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Los philosophes, los antiphilosophes y la opinión pública en Francia hacia 1760

Philosophes, antiphilosophes e a opinião pública na França por volta de 1760

Philosophes, Antiphilosophes and Public Opinion in France circa 1760

RESUMEN

En 1760 Palissot estrena Les philosophes, una comedia que expone dos problemas que preocupan a los antiphilosophes y a los enciclopedistas: está muy de moda hacerse llamar philosophe, aunque no se merezca tal denominación; quienes se jactan de entregarse de manera altruista a la batalla contra los prejuicios de la época emplean las artimañas más viles contra sus semejantes para lograr la codiciada plaza o el aplauso del público al que creen poder manipular a su antojo. Mediante el análisis de los textos en torno a la figura del philosophe en la Francia del siglo XVIII, y en particular los que alertan contra el deterioro de su imagen pública motivado por las querellas literarias, el artículo rescata fuentes que apenas han sido estudiadas, que resultan decisivas para comprender cómo los hombres de letras se perciben a sí mismos y valoran su ascendencia social sobre la multitud iletrada, despreciada tan a menudo. Desde esta perspectiva, el philosophe aparece como una figura polémica que se postula como el director de la opinión pública.

Palabras clave:
philosophes; antiphilosophes; opinión pública; Francia; siglo XVIII

RESUMO

Em 1760, Palissot estreou Les philosophes, uma comédia que expunha dois problemas que preocupavam os antiphilosophes e os enciclopedistas: estava na moda chamar-se a si mesmo de philosophe, mesmo que não se merecesse tal designação; aqueles que se gabavam de se dedicar altruisticamente à batalha contra os preconceitos da época usavam os truques mais vis contra seus semelhantes a fim de obter o lugar cobiçado ou o aplauso do público que acreditavam poder manipular como desejavam. Ao analisar textos sobre a figura do philosophe na França do século XVIII, e em particular aqueles que advertem contra a deterioração da sua imagem pública causada por disputas literárias, o artigo recupera fontes pouco estudadas, que são decisivas para compreender como os homens de letras se percebem a si próprios e valorizam a sua ascendência social sobre a multidão, tantas vezes desprezada, de analfabetos. Nessa perspectiva, o philosophe aparece como uma figura polêmica que se coloca a si próprio como o diretor da opinião pública.

Palavras-chave:
philosophes; antiphilosophes; opinião pública; França; século XVIII

ABSTRACT

In 1760, Palissot presented Les Philosophes, a comedy that raised two problems that concerned antiphilosophes and encyclopedists: the widespread adoption of the label philosophe, even among those not deserving the title; and the manner in which those who boasted about altruistically devoting themselves to the struggle against the prejudices of the time employed the most despicable ruses against their peers in order to achieve a coveted position and the applause of the public, which they believe they could manipulate at will. This article analyzes texts about the figure of the philosophe in eighteenth-century France, and in particular those who warned against the deterioration of their public image as a result of the literary quarrels. In doing so, the article recovers scarcely-studied sources that are important for understanding how men of letters perceived themselves, valuing their social ascendancy over the often scorned illiterate multitude. From this perspective, the philosophe appears as a polemical figure who sees themself as the director of public opinion.

Keywords:
Philosophes; Antiphilosophes; Public Opinion; France; Eighteenth Century

Introducción

El viernes dos de mayo de 1760 una multitud de espectadores se agolpaba a la entrada de la Comédie française. “Nunca se había visto semejante tumulto”, confiesa el abogado Barbier en su Journal (BARBIER, 1857-1866BARBIER, Edmond-Jean François. Chronique de la Régence et du règne de Louis XV (1718-1763) ou Journal de Barbier. París: Charpentier, 1857-1866, 8v., v. VII, p. 249-250). La obra cuyo estreno era capaz de suscitar una respuesta de esta envergadura no contenía, como tal vez cabría esperar, la firma de uno de los grandes de la escena francesa. Su autor, Charles Palissot de Montenoy, no era ningún desconocido, pero no por la excelencia de sus piezas teatrales, sino porque desde hacía varios años su nombre aparecía asociado a otros como el de Élie-Catherine Fréron, el redactor principal de L’année littéraire, que no escatimaban esfuerzos a la hora de criticar a los philosophes. Tras Le cercle ou les originaux, estrenada en el teatro de Nancy - la ciudad natal de Palissot - el 26 de noviembre de 1755 con motivo de la inauguración de la estatua de Luis XV, y la publicación de las Petites lettres sur des grands philosophes en 1757, el importante miembro de la cábala1 1 Es un término muy extendido para referirse despectivamente a los autores que critican con dureza a los philosophes. L’aléthophile ou l’ami de la vérité, por ejemplo, habla de Fréron como “le Chef de la cabale” ([LA HARPE], 1758, p. 11). El propio Palissot pone la palabra en boca del poeta que aparece en Le cercle ou les originaux, M. du Volcan, quien afirma que fue sin duda “la cabale” la responsable de los silbidos que dedicaron los espectadores a su excelente obra de teatro (PALISSOT DE MONTENOY, [ca. 1760], escena 2, p. 23). Aunque es menos común, también encontramos el término referido a los philosophes - Palissot sin ir más lejos lo usa de este modo en las Petites lettres sur de grands philosophes (PALISSOT DE MONTENOY, 1757, p. 24) -, aunque en la mayoría de las ocasiones estos suelen aparecer a los ojos de sus adversarios como una “secta”. antifilosófica volvía a la carga con una comedia titulada Les philosophes donde retrataba los ruines intereses de quienes se jactaban de entregarse de manera altruista a la dura batalla contra los prejuicios de la época.

La pieza teatral de Palissot desató de inmediato una intensa guerra de panfletos, que se sumaron a la enorme cantidad de libelos que vieron la luz tras el discurso de recepción en la Académie française pronunciado por Jean-Jacques Le Franc de Pompignan en marzo del mismo año. A estas alturas del siglo XVIII, las gentes de letras saben que su prestigio se pone en juego más allá de los muros de aquellas academias que adquirieron naturaleza oficial la centuria anterior gracias al impulso de Richelieu y Colbert2 2 No es casual que D’Alembert, uno de los philosophes por antonomasia, a partir de 1761 deje de publicar sus memorias científicas en los volúmenes de la Académie française - de la que será secrétaire perpétuel desde 1772 - y las difunda a través de su propio editor, bajo la forma de Opuscules. . La creciente ascendencia social de la nueva clase de los intelectuales3 3 O, como diría D’Alembert, “la clase maldita de los philosophes” (D’ALEMBERT, 1967, p. 73). ha de ser defendida por estos en la arena pública, donde acontecen las numerosas sátiras que denuncian la altanería de los philosophes.

Sin embargo, las continuas disputas literarias minaban la reputación de los philosophes, lo cual suponía un serio revés para sus aspiraciones, pues el objetivo último de estos no consistía en la creación de un corpus doctrinario capaz de mostrar a los lectores cada vez más numerosos las bondades del ejercicio racional. Antes bien, tenía que ver con la instauración de una nueva elite intelectual que supo beneficiarse del debilitamiento de las viejas estructuras que sostenían el edificio del Antiguo Régimen.

Esta perspectiva permite deshacernos de una vez por todas de aquella imagen cándida de los hombres de letras, que hallamos, por ejemplo, en el clásico trabajo de Daniel Mornet, según el cual las nuevas teorías alumbradas en las altas esferas de la sociedad descienden hasta el pueblo y desde aquí impulsan el espíritu revolucionario (MORNET, 1933LA HARPE, Jean François de; MARMONTEL, Jean-François. Discours prononcés dans l’Académie françoise le jeudi 20 juin 1776 à la réception de M. de La Harpe. París: Demonville, 1776.). Como advierte Roger Chartier, la operación de Mornet se sostiene a partir de una premisa errónea, según la cual las ideas no sufren ninguna transformación durante los complicados procesos de apropiación y reapropiación a los que están sometidas (CHARTIER, 2003CHARTIER, Roger. Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa. Trad. Beatriz Lonné. Barcelona: Gedisa, 2003.).

