Open-access Diplomacia científica y neomalthusianismo: el rol de la Fundación Rockefeller en los inicios de la planificación familiar chilena

Scientific Diplomacy and Neo-Malthusianism: The Role of the Rockefeller Foundation in the Beginnings of Chilean Family Planning

Diplomacia científica e neomalthusianismo: o papel da Fundação Rockefeller nos inícios do planejamento familiar chileno

RESUMEN

Este artículo analiza la intersección entre diplomacia científica y neomalthusianismo durante la Guerra Fría, con énfasis en Chile en la década de 1960. Se argumenta que la diplomacia científica, al emplear la ciencia y la tecnología con fines de política exterior, facilitó la transferencia de conocimientos médicos y demográficos, consolidándose como un mecanismo de poder blando. Instituciones filantrópicas como la Fundación Rockefeller impulsaron programas de planificación familiar en países en desarrollo, articulando redes académicas, estatales y científicas para frenar el crecimiento poblacional. La visita de John D. Rockefeller III en 1966 evidenció el respaldo a estas iniciativas, mientras que la creación de organismos locales institucionalizó la planificación familiar dentro de las políticas de salud pública chilenas.

Palabras clave:
diplomacia científica; neomalthusianismo; Fundación Rockefeller; Guerra Fría; planificación familiar

ABSTRACT

This article analyzes the intersection between scientific diplomacy and neo-Malthusianism during the Cold War, focusing on Chile in the 1960s. It argues that scientific diplomacy, by using science and technology for foreign policy purposes, facilitated the transfer of medical and demographic knowledge, establishing itself as a mechanism of soft power. Philanthropic institutions such as the Rockefeller Foundation promoted family planning programs in developing countries, creating academic, governmental, and scientific networks to curb population growth. John D. Rockefeller III’s visit in 1966 highlighted official support for these initiatives, while the creation of local organizations institutionalized family planning within Chilean public health policies.

Keywords:
Scientific Diplomacy; Neo-Malthusianism; Rockefeller Foundation; Cold War; Family Planning

RESUMO

Este artigo analisa a interseção entre diplomacia científica e neomalthusianismo durante a Guerra Fria, com foco no Chile na década de 1960. Argumenta-se que a diplomacia científica, ao utilizar a ciência e a tecnologia para fins de política externa, facilitou a transferência de conhecimentos médicos e demográficos, consolidando-se como um mecanismo de poder brando. Instituições filantrópicas, como a Fundação Rockefeller, promoveram programas de planejamento familiar em países em desenvolvimento, articulando redes acadêmicas, governamentais e científicas para conter o crescimento populacional. A visita de John D. Rockefeller III em 1966 evidenciou o apoio oficial a essas iniciativas, enquanto a criação de organismos locais institucionalizou o planejamento familiar nas políticas de saúde pública chilenas.

Palavras-chave:
diplomacia científica; neomalthusianismo; Fundação Rockefeller; Guerra Fria; planejamento familiar

La diplomacia científica, entendida como el uso de la ciencia para promover la cooperación internacional y los objetivos de política exterior (Fedoroff, 2009; Ruffini, 2020), ha sido objeto de creciente interés desde el final de la Guerra Fría. Sin embargo, su historia se remonta a la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, al periodo posbélico, cuando la amenaza nuclear y la competencia tecnológico-militar incentivaron a la comunidad científica a adoptar un papel más activo en la escena internacional (Adamson; Lalli, 2021). Estos esfuerzos, enfocados inicialmente en la no proliferación de armas nucleares, pronto se ampliaron a otros ámbitos, como la cooperación en salud y la transferencia de tecnología sanitaria (Bashford, 2014).

El concepto de diplomacia científica ha sido abordado desde diversos enfoques. Para algunos autores, se trata de una expresión del poder blando (soft power) en la que la ciencia y la tecnología sirven como canales de acercamiento político, superando tensiones ideológicas o militares (Nye, 1990; 2008). Otros estudiosos proponen ir más allá, señalando que la diplomacia científica abarca tanto la negociación entre Estados como la formación de redes transnacionales en torno a problemas compartidos, tales como la salud global, el cambio climático o la seguridad alimentaria (Wilson, 2008; Ruffini, 2017; Kickbusch; Liu, 2022).

Desde el campo historiográfico, el interés en la diplomacia científica se ha centrado a menudo en la Guerra Fría, enfatizando la difusión y el control de la tecnología nuclear (Jacobsen; Olšáková, 2020). No obstante, la literatura reciente subraya la necesidad de una visión más amplia que considere otros ámbitos de cooperación y competencia, como la salud pública y la producción de conocimiento en países en desarrollo (Barrett, 2022; Rodríguez-Jiménez; Delgado Gómez-Escalonilla; Calandra, 2024). En este sentido, la diplomacia científica proporciona un prisma para analizar no solo la hegemonía tecnológica, sino también las negociaciones y los intercambios que se dan incluso en contextos de alto conflicto político.

En paralelo, el neomalthusianismo - o malthusianismo ambiental - resurgió con fuerza en el siglo XX, especialmente en el contexto de la Guerra Fría, articulado con preocupaciones sobre la sobrepoblación, la seguridad nacional y la sostenibilidad ambiental (Robertson, 2012; Mann, 2018; Merchant, 2021). Los defensores de esta corriente argumentaban que el rápido crecimiento demográfico en el Tercer Mundo no solo amenazaba la disponibilidad de recursos, sino también la estabilidad política y económica, facilitando la expansión del comunismo1.

