Open-access Conocer, actuar y desobedecer: ideas feministas sobre la opresión patriarcal y su circulación en Buenos Aires y Montevideo en los 1980

To know, to act and to disobey: feminist ideas on patriarchal oppression and their circulation in Buenos Aires and Montevideo in the 1980s

Resumen:

Los años 1980 fueron fermentales para el feminismo en el Río de la Plata: se gestaron espacios académicos y organizaciones que participaron activamente en la política uruguaya y argentina en las transiciones democráticas. Tanto el Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer en Uruguay como la Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer en Argentina, fueron espacios de producción y circulación de las ideas feministas, generando diversas estrategias para ello, como la publicación de revistas o la realización de talleres y jornadas. Estos dos ámbitos comparten un carácter híbrido, habitando un espacio entre el movimiento y la academia que marca fuertemente los temas, los formatos y los lenguajes de su producción intelectual. Este “entre” tiene potencialidades y limitaciones propias, dando lugar a intervenciones intelectuales anfibias, que desafían tanto a los distintos campos disciplinares como al movimiento feminista.

Palabras clave:
Ideas feministas; Intervenciones intelectuales; Década del 1980

Abstract:

The 1980s were a transformative period for feminism in the Río de la Plata region: academic spaces and organizations were formed, actively participating in the political lives of Uruguay and Argentina during transitions to democracy. Both the Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer in Uruguay and the Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer in Argentina emerged as spaces for the production of feminist ideas, employing various strategies such as publishing magazines and organizing workshops and conferences. These two spaces share a hybrid nature, existing between the realms of the movement and academia, which strongly influences the themes, formats, and languages of their intellectual production. This “in-between” state has its own potentials and limitations, giving rise to amphibious intellectual interventions that challenge both different disciplinary fields and the feminist movement.

Keywords:
Feminist ideas; Intellectual interventions; The 1980s

Entre los hommes de lettres

El texto que aquí se presenta tiene como objetivo general ensayar un ejercicio interpretativo sobre los feminismos del Río de la Plata en la década del 1980 desde una perspectiva respaldada en el campo de estudios de la historia intelectual. La diversidad de perspectivas y posibilidades que ofrece este campo en la actualidad son demasiado como para enumerarlas aquí, pero lo que no cabe duda es el consenso reiterado sobre que no se trata solo de una historia de las ideas sino de estas en su contexto de producción y circulación (Altamirano, 2005; Myers, 2015; Palti, 2005; Traverso, 2014). Consenso que incluso alcanza a quienes defienden una historia de las ideas (Acosta, 2012).

Ubicarse en el registro del contexto puede implicar tanto considerar las condiciones estructurales de la labor intelectual en la vertiente más sociológica como su contingencia histórica en la vertiente de la historiografía. En cualquier caso, las aproximaciones implican desandar una concepción de la autoría como individual, de la excepcionalidad de un pensamiento y de la libertad de las ideas. De forma constante nos estaremos interrogando sobre el campo de posibilidades que alojó tal intervención intelectual y las reflexiones sobre los procesos y sus protagonistas.

Si la autonomización respecto al poder y su relación con él, entendido este como el espacio de toma de decisiones públicas, marcó desde sus inicios las reflexiones sobre los intelectuales (Traverso, 2014; Bourdieu, 1999), los momentos más álgidos políticamente fueron circunstancias específicas sobre lo que se denominó el posicionamiento o el compromiso político. A nivel de América Latina y particularmente del Cono Sur la década del 1960 representa esa coyuntura en la que aquellos que se mueven dentro del campo intelectual reciben un llamado o dicen recibirlo para movilizar su capital simbólico hacia el campo político. El debate sobre qué es y qué debe ser o hacer un intelectual en tiempos revueltos fue constante y fruto de las discusiones dadas por los propios intelectuales más allá de las definiciones de orden conceptual (Traverso, 2014).

El “compromiso” de aquellos tiempos referirá a un compromiso con quienes no detentan el poder simbólico, pero sí experimentan las peores condiciones de un régimen a cambiar: el pueblo (Sigal, 1991; Terán, 2013). Uno de los asuntos constantes fue entonces el de acortar la distancia con el sentir y el vivir de la sociedad (Altamirano, 2005, p.73), romper las fronteras de una autonomía protegida por detentar un saber y por tanto poner en entredicho al propio campo intelectual. La emergencia y lo que se ha denominado “profesionalización” de las ciencias sociales fueron analizadas en este contexto como una amenaza a ese compromiso político (Marchesi y Markarian, 2019; Markarian, 2020), un proceso que algunos autores tornan evidente para la década subsiguiente de los 1980 (Casco, 2008; Lesgart, 2003; Mansilla, 2002; Ravecca, 2019; Rico, 2005).

La amplia diversidad de reflexiones sobre la labor intelectual, las prácticas intelectuales y los artefactos en diversas épocas políticas, salvo algunas escasísimas excepciones, versan sobre la actividad de un grupo societal: los varones. No sólo analizan la trayectoria de este colectivo, sino que naturalizan el universal masculino como si no hubiese mujer alguna allí participando en proposiciones que nominan al “hombre de letras y el hombre de ideas” (Altamirano, 2005, p. 63) o en su versión más refinada el “hommes de lettres” (Traverso, 2014, p. 19). Las obras que focalizan la atención sobre mujeres intelectuales son de muy reciente data y no es de extrañar que las indagaciones sobre la producción intelectual de las mujeres sea un emprendimiento también de mujeres.

Estas obras en primer término visibilizan el rol que cumplieron las mujeres en tanto intelectuales, reconstruyendo sus biografías intelectuales y circulación, replicando la ruta de interrogación para comprender la historia de los intelectuales, pero además preguntándose sobre sus ideas. Estas últimas desconocidas por no haber sido jamás objeto de indagación. Como señala Silvina Cormick (2022, p. 15) escribir la historia intelectual de las mujeres es un desafío mucho más exigente porque a diferencia de los varones, ni siquiera se cuenta con conocimiento del repertorio de sus ideas. Reponer a las mujeres en el campo intelectual implica entonces en primer lugar colocarlas como productoras de ideas.

La historia intelectual no suele prestar atención a las condiciones desiguales de producción de las ideas que responden al orden de género, pero cuando estudiamos a las mujeres intelectuales esta dimensión se torna evidente. Estos estudios nos permiten comprender las ideas de las intelectuales, sus trayectorias y circulación, pero además permiten comprender que su participación en el campo intelectual estuvo mediada por un orden de género que no quería a las mujeres en el espacio público. Para participar del campo intelectual, al menos de ámbitos hegemónicos que irradian ideas - revistas, libros, ateneos, premios, conferencias - las mujeres deben sortear un sinfín de obstáculos de género. La reconstrucción de sus biografías las muestra desafiando el horizonte doméstico desde sus primeros pasos, lidiando con papeles secundarios ante esposos que se llevaban el protagonismo (Carvalho, 2022) o administrando el silencio de opciones sexo-afectivas desobedientes que podían implicar el destierro cultural.

Las noveles investigaciones que abordan a las mujeres intelectuales lo hacen fundamentalmente sobre grandes mujeres, aquellas con reconocimiento en el espacio público, premiadas, elogiadas y referenciadas en el campo intelectual. Son objeto de atención aquellas con destaque en el mundo público, es decir que a pesar de que se recuperan y se visibilizan historias, la historia que se cuenta continúa apegada al androcentrismo, a detenerse en los grandes nombres, en los grandes desempeños, en las historias excepcionales y de algún u otro modo exitosas. Han sido objeto de estudio aquellas mujeres cuya trayectoria por emancipada o desobediente puede comprenderse como feminista pero que no utilizaron tal lugar de enunciación y que desplegaron una práctica y adquirieron reconocimiento mediante los métodos de consagración de un campo intelectual liderado por varones.

