Acessibilidade / Reportar erro

ROMANTICISMO, CRITICA DEL PROGRESO Y ECOSOCIALISMO

ROMANTISMO, CRÍTICA DO PROGRESSO E ECOSSOCIALISMO

ROMANTISM, PROGRESS CRITICISM AND ECOSOCIALISM

ROMANTISME, CRITIQUE DU PROGRES ET ECOSOCIALISME

Resúmenes

El objetivo de este artículo radica en mostrar que la propuesta ecosocialista se inscribe dentro de un conjunto de preocupaciones, relacionadas con el romanticismo revolucionario y la crítica al progreso. Se trata, para utilizar una noción tan cara a Löwy, de encontrar las afinidades electivas que existen entre el romanticismo revolucionario, la crítica al progreso y el ecosocialismo. Por ello, en esta exposición, siempre recalcamos las implicaciones ecológicas de las reflexiones de M. Löwy o que se derivan de los autores y problemas que él ha estudiado.

Ecossocialismo; Romantismo revolucionario; Walter Benjamim; Anticapitalismo


O objetivo deste artigo é mostrar que a proposta ecossocialista se inscreve num conjunto de preocupações, relacionadas com o romantismo revolucionário e a crítica ao progresso. Trata-se, para utilizar uma noção tão cara a Löwy, de encontrar as afinidades eletivas que existem entre o romantismo revolucionário, a crítica ao progresso e o ecossocialismo. Por isso, nesta exposição, sempre salientamos as implicações ecológicas das reflexões de M. Löwy ou que derivam dos autores e problemas que ele estudou.

Ecossocialismo; Romantismo revolucionário; Walter Benjamim; Anticapitalismo


The purpose of this article is to show that the ecosocialist proposal is part of a set of concerns related to revolutionary romanticism and the critique of progress. It is, to use a notion so dear to Löwy, to find the elective affinities that exist between revolutionary romanticism, criticism of progress and ecosocialism. Therefore, in this exhibition, we always emphasize the ecological implications of the reflections of M. Löwy or that derive from the authors and problems that he has studied.

Ecosocialism; Revolutionary romanticism; Walter Benjamin; Anti-capitalism


L’objectif de cet article est de montrer que la proposition écosocialiste s’inscrit dans un ensemble de préoccupations, liées au romantisme révolutionnaire et au critique du progrès. C’est, pour utiliser une notion si chère à Löwy, de trouver les affinités électives qui existent entre le romantisme révolutionnaire, la critique du progrès et l’écosocialisme. Par conséquent, dans cette exposition, nous soulignons toujours les implications écologiques des réflexions de M. Löwy ou qui découlent des auteurs et des problèmes qu’il a étudiés.

Ecosocialisme; Romantisme révolutionnaire; Walter Benjamim; Anticapitalisme


No me cuento entre quienes sostienen que el progreso es un hecho inevitable y la humanidad no puede retroceder […] No, no hay fatalidad; de lo contrario, la historia de la humanidad, que se escribe hora por hora, estaría íntegramente escrita de antemano.

Auguste Blanqui (1862), citado en Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de incendio, 2003, p. 133.

El socialismo solo puede cumplir su papel revolucionario mediante la unión inseparable de la sobriedad y la imaginación, la razón y la esperanza, el rigor del detective y el entusiasmo del soñador. Según una expresión que se ha vuelto célebre, es necesario fusionar la corriente fría y la corriente cálida del marxismo, ambas igualmente indispensables. Bloch establece entre ellas una clara jerarquía: la corriente fría existe para la corriente cálida, se encuentra al servicio de ésta.

Michael Löwy, “Utopía y romanticismo revolucionario en Ernst Bloch”, en Miguel Vedda (Compilador), Ernst Bloch: tendencias y latencias de un pensamiento, 2007, p. 18. (énfasis en el original).

Todo socialismo no ecológico es un callejón sin salida (y) una ecología no socialista es incapaz de tomar en cuenta las apuestas actuales.

Michael Löwy, Ecosocialismo: la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, 2011, p. 14.

ROMANTICISMO Y CRÍTICA DEL PROGRESO

En la extensa y polifacética producción intelectual y política de Michael Löwy, generada desde finales de la década de 1960, se encuentran las coordenadas básicas de su pensamiento, que lo van a conducir a ser uno de los pioneros del ecosocialismo. Michael Löwy ha tejido una amplia reflexión sobre dos tópicos esenciales del pensamiento revolucionario anticapitalista, que se retoman en la primera parte de este escrito. Lo hacemos en forma libre, tratando de ser lo más fiel posible a las enseñanzas del maestro, esperando que nuestro análisis no entre en contradicción con la letra y, sobre todo, el espíritu de sus extraordinarios aportes. El objetivo de este artículo radica en mostrar que la propuesta ecosocialista se inscribe dentro de un conjunto de preocupaciones, relacionadas con el romanticismo revolucionario y la crítica al progreso. Se trata, para utilizar una noción tan cara a Löwy, de encontrar las afinidades electivas que existen entre el romanticismo revolucionario, la crítica al progreso y el ecosocialismo. Por ello, en esta exposición siempre recalcamos las implicaciones ecológicas de las reflexiones de M. Löwy o que se derivan de los autores y problemas que él ha estudiado.

ROMANTICISMO REVOLUCIONARIO COMO CRÍTICA DE LA MODERNIDAD CAPITALISTA: EL EJEMPLO DE WILLIAM MORRIS

Uno de los asuntos que ha preocupado a Michael Löwy es el romanticismo revolucionario, sobre el cual ha efectuado diversas investigaciones que han ayudado a entender el sentido y alcance de la crítica romántica a la modernidad capitalista. El romanticismo revolucionario se sustenta en una visión melancólica que concibe al capitalismo como una forma de organización social que ha destruido valores esenciales de los seres humanos, entre ellos la solidaridad, y, al mismo tiempo, arrasa con la naturaleza mediante su explotación intensificada. Esa visión romántica critica el individualismo, la cuantificación mercantil, el culto al dinero, la construcción de ciudades inhabitables y contaminadas, la mecanización de los centros de trabajo y de los seres humanos, la abstracción racionalista y la destrucción de los lazos sociales (Löwy; Sayre, 2008LÖWY, M.; SAYRE, R. Rebelión y melancolía: el romanticismo como contracorriente de la modernidad. Buenos Aires: Ediciones nueva visión, 2008.).

Un ejemplo de este tipo de romanticismo es el de William Morris, un eminente escritor, poeta y luchador social inglés, influido por diversas corrientes políticas y estéticas. Amigo personal de Federico Engels y del anarquista ruso Pedro Kropotkin, efectuó una particular simbiosis entre romanticismo, anarquismo y socialismo. Estudiando paralelamente a Marx y a diversos artistas y escritores románticos, efectuó una radical crítica de la civilización burguesa. Su crítica destaca que, para la humanidad, no ha significado ningún avance real que el capitalismo haya destruido las formas comunitarias de vida de las sociedades campesinas, donde los seres humanos eran conocedores de algún arte u oficio, y los hombres que se “conmovieran con la poesía y los relatos” estaban satisfechos de vivir (Thompson, 1988, p. 242-243).

En el Manifiesto de la Liga Socialista de 1885, realizó una exposición sintética de sus críticas fundamentales del capitalismo, el cual se sustenta en el despilfarro de la vida de los seres humanos, con la finalidad de hacer circular el dinero de un bolsillo a otro. Esta razón fundamental explica la explotación de los trabajadores y el estado degradante de los barrios obreros y de las zonas pobres de las ciudades (Thompson, 1988). Criticando las ideas corrientes entre los ideólogos capitalistas de la época, convencidos que Inglaterra debería llevar la civilización y el progreso al resto del mundo, se preguntaba “si la propia civilización no será en ocasiones algo tan adulterado como indigno de ser extendido al resto del mundo”. Porque, en todo caso, “muy digno no puede ser cuando hay que matar a la gente para que llegue a aceptarlo” (Thompson, 1988, p. 248).

En esta perspectiva crítica tanto de la explotación interna de los trabajadores como de la expansión del imperialismo británico, Morris se situaba decididamente del lado de los pobres y explotados, acción que, para él, exigía lucha y auto sacrificio. Como resultado de tal lucha, vislumbraba una sociedad socialista que se caracterizara por ser algo más que “un mero sistema de tenencia de la propiedad”, para constituirse en una concepción integral de la vida humana, que incluya un sistema distinto de religión, de ética, y de conducta. En la búsqueda de esa sociedad, era indispensable tener un soporte histórico, anclado en las tradiciones culturales de la población. Pero este respaldo en la tradición no suponía una mirada reaccionaria a unos tiempos ya idos, sino en comprender que lo mejor del pasado “vive en nosotros y permanecerá vivo en el futuro que ahora estamos ayudando a construir” (Thompson, 1988, p. 663).