La conjunción de diplomacia científica y neomalthusianismo se materializó en múltiples iniciativas de planificación familiar impulsadas por potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, a través de fundaciones como Rockefeller y Ford, y organizaciones como el Population Council y la International Planned Parenthood Federation (IPPF). Este artículo explora esa convergencia y sus repercusiones, con énfasis en el caso de Chile durante los años sesenta, donde la adopción de políticas de control de la natalidad reflejó tanto la influencia externa como la participación activa de élites médicas y académicas locales.

El neomalthusianismo y la diplomacia científica de la Fundación Rockefeller

El neomalthusianismo se basa en la premisa de que el crecimiento poblacional descontrolado conduce al agotamiento de los recursos y a la inestabilidad política (Connelly, 2008; Castro Arcos, 2017; Merchant, 2021). Thomas Malthus, en su Ensayo sobre el principio de población (1798), propuso la tesis de que la disponibilidad de alimentos y recursos nunca sería suficiente para sostener una población en crecimiento exponencial.

A lo largo del siglo XX, y fundamentalmente después de las guerras mundiales, la preocupación por la sobrepoblación cobró una dimensión crecientemente ambientalista y geopolítica, evidenciada en autores como William Vogt (1948), Fairfield Osborn (1948), Paul Ehrlich (1968) y Garrett Hardin (1968). Vogt y Osborn alertaron sobre el agotamiento de recursos naturales y la degradación de ecosistemas como consecuencia del aumento demográfico, mientras que Ehrlich, en The Population Bomb, popularizó la idea de una inminente crisis global - hambrunas masivas y conflictos - si no se contenía el crecimiento de la población. Por su parte, Hardin planteó en The Tragedy of the Commons que la sobreexplotación de bienes comunes era inevitable bajo un escenario de expansión poblacional, anclando así el debate en la relación entre comportamiento humano y sostenibilidad. No obstante, la influencia del neomalthusianismo no se limitó al ámbito ecológico: el Informe Draper (1959) y el NSSM 200 (1974) mostraron cómo, en plena Guerra Fría, el incremento demográfico en el Tercer Mundo se concebía como un riesgo estratégico para Estados Unidos, por facilitar la penetración de ideologías adversas y dificultar la estabilidad socioeconómica. Bajo esta lógica, la planificación familiar fue promovida como requisito indispensable para el desarrollo y la paz global, en consonancia con los objetivos geopolíticos del bloque occidental (Connelly, 2008; Castro Arcos, 2017; Calandra, 2020).

La planificación familiar en Chile no puede entenderse sin su relación con el contexto internacional de la posguerra. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos promovió programas de control demográfico en América Latina a través de la Alianza para el Progreso y la USAID, con el fin de mitigar los efectos de la explosión demográfica y prevenir el surgimiento de movimientos radicales entre las clases más desfavorecidas. Chile, con su institucionalidad médica avanzada y su creciente apertura a la planificación familiar, se convirtió en un caso paradigmático dentro de la región (Castro Arcos, 2017; Zárate Campos; González Moya, 2015). Es importante señalar que Estados Unidos respaldó decididamente la política interna chilena como estrategia para frenar el avance del comunismo, especialmente al financiar la candidatura de Eduardo Frei Montalva y su gobierno. La Democracia Cristiana (PDC) alineó sus intereses con la Alianza para el Progreso, lo que le permitió acceder a significativos recursos para las elecciones de 1964, 1965 y su administración posterior (Castro Arcos; Harvey-Valdés, 2024). Según la Comisión Church, los aportes norteamericanos superaron los cuatro millones de dólares, aunque el exembajador Edward Korry estimó la cifra en cerca de veinte millones, canalizados por diversas vías2.

El programa de desarrollo impulsado por John F. Kennedy, conocido como la Alianza para el Progreso, también jugó un papel importante en el financiamiento de la planificación familiar en América Latina. En 1963, el Dr. Teodoro Moscoso, administrador de la AID para la región, anunció en una cena privada con delegados de la IPPF que la Alianza financiaría programas de control natal no solo en gobiernos, sino también en organizaciones privadas. Este financiamiento fue confidencial, lo que evidenció la sensibilidad política del tema3.

Desde su creación en 1913, la Fundación Rockefeller se ha posicionado como una de las instituciones filantrópicas más influyentes del mundo. Durante el siglo XX, amplió su alcance para incluir temas como la salud pública, la agricultura, el desarrollo económico y, notablemente, la planificación familiar (Seim, 2013; Merchant, 2021). Sin embargo, durante la posguerra, instituciones como el Population Council, fundado en 1952 por John D. Rockefeller III, y organismos de Naciones Unidas como la UNESCO y la OMS, comenzaron a vincular explícitamente el crecimiento poblacional con problemas de seguridad nacional, desarrollo económico y estabilidad global (Birn, 2006; Birn; Necochea López, 2011; Castro Arcos, 2022). La Fundación Rockefeller, junto con otras entidades como la Ford Foundation, desempeñó un papel crucial en la institucionalización de la planificación familiar como política global. Como mencionamos, en 1952 John D. Rockefeller III lideró la creación del Population Council tras advertir la falta de respuestas científicas y políticas a los desafíos demográficos. Este organismo, junto con redes científicas y fundaciones privadas, financió investigaciones que promovían tecnologías anticonceptivas y argumentaban que la reducción del crecimiento poblacional era esencial para el desarrollo económico en países subdesarrollados. Según Matthew Connelly, en su libro Fatal Misconception: The Struggle to Control World Population (2008), John D. Rockefeller III promovió reuniones de expertos, como la de Williamsburg en 1952, para consolidar un enfoque interdisciplinario que integrara demografía, biología y economía. Esta estrategia legitimó el control natal como una necesidad técnica más que como una cuestión política, lo que facilitó su aceptación internacional (Merchant, 2021; Castro Arcos, 2017). De manera concertada, estas fundaciones financiaron proyectos en países de Asia, África y América Latina, contribuyendo a la formación de una élite académica y política comprometida con la visión neomalthusiana.