Frente a la tesis de Mornet, que Robert Darnton califica como “una especie de cafetera francesa” (DARNTON, 2008DARNTON, Robert. El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores. Trad. Antonio Saborit y Alberto Ramón. México: FCE, 2003., p. 257), el análisis aquí propuesto subraya la dimensión polémica de la figura del hombre de letras (en mitad del conflictivo espacio público de la época) y apuesta, al igual que el historiador norteamericano, por una “deflación” de la Ilustración: no podemos aplicar esta etiqueta a la totalidad del pensamiento occidental en el siglo XVIII, sino que hemos de reconocer, bajo este nombre, un movimiento concreto, que, si bien se diseminó a través de muchos lugares (Londres, Ámsterdam, Milán...), se definió como una causa en el París de Voltaire y la Encyclopédie, como una campaña orquestada por una elite que inventó para sí una nueva denominación, que se ajustó a un nuevo tipo ideal, el philosophe, “en parte hombre de letras, en parte hombre de mundo metido de cabeza en el uso de las letras para liberar al mundo de la superstición” (DARNTON, 2003DARNTON, Robert. El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores. Trad. Antonio Saborit y Alberto Ramón. México: FCE, 2003., p. 292).

1. La moda de los pretendidos philosophes

La trama de la comedia de Palissot queda expuesta desde la primera escena del primer acto. Damis no sale de su asombro al comprobar que su compromiso matrimonial con Rosalie ha sido anulado. Asimismo Marton, la acompañante de Cydalise - la madre de Rosalie -, no está menos sorprendida por el cambio de rumbo de los acontecimientos, que en los últimos tres meses han operado una auténtica metamorfosis en su señora: Cydalise ha reformado su casa con el fin de hacer de ella el lugar idóneo para las selectas veladas donde además de la cena se saborea un vaudeville o un exclusivo concierto, donde en ocasiones se habla de política aunque es la metafísica la que preside las conversaciones. El bel esprit - concluye Marton - es lo único que Madame adora, hasta el punto de que ha escrito un libro, inspirado en las extravagantes doctrinas de esos charlatanes que usan todo tipo de estratagemas para ganarse la crédula admiración de Cydalise. Es Damis, sin embargo, el primero que pronuncia el término que da título a la comedia: ¿estás hablando de philosophes?, pregunta a Marton. Sí, responde esta, “París está lleno de ellos” (PALISSOT DE MONTENOY, 1760PALISSOT DE MONTENOY, Charles. Les philosophes, comédie, en trois actes, en vers. Représentée pour la première fois par les Comédiens Français ordinaires du Roi le 2 Mai 1760. París: Duchesne, 1760., acto I, escena 1, p. 7). Como cabía esperar, es a uno de esos beaux esprits, un tal Sr. Carondas, a quien Cydalise, “embrujada”4 4 “Embrujada hasta tal punto que he perdido toda esperanza”, confiesa Marton (PALISSOT DE MONTENOY, 1760, I, 1, p. 5). , ha entregado la mano de su hija.

La obra presenta así desde el comienzo uno de los motivos más recurrentes de lo que podríamos denominar la literatura antiphilosophique: los philosophes están muy de moda, o, mejor dicho, está muy de moda hacerse llamar philosophe, con independencia de los méritos o los talentos que reúna quien presume de dicha denominación.

El problema no solo merece la atención de los enemigos de los afamados hombres de letras. El primer párrafo de la contribución de César Chesneau Dumarsais a las Nouvelles libertés de penser no puede ser más elocuente:

No hay nada que cueste menos adquirir hoy que el nombre de Philosophe: una vida oscura y retirada, cierta apariencia de sabiduría con un poco de lectura bastan para obtener este nombre a personas que se honran con ello sin merecerlo ([DUMARSAIS, 1743[DUMARSAIS, César Chesneau]. Le philosophe. In: [ANÓNIMO]. Nouvelles libertés de penser. Ámsterdam: [Piget], 1743. p. 173-204.], p. 173).

Un concepto polémico vehicula siempre una figura controvertida, que en su momento álgido no deja de recibir críticas, como las que sorprenden a los philosophes de Palissot en plena faena, en mitad de su astuto plan. Acostumbrados a celebrar su incontestable éxito y su irresistible ascendencia sobre los espíritus ingenuos como el de Cydalise, no dan crédito a la noticia que trae Valere: “Cierto autor en una comedia quiere, se dice, representarnos”. Encendido, su colega Dortidius lo califica de “crimen de Estado”. Ambos, junto con Théophraste, quien completa el trío de cómplices10 10 Cada uno de los personajes representa a un philosophe contemporáneo de Palissot: Dortidius encarna a Denis Diderot, Téophraste a Charles Duclos y Valere a Claude-Adrien Helvétius. del señor Carondas, no pierden el tiempo y comienzan a tramar su venganza: se trata de difamar al autor de tal obra sirviéndose de pobres infelices que hacen así el trabajo sucio, que componen sátiras y libelos contra la pieza que comete semejante osadía; hay que ganarse a los actores y a las actrices, proclama Valere, “tenemos un partido hasta en los bastidores”, y en cuanto al público, concluye el philosophe, “no tenemos más que aparecer: nos teme” (PALISSOT DE MONTENOY, 1760PALISSOT DE MONTENOY, Charles. Les philosophes, comédie, en trois actes, en vers. Représentée pour la première fois par les Comédiens Français ordinaires du Roi le 2 Mai 1760. París: Duchesne, 1760., III, 4, p. 78-79).

2. Las intrigas del mundo literario

La curiosa referencia metaliteraria, que en este caso parece una alusión a la propia comedia que se está representando, da pie a Palissot para introducir otro de los asuntos que no suele faltar a la cita en los textos en torno a la polémica de los nuevos hombres de letras: quienes presumen de unos principios inquebrantables y un comportamiento ejemplar no dejan de intrigar y no dudan a la hora de utilizar las artimañas más mezquinas para conseguir las plazas o los empleos más codiciados, para ganarse los favores de un grande o de la dama que regenta el salón más reputado de París, para recibir el aplauso de un público al que creen poder manipular a su antojo.

Incluso en el bando de los philosophes no escasean las voces que de modo más atemperado entonan una crítica parecida. Así Voltaire, quien resulta sin lugar a dudas una buena piedra de toque cuando se trata de pulsar el sentir de los philosophes, pese a que estos no constituyen un todo homogéneo. En su “Lettre sur les inconvénients attachés à la littérature” (VOLTAIRE, 1953MORNET, Daniel. Les origines intellectuelles de la Révolution française: 1715-1787. París: Armand Colin, 1933.), escrita según Theodore Besterman entre 1737 y 174211 11 Sobre la fecha de redacción de la carta, véase la introducción de Besterman (VOLTAIRE, 1953, p. 420-421). , el celebrado autor de La Henriade intenta mostrar a Le Févre, el destinatario de la misiva, la gran cantidad de obstáculos que va a tener que superar si persevera en su marcada vocación de hombre de letras: si el examinador (que ha de conceder o denegar el preceptivo privilegio de impresión) no forma parte de la red de personas afines al autor, advierte Voltaire, si no es ni tan siquiera amigo de sus amigos, sino que pertenece al bando rival, el objetivo será harto complicado; si el propio censor es enemigo directo del escritor, la consecución de la licencia será una misión casi imposible.

Si, después de un largo proceso de rechazos y negociaciones, prosigue Voltaire, su libro sale a la luz, entonces debe usted “o adormecer a los Cerberos de la literatura o hacerles ladrar a su favor”. Pero lograr una crítica favorable de las gacetas literarias más importantes de Francia y Holanda no es tarea fácil, pues a los libreros que despachan los periódicos les interesa que estos sean satíricos, ya que venden más ejemplares si son capaces de fomentar “la malignidad del público”, cuya injusta crueldad, apostilla Voltaire, es padecida ante todo por los dramaturgos.

A pesar de que escuche las campanas de la reputación, aunque el cortejo de escritores, protectores, abates, doctores o vendedores ambulantes arroje resultados positivos, según Voltaire el hombre de letras nunca está a salvo de la crítica feroz del periodista de turno. Si el autor decide responderle y alimenta de este modo una querella literaria que puede no tener fin, entonces el público, que se divierte con los numerosos libelos y sátiras que se lanzan los litigantes, condena a ambas partes al ridículo.

“Hay que ser de un partido - sentencia Voltaire -, o bien todos los partidos se reúnen contra usted”. Es sin duda imprescindible si pretende algún día ingresar en la Académie française, para lo cual no basta con los méritos que haya podido sumar durante cuarenta años de duro trabajo, sino que es necesario contar con los apoyos adecuados. Solo así, mediante cábalas y estudiadas maniobras, puede satisfacer el oscuro objeto de deseo por el que suspira la totalidad de hombres de letras.

