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Etno-historias del Isoso: chané y chiriguanos en el Chaco boliviano (siglos XVI a XX)

RESENHA

Federico Bossert

Centro Argentino de Etnología Americana – Universidade de Buenos Aires/CONICET

Combès, I. Etno-historias del Isoso. Chané y chiriguanos en el Chaco boliviano (siglos XVI a XX). La Paz, IFEA/PIEB, 2005, 395 pp.

Hace casi 15 años, Isabelle Combès fue coautora de una obra que iba a convertirse en una referencia ineludible para los estudios sobre chiriguanos y chané: Alter Ego. Naissance de l'identité chiriguano. Si aquella obra se ocupaba de los chiriguano o ava – frente a quienes los chané parecían un socio pasivo – y se centraba en el momento de su etnogénesis original – el período anterior e inmediatamente posterior a la conquista –, Etno-historias del Isoso muestra un vuelco radical en la perspectiva: se centra de lleno en los chané del Isoso – aquellos que habitan las orillas del río Parapetí, en el Chaco boliviano –, y se ocupa mayormente del período para el cual existen fuentes históricas –a partir de mediados del siglo XIX. Doble transición, entonces: desde el nebuloso y mestizo ensemble mestizo chiriguano-chané hasta los chané identificados, aislados y acotados por Combès de un modo casi obsesivo; desde los hipotéticos –tiempos de los orígenes hasta los – tal vez menos atractivos para la imaginación histórica, pero mucho mejor documentados – tiempos recientes.

El Isoso fue siempre una región relativamente aislada, y durante el período colonial despertó un interés más bien secundario; en consecuencia, las referencias a esta zona y sus habitantes son escasas: las primeras menciones a los chanés de los aventureros llegados desde el Paraguay en busca de oro, las escasas notas dejadas por los misioneros jesuitas y franciscanos sobre esta zona que nunca aceptó una misión, alguna participación de los isoseños en revueltas y rebeliones. Como sea, la historia del Isoso en los siglos XVI, XVII y XVIII apenas ocupa 15 páginas. Pero con el nacimiento de la República boliviana (1825) desaparece ese relativo aislamiento de la región isoseña. Por un lado, el territorio empieza a ser "conquistado" por las haciendas ganaderas, comenzando el duradero y conocido conflicto maíz-vaca. Por el otro, las autoridades republicanas muestran hacia el Isoso un interés mucho mayor que las coloniales; en parte debido a esa mayor presencia karai (blanca) en la región; y en parte debido a la ubicación estratégica del Isoso, ya que a lo largo del siglo XIX se suceden las expediciones a través de la zona con el objeto de abrir un camino que ofrezca a la asfixiada Bolivia una salida hacia el río Paraguay. En consecuencia, las fuentes documentales se multiplican; y a partir de mediados del siglo XIX la crónica de Combès sigue la historia del Isoso con una minuciosidad asombrosa, remedando las lagunas y las imprecisiones, y consignando los acontecimientos de la vida política de la región casi año tras año. Dos hechos contribuyen a esa multiplicación de las fuentes y permiten esta paciente reconstrucción: por un lado, las autoridades nacionales o departamentales buscan intervenir en la política indígena, designando o "autorizando" capitanes isoseños y creando sobre la región una jurisdicción sometida a un corregidor; por el otro, los mismos capitanes empiezan a "hablar" en los documentos cuando comienzan a utilizar sistemáticamente las "armas blancas" para defender el territorio o conseguir ventajas: presentando quejas, iniciando juicios, firmando contratos. Sin embargo, la historia del Isoso que Combès se esfuerza por mostrar no es solamente la historia de sus relaciones con el blanco, sino fundamentalmente la historia política interna; de hecho, esta obra nos enseña que muchas de las acciones y actitudes de los isoseños hacia los blancos tuvieron su verdadero origen en aquella dinámica política.

No vamos a intentar resumir aquí esa larga y detallada crónica que comienza en 1844 y termina en nuestros días. Diremos solamente que el libro ofrece una historia del Isoso que aspira – con grandes chances – a ser definitiva y agotar las fuentes documentales conocidas. En este sentido, ofrece a la etnohistoria chaqueña (mucho menos frecuentada que la andina o la amazónica) una obra paradigmática. Pero, al mismo tiempo, Etno-historias del Isoso es mucho más que un estudio histórico; si bien Evans-Pritchard no figura en su bibliografía – quizás debido a ese hábito americanista de evitar menciones africanistas –, podríamos decir que este libro realiza cabalmente sus más ambiciosos reclamos por una antropología histórica, al mismo tiempo que confirma sus principales nociones de antropología política. En efecto, no se contenta con relatar la intrincada historia de las capitanías isoseñas, sino que además busca en ella líneas de continuidad, relaciones permanentes, estructuras estables. Para empezar, puede decirse que su principal propósito es analizar una única noción nativa: iyambae. La palabra se compone de iya, que puede traducirse como "dueño" o "amo", y el sufijo – mbae, que denota la negación o ausencia de una cosa; es decir: "sin dueño", "sin amo". La noción de iyambae resume lo que la autora denomina la principal utopía de los chiriguanos y chané, el primer valor de su vida política, y puede percibirse en las relaciones entre ambos grupos, en la larga resistencia de los primeros contra el blanco, y en los movimientos de emancipación de los segundos – uno de los cuales dio nacimiento a la población isoseña. Branislava Susnik había propuesto la existencia de un "ethos étnico" chiriguano basado en la noción de iya, "amo"; en una formación social como la que se consolidó en el pedemonte boliviano antes del siglo XVI existían sólo dos opciones: ser iya o ser tapii ; y la única opción para los grupos chané sometidos era huir de esa jerarquía social, establecerse en un territorio alejado de la sujeción. Y esto es, muy probablemente, lo que hicieron los isoseños. Sin embargo, en el Isoso la significación del término sufre un nuevo giro: Iyambae es, desde hace por lo menos 150 años, el apellido de la dinastía que mantiene el poder político en la región, a la cual han pertenecido – o pretendido pertenecer – todos los "capitanes grandes" (mburuvicha guasu); es, por lo tanto, el nombre de una nueva jerarquía, no ya entre chiriguanos y tapii , sino al interior de estos últimos.