De este modo, la estrategia de la Fundación Rockefeller combinó la financiación de centros de investigación y la colaboración directa con agencias gubernamentales, bajo el supuesto de que así se lograría mayor incidencia en las políticas públicas (Kilby, 2021, p. 25). Esto formó parte de una diplomacia del desarrollo, en la que Estados Unidos buscaba promover la modernización económica y social de las regiones subdesarrolladas, al tiempo que contenía la expansión ideológica de la Unión Soviética (Cullather, 2010; Latham, 2011). Programas de intercambio cultural, becas para científicos y la creación de instituciones dedicadas a la demografía y la salud pública fueron elementos clave de esta diplomacia.

Como es posible observar, la influencia de la Fundación Rockefeller se extendió a múltiples niveles. A nivel científico, patrocinó investigaciones pioneras en demografía y planificación familiar, muchas de ellas ejecutadas en colaboración con la ONU (Parmar, 2012). A nivel político, Rockefeller utilizó su prestigio y contactos para persuadir a líderes internacionales de la importancia del control poblacional como estrategia de desarrollo. Además, su intervención no se limitó a discursos; financiaron directamente programas de planificación familiar en países como Chile, Corea del Sur y Pakistán. En este sentido, la Fundación no solo actuó como un catalizador del cambio, sino también como un actor político que moldeó las prioridades de desarrollo de las naciones receptoras. Lejos de ser puramente filantrópicas, estas iniciativas reflejaron una lógica neomalthusiana de vincular la reducción de la natalidad con la prosperidad económica y la estabilidad política, contribuyendo a moldear las prioridades de desarrollo en buena parte del mundo (Birn, 2006; Kilby, 2021).

La Fundación Rockefeller y la Diplomacia científica neomalthusiana en Chile (1960-1970)

Chile representa un caso paradigmático de cómo la diplomacia científica y el neomalthusianismo se articularon en la práctica. Durante la década de 1960, la Fundación Rockefeller, el Population Council y la IPPF establecieron colaboraciones con universidades y organismos gubernamentales chilenos para impulsar programas masivos de planificación familiar (Castro Arcos, 2017; Zárate Campos; González Moya, 2015). El objetivo declarado era reducir las tasas de natalidad y promover el desarrollo económico, en línea con la lógica malthusiana de la época (Pieper, 2009). No obstante, uno de los frutos más relevantes de los entrecruces de la diplomacia científica de la Guerra Fría Latinoamericana, fue la creación de una red de agentes científicos entre el norte, el sur, y el sur-sur global.

La construcción de redes científicas durante la Guerra Fría da cuenta de diversos episodios de intersección entre ciencia, política y poder. Este proceso, que se desarrolló intensamente en América Latina y particularmente en Chile, evidencia cómo la diplomacia científica funcionó como un mecanismo de intercambio de técnicas, saberes, metodologías e influencia geopolítica, en la que inclusive, desde las lecturas del Departamento de Estado, el factor contención de la “explosión demográfica” se convirtió en un objetivo estratégico de la política exterior estadounidense. La creación de una élite científica local vinculada con centros de estudios, médicos, laboratorios y agentes del “primer mundo” significó un elemento central de la historia de la diplomacia científica de Guerra Fría. El médico chileno Hernán Romero, considerado uno de los más destacados promotores del neomalthusianismo en Latinoamérica, afirmaba lo siguiente:

Cada día son menos los que disienten de la opinión prevaleciente de que el crecimiento de población constituye para el mundo en general, y para el subdesarrollo en particular, el problema más grave que ha afrontado la humanidad. John D. Rockefeller III ha anotado que supera al peligro de las armas nucleares, puesto que éstas pueden no emplearse jamás, mientras que esa fundación de individuos está constantemente desgastando los recursos y debilitando los cuerpos sociales4.

En la construcción de una red de científicos “en sintonía” con las preocupaciones del norte global, el caso chileno resulta particularmente ilustrativo. El programa de becas entre la Fundación Rockefeller y la Universidad de Chile produjo una generación de especialistas en salud pública, incluyendo figuras como Mariano Requena, Onofre Avendaño, Tegualda Monreal y Fernando Monckeberg. Sin embargo, destacan especialmente Benjamín Viel y Hernán Romero, formados en Harvard y Columbia respectivamente, quienes posteriormente ocuparon posiciones estratégicas en organismos internacionales como la OMS y la OIT (Castro Arcos, 2024).

Es importante destacar que la Fundación Rockefeller tuvo un rol central en la expansión de la diplomacia científica en América Latina. Desde la década de 1940, promovió el desarrollo de la salud pública y la medicina preventiva en Chile, financiando la formación de expertos y la creación de instituciones como la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Chile, fundada en 1944 con una donación inicial de US$ 75.000 (Hevia, 2006, p. 171). Como lo plantea Karina Ramacciotti, el apoyo inicial reforzó la formación universitaria en salud pública, siendo financiada por la Fundación Rockefeller hasta 1949 y luego integrada de forma autónoma a la Universidad de Chile (Ramacciotti, 2019).