Aunque la historia intelectual ha ampliado sus fronteras incluyendo a otros actores que difieren de la figura clásica del escritor o el artista en el caso de las mujeres la mirada sobre aquellas de la periferia cultural aún continúa pendiente. La situación de desconocimiento se torna mucho más grave cuando se trata de mujeres feministas, aún cuando existan casos a los que difícilmente se les podría cuestionar su pertenencia al campo intelectual, como es el ejemplo más indiscutible de Simone de Beauvoir. La condición feminista parece ser entendida como un obstáculo para el ejercicio intelectual.

El protagonismo de las miradas ancladas en el carácter movimientista del feminismo tal vez condujo a la prescindencia de otras perspectivas. Sin embargo, a pesar de que los feminismos han sido leídos desde la literatura de los movimientos sociales y considerados como fenómenos organizativos para la consecución de transformaciones concretas (Gutiérrez, 2017), siempre han implicado una apuesta en la que se entrelazan pensamiento y acción política. La batalla de las ideas, las estrategias de circulación y el emprendimiento de diversos artefactos culturales en aras de una transformación estructural trasciende por mucho una política limitada al acceso a ciertos derechos.

Cuando nos remitimos a los feminismos del Sur de la década del 1980 constatamos no sólo el despliegue de un movimiento que busca ocupar el espacio público sino también un enorme esfuerzo intelectual orientado a disputar el sentido común patriarcal, a elaborar una nueva narración sobre el lugar de las mujeres en el mundo, a interpretar desde nuevas perspectivas la opresión y brindar instrumentos teóricos emancipatorios. Los feminismos del Sur están colmados de revistas, boletines, cuadernos de investigación, libros, bibliotecas, charlas, grupos de lectura, talleres, foros, y tantos otros artefactos culturales. El devenir feminista fue un tránsito acompañado de una biblioteca y un espacio de aprendizaje colectivo.

La constatación de esa praxis intelectual es una primera razón que nos conduce a analizar los feminismos posdictaduras desde una perspectiva anclada en el texto feminista y su contexto de enunciación y circulación. Recuperar las intervenciones feministas desde sus ideas y operaciones conceptuales se torna fundamental para comprender un ejercicio intelectual que definió al fenómeno político del feminismo. No se trata sólo de ideas que acompañan o enmarcan un repertorio de protestas sino de una disputa que se despliega en el propio campo de las ideas.

Esta apuesta no se procesa a puertas cerradas, sino que se proyecta hacia el espacio público a través de múltiples dispositivos: los debates, las charlas, la prensa nacional escrita, la radio, los seminarios, las revistas y los espacios de formación. La palabra escrita como modo de circulación de las ideas ocupó un lugar central de las energías feministas, mucho más que aquellas destinadas a la participación una vez al año en los 8 de marzo.

Una mirada desde el amplio campo de estudios de la historia intelectual sobre los feminismos del Sur de la década del 1980 nos permite inscribir al feminismo con sus ideas en un tiempo y un espacio específico, reconstruyendo quiénes, dónde y cómo desplegaron las ideas feministas de los 1980. Una mirada sobre los feminismos significa un aporte a la historia intelectual que no sólo amplía el mapa de agentes intelectuales-culturales, sino que ensancha los sentidos de lo político, algo que justamente procuran las miradas feministas. Revisar las apuestas intelectuales feministas además nos conduce a comprender cómo esos proyectos replicaron por un lado las prácticas del campo intelectual y al mismo tiempo las subvirtieron.

Otra biblioteca

Las características de las manifestaciones públicas del feminismo de la segunda década del siglo XXI pueden provocarnos la impresión de que el espacio público y la protesta son la principal y única forma de intervención de las iniciativas feministas. Sin embargo, las marchas, las performances, las proclamas y otros dispositivos suelen ser acompañados por otro tipo de intervenciones relacionadas no tanto a la acción sino al pensamiento, si es que pudiera invocarse esta arbitraria dicotomía.

Esto sucede especialmente para la década del 1980, en donde las organizaciones feministas dedicaron gran parte de su tiempo a la elaboración de un pensamiento, a explicar qué significaba ser feminista, a poner en circulación nuevos conceptos, a desnaturalizar ciertas ideas y ofrecer una explicación sobre un sistema de opresión sobre las mujeres. Una tarea que se desplegó hacia el espacio público en un contexto de apertura política y cultural. Los grupos de estudio en domicilio se transformaron en charlas-debate, a la “biblioteca militante” (Bello, 2024, p. 18) que una referente ponía a disposición en un círculo de confianza le siguieron los emprendimientos de bibliotecas en centros y organizaciones de libre consulta, al espacio de autoconciencia lo continuaron los talleres y los cursos.

Uno de los artefactos centrales de circulación de las ideas feministas en los 1980 fueron las revistas, una expresión intelectual característica de la región como señala Tarcus (2015) de las que los colectivos feministas fueron parte. Allí se expresó una vocación latinoamericanista y se construyó una nueva genealogía feminista (De Giorgi 2018, 2023; Grammático, 2011; Trebisacce, 2011), se intercambiaron ideas entre organizaciones de diversos países (Veiga, 2009), se intervino en el humor (Crescêncio, 2016) y en el despliegue una política visual alternativa (Barrientos, 2023). Las revistas son así una de las fuentes privilegiadas para el análisis de los feminismos de los 1980, pero no son sólo una fuente, sino que expresan un modo de intervención cultural de los feminismos junto a otras prácticas culturales. Los feminismos del Sur se fraguaron en la lectura de libros y revistas y varias de sus referentes fungieron como la vanguardia que destinó energías a formar a “las otras” (De Giorgi, 2020).

Dos organizaciones a ambas orillas del Río de la Plata nos permiten visualizar y comprender esa conjunción entre pensamiento y acción, así como los específicos modos de intervención intelectual para poner en circulación una nueva interpretación de la sociedad anclada en la desigualdad entre hombres y mujeres. Este esfuerzo implicó recurrir a una nueva literatura que no se encontraba disponible en el país y la elaboración de nuevos datos y saberes que hasta el momento no habían sido recogidos por las ciencias sociales en el espacio académico-universitario. También impuso la necesidad de ensayar nuevas formas de transmitir y divulgar interpretaciones que entraban en disputa con las interpretaciones disponibles del orden societal.

En el Uruguay, el Grupo de Estudios de la Condición de la Mujer - más conocido por su sigla GRECMU o “el Grecmu” - fue el espacio que funcionó para muchas montevideanas y algunas mujeres de otras ciudades como “escuela feminista” (De Giorgi, 2020). Esta organización nacida en 1979, primero como lo dice su nombre, se constituyó como grupo de estudio y en el marco del Centro de Información y Estudios del Uruguay (CIESU), uno de los centros de ciencias sociales que se conformaron ante la clausura de algunas carreras durante la dictadura. En sus primeros tiempos convocó a investigadoras que, reunidas en el sótano de CIESU, desarrollaron las primeras investigaciones sobre la mujer en el Uruguay, especialmente en torno al mundo laboral y la historia de las mujeres. Sin embargo, este grupo luego se transformó en una organización feminista y así fue reconocida en la época cuando estrechó lazos con el movimiento y se transformó en un espacio medular de referencia, fundamentalmente a partir de la edición de la primera revista feminista de esta época.

En 1984 editó el primer número de La Cacerola, revista que se transformó en una referencia y un espacio de encuentro y que circuló desde 1984 a 1988. En La Cacerola se puso en circulación la propia palabra feminismo, se elaboraron y divulgaron las ideas desde las que se explicaba la subordinación de la mujer y se difundieron las actividades de las mujeres organizadas en el país y en la región sobre esta agenda. GRECMU no sólo editó La Cacerola, que circuló por varios ámbitos, sino que produjo una diversidad de materiales y documentos. También realizó talleres y cursos, organizó conferencias sobre temas específicos a cargo de las especialistas locales o extranjeras que llegaban a la organización e inauguró una metodología que denominó “triangulación” para analizar e intervenir sobre la recepción de La Cacerola en mujeres trabajadoras y de los sectores populares.

