujetos de esas experiencias). Esto se debe a que los actores sociales dan por sentado los hechos que los circundan como parte de una “normalidad”. De este modo, los objetos del mundo de sentido común son “vistos sin ser vistos” (seen without being noticed, en palabras de Garfinkel). Lo que estas experiencias demuestran es que el orden social no está preconstituido, sino que es un producto de las prácticas cotidianas de los actores, siendo los enunciados no sólo un vehículo de la información sino también generadores de un contexto aprehensible y con un sentido determinado, convirtiéndose así en parte fundamental de las acciones.

El segundo problema es quizás el más importante “que la teorización clásica de la acción dejó sin resolver” (De Ípola, 2001, p. 47). Aquí, De Ípola ligará claramente la cuestión de los “estados internos” con la del “punto de vista”, argumentando que la semántica natural de la acción es el único lenguaje disponible al que los actores recurren espontáneamente para “articular coherentemente los criterios y los índices habitualmente utilizados para detectar una intención (o su ausencia) con la situación que dio lugar a su decisión” (De Ípola, 2001, p. 50). En este punto, se reconocen las limitaciones de las propuestas de Ricoeur y Garfinkel, concluyendo que “los criterios efectivos a que recurre el actor con vistas a su acción […] permanecen en lo esencial inaccesibles” (De Ípola, 2001, p. 52).

El ejemplo que utiliza De Ípola para explicar este problema corresponde al juego del fútbol, donde todo el mundo sabe que cuando un jugador de campo toca la pelota con la mano esto supone una infracción. Sin embargo, es potestad del árbitro juzgar la intencionalidad de la acción para la sanción o no de la mentada falta, siendo precisamente la “intención” un estado interno del sujeto. De modo que, aunque esto pueda inferirse por el desenvolvimiento de la jugada, la disposición del cuerpo del jugador, etc., lo cierto es que la misma permanecerá inaccesible. Es así que, probablemente, De Ípola coincidiría con la famosa afirmación de Durkheim (2006, p. 101), según la cual “la intención es una cosa demasiado íntima para que pueda ser apreciada desde fuera más que por groseras aproximaciones”.

Finalmente, para el tercer problema se retoma la teoría de Laurent Thévenot, quien otorga gravitación a los objetos materiales que forman parte de los cursos de acción. Este autor

insiste en el hecho de que las personas deben apoyarse sobre objetos para hacer valer la pertinencia de su argumentación. Únicamente el apoyo sobre un mundo común, y por tanto sobre la objetividad de lo que existe entre las personas, permite a estas últimas mostrar que sus pretensiones no son arbitrarias y que ellas están dispuestas a inclinarse ante una realidad válida para todos (De Ípola, 2001, p. 52).

Por lo tanto, el mundo social no está hecho sólo de palabras y creencias, sino también de acciones materiales mediadas por realidades no menos materiales, que pueden servir como escollos o como recursos para la acción en cuestión. La propuesta de Thévenot encuentra así una complementación fructífera con las proposiciones de Bruno Latour. Aunque no es utilizada por De Ípola, la idea latouriana de “agencia material”, es decir, de la capacidad de los objetos materiales de influir en la acción social, da cuenta de que tanto los humanos como los objetos no humanos poseen agencia. Los “artefactos” deben entonces ser considerados como “actantes”, es decir, como entidades que tienen capacidad de realizar acciones o producir cambios en el mundo (en este sentido, por ejemplo, puede afirmarse que un cuchillo “corta”, que una pava “hierve” agua, etc.), siendo los objetos herramientas activas que los humanos utilizan y, por lo tanto, que poseen la capacidad de modificar los cursos de acción (Latour, 2008).

Este capítulo concluye con la crítica de Luhmann a la concepción de sujeto presente en la teoría sociológica tradicional, entendida como un actor portador de una serie de atributos como libertad, propósitos, motivos, adaptación al medio social, etc. Esta crítica, más allá de las reservas generales que mantiene respecto de la teoría de los sistemas, es compartida por De Ípola. Sin embargo, lo importante de la referencia a Luhmann es que sienta las bases para el tercer capítulo, en el que se aborda su aporte más significativo a la teoría de la acción, específicamente en relación con la noción de decisión.22

