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Género en transición: sentido común, mujeres y guerra

Gender in transition: common sense, women and war

Resúmenes

El 28 de agosto del año 2003, tras dos años de trabajo y habiendo recopilado unos 17000 testimonios, la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú presentó su Informe Final sobre el periodo de violencia 1980-2000. Esta comisión compartió numerosos rasgos con las comisiones guatemalteca y sudafricana que la antecedieron. Las tres comisiones fueron consideradas sensibles al género puesto que buscaron activamente sacar a la luz las experiencias de violencia sufridas por mujeres. Este énfasis reflejó el deseo de escribir "verdades más inclusivas", así como también los cambios en la jurisprudencia internacional. En este artículo examino las estrategias de investigación sensibles al género y los modos en los cuales las comisiones de verdad han incorporado estas estrategias en su trabajo. La verdad y memoria se encuentran, de hecho, atravesadas por el género, pero no necesariamente del modo en que lo entiende el sentido común. Así, espero ofrecer una comprensión más sutil de las dimensiones asociadas al género presentes en la guerra.

Comisión de la Verdad; Reconciliación; Género; Memoria; Perú


In August 28, 2003, after two years working and having collected 17000 testimonials, the Peruvian Committee for the Truth and Reconciliation presented its Final Information on the violence period from 1980 to 2000. This Committee shared many traits with its equivalents from Guatemala and South Africa. All three Committees were considered gender-sensitive for they tried to bring to light the experiences of violence suffered by women. Such an emphasis reflected the will to write "more inclusive truths" as well as changes in international jurisprudence. In this article, I examine the gender-sensitive research strategies and the ways in which truth committees incorporated these strategies to their work. Truth and memory are, in fact, crossed by gender, but not necessarily in the way that common sense understands it. Thus, I hope to offer a more subtle understanding of the dimensions associated to gender in war.

Commissions for the Truth; Reconciliation; gender; memory; Peru


DOSSIÊ: VIOLÊNCIA: OUTROS OLHARES

Género en transición: sentido común, mujeres y guerra* * Recebido para publicação em 08 de agosto de 2011, aceito em 16 de setembro de 2011. Una versión preliminar salió en Revista Memoria, nº 1, IDEHPUCP. Julio 2007. Versión abreviada de una p onencia presentada en el Seminario Internacional "Condiciones para Lograr la Reconciliación en el Perú," 22-24 de agosto 2006, Instituto Bartolomé de las Casas.

Gender in transition: common sense, women and war

Kimberly Theidon

Profesora asociada del Departamento de Antropología, Universidad de Harvard, E-mail: ktheidon@aol.com

RESUMEN

El 28 de agosto del año 2003, tras dos años de trabajo y habiendo recopilado unos 17000 testimonios, la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú presentó su Informe Final sobre el periodo de violencia 1980-2000. Esta comisión compartió numerosos rasgos con las comisiones guatemalteca y sudafricana que la antecedieron. Las tres comisiones fueron consideradas sensibles al género puesto que buscaron activamente sacar a la luz las experiencias de violencia sufridas por mujeres. Este énfasis reflejó el deseo de escribir "verdades más inclusivas", así como también los cambios en la jurisprudencia internacional. En este artículo examino las estrategias de investigación sensibles al género y los modos en los cuales las comisiones de verdad han incorporado estas estrategias en su trabajo. La verdad y memoria se encuentran, de hecho, atravesadas por el género, pero no necesariamente del modo en que lo entiende el sentido común. Así, espero ofrecer una comprensión más sutil de las dimensiones asociadas al género presentes en la guerra.

Palavras-llave: Comisión de la Verdad, Reconciliación, Género, Memoria, Perú.

ABSTRACT

In August 28, 2003, after two years working and having collected 17000 testimonials, the Peruvian Committee for the Truth and Reconciliation presented its Final Information on the violence period from 1980 to 2000. This Committee shared many traits with its equivalents from Guatemala and South Africa. All three Committees were considered gender-sensitive for they tried to bring to light the experiences of violence suffered by women. Such an emphasis reflected the will to write "more inclusive truths" as well as changes in international jurisprudence. In this article, I examine the gender-sensitive research strategies and the ways in which truth committees incorporated these strategies to their work. Truth and memory are, in fact, crossed by gender, but not necessarily in the way that common sense understands it. Thus, I hope to offer a more subtle understanding of the dimensions associated to gender in war.

Key Words: Commissions for the Truth, Reconciliation, gender, memory, Peru.

El sentido común no es lo que la mente despejada de ideología aprehende

espontáneamente; es lo que la mente colmada de presuposiciones concluye"

(Geertz, 1983:84)

El 28 de agosto del año 2003, tras dos años de trabajo y habiendo recopilado unos 17,000 testimonios, la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú presentó su Informe Final sobre el periodo de violencia 1980-2000. Esta comisión compartió numerosos rasgos con las comisiones guatemalteca y sudafricana que la antecedieron. Las tres comisiones fueron consideradas sensibles al género puesto que buscaron activamente, sacar a la luz, las experiencias de violencia sufridas por mujeres. Este énfasis reflejó el deseo de escribir "verdades más inclusivas", así como también los cambios en la jurisprudencia internacional.

En este artículo examino las estrategias de investigación sensibles al género y los modos en los cuales las comisiones de verdad han incorporado estas estrategias en su trabajo. La verdad y memoria se encuentran, de hecho, atravesadas por el género, pero no necesariamente del modo en que lo entiende el sentido común. Así, espero ofrecer una comprensión más sutil de las dimensiones asociadas al género presentes en la guerra. Considero apropiado comenzar con un recuerdo propio.1 1 Este artículo se basa en investigaciones que he conducido desde 1995 en Perú. Por otro lado, durante el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) tuve la fortuna de trabajar con un sobresaliente equipo de investigadores entre el 2002 y el 2003 como parte de mi trabajo con la oficina de dicha organización en Ayacucho. Quiero agradecer a Edith del Pino, Leonor Rivera Sullca, José Carlos Palomino, Juan José Yupanqui y Dulia Lozano Noa por su calidad humana y su agudeza analítica.

Perú, febrero de 2003

En Accomarca nos hablaron de Eulogia, una joven que había muerto tiempo antes de nuestra llegada. Eulogia era muda y vivía en el momento en que la base militar se asentó en la colina que domina el poblado.

Una noche, los soldados bajaron de la base y entraron en la casa donde Eulogia vivía con su abuela. Hicieron cola para violarla aprovechando su incapacidad para expresar verbalmente su dolor. Sus vecinas nos contaron, con una mezcla de compasión y vergüenza, que "no pudimos hacer nada – teníamos miedo que nos iban a visitar también".

Los sonidos guturales y apagados de Eulogia todavía resuenan en los oídos de sus vecinas. "Lo sabíamos por los sonidos; sabíamos qué estaban haciendo los soldados. Pero no podíamos decir nada." Los soldados lograron reducir a todas a la condición de mudas.

Hay dos versiones de cómo murió Eulogia. Algunas nos dijeron que se cayó mientras bajaba los barrancos hacia Lloqllepampa. Otras insistían en que se lanzó del barranco, incapaz de tolerar su dolor.

Elaine Scarry ha afirmado que el dolor y la tortura buscan "deshacer el mundo", y robar al ser humano su capacidad de hablar y crear sentido – un sentido que se pueda compartir con otros seres humanos (Scarry,1995). Eulogia no podía recurrir al lenguaje: no podía poner palabras a su dolor; no podía denunciar la injusticia. Ella aparece también en mis recuerdos: es imposible borrar la imagen de una joven gritando con todas sus fuerzas pero incapaz de decir nada.

Cuando se habla sobre violaciones, se da gran importancia a los silencios: ¿Cómo escuchar esos silencios? ¿Cómo interpretarlos? ¿Cómo determinar cuándo son opresivos y cuándo constituyen una forma de agencia?, Ese es un gran tema de debate.2 2 Veena Das en su trabajo sobre la partición de la India ha sugerido que el silencio de las mujeres en torno a las violaciones puede constituir una forma de agencia —quizá la única forma posible para las mujeres; por lo tanto, el silencio no necesariamente significa ausencia de competencia lingüística sino más bien una negación activa (1987). Ver también Ross (2003) y Butalia (2000).

Deseo compartir, a propósito de estos problemas, algunas de las conversaciones que mi equipo de investigación y yo tuvimos con las mujeres en el Perú de la posguerra y, por ese medio, tratar algunos temas que nos impresionaron profundamente.