A pesar de que no se cuenta entre los textos más citados a la hora de abordar la cuestión acerca de los hombres de letras en la Francia del siglo XVIII, la carta de Voltaire es un fiel testigo de la problemática que es objeto de nuestro análisis. En primer lugar, quien anhela una carrera literaria debe ser plenamente consciente de que “las plazas destinadas a las gentes de letras se dan a la intriga, no al talento” (VOLTAIRE, 1953MORNET, Daniel. Les origines intellectuelles de la Révolution française: 1715-1787. París: Armand Colin, 1933., p. 421-422).

A este crudo diagnóstico se le suma la honda preocupación por la manera como el público percibe las agrias disputas que protagonizan los hombres de letras. Es esta una inquietud que se deja notar en numerosos textos, aun antes de la batalla de 1760. Entre los autores que alertan contra los peligrosos efectos de las riñas en el seno de la república de las letras se encuentran dos de los próximos secretarios perpetuos de la Académie française. En su Essai sur la société des gens de lettres et des grands, sur la réputation, sur les mécènes, et sur les récompenses littéraires, publicado en 1753, D’Alembert lamenta el bochornoso espectáculo representado por las continuas “guerras de pequeñas sociedades”. La contemplación de tal escena debería persuadir a los hombres de letras que no dejan de rivalizar contra sus adversarios, “pero los philosophes, o más bien aquellos que llevan este nombre, demasiado parecidos a los soberanos, no pueden disimular el menor insulto; y el deseo de tomarse la venganza les resulta a menudo mucho más dañino que el insulto mismo” (D’ALEMBERT, 2003D’ALEMBERT, Jean Le Rond. Essai sur la société des gens de lettres et des grands, sur la réputation, sur les mécènes, et sur les récompenses littéraires. Milán: Fondazione Giangiacomo Feltrinelli, 2003., p. 19-20). Unos años más tarde, D’Alembert cargará con dureza contra los escritores que trafican con los elogios y las sátiras, que no mancillan la reputación de aquellos a los que atacan, sino que se desacreditan a sí mismos y, lo que es más grave, socavan el prestigio de las letras, pues la mayor afrenta que estas pueden sufrir no es la que proviene de quienes las ignoran, sino la que resulta del indigno comportamiento de aquellos que las cultivan (D’ALEMBERT, 1967D’ALEMBERT, Jean Le Rond. Essai sur la société des gens de lettres et des grands, sur la réputation, sur les mécènes, et sur les récompenses littéraires. Milán: Fondazione Giangiacomo Feltrinelli, 2003., p. 77).

La inquietud ante los perniciosos efectos de las rivalidades literarias parece aumentar en 1760. El desasosiego se percibe a ambos lados de la disputa, tanto en el bando de los philosophes como en el de sus adversarios. Entre los primeros, el Journal Encyclopédique avisa de las nefastas consecuencias que puede acarrear el acalorado enfrentamiento.12 12 Journal Encyclopédique, mayo 1760, p. 130. El periódico publica en diciembre una elogiosa reseña del Épître à monsieur de Voltaire de Sébastien-Marie-Mathurin Gazon-Dourxigné (que vio la luz ese mismo año), del que cita unos versos cuyo mensaje sin duda suscribiría por completo la gaceta13 13 Journal Encyclopédique, dic. 1760, p. 116-117. :

Deja en paz murmurar a la cábala indiscreta; ¿Qué te importa el exceso de su malignidad? Con el simple desprecio debes confundirlos; Y no te envilezcas sobre todo al responderles; Todo escrito satírico es indigno de ti, Y tu genio está hecho para un empleo más noble. Voltaire, todo París con impaciencia Espera otros efectos de tu viril elocuencia. Vuelve a la senda que tu Musa ha abandonado, Y para mejor castigarlos por su temeridad Alumbra en el teatro un nuevo Fenómeno.

Como hemos señalado, no son pocos los detractores de los nuevos philosophes que comparten la opinión según la cual una batalla de tal envergadura no puede sino dañar la reputación de las letras. Cabe mencionar por ejemplo a Charles-Pierre Coste d’Arnobat, quien vaticina que Palissot va a ser la primera víctima de una contienda que traerá la desgracia tanto para el bando que sucumba como para el partido triunfante, pues la victoria de este último está fundada sobre la perfidia. Pese a criticar con dureza a los petulantes sabios “que consideran el universo como su escuela y el género humano como su pupilo” - el entrecomillado reproduce un fragmento de la Encyclopédie del que ya se habían servido Giry de Saint-Cyr y Abraham Chaumeix para denunciar la arrogancia de los philosophes ([COSTE D’ARNOBAT], 1760[COSTE D’ARNOBAT, Charles-Pierre]. Le philosophe ami de tout le monde, ou Conseils désintéressés aux Littérateurs, par M. L... C... qui n’est pas Littérateur. Sopholis: le Pacifique, 1760., p. 5)14 14 Se trata de un fragmento de la voz “Encyclopédie” correspondiente al quinto volumen del diccionario editado por Diderot (el autor de la entrada) y D’Alembert, aunque en este caso el sujeto de la oración es singular y hace referencia en concreto al editor capaz de tratar las materias de tal modo que resulten accesibles para la multitud e interesantes para los lectores más cultivados (DIDEROT, 1972, v. V, p. 648). Véase también Giry de Saint-Cyr (1758, p. XLII) y Chaumeix (1760, p. 5). -, aunque las peligrosas ideas de los personajes representados en la comedia de Palissot puedan merecer según Coste d’Arnobat un escarmiento público, el intenso combate no favorece a nadie.

La desazón con respecto a las continuas disputas literarias no desaparece tras el caso Palissot y la querella de Le Franc de Pompignan. La imagen pública de los hombres de letras, rehabilitada en buena medida a raíz de la campaña en defensa de Jean Calas orquestada por Voltaire, continúa amenazada por los visibles enfrentamientos que dividen el mundillo intelectual. El problema es tan evidente que merece ser mencionado por Gabriel-François Coyer en su discurso de recepción en la Académie royale des sciences et lettres de Nancy, pronunciado el ocho de mayo de 1763: “¿Por qué fatalidad sucede que el hombre de letras es tan a menudo arrastrado a la arena por otro hombre de letras para divertimento del Público?” (COYER, 1763COYER, Gabriel-François. Discours prononcé dans l’Académie royale des sciences et lettres de Nancy, par M. l’Abbé Coyer, à sa réception le dimanche 8 Mai 1763. Nancy; París: Babin; Duchesne, 1763., p. 26).

Entre otros, Jean-Jacques Garnier, Louis-Sébastien Mercier y el barón D’Holbach comparten la opinión de Coyer. El primero aborda el problema en el sexto capítulo de L’homme de lettres (publicado en 1764). A propósito de la utilidad de las gentes de letras, Garnier aconseja a quienes a su juicio representan en la sociedad el papel de los ojos en el cuerpo humano que no se desvíen del camino que les corresponde, que no dejen de ser “laboriosos, aplicados, justos y modestos; que respeten a sus Rivales, que se respeten a sí mismos; y se les otorgará de inmediato la consideración y estima debidas” (GARNIER, 1764GARNIER, Jean-Jacques. L’homme de lettres. París: Panckoucke, 1764., p. 163).

Según Mercier, las gentes de letras resultarían invencibles si concentraran sus fuerzas y conformaran un cuerpo en el que todos sus miembros se reconocieran bajo los mismos intereses: “Una pluma que no debe estar consagrada más que al bien público”, afirma el autor de Le bonheur des gens de lettres, no ha de emplearse para despellejar a un adversario. Si los escritores no profanáis vuestro verbo, concluye Mercier, “la multitud envidiosa ya no tendrá excusas para negaros su homenaje y ejercer el triste derecho de calumniar vuestras costumbres, y vosotros despreciaréis los sordos complots del fanatismo y de la ignorancia” (MERCIER, 1766MERCIER, Louis-Sébastien. Le bonheur des gens de lettres. Londres; París: Cailleau, 1766., p. 54-56).