Integraban GRECMU militantes feministas que en general eran profesionales o habían alcanzado un alto grado en la educación formal: periodistas, profesoras, antropólogas, demógrafas, sociólogas e historiadoras, destacándose como referentes estas últimas, particularmente Suzana Prates, Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza. Prates era socióloga y se había formado en la FLACSO-Chile, desde allí había conocido a feministas como Julieta Kirkwood y referentes del novel campo de estudios de las mujeres con las que integraba una red de intercambio y circulación en la región. Villamil y Sapriza eran historiadoras, habían finalizado sus carreras en la universidad intervenida y habían inaugurado la historia de las mujeres. Cabe señalar que estas investigadoras no habitaban la academia y que sus investigaciones las realizaban desde la organización, lo que implicó unos límites menos estrictos que los del habitus académico y por lo tanto un margen mayor para la desobediencia intelectual feminista.

Los vínculos de las integrantes de GRECMU con la izquierda partidaria, con el partido Frente Amplio (FA), eran importantes. Algunas eran feministas independientes con un pasado militante y otras “dobles militantes”, es decir, aquellas que participaban tanto en organizaciones sociales como partidarias. GRECMU contaba con Silvia Rodríguez Villamil, una figura principal de la Comisión de Mujeres del Partido Comunista del Uruguay (PCU) y con Graciela Sapriza, integrante de la Comisión de Mujeres del FA. Suzana Prates y Nea Filgueira no eran dobles militantes, pero mantenían estrecho vínculo con el FA y el Plenario Intersindical de Trabajadores-Central Nacional de Trabajadores (PIT-CNT), brindando charlas y organizando talleres para las mujeres de la central sindical y las mujeres de base del Frente Amplio.

Las referentes eran casadas, varias de ellas con profesionales o colegas de las ciencias sociales y eran madres. En algunos casos como el de Rodríguez Villamil y Sapriza de número de hijos que superaba la media del Uruguay, un “pedigree” que en más de una oportunidad fue mencionado en conferencias, entrevistas en la prensa y en publicaciones, algo que posiblemente desarmara las sospechas de la asociación del feminismo y lesbianismo que eran tan corrientes en la época.1

En Buenos Aires, la organización Asociación de Trabajo y Estudio sobre la Mujer (ATEM) “25 de Noviembre” comenzó a hacerse presente desde 1982. Como lo indica su nombre sus objetivos eran los de trabajar y estudiar por la condición de la mujer. Algunas de sus integrantes habían pertenecido a organizaciones feministas en los 1970 y otras se habían sumado recientemente a los grupos de estudio que se habían conformado en casas particulares. Allí se habían juntado a leer distintos textos feministas (Tarducci, Trebisacce y Grammático, 2019, p. 95), una práctica que, como relata Albertina Costa (1988), también sucedió en Brasil en el contexto del “vacío político”, pero que además puede ser comprendida en una práctica más extendida de los grupos de estudio y lectura en casas particulares que ofrecían una formación paralela al mundo universitario durante los 1960 (Marchesi y Markarian, 2019).

Entre sus primeras fundadoras se encuentran los nombres de Nélida Koifman, Hesperia Berenguer, Adriana Rofman, Marta Fontenla, Sara Torres y Margarita (Magui) Bellotti. Sus fundadoras militaron o habían tenido relación directa con agrupaciones sindicales o políticas vinculadas a las izquierdas (ATEM, 2012), pero sus preocupaciones no giraban en torno a los denominados “espacios mixtos”. Desde un primer momento se definieron autónomas y es claro que no depositaban ninguna expectativa respecto a que las ideas feministas se pudieran hacer un lugar en los espacios y grupos partidarios. Tal vez por su alejamiento de aquellos espacios, las posibilidades de la enunciación de la desobediencia sexual fueron mayores, a diferencia de lo sucedido en Uruguay. Es que una parte importante de las feministas referentes de ATEM, tempranamente se enunciaron como lesbianas o acogieron a aquellas que no se sentían tan cómodas en otras organizaciones feministas como relata Hilda Rais respecto a Lugar de Mujer (Lesbianismo…, 1986).

En ATEM no participaban investigadoras de las ciencias sociales como sociólogas o historiadoras que realizaban investigaciones desde la organización, pero sí otras profesionales que volcaban sus conocimientos, teniendo un papel destacado las abogadas y las psicólogas. La tarea de elaboración conceptual de ATEM se realizó a partir de escritos más similares al ensayo o a la reproducción y traducción de textos foráneos. Silvia García y Alivia Lombardi fueron las traductoras de varios textos abordados por ATEM. En su consejo editorial de Brujas se encuentran militantes feministas pioneras como Magui Belloti, Adriana Carrasco, Marta Fontenla, Liliana Azarof, Hesperia Berenguer, Edith Costa, María Jospe Rouco Perez, Alicia Schoejter, Nelida Koifman, Graciela Mabel Wolfenson, Alicia Lombardi, Silvia García, Adriana Rofman.

Una de las intervenciones más conocidas de este grupo fue la revista Brujas, uno de los principales emprendimientos editoriales feministas en la Argentina de los 1980 que marcó una nueva época. La revista fue publicada desde 1983 hasta 2012 y en las primeras ediciones de la década del 1980 sus páginas eran entre dieciséis y veinte, con extensos artículos donde predominaba el texto y un lenguaje que requería una lectura atenta.

En ATEM, además del estudio y la investigación, se realizaron talleres, paneles y mesas redondas, pero fue central el lugar que ocuparon las jornadas. En este espacio se realizaba un encuentro anual que en general tenía la duración de un día completo en el que se realizaban presentaciones orales. Estas intervenciones eran elaboradas con antelación y en general de forma escrita siendo aquellos textos muchas veces publicados por la revista Brujas. Al igual que sucedió con GRECMU en Uruguay, la organización feminista ATEM y sus grupos de estudios son recordados como “la escuelita de ATEM” (Tarducci, Trebisacce y Grammático 2019, p. 102).

Dos proyectos intelectuales: lecturas sobre la opresión patriarcal y estrategias para la circulación de las ideas feministas

Los dos proyectos intelectuales que presentamos se constituyen como programas teóricos de interpretación sobre la opresión patriarcal y, simultáneamente, como intervenciones políticas. En ambos casos se enfatiza el análisis de dimensiones distintas de la opresión patriarcal: por un lado, el trabajo reproductivo y el modo en que este genera desigualdades que afectan especialmente a las mujeres; por el otro, la opresión sexual y sus efectos sobre los cuerpos y trayectorias afectivas de esas mujeres.

GRECMU: el trabajo reproductivo y la ideología de la domesticidad

El Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer surge, como ya se ha mencionado, como un espacio intelectual donde investigadoras feministas, provenientes mayoritariamente de los campos disciplinares de la historia y la sociología, desarrollaban sus actividades de producción de conocimiento (investigaciones, seminarios e incorporación de nueva literatura, por ejemplo). Entre las integrantes de este grupo se encontraban Suzana Prates, Silvia Rodriguez Villamil, Graciela Sapriza, Nelly Niedworok y Nea Filgueira.