En primer lugar, quiero explorar la historicidad de la memoria discutiendo cómo, en el contexto del trabajo de una comisión de verdad, ciertas categorías de víctimas se convierten en capital narrativo para las comunidades que dan testimonio. En segundo lugar, abordo los temas sobre los que las mujeres hablaban y examino cómo sus narrativas son descripciones densas en el sentido antropológico del término; esto es, descripciones que invitan a analizar la actividad humana a la luz de la complejidad de prácticas y discursos presentes en la sociedad. A partir de esas descripciones examino algunos presupuestos existentes sobre aquello en lo que consiste una perspectiva de género sobre el conflicto armado. Al hacer esto, discuto cómo las mujeres charlaban con nosotras acerca de las violaciones, y el énfasis que ponían en cómo habían intentado defenderse a sí mismas y a miembros de sus familias. En tercer lugar, examino cómo las mujeres fueron forzadas a participar en intercambios sexuales para salvar sus vidas y las de sus seres queridos. Discuto a continuación los modos en que las violaciones entre hombres y mujeres – y entre hombres – constituían una forma de establecer relaciones de poder y de crear hermanos de sangre. Para concluir, considero algunos de los legados de la violencia sexual masiva y reflexiono sobre la posibilidad de las reparaciones ante los grandes daños ocasionados.3 3 Pese a que la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR) recogió casi 17,000 testimonios, aún es imposible determinar la magnitud de la violencia sexual durante el conflicto. Mi investigación particular coincide con un estudio llevado a cabo en Ayacucho por Comidesh (2003) en el cual se determinó que las violaciones eran utilizadas sistemáticamente como una estrategia de guerra y que el número de violaciones era masivo. Esto es también lo que la CVR sostiene a partir de los testimonios que recibió (Informe Final, 2003).

Comisiones de la verdad: una perspectiva de género

Un objetivo explícito de las comisiones de verdad es el de la escritura de nuevas narrativas nacionales que resulten más inclusivas respecto a los grupos históricamente marginados durante la construcción del Estado. Hay la expectativa de que una democratización de la historia influya positivamente en el futuro y de que las comisiones de verdad sean un formato más adecuado para escribir tal historia inclusiva. En contraste con los procedimientos legales, y con los agresivos interrogatorios que los caracterizan, las comisiones de verdad se consideran centradas en las víctimas o amistosas hacia las víctimas dado que incluyen una escucha empática antes que una hermenéutica de la sospecha de signo antagonista.4 4 Ver Hayner (2001).

Un grupo frecuentemente incluido entre las víctimas olvidadas es el de las mujeres. De hecho, cuando se trata de guerras, la palabra víctima evoca un conjunto de imágenes altamente marcadas por el género. Sin embargo, pese a la presunción de estar centradas en las víctimas, el ascenso de las comisiones de verdad en escenarios posconflicto se ha visto acompañado de la queja de que "las mujeres no hablaban". Existen diferentes motivos para ello, pero en su estudio de los mecanismos de búsqueda de la verdad, Priscilla Hayner determina que "la mayor parte de las comisiones de verdad no han sido activas en la búsqueda, en el fomento o en el facilitar los testimonios de las mujeres" (2001:78).

La preocupación por la falta de voces femeninas impulsó a las comisiones de Guatemala y Sudáfrica a buscar activamente los testimonios de mujeres. En términos de números absolutos, las comisiones tuvieron éxito: tanto en Sudáfrica como, más tarde, en Perú las mujeres aportaron la mayoría de los testimonios dados a sus respectivas comisiones.5 5 En Sudáfrica, de los 21,227 testimonios dados a la CVR las mujeres representaron el 56.5% de los testigos ( www.peacewomen.org) y en Perú representaron el 54% de los 16,885 testimonios prestados a nivel nacional, y el 64% de los testimonios prestados en Ayacucho (CVR, vol. VII). En las tres comisiones las mujeres describieron con detalle el daño infligido a miembros de sus familias y a sus comunidades. No obstante, no hablaban en primera persona en el caso de las violaciones. Así, la queja de que "las mujeres no hablan" cambió para "las mujeres no hablan sobre sí mismas".

La preocupación sobre este problema ha alentado diversas estrategias "sensibles al género". El que las mujeres no hablaran sobre las violaciones apareció como el problema que el diseño del enfoque de género debía resolver. Desde esta perspectiva, el incitar el discurso es una buena intención, el problema sería el tipo de discurso que, desde el sentido común, buscan las comisiones.

Si bien el mandato de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) de Perú era neutral respecto del género, las feministas tuvieron éxito en su insistencia para que la comisión reflexionara sobre la importancia del género en su trabajo.6 6 Mantilla (2005 a y b) La CVR decidió incluir la investigación de crímenes sexuales dentro de su mandato amparada en la amplitud del lenguaje utilizado en el decreto supremo que la creó, la importancia misma del tema y "la necesidad de recuperar las voces de las mujeres afectadas por estos crímenes" (Mantilla, 2005a:20).

Como resultado, de las casi 17,000 personas que prestaron testimonio a la CVR, a nivel nacional, 54% eran mujeres y 46% hombres; en el departamento de Ayacucho las mujeres ofrecieron el 64% de los testimonios (CVR, vol. VIII:64). Las mujeres se presentaron voluntariamente para dar sus testimonios: hablaron mucho, pero no necesariamente sobre la violencia sexual, al menos no en primera persona. De hecho, el total de los casos de violaciones reportado fue de 538, de los cuales 527 fueron cometidos contra mujeres y 11 contra hombres (CVR, VII:89).

Si los estándares de prueba legal son la medida de éxito, estos números son desalentadores. Abrumadoramente, las mujeres se negaron a hablar en primera persona sobre las violaciones. Sin embargo, una fuerza potencial de las comisiones de verdad es que difuminan los géneros, tanto los discursivos como los prácticos. Mientras los estándares de prueba legales podrían no aceptar las "habladurías" o la "evidencia anecdótica", las comisiones de verdad pueden trabajar con otros estándares de evidencia para establecer verdades históricas. Esto es lo que, de hecho, la preponderancia de los testimonios en "tercera persona" permitió hacer a la CVR peruana. Como se establece en su informe final, si de hecho no podían demostrar cuantitativamente hasta qué punto habían llegado las violaciones sexuales, la información cualitativa y tangencial recogida permitió a la comisión afirmar que las violaciones sexuales contra las mujeres fueron una práctica generalizada durante el conflicto armado interno. Estos descubrimientos son importantes y el informe final de la CVR peruana es una herramienta en la lucha por la justicia de género. Pero consideremos aquellas estadísticas un momento más.

Al discutir aquello que subyacía a lo reportado en los casos de violencia sexual, el primer elemento citado es la vergüenza. No es sorprendente que muchas de las mujeres dieran testimonio sobre violencia sexual en su carácter de testigos antes que de víctimas. Mientras que la vergüenza es un factor que influye en esto, ella también refleja que las especializaciones en el ejercicio de la memoria tienen naturaleza de género. Hay una división del trabajo emocional según género, así como también un sello de género de la memoria. En otras palabras, la memoria tiene género.

Las mujeres narran el sufrimiento comunal y el impacto cotidiano de la guerra: por lo tanto no es muy extraño que ellas sean también las mensajeras de estos recuerdos colectivos. Y es el trabajo recordatorio de las mujeres y las dimensiones genéricas de la guerra lo que desarrollaré ahora.

En su investigación sobre la CVR de Sudáfrica, Ross sostiene que la comisión esencializó la relación entre género y sufrimiento al definir el daño a las mujeres como una violación a la integridad corporal. Así fue construida, y valorizada, la narrativa de la "víctima de violación". En las Audiencias Públicas, a través de los procesos de interrogación, las narrativas de violación eran obtenidas mediante su extracción de testimonios más amplios, y se convertían en emblemáticas de la "experiencia de las mujeres" durante el apartheid (Ross, 2003). Como Ross agudamente lo demuestra, las mujeres tenían mucho más que decir.

Es cierto que en Perú la Comisión adoptó una definición amplia de violencia sexual, incluyendo formas de abuso que van más allá de la violación. Sin embargo, aún una definición amplia de violencia sexual puede resultar en una estrecha definición de las dimensiones de género de la guerra. En la descripción densa que las mujeres aportaron, narraban un conjunto de verdades mucho más amplio sobre la injusticia sistemática. Cuando estas mujeres quechuahablantes hablan del sufrimiento de sus familiares y de sus comunidades, de las largas caminatas diarias hasta el río en búsqueda de agua, de las horas perdidas gorreando leña; cuando entre lágrimas recuerdan el hambre mordiente de sus niños que ellas intentaban calmar con agua y sal; cuando recuerdan con indignación los insultos étnicos en las calles de las mismas ciudades en las que buscaban refugio, están hablando sobre ellas y sobre las dimensiones de género de la guerra. Y, más allá de los daños, tienen mucho que decir sobre las acciones con que hicieron frente a esos desafíos.