Durante la década de 1960, la Fundación Rockefeller amplió su intervención en Chile, promoviendo la planificación familiar como un componente esencial del desarrollo y de la ansiada modernización socioeconómica (Latham, 2011; Rinke, 2014, p. 238). Esta estrategia se basó en la idea de que el crecimiento acelerado de la población exacerbaba la pobreza y la desigualdad, y que la reducción de la natalidad permitiría un desarrollo económico más sostenible. En 1957, los médicos Benjamín Viel y Onofre Avendaño viajaron a Estados Unidos para observar la enseñanza de la medicina preventiva y la obstetricia en hospitales norteamericanos. Estos viajes permitieron que los científicos chilenos absorbieran modelos de salud pública y adaptaran estrategias de planificación familiar en Chile, alineadas con los enfoques promovidos por la Fundación Rockefeller y el Population Council5. Este tipo de intercambio formativo consolidó un grupo de profesionales que lideraría la implementación de programas anticonceptivos en Chile, generando redes de influencia dentro del sistema de salud pública norteamericano. A partir de la experiencia adquirida en medicina preventiva y en obstetricia, el equipo obtuvo una visión estructural que guio la organización de la fase clínica de la planificación familiar en el país austral y, a su vez, sirvió como hoja de ruta para otros países en desarrollo.

La llegada de la píldora anticonceptiva en los sesenta, resultado de investigaciones promovidas por la Fundación Worcester y la Universidad de Harvard, marcó un hito en la revolución de la planificación familiar (Mena, 1977, p. 20; Marks, 2001). La accesibilidad a métodos anticonceptivos y la formación de redes de médicos comprometidos con la salud reproductiva fueron factores determinantes en la popularización de la planificación familiar en Chile. De acuerdo con Lara V. Marks (2001) desde sus primeros ensayos clínicos hasta la actualidad, cerca de 200 millones de mujeres han utilizado la píldora anticonceptiva. En Chile, su llegada fue impulsada por la IPPF y la Fundación Rockefeller, que promovieron su distribución en centros de salud pública y hospitales.

En este contexto, el Dr. John Rock - considerado uno de los padres de la píldora anticonceptiva - llegó a impartir cursos y seminarios en la Universidad de Chile. En noviembre de 1965, por ejemplo, más de cien profesionales chilenos y extranjeros (principalmente latinoamericanos) participaron en once días de formación a cargo del propio Dr. Rock (Castro Arcos, 2024). Iniciativas como esta fueron fruto de redes de reciprocidad, asistencia y cooperación entre agencias estatales estadounidenses (USAID), organismos chilenos (SNS, Universidad de Chile, hospitales públicos), fundaciones internacionales (Population Council, Rockefeller, Ford) y organizaciones nacionales (APROFA), con el auspicio de laboratorios farmacéuticos como Schering, Syntex y Searle6.

El impacto de estas organizaciones se vio reflejado en la creación de programas anticonceptivos masivos, la financiación de centros de salud especializados y la capacitación de médicos en universidades estadounidenses. Estos esfuerzos culminaron en la aprobación oficial del primer programa de regulación de la natalidad por el gobierno chileno en 1965, con la integración del Servicio Nacional de Salud (SNS) en estas iniciativas.

De acuerdo con el doctor Guillermo Adriazola la implementación eficiente de la planificación familiar en Chile durante los sesenta se benefició de diversos factores. En primer lugar, un entorno cultural liberal y una opinión pública bien informada contribuyeron a la aceptación temprana de estas políticas. Asimismo, las elevadas tasas de aborto, que implicaban altos costos en salud pública, y el impacto de la sobrepoblación en los sectores más pobres evidenciaron la urgencia de adoptar medidas de planificación familiar. Además, la postura moderada de la Iglesia Católica facilitó la legitimación del programa, mientras que los avances científicos en anticoncepción ofrecieron soluciones tecnológicas innovadoras7. Según Adriazola, esta confluencia de condiciones favoreció una transformación cultural que, con el paso del tiempo, “condujo a una disminución sustancial de la tasa de natalidad en el país”8.

La Fundación Rockefeller contribuyó a la formación de especialistas en el área de la planificación familiar, y también financió programas piloto en hospitales públicos para evaluar la factibilidad de extender estas intervenciones a un nivel nacional. Un ejemplo ilustrativo es el Proyecto San Gregorio, instaurado en 1965 en la comuna de La Granja, el cual recibió un financiamiento de US$ 105.250 de la propia Fundación y del Population Council entre 1965 y 19699. Orientado a medir el impacto del control de la natalidad en comunidades de bajos recursos, el proyecto logró una disminución del 19,4% en la tasa de natalidad en cuatro años, junto con una reducción del 40,2% en el número de abortos y un mayor acceso a métodos anticonceptivos por parte de mujeres de sectores populares. No obstante, la iniciativa también enfrentó cuestionamientos debido a la insuficiente promoción de educación sexual en la población y la priorización del uso del DIU, en detrimento de una oferta más diversificada de opciones anticonceptivas10.

En el Hospital Barros Luco-Trudeau de Santiago, donde se desarrollaban programas de planificación familiar financiados por la Fundación Rockefeller, el equipo liderado por el Dr. Onofre Avendaño impulsó la inserción masiva de dispositivos intrauterinos (DIUs) en mujeres de bajos recursos. Según los informes de la época, entre 1966 y 1969 se colocaron más de 5.000 DIUs, lo que contribuyó a reducir las complicaciones médicas derivadas de abortos inseguros11. Otro hito importante fue la financiación del programa de distribución de dispositivos intrauterinos (DIU), liderado por los doctores Benjamín Viel y Jaime Zipper, el cual buscaba ofrecer un método accesible y eficaz para el control de la fertilidad. En 1966, se reportó que 117.309 mujeres chilenas usaban el DIU como método anticonceptivo12.

El Proyecto Quinta Normal, impulsado por la Universidad de Chile y financiado con US$ 150.000 por la Fundación Rockefeller, se centró en la investigación de la viabilidad de la planificación familiar en el posparto. Este estudio permitió la introducción del DIU como método preferido y facilitó el acceso de mujeres de sectores populares a servicios anticonceptivos13. Viel recalcaba a su intermediario que los costos de estos insumos debían ser cargados a la Fundación Rockefeller, “de la misma manera que se ha hecho antes”14.