Una segunda constante identificada en la obra es, entonces, un modo de organización política que responde al tipo de las "Casas reales" europeas (concepto propuesto por Lévi-Strauss en La Voie des Masques). Así como entre chiriguanos y chané existía una desigualdad basada en la pertenencia étnica (y por lo tanto en la herencia), entre los chané emancipados del Isoso también existe una desigualdad política basada en el parentesco: si bien no se accede a los altos cargos políticos por herencia directa, un "capitán grande" sólo tendrá legitimidad si pertenece – o al menos logra dar esa impresión – a la tradicional familia de los líderes, los Iyambae. El libro busca explicar, entonces, la compleja superposición entre la ideología o la utopía que este concepto traduce, y el estado de cosas aparentemente contradictorio que la palabra denota en el Isoso, donde "sin dueño" no resulta una utopía refractaria o siquiera contraria al principio de aristocracia o jerarquía ni significa la afirmación de algún principio "democrático" sino, puntualmente, la autonomía frente a grupos externos – en un principio los ava, luego los gobiernos coloniales y el Estado boliviano. Que el orden de los capítulos de este libro pueda estructurarse – más allá de algunos vaivenes – al modo de las historias de los reinos europeos, siguiendo estrictamente la sucesión de grandes líderes, constituye una sólida prueba de la existencia de una "Casa real" isoseña – si se quiere, otra prueba es ofrecida por las posibilidades literarias que este tipo de organización parece permitir: la historia de las capitanías isoseñas repite hasta el cansancio las intrigas y cons piraciones ante las cuales los grandes capitanes, como personajes de Shakespeare, debieron sobrevivir o perecer.

Combès identifica todavía otro principio que configura la organización social de estos grupos; el mismo consiste, por un lado, en una división del conjunto social en dos mitades ordenadas jerárquicamente y, por el otro, en una representación de esa jerarquía en términos espaciales o topográficos. En efecto, el territorio isoseño se halla dividido políticamente en dos "capitanías grandes": el "alto" y el "bajo" Isoso – la primera abarca las comunidades ubicadas bajando el río Parapetí hasta cierto punto, y la segunda las comunidades ubicadas a partir de ese punto. Pero estas capitanías no están nunca en un equilibrio de fuerzas: uno de esos dos "capitanes grandes" lo es también de todo el Isoso. Este modo de división y organización, según la historia oficial, fue "creado" por autoridades bolivianas en 1923. Pues bien, a lo largo de los capítulos la autora acumula evidencias para demostrar que, en realidad, lo que se hizo en aquella ocasión fue sólo institucionalizar una división política preexistente, cuya antigüedad parece ir mucho más allá de su primera mención en 1871. Considerando esta forma de organización una estructura stricto sensu, Combès la identifica también en relatos sobre las ubicaciones topográficas de chané y chiriguanos: si en un principio los primeros vivían en los cerros y los segundos llegaron de la montaña, según cierta tradición oral la situación de mestizaje-esclavitud dio lugar a una inversión de estas posiciones en el espacio. En el caso particular del Isoso, entonces, las posiciones jerárquicas no se expresan en términos de la oposición "cerro-llano", sino más bien mediante la ubicación en el curso del río Parapetí – el único eje estructurante del espacio en la región. Existiría así, a ojos de la autora, una "estructura que opone altura y llano, alto y bajo, a lo largo de la historia chiriguana en general, y del Isoso en particular" (p. 62). En este punto, la organización política del Isoso es considerada como una variación de la misma estructura – mucho más abstracta y general – que fundó la sociedad chiriguana: la asimetría "dumontiana" (Homo Hierarchicus) según la cual el elemento "superior" de la pareja es aquel que representa al todo, al conjunto. Aquí también, entonces, la organización interna del Isoso es equiparada con la antigua organización interétnica entre chiriguanos y chané.