Proyectos de memoria

Mencioné antes que hablar sobre violaciones es hablar de silencios. Cuando empecé mi investigación en el norte de Ayacucho, en el verano de 1995, no sólo las mujeres guardaban silencio sobre la violencia sexual, sino también, las autoridades comunales – todos hombres – negaban rutinariamente que las mujeres de sus comunidades hubieran sido violadas. Unánimemente me habían informado de que, por supuesto, había habido abusos, pero siempre en algún otro lugar, mientras señalaban con el índice a alguna comunidad vecina. Si pensamos un poco en cómo la masculinidad se halla militarizada, el que las autoridades comunales reconocieran que había habido violaciones en sus pueblos hubiera significado admitir que fueron incapaces de proteger a "sus mujeres". Como se ve, la vergüenza toca a más de una puerta.

Sin embargo, en el contexto de la CVR algo había cambiado: apareció una preponderancia de testimonios de testigos sobre violación y violencia sexual. Aunque gran parte de estos testimonios venían de mujeres, los hombres conformaron el otro 46% entre los que prestaron testimonio a la Comisión. Es más, las autoridades comunales hablaban acerca de la violencia sexual que había ocurrido en sus comunidades. ¿A qué se debió el cambio?

Dentro del marco de la Comisión de Verdad las autoridades comunales emprendieron el desarrollo de sus propios proyectos de memoria. En cada comunidad en la que trabajé hubo asambleas convocadas para discutir lo que sería dicho a los equipos móviles de la CVR. Se notaba un esfuerzo de cerrar los rangos narrativos, esfuerzo impulsado por los muchos secretos que la gente guardaba sobre un largo conflicto fratricida, así como también sobre las expectativas que la comisión generaba. Participé de numerosas asambleas en las cuales las autoridades recordaban a todos aquello sobre lo que habían decidido hablar y donde les recordaban, especialmente a las mujeres que no hablaran de "cosas que no eran ciertas".

Un ejemplo ayudará a comprender varios de estos temas que nos convocan. En junio de 2002 el equipo de la CVR realizaba dos grupos focales en la misma comunidad, uno con hombres y mujeres y el otro compuesto sólo por mujeres.

Las transcripciones de los grupos focales son muy extensas; por eso, sintetizaré los grupos y los temas tratados. No daré el nombre de la comunidad, pero diré que estaba localizada en el centro-sur de Ayacucho y que fue una de las bases de apoyo de Sendero Luminoso.

El encuentro con hombres y mujeres comienza con la presentación de los dos facilitadores; posteriormente la gente se dirige a cada uno de ellos como "señor Comisión de la Verdad". Para iniciar la conversación uno de ellos pregunta "¿Cómo era cuando ustedes, paisanos, vivían aquí? ¿Había tanta muerte antes?"

Uno de los hombres replica: "Aquí estábamos nosotros, tranquilos, sin peleas, sin odiarnos entre nosotros. Durante las fiestas nos emborrachábamos, comíamos. Cuando alguien moría lo visitábamos. Cuando alguien nos llamaba, respondíamos. Luego apareció todo esto (SL). Éramos inocentes. Nos cortaron la garganta porque éramos inocentes."

Los otros hombres agregan detalles sobre el momento en que "Sendero llegó", hablando animadamente sobre uno de los maestros que era un cabecilla local. Se detalla una serie de matanzas, seguidas por la insistencia de que "Todas estas cosas nos las hicieron a nosotros, gente inocente." Otro hombre agrega, "Los chicos temblaban de miedo. Las mujeres también."

Lo que sigue en la trascripción es el primer intento de tranquilizar a una de las mujeres que trata de hablar. Los hombres le advierten: "No deberías hablar salvo que lo sepas (la historia) realmente bien o cambiaremos la información. Esta máquina (grabadora) va a decir todo tal como es en Lima." Ella se calla. Hay más discusiones sobre su inocencia y luego la conversación vira hacia una masacre local. Otra mujer trata de hablar y también le dicen que se calle.

En la descripción de la masacre efectuada por el ejército, uno de los hombres apunta: "Decidimos que los hombres debían escapar. Ellos odiaban a los hombres, no pensamos que les harían algo a las mujeres."

Se equivocaban en esta impresión, y lo que sigue es una descripción de cómo los soldados comenzaron a violar y matar a las mujeres. Una vez más, una mujer trata de hablar en voz alta y los hombres le dicen que se quede tranquila. Los hombres vuelven al tema de la inocencia, insistiendo esta vez en que "nuestro pueblo era inocente."

Finalmente, se permite hablar a una de las mujeres sobre las matanzas y las violaciones y ella cuenta cómo cada mujer era arrastrada por tres soldados y era violada. Cuando los soldados terminaban arrastraban a la mujer de vuelta al claro del bosque.

Los hombres dan más detalles sobre las violaciones y las muertes horrendas de mucha gente que fue incinerada viva.

Uno de los hombres explica:

Hubo matanzas, por aquí, por allá. Entonces pedimos una base militar. Primero íbamos a pedir una estación de policía, pero eso no era suficiente para protegernos. Entonces peticionamos una base militar. Nosotros, los hombres, construimos esa base."

Consciente de que las mujeres habían sido interrumpidas sistemáticamente, el equipo móvil decidió encontrarse con un grupo de mujeres a solas.

Las facilitadoras daban la bienvenida a las mujeres:

Aquí estamos para conversar acerca de distintos temas vinculados a la guerra. La idea es obtener su visión de conjunto, como mujeres, como un grupo pequeño. Toda la información que den es totalmente confidencial y no tienen por qué preocuparse siéntanse en plena confianza.

El equipo de la CVR explica que les interesa saber cómo era la vida antes y durante el conflicto armado. Para incentivar la conversación comenzaban preguntándoles a las mujeres cómo están y si se encuentran bien organizadas. Una de las mujeres contesta:

Todavía no estamos organizadas, nosotras, las mujeres, todavía no estamos bien organizadas. Antes estábamos completamente desorganizadas, pero ahora nos estamos organizando porque algunas de nosotras ya conocemos nuestros derechos. Antes ni siquiera sabíamos cuáles eran nuestros derechos. Todavía estábamos en la oscuridad. Los hombres nos humillaron, nos decían "¡qué saben las mujeres!" Incluso nos decían, aún nos lo dicen, que sólo venimos a dormir a las reuniones. Pero poco más, poco menos, conocemos nuestros derechos.

Otra mujer añade:

Fuimos marginadas por los hombres. ¡Ay, todavía ahora el machismo reluce! Ahora hablamos en las asambleas, más o menos. Por ejemplo, antes había mucho analfabetismo. No había educación. La gente se preguntaba porqué debería educar a las niñas cuando todo lo que iban a hacer era arrear ovejas y cuidar la casa. Hoy en día nosotras queremos que nuestras hijas vayan a la escuela.

Las facilitadoras siguen con el tópico de la educación, que aúna a las mujeres en sus lamentos por haber interrumpido sus estudios. Ninguna de ellas había terminado la primaria. Además, desde el momento en que Sendero Luminoso comenzó con el proselitismo, los programas de la escuela cambiaron drásticamente. Cuando la conversación gira hacia el tema de Sendero Luminoso, dos de las mujeres aseguran que se sienten mucho mejor cuando se olvidan. Hay una oleada de murmullos afirmativos. Una mujer le asegura al equipo de la CVR,

Cuando me olvido me siento bien. Recordar [lo que pasó] incluso ahora, me vuelve loca. Se me hace muy difícil poder soportarlo. Pero cuando me olvido me siento más o menos, es tan duro responder a sus preguntas, tan difícil volver atrás y recordarlo todo.

La facilitadora del grupo focal no se inmutó: "Es necesario y muy importante recordar lo que pasó para que no pase nunca mas".