William Morris (apud Thompson, 1988) anticipó algunas de las críticas ecológicas que hoy son corrientes, pero vinculándolas directamente al capitalismo. Para él la raíz del problema estribaba en que el sistema capitalista se basa en la ganancia, la razón principal de los problemas sociales y económicos. Esa crítica ecosocial tiene mucha vigencia, porque en ella se estableció una relación directa entre la deshumanización que produce la sociedad capitalista en los lugares de trabajo y la destrucción del medio ambiente. William Morris indicaba que él no pretendía el retorno a tiempos pretéritos sino la construcción de una nueva sociedad – comunista – en la que desaparecieran las características deshumanizantes del capitalismo. En breve, preconizaba la construcción de un nuevo proyecto civilizador, radicalmente distinto al capitalismo, y no la construcción de una sociedad capitalista sin capitalistas que reprodujera sus vicios y su modelo técnico y cultural.

Una idea muy importante, que, en reiteradas ocasiones, ha sido retomada por Michael Löwy, cuando critica el culto a las fuerzas productivas y la pretensión de que estas serían neutras. En contraposición, Löwy plantea que una transformación civilizatoria anticapitalista debe también plantearse la modificación radical de las fuerzas productivas predominantes en el capitalismo. No se trata, en consecuencia, de heredar las fuerzas productivas del capitalismo, sino de modificarlas, en la misma dirección que se debe hacer con el Estado, tal y como lo precisó Karl Marx tras la Comuna de París, con la finalidad de transformar su carácter destructivo y frenar el carácter depredador de la naturaleza (Löwy, 2011).

WALTER BENJAMIN Y LA CRÍTICA A LA IDEOLOGÍA DEL PROGRESO

Una contribución decisiva de Michael Löwy al pensamiento revolucionario estriba en rescatar las críticas al progreso, mediante el estudio de diversos autores de la tradición revolucionaria, principalmente marxista, cuya obra poseía un cierto tinte herético. Entre esos autores rescatados por Löwy, figuran Augusto Blanqui, José Carlos Mariátegui, los exponentes principales de la Escuela de Frankfurt, Ernst Bloch, György Lukács. Entre esos autores, sobresale Walter Benjamin, cuya obra ha sido leída y analizada por Löwy en diversos escritos, entre los que se destacan sus comentarios a las Tesis sobre teoría de la historia.

En el seno de la tradición marxista existe una historia contradictoria y compleja, desde Marx y Engels, con distintas apreciaciones sobre el progreso. La tendencia dominante en la mayor parte de los marxismos históricos ha sido la de asumir, en forma apresurada y acrítica, el culto decimonónico y liberal del progreso, concepción que fue fuerte en la casi totalidad de tendencias socialistas y revolucionarias – incluyendo el anarquismo. Desde un comienzo, el movimiento socialista y comunista europeo estuvo muy impregnado por elementos de la ideología progresista, hasta el punto que distintas tendencias hicieron suyos los planteamientos etnocentristas de las clases dominantes de Europa, que se expresaron en un abierto racismo contra los pueblos del mundo colonial; la casi totalidad rindió culto desaforado a la ciencia y a la técnica; algunos llegaron a apoyar el colonialismo y a la dominación imperialista bajo el pretexto de que así se civilizarían los pueblos bárbaros y atrasados... Aunque la ideología del progreso influyó en el grueso del movimiento obrero y socialista internacional, en algunos sectores fue más acentuado ese impacto, por ejemplo, en el seno de la Segunda Internacional.

Marx y Engels compartieron diversos elementos de la ideología del progreso: una concepción lineal de la historia de tipo hegeliano; la noción, también de Hegel, de los “pueblos sin historia”, la consideración unilateral del impacto positivo de la técnica; una visión eurocéntrica de la expansión mundial del capitalismo, suponiendo que esa era una condición indispensable para el desarrollo en el mundo colonial… (Cf. Engels, 1972; Marx, 1981MARX, C. “Futuros resultados de la dominación británica en la India”. En: MARX, C.; ENGELS, F. Acerca del colonialismo. Moscú: Editorial progreso, 1981.; Rodolsky, 1982RODOLSKY, R. Federico Engels y la cuestión de los pueblos sin historia. México: Cuadernos de pasado y presente, 1982.). Sin embargo, al observar el conjunto de la obra de estos dos autores, encontramos que consideraciones como las antes mencionadas son episódicas y coyunturales – predominaron en los escritos de Marx y Engels de fines de la década de 1840 y comienzos de la de 1850 –, pero luego desaparecen casi por completo para dar origen a una visión mucho más lúcida y dialéctica del progreso, como se puede ver en El Capital, los escritos sobre Irlanda y Rusia, las Formaciones Económicas Precapitalistas, y algunos apartes de la Dialéctica de la Naturaleza.

Marx y Engels consideran el carácter contradictorio del progreso, estudiando dos aspectos fundamentales del capitalismo: su impacto sobre los seres humanos, principalmente los obreros, que son convertidos en apéndices de las máquinas y son expropiados de sus medios de producción y de sus formas ancestrales de conocimiento; y las consecuencias sobre los bienes naturales, por los procesos técnicos de explotación de la tierra que destruyen la capacidad productiva del suelo y aniquilan los bosques (ver Foster, 1994FOSTER, J. B. A short economic history of the environment. Nueva York: Monthly review press, 1994.). En Marx, la crítica al progreso está relacionada con su forma de pensar el desarrollo del capitalismo, positiva y negativamente al mismo tiempo, porque “se trata de una forma de pensar que sería capaz de captar simultáneamente los rasgos demostrablemente siniestros del capitalismo y su dinamismo extraordinario y liberador, en un solo pensamiento y sin atenuar la fuerza de ninguno de los dos aspectos” (Jamenson, 1991JAMENSON, F. The postmodernis or the cultural logic of late capitalism. Londres: Verso, 1991., p. 47).

En una perspectiva heterodoxa con respecto a las líneas dominantes dentro de la tradición marxista, Walter Benjamin efectuó la más profunda crítica a la idea de progreso. Su objetivo consistía en fundir el materialismo histórico con una concepción mesiánica y romántica que permitiera al marxismo convertirse en la doctrina de los vencidos de todos los tiempos. En su breve texto Alarma de incendios, anuncia proféticamente que, si no triunfa la revolución proletaria y no es sustituida la burguesía “antes de un momento casi calculado de la evolución científica y técnica (la inflación y la guerra química señalan este), entonces todo está perdido. “Antes de que la chispa llegue a la dinamita, hay que cortar la mecha encendida” (Benjamin, 2015, p. 56-57, énfasis nuestro).

En sus textos se encuentra una denuncia de las consecuencias del militarismo y de los peligros del uso de gases químicos en las guerras por venir, gases que ya se estaban preparando en sofisticados laboratorios. Tan terrible perspectiva – que, por desgracia, será una dolorosa realidad pocos años después – es evocada en su artículo Las armas del mañana (Löwy, 2003a). De estos crudos análisis, Benjamin extrae una de sus ideas más iconoclastas en el seno de la tradición marxista, al afirmar que el objetivo de la revolución proletaria no es impulsar a la sociedad hacia una fase más progresiva – como resultado inevitable de la acumulación de transformaciones técnicas – sino detener la inminente catástrofe. Es decir, la revolución es concebida como una interrupción súbita del incontenible progreso técnico que nos conduce a la ruina. En 1938, poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y cuando la “civilizada” Europa se hundía en la barbarie, Benjamin recalcaba que era “necesario fundar el concepto de progreso sobre la idea de catástrofe. Que las cosas continúen ‘como van’, he ahí la catástrofe” (Benjamin, 2015, p. 242). Como sabemos, el presagio resultó totalmente acertado.

Las Tesis sobre el concepto de Historia, el texto más importante de la literatura marxista hasta ahora producida sobre la crítica al progreso, escritas poco antes de que Benjamin se suicidara en 1940, es un fascinante manifiesto antiprogresista en el que se condensa el materialismo histórico con la teología, el mesianismo con la lucha de clases, la religión con la utopía social, las esperanzas de los vencidos con la denuncia de los traidores de las causas populares.