La invocación de Le bonheur des gens de lettres, publicado en 1766, cristaliza cuatro años después en la utopía que dibuja L’An 2440, el futuro visto a través de los ojos del dulce sueño de un francés del siglo XVIII, quien al salir del pequeño gabinete que ocupa el lugar de la otrora inmensa biblioteca real (la cual solo conserva un puñado de libros selectos que condensan el saber de la humanidad, pues el resto han sido quemados) entabla una conversación con una persona que le pregunta por los hombres de letras, que según el habitante del futuro “se han convertido en los ciudadanos más respetables”. Solo conocí a unos pocos, responde su interlocutor, que profesa una gran admiración por quienes tenían el coraje necesario para desafiar “el insolente desprecio de los grandes y las palabras imbéciles del vulgo” (MERCIER, 1786MERCIER, Louis-Sébastien. L’an deux mille quatre cents quarante. [S.l.]: [s.n.], 1786. 3v., v. I, p. 372-374). En 2440 quienes pretenden un asiento en la Académie française no tienen que conspirar para conquistar un territorio usurpado por los ricos carentes de talento, no han de recurrir a las flechas de la sátira que se vuelven siempre contra quienes las disparan. De tal manera que el espectáculo más edificante para un viajero del siglo XVIII es la sincera amistad entre los distinguidos hombres de letras, que se abrazan, lloran de alegría y se prometen un afecto eterno (MERCIER, 1786MERCIER, Louis-Sébastien. L’an deux mille quatre cents quarante. [S.l.]: [s.n.], 1786. 3v., v. II, p. 1-25).

La Éthocratie ou le Gouvernement fondé sur la morale del barón D’Holbach (que vio la luz en 1776) no imagina una utopía a la manera de Mercier, sino que propone medidas para evitar que los savants mancillen su reputación mediante determinadas prácticas que no son propias de aquellos que se ocupan de instruir a sus conciudadanos para combatir la fuente de los vicios de los hombres, que no es otra que la ignorancia. El cometido de un buen gobierno es favorecer el progreso de las ciencias, las letras y las artes, dotar a estas actividades de la libertad necesaria para que puedan florecer y tratar con sumo cuidado a quienes contribuyen con su buen hacer a la erradicación de las malas costumbres. “Solo la tiranía teme las luces”, escribe D’Holbach, una autoridad preocupada por la felicidad del pueblo sobre el que legisla no se siente incómoda ante la libertad de prensa (que no es sino una de las traducciones posibles de la libertad de pensar, de hablar, de escribir y de publicar), como se pone de manifiesto en el caso de Turgot, que no solo no se inquieta ante las críticas, sino que como ministro ilustrado necesita según D’Holbach el apoyo de una opinión pública libre de prejuicios para llevar a cabo sus reformas ([D’HOLBACH], 1776[D’HOLBACH, Paul Henri Dietrich baron]. Éthocratie ou le Gouvernement fondé sur la morale. Ámsterdam: Marc-Michel Rey, 1776., p. 162).

Publicada el año que fue testigo del cese del inspector general de finanzas alabado por el autor, la Éthocratie defiende que la natural ascendencia de los hombres de letras sobre los ciudadanos de a pie debe ser protegida por el legislador, que tal vez podría establecer un tribunal donde los actos de vanidad y pobreza de espíritu cometidos por los literatos fueran juzgados por sus colegas más eminentes. Los verdaderos savants, “cuyo salario debe ser la estima del público” ([D’HOLBACH], 1776[D’HOLBACH, Paul Henri Dietrich baron]. Éthocratie ou le Gouvernement fondé sur la morale. Ámsterdam: Marc-Michel Rey, 1776., p. 170), no tienen tiempo para intrigar, tramar cábalas, hacer la corte a los grandes o cautivar a las mujeres influyentes; y el Estado no puede permitir que los incentivos que concede para estimular el talento de les gens de lettres vayan a parar a esos individuos mediocres cautivados por los placeres de la fortuna.

3. La ascendencia de los hombres de letras

Cuatro años antes de ser elegido como secretario perpetuo de la Académie française, Charles Duclos publicó sus Considérations sur les mœurs de ce siècle, en cuyo décimo capítulo, dedicado a las gentes de letras, aconseja encarecidamente a estas que se desprendan de la vil animosidad que mantienen entre sí. Las rivalidades que enfrentan a los hombres de letras representan para Duclos una escena lamentable, donde da la impresión de que los bárbaros literatos ocupan el lugar que la Antigüedad reservaba a los animales que combatían entre sí para deleite de los espectadores (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 269)15 15 Sobre el modelo de hombre de letras por el que apuestan los dos secretarios perpetuos que hemos mencionado, véase Masseau (2006). .

Les gens d’esprit socavan así su reputación ante el público, un público que según Duclos prefiere a los amateurs de bel esprit antes que a los philosophes. Tal aseveración forma parte del siguiente capítulo de las Considérations, cuyo título, “Sur la manie du bel esprit”, resulta bastante elocuente: “Esta masa de pretendientes del bel esprit” (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 272), estos charlatanes que permanecen casi completamente ociosos “usurpan en la opinión una especie de superioridad sobre los talentos mismos” (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 275-276), sobre quienes reúnen los auténticos méritos intelectuales dignos del aplauso de la sociedad a la que sirven. A juicio de Duclos los beaux esprits cuentan con una gran ventaja con respecto a los philosophes, ya que mientras la reputación de estos últimos queda circunscrita a un dominio bastante delimitado, la notoriedad de aquellos adquiere un eco mucho mayor, mientras los philosophes no pretenden sino la preciada estima de sus pares “la gloria del bel esprit es sentida y publicada por el común de los hombres, quienes hasta cierto punto se encuentran en disposición de concebir tales ideas, pero se sienten incapaces de producirlas bajo la forma en que estas se les presentan” (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 291).

Con todo, Duclos se muestra bastante respetuoso con el público. Contra lo que se desprendía de las palabras de los philosophes representados por Palissot, el que será secretario perpetuo de la Académie française niega de manera rotunda la posibilidad de que un individuo concreto o una sociedad determinada sea capaz de fijar el juicio del público, que no funciona al dictado de nadie aunque en ocasiones una “cábala” pueda provocar que ciertas empresas obtengan un éxito efímero o un eventual revés. Someter al público, añade Duclos, es hoy aún más difícil que en el siglo XVII, cuando este no era tan instruido o se vanagloriaba menos de su respetable posición de juez (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 266-267).

A pesar de la profunda estima que Duclos profesa hacia aquella entidad menospreciada por los personajes ridiculizados en la comedia de Palissot, la edición de 1767 de las Considérations añade un párrafo que subraya la ascendencia de los hombres de letras sobre la opinión pública:

Sin embargo, de todos los imperios el de les gens d’esprit, sin ser visible, es el más extendido. El poderoso manda, les gens d’esprit gobiernan, porque a la larga ellas forman a la opinión pública que tarde o temprano subyuga o derriba toda especie de despotismo (DUCLOS, 1767DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle. 5.a ed. París: Prault, 1767., p. 270-271).

Keith Michael Baker interpreta el añadido de Duclos a la edición de 1767DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle. 5.a ed. París: Prault, 1767. como un anuncio del nuevo rumbo que va a adoptar el concepto de opinión pública a partir de 1770, y ante todo en el decenio que concluirá con la Revolución, cuando “el término comienza a tomar las connotaciones propias del espíritu de las Luces y adquiere una resonancia más netamente política” (BAKER, 1987BAKER, Keith Michael; CHARTIER, Roger. Dialogue sur l’espace public. Politix, v. 26, p. 5-22, 1994., p. 56). A juicio de Baker, desde mediados de siglo hasta 1780 la noción de opinión pública funciona más bien como una categoría social, se trata de una expresión que remite al acervo de usos y costumbres que caracteriza una sociedad determinada, un conjunto de valores con los que según Rousseau es preciso manejarse con sumo cuidado, de ahí las reticencias del escritor ginebrino frente al proyecto de construcción de un teatro en su ciudad natal:

Uno de los infalibles efectos de un Teatro establecido en una ciudad tan pequeña como la nuestra será cambiar nuestras máximas, o, si se prefiere, nuestros prejuicios y nuestras opiniones públicas; lo cual necesariamente cambiará nuestras costumbres por otras, mejores o peores, aún no digo nada, pero a buen seguro menos adecuadas a nuestra constitución (ROUSSEAU, 1762ROUSSEAU, Jean-Jacques. J. J. Rousseau, citoyen de Genève, à Mr. d’Alembert, de l’Académie Françoise, &c. &c. &c. sur son article Genève dans le VIIe volume de l’Encyclopédie, et particulièrement sur le projet d’établir un Théâtre de Comédie en cette ville, 3.a ed. Ámsterdam: Marc Michel Rey, 1762., p. 125).