Las mujeres sí participan y hablan, usando casi siempre la primera persona del plural en sus respuestas. Describen al líder senderista que se apoderó de la escuela local, y también las amenazas que ellos usaban para hacerlos participar en Sendero. Ellas explican que por falta de dinero y con tantos niños de los que ocuparse, no pudieron escapar a la seguridad relativa que ofrecía Lima. Ellas se quedaron, al tiempo que sus hombres huían hacia la costa o trataban de enviar a sus hijos lejos donde no pudieran ser dañados. Sus hijos se enfermaban constantemente, especialmente de susto porque había demasiada violencia. Las enfermedades de sus hijos eran agravadas por el hambre: tanto los senderistas como las tropas del ejército robaban animales y destruían los sembradíos. No había comida, a veces no había nada más que agua saborizada con sal. En este punto una de las facilitadoras pregunta a las mujeres cómo se habían comportado los soldados.

La primera lista de injusticias incluye a los familiares asesinados por los soldados. Las mujeres que perdieron a sus maridos describen el perdurable impacto de su pérdida. A pesar de las pérdidas emocionales, insisten en lo diferente que hubiera sido la vida si sólo hubieran tenido a sus maridos con ellas. No hubieran sufrido tanto la pobreza. Las mujeres vuelven una y otra vez al punto de cuán difícil era hacerse cargo de los cultivos, el ganado y los niños. Siempre estaban corriendo, esperando el sonido de los disparos, de los helicópteros, de las botas de cuero en sus puertas. Los animales se morían o eran robados.

Una de las mujeres repite: Se llevaron nuestros animales. Destruyeron nuestras cosechas, no teníamos nada que comer.

Otra agrega: Muchas de las jóvenes mujeres quedaron embarazadas.

Y otra: Violaban a las mujeres jóvenes. Saqueaban nuestras casas. Se llevaban nuestros animales en helicópteros. Ay, ¡la vida cambió completamente!

De manera abrupta, una de las facilitadoras interviene: Bueno. Ahora sabemos que tenemos derechos. En ese momento algunas de las mujeres participaron en Sendero. ¿Había algunas mujeres líderes [de Sendero Luminoso] aquí?

Una de las mujeres responde: Ay, no. Las mujeres de aquí no participaron en Sendero, sólo mujeres de otros lugares. Vi a algunas de ellas. Quizá ellas ya sabían que tenían derechos y por eso se unieron. Pero no las mujeres de aquí.

No, aquí no [añade otra mujer]. Pero hubo algunas en otros lugares. Quizás esas mujeres sabían todo acerca de sus derechos. Pero no fue así aquí.

Otra mujer levanta la voz. Bueno, hablar me da miedo. Personalmente tengo miedo de hablar de esto. Se dice que Sendero podría resurgir. Quién sabe, podría haber algunos de ellos en este pueblo, ¿no? ¿Qué pasaría si se descubre? Tengo mucho miedo".

"¿Hay resentimiento aquí, entre la gente de este pueblo? ¿Quieren hablar sobre esto?" [pregunta la facilitadora].

"No, no hay resentimiento. Sólo queremos olvidar. Con mucha gente nunca hablamos sobre esas cosas. Sólo en las familias, ahí recordamos, hablamos. Pero no en un grupo como éste.

Con estas últimas palabras se cierra el grupo focal. Una de las facilitadoras agradece su participación a las mujeres y reitera:

Sabemos que es difícil hablar sobre estas cosas, pero también es importante hacerlo. Esperamos haberlas ayudado a aliviarse un poco hablando. Recuerden que esto también es difícil para nosotras, pero no es en vano, les va a hacer bien. Entonces, les agradecemos y también les recordamos que siempre tienen que hablar. No se callen. Tienen que hablar así estas cosas no vuelven a pasar nunca más.

Estaba impresionada con estas transcripciones por muchas razones. Esta era una de las comunidades con las cuales mi equipo y yo habíamos estado trabajando. Me interesaba el tipo de recuerdos relatados en estos grupos focales porque el contexto en el cual se dan y se reciben testimonios es crucial para las formas que esos testimonios adquieren.

Como mencioné, esta comunidad había sido una base de apoyo de Sendero Luminoso. No obstante, la tipología de víctimas con la que trabaja una comisión de verdad ayuda a comprender por qué los hombres ponen énfasis en la inocencia.

El heroísmo que se asocia a la identidad de rondero no está disponible para los hombres de esta región de Ayacucho: su participación armada estuvo en el lado perdedor de esta guerra. Por tanto, la categoría de víctima es una fuente importante de capital narrativo frente a la CVR y, por metonimia, frente al Estado. Las muertes inocentes, los niños temblorosos, y las mujeres violadas son importantes categorías de potencial reparación. En consecuencia las mujeres eran alternativamente silenciadas mientras que su sufrimiento era apropiado para "fines comunales".

Si contrastamos el primer grupo con el segundo, conformado sólo por mujeres, resulta impresionante la diferencia de los guiones narrativos: los hombres contaban las batallas y los ataques mientras que las mujeres se enfocaban en los aspectos cotidianos de la vida durante la guerra. El trabajo no pagado de las mujeres – y frecuentemente subvaluado – se transforma en algo aún más oneroso en el contexto de la guerra: "Al recordar aquella vida nos damos cuenta de que teníamos un gran peso encima." Como sabemos, las mujeres estaban involucradas en actividades defensivas en sus comunidades, también eran responsables por el mantenimiento de sus hogares de cara a los desafíos duales de la violencia política y de la pobreza que se vio agudamente incrementada por causa de la guerra.

Aunque el sobrevivir puede ser "menos dramático" que la lucha armada, un análisis de la economía doméstica de la guerra revela hasta qué punto la supervivencia en sí misma se convierte en una lucha diaria. Vivir en cuevas por meses, mudarse de un lugar a otro diariamente, cocinar y cuidar a los niños en condiciones arduas – estas mujeres no limitaron su protagonismo a los modelos de épica masculina (Theidon, 2003). Además, el grupo focal era guiado por algunas premisas de sentido común sobre las mujeres y la guerra. Convocar un grupo formado al azar para hablar "como mujeres en total confianza" pone de manifiesto impulsos feministas y terapéuticos bienintencionados. La incitación al discurso depende de la creencia de que hablar es algo intrínsecamente sanador, y por tanto, participar en grupos de discusión proveería a las mujeres "algo de alivio". Esto estaba en desacuerdo con la insistencia de las mujeres en olvidar, y ciertamente en contradicción con la mujer que finalmente dijo a las facilitadoras que tenía "miedo de hablar". Aquí, al definir a las mujeres como no-combatientes – al asumir que las mujeres son un grupo homogéneo y apolítico de testigos o víctimas – se cae en la ilusión de producir un grupo con intereses compartidos basado en su identidad como mujeres. Este es un supuesto cuestionable en muchos casos y lo es aún más en el caso de Perú donde se calcula que un 40% de los militantes de Sendero Luminoso eran mujeres.7 7 Ver el Informe Final de la CVR, volumen 8, sobre las mujeres en Sendero Luminoso.

Antes de continuar, espero haber mostrado la complejidad de las experiencias de las mujeres y las múltiples posiciones subjetivas que asumieron durante el conflicto armado interno. Por lo demás, las mujeres del grupo focal insistían en que la vida había cambiado por completo y en las consecuencias destructivas pero también transformadoras de la violencia. Como Rehn y Sirleaf señalan,

El conflicto puede cambiar los roles de género. Las mujeres pueden adquirir mayor movilidad, recursos y oportunidades de liderazgo. Pero esta responsabilidad adicional viene sin que haya ninguna disminución en las demandas de sus roles tradicionales. Por lo tanto, el espacio momentáneo en el que las mujeres asumen roles no tradicionales y típicamente asumen responsabilidades mucho mayores dentro de los ámbitos doméstico y público, no necesariamente implica un avance en la igualdad de género (2002:2).

Esta paradoja resuena a lo largo de mi investigación.

Las otras "héroes"

la capacidad de agencia de las mujeres es reconocida sólo cuando las mujeres actúan en formas que se asemejan al comportamiento masculino tradicional. Esta restricción del sentido de la agencia implica una profunda injusticia hacia las sobrevivientes de la violencia sexual, y a la investigación, la práctica y el activismo feministas que han buscado consistentemente hacer visibles las acciones involucradas en el sobrevivir, sobrellevar y resistir a la victimización (Nelly (2000).

En las audiencias públicas en Perú, diversas mujeres contaron sus experiencias de violación. Para cada espectador que se retorcía de disgusto había otro que aplaudía la valentía de estas mujeres por haber salido adelante y por haberse atrevido a hablar en público sobre "sus violaciones".