Entre algunas de las ideas cardinales, se enfatiza que todo documento de cultura es un documento de barbarie (tesis VII), lo cual significa, que detrás de toda gran obra –arquitectónica, por ejemplo – se esconden el sudor, la sangre y el sacrificio de lágrimas de miles de seres humanos que fueron esclavizados o explotados para facilitar su construcción.

No se puede combatir una realidad social tan calamitosa como el fascismo con la idea de que este no es un resultado del progreso, como lo hacían sus opositores, que seguían defendiéndolo. (Tesis VIII). Esta tesis sintetizaba algunas de las consideraciones de Benjamin sobre el fascismo, al que consideraba como el máximo resultado del progreso técnico, aunque hubiera producido una absurda regresión social. Las dos cosas no eran contradictorias sino complementarias, pero eso, en su tiempo, casi nadie lo vislumbró.

Benjamin (1978BENJAMIN, W. “Tesis de filosofía de la historia”. En: BENJAMIN, W. Para una crítica de la violencia. México: Editorial la nave de los locos, 1978., p. 54) critica la idea convencional, la que más había corrompido a la clase obrera alemana, de nadar a favor de la corriente, y “el desarrollo técnico era el sentido de la corriente con el cual creía estar nadando”. Criticó dos ideas dominantes en el seno del movimiento socialista. Primero, la idea abstracta de que el trabajo será el liberador del hombre, sin tener en cuenta el “problema del efecto que el producto del trabajo ejerce sobre los trabajadores mientras éstos no pueden disponer de él”. Para agregar que tal concepción, propia del marxismo vulgar, “no quiere ver más que los progresos del dominio sobre la naturaleza y se desentiende de los retrocesos en la sociedad”. Segundo, esa errónea concepción de trabajo se complementaba con la aceptación de la explotación de la naturaleza, a la que se considera como algo gratuito y, por lo tanto, puede apropiarse y explotarse sin restricción alguna (tesis XI).

La tesis XIII se ocupa de esbozar una crítica a la temporalidad histórica vista en términos de progreso, predominante entre la socialdemocracia – o por lo menos a ésta es a la que menciona en su crítica – que concibe que lo que se llama progreso es de toda la humanidad (y no sólo de sus capacidades y conocimientos) y eso conduciría, sin pausa, hacia la incesante perfección. Al respecto, concluye diciendo que “la concepción de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la concepción del progreso de la historia misma como si recorriese un tiempo homogéneo y vacío. La crítica de la idea de este proceso debe constituir la base de la crítica de la idea del progreso como tal” (Benjamin, 1978BENJAMIN, W. “Tesis de filosofía de la historia”. En: BENJAMIN, W. Para una crítica de la violencia. México: Editorial la nave de los locos, 1978., p. 131-132).

Por último, la concepción de Benjamin no es fatalista, aunque si esté influida por el pesimismo, puesto que considera que la “conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases revolucionarias en el instante de su acción” (Benjamin, 1978, p. 135) (tesis XV). En otras palabras, las revoluciones son antiprogresistas porque rompen, en la práctica, con la idea de un progreso ascendente, lineal y acumulativo. En uno de los borradores de sus Tesis, Benjamin sostuvo: “Marx había dicho que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero quizás las cosas se presentan de otra manera. Puede ser que las revoluciones sean la mano con la que la humanidad acciona los frenos de emergencia” (Löwy, 2003b, p. 279-280, énfasis nuestro). Y esta sentencia le confiere una impresionante vigencia a Marx y a Benjamin, pues hoy es necesaria la revolución para detener la catástrofe planetaria, que destruye lo que encuentra a su paso – hombres, mujeres, niños, animales, bienes naturales – a nombre del idolatrado progreso tecnológico (Löwy; Varikas, 1993LÖWY, M.; VARIKAS, E. “L’esprit du monde sur les ailes d’une fusée: la critique du progrès chez Adorno”. Revue des Sciences humaines, n. 229, enero/marzo 1993.).

Tras exponer sistemática y rigurosamente la concepción crítica del progreso de Walter Benjamin, Michael Löwy concluye que

El resultado de ese trabajo es una reelaboración, una reformulación crítica del marxismo, que incorpora al corpus del materialismo histórico ‘astillas’ mesiánicas, románticas, blanquistas, libertarias y fourieristas. O mejor, la fabricación, a partir de la fusión de todos estos materiales, de un nuevo marxismo, herético y radicalmente distinto de todas las variantes — ortodoxas o disidentes — de su tiempo. […] Ante todo un marxismo de la imprevisibilidad: si la historia está abierta, si lo ‘nuevo’ es posible, es porque el futuro no se conoce de antemano […] (Löwy, 2003b, p. 172, énfasis en el original).

Esas mismas palabras son aplicables al propio proyecto de Michael Löwy, que ha contribuido a renovar el marxismo en diversos ámbitos, como los relativos al romanticismo y a la crítica del progreso que hemos mencionado.

CONSECUENCIAS ANALITICAS DERIVADAS

Del estudio del romanticismo revolucionario y de la sistematización de la crítica del progreso, labores intelectuales, a los que Michael Löwy le ha dedicado gran parte de su existencia, se derivan consecuencias teóricas y políticas, que presentamos en forma somera, aunque no siempre citemos al pie de la letra todas sus grandes contribuciones. Entre esas consecuencias, destacamos las que, a nuestro modo de ver, son las principales: conversión de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas y la crítica al culto de dichas fuerzas productivas; crítica a la racionalidad instrumental y a la visión dominante de ciencia y tecnología; cuestionamiento de la mercantilización del mundo; crítica a la concepción que postula a los seres humanos como amos y señores de la naturaleza; reinterpretación histórica del capitalismo a partir de la rebelión contra el progreso destructivo y el anticapitalismo y antimperialismo como fundamento de la crítica al progreso.

LA CONVERSIÓN DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS EN FUERZAS DESTRUCTIVAS

El desarrollo incontrolable del capitalismo ha significado la transformación y la destrucción acelerada de bienes naturales, especies animales y reservas minerales que la naturaleza había ido generando a lo largo de miles o de millones de años. En un breve lapso de tiempo de doscientos años – un segundo en la historia cósmica –, el capitalismo ha destruido la base natural de la existencia humana.

Esta tendencia destructora de la producción moderna es presentada en términos convencionales – tanto por los apologistas del capitalismo y por algunas tendencias marxistas que rinden un culto reverencial al desarrollo de las fuerzas productivas – como una muestra de las capacidades productivas del capitalismo, lo que señalaría su superioridad sobre cualquiera de los otros modos de producción que hasta ahora han existido. Desde el punto de vista energético, de acuerdo a la Ley de la Entropía, es relativamente fácil demostrar el carácter destructivo de las fuerzas productivas en el capitalismo, lo que se puede indicar con algunos ejemplos (Altvater, 1994ALTVATER, E. El precio del bienestar: expolio del medio ambiente y nuevo (des)orden mundial. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1994.). A medida que avanza la aplicación técnica a la producción agrícola – uso de fertilizantes, control de plagas, especies “mejoradas”, biotecnología, clonación, etc. –, en lugar de requerirse menos energía para producir alimentos, cada vez se necesita más energía. Tan irracional es la situación, desde el punto de vista del gasto energético, que, a veces, es mayor la energía que se invierte – medida en términos de calorías – que las mismas calorías que se “producen”. En el caso de España, por ejemplo, en 1950, se necesitaba una caloría de energía para producir 6 calorías de energía vegetal, mientras que, ahora, esa relación se ha nivelado, es decir, se gasta tanta energía como la que se produce.

Donde queda suficientemente clara la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas es en la industria militar, el sector de la economía más “dinámico” que ha propiciado la acumulación capitalista durante la Guerra Fría y después. Notables desarrollos científicos y tecnológicos, inventos clamados, sofisticados productos han estado ligados de una u otra forma a la industria militar. Ya en la década de 1930, Walter Benjamin denunciaba las consecuencias negativas de la tecnología militar y su funesto impacto en los seres humanos y la naturaleza. Oponiéndose a las ideas dominantes en el seno del marxismo de la época, que enfatizaban su confianza irrestricta en el progreso y su optimismo tecnológico, Benjamin propuso crear una organización del pesimismo que se contrapusiera al ciego optimismo en las fuerzas productivas, puesto que la tecnología, al rebasar el umbral de las necesidades sociales, se convierte en una fuerza destructora (Löwy, 2003b).