Junto con la Lettre à d’Alembert sur les spectacles, Baker cita otros textos donde el uso de la expresión «opinión pública» contrasta con el sentido que este concepto toma en el nuevo párrafo de la edición de 1767 de las Considérations. Entre tales ejemplos se encuentra la primera edición del propio texto de Duclos, en cuyo tercer capítulo el autor alude al importante papel ejercido por la opinión pública al castigar con el desprecio y la vergüenza a aquellos que no infringen la ley (y por tanto esta no puede hacer nada contra ellos), pero contravienen las convenciones tácitas que rigen el comportamiento de las personas honestas (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 70-71).

Esta última referencia nos ayuda a enfocar el problema de un modo ligeramente distinto. La discordancia entre el nuevo párrafo incluido en la edición de las Considérations de Duclos de 1767DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle. 5.a ed. París: Prault, 1767. y el fragmento de la Lettre de Rousseau (que no es el que usa Keith M. Baker)16 16 Baker prefiere citar un par de líneas - pertenecientes a la Lettre à d’Alembert sur les spectacles - a propósito de la historia del duelo en Francia, en las que Rousseau manifiesta la firme resistencia al cambio de la opinión pública: “Ni la razón, ni la virtud, ni las leyes vencerán a la opinión pública, mientras no encontremos el arte de cambiarla” (BAKER, 1987, p. 55). queda subrayada hasta cierto punto con independencia del contexto, a partir del empleo de un determinante posesivo (“nuestras”) y ante todo del plural (“opiniones públicas”), el cual contraviene una de las máximas que dotan a la expresión opinión pública de su potencia conceptual, de su alcance como idea directriz. En su diálogo con Roger Chartier acerca del espacio público, el propio Baker afirmaba que lo más destacado de la noción de opinión pública tal y como esta aparece en el siglo XVIII es precisamente que no fue conceptualizada como plural (BAKER; CHARTIER, 1994BAKER, Keith Michael; CHARTIER, Roger. Dialogue sur l’espace public. Politix, v. 26, p. 5-22, 1994., p. 13). Por el contrario, la opinión pública debía ser concebida como unitaria para llegar a ser definida como la autoridad última que provee de legitimidad a los diferentes actores sociopolíticos. La concreción de la expresión empleada por Rousseau no concuerda demasiado, por tanto, con la opinión pública abstracta, con aquella entidad racional, objetiva, estable, que rivaliza en los discursos de la época con la monarquía misma.

Sin embargo, no podemos exagerar la distancia existente entre las dos ediciones del texto de Duclos a las que hemos aludido. Si bien el añadido de 1767DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle. 5.a ed. París: Prault, 1767. proporciona a la noción de opinión pública un alcance político que va más allá de la significación de dicha categoría en la versión original de la obra, es justo reconocer que la edición de 1751 contiene ya algunos de los rasgos definitorios fundamentales de aquella entidad cuya formulación no admite el plural. Caracterizada como un severo censor de costumbres, la opinión pública se presenta como la instancia “que ejerce la justicia” (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 70), cuyo radio de acción sobrepasa las competencias de la legislación positiva. Cuando hacíamos referencia al respeto que profesa Duclos por el público, recordábamos cómo el futuro secretario perpetuo de la Académie française se mostraba en 1751 muy escéptico ante la posibilidad de manipular al auditorio o a los lectores en pleno siglo XVIII, lo cual resultaría aún más complicado que en el siglo XVII, pues entonces el público no era tan culto o “se jactaba menos de ser juez” (DUCLOS, 1751DUCLOS, Charles. Considérations sur les mœurs de ce siècle, 1.a ed. [París]: [Laurent-François Prault o Bernard Brunet], 1751., p. 266). La opinión pública aparece ya, por tanto, en la primera edición de las Considérations como una autoridad que detenta la potestad del supremo acto de justicia, como un poderoso tribunal, uno de los términos más repetidos en la literatura de las Luces para designar esta nueva configuración sociopolítica. De él se sirve, por ejemplo, Malesherbes, en su discurso de recepción en la Académie française pronunciado el dieciséis de febrero de 1775, cuando define la opinión pública como “el juez soberano de todos los jueces de la tierra” (MALESHERBES, 1775MALESHERBES, Guillaume-Chrétien de Lamoignon de. Discours prononcés dans l’Académie française, le jeudi 16 février 1775, à la réception de M. de Lamoignon de Malesherbes. París: Demonville, 1775., p. 5). Del mismo modo se expresa Jacques Necker, el ministro de finanzas que con la publicación del Compte rendu de 1781 ratificó de manera oficial el poder de la opinión pública, “un tribunal donde todos los hombres que atraen sobre sí las miradas están obligados a comparecer: ahí, la opinión pública, como en lo alto de un trono, concede premios y coronas, hace y deshace las reputaciones” (NECKER, 1784NECKER, Jacques. De l’administration des finances de la France. [S.l.]: [s.n.], 1784, 3v., v. I, p. LVIII)17 17 Sobre este asunto puede consultarse la interesante contribución de Lucien Jaume (2004). .

Una de las características determinantes de la noción de opinión pública tal como esta aparece en el citado texto de Necker es, según Baker, que dicho concepto se presenta bajo la forma de un tribunal, el cual, según el Compte rendu, “reina sobre todos los espíritus” (NECKER, 1784NECKER, Jacques. De l’administration des finances de la France. [S.l.]: [s.n.], 1784, 3v., v. I, p. 60) y es respetado incluso por los príncipes. La primera edición de las Considérations de Duclos contiene, por tanto, como afirmábamos antes, al menos el germen de uno de los principales rasgos que la noción de opinión pública exhibe en la década de 1780. Así pues, entre el texto original de 1751 y la quinta edición del mismo fechada en 1767 lo más novedoso, el lugar donde a nuestro parecer hay que poner el acento, donde recae en mayor medida el peso del nuevo párrafo añadido por Duclos, no es tanto la creciente politización de la opinión pública, sino más bien el decisivo papel que juegan los hombres de letras en la consolidación de ese nuevo tribunal al que nadie puede sustraerse.

Hacia 1767 les gens de lettres gozan de mayor reconocimiento en el seno de la sociedad francesa, ya se han rehecho tras las polémicas de las que fueron objeto en 1760, que a su vez agravaron su delicada situación después del frustrado regicidio de Luis XV perpetrado en 1757 por Robert-François Damiens, a quien según los jesuitas y los jansenistas (que se acusaban los unos a los otros del fallido atentado) habían trastornado las perniciosas doctrinas de los philosophes que no respetaban ningún tipo de autoridad. Voltaire alertó enseguida a D’Alembert ante la temible coyuntura a la que se enfrentaban:

¿Por qué es preciso que los fanáticos se respalden entre ellos y que los philosophes estén desunidos y dispersos? Reúna al rebaño. Coraje. Mucho me temo que Pierre Damiens puede hacerle bastante daño a la filosofía18 18 VOLTAIRE, 1978-1992, v. IV, lettre 4665 [D 7122], p. 924. La carta está fechada el 16 de enero de 1757. Aunque aquí el nombre de pila de Damiens sea Pierre y no Robert-François, no cabe ninguna duda de que Voltaire se refiere al individuo que apuñaló a Luis XV, a quien cita junto a François Ravaillac para afirmar a continuación que ni uno ni otro ni los regicidas que los precedieron pueden ser tachados de deístas, de philosophes. .

El patriarca de Ferney no podía comprender hasta qué punto el escandaloso suceso del cinco de enero era solo el comienzo del “año calamitoso” - como lo denomina Élisabeth Badinter (2002BADINTER, Élisabeth. Les passions intellectuelles, v. II. Exigence de dignité (1751-1762). París: Fayard, 2002., p. 265-305) - que apenas había echado a andar, que será testigo asimismo de la acusación de plagio que desacredita a Diderot, cuya primera obra de teatro, Le Fils naturel, es a juicio de Fréron19 19 L’Année littéraire…, 12 jul. 1757, p. 289-300. una mala copia de la pieza de Goldoni Il Vero Amico, el enfrentamiento entre Rousseau y Diderot y la dimisión de D’Alembert de la dirección de la Encyclopédie.