En un contexto signado por el retorno a la democracia, la producción de conocimiento en ciencias sociales aún no había atravesado el proceso de institucionalización que llegaría la década siguiente, por lo que se desarrollaban y coexistían distintas instituciones en un conjunto heterogéneo que ha sido caracterizado como “universidad extra-muros” donde se produjo la “resistencia académica” (Prates, 1987, p. 21). Desde ese espacio fuera de la universidad, estas investigadoras se organizan grupo de estudios y es esa pertenencia híbrida la que en algún sentido las habilita a utilizar lenguajes y formatos que no son los habituales en espacios estrictamente académicos.

El grupo de estudios se constituía a la vez como espacio para la investigación y como una plataforma para la circulación de ese conocimiento con objetivos políticos en clave emancipatoria. Desde allí se generaban diversas estrategias de intervención intelectual que conjugaban la investigación y la acción política, tales como la publicación de la revista feminista La Cacerola o la realización de talleres en partidos políticos, organizaciones territoriales y sindicales. En la sede de GRECMU se realizaron conferencias a partir de la visita de invitadas extranjeras y varios cursos “de capacitación” cuya inscripción y resultados se difundieron de forma constante en la revista.

Todas estas intervenciones estaban atravesadas por una mirada de “la cuestión de la mujer” que encontraba en el trabajo - tanto productivo como reproductivo - un núcleo fundamental de la opresión sobre las mujeres sobre el que era necesario profundizar, focalizando la atención especialmente en la connivencia entre capitalismo y patriarcado (aunque este término no siempre fuera utilizado). Con lecturas influidas principalmente por el marxismo, las investigadoras de GRECMU dedicaron parte importante de sus producciones académicas en formatos de libros, cuadernos de investigación o ponencias y de sus dispositivos de divulgación como la revista o los talleres, al tratamiento del tema del trabajo invisible.2

Este asunto fue uno de los temas prioritarios abordados en GRECMU y puestos en circulación en La Cacerola. Esto, como sus mismas autoras plantean “no es casual” sino que responde a la comprensión de que éste ha sido históricamente subvalorado e invisibilizado pese a ser un componente fundamental de la economía.3 En el mismo sentido, la metáfora que oculta el título de la propia revista da cuenta del posicionamiento de estas investigadoras sobre el trabajo y el hogar, así como su intención de politizar esos espacios. Sobre este punto, reivindican desde el título y en varias de las secciones recurrentes (como “Cocina internacional” o “Platos típicos”, por ejemplo) esta noción de que en la cocina se desarrolla la política y que, en el sentido inverso, no es posible pensar la política ignorando lo que pasa en el hogar.

En su primer número, publicado en 1984, gran parte de los artículos fueron dedicados al análisis del trabajo reproductivo en notas como “Las razones de un sistema” o “¿Qué se paga y qué se compra con el trabajo doméstico de la mujer?”.4 Para ello, y a lo largo de los sucesivos números de la revista, se hace apela a categorías como “trabajo invisible”, “trabajo gratuito”, “doble jornada”.5 El segundo número, en efecto, comienza con otra referencia a este asunto: “En el primer número nos ocupamos del trabajo gratuito que realiza la mujer, o sea, las tareas domésticas. Esta segunda Cacerola se dedica al trabajo remunerado. ¿Que éste se encuentra lejos de las cacerolas? En absoluto: sirve para llenarlas”.6

El mayor esfuerzo intelectual radicó aquí en revisar una teoría que se había quedado “en las puertas del hogar” como señalaba la uruguaya Teresita de Barbieri (1981) haciendo alusión al marxismo, pero interpretando un orden de opresión a partir del fenómeno del trabajo. Así lo que parece obvio en la actualidad, que el trabajo no pago es parte de la economía, hubo que visibilizarlo y explicarlo. La trampa de ese sistema de opresión, explicaban, justamente era la invisibilización del trabajo, la no consideración del trabajo reproductivo como trabajo, la no consideración de la unidad doméstica como una unidad de producción y además la consideración de todas estas tareas como dentro de un orden natural.

A esto último algunas referentes como Suzana Prates lo llamaban “ideología de la domesticidad” y les preocupaba especialmente, porque una “ideología no es cuestionada por nadie y aceptada por los grupos que se ven perjudicados, en este caso las mujeres”. En primera persona Prates explicaba interrogando:

¿cuántas veces nosotras mismas inconscientemente, aceptamos la noción ideológica de que las tareas que realizamos en casa no constituyen trabajo? […] Es importante que las mujeres empecemos a tener conciencia de que nuestro trabajo doméstico gratuito (que es llamado trabajo de amor y por eso no se paga) no se limita al núcleo de la familia. Es condición fundamental para que la sociedad entera siga funcionando.7

A lo largo de las páginas de la revista, las autoras intentaban explicar en qué consistía el trabajo invisible, dar cuenta de la relevancia que éste tiene para el capitalismo, ilustrar con imágenes y caricaturas el modo en qué este fenómeno es un factor crucial en la opresión de las mujeres y dar cuenta de cómo existe una doble explotación hacia las mujeres de los sectores populares por su condición de clase y de género:8 “como mujeres tendremos un doble frente para luchar por la transformación, además de las barreras autoritarias y opresivas generales, debemos derribar las específicas de nuestra condición femenina”.9

El lenguaje de La Cacerola claramente no era el mismo de los libros que producían algunas de las feministas referentes. Como señala De Giorgi (2020) un lenguaje deliberadamente claro era parte de una estrategia de llegar a un público amplio, de llegar “a las otras” a aquellas movilizadas pero que aún no se enunciaban o consideraban feministas.

Para llegar a un público no feminista pero también para pensar con él, diseñaron una estrategia de construcción de saberes compartidos que denominaron “triangulación”. Este proceso, inspirado fuertemente por la tradición político-pedagógica latinoamericana de la Educación Popular, se basaba en la retroalimentación entre la investigación y el diálogo con los saberes y experiencias de las mujeres de los sectores populares, a quienes la revista iba dirigida especialmente. La triangulación era un proceso que garantizaba “el carácter dialogado de una comunicación alternativa que busca no sólo dar sino también recibir, generando una retroalimentación”.10 Luego de redactado, discutido y editado cada número, las integrantes de GRECMU distribuían gratuitamente ejemplares de La Cacerola - tiradas que desde GRECMU calculaban que alcanzaban a más de 15 mil lectoras por número11 (en un país con menos de tres millones de habitantes por ese entonces) - a mujeres de sindicatos, organizaciones sociales territoriales, partidos políticos etc.

En una segunda instancia, regresaban a esos espacios donde habían distribuido la revista para escuchar reflexiones colectivas que sus contenidos pudieran haber suscitado en las lectoras. Se relevaban en esas instancias comentarios y sugerencias tanto sobre las formas como sobre los contenidos de la revista: “Nos dicen qué les gustó y qué no, qué resultó comprensible y qué difícil, qué comentarios se dieron…”.12 Esos espacios de reflexión conjunta se constituían a sí mismos en “grupos de autoconciencia”, como las propias integrantes de GRECMU los definen. La triangulación era así definida en términos de investigación, comunicación y práctica social; dando lugar a un proceso de características únicas en la región, tanto en términos de investigación como de militancia feminista.

Así, GRECMU fue un laboratorio de ideas que se cocinaban al fragor del intercambio con mujeres de distintas organizaciones y territorios. Es de este modo que, mediante distintas estrategias de praxis intelectual, GRECMU busca producir conocimiento y legitimarlo con otras, recurriendo ya no a una autoridad epistémica (Fricker, 2007) académica - apelando a otros libros o autoras - sino una que se da en relación, en el terreno y que parte de la realidad concreta de las mujeres trabajadoras.

El feminismo de los 1980 politizó un conjunto de asuntos que no habían sido abordados con anterioridad en ningún ámbito. Las diversas organizaciones tematizaron y elaboraron un pensamiento con distintos énfasis o perspectivas más allá de que en términos generales existiera un consenso y las discrepancias teórico-políticas no fueran radicales. Los acentos diversos expresan modos distintos de interpretar la opresión sobre las mujeres, sujeto protagonista de las preocupaciones feministas de la época.