El Proyecto de Control de Natalidad en La Calera, también patrocinado por la Fundación Rockefeller con un monto de US$ 8.000 iniciales y US$ 6.000 anuales, fue implementado en una localidad de trabajadores con alta tasa de natalidad. Su objetivo era replicar el modelo de San Gregorio en contextos semi-rurales, promoviendo la regulación de la fecundidad en sectores obreros15. Asimismo, el programa de Planificación Familiar en el Área Occidente de Santiago, que cubría comunas como Peñaflor, Isla de Maipo, El Monte y Talagante, recibió financiamiento internacional y del gobierno chileno, logrando una cobertura completa en la región para 1967. El costo presupuestario por mujer en un programa de planificación familiar patrocinado por la Fundación Rockefeller era de US$ 5 anuales, lo cual ascendería a US$ 6 al considerar el trabajo en zona rural16.

Varios médicos desempeñaron roles clave en estos programas. El Dr. Juan Zañartu, desde la Universidad de Chile, lideró proyectos de investigación en fertilidad y formación de especialistas en regulación de natalidad, financiado con US$ 150.000 por la Fundación Rockefeller17. El Dr. Mariano Requena, en colaboración con la Universidad de Harvard, dirigió un programa que involucró la colocación de anillos intrauterinos en miles de mujeres chilenas para evaluar su efectividad. Por su parte, el Dr. Onofre Avendaño participó activamente en la implementación del programa de planificación familiar en Valparaíso y Concepción, financiado con US$ 300.000 por la Fundación Rockefeller. Entre las investigaciones más relevantes en América Latina se encuentra la realizada por Rolando Armijo y Tegualda Monreal, apoyados por la Fundación Milbank. Este estudio se propuso identificar los motivos que impulsaban a mujeres en situación de vulnerabilidad, residentes en el área urbana de Santiago y con edades entre 25 y 45 años, a recurrir al aborto, además de examinar las actitudes relacionadas tanto con esta práctica como con la planificación familiar (Armijo; Monreal, 1964; Armijo; Monreal, 1965; Zárate Campos; González Moya, 2015, p. 216-217). La Dra. Sylvia Plaza, de la Cátedra de Salud Materno Infantil, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, presentó un estudio longitudinal de cuatro años, para investigar los efectos de la anticoncepción (US$ 53.000)18. Estas figuras médicas, junto con otros especialistas como el Dr. Samuel Middleton, fueron fundamentales en la expansión y consolidación de la planificación familiar en Chile.

Como es posible observar, la financiación y el apoyo técnico proporcionado por la Fundación Rockefeller fueron trascendentales para el éxito del proyecto. A través de sus programas la fundación no solo aportó recursos financieros, sino que también otorgó acceso a expertos internacionales que ayudaron a establecer un marco teórico y práctico para la planificación familiar en Chile. La llegada del Dr. Armand Mattelart a la Universidad Católica, por ejemplo, introdujo nuevas perspectivas en el campo de la sociología y la demografía, fomentando un enfoque más crítico y multidisciplinario en el estudio de la población (Garretón, 2005).

A diferencia de la Universidad de Chile, que adoptó un enfoque científico y biomédico, la Pontificia Universidad Católica abordó los estudios de población desde una perspectiva sociológica y filosófica, con un fuerte vínculo con la doctrina social de la Iglesia católica. El sacerdote Roger Vekemans, director del Centro de Investigaciones Sociológicas de la UC, recibió en 1964 un financiamiento de US$ 380.000 de la Fundación Rockefeller para consolidar un núcleo de investigación en estudios poblacionales19. Uno de los logros de Vekemans fue gestionar la llegada del demógrafo belga Armand Mattelart, discípulo de Alfred Sauvy, quien aportó una visión más crítica sobre el neomalthusianismo y su impacto en la planificación familiar en países de tradición católica20. A pesar de la financiación de la Fundación Rockefeller, Mattelart promovió un debate más abierto sobre los efectos del control natal y sus implicaciones éticas.

Esto en Chile puede traer problemas, sobre todo a la Comisión de Planificación de la Familia, en el que un doctor Mendoza de Puerto Rico (cercano al círculo de J. Mayone Stycos) no es lo suficientemente diplomático, demasiado agresivo, demasiado concentrado en un programa de acción inmediata. Los comunistas ya lo han atacado, y la Iglesia puede atacarlo21.

Roger Vekemans insistió en que la regulación de la fecundidad debía hacerse bajo un marco compatible con la Iglesia Católica. Desde la Fundación Rockefeller gustó bastante que Vekemans fortaleciera la unión de un tipo de religiosidad flexible con los estudios teóricos que incluían análisis de los problemas del desarrollo socioeconómico chileno y de su composición demográfica.

Ahora bien, en la Fundación Rockefeller existía la expectativa de que todos los países realizaran censos periódicos y comunicaran datos a la División de Población de la ONU, aquella inquietud impulsó la necesidad de formar especialistas en demografía (Merchant, 2021). Esta urgencia fue aprovechada por instituciones como el Population Council y la Universidad de Chicago, donde el sociólogo Philip Hauser se encargó de reclutar estudiantes internacionales con el propósito de capacitarlos en el análisis demográfico y en la aplicación de la teoría de la transición demográfica. Hauser y otros directores de centros de investigación promovieron una visión que combinaba la necesidad de modernizar la recopilación de datos con la creencia de que el crecimiento poblacional descontrolado era una barrera para el desarrollo económico (Schlosser, 2009). En este sentido, los demógrafos formados en universidades estadounidenses no solo regresaban a sus países con conocimientos técnicos, sino también con una visión ideológica que asociaba la planificación familiar con el progreso y la estabilidad económica.