Al respecto, se arguye en línea con el pensamiento filosófico y político post-marxista y post-estructuralista que el sujeto se constituye en el acto mismo de la decisión. Para muchos autores, esta noción debería subsumirse al concepto de acción, considerándola una forma particular de ésta. En el caso de De Ípola, se trata de nociones distintas ya que, a diferencia de la decisión, la acción tiene lugar dentro de la semántica natural. Para De Ípola, la acción es un acto deliberado que sigue una lógica donde el individuo se guía por motivaciones y objetivos, eligiendo entre distintas alternativas. La acción estaría así vinculada al proceso en el que un actor actúa, racional o irracionalmente, pero dentro de un marco donde se definen elecciones posibles y consecuencias calculables. En este sentido, la acción aparece como algo que se ajusta a una estructura lógica y puede, por lo tanto, ser estudiada según sus medios, fines y valores. Sin embargo, como se verá a continuación, la decisión es algo que interrumpe esa lógica y crea nuevas condiciones y posibilidades.

Debe aclararse que, en otras formulaciones, como la teoría de los sistemas de Luhmann, acción y decisión también aparecen separadas, pero porque se le quita a la primera casi toda su relevancia teórica, y porque se vuelve a la última “un tipo particular de comunicación que, dado el funcionamiento autorreferencial y autopoiético del sistema social, sólo puede dar lugar a nuevas comunicaciones y así indefinidamente” (De Ípola, 2001, p. 71). Para De Ípola, el problema de Luhmann consiste en referirse al concepto de acción en los términos clásicos de Weber y Parsons, ignorando las líneas de investigación sobre la acción social desarrolladas en Francia y, en particular, los aportes de Ricoeur.23 Es entonces en este sentido que la decisión podría ser comprendida como un acto como cualquier otro. Sin embargo, y esta es la hipótesis general de De Ípola, la decisión es un acto inherente a la política (en el sentido fuerte arriba señalado), rompiendo de este modo con el sentido que posee la decisión para la semántica natural de la acción.

Esto se explica por las siguientes sub-hipótesis: i) la decisión específicamente política no es el producto de una deliberación y, si esta última interviene, supone una interrupción que, a diferencia de la semántica natural de la acción, es decisiva en lo que concierne al ejercicio de la decisión; ii) en línea con Derrida, hay una urgencia inherente a la decisión que la aproxima al acto performativo o ilocucionario; iii) la decisión política no puede ser asimilada a una entre varias alternativas,24 siendo en ese sentido instituyente; iv) las decisiones políticas son por definición paradójicas, es decir, sus condiciones de posibilidad son al mismo tiempo sus condiciones de imposibilidad; v) el “momento imposible” (Slavoj Zizek) de la decisión pone al actor ante la responsabilidad de “decidir sin garantías”; vi) por último, las constricciones del lenguaje y del hacer de la vida cotidiana –que la semántica natural de la acción registra– no afectan a las decisiones políticas.

La decisión se presenta de esta manera como un acto complejo, caracterizado por su naturaleza fundacional, lo que la distingue de una simple elección entre alternativas, más comunes en la semántica natural de la acción. No es una consecuencia de una deliberación, sino que supone una interrupción que altera una dinámica preexistente. La decisión emerge como un momento de urgencia, como una acción que ocurre en condiciones donde no hay garantías ni certezas. Es constituyente, ya que crea las condiciones, las alternativas y el campo mismo dentro del cual tienen lugar las elecciones. No responde a una situación anterior, sino que construye lo que será considerado posible o aceptable. La decisión es, en definitiva, algo paradojal y performativo: al decidir, se establece un nuevo orden y, al mismo tiempo, se visibiliza y da forma a un sujeto colectivo que no existía previamente.25 En definitiva, la decisión es un acto que va más allá de una simple acción individual, convirtiéndose en un gesto fundacional que tiene repercusiones colectivas y, a veces, transformadoras.

Esta última afirmación, en línea con lo dicho hasta el momento, se sustenta en la observación de Francisco Naishtat, según la cual

la declaración de decisión colectiva sanciona la emergencia de una figura nueva, a saber, el sujeto del pacto, el cual surge como efecto de la enunciación […]: el colectivo no precede al pacto ni el pacto puede preceder al colectivo: hay emergencia recíproca de ambas figuras (citado en De Ípola, 2004c, p. 83).26

En resumen, De Ípola introduce la dimensión discursiva en su conceptualización de la acción social a partir de la articulación de un conjunto de autores que aportan conceptos provenientes de la filosofía del lenguaje, la etnometodología y el pragmatismo, enriqueciendo de esta manera la teoría clásica de Weber y Parsons. En una línea genealógica remontable hasta el “segundo Wittgenstein”, es decir, el de “los juegos del lenguaje”, De Ípola se apoya en la semántica natural de la acción y el conocimiento que los actores poseen de su situación, teniendo en cuenta además la materialidad del mundo social y sus objetos, para enlazar la acción con la noción de decisión. Esta última, al mismo tiempo, se liga a la política (en sentido fuerte) devolviendo de esta forma al/los sujeto/s de la teoría sociológica la potestad de intervenir en la realidad y modificarla.