CRÍTICA A LA RACIONALIDAD INSTRUMENTAL Y A LA VERSIÓN DOMINANTE DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Al hacer un inventario del siglo XX, es dudoso que la tecnociencia pueda separarse de la barbarie en que se ha convertido el progreso tecnológico, en la medida en que la ciencia y los científicos – difícilmente se pueden separar una de los otros – han devenido también en una fuerza destructiva, aunque, de manera contradictoria, siga siendo una fuerza productiva. Una visión crítica del progreso, sin abandonar la razón, debe criticar el racionalismo instrumental y, sin renegar de la ciencia, debe emprender su crítica, puesto que la misma ha devenido no sólo en una fuerza productiva y destructiva sino en una mercancía más.

Que se critique la ciencia no quiere decir que se caiga en el irracionalismo, desde el cual también hoy se condena la ciencia, pero a nombre de la reivindicación de una serie de prácticas absolutamente irracionales, como hoy sucede en Estados Unidos, el país donde se concentra una buena parte de los científicos que existen en el planeta. Hay que recordar que, en Estados Unidos, florece el culto a los OVNIS, a los extraterrestres, a la astrología, a la posesión demoniaca y a los controles satánicos y mil argucias por el estilo.

Esto nos lleva a plantear la cuestión sobre el carácter contradictorio de la ciencia, al posibilitar lo mejor y lo peor: el genocidio y el ecocidio generalizados, o el bienestar y la tranquilidad para todos los habitantes del planeta azul. De todas maneras, dado el dominio que el capital ejerce sobre la ciencia, la labor científica se hace predominantemente en beneficio de la lógica del capital, es decir, del lucro y de la acumulación.

Los grandes problemas que, en la sociedad industrial, no se resuelven con más ciencia y técnica, sino con acciones de la sociedad y con disposiciones políticas. Esta es la única forma de combatir la tecnocracia imperante en el mundo de hoy. De la misma forma, se debe combatir el carácter antidemocrático de la ciencia, la que postula que sólo los “sabios” y los “expertos” determinan que es lo mejor para el resto de la humanidad, y ésta debe resignarse a tan “nobles” propósitos, aunque esa nobleza de espíritu programe la muerte de media humanidad. ¿Se nos ha olvidado tan pronto que la mayor parte de los Premios Nobel de Estados Unidos, en las décadas de 1960 y 1970, alcanzaron renombre por sus contribuciones a la criminal guerra contra el Vietnam?

Esto no quiere decir que se deba rechazar la tecnología en aras de un reencuentro absoluto con la naturaleza. Eso no solamente es imposible sino poco realista con la situación actual del mundo. Aunque es imprescindible un diálogo con la ciencia, tal diálogo debe contribuir a repensar un nuevo tipo de ciencia y de técnica que sirva a la humanidad y no los minoritarios intereses del capital internacional. Como lo ha dicho Michael Löwy: los movimientos ecologistas

[…] no se oponen a las mejoras aportadas por el progreso tecnológico: por el contrario, la demanda de electricidad, de agua corriente, las necesidades de canalización y de desagües, la implantación de dispensarios médicos figuran en un buen lugar en las plataformas de sus reivindicaciones. Lo que rechazan es la contaminación y la destrucción de su medio natural en nombre de las leyes del mercado y de los imperativos de la expansión capitalista (Löwy, 2011LÖWY, M. Ecosocialismo: la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Buenos Aires: Ediciones herramienta: El colectivo, 2011., p. 39).

MERCANTILIZACIÓN DE TODO LO EXISTENTE

Un elemento central que diferencia la crítica marxista del progreso de otras concepciones radica en desentrañar las consecuencias funestas de la generalización de la forma-mercancía, en los seres humanos y en la naturaleza. Desenmascarar el carácter de las relaciones mercantiles es fundamental para entender lo que hoy pasa en el mundo y para proponer alternativas. Se puede plantear una premisa central: la mercantilización debe ser considerada como una insoportable forma de regresión social, aunque sea resultado del progreso tecnológico y científico.

A medida que las relaciones capitalistas abarcan al mundo, se convierten en mercancía hasta las cosas más impensadas, como los genes, los óvulos y los espermatozoides. El último paso ha sido dado con la mercantilización de la naturaleza y del cuerpo humano. Respecto a lo primero se observa un acelerado proceso de apropiación en el que participan como cabezas de playa los grandes monopolios multinacionales. Como la riqueza biológica y la diversidad de ecosistemas se encuentra en el Sur, se vive un proceso de recolonización, encaminado a apropiarse de tal diversidad. Esto ha servido para justificar ideológicamente la “ecologización” del capitalismo, con supercherías como el “desarrollo sustentable”. Cuando las grandes empresas capitalistas han descubierto las perspectivas de ganancias al convertir a la naturaleza en un mercado, todo se comienza a disfrazar de “verde”. Bajo el pretexto de estar protegiendo la naturaleza, las empresas capitalistas emprenden una carrera desaforada para apropiarse de las últimas “colonias” naturales todavía existentes. Así, observamos una avalancha de expertos, estudios, técnicos con el objetivo de descubrir nuevas plantas, animales y material genético en el Sur del mundo – sobre todo en las selvas tropicales – para desarrollar productos y medicamentos que serán patentados en los laboratorios del Norte y de las empresas multinacionales. En este sentido, el capitalismo conoce una notable transformación, pues lo que antes se consideraba como una “externalidad” ahora se concibe como un stock de capital, lo que abre el camino a la capitalización de la naturaleza y a una competencia desaforada entre las empresas multinacionales (O’Connor, 1994O’CONNOR, M. (Ed.). Is Capitalism sutainable? New York: The guilford press, 1994., p. 16).

Este mercadeo de la naturaleza está acompañado de la piratería, el robo y el saqueo de los recursos que son patrimonio de los pueblos pobres del mundo, así como de un saber vernáculo de distintos pueblos de la tierra. Este mercadeo de la naturaleza conduce a la expropiación de los bienes naturales y de los saberes vernáculos, a la apropiación por parte de multinacionales de tales bienes, a patentar los productos (sobre todo medicinas) que se originan a partir de tales expropiaciones y en la comercialización de productos costosos. La biopiratería ha adquirido tal dimensión que, como también pasaba en la época de la acumulación originaria de capital – cuando los grandes piratas como Francis Drake gozaban de los favores del poder –, ahora los piratas disfrutan de los privilegios que le conceden la Organización Mundial de Comercio y el gobierno de los Estados Unidos.

La otra cuestión de los extremos aborrecibles a los cuales ha llegado la mercantilización en el capitalismo actual está relacionada con la comercialización del cuerpo humano, partes de él o incluso hasta de los propios genes. Así, la reproducción biológica de los seres humanos es una industria, en la que se realizan multimillonarias inversiones y se obtienen fabulosas ganancias. Hasta tal punto ha llegado este vil mercado, que, en Estados Unidos, es contratado el útero de una mujer para que reproduzca por encargo una mercancía especial – que, hasta ahora, se le conocía con el nombre de bebe – que será propiedad del contratista. En este caso, la forma valor alcanza lo más recóndito e insondable del cuerpo humano. No es raro encontrar que ese repugnante mercado de órganos humanos prolifera en forma semi-legal en los países “civilizados”, con la finalidad de recomponer el cuerpo de algunos de sus acaudalados habitantes. Obviamente, las consecuencias de tan abominable comercio se ven en los países pobres, en los que se ha extendido la práctica del asesinato o la mutilación de niños y jóvenes para satisfacer la demanda de los apetecidos órganos humanos, convertidos ahora en simples mercancías. ¡Si esa mercantilización de la naturaleza y de los seres humanos se concibe como progreso, entonces vivimos en el mejor de los mundos posibles y no tenemos por qué estar en contra de los resultados a que nos conduce ese progreso tecnológico y científico!

LA REBELIÓN CONTRA EL PROGRESO DESTRUCTIVO EN EL CAPITALISMO

Los estudios históricos marxistas tradicionales que se efectuaron hasta no hace mucho tiempo – guiados principalmente por el marxismo soviético o algunas de sus variantes – compartían una visión de la historia unilineal y progresista que, aunque pretendía criticar el modelo occidental de expansión colonial e imperialista, y el discurso apologético que de allí se desprendía, asumía algunos de sus postulados: el culto a la técnica, la justificación de la destrucción de las culturas locales de las zonas colonizadas por considerar que esa era una tendencia irreversible, la superioridad de la economía y la “cultura” del capitalismo occidental, la subestimación de las capacidades y propuestas de resistencia impulsadas por los pobres y explotados y, en fin, un manifiesto culto de la “vía única” progresista, fuera de la cual no había escape ni alternativa.