Un caso emblemático en América Latina fue la creación del Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE) en Chile, en 1962, con financiamiento inicial de US$ 260.000 de la Fundación Rockefeller, gestionados a través del Population Council. Este centro no solo recopiló y analizó datos demográficos, sino que también jugó un rol clave en la difusión del discurso neomalthusiano en la región. El CELADE funcionó como un laboratorio donde se legitimaron los estudios sobre la “explosión demográfica” y donde se generaron insumos técnicos para justificar la expansión de políticas de planificación familiar en Chile y otros países latinoamericanos.

Agentes y visitas de la diplomacia científica neomalthusiana

Ofelia Mendoza, socióloga hondureña, jugó un papel fundamental en la implementación de programas de planificación familiar en Chile, actuando como directora de campo de la International Planned Parenthood Federation (IPPF) para la región del Hemisferio Occidental (Necochea López, 2009; Castro Arcos, 2017; Zárate Campos; González Moya, 2015). Su trabajo se inscribió dentro de una agenda más amplia de control natal promovida por Estados Unidos, el Population Council y la Fundación Rockefeller, que consideraban la regulación de la natalidad como una estrategia clave para el desarrollo económico y la estabilidad social en los países del Tercer Mundo.

Mendoza encabezó una ofensiva diplomática y técnica para posicionar la planificación familiar como un componente esencial de la salud pública latinoamericana. Su liderazgo se reflejó en la fundación de organismos nacionales de planificación familiar en ciudades clave de la región, tales como Ciudad de México (1959), Montevideo (1961) y Santiago de Chile (1962), entre otras. El arribo de Mendoza a Chile ese mismo año se produjo en un contexto de tensiones entre el creciente respaldo a la regulación de la natalidad - por motivos de salud y desarrollo económico - y la oposición de sectores conservadores e instituciones religiosas. Pese a este escenario, Mendoza articuló alianzas estratégicas con el Servicio Nacional de Salud (SNS) y las universidades, persuadiendo a médicos y autoridades gubernamentales de que la planificación familiar contribuiría a reducir los abortos clandestinos y la mortalidad materno-infantil. En ese contexto, se conformó un Comité Asesor bajo la coordinación del Dr. Gustavo Fricke, que integró a profesores de Obstetricia, Ginecología, Higiene-Medicina Preventiva y de Higiene Materno-Infantil de la Universidad de Chile, además de jefes de servicios y directivos de la Dirección General. A partir de este grupo surgió el Comité de Protección de la Familia, adscrito al Subdepartamento de Fomento de la Salud y presidido por la Dra. Luisa Pfau, jefa de la misma oficina. Con entusiasmo, el Dr. Fricke informaba constantemente a Mendoza sobre los progresos alcanzados:

Estimada Dr. Mendoza. Me complace informarles que el 16 de mayo de 1962, el Comité Nacional de Chile para la Planificación Familiar fue creado bajo mi presidencia y bajo la jurisdicción de la Viceconsejería de Promoción de la Salud. Estaré muy feliz de mantenerlos informados sobre el programa en la Comisión Chilena, y le agradecería mucho si la Federación pudiera enviar directamente al Comité todo el material informativo disponible22.

La eficacia de la ofensiva de Mendoza en Chile descansó en tres ejes principales. Primero, estableció puentes con élites médicas - como Hernán Romero, Benjamín Viel y Jaime Zipper - que, gracias a su liderazgo académico y clínico, legitimaron el uso de anticonceptivos y promovieron proyectos piloto en hospitales públicos con financiamiento de la IPPF y la Fundación Rockefeller. Segundo, priorizó la formación de un marco institucional sólido, cuyo exponente más destacado fue la creación del Comité Chileno de Protección de la Familia (1962), posteriormente conocido como APROFA. Esta entidad desempeñó un papel central en la distribución de anticonceptivos y en la educación sexual, con el fin de disminuir el número de abortos clandestinos y las muertes maternas asociadas. Tercero, compartió herramientas metodológicas y comunicacionales para propiciar un cambio de mentalidad al sensibilizar a la opinión pública y a los líderes políticos sobre el impacto positivo que la regulación de la natalidad podía tener en el desarrollo económico y social del país.

La agente de campo informaba que, entre 1962 y 1963, se ampliaron los servicios de planificación familiar a diez hospitales: siete en Santiago, uno en Concepción, otro en Antofagasta y el Hospital Regional de Temuco. A la par, describió el rol específico de diversos proyectos enfocados en reducir la tasa de natalidad en Chile;

El Dr. Jaime Zipper planea colocar 30.000 anillos intrauterinos en un año para ver qué efecto tiene este servicio de control de la natalidad de masas en la reducción de la tasa de aborto. Hay otros dos proyectos independientes de investigación: uno patrocinado por la Universidad de Harvard y el otro a la espera de la aprobación del Consejo de Población23.