5. Conclusiones

La trayectoria de Emilio De Ípola posee tantas dimensiones de análisis posibles como su propia obra. En este trabajo se ha elegido hacer foco en sus aportes a la teoría sociológica, es decir, aquello que hace a sus problemáticas centrales: el orden social y la acción social. Esto no quiere decir que no se haya interesado por otros campos de la sociología, sino que sus contribuciones fueron particularmente importantes con relación a la teoría. Como se ha visto, los autores seleccionados provinieron en su gran mayoría del medio académico francés, lo cual se explica por su formación de posgrado en Nanterre así como por los vínculos intelectuales establecidos en Francia (además de la provincia francoparlante de Québec).

Por lo dicho, no llama la atención que su itinerario de lecturas haya incluido a autores como De Bonald, Comte, Le Bon, Durkheim, Althusser, Ricoeur, Derrida, Foucault, Touraine o Thévenot, aunque, por supuesto, esto no lo privaba de conocer en profundidad las obras de Marx, Weber, Parsons, Goffmann, Garfinkel o Luhmann. No obstante, lo que sí marca es una clara tendencia o, mejor, preferencia, que se manifiesta claramente al momento de abordar problemas teóricos.

En el caso del orden social, fue especialmente el Durkheim de Lecciones de Sociología, es decir, un texto poco estudiado hasta la década de 1980 por los sociólogos argentinos, que De Ípola se propuso pensar las condiciones en las que un Estado y una sociedad adquieren un status democrático. De esta manera, no son sólo los vasos comunicantes entre la sociedad y el Estado, para la reelaboración de decisiones por parte de este último, sino también, y fundamentalmente, la encarnación por parte de los individuos de determinados valores vinculados con la tolerancia a las diferencias políticas y religiosas, el laicismo, el respeto a las normas, la libertad de expresión, etc., las que hacen a una sociedad democrática. Si se quiere, en términos bourdieusianos, lo que De Ípola reclama es la constitución de habitus democráticos por parte de los miembros de la sociedad argentina.

Con relación a la acción social (y los sujetos que las realizan), son fundamentales los aportes de Ricoeur, Garfinkel, Thévenot y Naishtat (aunque también una lectura crítica de Luhmann) ya que, para De Ípola, enriquecen las teorizaciones clásicas de Weber y Parsons. Por un lado, la semántica natural de la acción y, por el otro, los conocimientos que los sujetos poseen de la situación son los que permiten narrar sus acciones,27 volviendo de este modo al discurso parte constitutiva de la acción. Al mismo tiempo, se recuerda que el mundo social no se compone sólo de discursos y creencias, sino que los objetos que lo integran poseen una materialidad que incide en los cursos de acción y que, a su vez, los sujetos colectivos se conforman a partir de su enunciación, siendo ésta la que los constituye como tal.

Finalmente, aparece la noción de decisión como aquella forma específica de acción que es inherente a la política en sentido fuerte. En otras palabras, los actores que hacen política no hacen otra cosa que decidir, y en esa decisión se manifiestan sus capacidades para modificar la situación en la que se encuentran. Por lo tanto, la política no es solamente un derivado de la estructura material de la sociedad, no es una “superestructura” (en la jerga marxista) o un subsistema (según Luhmann), cuyo origen pueda ser imputado causalmente a otra instancia del mundo social. Para De Ípola, la política es acción, decisión y, en definitiva, la posibilidad de cambiar el mundo.