Estudios muy recientes elaborados desde una perspectiva marxista – o próximas a ésta – se encuentran reinterpretando la historia del progreso occidental y sus consecuencias económicas, sociales, culturales y ecológicas sobre el mundo colonial y periférico, así como sobre el orden plebeyo de las sociedades en las que se presentaban las transformaciones industriales, tales como en Inglaterra, la cuna de la Revolución Industrial. En esa dirección se ha replanteado la cuestión de la expansión europea y la manera como tal proceso destruyó diversas formas de organización social que suponían también otro tipo de relaciones con la naturaleza (Cf. Wolff, 1994WOLFF, E. R. Europa y la gente sin historia. México: Editorial Fondo de cultura económica, 1994.). También se destacan los estudios encaminados a resaltar los mecanismos de resistencia desarrollados por la cultura plebeya durante la época de la Revolución Industrial, lo que ha llevado a mostrar, por ejemplo, que la revolución agrícola no tenía necesariamente que destruir las formas tradicionales de cultivo. Hoy se sabe que existía una lógica de la economía campesina que alcanzaba crecimiento por una vía diferente a la de los grandes propietarios, que sólo buscaban beneficios comerciales y no el bienestar campesino (Fontana, 1994FONTANA, J. Europa ante el espejo. Barcelona: Editorial crítica, 1994.).

De la misma forma, se ha demostrado que la fábrica capitalista no surgió por disposición técnica sino por la necesidad de subordinar al trabajador y aumentar la extracción de plusvalía – lo que Marx ya había planteado en El Capital. A ese tipo de fábrica se opusieron los trabajadores, los que pensaban que la

producción industrial podía organizarse de un modo socialmente más equitativo, sin renunciar a los avances tecnológicos: que las máquinas podían ponerse al servicio del trabajador, en lugar de esclavizarlo, y que el capital y el trabajo no debían estar separados, sino ‘indisolublemente unidos en las manos de los obreros y las obreras’ (Fontana, 1994FONTANA, J. Europa ante el espejo. Barcelona: Editorial crítica, 1994., p. 142).

Entonces como ahora, aquellos que defendieran sus formas de existencia tradicional, sus costumbres y su cultura eran calificados de “reaccionarios”, de situarse contra la corriente de la historia que conducía irremediablemente a lo mejor y más benéfico para todos – aunque también hoy sepamos que eso que se anuncia como mejor y más eficaz sólo sea la catástrofe y la barbarie generalizadas –, en una palabra, se oponían nada más ni nada menos que al progreso. En esta perspectiva, Michael Löwy reivindica el imperativo categórico del joven Carlos Marx de “luchar para ‘derribar todas las condiciones sociales en las cuales el hombre es un ser degradado, sojuzgado, abandonado, despreciado’” (Löwy, 2003b, p. 182).

ANTICAPITALISMO Y ANTI-IMPERIALISMO: FUNDAMENTOS DE LA CRÍTICA AL PROGRESO

La crítica del progreso no está disociada, en el caso del marxismo, de una radical postura anticapitalista, cosa que difícilmente se encuentra en el pensamiento postmoderno. Este, por el contrario, rinde culto al capitalismo realmente existente, considerándolo como insuperable o como el fin de la historia. En este aspecto, la crítica postmoderna del progreso no ataca la raíz del problema, que supone afrontar una pregunta central: teniendo en cuenta la situación actual del 80 por ciento de la humanidad y los problemas ambientales ¿es el capitalismo sustentable? (O’Connor, 1994O’CONNOR, M. (Ed.). Is Capitalism sutainable? New York: The guilford press, 1994.). Obviamente, si como le sucede al postmodernismo, no se asume la cuestión en estos términos, las consideraciones sobre el progreso se tornan abstractas y superficiales, hasta el punto de que, al mismo tiempo, todos y ninguno seríamos responsables por el carácter destructivo del progreso y de la tecnología. Como los postmodernos niegan la existencia de un sistema total – el capitalismo –, sus análisis se tornan fragmentarios y simples, y no es de extrañar que oculten el capitalismo hasta hacerlo desaparecer.

El marxismo, al asumir la crítica del progreso, debe reafirmar su postura anticapitalista, lo que implica que las afirmaciones sobre la supuesta responsabilidad “pluralista” de todos los seres humanos en la crítica situación humana y ecológica del mundo sólo tienen la intención de esconder al verdadero responsable: al modo de producción capitalista. Al considerar esta cuestión, los estudios marxistas más serios, que hoy se están adelantando en diversos lugares del mundo, tienden a señalar los límites naturales de este depredador modo de producción. Esa depredación se manifiesta de dos aspectos principales:

1. El carácter insostenible del capitalismo para vastas mayorías de la población mundial, principalmente en el Sur del mundo. Importantes sectores de la población pobre son considerados como seres desechables, sin ninguna importancia, en la medida en que no están vinculados ni a la producción ni al consumo. Ni como productores son funcionales al capitalismo global, por el desempleo rampante; ni como consumidores, pues no tienen ninguna capacidad adquisitiva ante la generalización de la pobreza, lo que los torna poco atractivos para las empresas multinacionales. Desde el punto de vista humano, esto significa que el sistema capitalista – que se autoproclama como el más eficaz y el más productivo de todos los modos de producción hasta ahora existentes –, en forma consciente y planificada, impone la lógica de la muerte para la mayor parte de la población del mundo pobre. En términos de un futuro digno para la humanidad, el capitalismo realmente existente es insostenible para las tres cuartas partes de los habitantes del planeta tierra.

2. Desde el punto de vista de los límites naturales, el capitalismo es igualmente insostenible, por las marcadas tendencias antiecológicas que lo caracterizan. Para ejemplificarlo, comparemos las cuatro leyes básicas de la ecología con los supuestos fundamentales del capitalismo, tal y como aparece en el Cuadro adjunto.

Esta pequeña tabla comparativa nos posibilita el análisis, en forma simple, de los límites naturales del capitalismo. El primer aspecto – considerar todos los nexos entre seres humanos y entre éstos y la naturaleza como un asunto puramente monetario y mercantil – indica la peligrosa simplificación por parte del capitalismo de las relaciones sociales y, peor aún, de las complejas relaciones biológicas y naturales. Esta simplificación se expresa, en el caso de la agricultura, en la tendencia a reducir al mínimo el número de especies y a homogeneizarlas a partir del criterio de la productividad y la rentabilidad, sin considerar que eso atenta contra la variedad biológica y natural y, a mediano y largo plazo, acarrea la ruina de la propia agricultura. Las funestas consecuencias de la Revolución Verde sobre los ecosistemas del Sur y sobre las economías campesinas – diversificadas y autosuficientes – es el mejor ejemplo de la tendencia del capitalismo de convertir lo que encuentra a su paso en valor de cambio.

La segunda contradicción ecológica del capitalismo – no importa a donde van las cosas, lo único que interesa es el circuito del capital – nos indica que la producción no es un sistema circular (como en la naturaleza) sino un sistema lineal que conduce de las fuentes a los vertederos. Es decir, en el capitalismo no se tiene en cuenta que la producción genera desechos y estos no pueden crecer hasta el infinito, lo cual se convierte en un problema real cuando el capitalismo comienza a franquear el límite de los recursos naturales existentes. El mejor ejemplo de esta contradicción ecológica es la industria plástica, cuyos productos, al no ser biodegradables, inmediatamente después de ser usados se convierten en basura. Al final de cualquier ciclo productivo aparecen desechos, los que, en la lógica productivista y consumista desaforada del capitalismo, conducen a la polución vertiginosa de lo que encuentran a su paso (bosques, ríos, aire…).

La tercera contradicción del capitalismo – concebir al mercado como el regulador de todas las actividades, incluyendo la explotación de la naturaleza – nos indica que debe dejarse a la libre iniciativa de los capitalistas lo que ellos consideren adecuado para aumentar sus ganancias, sin importar la eliminación acelerada de bosques, plantas, animales, recursos minerales, corrientes de agua, porque nada ni nadie debe impedir que el mercado autorregule la explotación de los bienes naturales. Otro ejemplo ilustra esta contradicción. Los ecólogos han descubierto que, si, en la naturaleza, no existe una determinada sustancia, es porque biológicamente no es necesaria o porque no es “compatible con la química de la vida”, pero resulta que, en el capitalismo, se producen sustancias que no existen en la naturaleza, lo cual tiene consecuencias ecológicas imprevisibles, nada más ni nada menos que la alteración brusca y repentina de complejos procesos de la vida desarrollados a lo largo de millones de años. Como el capitalismo reclama que todo debe ser regulado por el mercado, esto quiere decir que nada debe interferir en este tipo de prácticas demenciales.