ATEM coincidía con GRECMU que una de las expresiones más fuertes del patriarcado consistía en la desvalorización del trabajo reproductivo, tenía una especial preocupación por el trabajo doméstico y una de sus vertientes de reflexión estuvo muy asociada al materialismo francés a partir de los cursos y ensayos liderados por Silvia Garcia y Alicia Lombardi.13 Sin embargo, esta línea de reflexión convivió de forma simultánea con otra que focalizó la mirada en la sexualidad como principal mecanismo para explicar la opresión. Fue en esta dirección a donde se dirigieron gran parte de los debates y fue en ATEM y particularmente en su revista Brujas en donde se politizó la sexualidad como ningún otro espacio feminista del Río de la Plata.

En noviembre de 1982, cuando aún no había asumido Raúl Alfonsín la presidencia del nuevo orden democrático, ATEM y el Centro de Estudios de la Mujer Argentina (CESMA) organizaron las Primeras Jornadas Nacionales sobre la Mujer y la Familia. Estas jornadas que convocaron a unas 180 mujeres llegaron a unas conclusiones bastante más disruptivas que su título bien comportado, sobre todo en el taller “familia y sexualidad”. Allí se concluyó que “el goce sexual debía ser un derecho”, que se debía “desterrar el mito de dos orgasmos - clitorico y vaginal” -, que era necesario crear “nuestras formas de hacer el amor y descubrir lo que nos resulte más placentero”, que la homosexualidad “no constituye una perversión sino una diferente elección de objeto amoroso”, que el aborto “debía legalizarse”.14

Como señala Torricela (2020), recorrer las páginas de las revistas feministas se torna imprescindible porque aún hoy las teorías y las temáticas abordadas en los 1980 casi que no han transitado las páginas de los libros. La efervescencia del ciclo feminista posdictadura no fue acompañada de un boom literario feminista como sucedió en Estados Unidos (Bello, 2024, p. 15). Esto sucede especialmente con la revista de ATEM, allí se pueden conocer teorías, interpretaciones y lecturas de la opresión, específicamente aquellas relacionadas con la sexualidad que aún continúan ausentes en las ciencias sociales y en los cursos de teoría feminista.

La batalla dada en este sentido fue una clara disputa cultural que buscaba colocar la temática, tornarla visible, explicar los mecanismos por los cuales se había silenciado la sexualidad como tema político o se la había abordado desde una perspectiva patriarcal, respaldándose en las autorizaciones teóricas y disponibles de aquel momento que claramente no abundaban. ATEM continuaba y expandía la politización de la sexualidad que habían iniciado grupos y organizaciones antecesoras de los 1970 (Bello, 2024).

En Brujas lo primero que se hizo fue honrar a las brujas y denunciar todas las calumnias que sobre ellas se habían erigido. Estos artículos firmados muchas veces por brujas como Ágatha (o “la Tía Ágatha”), Ágataha, María de Salem, Fata Morgana, Mortizia y Vashti, mostraban entre tantas cosas que aquellas habían sido denunciadas y perseguidas por poseer conocimientos sobre el cuerpo de las mujeres, la reproducción, el parto y la sexualidad. Con citas debidamente referenciadas mostraban la preocupación que desde tiempos pretéritos se había tenido sobre las mujeres y su conocimiento respecto al cuerpo y la sexualidad.

Un aspecto importante era entonces señalar la disputa y las relaciones de poder en el campo del conocimiento y especialmente en aquel relacionado con la salud y la sexualidad de las mujeres. Michel Foucault y su Historia de la sexualidad, así como el libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas del Colectivo de las Mujeres de Boston, fueron textos inspiradores para estas feministas argentinas. Esos aportes teóricos dieron paso a una reflexión sobre la expropiación del conocimiento de las mujeres como mecanismo de dominación y transformación de objeto de estudio como ha denunciado y explicado la epistemología feminista (Maffia, 2007; Blazquez Graf, 2008), incluso tiempo antes de que esa literatura llegara al Cono Sur.

En las páginas de Brujas y en las jornadas organizadas por ATEM el abordaje de la sexualidad implicó diversos asuntos específicos - la mujer como objeto sexual y la pornografía; el abuso sexual, la violencia sexual, el trabajo sexual - que integran una interpretación mayor de un sistema de opresión que funciona a partir de definir a la mujer a partir de su capacidad de la reproducción biológica y de la naturalización del deseo heterosexual. Las integrantes de ATEM leyeron, escribieron y expusieron para explicar una política sexual, término que retomaban de Kate Millet a quien muchas ya habían leído durante los 1970 (Bolla, 2024).

El concepto de político y de lo político de la opresión sexual lo reiteraban de forma constante porque era el desafío mayor: poner en evidencia la dimensión estructural de un sistema que dominaba a las mujeres a través de un régimen sexual que asocia la sexualidad con la reproducción y no concibe como natural relaciones sexuales fuera del régimen heterosexual. El patriarcado era la denominación que recibía ese sistema que era presentado casi como el único sistema que ordenaba la desigualdad entre hombres y mujeres desde tiempos inmemoriales, desde las brujas, por ejemplo. Esto no implicaba desconocer la desigualdad de clase ni la condición periférica de los países del Sur como Argentina, pero no se establecía una clara relación entre patriarcado y capitalismo, como sí sucedía en el caso uruguayo.

En la comprensión del funcionamiento de la política sexual la dimensión cultural de la opresión era central y allí se requería un especial esfuerzo para develar los mecanismos psicológicos interiorizados y reproducidos por las propias mujeres sobre la inferioridad, la pasividad, la afectividad, el altruismo entre aspectos que supuestamente definían lo feminino. Las psicólogas, que eran un componente importante de ATEM o que eran referentes e interlocutoras, jugaron un rol muy destacado buscando tornar evidente los mecanismos interiorizados del orden género.

Uno de los asuntos a desandar de la política sexual implicó escindir la sexualidad de la reproducción. Aunque las políticas de control natal ya habían instalado este debate en la agenda en épocas previas (Cosse, 2010; Felitti, 2012) el goce de las mujeres no había tenido centralidad alguna o ni siquiera se había tematizado. La tan mentada “revolución sexual” tampoco había implicado un proceso emancipatorio para las mujeres ya que de una u otra forma explicaban que todo aquello que tuviera que ver con el deseo tenía al varón como protagonistas. El derecho al goce de las mujeres se hizo presente y publicaron en tono de proclama, como había sido escrito, Los “diez derechos sexuales inalienables de la mujer”,15 de la sexóloga colombiana Mari Ladi Londoño, una referente de la politización de la sexualidad en América Latina de los 1980.16

Los derechos inalienables de Londoño referían a un marco heterosexual, no había allí un derecho al goce sin importar el género. Sin embargo, esta no fue la interpretación de la sexualidad en Brujas y muy tempranamente la dominación patriarcal se entendió inscripta en un régimen de deseo heterosexual. Adrienne Rich fue la autora referente aquí, el libro canónico que permitió comprender aún más la dimensión política de la sexualidad, una opresión que no partía solo de la capacidad reproductiva de las mujeres sino de la instalación de un régimen de deseo, especialmente orientado a las mujeres. Su título Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana no dejaba lugar a dudas de su apuesta teórico-política.

El libro fue publicado en tres números de la revista Brujas.17 Como señalaban en su presentación se trataba de la traducción del inglés al español que se había realizado en la revista Nosotras por parte del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid a quienes habían conocido a partir de Empar Pineda en el tercer EFLAC realizado en Bertioga en 1985. El libro fue fragmentado y puesto en circulación en la revista, una práctica militante que escapaba a la política de las editoriales y que permite revisar cómo han circulado las ideas sobre la liberación (Bello, 2024, p. 24) y que posiblemente sean fundamentales para comprender la bibliodiversidad a la que el feminismo tanto a contribuido.

Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana permitió abordar el lesbianismo y el castigo a esta práctica desde el orden de género vigente de una forma seria y fundamentada, este texto era un ensayo que no provenía puramente de una experiencia concreta sino de la preocupación de la invisibilidad lesbiana en las propias teorías feministas, escritas claro está como señalaba Rich, por feministas heterosexuales. A este texto lo acompañaron los ensayos de las propias atemas como Marta Fontenla18 e Ilse Fuskova.19

La revista y las Jornadas de ATEM se transformaron espacio protegidos en los que elaborar un pensamiento propio que anudaba las referencias teóricas con una experiencia, la de abandonar el contrato heterosexual (algunas conocidas públicamente señalaban este tránsito20), la del deseo entre mujeres y la de habitar un movimiento feminista poco receptivo a esta temática. Así se constituyeron espacios, dedicados exclusivamente al debate y la reflexión, se elaboraron y presentaron trabajos que permiten dar cuenta de un gran esfuerzo intelectual en un contexto de plena precariedad de teorías y libros para el abordaje de algunos asuntos.

Los grupos de estudios y las jornadas, aunque eran públicas, fueron entonces una estrategia “hacia adentro”, de constituir un espacio propio de pensamiento feminista que entre tantos temas alojó la desobediencia sexual. Fue en ATEM que Hilda Rais, fundadora de otra organización feminista de los 1980 como fue Lugar de Mujer, presentó en las jornadas de 1984 su trabajo “Lesbianismo, discriminación, represión”, que buscaba exponer las razones del lesbofobia, aunque en aquellos tiempos así no fuera nombrado, por ser las lesbianas la mayor amenaza al status quo.21

Prácticamente todas las jornadas abordaron “sexualidad y política sexual”, en los Encuentros Nacionales de Mujeres, las atemas llevaron este tema a los talleres y en 1987 tres integrantes de ATEM Adriana Carrasco, Ilse Fuskova y Josefina Quesada fundaron Cuadernos de Existencia Lesbiana, una revista insignia y pionera en la región que abordaba el deseo entre mujeres y que honraba con su nombre a Adrianne Rich. En 1992, ya transcurrida una década se organizaron las Primeras Jornadas de Lesbianas, un “primer intento de hablar por nosotras mismas y - lo más difícil - entre nosotras mismas”.22 En esos años habían acopiado libros, palabras, conceptos e ideas y con todo eso llegaron pertrechadas para hablar desde la experiencia.

Consideraciones finales

Cuando revisitamos los años 1980 del Cono Sur con la mirada puesta sobre las iniciativas feministas podemos observar la emergencia de un nuevo actor que fue central en un debate sobre lo político y la transformación social, aunque tal evento aún sea marginal en la historiografía y en las ciencias sociales. Además, al analizar los modos de intervención de los feminismos podemos constatar una falta de adecuación para estos casos de algunas de las lecturas realizadas sobre la época, como aquellas que señalaron la desaparición de los intelectuales, el debilitamiento de una esfera político-cultural densa y la hegemonía de unas ciencias sociales “des-comprometidas” con la transformación.

Los dos grupos analizados en este texto manifestaban una profunda creencia en el conocimiento como un factor emancipatorio, ya sea por su potencialidad para explicar el mundo como en la posibilidad de generar conciencia. La intervención feminista se realiza desde ese lugar y por medio de una pedagogía feminista con la que se desarrollan revistas, talleres y jornadas. La idea del compromiso político intelectual se mantiene vigente. De hecho, no conciben la transformación fuera del desarrollo de un pensamiento y un proceso de concienciación derivado de él. Aunque no se enuncien como “intelectuales”, su práctica cultural así las define: todos sus esfuerzos están destinados a poner en circulación nuevas ideas que permitan la liberación, la emancipación, la transformación.

Sobre esta práctica leen, escriben, reflexionan. Es una práctica cultural consciente y es por eso que las denominamos intervenciones intelectuales. No solo se organizaban para ocupar la calle, demandar por el divorcio o la democracia en el hogar, las feministas en los 1980 se preocupaban y ocupaban de noveles ideas: pensaban dónde, cómo y cuándo intervenir intelectualmente. La densidad del campo cultural feminista en esa década es inmensa, pero no desordenada, pues cada organización o grupo focaliza sus energías en algunos problemas y define estrategias en consecuencia.

Las figuras principales de esta tarea intelectual - las que editan las revistas, escriben libros y ensayos, realizan traducciones, dan charlas y realizan ponencias - claramente tienen un vasto capital cultural y una relación estrecha con el saber formal, pero no son reproductoras de un habitus académico sino que más bien subvierten estas normas. Se procesa así un modo particular de relación entre el feminismo y el conocimiento en la década de los 1980 en el Río de la Plata, por la cual las integrantes de ambos espacios estudiados producen intervenciones intelectuales desde un espacio híbrido, en la intersección entre academia y movimiento.

Este carácter anfibio de las intelectuales les permite hacer contribuciones significativas en dos sentidos: en primer lugar, interpelar y robustecer el conocimiento científico a partir de un diálogo con la sociedad - en este caso con el movimiento de mujeres - que complejiza los análisis; en segundo lugar, aportar fundamentos teóricos a la praxis política feminista del movimiento, facilitándole recursos explicativos y hermenéuticos para la comprensión de su propia realidad como mujeres. En el “entre” aparecen intersticios que dan lugar al humor y la ironía, al lenguaje llano y coloquial, a la metáfora y al intercambio colectivo en talleres o jornadas como las que llevaban a cabo GRECMU y ATEM.

Esta no-adscripción a un campo académico o intelectual es la que habilita la diversidad en los modos de la intervención intelectual, una contribución específica del feminismo de la época que muestra que cuando se analiza la circulación de las ideas a nivel nacional o local se torna fundamental pensar los soportes y las estrategias de circulación interna. Esta circulación en múltiples formatos es el resultado de un momento específico, en donde aún no se ha procesado la institucionalización de los estudios de género y los márgenes para la desobediencia intelectual se revelan como mayores.

Esto implica la potencialidad de habilitar formatos y dispositivos para la circulación de las ideas que no son los que tradicionalmente se utilizan en los espacios del saber formal y que permiten desobedecer las normas y los rituales de autorización propios de ese campo. Así, las investigadoras de las ciencias sociales en Uruguay podían en la revista feminista anular sus nombres y escribir desde un nosotras que las inscribe, junto a sus lectoras, en un sistema de opresión. Del mismo modo, por esa misma flexibilidad normativa de estos formatos, las autoras de Brujas en Argentina podían tanto invocar a la Tía Agatha como firmar sus ensayos con nombre y apellido, tornando evidente que en los saberes feministas se pueden y se deben saltar los mecanismos autorizado(re)s de la palabra escrita.

Del estudio de ambos casos emergen también otras reflexiones que vinculan lo disciplinar, lo temático y la elección de las estrategias que proyectan cada una de estas intervenciones intelectuales. En relación a lo disciplinar, se encuentra una asociación entre la producción de ideas feministas y los temas o perspectivas que ocupan el centro de las disciplinas con las que los feminismos dialogan.

En el caso de GRECMU el diálogo con la sociología - y específicamente con la sociología del trabajo - parece trazar una línea de reflexión para interpretar la opresión desde una perspectiva que se detiene especialmente en las condiciones materiales. En el caso de ATEM, los lazos profundos con el psicoanálisis aumentan las posibilidades de reflexiones ancladas en el registro de las subjetividades y los mecanismos culturales de opresión. Estas son sólo algunas pistas que deben ser profundizadas ante mayores evidencias y tomando las precauciones de no replicar el debate “redistribución o reconocimiento”, considerando que las feministas de los 1980 ensayaron diversas formas de interpretar la opresión sin acoplarse a esquemas cerrados ni excluyentes.