  • 1
    E, incluso, una taxonomía de los presos políticos de las cárceles argentinas durante la última dictadura argentina (1976-1983).
  • 2
    En este sentido, los trabajos más importantes de estos autores serían, respectivamente, Perón o Muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista (1986) (en coautoría con Silvia Sigal) y La razón populista (2005), aunque De Ípola se refiere casi siempre a Política e ideología en la teoría marxista (1978).
  • 3
    A quien califica elogiosamente como “el primero y único marxista de alto nivel que Francia dio al mundo en toda su historia” (Lezama; De Ípola, 2012, p. 125).
  • 4
    Debe tenerse en cuenta que buena parte de estos libros son compilaciones de artículos previamente dados a conocer en congresos o revistas científicas, por lo que el autor re-publica en varias oportunidades los mismos trabajos. De allí la reiteración de algunos de ellos en las citas de este texto.
  • 5
    Por cierto, Marx tampoco dejó de formar parte de sus trabajos, aunque la experiencia del exilio reorientó su perspectiva sobre el autor. Al respecto, véanse los capítulos que le fueron dedicados en De Ípola (1997, 2001).
  • 6
    La presidencia de Alfonsín enfrentó en retiradas oportunidades la amenaza del retorno de los militares al poder, dada la fragilidad de las instituciones democráticas tras la dictadura. En este contexto, el discurso pronunciado en Parque Norte en 1985 se constituyó en un hito de la historia política argentina, donde se plantea la necesidad de una participación activa de la ciudadanía para crear un país más justo y democrático.
  • 7
    Los datos consignados en este apartado han sido tomados del currículum vitae del autor así como de entrevistas y relatos autobiográficos (De Ípola, 1982, 1991, 1994, 2005a, 2009, 2010, 2021; Rinesi; De Ípola, 2004).
  • 8
    Así lo dice el propio autor para referirse a que su padre, aunque era ateo, respetaba a la Iglesia como garante de la moral pública y privada, y su madre, a la inversa, era una ferviente creyente pero detestaba a los curas, los sacramentos y la asistencia dominical a misa. Emilio, por su parte, se fue alejando paulatinamente de la institución hasta que llegó a la conclusión de que había perdido la fe, poco antes de terminar la escuela.
  • 9
    En un principio la dirección de tesis estuvo a cargo de Lucien Goldmann, pero al cambiar el status de la misma (de tesis de tercer ciclo a tesis de Estado), este se vio imposibilitado de dirigirla.
  • 10
    De Ípola se refiere a los argentinos que se distanciaron de la ortodoxia del PC a partir de su acercamiento a la obra de Gramsci durante la década de 1960. Para profundizar sobre la recepción de este autor en Argentina, véase Burgos (2004) y Petra (2017).
  • 11
    Ese año, la dictadura autodenominada Revolución Argentina (1966-1973) llevó a cabo la intervención de las universidades nacionales y, particularmente, una feroz represión en la Universidad de Buenos Aires llamada “La Noche de los Bastones Largos”, luego de la cual muchos profesores debieron renunciar a sus cargos y no pocos emprendieron un éxodo al exterior del que nunca retornaron.
  • 12
    Creada por el grupo de exiliados socialistas, entre los que se encontraban Jorge Tula, Oscar Terán, Portantiero y Aricó, donde revisarían sus viejas posturas revolucionarias emparentadas al marxismo debido a su carácter autoritario. En un diálogo con la tradición del liberalismo, plantearían la necesidad de la reconstrucción de la democracia “formal” como un prerrequisito para el establecimiento final de una democracia “sustantiva”. Para ampliar sobre la experiencia de Controversia, véase Gago (2012).
  • 13
    Este grupo, compuesto por varios de los mencionados intelectuales de sensibilidad de “izquierda antiautoritaria”, proveyó al presidente de un insumo progresista del que carecía su partido.
  • 14
    Esta institución fue sumamente importante para la cultura política argentina en estos años. Compuesto por varios de los intelectuales ya nombrados, se trató de la continuación y fusión de dos experiencias de la época dictatorial: por un lado, la del exilio mexicano y, por el otro, dentro de Argentina, la del grupo que fundó la revista Punto de Vista. El Club sería presidido por Aricó hasta su fallecimiento en 1991 y luego por Portantiero. Sus actividades concluyeron en el año 2008, luego del deceso del último de los mencionados el año anterior.
  • 15