En la intensa labor de Mendoza en Chile, el más importante hito fue la creación de APROFA, ya que constituyó un hito en la institucionalización de la planificación familiar como política pública en Chile. Sus objetivos - reducir los abortos clandestinos, disminuir la mortalidad materna y difundir la importancia de la regulación de la natalidad - fueron respaldados por campañas de educación sexual y la facilitación de métodos anticonceptivos en hospitales y consultorios. Este posicionamiento local resonó en el ámbito internacional, atrayendo la atención - y la inversión - de entidades filantrópicas como la Fundación Rockefeller y el Population Council, que encontraron en la obra de Mendoza y de APROFA un entorno propicio para canalizar financiamiento y conocimientos técnicos. APROFA fue recibiendo progresivamente donaciones que iban desde US$ 130.000 en 1966 hasta US$ 300.000 en 1970, según datos de la IPPF. A fines de los sesenta, la USAID suscribió acuerdos con el Servicio Nacional de Salud (SNS), el Ministerio de Educación y la Universidad de Chile, lo que posibilitó la expansión del acceso a métodos anticonceptivos en zonas rurales y sectores de bajos ingresos. Entre 1968 y 1970, Estados Unidos destinó a Chile un total de US$ 968.000 en 1968, US$ 444.000 en 1969 y US$ 465.000 en 1970 para impulsar programas de control de la natalidad. Esta inyección de recursos facilitó la institucionalización de la planificación familiar como política pública, aunque también incrementó la dependencia del financiamiento externo, generando tensiones políticas a mediano y largo plazo. Como explica Matthew Connelly, la fuerte dependencia de la financiación internacional para sostener los programas de planificación familiar, observada en países del tercer mundo como Corea del Sur, Pakistán, Tailandia y Túnez - donde al menos dos tercios del presupuesto provenían de fuentes externas - evidencia el rol determinante de la ayuda extranjera en la configuración de las políticas de control natal. Esta dinámica facilitó que los líderes nacionales aceptaran las iniciativas impulsadas por John D. Rockefeller III, puesto que los costos no recaían directamente sobre sus propios gobiernos. Rockefeller actuaba como un embajador internacional de la planificación familiar, y por tanto, articuló la convergencia de intereses entre potencias donantes y élites locales, consolidando así la institucionalización del control poblacional como prioridad en la agenda de desarrollo (Connelly, 2008, p. 279).

En 1967, el gobierno chileno asignó US$ 400.000 para la distribución de anticonceptivos en el Servicio Nacional de Salud (SNS), lo que marcó el inicio de un financiamiento mixto entre fondos estatales y donaciones internacionales. Para 1969, más de 100.000 mujeres (44% de la población femenina en edad fértil) habían recibido un DIU dentro del programa patrocinado por la Fundación Rockefeller. De esta manera, Chile comenzó a perfilarse en modelo de cómo la diplomacia científica y la filantropía podían confluir para impulsar reformas en salud pública con una dimensión global, al tiempo que contribuían a la formación de líderes locales comprometidos con la modernización del país. Para muchos observadores optimistas el país del extremo sur podría convertirse en ejemplo de freno a la explosión demográfica a causa de la eficiente campaña de planificación familiar: “La acción de Chile - en materias de anticoncepción - anticipa medidas similares en todo el hemisferio occidental”24.

Interesado en constatar los avances del “experimento chileno” en materias de planificación familiar, John D. Rockefeller III visitó Chile del 29 de octubre al 1 de noviembre de 1966. Heredero de la influyente dinastía Rockefeller y fundador del Population Council, Rockefeller III impulsó la planificación familiar como herramienta de desarrollo económico y estabilidad social, en sintonía con la visión neomalthusiana predominante en la política de salud pública de Estados Unidos. La gira incluyó el seguimiento de los proyectos financiados por la Fundación Rockefeller, el fortalecimiento de lazos con actores clave del ámbito político y académico, y la promoción de la integración de Chile en la red global de planificación familiar gestionada por la IPPF y el Population Council. Su presencia, por tanto, tuvo implicaciones más allá del ámbito médico, reforzando la inserción de Chile en una estrategia de cooperación internacional que buscaba exportar modelos de modernización y control poblacional (Mundigo, 1992).

Durante su estadía, Rockefeller se reunió con prominentes figuras locales, entre las que sobresalen el Dr. Hernán Romero - anfitrión de una reunión en Las Vizcachas - y el Ministro de Salud, Ramón Valdivieso. También visitó la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile y el Hospital Barros Luco-Trudeau, donde conversó con el Dr. Onofre Avendaño y otros médicos responsables de la provisión de tecnología anticonceptiva. Este recorrido permitió a Rockefeller constatar el avance de las políticas de control de la natalidad en el país y reforzar los nexos con líderes de opinión como el sacerdote jesuita Roger Vekemans, director de DESAL y CELAP. El momento cúlmine de la visita fue el almuerzo privado con el presidente Eduardo Frei Montalva en Viña del Mar, en el que el mandatario subrayó los progresos “modestos, pero efectivos” de la planificación familiar, dejando entrever el apoyo oficial para la expansión de estos programas25. En sus registros personales, Rockefeller destacó el papel de Chile como pionero en América Latina, evidenciando el éxito de la cooperación técnica y financiera de la Fundación Rockefeller. Se refirió a Frei como un hombre caluroso, y muy agradable: “Hablamos acerca de nuestra declaración de líderes mundiales - apoyando los planes de control de la natalidad -, con la cual -Freise consideró completamente favorable (o de acuerdo)”26.

A pesar del balance positivo presentado por John D. Rockefeller III, surgieron denuncias sobre prácticas que contravenían principios éticos fundamentales, en particular la inserción de dispositivos intrauterinos (DIU) sin el consentimiento informado de las pacientes en hospitales públicos, cuestión que también puso en tela de juicio los incentivos económicos para los médicos por cada inserción realizada, práctica que suscitó críticas en cuanto a la integridad profesional27. Estos señalamientos, respaldados por informes confidenciales de la propia Fundación Rockefeller, pusieron de relieve la tensión inherente entre la promoción internacional de la planificación familiar y la posible coerción en su implementación28.

En síntesis, la visita de Rockefeller consolidó el apoyo financiero y logístico a los programas chilenos de control de la natalidad, también expuso el debate sobre la legitimidad de la injerencia extranjera en políticas de salud y la necesidad de salvaguardar los derechos de las mujeres en la prestación de servicios. Este dilema ético-político se convertiría en un punto crítico para la historiografía de la salud global, al cuestionar la relación entre cooperación internacional, intereses geopolíticos y bienestar de la población local.