En lo que respecta a la elección de estrategias, puede pensarse que cada una de las opciones de formatos o dispositivos de intervención intelectual están estrechamente relacionados con los temas que cada una de estas organizaciones priorizaba en su agenda. En la línea vinculada al trabajo existe una acumulación teórica importante, con múltiples antecedentes y una historia de producción intelectual que permite delinear configuraciones conceptuales propias - como la de la “ideología de la domesticidad” - y trazar estrategias más cercanas a la divulgación y a la problematización de estos asuntos con las mujeres de los sectores populares. Así, las integrantes de GRECMU trabajan sobre la doble jornada utilizando dinámicas en los talleres de la “triangulación” que permitían a las participantes visualizar este problema en su cotidianidad.

Por el contrario, en temas históricamente relegados de los espacios formales, escondidos, naturalizados o incluso ausentes de la producción intelectual tradicional - androcéntrica - como la sexualidad; se observa una preocupación de quienes conformaban ATEM por la búsqueda de referencias teóricas que otorguen estatus epistémico a su experiencia como mujeres - y como lesbianas en muchos casos - y a esos saberes de las “brujas” que fueron censurados e invisibilizados por tanto tiempo. Allí las estrategias se centraron en el acercamiento a las lecturas para la formación - con la reproducción escrita de ensayos teóricos y la publicación de investigaciones o libros -, más que a la politización desde la experiencia personal.

Al analizar las trayectorias personales de quienes impulsaron estos debates, confirmamos que se torna imprescindible una lectura sobre las ideas que no desconozca a quienes las impulsaron. En este caso, esta mirada permite comprender la elección de los temas y formatos con circunstancias donde se anuda lo personal con lo político. Cabe destacar que quienes jerarquizan el estudio del trabajo reproductivo, presentan mayoritariamente experiencias de militancia cercanas a la izquierda política tradicional, con influencias desde el marxismo y la preocupación por la “unidad doméstica” y la desigualdad en el reparto de tareas tiene que ver con sus propias vidas: con el matrimonio heterosexual y la crianza de hijos e hijas. Por el contrario, las que politizan temas vinculados a la sexualidad se encuentran más lejos de la izquierda y, a diferencia del caso uruguayo, las referentes en esta temática son lesbianas y se enuncian como tales. Esta enunciación, que es claramente un acto central del proceso de politización de la sexualidad, no se realiza de forma aislada sino en colectivo y protegidas. Esto da cuenta de cómo para que el registro de lo personal adquiera un estatus político se requiere necesariamente de una dimensión colectiva y afectiva.

Por último, destacamos que analizar la especificidad de esa construcción híbrida feminista para el Río de la Plata y en los 1980 nos conduce a comprender un modo particular de articulación entre pensamiento y acción en donde las fronteras se diluyen y las dicotomías se tornan poco pertinentes. En ese escenario, la intersección se vuelve un terreno con potencialidades de desafiar a ambos habitus, al académico y al militante, dando paso a un sujeto político que conjuga ambas expresiones y hace dialogar los saberes de cada una de ellas en diversos formatos.