A todo ello hemos de sumar las crecientes parodias del disperso “rebaño” de Voltaire, como las Petites lettres sur des grands philosophes de Palissot y las memorias sobre los cacouacs de Joseph Giry de Saint-Cyr (1993) y Jacob-Nicolas Moreau (1757[MOREAU, Jacob-Nicolas]. Nouveau mémoire pour servir à l’histoire de Cacouacs. Ámsterdam: [s.n], 1757.)20 20 Más tarde Giry de Saint-Cyr publicará un nuevo título (que ya hemos mencionado) en la línea de los dos ya citados, aunque en este caso se trata de una sucesión de fragmentos extraídos de diversas obras firmadas por los philosophes: [GIRY DE SAINT-CYR], 1758. . Los textos que en 1757 arremeten con dureza contra los philosophes censuran el aire de autoridad de quienes, según Palissot, se consideran los “árbitros de la literatura” (PALISSOT DE MONTENOY, 1757PALISSOT DE MONTENOY, Charles. Petites lettres sur de grands philosophes. París: [s.n], 1757., p. 10), “el tono de superioridad” del anciano que en la Nouveau mémoire de Moreau explica al prisionero de los cacouacs las sublimes hipótesis - encerradas en los siete cofres que simbolizan los siete volúmenes de la Encyclopédie publicados hasta esa fecha - que han de destruir los prejuicios del vulgo ([MOREAU], 1757[MOREAU, Jacob-Nicolas]. Nouveau mémoire pour servir à l’histoire de Cacouacs. Ámsterdam: [s.n], 1757., p. 53). Tal es la gloriosa misión que se arrogan los cacouacs, unos individuos tan extraños como peligrosos, pues aunque no poseen más que un arma, un veneno escondido bajo la lengua que pueden lanzar desde lejos, resultan letales debido a su extraordinaria capacidad para seducir a los demás, los cuales una vez apresados comienzan a desarrollar las ideas más extravagantes y crueles que brotan de una imaginación sobreexcitada (que odia el orden establecido y proclama la inexistencia de Dios).

En ambas memorias los cacouacs aparecen como unos charlatanes que encandilan a todos los incautos que entran en su radio de acción. Su lengua viperina oculta no solo su temible ponzoña, sino la que es sin duda su mayor virtud: los cacouacs dominan como nadie el arte de la conversación. “Nunca pierden de vista las ganas de agradar, de divertir y de seducir”, afirma Giry de Saint-Cyr (1993[GIRY DE SAINT-CYR, Joseph]. Premier mémoire pour servir à l’histoire de Cacouacs (incluida en el Mercure de France, primer volumen de oct. de 1757, p. 15, bajo el título de Avis utile). In: VISSIÈRE, Jean-Louis (ed.). La secte des empoisonneurs: polémique autour de l’Encyclopédie de Diderot et d’Alembert. Aix-en-Provence: Publications de l’Université de Provence, 1993. p. 40-42., p. 41); “su lenguaje tiene algo de sublime y de ininteligible que inspira el respeto y provoca la admiración”, constata Moreau (1757[MOREAU, Jacob-Nicolas]. Nouveau mémoire pour servir à l’histoire de Cacouacs. Ámsterdam: [s.n], 1757., p. 17). Tanto en la primera como en la segunda versión de la historia de esta peculiar colonia de individuos destacan las habilidades sociales de los cacouacs, que gustan de introducirse ante todo en los salones regentados por las mujeres más distinguidas, quienes son las víctimas preferidas de sus irresistibles encantamientos ([GIRY DE SAINT-CYR], 1993[GIRY DE SAINT-CYR, Joseph]. Premier mémoire pour servir à l’histoire de Cacouacs (incluida en el Mercure de France, primer volumen de oct. de 1757, p. 15, bajo el título de Avis utile). In: VISSIÈRE, Jean-Louis (ed.). La secte des empoisonneurs: polémique autour de l’Encyclopédie de Diderot et d’Alembert. Aix-en-Provence: Publications de l’Université de Provence, 1993. p. 40-42., p. 41-42). Si la conclusión de Moreau señala de manera explícita el término real de la metáfora de los cacouacs (que como es obvio no es otro que los philosophes, cuyas obras impresas son halladas por el prisionero al llegar a su patria, tras ser liberado por los aléthophiles)21 21 Armados con su “silbido universal”, los aléthophiles vencen a los cacouacs, que caen de lo alto y huyen ([MOREAU], 1757, p. 92). , las últimas líneas del texto inicial de Giry de Saint-Cyr nos recuerdan el argumento de la comedia de Palissot con la que arrancamos este artículo. El placer que experimentan los cacouacs en las reuniones mondaines atemperadas por la discreta femineidad nos retrotrae a aquella Cydalise que hechizada por los philosophes pone su mundo patas arriba.

4. La dignidad del hombre de letras

Tras no pocos episodios que socavaron la imagen de los hombres de letras, estos consiguieron salvar el honor ante todo con la campaña de Voltaire en defensa de Jean Calas, el protestante sentenciado por el Parlamento de Toulouse y ejecutado el diez de marzo de 1762 por haber asesinado a su hijo Marc-Antoine al enterarse de que pretendía convertirse al catolicismo. Conmovido por el suceso, Voltaire inició una profunda investigación para demostrar la inocencia proclamada por el padre de familia hasta su muerte. Recabó testimonios de primera mano y examinó con suma atención las fuentes escritas, todo lo cual arrojaba como conclusión que Marc-Antoine se había suicidado en un acceso de melancolía. El autor del Traité de la tolérance, à l’occasion de la mort de Jean Calas (publicado un año después de la injusta condena) procuró movilizar no solo a sus contactos, sino a personalidades eminentes (escribió entre otros al ministro Saint-Florentin, pese a su conocida antipatía con respecto a los protestantes, y a la marquesa de Pompadour) y ganó la causa en el tribunal de la opinión pública. “Si algo puede frenar en los hombres la rabia del fanatismo es la publicidad”22 22 VOLTAIRE, 1978-1992, v. VI, lettre 7116 [D 10414], p. 862. Carta de Voltaire a una destinataria desconocida, 15 abr. 1762. En la misma carta, poco antes del citado fragmento, Voltaire sostiene que el Parlamento de Toulouse debería publicar el proceso judicial de Calas, del mismo modo que se publicó el de Damiens. Sobre el caso Calas y las bondades de la publicidad véase Pierre Lepape (1994, p. 323-343). . Tres años después del suplicio de Jean Calas el Consejo del rey rehabilitó la memoria del condenado, el juez que emitió la sentencia fue destituido y la familia Calas recibió una pensión real. Nadie, ni sus más acérrimos enemigos, podía discutir la valentía y el encomiable esfuerzo del gran abanderado de la lucha contra el fanatismo. La incontestable respetabilidad del patriarca de Ferney supuso un triunfo sin paliativos de la figura del philosophe, que desprendido de su utillaje académico había ganado la batalla en la arena pública23 23 Según Élisabeth Badinter, con el Voltaire del caso Calas ya asoma el personaje del intelectual comprometido que se desarrollará en el siglo XX (BADINTER, 2002, p. 379). .

Ahora más que nunca, tras la sufrida y valiosa victoria, Voltaire y compañía han de conducirse con mucha cautela si no quieren perder el favor del público, no pueden tolerar que las rivalidades internas lesionen su imagen. En una misiva dirigida el nueve de marzo de 1767 al marqués de Pezay, el patriarca de Ferney lamenta los desastrosos efectos de las invectivas literarias:

Toda sátira provoca otra, y hace nacer a menudo enemistades eternas (…) No conozco ninguna sátira que haya quedado sin respuesta. Las familias, los amigos entran en estas querellas. Es el veneno de la literatura. He combatido audazmente en esta arena, y nunca he sido el agresor.24 24 VOLTAIRE, 1978-1992, v. VIII, lettre 10009 [D 14025], p. 1005. Carta de Voltaire a Alexandre-Frédéric-Jacques Masson, marqués de Pezay, 9 mar. 1767.

Como indica Roland Mortier, parece sin duda paradójico que el más brillante satírico del siglo XVIII sea un declarado enemigo de la sátira (MORTIER, 1977MORTIER, Roland. La satire, ce “poison de la littérature”: Voltaire et la nouvelle déontologie de l’homme de lettres. In: MACARY, Jean (ed.). Essays on the Age of Enlightenment in Honour of Ira O. Wade. Ginebra: Droz, 1977. p. 233-246.), ese “veneno de la literatura” al que según Voltaire solo cabe recurrir en legítima defensa25 25 VOLTAIRE, 1978-1992, v. X, lettre 12763 [D 17702], p. 1009. Carta de Voltaire a Jean-François de La Harpe, 19 abr. 1772. , y aun en ese caso conviene hacerlo con sumo cuidado para no mancharse con una práctica literaria que, como advertíamos antes, es repudiada por los lectores.