Y la cuarta tendencia antiecológica del capitalismo – la generosidad de la naturaleza es un don gratuito para los propietarios capitalistas – permite justificar la depredación a nombre de la gratuidad de los recursos naturales. Si esos recursos no tienen ningún costo, el capitalismo puede hacer con ellos lo que se le antoje. Lo que parece haberse olvidado es que estos recursos son finitos y limitados (Foster, 1994FOSTER, J. B. A short economic history of the environment. Nueva York: Monthly review press, 1994.).

Por su parte, otro componente esencial, aunque menos nombrado y reivindicado, es el del anti-imperialismo. En este punto, Michael Löwy es claro y se niega a renunciar a la utilización de un concepto fundamental dentro de la tradición revolucionaria, como es el de imperialismo, algo que debe recalcarse, porque gran parte de la izquierda mundial, tras el colapso de la URSS, asumió, de manera apresurada y poca crítica, la terminología ligera de la globalización, imperio, era de la información, sociedad liquida y términos semejantes (Löwy, 1995). En esa dirección, nosotros proponemos la noción de imperialismo ecológico, y creemos que ese término se inscribe en la perspectiva crítica del ecosocialismo.

El tema del imperialismo connota una preocupación fundamental: considerar las formas de dominación en el planeta, y no dar por sentado en forma alegre que la mundialización ha unificado al mundo de tal manera, que ya no existirían relaciones de desigualdad, de opresión y de explotación entre diferentes estados y territorios. Porque el decline de las economías nacionales y el surgimiento de una nueva división internacional del trabajo “no significa que el poder económico y tecnológico no continúe geográficamente concentrado en una parte del globo, y la pobreza y la dependencia en la otra, o que no haya conexión entre esos dos fenómenos, como sea que nosotros queramos llamar a esto” (Hobsbawn, 1993HOBSBAWN, E. “Addressing the Questions”. Radical history review, n. 57, 1993., p. 74).

En los actuales momentos de expansión imperialista, hasta el último rincón del planeta, se presenta una acelerada destrucción de los ecosistemas y una drástica reducción de la biodiversidad. Esto es un resultado directo de la universalización del capitalismo, la eliminación de los mecanismos de regulación estatal, la apertura incondicional de los países a las multinacionales, la conversión en mercancías de los productos de origen natural, la competencia desaforada entre los países por situarse ventajosamente en el mercado exportador, la caída de los precios de las materias primas procedentes del mundo periférico, el retorno de las economías primarias, en fin, de la lógica inherente al capitalismo de acumular a costa de la destrucción de los seres humanos y la naturaleza. El capitalismo es una relación profundamente desigual y el gran desarrollo productivo y la capacidad de consumo se concentran en los países centrales (Estados Unidos, la Unión Europea, Japón), donde se producen millones de toneladas de desperdicios. No otra cosa son los automóviles, teléfonos, televisores, neveras, pilas… que luego de ser usados pronto van a parar a la basura. Aunque las materias primas utilizadas en la producción de esos artefactos proceden de los países dependientes de la periferia – cuando esas materias tenían un valor de uso, es decir, se podían utilizar –, se convierten en basura inservible, luego de que han sido usados por consumidores del Norte y por sus émulos en los países del Sur. Y es en este momento cuando nuevamente se piensa en esos países pobres como receptáculo de las deyecciones que origina el consumo desenfrenado de los opulentos del Norte. Esto puede considerarse como una característica del imperialismo ecológico.

LA REVOLUCIÓN, INDISPENSABLE PARA EVITAR LA CATÁSTROFE A QUE NOS CONDUCE EL CAPITALISMO

Recogiendo el célebre enunciado de Walter Benjamin, es necesario reivindicar la necesidad de una revolución anticapitalista que supere al capitalismo, pero que también se proponga rebasar la civilización industrial existente, reconstruyéndola desde sus mismos cimientos, en lo relativo, por ejemplo, al uso de la energía fósil, al fetichismo del automóvil y de las enormes aglomeraciones urbanas. Desde esta perspectiva, la única posibilidad real que existe al respecto es la utilización de la energía solar (Altvater, 1994ALTVATER, E. El precio del bienestar: expolio del medio ambiente y nuevo (des)orden mundial. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1994.).

Esa revolución se debe proponer la superación del capitalismo puesto que ya están claramente establecidos tanto sus límites como los problemas que su existencia acarrea para los seres humanos y para la ecosfera. Pero también la superación de la civilización industrial, puesto que no es suficiente con rebasar el capitalismo sin proponer otro tipo de modernidad, que haga un replanteamiento de cuestiones vitales, entre las cuales estarían: una redistribución de la riqueza, el ataque paralelo al capitalismo y al patriarcado, la transformación radical de las políticas de industrialización hasta ahora implementadas, el abandono del progreso tecnológico como eje de las relaciones entre la economía, la sociedad y la naturaleza, la reorientación de la ciencia y la tecnología con la finalidad de que se conviertan en conocimientos que beneficien a las mayorías de la población, el abandono de la ganancia y del despilfarro de recursos a nombre de la eficiencia del mercado… Una revolución anticapitalista es necesaria para evitar la catástrofe a la que nos conduce el capitalismo mundial, lo que requiere de una revisión completa del culto al progreso. La revolución ya no sería realizada para impulsar el tren del progreso, sino para detener la vertiginosa carrera de ese tren hacia la muerte, en el que, aunque no lo queramos, todos estamos viajando. Esto implica la renovación de la concepción sobre las fuerzas productivas destructivas y la depredación de la naturaleza, así como requiere de la participación de diversos sujetos y clases sociales.

Todo esto hoy suena más utópico que nunca, pero acaso no es precisamente esa ausencia criminal de utopía, de sueños movilizadores lo que le está haciendo falta a la humanidad, mientras que las utopías reaccionarias del capital con sus falsos paraísos de prosperidad y bienestar se tornan verdaderas pesadillas para más del 80 por ciento de la población mundial, a la par que la exhibición vergonzosa de la tecnología y de la ciencia se convierte en una nueva pornografía contra el mundo pobre, ahora considerado innecesario y desechable.

Y, desde luego, dentro de las perspectivas antiprogresistas de una revolución es imprescindible el componente ecosocial, que requiere una nueva forma de entender y asumir las relaciones no sólo entre los seres humanos sino entre éstos y la naturaleza.

El socialismo debe complementar la lucha contra las consecuencias regresivas de la mundialización del capital con su parafernalia técnica y científica que arrasa lo que encuentra en su camino con la lucha solidaria con los pueblos y culturas que resisten la arremetida del capitalismo. También debe reafirmar los principios que siempre guiaron esa lucha, como son los de la justicia, la igualdad, la fraternidad, el internacionalismo, la democracia real y el comunismo. Esto se evidencia con más claridad en los planteamientos del ecosocialismo, un proyecto al que ha contribuido en forma directa Michael Löwy.

ECOSOCIALISMO

En los últimos años ha emergido una propuesta ecosocialista que, al estudiar la crisis ecológica, vincula los aspectos sociales y ambientales y señala al capitalismo como el responsable de la destrucción ambiental. Por eso mismo, plantea profundos cambios sociales para conseguir una relación no depredadora entre las estructuras sociales y la naturaleza (Hedstrom, 1990HEDSTROM, I. ¿Volverán las golondrinas? La reintegración de la creación desde una perspectiva latinoamericana. San José: DEI, 1990.). Como parte del nexo que establece entre la crítica anticapitalista y los invaluables aportes de la ecología, tiene algunas características que vale la pena destacar.