Estas exhibiciones son problemáticas8 8 En parte me preocupa el uso pedagógico del sufrimiento o pena de otro como medio de sensibilizar a aquellos que no reconocen a otro capaz de sentir dolor. pues la definición de estas mujeres como valerosas por hablar claro implica que sólo son valientes aquellas mujeres que eligen el foro público para hablar sobre las violaciones. Otras formas de coraje han sido opacadas, y, de manera importante; otros mensajes han sido transmitidos en las grabaciones de estas manifestaciones públicas

Deseo destacar el protagonismo de las mujeres que enfrentaron la violencia sexual para cuestionar los relatos que siguen repitiendo el heroísmo de los hombres y la condición de víctimas de las mujeres.

"Me armé de coraje"

Mi equipo de investigación y yo pasamos meses viviendo en las comunidades con las cuales trabajamos, y esto puede explicar por qué algunas mujeres nos buscaron para hablar sobre sus propias experiencias de violación y violencia sexual. Nunca preguntamos a ninguna mujer si había sido violada. Como observarán a través de las narrativas, estas conversaciones comparten un mismo formato: "Un vuelve mañana", esto es, las mujeres necesitaban un tiempo para prepararse para hablar sobre este tema, y para preparar un espacio de privacidad absoluta.

Me resultó notable la insistencia por parte de estas mujeres, en el contexto: cuando ellas nos contaban sobre las violaciones las ubicaban en una dinámica social más amplia. Daban detalles sobre las precondiciones de su vulnerabilidad y enfatizaban sus esfuerzos por minimizar el daño hacia sí mismas y hacia la gente de la que estaban a cargo. Con su insistencia en el contexto las mujeres situaban sus experiencias de violencia – episodios de victimización brutal – dentro de narrativas femeninas de heroísmo.

Cayara, febrero de 2002

Elizabeth estaba sentada en la entrada de la casa de su tía, quien años atrás la había puesto a cargo del cuidado de su hogar cuando escapó a la costa en busca de una seguridad relativa. Leonor se sentó a hablar con ella y mientras hablaban se dio cuenta de que había moretones en su cara y que su nariz estaba abierta con arañazos. Su ojo izquierdo estaba cubierto por un colgajo de piel y Elizabeth se esforzaba en levantar su párpado contra el peso de una mucosa viscosa que ocluía su visión. Su voz se agudizaba llenándose de ira:

Mi ojo, los soldados me hicieron esto. Esos qanras, allqus (sucios, perros). Me arruinaron la vida. Me lastimaron y ahora no puedo ver bien. Algunas veces me caigo en la oscuridad. La última vez que me caí llevaba dos baldes llenos de agua, y me arañé la cara. Los soldados vinieron a mi casa llamándome 'terruca'. Terruca! continuaban gritando mientras me pegaban, mientras abusaban de mí, hasta que un día me armé de coraje y agarré a uno de ellos por el pecho y le pegué con un tronco. Lo rechacé. Entonces me fui a Ayacucho, dejando todas mis cosas abandonadas. No tenía un marido que me protegiera, que me cuidara y que los hiciera respetarme" su voz se elevaba con cada palabra. "Cuando tienes un hombre a tu lado, de alguna manera eres más respetada.

Las más vulnerables eran las viudas y las solteras, las mujeres que no tenían un hombre que proveyera, al menos, una protección simbólica. De hecho, en contraste con pautas sostenidas durante mucho tiempo, las mujeres empezaron a elegir compañeros más jóvenes debido a la falta de hombres maduros en sus comunidades.

Elizabeth no estaba sola en este "armarse de coraje": muchas mujeres describieron cómo habían tratado de defenderse con palos, dientes, gritos y empujones. No obstante, no sólo peleaban para defenderse a sí mismas; muchas mujeres peleaban para proteger a sus seres queridos. Otras mujeres nos dijeron cómo habían rellenado sus faldas polleras con ropa enrollada simulando estar embarazadas con la esperanza de disuadir a los potenciales violadores. Incluso otras manchaban con sangre sus bombachas esperando que su estado disuadiera a los soldados. Otras, incluso, recurrieron a "embarazos estratégicos" para ejercer alguna forma de control sobre sus cuerpos, como Maricela Tomayro nos contó:

Hualla, abril de 2003.

Los soldados arrastraron a mi marido fuera de la casa, lo arrastraron hacia la plaza. De allí lo llevaron a algún otro lugar y lo desaparecieron. Los seguí a Canaria para buscarlo. Les pedí que me lo devolvieran. Esos soldados me pegaron, todavía me duele el pecho de todo lo que me pegaron. Querían abusar de mí pero no pudieron. Después de todo lo que me hicieron no los perdono. Mis chicos nunca fueron a la escuela por su culpa. ¡Déjenlos que vengan y que al menos arreglen mi casa! Tengo tres hijos. Después de que mi esposo desapareció los soldados quisieron abusar de mí. Trataron, y yo sabía que no quería tener un hijo de esos demonios. Decidí que sería mejor tener el hijo de uno de mis paisanos. Eso es lo que decidí. Entonces tuve un hijo con un viudo para asegurarme de no darles a esos malditos cerdos ese placer. Violaban en grupos, formaban filas uno detrás de otro. ¿Cómo podría una mujer aguantar tantos hombres? Ni siquiera una perra podría tolerarlo.

Hay mucho condensado en las palabras de la señora Tomayro. Fueron las mujeres las que abrumadoramente se comprometieron en "la búsqueda" (la búsqueda de los desaparecidos y muertos). La búsqueda las llevó a comisarías, bases militares, hospitales y prisiones. Para las mujeres rurales de habla quechua el Estado estaba personificado en el español que utilizaban para maldecirlas, en las puertas cerradas en sus caras, en las palizas y en otras formas de abuso que encontraban mientras emprendían las búsquedas de sus seres queridos.

Además, el acceso a los programas de salud reproductiva y planificación familiar era mínimo antes de la guerra y, más adelante, fue reducido por la destrucción de cientos de centros de salud rurales durante el conflicto armado interno. Las violaciones frecuentemente daban como resultado embarazos no deseados, con lo que traían más dolor y estigmas tanto a la madre como a su hijo.

Por último, la señora Tomayro transmite el perdurable impacto económico que implica la pérdida de un marido. En el marco de una economía campesina las mujeres necesitan acceder al trabajo masculino para complementar sus propias actividades productivas. Son también los hombres los que habitualmente toman parte en las migraciones estacionales, lo que representa una ganancia en efectivo que refuerza la economía doméstica.

Rituales de sangre

En su investigación sobre la violencia sexual durante el conflicto en Perú, Falconí y Agüero hallaron que

prácticamente en cada caso los responsables de haber cometido violaciones fueron los miembros de las fuerzas armadas, especialmente del ejército, y, en menor medida la policía y los sinchis " (2003:12).

De manera similar, en mi investigación quedó claro que aunque los senderistas, y en algunos casos, los ronderos violaban, el uso sistemático de la violencia sexual era una práctica desplegada por las fuerzas del orden. En otras palabras, donde había soldados había violaciones.

También se puede generalizar sobre las violaciones en grupo. Cuando las mujeres describían las violaciones, nunca se trataba de un soldado sino de varios. "Violaban a las mujeres hasta que ellas ya no podían mantenerse en pie." Los soldados cometían mutilaciones con sus penes; las mujeres quedaban ensangrentadas. Quisiera reflexionar algo más sobre estos rituales de sangre.

Al considerar las violaciones grupales, deberíamos preguntarnos por qué los hombres violaban de esta manera. Una explicación instrumentalista indicaría que los soldados violaban en grupo para dominar a una mujer o para que uno de ellos vigilara mientras los otros violaban. Sin embargo, atribuir esta práctica a la necesidad de ejercer puramente la coacción o la vigilancia resultaría una lectura muy limitada. Cuando un soldado apuntaba su arma al pecho de una mujer, no necesitaba más fuerza. Cuando los soldados bajaban de sus bases en la noche para violar, la "privacidad" no era su preocupación central. Operaban con impunidad.

Claramente, la violación en grupo tiene un aspecto ritual.9 9 Ver la discusión sobre violaciones de guerra y la creación de lazos afectivos entre hombres en Enloe (1998). Quiero reflexionar sobre los lazos de sangre establecidos entre soldados y las matrices ensangrentadas que dieron luz a una fraternidad letal. Estos lazos de sangre unían a los soldados, y los cuerpos de las mujeres violadas eran el medio para forjar tales lazos. Las violaciones grupales no solamente quebraban los códigos morales que generalmente ordenan la vida social; esa práctica también servía para erradicar la vergüenza. Cometer actos moralmente aberrantes enfrente de otros no sólo instituye lazos entre los perpetradores sino que también forja sinvergüenzas capaces de una brutalidad tremenda. Al perderse el sentido de vergüenza – una emoción reguladora ya que implica un otro frente al cual uno se siente avergonzado – se crean hombres con una capacidad incrementada para la atrocidad.