El propósito de Voltaire, como bien afirma Mortier, es subrayar la dignidad del hombre de letras (MORTIER, 2000MORTIER, Roland. Voltaire et la dignité de l’écrivain. In: MORTIER, Roland. Les combats des Lumières. Recueil d’études sur le dix-huitième siècle, prefacio de Robert Darnton. Ferney-Voltaire: Centre International d’Étude du XVIIIe Siècle, 2000. p. 151-159.). El veterano patriarca de Ferney no siempre había gozado de la privilegiada posición que ocupaba a finales de los años sesenta, cuando se pronunciaba contra los libelos que alimentaban las incesantes querellas literarias. Poco después, en 1770 los salones de D’Holbach, Helvétius y Mme Necker concibieron el proyecto de una estatua de Voltaire financiada mediante las suscripciones de los literatos26 26 Roger Chartier cita la carta fechada en abril de 1770 en la que Mme d’Épinay cuenta a Ferdinando Galiani cómo estos tres salones parisinos planearon el monumento a Voltaire ejecutado por Pigalle (CHARTIER, 1995, p. 192). , lo cual no podía sino resultar escandaloso, pues nunca antes un hombre de letras había recibido en vida un homenaje de este tipo, reservado hasta entonces para celebrar la magnificencia del monarca. Diez años antes de que sus colegas aprobaran la iniciativa que concluyó con la escultura de Pigalle de 1776, desde su plácida residencia en aquella pequeña localidad que apenas contaba cien habitantes en 1755 (año en que Voltaire se instaló en Ferney) el gran patriarca leía la carta en la que el propio Palissot reconocía que algunos de los “escritores temerarios” contra los que había compuesto su obra recién estrenada habían nombrado su jefe al ya sexagenario escritor, quien por supuesto según el comediógrafo no era ni de lejos uno de los “falsos philosophes” que había representado en “una pieza que por su naturaleza era muy susceptible de hacer ruido”27 27 [VOLTAIRE; PALISSOT DE MONTENOY], 1760, p. 9-11. Carta de Palissot a Voltaire, 28 mayo 1760. .

Conclusión

Puede que resulte algo exagerado afirmar, como pretende Tocqueville, que “los hombres de letras se convirtieron en los principales hombres políticos del país” (TOCQUEVILLE, 2004TOCQUEVILLE, Alexis de. El Antiguo Régimen y la Revolución, ed. Antonio Hermosa Andújar. Madrid: Istmo, 2004., p. 191); pero no cabe ninguna duda de que, conforme avanza el siglo, la sociedad francesa siente cada vez más el peso, la ascendencia de quienes se alinean con el venerado patriarca de Ferney, que es plenamente consciente de ello. A finales de 1767, el año en que el nuevo párrafo añadido por Duclos a las Considérations destaca el decisivo papel de las gens d’esprit sobre la opinión pública, D’Alembert recibe una carta donde Voltaire proclama que “es la opinión la que gobierna el mundo y es usted el que ha de gobernar la opinión”.28 28 VOLTAIRE, 1978-1992, v. IX, lettre 10463 [D 14623], p. 231. Carta de Voltaire a D’Alembert, 26 dic. 1767.

Por tanto, el philosophe reclama el puesto de director de la opinión pública, no se ofrece como un simple representante de la misma (VEYSMAN, 2004VEYSMAN, Nicolas. Mise en scène de l’opinion publique dans la littérature des Lumières. París: Honoré Champion, 2004., p. 42), como sostenía el clásico estudio de Jürgen Habermas (2002, p. 75). Frente a la interpretación del pensador alemán, que no da cuenta de las tensiones que sacuden la esfera pública del siglo XVIII, es preciso subrayar que el philosophe se destaca como un personaje controvertido, que encarna perfectamente la doble dimensión de la opinión pública de las últimas décadas del Antiguo Régimen, la cual se presenta, por una parte, desde el punto de vista político, como un espacio de discusión sustraído a la autoridad del príncipe, y se sostiene, por otro lado, desde el punto de vista sociológico, a partir de una distinción según la cual la embrutecida multitud, la opinión popular, es incapaz de ejercer el uso público de la razón29 29 Como es sabido, la expresión es de Kant: frente al uso privado de la razón, que es el que hace el individuo como parte de la “máquina” estatal, en virtud de lo cual está obligado a cumplir escrupulosamente con las reglas establecidas, el uso público de la misma, según el autor de las Críticas, el que se ejerce según la máxima ilustrada sapere aude (atrévete a servirte de tu propio entendimiento), ha de ser siempre libre (KANT, 1989). .

Cuando se habla de opinión - escribe Condorcet -, hay que distinguir tres especies: la opinión de las personas ilustradas, que precede a la opinión pública y acaba dictándole la ley; la opinión cuya autoridad genera la opinión del pueblo; la opinión popular en fin, que es la de la parte del pueblo más estúpida y miserable (CONDORCET, 1776CONDORCET, Jean-Antoine-Nicolas de Caritat marquis de. Réflexions sur le commerce des bleds. Londres: [s.n.], 1776., p. 140).

El envejecimiento de los pilares del Antiguo Régimen (la desacralización de la monarquía30 30 Buena muestra de ello son los numerosos malos discursos originados a raíz del fallido atentado contra Luis XV perpetrado por Damiens en 1757 (CASES MARTÍNEZ, 2021; RÉTAT, 1979; VAN KLEY, 1984). , la desestructuración de las creencias y prácticas religiosas31 31 Es muy sintomática, a este respecto, la espectacular caída del libro de religión, que constituía la mitad de la producción impresa en París a finales del siglo XVII, una tercera parte hacia 1720, una cuarta parte a principios de los años cincuenta y tan solo la décima parte en la década de 1780 (CHARTIER, 2003, p. 84). ) posibilitó la emergencia del philosophe, que no reprodujo ingenuamente los prejuicios arraigados en la sociedad del Antiguo Régimen, sino que se postuló como el juez a quien remite en último término la nueva instancia de legitimidad a la que ni siquiera la monarquía podrá sustraerse, la opinión pública, “no la opinión de la multitud, que rara vez asciende hasta las Gentes de Letras, sino la opinión de las Gentes de Letras, que desciende hacia la multitud, y la arrastra tras de sí tarde o temprano” (MARMONTEL, 1776LA HARPE, Jean François de; MARMONTEL, Jean-François. Discours prononcés dans l’Académie françoise le jeudi 20 juin 1776 à la réception de M. de La Harpe. París: Demonville, 1776., p. 32)32 32 Harry C. Payne señala que los philosophes veían a la multitud como los terratenientes a sus trabajadores (PAYNE, 1976, p. 2). . El philosophe se presenta así como un nuevo mesías capaz de liderar la “iglesia invisible” cuya verdad termina imponiéndose:

Cuando hablo de la voz pública - escribe Diderot en 1766 -, no se trata de esa turba de gentes de toda especie que va en tropel al patio de butacas a silbar una obra maestra, a levantar el polvo del Salón y buscar en el libreto si debe admirar o criticar. Hablo de esa pequeña manada, de esa iglesia invisible que escucha, que observa, que medita, que habla bajo y cuya voz predomina a la larga y forma la opinión general.33 33 DIDEROT, 1876-1877, v. XVIII, p. 158. Carta de Denis Diderot a Étienne-Maurice Falconet, sep. 1766.

Desde el púlpito de su templo, esta “nueva aristocracia de los hombres de letras” - como la denomina John Pappas (1983PAPPAS, John. D’Alembert et la nouvelle aristocratie. Dix-huitième Siècle, v. 15, p. 335-343, 1983. Disponible en:https://doi.org/10.3406/dhs.1983.1452. Consulta: 14 ene. 2022.
https://doi.org/10.3406/dhs.1983.1452...
, p. 342) -34 34 Paul Vernière (1987) y Éric Walter (1973) utilizan el término intelligentsia para referirse a esta nueva elite de intelectuales. no solo fija el sentido de las palabras que define la magna Encyclopédie, sino el lugar de todos aquellos que a su juicio están condenados a convertirse en sus fieles.