En primer lugar, la ecología supone una visión integral del mundo, una perspectiva holística de la vida y de la sociedad, con una “sensibilidad biofila, afirmativa de la vida en todas sus dimensiones” (Boff, 1992BOFF, C. Ecología: planteamiento de la cuestión. 1992. Disponible en: <www.sjsocial.org/relat/4.htm>. Acceso en: 10 enero 2017.
www.sjsocial.org/relat/4.htm>...
). La ecología integral reivindica una relación directa con el sistema social, pues si no se relaciona el medio ambiente con la sociedad, se termina en el ambientalismo tradicional. Hoy, no tiene sentido separar las cuestiones ecológicas y las sociales, porque salvar tanto al planeta como a la humanidad más desvalida y pobre forma parte de un mismo proyecto, en esencia anticapitalista. Hay que resaltar que la ecología analiza las relaciones entre las sociedades humanas y su medio ambiente, la naturaleza y la biosfera, lo cual introduce elementos indispensables para entender el impacto del modo de producción capitalista sobre los ecosistemas, por su lógica intrínseca de funcionamiento en el ámbito de la producción y el consumo. Esto lleva a cuestionar los aspectos dominantes del capitalismo, tales como la agroindustria, la industria petroquímica, el sistema de transporte, vistos como resultado de un modelo de civilización impuesto por los intereses del capitalismo. Esta denuncia de los fetiches del capitalismo apunta a desentrañar las fuerzas sociales que están detrás de la destrucción ambiental y busca entender cómo se relaciona la explotación de los seres humanos con la degradación de la naturaleza. En este sentido, las mismas fuerzas que son responsables de la crisis ecológica lo son de la crisis social, tales como las grandes empresas multinacionales, las clases dominantes a nivel local y mundial, los estados imperialistas y las instituciones económicas internacionales.

En segundo lugar, en diversas corrientes ecológicas se ha gestado una forma de pensamiento para analizar la destrucción de la naturaleza, que debe ser recuperada y entendida por el pensamiento socialista. Uno de esos aportes destaca que las contradicciones no pueden ser reducidas a cuestiones de clase o económicas (Rousset, 2001ROUSSET, P. Lo ecológico y lo social: combates, problemas, marxismos. 2001. Disponible en: https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/rousset170401.htm. Acceso en: 23 feb. 2017.
https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecol...
). De este asunto se desprende una consideración fundamental sobre la historia, que apunta a desterrar esa concepción lineal, acumulativa y “progresiva” y optar por una visión abierta, no mecanicista y antilineal.

En tercer lugar, el discurso ecologista, que empezó a criticar los límites del crecimiento desde finales de la década de 1960, postuló que el ser humano no sólo está inserto en relaciones sociales, sino que también forma parte de la naturaleza porque también es naturaleza; y que el crecimiento económico tiene límites naturales (tales como el agotamiento de los bienes naturales y de la energía) que no pueden ser superados. De estos dos principios se desprende “que también existen condiciones naturales de posibilidad para el desarrollo de la lucha de clases en el planeta Tierra y para la agudización de las contradicciones económicas, políticas y culturales en los regímenes caracterizados por el imperio de la desigualdad” (Buey, 2002BUEY, F. “Rojo y verde (III)”. La Insignia, Madrid, dic. 2002., p. 45).

En cuarto lugar, la categoría de “límites” introducida por diversos pensadores de la ecología, o cercanos a ella, se ha convertido en un útil teórico indispensable para entender el capitalismo contemporáneo. Y lo es en la medida que la idea capitalista de un desarrollo ilimitado está en la base de la crisis ambiental del planeta, porque de ella se derivan concepciones, teorías, prácticas y políticas que se han materializado en la economía, en la tecnología y en la ciencia con la pretensión de que no existen obstáculos que limiten el crecimiento irrefrenable de la acumulación de capital, del desarrollo tecnológico y del conocimiento científico. Incluso, esta misma perspectiva ha influido a diversas corrientes de la izquierda mundial y del movimiento obrero desde finales del siglo XIX, con los catastróficos resultados que de allí se derivaron en la URSS y en los países del socialismo burocrático.

La ecología puede definirse, en forma breve, como el pensamiento de los límites, porque analiza “las constricciones estructurales que, para las acciones y los proyectos humanos, se derivan de la finitud y vulnerabilidad de la biosfera, del carácter antrópico del universo y de las características orgánicas, psíquicas y sociales del ser humano” (Riechmann, 2000RIECHMANN, J. Un mundo vulnerable: ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia. Madrid: Los libros de la Catarata, 2000., p. 55). Con la idea de “límites”, el ser humano, embebido de una embriaguez prometeica por el capitalismo de conquista y sometimiento de lo que encuentra a su paso, puede recuperar su modestia y empezar a dudar de la omnipotencia de la ciencia y la tecnología. En sentido contrario, la ignorancia de los límites puede considerarse como la nueva utopía del capitalismo, que se expresa en la apología de la huida en todos los sentidos: huida de los límites del crecimiento económico, presumiendo en forma arrogante de utilizar nuevas fuentes de energía (la nuclear, por ejemplo) y de superar la entropía (inventando nanotecnologías); huida de la tierra, hacia el cosmos; huida de la naturaleza humana, considerando que el cuerpo humano adolece de defectos de construcción, hacia el poshombre (mediante la ingeniería genética y la simbiosis del cerebro humano con la máquina); y huida de la sociedad y de la vida real hacia el ciberespacio (Riechmann, 2004RIECHMANN, J. Gente que no quiere viajar a Marte: ensayos sobre ecología, ética y autolimitación. Madrid: Libros de la Catarata, 2004., p. 36). Ante esa arrogancia, el aporte de la ecología crítica radica en vivir dentro de los límites.

En quinto lugar, los aportes de la economía ecológica al análisis del capitalismo estriban en haber demostrado que la economía es un sistema abierto, pero inserto en un ecosistema cerrado (la tierra), o, más exactamente, que la tierra constituye un sistema abierto con respecto a la energía solar, pero un sistema cerrado respecto a los materiales. Por esto, la actividad económica está sometida a las leyes de la termodinámica y no puede eludir el gasto de materia y de energía y los desechos que de allí se derivan. La economía ecológica recalca que la lógica de la economía capitalista, con su concepción de crecimiento ilimitado, choca con la disponibilidad limitada de materiales y energía, o, en otros términos, que la economía debe considerar, porque finalmente está limitada por ellos, a los ritmos naturales, en cuanto a la cantidad y tipo de bienes naturales (renovables o no renovables), así como el reciclaje de los desechos. Sin embargo, los economistas ecológicos no han sido claros en plantearse la cuestión relativa a la imposibilidad, para el capitalismo, de ser sustentable, es decir, de generar unas formas de producción ecológicas, porque les ha faltado una visión política del sistema capitalista y sus contradicciones, un aporte indudable de la tradición marxista.

En síntesis, el ecosocialismo puede entenderse como una corriente de pensamiento y de praxis ecológica, social y política que integra los aportes fundamentales de la tradición marxista, pero liberándose del culto a las fuerzas productivas, de la adoración al progreso y del autoritarismo burocrático. Por ello, el ecosocialismo integra a lo mejor de la praxis y del pensamiento universal crítico y anticapitalista, lo cual supone considerar una variedad de aportes de diversas tradiciones sociales y políticas: de los pueblos indígenas su defensa de la economía moral de la multitud; de los anarquistas la lucha antiestatal y contra el autoritarismo; el antiimperialismo de los pueblos del Sur para defender su autonomía y su lucha contra la dominación transnacional; de Marx su método de análisis social, su crítica del capitalismo, su reivindicación de la lucha de clases y su descarnado análisis de la mercancía y el dinero; de la economía ecológica la interrelación de los distintos elementos de la naturaleza, entre ellos la energía solar, la única energía inacabable en la escala de la historia humana; de las ecofeministas su reivindicación del papel central de las mujeres en la preservación de los ecosistemas y de su lucha antipatriarcal como una contribución decisiva contra la opresión y la discriminación… Todo esto y mucho más enriquecen al ecosocialismo una perspectiva que incorpora las mejores tradiciones de lucha de diversas épocas al combate anticapitalista del día de hoy. Concentremos, sin embargo, en los aportes del socialismo, la corriente que ha desarrollado las críticas más sistemáticas y coherentes del capitalismo.

El socialismo moderno hereda los sueños igualitarios y la rebelión de diversos pueblos de la tierra contra la mercantilización capitalista, al reivindicar el bien común y la justicia social. Marx rechazó la reducción del ser humano a una cosa mercantil y monetaria. En esa dirección, priorizaba el ser sobre el tener y la posesión. Sin embargo, él no vislumbró que, dentro de las necesidades humanas (entre las que destacó el tiempo libre, la reducción de la jornada de trabajo, la autonomía de los individuos, la creación artística), existe una de actualidad inmediata para los seres humanos: la necesidad de preservar el entorno natural (aguas limpias, aire no contaminado, alimentación sin productos químicos…) ante el insaciable productivismo capitalista.