Por lo demás, las mujeres enfatizan lo que los soldados les decían mientras las violaban: "Terruca de mierda", "ahora aguanta terruca", "carajo", "terruca de mierda" e "india de mierda". Los soldados marcaban a las mujeres con insultos físicos y verbales. Por ejemplo, los soldados de una base militar en Hualla llevaban mujeres de las comunidades vecinas a la base para violarlas y las devolvían con el pelo recortado como señal de lo sucedido.

Cabe imaginar, sin embargo, que hubo hombres que no quisieron participar en las violaciones. En nuestras conversaciones con ex soldados y ex miembros de la marina, ellos insistían en que la participación en las violaciones era obligatoria. Es posible que esta ficción sea un bálsamo para sus conciencias; no obstante, algunos hombres dieron detalles de lo que sucedía a aquellos que no querían tomar parte de las violaciones. Alguien que sirvió en la Marina en Ayacucho a comienzos de la década de 1980 me dijo en una entrevista:

Entre los reclutas, algunos eran realmente jóvenes. Eran apenas adolescentes. No querían participar (en las violaciones). Si uno rehusó, los demás lo llevarían aparte para violarlo. Todos lo violarían. Con ese pobre gritando Dijeron que estaban cambiando su voz: con tanto grito su voz bajaba. Ya no era mujer."

Violar era un medio a través del cual se establecían jerarquías de poder entre los grupos armados y la población, aunque también dentro de las fuerzas armadas mismas. En las comunidades era habitual que los soldados forzaran a los hombres a mirar cómo violaban a sus mujeres, hijas y hermanas. Y es impactante que los soldados violaran siguiendo un orden por rango y por turnos: comenzando por los oficiales y terminando por los reclutas.

Cuando se habla de militarización, es preciso ir más allá del establecimiento de bases militares y soldados. La militarización también implica cambios en lo que significa ser un hombre o una mujer: la hipermasculinidad del guerrero se basa en la supresión de las características consideradas femeninas (Theidon, 2003). La hipermasculinidad se construye a través del desprecio de lo femenino, y un aspecto de este desprecio es la feminización de otros hombres al infligirles violencia física y simbólica.10 10 En su análisis de la dinámica de género del conflicto armado, Cockburn sostiene que, " el sistema de dominación masculino incluye una jerarquía entre hombres que produce masculinidades diferentes y desiguales, siempre definidas en relación no sólo entre sí, sino también en relación a las mujeres" (2001:16).

Narrando el heroísmo

Huaychao, febrero de 2003

Marcos me llamó la atención la primera vez que lo vi en una asamblea comunal. Era una figura que se destacaba en caqui y negro, con su postura exageradamente erecta. Llevaba el cabello corto y su pulóver negro alternaba con sus pantalones de camuflaje que finalmente cedían ante sus negras botas de cuero. En el cuarto que compartía con su joven esposa había varias fotos suyas con su arma y cinturones de municiones colgando de la pared. Me había contado acerca de esas fotos una noche.

Yo estaba en el ejército cuando las papas quemaban, en el '95 o '96. Una vez estábamos afuera patrullando cerca de Pucayacu donde estábamos en conflicto con los terrucos y matamos a seis de ellos. Capturamos una china (una chica joven). Éramos en total unos 28 soldados, y todos violaron a esa pobre china. Yo no lo hice porque ella tenía 15 años y yo sólo 17, sentí que era como mi hermana. Después la dejamos escapar porque nos lo rogó, decía que había sido forzada a colaborar con Sendero en la selva. ¿Me pregunto dónde habrá ido a parar esa pobre chica? Los oficiales en el ejército permitían todo eso. Incluso nos decían: "Esos malditos terrucos violan a sus mujeres. ¿Eso está bien? Por eso nos dijeron 'Los autorizamos (a violar)'. También nos hicieron comer pólvora como desayuno. Nada nos asustaba.

Ni uno solo de los hombres con los que hablé admitió haber participado en violaciones.11 11 El hecho de que yo sea una mujer pudo, ciertamente, haber contribuido al silencio de los hombres en torno a las violaciones; sin embargo, he trabajado con muchos asistentes de investigación que eran hombres y ellos tampoco encontraron a los hombres comunicativos sobre este tema. Este puede ser un silencio más dominante . Por ejemplo, en las entrevistas que Jean Hatzfeld realizó a genocidas en Ruanda, los hombres hablan, de hecho, mucho sobre las matanzas y su participación en el genocidio. Sin embargo, mientras leía Machete Season: the Killers in Rwanda Speak, noté que ninguno de los hombres se incluía al describir las violaciones masivas de mujeres y niñas tutsi. Kelly ofrece un modo de comprender esto: "Cualquier "paz" involucra revisar de las relaciones de poder, no sólo entre naciones o partes de naciones sino también entre hombres y mujeres. Los intentos son realizados para reclutar a las mujeres dentro de la agenda de "reconstrucción de la nación" en el cual sus necesidades están subordinadas a aquellas que implican la reparación del daño hacia los hombres y a "la sociedad". Un elemento central, aunque universalmente negado, es el hecho de que las violaciones sufridas por las mujeres durante el conflicto armado son silenciadas ya que los hombres combatientes necesitan ser construidos como héroes antes que como violadores" (2000:62). Este comentario es sugerente, pero también se requiere prestar atención a la naturaleza del conflicto armado y a la construcción de ganadores y perdedores, héroes y víctimas. Los mismos hombres que me describieron con detalle los últimos minutos y expresiones de las víctimas moribundas siempre insistieron en que eran otros los que violaban. Es difícil narrar el propio heroísmo si se es es uno de 28 soldados que esperaban en fila para violar a una jovencita. No acuso a Marcos; hago notar que cada narrador selecciona los hechos que presenta a su interlocutor y que la representación de sí mismo es una continua negociación entre qué ocultar y qué revelar.

"Sobra de los soldados"

Hualla, abril de 2003

Caminando por el barrio de San Cristóbal en el distrito de Hualla, Dulia vio una destartalada casa dotada de un solo cuarto que daba a la calle. La casa le impresionó y tocó a la puerta. Serafina Ucharima Chocce la atendió. Tenía 38 años y una espesa cabellera atada en trenzas. Los negros mechones contrastaban con sus mejillas rojas de frío. Dulia le explicó por qué el equipo de investigación estaba allí y la mujer le dijo que regresara al día siguiente cuando su esposo no estuviera.

Cuando Dulia llegó al día siguiente encontró a Serafina lavando los platos. Ella hizo pasar a Dulia a su casa, que consistía en un cuarto que servía al mismo tiempo de cocina y dormitorio. Los ojos de Dulia enseguida comenzaron a lagrimear por el humo que llenaba el cuarto. Una vez que Serafina terminó con sus tareas sacudió una piel de oveja para Dulia y le comentó que su esposo ya se había ido, así que podían ir a hablar al fondo.

Previniéndose, Serafina llamó a una de sus hijas: "Sal y vigila que tu papá no venga. Si aparece avísame enseguida." Algo nerviosa, comentó que no quería que él supiera que ella había hablado con alguien.

Mientras desenvainaban porotos, Serafina describía cuán difícil había sido la vida durante la guerra, pero al hablar se iba poniendo visiblemente nerviosa y comenzaba a frotarse las manos. Exhalaba largos suspiros. "Esas tropas mataron gente en todo el camino a Cayara. Cuando llegaron aquí, también abusaron de nosotras."

"¿Qué fue lo que hicieron aquí?"

"Aquí violaron mujeres. Hicieron desaparecer mujeres. Entraban a las casas y violaban a las mujeres".

"¿Algunas de las mujeres quedaron embarazadas?"

"Sí mi hermana quedó embarazada cuando la violaron. Pero el bebé murió, hubiera sido una niña. Cuando estábamos pensando cómo la llamaríamos se murió. Tenía tres días de vida."

"¿Qué pasó con tu hermana?"

"Ella me contó sólo a mí. Tenía una provisión de víveres y vivía con su marido pero él murió. Los soldados fueron casa por casa, entraban a las casas donde había mujeres que vivían solas. Y entonces las violaban. Los soldados las violaban.