    De Ípola siempre fue consciente de las críticas que le realizaban, aunque se defendía diciendo que si, efectivamente, poseía “una idea procedimentalista de democracia –que nos endilgaron a Juan Carlos Portantiero y a mí […] eso no agotaba para nosotros el contenido de la democracia” (Rinesi; De Ípola, 2004, p. 101). Lo importante era que las reglas que debían cumplirse estaban fundadas en ciertos valores y la promoción de esos valores era lo esencial en el sistema democrático.
  • 16
    En esta época, De Ípola (1998) compiló un libro con el mismo espíritu durkheimiano que expresa la frase. En este trabajo se aborda el surgimiento de la “nueva cuestión social”, como producto de las reformas neoliberales de la década de 1990, siendo las nuevas sociedades caracterizadas como de la “desafiliación social”, según la conceptualización de Castells.
  • 17
    Recuérdese la famosa frase de El Suicidio, según la cual la vida social “está hecha esencialmente de representaciones” (Durkheim, 2006, p. 429).
  • 18
    Esta antinomia también es señalada por De Ípola (2012) en la Introducción que redactó a Las reglas del método sociológico. Por cierto, esta es una lectura para nada original, ya que se encuentra en otros intérpretes del sociólogo francés, como por ejemplo Duncan Mitchell (1973).
  • 19
    Se trata de una serie de cursos que Durkheim dictó en Burdeos durante la década de 1890, de los cuales Marcel Mauss dio a conocer sólo algunos capítulos en 1937 (Bouglé, 1938). La obra en francés sería publicada en 1950 y su primera traducción al castellano data de 1966 (Cataño, 1998).
  • 20
    Cuestión que, por cierto, fue un tema descuidado por la teoría sociológica en general. Al respecto, véase Lorenc Valcarce (2014).
  • 21
    Esto aparece resaltado en varios trabajos del autor, especialmente en sus estudios sobre las creencias de la sociedad argentina en la década de 1980 con relación a la efectividad de la crotoxina, una droga promovida por Juan Carlos Vidal, doctor en bioquímica e investigador del Conicet, que supuestamente curaba el cáncer (De Ípola, 1997, 2002).
  • 22
    Los siguientes capítulos no revisten la misma importancia que los dos primeros, por lo que serán dejados de lado. En síntesis, en el capítulo 4 se hace una evaluación de la obra de Luhmann, en el capítulo 5 se analizan algunos textos de Marx (en particular El 18 Brumario de Luis Bonaparte) a la luz de las mentadas metáforas “fundantes” de la política y, finalmente, en el capítulo 6 se abordan las relaciones entre “acción y representación” en la obra de Tulio Halperín Donghi.
  • 23
    Fundamentalmente aquellos plasmados en la revista Raisons Pratiques.
  • 24
    A diferencia de Luhmann, para quien la decisión supone precisamente la elección “entre un conjunto finito de posibilidades alternativas, que luego se patentiza en la alternativa elegida” (De Ípola, 2001, p. 71).
  • 25
    Un desarrollo sobre la emergencia de nuevos sujetos colectivos en el contexto de las protestas piqueteras y las asambleas vecinales realizadas como respuesta a la crisis del 2001se encuentra en De Ípola (2004a).
  • 26
    Esta cuestión de la constitución de sujetos colectivos en Naishtat también es subrayada en el análisis que De Ípola (2004c) hace del conflicto de la Facultad de Ciencias Sociales a comienzos de este siglo. También aparece en el prólogo a Problemas filosóficos de la acción individual y colectiva: Una perspectiva pragmática (De Ípola, 2005b), donde se enfatiza en la acción colectiva pública de esos sujetos y, por lo tanto, en la necesidad de una ética específica deeste tipo de acción.
  • 27
    Siendo esto equivalente a lo que Anthony Giddens llamó “conciencia discursiva”.
  • Apoyo financiero:
    Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
  • Aprobación del Comité de Ética:
    No aplica.
  • Disponibilidad de los datos:
    Los datos estarán disponibles en el Repositorio Institucional del CONICET: https://ri.conicet.gov.ar/

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Editado por

  • Editor:
    Matheus Mazzilli Pereira.

Disponibilidad de datos

Los datos estarán disponibles en el Repositorio Institucional del CONICET: https://ri.conicet.gov.ar/

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    17 Oct 2025
  • Fecha del número
    2025

Histórico

  • Recibido
    14 Feb 2024
  • Acepto
    23 Ene 2025
Creative Common - by 4.0
Este es un artículo publicado en acceso abierto (Open Access) bajo la licencia Creative Commons Attribution (https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/), que permite su uso, distribución y reproducción en cualquier medio, sin restricciones siempre que el trabajo original sea debidamente citado.
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