La posterior visita de Nelson Rockefeller a América Latina en 1968, en calidad de Misión Presidencial para informar al Ejecutivo y al Congreso de Estados Unidos sobre la situación regional, acentuó la perspectiva neomalthusiana. En su célebre “Informe Rockefeller” (1969), se subrayó cómo la sobrepoblación, evidenciada en el hacinamiento de los barrios marginales, agravaba todos los demás problemas sociales y hacía urgente la adopción de políticas de control natal. Según el propio Rockefeller - exgobernador de Nueva York y entonces vicepresidente de Estados Unidos -, la relevancia de mitigar el crecimiento poblacional y la necesidad de planificación familiar surgían voluntariamente de voces muy diversas en cada país: no solo médicos y funcionarios de salud, sino también educadores, científicos, representantes de organizaciones femeninas, ministros de economía y directores de planeamiento. No obstante, muchos reconocieron que no podían adoptar una postura pública al respecto, dada la alta carga emocional y la controversia que el tema generaba en algunos países del hemisferio. Aun así, en privado manifestaron posturas francas y realistas. Tal como señaló Rockefeller, sus consejeros observaron “un nuevo ímpetu por el planeamiento familiar que se origina en las mujeres de la América Latina”29.

Conclusiones

El caso chileno evidencia cómo la diplomacia científica puede funcionar como una forma de poder blando, persuadiendo a élites locales a adoptar políticas alineadas con los intereses de la potencia emisora (Nye, 1990; 2008). Sin embargo, va más allá de la simple persuasión: la provisión de recursos financieros, la generación de infraestructura científica y la formación de especialistas en el extranjero crean lazos de dependencia y reciprocidad que facilitan la transmisión de agendas políticas e ideológicas (Calandra; Franco, 2012). De este modo, la diplomacia científica en salud - también denominada “diplomacia sanitaria” (Kickbusch; Liu, 2022) - no solo atiende a objetivos humanitarios, sino que contribuye a la consolidación de alianzas estratégicas y al reforzamiento de posicionamientos geopolíticos.

Según Marcos Cueto y Steve Palmer, a partir de finales de la década de 1950, Estados Unidos desarrolló una política de cooperación bilateral más flexible, sofisticada y mejor dotada de recursos. La adopción de enfoques similares al de la Fundación Rockefeller - caracterizados por una influencia sobre asuntos locales, pero con un perfil público discreto - sustentó negociaciones políticas cuidadosas con los gobiernos de América Latina y el Caribe, así como una intervención decisiva en las agencias multilaterales. Para Cueto y Palmer, el éxito de estas relaciones bilaterales y de la diplomacia ejercida a través de redes médico-científicas quedó evidenciado en los profundos cambios demográficos registrados en la región después de la década de 1950 (Cueto; Palmer, 2015, p. 141).

Uno de los objetivos primordiales de la planificación familiar en Chile consistía en reducir la tasa de natalidad para impulsar el desarrollo económico y aliviar la presión sobre los recursos públicos, un propósito en el que resultaron determinantes los programas financiados por la Fundación Rockefeller y otras organizaciones. La tasa de natalidad pasó de 37,1 nacimientos por cada 1.000 habitantes en 1964 a 26,9 en 1970, para descender aún más a 22,1 en 1975, lo que representó una merma sin precedentes de 27,5% en tan solo una década. Varios factores explican este logro: la amplia disponibilidad de métodos anticonceptivos (en especial DIUs, de los cuales se distribuyeron 100.653 unidades a un 44% de las mujeres en edad fértil entre 1965 y 1969), la formación de personal médico y matronas en la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Chile mediante becas de la Fundación Rockefeller y la labor de la Asociación Chilena de Protección de la Familia (APROFA) en la divulgación de información sobre control natal. Esta notable disminución de la natalidad se reflejó, a su vez, en mayores oportunidades de educación, una menor incidencia de pobreza extrema y una mejora general en la calidad de vida de la población chilena.

La diplomacia científica y el neomalthusianismo confluyeron de manera notable durante la Guerra Fría, marcando la historia de la salud pública y la planificación familiar en países del tercer mundo. En Chile, la adopción de programas de control de la natalidad entre 1960 y 1970 fue el producto de una colaboración estrecha entre actores internacionales - como la Fundación Rockefeller, el Population Council y la IPPF - y élites académicas y políticas locales.

El objeto de estudio analizado pone de relieve el potencial de la diplomacia científica para moldear realidades nacionales a través de la provisión de conocimiento, tecnología y recursos financieros. Asimismo, plantea preguntas sobre la relación entre ciencia y poder, invitando a una reflexión más amplia sobre cómo las ideas científicas se insertan en proyectos políticos globales. El neomalthusianismo, en este contexto, funcionó como un lenguaje legitimador que permitió a las potencias occidentales participar en los asuntos domésticos de países en desarrollo, mientras que las élites locales encontraron en estas políticas una vía de modernización y reconocimiento internacional.

En suma, analizar la intersección entre diplomacia científica y neomalthusianismo en Chile ilustra los matices de una forma de cooperación internacional que, si bien buscó mejorar indicadores de salud pública, también reprodujo jerarquías de poder y generó tensiones éticas de larga duración. El estudio de este periodo histórico ofrece lecciones valiosas para comprender las políticas de salud global y la arquitectura de la cooperación internacional en el presente.

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  • Editoras responsables:
    Karina Ramacciotti y Silvia Liebel

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    05 Dic 2025
  • Fecha del número
    2025

Histórico

  • Recibido
    06 Mar 2025
  • Acepto
    20 Mayo 2025
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