Cuando empezaba a pensar lo que le había pasado a su hermana, Serafina apenas podía controlar el temblor de su voz. Comenzó a sollozar. Dulia le acarició la espalda para consolarla.

Serafina se tomó su tiempo y se calmó. "A mi también, ahí en la montaña. Mi madre y yo habíamos salido sin sus documentos y yo temí que ellos dijeran que ella era una terruca porque estaba sin papeles. Llevando a mi hijo sobre la espalda, volví a nuestra estancia para buscarle sus documentos y llevárselos. Mi madre estaba en la casa cuando llegué. 'Mamá, acá están tus documentos' le dije. Estábamos en nuestra casa. Era de tarde cuando tres de ellos (soldados) llegaron. Me violaron, y cuando yo lloraba mi hijo también lloraba." Su voz se quebró y lloró. Dulia le ofreció su pañuelo y las dos mujeres se sentaron por unos minutos.

"No sé si quieres hablar un rato más...", le preguntó. Serafina negó con la cabeza. Dulia dudó, pero le preguntó si ella había dado a luz.

Serafina negó enfáticamente con la cabeza. "No, no, no. No di a luz. Esto fue en 1989, una tarde. A las cuatro de la tarde entraron a la casa. 'Eres una terruca' decían. Cuando la base estuvo aquí ellos me hicieron esto, no los compañeros, sino los soldados. Cuando les dieron la orden de buscar terrucos en las montañas, llegaron a mi casa en la estancia. Ahí es donde pasó. Cuando llegaron le gritaron a mi mamá. 'Vieja terruca estás hospedando y alimentando a los terrucos, los terrucos son igual a vos'. Pero les dijimos 'No los hemos visto'. 'Oh, ustedes son terrucos. Eso es lo que son', dijeron. 'No, no', insistíamos. Cuando dijimos eso uno de ellos empujó a mi mamá afuera. Adentro me apuntaban con un arma, me violaron por la fuerza". Se quedó en silencio unos breves minutos. "Tres soldados me violaron. Todos ellos, los tres. Me violaron."

"¿Estaban sobrios? ¿Borrachos?"

"No, estaban sobrios. Eso es lo que me pasó, lo que les pasó a mujeres como nosotras. Algunas quedaron embarazadas por haber sido violadas." Continuaba llorando. "Me violaron, entraron. '¡Maldita seas! ¡Warminayahuachkan (Me haces desear una mujer), terruca de mierda! Eso es lo que decían, estaban insultándome todo el tiempo. 'Si no me dejas, te mato' decían. Presionaban el arma en mi pecho. 'Estoy casada, tengo un marido' les decía. Pero no me dejaron ir. Seguí gritando por mi hijo. '¡Callate, carajo!' gritaban. Seguían diciendo groserías mientras me amenazaban de muerte. Desde ese momento tengo miedo de los cabitos. Una vez que terminaron dejaron que mi mamá entrara. Corrí hacia ella, la abracé y lloré. Grité 'Mamay, imapapaqtaq warmita wacharihuaranki (Mami, ¿por qué pariste una niña?). Ella me dijo 'Calmate, ya se fueron.' Ella lloró conmigo. Me abrazó y lloramos juntas. Ella dijo 'Esos malditos hijos de puta'. Lloramos, abrazándonos y sosteniéndonos la una a la otra. Eso es lo que me pasó."

"Serafina, ¿sabe alguien, sabe alguien aquí lo que sucedió además de tu madre?"

"No, sólo yo, mi mamá y mi corazón sabemos. ¿A quién le iba a decir? No cuento nada. La gente podría hablar, por eso no digo nada. Aquí, en este pueblo, esto pasó muchas veces, algunas mujeres dieron a luz los bebés de los soldados. Esos chicos viven en nuestro pueblo, algunos están aquí."

"¿Qué dice la gente sobre esos chicos?" Dulia le preguntó.

"Nada, no les interesa. Sólo dicen 'Ella tuvo el hijo de un soldado'. Eso es lo que dicen. Miran a las mujeres con desprecio, no las respetan. Algunos dicen 'Así son las mujeres. ' Hay muchos problemas. Mi hermana se volvió a casar ahora ¿Qué iba a hacer? Su esposo sabe que fue violada."

"¿Y su marido dice algo?"

"Sí. 'Soldadupa puchunta casarayki' (Me casé con las sobras de los soldados)". Luego le pega. Al decir esto la golpea.

Dulia y Serafina no habían terminado de hablar cuando una de sus hijas llegó corriendo: "¡Mamá, papá ya está llegando!" Serafina se puso muy nerviosa; tenía los ojos rojos. Dulia le ofreció pañuelos de papel y Serafina le pidió que se fuera sin que la viera su esposo. Dulia se dirigió hacia fuera del cerco trasero, pero no sin que antes Serafina susurrara las palabras "vuelva mañana".

Como vemos, el estigma asociado a las violaciones multiplica el impacto de la violencia sexual. Mis colegas y yo buscábamos un equilibrio entre nuestro respeto por el silencio – la estrategia que las mujeres han empleado de manera predominante durante años – y nuestra esperanza de que el tomar la medida verdadera de las violaciones durante el conflicto haga más difícil que los perpetradores sigan negando lo ocurrido. Puedo asegurar que siempre preferimos pecar de prudentes y respetar el silencio, y a las mujeres que desean mantenerlo.

Conclusiones

¿De qué manera las instituciones están implicadas en la posibilidad de permitir o impedir la voz? ¿Cómo la disponibilidad de un género moldea la articulación del sufrimiento –asignando una posición de sujeto como el lugar desde el cual el sufrimiento puede verbalizarse?

(Das, Kleinman et alii, 2001:5.)

Señalé al inicio que las comisiones de verdad son consideradas como centradas en las víctimas. Esto puede representar una fuerza y una debilidad al mismo tiempo. Michael Ignatieff ha sugerido que, en parte, el trabajo de las comisiones de verdad consiste en "reducir el rango de mentiras permisibles" que pueden ser razonablemente dichas sobre el pasado. Al usar estándares de evidencia más flexibles, las comisiones pueden ofrecer con efectividad historias alternativas generalmente enfrentadas con las versiones oficiales del pasado – en particular cuando los agentes estatales han sido los principales perpetradores. Sin embargo, al enfocarse en categorías de victimidad – lo cual se combina con una imaginación social sobre víctimas altamente asociada a representaciones de género – pueden dar lugar, sin proponérselo, a otros silencios. Al colocar en primer plano el sufrimiento, pueden oscurecer otras relaciones de las mujeres con sus pasados. Hay aquí cierta ironía: las comisiones tienen el encargo de investigar la verdad, pero las verdades más amplias que las mujeres narraban han sido reducidas con demasiada frecuencia al daño sexual que han padecido.12 12 Para un proceso similar en Sudáfrica, ver Ross (2003). Claramente los crímenes de género no son sólo sexuales. Las mujeres hablan ampliamente sobre múltiples factores que estructuran su vulnerabilidad durante el conflicto. Estos factores son elocuentes sobre formas permanentes y subyacentes de desigualdad que permanecen intactas en tiempos de paz.

Además, en las conversaciones que sostuvimos con mujeres, ellas insistían en dar sentido y en ejercer algún control sobre su sufrimiento y su protagonismo ante el peligro. Si es cierto que "la comprensión del conflicto signada por el género brilla por su ausencia", entonces las comisiones deben trascender su lógica de victimidadde de modo que el espacio narrativo se abra a testimonios de mujeres que no estén limitados al sufrimiento y a la pena (Jacobs, Jacobson y Marchbank, 2000:82) De ese modo, una sensibilidad de género se centraría menos en estrategias para que las mujeres hablen de "sus violaciones" y más en el desarrollo de nuevas formas de escuchar lo que ellas dicen sobre la guerra, y cómo lo dicen.

Y también está lo que las mujeres callan. Dado que, de forma abrumadora, las mujeres se negaron a hablar en primera persona de sus violaciones, ¿en qué podría consistir la reparación? ¿Cómo se intenta reparar lo no dicho? No formulo la pregunta retóricamente: diseñar programas de reparaciones que atiendan a la cuestión de la violencia sexual contra las mujeres es un desafío que confronta a muchos países en su etapa posconflicto. No tengo la respuesta, pero estoy muy segura acerca de cómo no hacerlo.