Fuentes primarias

  • L’Année Littéraire, ou Suite des Lettres sur quelques écrits de ce temps París, 1757 [Bibliothèque nationale de France: MICROFILM M-26].
  • BARBIER, Edmond-Jean François. Chronique de la Régence et du règne de Louis XV (1718-1763) ou Journal de Barbier París: Charpentier, 1857-1866, 8v.
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    » https://doi.org/10.3406/dhs.1973.1039
  • 1
    Es un término muy extendido para referirse despectivamente a los autores que critican con dureza a los philosophes. L’aléthophile ou l’ami de la vérité, por ejemplo, habla de Fréron como “le Chef de la cabale” ([LA HARPE], 1758, p. 11). El propio Palissot pone la palabra en boca del poeta que aparece en Le cercle ou les originaux, M. du Volcan, quien afirma que fue sin duda “la cabale” la responsable de los silbidos que dedicaron los espectadores a su excelente obra de teatro (PALISSOT DE MONTENOY, [ca. 1760], escena 2, p. 23). Aunque es menos común, también encontramos el término referido a los philosophes - Palissot sin ir más lejos lo usa de este modo en las Petites lettres sur de grands philosophes (PALISSOT DE MONTENOY, 1757, p. 24) -, aunque en la mayoría de las ocasiones estos suelen aparecer a los ojos de sus adversarios como una “secta”.
  • 2
    No es casual que D’Alembert, uno de los philosophes por antonomasia, a partir de 1761 deje de publicar sus memorias científicas en los volúmenes de la Académie française - de la que será secrétaire perpétuel desde 1772 - y las difunda a través de su propio editor, bajo la forma de Opuscules.
  • 3
    O, como diría D’Alembert, “la clase maldita de los philosophes” (D’ALEMBERT, 1967, p. 73).
  • 4
    “Embrujada hasta tal punto que he perdido toda esperanza”, confiesa Marton (PALISSOT DE MONTENOY, 1760, I, 1, p. 5).
  • 10
    Cada uno de los personajes representa a un philosophe contemporáneo de Palissot: Dortidius encarna a Denis Diderot, Téophraste a Charles Duclos y Valere a Claude-Adrien Helvétius.
  • 11
    Sobre la fecha de redacción de la carta, véase la introducción de Besterman (VOLTAIRE, 1953, p. 420-421).
  • 12
    Journal Encyclopédique, mayo 1760, p. 130.
  • 13
    Journal Encyclopédique, dic. 1760, p. 116-117.
  • 14
    Se trata de un fragmento de la voz “Encyclopédie” correspondiente al quinto volumen del diccionario editado por Diderot (el autor de la entrada) y D’Alembert, aunque en este caso el sujeto de la oración es singular y hace referencia en concreto al editor capaz de tratar las materias de tal modo que resulten accesibles para la multitud e interesantes para los lectores más cultivados (DIDEROT, 1972, v. V, p. 648). Véase también Giry de Saint-Cyr (1758, p. XLII) y Chaumeix (1760, p. 5).
  • 15
    Sobre el modelo de hombre de letras por el que apuestan los dos secretarios perpetuos que hemos mencionado, véase Masseau (2006).
  • 16
    Baker prefiere citar un par de líneas - pertenecientes a la Lettre à d’Alembert sur les spectacles - a propósito de la historia del duelo en Francia, en las que Rousseau manifiesta la firme resistencia al cambio de la opinión pública: “Ni la razón, ni la virtud, ni las leyes vencerán a la opinión pública, mientras no encontremos el arte de cambiarla” (BAKER, 1987, p. 55).
  • 17
    Sobre este asunto puede consultarse la interesante contribución de Lucien Jaume (2004).
  • 18
    VOLTAIRE, 1978-1992, v. IV, lettre 4665 [D 7122], p. 924. La carta está fechada el 16 de enero de 1757. Aunque aquí el nombre de pila de Damiens sea Pierre y no Robert-François, no cabe ninguna duda de que Voltaire se refiere al individuo que apuñaló a Luis XV, a quien cita junto a François Ravaillac para afirmar a continuación que ni uno ni otro ni los regicidas que los precedieron pueden ser tachados de deístas, de philosophes.
  • 19
    L’Année littéraire…, 12 jul. 1757, p. 289-300.
  • 20
    Más tarde Giry de Saint-Cyr publicará un nuevo título (que ya hemos mencionado) en la línea de los dos ya citados, aunque en este caso se trata de una sucesión de fragmentos extraídos de diversas obras firmadas por los philosophes: [GIRY DE SAINT-CYR], 1758.
  • 21
    Armados con su “silbido universal”, los aléthophiles vencen a los cacouacs, que caen de lo alto y huyen ([MOREAU], 1757, p. 92).
  • 22
    VOLTAIRE, 1978-1992, v. VI, lettre 7116 [D 10414], p. 862. Carta de Voltaire a una destinataria desconocida, 15 abr. 1762. En la misma carta, poco antes del citado fragmento, Voltaire sostiene que el Parlamento de Toulouse debería publicar el proceso judicial de Calas, del mismo modo que se publicó el de Damiens. Sobre el caso Calas y las bondades de la publicidad véase Pierre Lepape (1994, p. 323-343).
  • 23
    Según Élisabeth Badinter, con el Voltaire del caso Calas ya asoma el personaje del intelectual comprometido que se desarrollará en el siglo XX (BADINTER, 2002, p. 379).
  • 24
    VOLTAIRE, 1978-1992, v. VIII, lettre 10009 [D 14025], p. 1005. Carta de Voltaire a Alexandre-Frédéric-Jacques Masson, marqués de Pezay, 9 mar. 1767.
  • 25
    VOLTAIRE, 1978-1992, v. X, lettre 12763 [D 17702], p. 1009. Carta de Voltaire a Jean-François de La Harpe, 19 abr. 1772.
  • 26
    Roger Chartier cita la carta fechada en abril de 1770 en la que Mme d’Épinay cuenta a Ferdinando Galiani cómo estos tres salones parisinos planearon el monumento a Voltaire ejecutado por Pigalle (CHARTIER, 1995, p. 192).
  • 27
    [VOLTAIRE; PALISSOT DE MONTENOY], 1760, p. 9-11. Carta de Palissot a Voltaire, 28 mayo 1760.
  • 28
    VOLTAIRE, 1978-1992, v. IX, lettre 10463 [D 14623], p. 231. Carta de Voltaire a D’Alembert, 26 dic. 1767.
  • 29
    Como es sabido, la expresión es de Kant: frente al uso privado de la razón, que es el que hace el individuo como parte de la “máquina” estatal, en virtud de lo cual está obligado a cumplir escrupulosamente con las reglas establecidas, el uso público de la misma, según el autor de las Críticas, el que se ejerce según la máxima ilustrada sapere aude (atrévete a servirte de tu propio entendimiento), ha de ser siempre libre (KANT, 1989).
  • 30
    Buena muestra de ello son los numerosos malos discursos originados a raíz del fallido atentado contra Luis XV perpetrado por Damiens en 1757 (CASES MARTÍNEZ, 2021; RÉTAT, 1979; VAN KLEY, 1984).
  • 31
    Es muy sintomática, a este respecto, la espectacular caída del libro de religión, que constituía la mitad de la producción impresa en París a finales del siglo XVII, una tercera parte hacia 1720, una cuarta parte a principios de los años cincuenta y tan solo la décima parte en la década de 1780 (CHARTIER, 2003, p. 84).
  • 32
    Harry C. Payne señala que los philosophes veían a la multitud como los terratenientes a sus trabajadores (PAYNE, 1976, p. 2).
  • 33
    DIDEROT, 1876-1877, v. XVIII, p. 158. Carta de Denis Diderot a Étienne-Maurice Falconet, sep. 1766.
  • 34
    Paul Vernière (1987) y Éric Walter (1973) utilizan el término intelligentsia para referirse a esta nueva elite de intelectuales.
  • 5
    Sobre el problema de la autoría del texto y sus distintas atribuciones, véase Dieckmann (1948, p. 1-26).
  • 6
    Según Jin Lu, la abierta oposición de las Mémoires de Trévoux a los “pretendidos philosophes” se manifiesta ya en los años treinta, veinte años antes de que Fréron tomara conciencia de la magnitud del movimiento philosophique (LU, 2005, p. 85).
  • 7
    Journal de Trévoux..., Article LXIII, agosto 1743, v. XLIII, p. 2290-2291.
  • 8
    Le Franc de Pompignan fue elegido para ocupar la plaza vacante tras el fallecimiento de Maupertuis.
  • 9
    Para obtener una perspectiva más amplia de los conflictos entre philosophes y antiphilosophes: Connors (2012), Ferret (2007) y Masseau (2000).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    25 Ago 2023
  • Fecha del número
    May-Aug 2023

Histórico

  • Recibido
    16 Ene 2022
  • Acepto
    22 Ago 2022
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