El énfasis del ecosocialismo en señalar a la sociedad capitalista con nombre propio y sin eufemismos como el responsable de la crisis ambiental, y de plantear la relación estrecha que existe entre la explotación de los seres humanos y la destrucción de la naturaleza, lo distingue de los discursos dominantes de la ecología política. Esta última, a pesar de los anuncios de ciertos autores, hasta ahora no ha sido capaz de construir una teoría social crítica ni mucho menos de esbozar una propuesta de transformación social. De alguna manera, eso está relacionado con el intento de la mayor parte de sus gestores de dejar a un lado el análisis de la sociedad capitalista – incluso en el temor a usar este término –, para reemplazarla por un vocablo etéreo como es el de productivismo, noción más insustancial todavía si se recuerda que el socialismo real desapareció en Europa oriental y en la antigua URSS y, por esta razón, ya no se puede hablar de un productivismo distinto al que predomina en el capitalismo.

Este esguince terminológico no es un asunto nominalista, sino que remite a un problema teórico y político esencial a la hora de enfrentar los problemas ambientales. ¿Por qué el capitalismo mundializado, en lugar de remediar la crisis ambiental, cada día la hace más aguda? ¿Cuáles son las responsables del deterioro ambiental del planeta? ¿Es posible alcanzar un capitalismo ecológico? Para evadir estos acuciantes problemas, los teóricos y políticos de los partidos verdes europeos – que han hecho suyo el apelativo de ecología política – suelen afirmar que el socialismo es un pensamiento del siglo XIX, mientras que la ecología es del siglo XXI, en razón de lo cual el verde sustituye al rojo, lo cual implica que la crítica anticapitalista de la tradición teórica de Marx ya no tendría ninguna importancia. La cuestión, sin embargo, estriba en creer que puede abandonarse esta tradición teórica y política – esencialmente anticapitalista – en momentos en que el capitalismo se ha expandido por el mundo, mostrando su carácter aniquilador de los seres humanos y de la naturaleza. No asumir este asunto es esquivar las cuestiones claves sobre las relaciones de poder y las desigualdades sociales con la degradación de los ecosistemas (Rousset, 2001ROUSSET, P. Lo ecológico y lo social: combates, problemas, marxismos. 2001. Disponible en: https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/rousset170401.htm. Acceso en: 23 feb. 2017.
https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecol...
). Como bien lo puntualiza James O’Connor (2001O’CONNOR, J. Causas naturales: ensayos de marxismo ecológico. México: Siglo XXI editores, 2001., p. 169), “el hecho que una especie muera, un ecosistema sea destruido o un área silvestre o pantanosa esté en peligro, son cuestiones políticas, ideológicas y culturales, además de ecológicas”. Una vez que se ha aceptado el carácter político de la crisis ecológica, “estamos en condiciones de empezar a identificar los intereses materiales específicos que pueden estar en juego”.

Cuadro 1
El caracter antiecologico del Capitalismo

BIBLIOGRAFÍA

  • ALTVATER, E. El precio del bienestar: expolio del medio ambiente y nuevo (des)orden mundial. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1994.
  • BENJAMIN, W. “Tesis de filosofía de la historia”. En: BENJAMIN, W. Para una crítica de la violencia. México: Editorial la nave de los locos, 1978.
  • BENJAMIN, W. Calle de sentido único. Madrid: Akal editores, 2015.
  • BOFF, C. Ecología: planteamiento de la cuestión. 1992. Disponible en: <www.sjsocial.org/relat/4.htm>. Acceso en: 10 enero 2017.
    » www.sjsocial.org/relat/4.htm>
  • BUEY, F. “Rojo y verde (III)”. La Insignia, Madrid, dic. 2002.
  • ENGELS, F. “La tutela de los Estados Unidos”. En: MARX, K.; ENGELS, F. Materiales para la historia de América Latina. Cuadernos de pasado y presente, Córdoba, 1972.
  • FONTANA, J. Europa ante el espejo. Barcelona: Editorial crítica, 1994.
  • FOSTER, J. B. A short economic history of the environment. Nueva York: Monthly review press, 1994.
  • FOSTER, J. B. The vulnerable planet: a short economic history of the environment. Nueva York: Monthly review press, 1994.
  • HEDSTROM, I. ¿Volverán las golondrinas? La reintegración de la creación desde una perspectiva latinoamericana. San José: DEI, 1990.
  • HOBSBAWN, E. “Addressing the Questions”. Radical history review, n. 57, 1993.
  • JAMENSON, F. The postmodernis or the cultural logic of late capitalism. Londres: Verso, 1991.
  • LÖWY, M. “La escuela de Frankfurt y la modernidad: Benjamin y Habermas”. Revista colombiana de Sociología, v. 1, n. 1, p. 23-30, enero/jun. 1990.
  • LÖWY, M. “Les ‘thèses’ de Walter Benjamin: une critique moderne de la modernité”. Etudes, 1992.
  • LÖWY, M. “Walter Benjamin et le marxisme”. Critique communiste, n. 132-134, 1993.
  • LÖWY, M. “‘A rebrousse-poil’. La conception dialectique de la culture dans las thèses de Walter Benjamin (1940)”. Les temps modernes, n. 575, juin 1994.
  • LÖWY, M. “Impérialisme: présentation II”. Actuel Marx, n. 18, 1995.
  • LÖWY, M. Rédemption et utopie: le judaïsme libertaire en Europe Centrale: une étude d’affinité élective. París: PUF, 1988.
  • LÖWY, M. “Avertisseur d’incendie: la critique de la technologie chez Wlater Benjamin”. Multitudes: revue politique, artistique, philosophiaque, 2003a. http://www.multitudes.net/avertisseur-d-incendie-la-critique/ Acceso en: 1 enero 2018.
    » http://www.multitudes.net/avertisseur-d-incendie-la-critique/
  • LÖWY, M. Walter Benjamin: aviso de incendio: una lectura de las tesis sobre el concepto de historia. Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2003b.
  • LÖWY, M. Utopía y romanticismo revolucionario en Ernst Bloch. En: VEDDA, M. (Comp.). Ernst Bloch: tendencias y latencias de un pensamiento. Buenos Aires: Herramienta ediciones, 2007.
  • LÖWY, M. Ecosocialismo: la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Buenos Aires: Ediciones herramienta: El colectivo, 2011.
  • LÖWY, M.; SAYRE, R. Rebelión y melancolía: el romanticismo como contracorriente de la modernidad. Buenos Aires: Ediciones nueva visión, 2008.
  • LÖWY, M.; VARIKAS, E. “L’esprit du monde sur les ailes d’une fusée: la critique du progrès chez Adorno”. Revue des Sciences humaines, n. 229, enero/marzo 1993.
  • MARX, C. “Futuros resultados de la dominación británica en la India”. En: MARX, C.; ENGELS, F. Acerca del colonialismo. Moscú: Editorial progreso, 1981.
  • O’CONNOR, J. Causas naturales: ensayos de marxismo ecológico. México: Siglo XXI editores, 2001.
  • O’CONNOR, M. (Ed.). Is Capitalism sutainable? New York: The guilford press, 1994.
  • O’CONNOR, M. “El mercadeo de la naturaleza: sobre los infortunios de la naturaleza capitalista”. Ecología política, n. 7, 1994.
  • RIECHMANN, J. Un mundo vulnerable: ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia. Madrid: Los libros de la Catarata, 2000.
  • RIECHMANN, J. Gente que no quiere viajar a Marte: ensayos sobre ecología, ética y autolimitación. Madrid: Libros de la Catarata, 2004.
  • RODOLSKY, R. Federico Engels y la cuestión de los pueblos sin historia. México: Cuadernos de pasado y presente, 1982.
  • ROUSSET, P. Lo ecológico y lo social: combates, problemas, marxismos. 2001. Disponible en: https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/rousset170401.htm Acceso en: 23 feb. 2017.
    » https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/rousset170401.htm
  • THOMPSON, E. P. William Morris, de romántico a revolucionario. Valencia: Edicions Alfons el Magnanim, 1988.
  • WOLFF, E. R. Europa y la gente sin historia. México: Editorial Fondo de cultura económica, 1994.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    May-Aug 2018

Histórico

  • Recibido
    24 Ene 2018
  • Acepto
    21 Jun 2018
Universidade Federal da Bahia - Faculdade de Filosofia e Ciências Humanas - Centro de Recursos Humanos Estrada de São Lázaro, 197 - Federação, 40.210-730 Salvador, Bahia Brasil, Tel.: (55 71) 3283-5857, Fax: (55 71) 3283-5851 - Salvador - BA - Brazil
E-mail: revcrh@ufba.br