Durante una asesoría a mujeres sierraleonesas refugiadas en el norte de Liberia, Mats Utas se sorprendía de que cada mujer entrevistada declarara sin dificultad haber sido violada durante la guerra civil. Enseguida se dio cuenta de que este era el medio por el que las mujeres se establecían efectivamente como receptoras legítimas de la ayuda humanitaria (2205:408). Dar testimonio de violación equivalía a recibir un boleto para la asistencia. ¿Cómo evaluar la dimensión ética de este intercambio? ¿Qué decir del elemento coercitivo presente en la fórmula "cuéntame tu violación sexual y recibirás una frazada y latas de comida" o serás candidata a reparaciones? No se puede separar los métodos de la ética: en este caso, ambos son repugnantes. Hay preguntas que no tenemos derecho a hacer, y silencios que deben ser respetados.

Es más, si ser un sujeto implica presentar una historia, posiblemente muchas mujeres eligen no narrar episodios en los que son hechas víctimas como el punto central del sujeto que son hoy en día, como el núcleo del sí mismo con el que viven y que presentan a sus interlocutores. La palabra recuperación tiene varios sentidos. Es restablecimiento, pero también significa recobrar algo que ha sido perdido, y en última instancia, recuperarse es también recobrarse a sí mismo. ¿Es posible que la recuperación consista, en parte, en rescatar el sentido de lo privado, de la esfera de la intimidad que ha sido trasgredida? En la negativa de una mujer de hacer de la violación sufrida el núcleo narrativo de su subjetividad, ¿podríamos ver una insistencia en el derecho a la opacidad en estos tiempos signados por la obsesión de lo confesional y por la tiranía de la transparencia?

Y, no obstante, las mujeres con las que trabajé y viví hablaban con gran detalle sobre las dimensiones de género de la guerra, y algunas hablaban sobre las violaciones. Hay, en el dar y recibir testimonios, la promesa implícita de que alguna forma de justicia está próxima. En las conversaciones que tuvimos, las mujeres expresaban un deseo de justicia redistributiva: becas para sus hijos, viviendas decentes, agua potable, comida en sus casas y granos y ganado en sus campos. Trabajemos con esta visión de justicia redistributiva y ampliémosla para incluir a la vergüenza. Algo que puede ser redistribuido es la vergüenza que fue depositada exclusiva e injustificadamente en las mujeres: esta vergüenza deberían sentirla los violadores, que hasta la fecha gozan de una impunidad absoluta. Krog se pregunta cómo la masculinidad se reconstruye tras períodos de violencia (Krog, 2001). ¿Como se desmilitariza la masculinidad tras la guerra? En Perú no se ha discutido sobre los miles de soldados y marinos que cometieron violaciones sistemáticamente durante el conflicto armado interno. Los sinvergüenzas que se constituyeron como tales en sanguinarios actos de violación grupal no son discutidos en el discurso público peruano. Este silencio es preocupante; Si las reparaciones deben incluir una redistribución de bienes y servicios, también deberían significar una atribución de la vergüenza a aquellos que la generaron.

Hay una última cuestión por considerar. Cuando las sobrevivientes de violencia sexual cuentan su experiencia, se crea en sus interlocutores la obligación de responder a lo que han oído. Esto implica que es necesario – y obligatorio – que el Estado peruano ponga en marcha programas de reparaciones para las sobrevivientes de violación, y que estos tengan componentes materiales y simbólicos. Entre los simbólicos, debería haber programas educativos sobre la masiva violencia sexual que tuvo lugar. Y estos programas deberían enfatizar, entre otros temas, lo injusto que resulta culpar a las mujeres por lo que les hicieron a la fuerza. Tal vez así se pueda comenzar a rescribir historias de la guerra que incluyan el heroísmo de tantas mujeres, como he tratado de hacerlo aquí. Sus relatos nos obligan a repensar las nociones de sentido común sobre mujeres y guerra y me llevan de vuelta a las palabras de la señora Edilberta Choccña Sánchez: ¡Qué tal valentía! Estas mujeres se defendieron con tanta valentía...!

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  • *
    Recebido para publicação em 08 de agosto de 2011, aceito em 16 de setembro de 2011. Una versión preliminar salió en
    Revista Memoria, nº 1, IDEHPUCP. Julio 2007. Versión abreviada de una p onencia presentada en el Seminario Internacional "Condiciones para Lograr la Reconciliación en el Perú," 22-24 de agosto 2006, Instituto Bartolomé de las Casas.
  • 1
    Este artículo se basa en investigaciones que he conducido desde 1995 en Perú. Por otro lado, durante el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) tuve la fortuna de trabajar con un sobresaliente equipo de investigadores entre el 2002 y el 2003 como parte de mi trabajo con la oficina de dicha organización en Ayacucho. Quiero agradecer a Edith del Pino, Leonor Rivera Sullca, José Carlos Palomino, Juan José Yupanqui y Dulia Lozano Noa por su calidad humana y su agudeza analítica.
  • 2
    Veena Das en su trabajo sobre la partición de la India ha sugerido que el silencio de las mujeres en torno a las violaciones puede constituir una forma de agencia —quizá la única forma posible para las mujeres; por lo tanto, el silencio no necesariamente significa ausencia de competencia lingüística sino más bien una negación activa (1987). Ver también Ross (2003) y Butalia (2000).
  • 3
    Pese a que la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR) recogió casi 17,000 testimonios, aún es imposible determinar la magnitud de la violencia sexual durante el conflicto. Mi investigación particular coincide con un estudio llevado a cabo en Ayacucho por Comidesh (2003) en el cual se determinó que las violaciones eran utilizadas sistemáticamente como una estrategia de guerra y que el número de violaciones era masivo. Esto es también lo que la CVR sostiene a partir de los testimonios que recibió (Informe Final, 2003).
  • 4
    Ver Hayner (2001).
  • 5
    En Sudáfrica, de los 21,227 testimonios dados a la CVR las mujeres representaron el 56.5% de los testigos (
    www.peacewomen.org) y en Perú representaron el 54% de los 16,885 testimonios prestados a nivel nacional, y el 64% de los testimonios prestados en Ayacucho (CVR, vol. VII).
  • 6
    Mantilla (2005 a y b)
  • 7
    Ver el Informe Final de la CVR, volumen 8, sobre las mujeres en Sendero Luminoso.
  • 8
    En parte me preocupa el uso pedagógico del sufrimiento o pena de otro como medio de sensibilizar a aquellos que no reconocen a otro capaz de sentir dolor.
  • 9
    Ver la discusión sobre violaciones de guerra y la creación de lazos afectivos entre hombres en Enloe (1998).
  • 10
    En su análisis de la dinámica de género del conflicto armado, Cockburn sostiene que, " el sistema de dominación masculino incluye una jerarquía entre hombres que produce masculinidades diferentes y desiguales, siempre definidas en relación no sólo entre sí, sino también en relación a las mujeres" (2001:16).
  • 11
    El hecho de que yo sea una mujer pudo, ciertamente, haber contribuido al silencio de los hombres en torno a las violaciones; sin embargo, he trabajado con muchos asistentes de investigación que eran hombres y ellos tampoco encontraron a los hombres comunicativos sobre este tema. Este puede ser un silencio más dominante
    . Por ejemplo, en las entrevistas que Jean Hatzfeld realizó a genocidas en Ruanda, los hombres hablan, de hecho, mucho sobre las matanzas y su participación en el genocidio. Sin embargo, mientras leía
    Machete Season: the Killers in Rwanda Speak, noté que ninguno de los hombres se incluía al describir las violaciones masivas de mujeres y niñas tutsi. Kelly ofrece un modo de comprender esto: "Cualquier "paz" involucra revisar de las relaciones de poder, no sólo entre naciones o partes de naciones sino también entre hombres y mujeres. Los intentos son realizados para reclutar a las mujeres dentro de la agenda de "reconstrucción de la nación" en el cual sus necesidades están subordinadas a aquellas que implican la reparación del daño hacia los hombres y a "la sociedad". Un elemento central, aunque universalmente negado, es el hecho de que las violaciones sufridas por las mujeres durante el conflicto armado son silenciadas ya que los hombres combatientes necesitan ser construidos como héroes antes que como violadores" (2000:62). Este comentario es sugerente, pero también se requiere prestar atención a la naturaleza del conflicto armado y a la construcción de ganadores y perdedores, héroes y víctimas.
  • 12
    Para un proceso similar en Sudáfrica, ver Ross (2003).
  • Fechas de Publicación

    • Publicación en esta colección
      22 Nov 2011
    • Fecha del número
      Dic 2011

    Histórico

    • Recibido
      08 Ago 2011
    • Acepto
      16 Set 2011
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