Referencias

  • ACOSTA, Yamandú. De la historia de las ideas a la historia de las ideas. Revista de la Facultad de Derecho, n. 32, p.11-16, 2012.
  • ALTAMIRANO, Carlos. Para un programa de historia intelectual y otros ensayos Buenos Aires: Siglo XXI, 2005.
  • ATEM. 30 años de feminismo en Argentina. Brujas, año 31, n. 38, 2012.
  • BARRIENTOS, Francisca. “Ser mujer no es un dato indiferente”: archivo, memoria y genealogía de la política visual de “La Correa Feminista” 1991-1998. Tesis (Maestría en Estudios Latinoamericanos), Universidad Nacional Autónoma de México. Ciudad de México, 2023.
  • BLAZQUEZ GRAF, Norma. El retorno de las brujas: incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres a la ciencia México, DF: UNAM/Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2008.
  • BELLO, Kenya. Kate Millett en Argentina: formas de circulación de un best-seller (1970-1976). Revista Letral, n. 32, p. 9-32, 2024.
  • BOLLA, Luisina. El feminismo materialista: de Francia a las relecturas en la Argentina (década de 1980). Caderno Espaço Feminino, Uberlândia, v. 34, n. 2, p. 33-54, 2021.
  • BOURDIEU, Pierre. Intelectuales, política y poder Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1999.
  • CARVALHO, María Alice Rezende. Mujer (de) intelectual. In: CORMICK, Silvina (ed.). Mujeres intelectuales en América Latina Buenos Aires: Editorial SB, 2022.
  • CASCO, José. El exilio intelectual en México: notas sobre la experiencia argentina, 1974-1983. Iconos: Revista de Ciencias Sociales, n. 31, p. 149-164, 2008.
  • CORMICK, Silvina. Introducción. In: CORMICK, Silvina (ed.). Mujeres intelectuales en América Latina Buenos Aires: Editorial SB, 2022.
  • COSSE, Isabela. Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta Buenos Aires: Siglo XXI , 2010.
  • COSTA, Albertina. E viável o feminismo nos trópicos? Resíduos de insatisfação - São Paulo, 1970. Cadernos de Pesquisa, n. 66, p. 63-69, 1988.
  • CRESCÊNCIO, Cíntia. Quem ri por último, ri melhor: humor gráfico feminista (Cone Sul, 1975-1988) Tese (Doutorado em História), Universidade Federal de Santa Catarina. Florianópolis, 2016.
  • DE BARBIERI, Teresita. Teoría feminista e investigación sobre la mujer: una perspectiva latinoamericana. Revista Fem, v. 4, n. 17, p. 7-11, 1981.
  • DE GIORGI, Ana Laura. Un pensamiento propio: feminismo desde y para América Latina en la década de 1980. Revista Travesías: Temas del Debate Feminista Contemporáneo, v. 20n. 2, p. 45-64, 2018.
  • DE GIORGI, Ana Laura. Historia de un amor no correspondido: feminismo e izquierda en los 80 Montevideo: Sujetos Editores, 2020.
  • DE GIORGI, Ana Laura. Entre Europa y América Latina: el feminismo uruguayo de los ochenta y la búsqueda de sus orígenes. Diálogo Andino, n. 70, p. 23-35, 2023.
  • FELITTI, Karina. La revolución de la píldora: sexualidad y política en los sesenta Buenos Aires: Edhasa, 2012.
  • FRICKER, Miranda. Epistemic injustice: power and the ethics of knowing Oxford: Oxford University Press, 2007.
  • GRAMMÁTICO, Karin. Feminismos en clave latinoamericana: un recorrido sobre Fem, Isis y Fempress. Mora, v. 17, n. 2, sept. 2011. Disponível em:Disponível em:https://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853-001X2011000200002&lng=es&nrm=iso Acesso em: 6 mar. 2025.
    » https://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853-001X2011000200002&lng=es&nrm=iso
  • GUTIÉRREZ, Raquel. Horizontes comunitario-populares: producción de lo común más allá de las políticas Estado-céntricas Madrid: Traficantes de Sueños, 2017.
  • LARGUÍA, Isabel. Hacia una ciencia de la liberación de la mujer/Por un feminismo científico. Cuadernos de Anagrama, 1969.
  • LESBIANISMO y feminismo. Entrevista a Hila Rais. Revista Travesías: Temas del Debate Feminista Contemporáneo, año 4, n. 5, p. 55, p. 55-57, 1996.
  • LESGART, Cecilia. Usos de la transición a la democracia: ensayo, ciencia y política en la década del 80 Rosario: Homo Sapiens, 2003.
  • MAFFIA, Diana. Epistemología feminista: la subversión semiótica de las mujeres en la ciencia. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, Caracas, v. 12, n. 28, p. 63-98, 2007. Disponível em:Disponível em:http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-3701200 7000100005&lng=es&nrm=iso Acesso em: 6 mar. 2025.
    » http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-3701200 7000100005&lng=es&nrm=iso
  • MANSILLA, Hugo. Intelectuales y política en América Latina: breve aproximación a una ambivalencia fundamental. Espacio Abierto, v. 11, n. 3, p. 429-454, 2002.
  • MARCHESI, Aldo; MARKARIAN, Vania. Solari y Trías: dos trayectorias intelectuales en la Guerra Fría. Prismas: Revista de Historia Intelectual, n. 23, p. 227-233, 2019.
  • MARKARIAN, Vania. ¿Requiem para Solari? Relevos de la sociología universitaria uruguaya en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Tempo Social, v. 32, n. 2, p. 33-53, 2020.
  • MYERS, Jorge. Discurso por el contexto: hacia una arqueología de la historia intelectual en Argentina. Prismas: Revista de Historia Intelectual, n. 19, p. 173-182, 2015.
  • PALTI, Elías. De la historia de “ideas” a la historia de los “lenguajes políticos”: las escuelas recientes del análisis conceptual. El panorama latinoamericano. Anales, n 7-8, p. 63-81, 2005.
  • PRATES, Suzana. Los centros autónomos en ciencias sociales en el Uruguay: trayectorias y perspectivas Montevideo: Centro de Informaciones y Estudios del Uruguay; Ediciones de la Banda Oriental, 1987.
  • RAVECCA, Paulo. The politics of political science: re-writing Latin American experiences New York: Routledge, 2019.
  • RICO, Alvaro. Cómo nos domina la clase gobernante: orden político y obediencia social en la posdictadura 1985-2005 Montevideo: Trilce, 2005.
  • RODRÍGUEZ VILLAMIL, Sílvia; SAPRIZA, Graciela. Mujer, Estado y política en el Uruguay del siglo XX Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1984.
  • SIGAL, Silvia. Intelectuales y poder en la década del sesenta Buenos Aires: Punto Sur, 1991.
  • TARCUS, Horacio. Una invitación a la historia intelectual: palabras de apertura del II Congreso de Historia Intelectual de América Latina. Revista Pléyade, n. 15, p. 9-25, 2015.
  • TARDUCCI, Mónica; TREBISACCE, Catalina; GRAMMÁTICO, Karin. Cuando el feminismo era mala palabra: algunas experiencias del feminismo porteño Buenos Aires: Espacio Editorial, 2019.
  • TERÁN, Oscar. Nuestros años sesenta: la formación de la nueva izquierda intelectual argentina Buenos Aires: Siglo XXI , 2013.
  • TRAVERSO, Enzo. ¿Qué fue de los intelectuales?Buenos Aires: Siglo XXI , 2014.
  • TREBISACCE, Catalina. Un análisis de las narrativas construidas por las feministas de ATEM 25 de noviembre, en los ochenta, sobre el feminismo local precedente. In: JORNADAS DEL CENTRO INTERDISCIPLINARIO DE INVESTIGACIONES EN GÉNERO, 2., La Plata, Argentina. Anales […]. La Plata: CinIG, 2011.
  • VEIGA, Ana María. Feminismos em rede? Uma história da circulação de discursos e informações entre São Paulo e Buenos Aires (1970-1985) Tesis (Maestría en Historia Cultural), Universidade Federal de Santa Catarina. Florianópolis, 2009.
  • 1
    En una de las publicaciones de Rodríguez Villamil y Sapriza (1984), la editorial consignaba en la contratapa que ambas eran historiadoras formadas en la Facultad de Humanidades, casadas y madres de varios hijos (4 y 5 respectivamente).
  • 2
    Son varios los conceptos utilizados de forma simultáneo, pero en este texto optamos por el de trabajo invisible dado que es el término inaugurado por la argentina Isabel Larguía (1969) a quienes las uruguayas leían y tenían como una de las referentes.
  • 3
    La Cacerola, año 1, n. 1, p. 1, 1984.
  • 4
    La Cacerola, año 1, n. 1, p. 4, 1984.
  • 5
    La Cacerola, año 1, p. 6, 1984; La Cacerola, año 1, n. 2, p. 3, 1984; La Cacerola, año 1, n. 3, p. 6, 1984.
  • 6
    La Cacerola, año 1, n. 2, p. 3, 1984.
  • 7
    S.P. Las razones de un sistema. La Cacerola, año 1, n. 1, p. 4, 1984.
  • 8
    La Cacerola, año 1, n. 1, portada, 1984.
  • 9
    La Cacerola, año 1, n. 3, p. 6, 1984.
  • 10
    ILET. Unidad de Comunicación Alternativa de la Mujer, n. 16, La Cacerola, p. 12, s./f.
  • 11
    ILET. Unidad de Comunicación Alternativa de la Mujer, n. 16, La Cacerola, p. 10, s./f.
  • 12
    ILET. Unidad de Comunicación Alternativa de la Mujer, n. 16. La Cacerola, p. 13, s./f.
  • 13
    Sobre el materialismo francés en ATEM ver el detallado trabajo realizado por Luisina Bolla (2021).
  • 14
    Conclusiones de las Primeras Jornadas Nacionales de la Mujer y la Familia. Brujas, año 1, n. 3, p. 18, 1983.
  • 15
    Brujas, año 1, n. 2, p. 6, s/f.
  • 16
    Los dos libros publicados por Londoño serán prologados por Elvira Lutz, partera, sexóloga y feminista uruguaya referente en los temas de sexualidad.
  • 17
    Las primeras páginas del libro fueron publicadas en la edición de Brujas, año 4, n 9. La segunda entrega se realizó en Brujas, año 5, n. 11 y la tercera en Brujas, año 6, n. 12.
  • 18
    Marta Fontenla. Apuntes sobre política sexual. Brujas, año 6, n. 14, p. 34-39, 1988.
  • 19
    Ilse Kornreich. Continuum lesbiano. Brujas, n. 15, p. 12, 1989.
  • 20
    Sobre la trayectoria de Ilse Fuskova el documental “Ilse” es una referencia ineludible.
  • 21
    Hila Rais. Documento 3. Violencia sexual, lesbianismo: apuntes para una discusión feminista. Revista Travesías: Temas del Debate Feminista Contemporáneo, año 4, n. 5, p. 137, 1996.
  • 22
    Primeras Jornadas de Lesbianas. Brujas, año 11, n. 18, p. 34, 1992.
  • **
    Este artículo, escrito con la colaboración de Florencia Bentancor, presenta parte de los resultados del proyecto I+D “Hacia un pensamiento propio: la producción de ideas feministas del Sur entre el movimiento y la academia en el Río de la Plata”, financiado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para el período 2023-2025. Una parte importante de los archivos consultados para esa investigación corresponde a la colección Sexo y Revolución, Programa de memorias políticas feministas y sexogenéricas del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CEDINCI).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    02 Mayo 2025
  • Fecha del número
    2025

Histórico

  • Recibido
    30 Abr 2024
  • Acepto
    10 Set 2024
location_on
EdUFF - Editora da UFF Universidade Federal Fluminense, Instituto de História, Rua Prof. Marcos Waldemar de Freitas Reis, Bloco O, sala 503, CEP: 24210-201, Tel.: (+55 21)2629-2920, (+55 21)2629-2920 - Niterói - RJ - Brazil
E-mail: revistatempo.iht@id.uff.br
rss_feed Stay informed of issues for this journal through your RSS reader
Accessibility / Report Error