Ahora bien, Combès acumula evidencias para demostrar que, en realidad, la estructura asimétrica, el principio de jerarquía y la organización en "Casas reales" deben ser considerados un aporte arawak a la organización social de los chiriguanos y chané. Aquí embiste contra dos ideas estrechamente vinculadas que formaban parte de la imagen aceptada sobre estos grupos – ideas reproducidas, propagadas y fortalecidas por los propios líderes indígenas, las organizaciones que actúan en la zona y no pocos antropólogos. En primer lugar, la imagen del proceso de constitución de estos conjuntos culturales como algo casi unidireccional, descripto como una "guaranización" de los chané-arawak por parte de sus conquistadores tupí-guaraní. La segunda idea que ataca es, justamente, uno de los rasgos culturales que esa visión "guaranizada" ha llevado a enfatizar en estos grupos: la idea de que su organización política reproduce en rasgos generales la de los tupí-guaraní, y por lo tanto consiste esencialmente en "asambleas" que aseguran la participación de todos los comunarios en las decisiones y de ese modo impiden el surgimiento de un poder político alienado. En efecto, a partir de los escritos pioneros de Thierry Saignes, la tendencia en la literatura etnográfica ha sido subrayar los matices "democráticos" de la organización social chiriguana, retomando la noción clastreana de "sociedad contra el Estado". Esta obra marca una brutal ruptura con ese modo de ver las cosas.

En este afán por identificar las procedencias étnicas de los rasgos culturales, Combès crea verdaderos tipos ideales de los sistemas políticos guaraní y arawak: los primeros basados en principios igualitarios, en "asambleas" abiertas y en la elección de los líderes de acuerdo con sus méritos; los segundos basados en el principio jerárquico, en "Casas reales" restringidas a una estirpe, y en la herencia de las jefaturas. El sistema político de los chiriguanos y chané sería, pues, una combinación de ambos; e incluso podría percibirse un predominio del modelo guaraní entre los chiriguano y del arawak entre los chané, coherente con sus procedencias étnicas originales.

Uno de los mayores méritos de la obra es, entonces, el modo en que aborda a la vez problemas históricos y etnográficos. Entre estos últimos se destaca el planteado por la aparición, en 1987, de la Asamblea del Pueblo Guaraní, organización que no sólo abarca a chiriguanos y chané sino que además impulsa el uso del etnónimo "guaraní" para designar a – ambos grupos. Combès no oculta la consternación que le causa el uso actual de ese nombre; en parte porque se trata de una estrategia política que soslaya una verdad histórica – ambos grupos han sido tradicionalmente enemigos, y hasta hace algunas décadas los isoseños se presentaban abiertamente como "chané" –, en parte porque este uso minimiza o niega el aporte arawak. Ahora bien, al crearse en estas confederaciones nuevas categorías cada vez más abarcadoras – como "guaraní" o aun "indígena" –, ha sido preciso buscar símbolos, diacríticos e incluso memorias que sirvieran de base a esa frágil unidad. Así se ha inventado, por ejemplo, una imagen de la batalla de Kuruyuki (1892) que la presenta como una gesta de la "nación guaraní" contra el blanco, cuando en realidad los documentos históricos muestran que los chiriguanos no formaron un frente unido en esa rebelión y que los isoseños directamente lucharon contra los rebeldes junto al blanco. Combès encuentra, sin embargo, que las tradiciones y el pasado no pueden manipularse tan fácilmente, y se pregunta qué base real tienen expresiones como "unión indígena" o "nación guaraní", qué posibilidades hay de que – por ejemplo – los isoseños sientan como "iguales" o "hermanos" a pueblos que han siempre considerado inferiores y en los límites de la humanidad, como – los ayoreode o los mismos ava. En efecto, a la luz de la historia narrada en esta obra no puede sorprendernos que existan enormes conflictos en el interior de esa confederación – los cual nos recuerda que si a menudo los antropólogos se esmeran por no mostrarse "esencialistas", en cambio los indígenas no muestran los mismos reparos.

Tenemos aquí, pues, un análisis minucioso y concreto de esos fenómenos tan fatigados por la literatura antropológica: la etnicidad, la etnogénesis. Esta obra provee un excelente material para la reflexión teórica. En primer lugar, ofrece una visión crítica de, por un lado, los efectos que las interpretaciones de historiadores y antropólogos han generado en el plano de las definiciones étnicas indígenas y, por el otro, la distancia que existe entre el nivel de las grandes organizaciones políticas, los discursos ideales proclamados por los líderes indígenas, y la realidad de la vida política isoseña. En segundo lugar, nos enseña que es perfectamente posible abordar este tipo de problemas a partir de conceptos clásicos y diáfanos, sin perderse – como suelen hacer los estudios sobre estos fenómenos – en laberintos de citas a la moda.

En resumen, Etno-historias del Isoso es un libro múltiple. Antes que nada es una historia comprensiva del Isoso y los isoseños, la primera que se publica, y ofrece un sólido cimiento para la tan descuidada etnohistoria chaqueña. Pero, al margen de su valor histórico o documental, las muchas y fértiles ideas de esta obra – que proponen sugestivos puentes entre Chaco y Amazonía – sin duda serán objeto de un largo debate entre los antropólogos americanistas.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    08 Dic 2006
  • Fecha del número
    Dic 2005
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